En la obra “Dos minutos y medio para el mediodía del 11 de septiembre de 1973”, el artista Fernando Prats hace del humo un recurso conceptual y estético para representar la desmesura contenida en el bombardeo a La Moneda, “un acontecimiento que desde su materialidad excede el marco de cualquier representación visual”, escribe el filósofo Sergio Rojas. El trabajo —que estuvo hasta septiembre en el MAC Parque Forestal y luego en El Born Centre de Cultura i Memòria, en Barcelona—, nos encarga la pregunta por el después de esa catástrofe histórica, “que cae como una sombra sobre el presente”.
Por Sergio Rojas
¿Cómo hablar del 11 de septiembre de 1973? Parece inevitable ir a la memoria de lo que sucedió ese día mediante un relato, y entonces los hechos quedan consignados como efectos o consecuencias de circunstancias políticas, sociales, económicas encargadas a su discernimiento a la posteridad. La desatada facticidad del acontecimiento queda clausurada bajo un cúmulo de interpretaciones que tienen como tarea resolver, por ejemplo, si se trató acaso de un desenlace inevitable, si cabe considerarlo un fracaso o una derrota, si fue determinante o no la intervención extranjera, etcétera. Después de 50 años no nos abandonan las preguntas acerca de en qué consistió el proceso al que ese día se le impuso fin por las armas y qué fue lo que allí mismo comenzó.
Algo tremendo sucedió, pero el núcleo del acontecimiento es extraño a las palabras, parece estar siempre más acá de las interpretaciones.
¿Es posible la figura del testigo frente un acontecimiento-monstruo cuya ola expansiva “hace historia”? La circunstancia empírica de ese supuesto “testigo” hace que sus sentidos y entendimiento se encuentren abrumados por la misma facticidad del hecho. Ese día, el periodista Ignacio González Camus, desde la radio Presidente Balmaceda, siguió en directo el bombardeo al Palacio de La Moneda. De ese relato proviene el título de este escrito. Fernando Prats hace del relato de Camus un elemento fundamental en la ideación y producción de su obra “Dos minutos y medio para el mediodía del 11 de septiembre de 1973”.
En un momento de la transmisión, Camus dice: “No sabemos lo que ocurre dentro del palacio, no sabemos lo que ocurre inmediatamente alrededor de él. No tenemos la visión directa de lo que está aconteciendo, solamente podemos decir que se ha declarado un incendio, que las nubes de humo siguen ascendiendo al cielo (…)”. El “testigo” desconoce la trama de lo que está sucediendo, los hechos en su concreta materialidad se le escapan, exceden todo marco de percepción. A lo largo de su relato, Camus hace reiteradas referencias al humo, al fuego, al ruido, produciendo en la escucha el efecto de que el acontecimiento está hecho de humo, fuego y ruido. Paradójicamente, es como si a la acotada circunstancia de haber estado ahí, presenciando lo que sucedía, fuese inherente la imposibilidad de describir con claridad aquello a lo que se está asistiendo.
Prats hace precisamente del humo un recurso tanto conceptual como estético para poner en obra la esencial desmesura contenida en el bombardeo a La Moneda, un acontecimiento que, desde su materialidad, excede el marco de cualquier representación visual, y también lo que sería el verosímil de una ilación narrativa de los hechos. El humo ha sido un elemento importante en su procedimiento artístico. El coeficiente de significación de este elemento consiste en que el humo no solo cubre un fragmento de la realidad, sino que, al producirse el efecto de ahumado sobre una superficie, opera como una capa temporal de esa misma realidad cuya visión se hace difusa. Por lo tanto, antes que “cubrir”, el humo más bien contiene. En las obras de Prats el tiempo no transcurre linealmente, sino como una superposición de estratos temporales.
El título general de la obra de Prats transcribe literalmente la hora que Camus establece en su transmisión como el instante exacto en que se inicia el bombardeo. En esa puntualidad algo terrible ha comenzado a suceder, y será también el inicio de algo irreversible e irreparable. Propio de esto es que excederá para siempre las posibilidades de la comunicación, de aquí que la persistencia del acontecimiento en la memoria de las generaciones que vendrán consiste en la permanencia en el tiempo de esa insuficiencia de las palabras y de las imágenes. El trabajo del arte comienza justamente allí donde fracasan la mímesis realista de las imágenes y la literalidad de las palabras. Pero lo que Prats propone en su obra es que el acontecimiento no se encuentra simplemente “más allá” de las palabras, sino precisamente allí, encriptado en los límites del lenguaje. El bombardeo de La Moneda ha quedado contenido en el relato de Camus. He aquí la intuición del artista: los efectos de la aniquilación del espíritu de una época trascienden períodos y generaciones; sin embargo, una catastrófica fusión de materia y sentido queda para la memoria contenida en la enceguecedora materialidad de humo, fuego y ruido que se prolonga por 22 minutos… hace 50 años.
Como ocurre con las denominadas “jornadas históricas”, especialmente cuando se trata de eventos catastróficos, ese 11 de septiembre ha sido obsesivamente descompuesto en su cronología interna: una enumeración de “momentos” que la bitácora de un solo día expone en apretada secuencialidad. Es como si, dado que es imposible dar con un significado que reúna todo aquello en una idea, la opción fuese hacer que la jornada ingrese, sin resto, en la intratemporalidad de lo cotidiano, y entonces lo irreparable queda domiciliado bajo la evanescente materialidad que describe el paso de las horas. Pero sabemos que la elaboración del relato “minuto a minuto” no consigue sino encriptar, una vez más, lo tremendo. Porque lo que ocurrió ese día no tenía el tamaño de un día. Paradójicamente, el bombardeo a La Moneda es un hecho material que carece de dimensiones; una sobrecogedora humareda que con los años se fue transformando en una cifra, cuya imagen es el Palacio de La Moneda ardiendo bajo el humo, en blanco y negro. Prats trabaja en su obra a partir del cuerpo sin límites de esa cifra, lo que queda señalado por el artista al hacer parte de la obra el tiempo en el que acontece lo irreparable: desde el instante en que faltan dos minutos y medio para el mediodía hasta que el reloj marca el mediodía con veinte minutos. ¿Cuánto demora un ser humano en percibir lo irreparable?
Entre los documentos dispuestos en una vitrina en el espacio central del MAC, se encuentra una imagen del sismograma del mayor evento sísmico del siglo XX registrado por el ser humano: el terremoto de Valdivia de 1960, que marcó 9,5 grados en la escala de Richter. El sismógrafo mide la liberación de energía terrestre que se produce durante el movimiento sísmico. La poderosa imagen significante que expone Prats sugiere la figura de un “sismograma histórico”, para dar cuenta de que el golpe de Estado fue un hecho que alteró radicalmente el curso lineal del tiempo humano. El título de esta pieza en la obra es “Sismograma político y geológico”. La escala de Richter registraba fuerzas de una magnitud de hasta 400 kilómetros de profundidad. ¿Cuál es la “profundidad telúrica” desde donde vino lo que ocurrió ese 11 de septiembre? Se trata de dar a pensar el acontecimiento de lo tremendo como la manifestación de algo que no se deja comprender suficientemente al interior de una cadena de sucesos.
Otro de los documentos exhibidos en la mencionada vitrina es la copia de una página escrita de puño y letra por el general Carlos Prats, el mismo 11 de septiembre de 1973, y que es parte de las memorias que se publicarán tiempo después. En un pasaje del manuscrito, leemos: “Pienso en la terrible responsabilidad que han echado sobre sus hombros mis ex camaradas de armas al tener que doblegar por la fuerza de las armas a un pueblo orgulloso del ejercicio pleno de los derechos humanos y del imperio de la libertad”. Respecto a esta carta, hay dos elementos sobre los que me interesa llamar la atención en el marco de la lectura de obra que aquí ensayo. Primero. La materialidad misma del objeto: la letra manuscrita, las tachaduras propias de una redacción en proceso, diferencias en las intensidades de la tinta en la letra, la fragilidad del papel sometido al paso de los años. En este soporte precario, toma cuerpo significante la convicción que ya en ese momento tiene el general Prats acerca de lo que está sucediendo en el país. Escribe para una memoria por venir. Fue asesinado por la DINA el 30 de septiembre de 1974, junto a su esposa Sofía Cuthbert. Segundo. El artista es familiar del general Prats. En julio de 2017 había realizado la exposición Acción medular, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, trabajando con 1.592 manuscritos, material original del libro de las memorias del general Prats, escrito en 1973. Pero el vínculo no es aquí un “antecedente” de la obra, sino que puede pensarse como un momento que es interno a esta. En cierto sentido, el nombre del artista le da una memoria que trasciende su biográfica individualidad, porque contiene la catástrofe. La realización de esta obra en el MAC es también una lectura del nombre.
El bombardeo a La Moneda es el inicio de una violencia que se desencadena, es decir, una catástrofe que hizo inimaginable el “día después”. Esto es justamente lo que presentimos cuando volvemos a escuchar el relato que hizo Camus desde Radio Presidente Balmaceda. La obra de Fernando Prats en el MAC nos encarga la pregunta por ese después que cae como una sombra sobre el presente.