«Nos hemos acostumbrado a conceptos como el malestar o los discursos de odio; y las discusiones acaloradas en redes sociales y en los medios han hecho, incluso, que se hable de una ‘nueva era de emocionalidad polarizada’, dice Thomas Dixon. Por lo mismo, es necesario renovar nuestros repertorios afectivos y apelar a emociones que nos permitan imaginar nuevos caminos», escribe Pilar Barba, directora de Palabra Pública, en su editorial de la edición 31.
Por Pilar Barba
Este 2024, en que Palabra Pública cumple ocho años acercando el conocimiento y las artes a la ciudadanía, quisimos preguntarnos qué significa lo humano en un mundo que cambia a un ritmo vertiginoso. Hace unos meses, de hecho, Geoffrey Hinton —llamado el padrino de la inteligencia artificial y uno de los creadores del Chat GPT— decía que estamos en uno de los puntos de inflexión más importantes en décadas, no solo por el impacto que esta tecnología podría tener en la educación, el trabajo o la economía, entre otros ámbitos, sino también porque nos enfrenta a una interrogante incómoda: ¿puede existir una inteligencia sin moral y sin sentimientos?
Esta pregunta nos llevó a mirar de cerca uno de los elementos que determina con más fuerza nuestra condición humana: las emociones, esa energía interna que nos impulsa a actuar y que involucra, a la vez, cognición, afecto, evaluación, motivación y cuerpo, según la definición de la socióloga Eva Illouz. Hoy, en que las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias han demostrado “las profundas conexiones que existen entre la razón y la emoción, entre el procesamiento cognitivo y el afectivo” —como lo recuerda el académico Thomas Dixon en estas páginas—, y en que los afectos se han convertido en un aspecto esencial en ámbitos como la política y la economía, reflexionar sobre estos asuntos resulta urgente para entender quiénes somos.
“Nuestras vivencias emocionales se generan a partir de nuestro contacto e intercambio con el mundo. Desde esta óptica, la cultura estará siempre antecediéndonos, no solo otorgándonos marcos interpretativos, sino colaborando en la producción misma del sentir”. Así explica la académica argentina Ana Abramowski un punto central de este número: las emociones están moldeadas por la cultura y son indisociables de su contexto histórico y social. Así lo plantea también el filósofo Sergio Rojas, quien nos advierte que el neoliberalismo nos ha acostumbrado a convivir con la violencia y el odio de un modo nuevo y extraño, como si fuera una “expresión de la estatura natural del ser humano”.
Una mujer que ríe a carcajadas hoy no es juzgada de la misma forma que lo era en siglos anteriores, nos dice la historiadora Sabine Melchior-Bonnet, en parte porque la historia de las sensibilidades está marcada por las divisiones de género, pero también porque la percepción que tenemos de las emociones varía con los cambios culturales. La ilustración de portada, a cargo de Mathias Sielfeld, nos remite justamente a parte del repertorio emocional de nuestro tiempo: vemos a un hombre indignado frente a su teléfono, a un político que apela a sentimientos, a científicos que examinan esta suerte de galería de las emociones. Los afectos se racionalizan, se estudian y se mercantilizan quizás como nunca antes en la historia.
Hay, sin embargo, estereotipos emocionales que perduran: un hombre fuerte debe ser racional, frío y agresivo; mientras que de una mujer se espera sensibilidad, alegría y calidez. En este sentido, las artes nos tienden un espejo para observar las distintas nociones que han existido de sentimientos como el amor y el pudor, y que acá abordamos desde la música y la pintura. Tampoco quisimos dejar de lado un ámbito que desborda la cultura: sentir es, ante todo, una reacción corporal que involucra procesos químicos complejos que experimentamos todo el tiempo, que la gran mayoría de nosotros desconoce y que disciplinas como las neurociencias y la psiquiatría aún intentan comprender.
Vivimos en tiempos en que los populismos exacerban el miedo al Otro, en que los conflictos armados y la crisis climática nos sitúan ante la angustia de un futuro incierto. Nos hemos acostumbrado a conceptos como el malestar o los discursos de odio; y las discusiones acaloradas en redes sociales y en los medios han hecho, incluso, que se hable de una “nueva era de emocionalidad polarizada”, dice Thomas Dixon. Por lo mismo, es necesario renovar nuestros repertorios afectivos y apelar a emociones que nos permitan imaginar nuevos caminos, que nos ayuden a recomponer el tejido social y el sentido de comunidad. Que nos guíen —como dice Sergio Rojas— en la “tarea de reinventar nuestra forma de orientarnos en el mundo”.