La historia que Jamaica Kincaid narra en Annie John es a la vez universal y particular: una niña crece y va dejando atrás la fusión con su madre. La poética prosa de la autora y sus personajes femeninos profundamente originales —y por momentos perturbadores— convierten a este libro en una novela excepcional.
Por Lucía Stecher
Jamaica Kincaid, nacida en la isla caribeña de Antigua en 1949, es una escritora anglófona que poco a poco ha conquistado a un público lector en castellano. En ello, las traducciones han jugado un rol fundamental. A Chile llegaron primero las novelas Lucy y Mr. Potter, gracias a la alianza de las editoriales LOM y Txalaparta. Luego, Lumen publicó y trajo a Chile Autobiografía de mi madre y Mi hermano. Debo decir que no entiendo muy bien el criterio editorial que ha determinado el orden en que se ha ido traduciendo a Kincaid al castellano, pero me alegra que finalmente este año Lumen haya reeditado su primera novela, Annie John, que en inglés apareció en 1985.
Uno de los temas centrales de la obra de Kincaid es la relación madre-hija. Desde sus primeros cuentos nos encontramos con hijas que narran sus relaciones intensas, pasionales y conflictivas con sus madres. Este universo relacional muchas veces sofocante aparece magistralmente prefigurado en el relato “Girl” (“Niña”), con el que debutó Kincaid en la revista The New Yorker, en 1978. A los cuentos le siguió la publicación de Annie John, en 1985, novela fundamental para comprender Lucy, de 1990, y Mi hermano, de 1997. Aunque las dos primeras se presentan como ficciones y la última como un libro autobiográfico, en las tres es posible reconocer la cercanía entre las experiencias de las protagonistas y la vida de la autora. Por otra parte, el único libro de Kincaid que lleva la palabra autobiografía en su título —Autobiografía de mi madre— es el que más se aleja de la autoficción.
Decía, entonces, que para quienes se han adentrado en el universo literario de Kincaid en castellano, la aparición de Annie John es una excelente noticia. Y para quienes todavía no la han leído, la recomendación es empezar por esta novela. En ella, Annie John, la protagonista, nos cuenta la historia de su vida en el periodo comprendido entre sus diez y dieciséis años, es decir, su tránsito desde la infancia hasta el final de la adolescencia. El principio del fin de la infancia está marcado por el descubrimiento de la muerte. Annie pasa de creer que solo las personas desconocidas mueren, a descubrir que no solo muere gente que conoce o ha visto, sino también niñas de su edad. Además de introducirnos al mundo de temores y fantasías de Annie John, este primer capítulo prefigura el gran tema de la novela: la muerte simbólica del amor infinito entre Annie John y su madre. El libro, así, es también la historia de una caída: cuando se derrumba el paraíso infantil en el que habita la protagonista, surge un creciente distanciamiento y hostilidad entre madre e hija. El conflicto es tan fuerte y desgarrador que termina enfermando a la protagonista y dejándole como única salida la partida de la isla.
La infancia de Annie John transcurre apaciblemente en Antigua, donde vive con sus padres. En el relato de la protagonista, lo más importante es el recuerdo de la armoniosa cotidianidad que compartía con su madre, a la que miraba con admiración y amor, y por la que se sentía inmensamente protegida:
“Mientras mi madre iba de aquí para allí preparando la cena, recogiendo ropa del pilón de piedra o descolgando prendas de la cuerda, yo me sentaba en un rincón del patio abierto a observarla… A veces me llamaba para que fuera a traerle un poco de tomillo o de albahaca, pues cultivaba todas las hierbas que consumía en unas pequeñas macetas que conservaba en un rincón de nuestro pequeño huerto. A menudo, cuando yo le daba las hierbas, se inclinaba para besarme en los labios y después en el cuello. Tal era el paraíso en que yo vivía”.
Madre e hija se dan juntas baños de tina especialmente preparados para protegerlas de los malos espíritus que les envían las anteriores mujeres del padre, y se mandan a hacer vestidos con la misma tela, de forma que Annie John se ve como una mini Annie (que también es el nombre de la mamá). Para la hija la madre encarna la perfección, y si hay algo de lo que se siente absolutamente segura es de su amor incondicional.
Pero de pronto, poco a poco, empiezan a aparecer señales que anuncian, primero, pequeñas distancias, y luego, profundas grietas en la relación. A los doce años, Annie John se da cuenta de que ha crecido. La ropa no le queda, el cabello se le pone rebelde, su cuerpo cambia: “Me habían aparecido unos mechones de pelo debajo de los brazos y cuando transpiraba el olor era extraño, como si me hubiese convertido en un extraño animal”. Esas transformaciones, que la protagonista observa con curiosidad y extrañeza, marcan, en sus recuerdos, el inicio de un cambio de conducta en su madre. El primer indicio doloroso es cuando propone una tela para sus vestidos nuevos y la madre le responde: “Nada de eso. Ya eres demasiado mayor. Es hora de que lleves tu propia ropa. No puedes pasar el resto de tu vida pareciendo una copia mía en pequeño”. Luego le siguen una serie de discursos y recomendaciones maternas que le recuerdan permanentemente que ya no es una niña y que debe comportarse como una señorita. Corrección de modales, advertencias sobre cómo tratar a conocidos y extraños, control sobre los juegos, el lenguaje y las amigas…. De pronto, el perfecto paraíso materno-filial empieza a parecer una prisión.
Como buena protagonista de Kincaid, Annie John se convierte en una adolescente rebelde y reacciona de forma desafiante frente a las normas que le quieren imponer. Sigue siendo la mejor alumna de su clase, pero también miente, desobedece a sus profesores, confronta a su madre. A medida que esta última va dejando de ser el centro, empiezan a aparecer distintas amigas en la vida de Annie John. Es notable cómo la novela configura ese universo de amistades adolescentes femeninas, en el que se entrecruzan el descubrimiento de las transformaciones del cuerpo, la aparición de un incipiente deseo sexual y la necesidad de una intimidad profunda y exclusiva con la mejor amiga del momento:
“Gwen y yo nos hicimos inseparables. Donde esta la una estaba la otra. Para mí, cada día comenzaba esperando a que Gwen pasara a buscarme para ir al colegio. El pulso se me aceleraba cuando, parada en el patio delantero de mi casa, veía a Gwen doblando la esquina… Cuando por fin llegaba a mi lado, levantaba la cabeza y las dos sonreíamos y decíamos quedamente: ‘Hola’. Partíamos hacia el colegio andando una junto a otra y al mismo paso, sin tocarnos pero sintiéndonos como si estuviésemos unidas por los hombros, las caderas y los tobillos, por no mencionar los corazones”.
Pese a que las sucesivas amistades y los logros escolares de algún modo compensan el progresivo distanciamiento entre madre e hija, Annie John vive el proceso como un duelo doloroso. Una pena profunda se va instalando en su interior, y ya a los quince años la protagonista se siente profundamente infeliz:
“El año en que cumplí los quince, me sentí más desdichada de lo que jamás había pensado que podía sentirse una persona… Mi infelicidad era una cosa que llevaba muy dentro de mí, y cuando cerraba los ojos podía incluso verla. Estaba instalada en alguna parte −quizás en el estómago, tal vez en el corazón: no podría decirlo con exactitud−, y asumía la forma de una pequeña bola negra, envuelta en telarañas. Yo la miraba y la miraba hasta fundir aquellas telarañas, y entonces veía que la bola no era mayor que un dedal, aunque pesara horrores”.
La historia que narra Kincaid en Annie John es a la vez universal y absolutamente particular. Una niña crece y va dejando atrás la fusión con su madre, proceso que en algún momento todas las mujeres vivimos. Como la historia está narrada por Annie John, solo conocemos su versión de los hechos. Al parecer, la madre no soporta que la hija se convierta en mujer, y por eso empieza a rechazarla y a tratar de controlarla. La hija se rebela y se aleja aún más. Podría parece un relato más o menos común de una adolescencia femenina. Pero la poética prosa de Kincaid y sus personajes femeninos profundamente originales —y por momentos perturbadores— hacen de Annie John una novela excepcional.