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Esto no es una película 

Denominación de origen es una película para ver en el cine, y no necesariamente por la calidad visual y sonora, sino por la posibilidad de encontrarse con otros compartiendo las mismas reacciones, las mismas muecas o risas, más allá de la veracidad de los hechos”, escribe Laura Lattanzi sobre el filme dirigido por Tomás Alzamora.

Por Laura Lattanzi

Denominación de origen es una certificación de procedencia de un producto agroalimentario que debe su calidad exclusiva o primordial al lugar en el que se produce, gracias a la combinación de factores naturales y humanos que lo hacen posible. De allí que la denominación de origen vincule lo que vuelve único a algo con su territorio, y se haga parte, así, de los modos en los que se conforma una identidad, una que queda aferrada a la tierra y a las personas que la habitan. Obtener este sello permite, además, algo así como el monopolio del signo, del nombre. Los casos más conocidos son el champagne, que solo puede llamarse así si proviene de la región homónima de Francia (de lo contrario, debe llamarse “espumante”), o el roquefort, que fuera de su zona de origen debe venderse como queso azul. 

Esto es lo que quieren conseguir los protagonistas de este filme dirigido por Tomás Alzamora (San Carlos, 1989). Una película sobre la identidad de un territorio y quienes viven en él, o, más bien, sobre el ejercicio siempre un poco absurdo de definirse a través de un elemento único y singular. En épocas donde el capitalismo sigue expandiéndose a través de los signos, esta búsqueda estará atravesada por un producto, uno que está arraigado a la tierra y a su gente, pero del que también se cree emana toda su idiosincrasia: la longaniza.  

La historia se inicia con una disputa, cuando el Premio a la Mejor Longaniza de la Fiesta de Chillán se anula al descubrirse que esta no proviene de esa ciudad —como estipulaban las bases del concurso—, sino de San Carlos. Indignados, cuatro sancarlinos conforman un movimiento identificado con las extravagantes siglas MSPLSC (Movimiento Social por la Longaniza de San Carlos), que busca reivindicar el embutido de la zona y conseguir la denominación de origen. El grupo está compuesto por entrañables personajes: Luisa Marabolí, una comprometida dirigente sindical; el Tío Lelo, un antiguo fabricante de longanizas; DJ Fuego, un productor de eventos; y el abogado Peñailillo.  

Se trata en su mayoría de actores naturales, habitantes de San Carlos. Son ellos quienes llevarán adelante este movimiento lidiando con las burocracias locales, así como también con una comunidad que no siempre se muestra muy activa frente a este tipo de causas. Presentaciones a los concejales de la municipalidad, postulación a fondos públicos, organización de reuniones y eventos locales, encargo de estudios y catadores expertos son algunas de las actividades que llevan a cabo. La película logra componer estos personajes y la trama en la que se desenvuelven en un equilibrio justo entre humor y ternura, acercándose más a lo hilarante que a lo grotesco y lo ridículo.  

Se me ocurre que Denominación de origen tiene algo de eso que Susan Sontag exploraba en torno a lo camp: una sensibilidad difícil de calificar en una única categoría, pero que busca configurar símbolos de identidad con una cuota de artificio y exageración.  

Denominación de origen
Chile, 86 minutos
Dirección: Tomás Alzamora
Guion: Javier Salinas y Tomás Alzamora 
Elenco: Luisa Marabolí, Exequías Inostroza, Roberto Betancourt, Alexis Marín
Producción: Equeco 

El montaje de la película resulta por momentos un poco desordenado, ya que combina el registro de las acciones con cuñas tipo entrevistas y escenas que adoptan el formato de videoclip y otras de corte publicitario. Pero también ello reafirma el artificio y torna a los personajes más cercanos y estilosos.  

Si la búsqueda de la denominación de origen de la longaniza de San Carlos es, al mismo tiempo, una búsqueda por el reconocimiento de una identidad que trasciende lo puramente territorial para apelar a un sentimiento de lo común (tal como se puede leer en algunas de las declaraciones de su director), esa tarea, hoy, no puede ser sino un poco ficticia y grandilocuente. Creo que esa es una premisa fundamental de la película, y por eso mismo el formato de falso documental y el tono de comedia que elige Alzamora resultan de lo más apropiado.  

Sobre esto mismo, resulta interesante la forma en que se usa el recurso del falso documental, ya que se aleja un poco de aquellos que se acostumbraban a ver en el cine latinoamericano: aquí no hay un ímpetu por revelar los mecanismos ideológicos del dispositivo, como en Agarrando pueblo (la película colombiana de 1977 de Luis Ospina y Carlos Mayolo, que denunciaba los modos de representación del pueblo), así como tampoco pretende hacernos cuestionar la semiosis lógica de lo documental poniendo de manifiesto el código de lo verosímil, como en Un tigre de papel (2008, de Luis Ospina) o Un secreto en la caja (2016, de Javier Izquierdo).  

El formato del falso documental aquí parece más bien constituirse como un mecanismo liviano, como un elemento que aporta al estilo en vez de ser una operación crítica. Quizás en épocas de posverdad, en las que merma la distinción entre lo verdadero y lo falso —así como también entre la realidad y la ficción—, el mecanismo del falso documental también adquiere otras derivas, unas que buscan continuamente apelar a las emociones y creencias independientemente de su asidero en la realidad. En este caso, además, lo hacen desde aquello que puede reconocerse en común.  

Creo que Denominación de origen es una película para ver en el cine, y no necesariamente por la calidad visual y sonora, sino por la posibilidad de encontrarse con otros compartiendo las mismas reacciones, las mismas muecas o risas, más allá de la veracidad de los hechos. De todas maneras, el filme sí asume los límites y no intenta ofrecernos otra realidad, sino más bien quiere involucrarnos en el juego, en el intento por reconocer y reconocernos en la historia y en los personajes, sin olvidar que, tal como dicen al final, “esto es una película”.