La revuelta estudiantil que se inició en las universidades francesas hace medio siglo y que se enmarca en lo que Hobsbawm denomina el cambio cultural, en tanto la reivindicación que estalló con fuerza en las calles primero de París y luego en gran parte de Europa y América Latina, no sólo planteaba una impugnación de la autoridad acusando falta de democracia en las estructuras universitarias, sino por sobre todo interpelaba a una sociedad jerárquica y conservadora, desafiando su impronta patriarcal.
En ese contexto desfilaron las demandas, bajo consignas para el bronce como “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder” o “seamos realistas, pidamos lo imposible”, entre muchas que también levantaban las banderas del feminismo, en un tiempo de gloria para las principales corrientes teóricas que la sustentaban.
Hoy, a 50 años de la revuelta de mayo, en las calles y aulas de nuestro país emerge otro movimiento que esta vez apunta sus dardos a un objetivo mucho más nítido y específico: la estructura ideológica patriarcal de la sociedad chilena, con la consiguiente inequidad de género y violencia contra la mujer, expresada en el acoso sexual en la aulas de nuestras universidades, la educación sexista, el lenguaje discriminatorio y otras lacras. El correlato de estas demandas está en las masivas protestas -la más reciente fue el histórico paro general de las mujeres españolas el 8 de marzo- hasta las manifestaciones de “Ni una Menos”, o “#MeToo”, que refieren no sólo la alarmante cifra de femicidios, también de acoso y violaciones impunes.
Si en mayo del ‘68 las mujeres levantaron sus demandas en un contexto general y de la mano de las teorías feministas en boga, hoy se apunta al corazón de la sociedad chilena, asumiendo en muchos casos que el feminismo además de una ideología resulta una pulsión, un sentimiento, un gesto; marcando así un punto de inflexión con diferentes vertientes de pensamiento que constituyen las moradas donde hoy habitan los feminismos. Porque en las inéditas y masivas asambleas de mujeres realizadas en distintos campus de la Universidad de Chile y en otras universidades del país, en el apoyo transversal a sus demandas provenientes de sus profesoras, funcionarias y de distintos sectores de la sociedad; más allá de protocolos y políticas sobre acoso que si bien son un avance, claramente resultan insuficientes ante la magnitud del problema, incluso en la heterogeneidad de los petitorios y discursos, podemos leer signos de cambio cultural y de un movimiento que sin duda está haciendo historia. Y ello se evidencia además en la fuerza que adquiere el cuestionamiento contra el patriarcado y la reproducción de los roles de género, así como a otros aspectos que apuntan a las bases del neoliberalismo. Un ejemplo es la demanda a la calidad de una educación pública, asumida no sólo como un derecho, sino alejada de las lógicas mercantiles y sexistas, desde donde pensar e impulsar el necesario cambio cultural que está en curso.
Ello permite leer también en la epidermis de este movimiento en que, más allá de su propia heterogeneidad, existe un continuo en el que las históricas reivindicaciones de mayor democracia, libertad e igualdad, dialogan no sólo con parte de los feminismos actuales sino con una tradición de lucha de las precursoras feministas de siglos anteriores. Por ejemplo, la que nos remite a inicios del siglo XX, concretamente al año 1915, cuando Inés Echeverría formaba el Club de Señoras y Amanda Labarca el Círculo de Lectura. O mucho antes, porque el feminismo en Chile tuvo su cuna en el norte salitrero, en las numerosas mutuales femeninas de fines del siglo XIX, a las que les sucedieron grupos de mujeres que integraron las primeras organizaciones sindicales denominadas mancomunales, siendo elegida por primera vez dirigenta nacional una mujer, Clotilde Ibaceta, delegada por Valparaíso, mientras en 1905, Carmen Jeria lanzaba su periódico feminista Alborada.
Así, mientras Belén de Sárraga ofrecía en 1913 su segunda conferencia en Iquique, titulada La mujer en nuestro siglo, y se refería al período histórico del Matriarcado concluyendo que “a éste le pudo suceder el Patriarcado solamente cuando el poder religioso tomó el dominio de la sociedad”, Carmen Jeria a la cabeza del diario Alborada, y otros periódicos de mujeres como La Palanca o El despertar de la mujer obrera nos remitían a un país que estaba en la vanguardia en materia de lucha por los derechos de la mujer y la igualdad en todos los planos. En esa tradición se inscribe este mayo feminista, que partió en los campus universitarios y que sin duda debe remecer todos y cada uno de los rincones de esta sociedad.