La destacada socióloga australiana, profesora de la London School of Economics y autora de Esclavos del tiempo: Vidas aceleradas en la era del capitalismo digital, explica que la sensación de falta de tiempo no es culpa de los avances tecnológicos, sino de la forma en que construimos la sociedad. En esta entrevista, ahonda en torno a los vínculos entre género y tecnología —uno de los temas en los que fue pionera— y explica por qué hoy existe una nueva desigualdad: el tiempo es un lujo, afirma, y por lo mismo, también es la causa de un nuevo tipo de pobreza.
Por Javiera Tapia Flores
Cuando Judy Wajcman (1950) hacía su PhD en la Universidad de Cambridge durante los años 70, se interesó en el estudio del tiempo y sus usos. La efervescencia de la segunda ola del feminismo, el gran aumento de mujeres en la fuerza laboral y el apogeo del activismo sindical fue la combinación de factores que la llevó a notar que nadie se interesaba por las mujeres trabajadoras. “Era una joven feminista y en ese tiempo me interesaba cuánto tiempo gastaba la gente haciendo trabajo pagado y no pagado. Y cuánto de ello lo hacían particularmente madres y mujeres, y cuánto de este trabajo no pagado, además, afectaba sus carreras y sus posibilidades de trabajo remunerado”, explica hoy la académica a cargo de la Cátedra de Sociología Anthony Giddens en la London School of Economics and Political Science (LSE). Entre las preguntas que se hacía en esa época, cuenta, estaban si la tecnología podría fomentar el trabajo femenino y si los refrigeradores y lavadoras serían objetos que aportarían a la liberación de la mujer, como se planteaba desde la publicidad.
Ahora estamos en 2021 y Judy Wajcman ha tenido una carrera prolífica en el campo de la investigación sociológica de la tecnología desde una perspectiva feminista. Es ella quien acuñó el concepto de “tecnofeminismo”, desarrollado en su libro del mismo nombre publicado en 2004 y en el que plantea, a grandes rasgos, que el hecho de que las mujeres no participaran históricamente en informática e ingeniería tuvo un impacto esencial en los productos y el conocimiento que se produjeron en esas áreas. “Una de mis preocupaciones ha sido enfatizar cuánto la tecnología está moldeada por los procesos sociales. No es neutral, la desarrollan personas con objetivos en mente. Por muchas décadas ha habido una demografía estrecha en el diseño de la tecnología. Hoy son ingenieros en Silicon Valley, en general jóvenes, hombres y blancos, y con la participación de programadores indios, pero sigue siendo algo muy específico. Esto no refleja a toda la población, y ellos diseñan las cosas. El mejor ejemplo es que es difícil usar teléfonos si eres viejo o no tienes buena vista”, advierte.
Recomienda Invisible Women, de Caroline Criado-Pérez, un libro en el que la autora expone estudios que muestran cómo el mundo está construido por y para los hombres. “Ella explica, por ejemplo, que los cinturones de seguridad siempre eran probados en hombres, entonces mujeres embarazadas o mujeres pequeñas no podían usarlos bien. Hay muchas formas en las que se demuestra que necesitamos diversidad en el diseño. Mi foco siempre ha sido el género. Ahora estoy interesada en cómo los algoritmos encarnan estas parcialidades”, dice la socióloga, quien también es investigadora asociada del Oxford Internet Institute.
“En la década del 70 se decía —y todavía se dice— que las máquinas y la automatización eliminarían el trabajo doméstico. Que la respuesta a la división doméstica del trabajo no sería que los hombres compartieran la carga, sino que las máquinas lo hicieran”, cuenta Wajcman, y reconoce que podría hablar horas solo sobre tecnología y su relación con el tiempo dedicado al trabajo doméstico. “Creo que tiene que ver en parte con cómo definimos lo que es el trabajo doméstico y que algunas tareas puedan ser automatizadas y otras no. Pienso en el trabajo de cuidados, por ejemplo”. Y agrega: “También está el hecho de que los hombres han aumentado su cantidad de trabajo en el hogar, pero mucho de eso tiene que ver con ser padre y pasar tiempo con los hijos en vez de hacer cosas más mundanas como limpiar el baño. Es una foto complicada en términos de deconstruir los elementos varios del trabajo doméstico y del trabajo de cuidados”.
La pandemia del covid-19 es, probablemente, el hecho histórico reciente que más nos ha hecho pensar sobre la división doméstica del trabajo y las complicaciones, sobre todo para mujeres con hijos, de tener que hacer en el mismo espacio físico el trabajo de cuidados y el remunerado. Respecto a esto, explica que “los estudios aquí en Gran Bretaña mostraron que las mujeres hicieron una cantidad desproporcionada de educación en el hogar. Las mujeres se llevaron esa carga, pero además fueron las que perdieron más trabajos durante este periodo”.
Atrapados en la paradoja
John Maynard Keynes, uno de los economistas más importantes del siglo XX, dijo que a comienzos del XXI, en Occidente, solo tendríamos que trabajar tres horas al día. Creía que el desarrollo técnico y el aumento de la producción podrían satisfacer nuestras necesidades con menos trabajo. Para Judy Wajcman, el presente no funciona así porque “ha habido un aumento terrible en la desigualdad”, reconoce. “Él estaba imaginando, creo, un mundo en el que la riqueza se distribuiría de manera más equitativa y que produciríamos lo suficiente para que la gente pudiera tener un nivel de vida decente. Y que, al elevar las condiciones de vida, la gente podría elegir. Creo que las personas elegirían trabajar menos horas si sus necesidades básicas estuviesen cubiertas. Keynes es uno de los economistas más inteligentes. Se dio cuenta de que, hasta cierto punto, necesitas dinero para ser feliz, pero pasado ese punto, ser muy rico no te hace más feliz que el resto y que importan otras cosas”.
La pregunta que surge aquí, dice, es cómo distribuir el trabajo para que la gente pueda vivir una vida decente de verdad. “La tecnología no tiene la culpa”, se responde rápidamente. “Leí el otro día que en Portugal introdujeron una política de no enviar mensajes de texto a los empleados durante el fin de semana. Una sabe que debería poder tener un fin de semana desconectado. Lo que quiero decir es que, para mí, esto no se trata de la tecnología en sí. La tecnología facilita la disponibilidad constante, pero el asunto es que la gente no debería tener que trabajar el fin de semana”, advierte la autora de Esclavos del tiempo: Vidas aceleradas en la era del capitalismo digital (2017), ensayo en el que explica que no debemos culpar a los dispositivos tecnológicos por permitirnos hacer todo más rápido, sino que el problema es el reconocimiento que nuestras sociedades le dan a la productividad. Es el hecho, incluso, de mostrarnos públicamente en un estado de ocupación constante, como si eso fuera señal de éxito.
¿Podría cambiar esto de alguna forma?
“Estamos atrapados en esta paradoja de que, por un lado, buscamos que la tecnología resuelva todos estos problemas y por otro, estamos culpando a la tecnología por los problemas. Toda la tecnología llega a un tipo particular de sociedad donde hay valores. Y vivimos en una sociedad que valora la alta productividad, el hecho de estar haciendo la mayor cantidad de cosas que podamos y midiendo el éxito en términos de tipo de ocupación”, explica. LSE, su lugar de trabajo, por ejemplo, hoy está en huelga, al igual que “muchas otras universidades británicas, debido al exceso de trabajo”, cuenta. “Todos hemos visto cómo nuestras cargas de trabajo aumentan de manera espectacular, por lo que el hecho de que estemos corriendo todo el tiempo para mantenernos al día no tiene nada que ver con la tecnología. Tenemos más estudiantes, tenemos menos personal, tenemos menos dinero, tenemos más presiones”.
Según Wajcman, hay algo fundamental que podría cambiar esta sensación agobiante de aceleración sin fin: “mejorar las condiciones laborales. En mi caso, estamos en huelga para mejorar nuestras condiciones de trabajo. Pero quienes lo tienen peor son los trabajadores que entregan comida y conducen taxis, por ejemplo. Hay muchos tipos de trabajo en los que la gente está con el tiempo en contra siempre, y apoyo mucho las campañas para mejorar las condiciones de trabajo de esas personas”.
En Esclavos del tiempo dice que “los atascos de tráfico y los tiempos de espera no tienen el mismo impacto en todo el mundo, ya que las personas ricas en dinero, pero pobres en tiempo», pueden utilizar su riqueza para comprar velocidad. El tiempo es hoy un lujo para unos pocos y, a la vez, una nueva forma de pobreza.
—La forma en que la gente rica tiene acceso al tiempo es comprando servicios; de hecho, esa es también una estrategia individual: le pagan a otras personas para hacer la limpieza e incluso pasear a su perro. Cuando voy al parque, veo muchos paseadores de perros. Es increíble si lo piensas: las personas compran un perro y no lo sacan de paseo porque no tienen tiempo. Esa es la forma en que ganas tiempo: pidiendo comida, contratando a alguien que haga la limpieza, personas que pasean a tus perros.
Una de sus preocupaciones actuales tiene que ver con el trabajo remoto.
—La gente ahora está acostumbrada a trabajar desde casa, o lo hacen tres días a la semana y dos en la oficina. De lo que no se habla a menudo es, en realidad, que hay una tecnología mucho mejor para la vigilancia de las personas que trabajan en casa. El trabajo remoto ha sido una excusa para que haya mucho más uso de tecnología de vigilancia con los trabajadores. Cuándo inician sesión y todo eso. Un amigo que trabaja en el gobierno del Reino Unido me dice que pueden saber absolutamente todo, desde el momento en que inicias sesión por la mañana cuando comienzas a trabajar, hasta cuándo terminas el trabajo. ¿Qué estamos permitiendo que se registre?
En mi caso, hace poco alguien muy cercano murió y al día siguiente tuve que seguir trabajando, porque como periodista autónoma no tengo opción de parar. Ese día pensé que los trabajos en condiciones precarias pueden incluso menoscabar las tradiciones que tiene cada cultura en cuestiones esenciales, como, por ejemplo, el tiempo de duelo después de una muerte.
—Lo siento mucho. Y creo que acabas de levantar un gran punto. Por ejemplo, acá ha habido campañas para que los trabajadores de Uber tengan dentro de sus condiciones laborales bajas por enfermedad y ciertamente se podría poner también la del duelo. Es algo básico. Por eso es tan importante que los trabajadores independientes, con contratos precarios, se organicen. El duelo es un tema muy importante para traer a la conversación, porque se trata, esencialmente, sobre el paso del tiempo. Cuando los niños son chicos, haces muchas cosas para cuidarlos, limpiarlos, alimentarlos, pero cuando son adolescentes, lo importante es que tú estés ahí. No es que estés haciendo mucho más que estar, pero tu presencia es la importante. Mi madre tuvo Alzheimer y durante los últimos años lo esencial solo era sentarte allí y estar con ella.
Pareciera que no podemos vivir de forma armoniosa con la tecnología. En YouTube está lleno de personas contando su experiencia de desintoxicación de las redes sociales, pero estas son fórmulas individuales. ¿Es un triunfo del capitalismo el acto de no pensar en estrategias colectivas para vivir mejor?
—Lo acabas de decir muy bien. Estamos viviendo en una era en que las empresas de tecnología fomentan esto, que es empujar a la gente a pensar que es su responsabilidad controlar estas cosas. En mi iPad hay una aplicación que me dice cuánto tiempo paso en él. Incluso hablé sobre esto con uno de los diseñadores cuando estuve en Silicon Valley y ellos dicen, completa y genuinamente, que están tratando de ayudar a la gente que se obsesiona. Una de las grandes ironías de las que hablo bastante con la gente que pasa más de un año en Silicon Valley es que se aseguran de que sus hijos no lleven iPads o teléfonos al colegio. Necesitamos tener estrategias colectivas. Si no contesto los correos electrónicos de mi jefe en todo el fin de semana y todos los demás sí lo hacen, es un desastre total. Estos esfuerzos tienen que ser colectivos.