Claridad conceptual

Los conceptos permiten distinguir entidades que comparten un conjunto de propiedades significativas. Consecuentemente, no se debe tomar con ligereza la expresión “claridad conceptual”. Omitirla conduce a disquisiciones infundadas y abre las puertas a que el simple oportunismo vaya configurando nuestro devenir.

Si de conceptos se trata, empecemos por preguntar ¿Qué es una universidad? ¿Qué es una universidad pública? ¿Qué rol le corresponde al Estado en educación superior? Parecería conveniente y necesaria una cierta claridad respecto a estas preguntas cuando se discute una legislación sobre educación superior. Sin esa claridad se maximizan los riesgos de un debate enredado y confuso. Pero también es cierto que esto último bien podría ser, precisamente, un objetivo deseable y buscado para algunos. Y que estos querrían las tinieblas conceptuales.

La universidad puede concebirse como una comunidad de maestros y discípulos destinada al cultivo del saber, interesada en la investigación e innovación, donde el estudiante pasa algunos años que recordará y valorará como los más decisivos para su formación intelectual y profesional. Alternativamente, podría concebirse como un modelo de negocio donde un joven obtiene un título profesional que le permitirá mejores remuneraciones en su vida, es decir, un rédito futuro que justificaría endeudarse e invertir en sí mismo, paradigma que, de paso, puede facilitar la transferencia masiva de recursos públicos al privado. Tasa de graduación, empleabilidad de egresados, retorno económico, son mediciones obvias para este segundo paradigma, las que, sin embargo, si resultan molestas pueden ser fácilmente ignoradas.

Otra cuestión conceptual se refiere a los roles del Estado en el sistema de educación superior. Son al menos dos, y muy distintos, por lo que deben ser claramente diferenciados y explicitados. Por una parte, el Estado regulador debe definir los requisitos mínimos que las instituciones de educación superior han de cumplir, a la vez que garantizar que los cumplan. Por otra parte, el Estado proveedor se hace responsable de entregar educación superior de calidad en un ambiente pluralista, inclusivo y laico, cumpliendo tareas de investigación y transmisión cultural pertinentes.

En Chile, el Estado no sólo no distingue esos dos roles, sino que trata a las universidades estatales con los mismos criterios que a las privadas, es decir, con un énfasis en su función de ente regulador y un desentendimiento de su función de ente proveedor. Curiosamente, esto que se acepta tan fácilmente para educación superior sería incomprensible en cualquier otro ámbito de lo público. Si un hospital no cumple con los estándares de calidad, ¿se entendería que la respuesta del Estado fuera castigar a los pacientes quitándoles la atención gratuita? Si un local comercial que vende alimentos no aprueba la inspección sanitaria, el Estado debe cerrarlo. ¿Sería esa la conducta a seguir con un ente estatal que provee alimentos a escuelas públicas? ¿O más bien el Estado debería tomar medidas para corregir inmediatamente la situación?

En el resto del mundo, declarar que las universidades públicas “no tienen dueño” se interpreta como que son de todos. En Chile, más bien como que no les pertenecen a nadie.

Una tercera cuestión tiene que ver con un concepto tan novedoso como execrable. Se trata de la idea de que las comunidades universitarias pretenden “capturar” para beneficio propio un bien que pertenece a todos. Acusación curiosa contra una comunidad que, incluso en lo más pragmático, financia ella la adquisición de bienes que pasan a ser propiedad del Estado. Esta desconfianza en las universidades se usa para justificar medidas de intervención gubernamental inéditas. Desde siempre, Chile y el mundo han sabido compatibilizar dos ideas esenciales para las universidades públicas: su sinergia con las políticas estratégicas del país y su autonomía.

Por último, las universidades estatales tienen un factor de especificidad que, aún siendo tautológico, aquí ha sido sistemáticamente ignorado: su necesidad de vincularse armónicamente entre sí y con el resto del Estado. Este espíritu de colaboración en torno a misiones y objetivos comunes es lo más importante que hoy debemos reconstruir.

El archivo como institución de la memoria

Por Emma de Ramón

Los documentos son un elemento clave en la construcción de la memoria personal, familiar, comunitaria, social, institucional y, desde luego, nacional. Me explico: cada vez que ocurre un cataclismo (tan común en estas tierras) escuchamos que uno de los mayores daños provocados a las personas y familias es la pérdida de sus documentos; desde la simple cédula de identidad, pasando por certificados de estudios, inscripción de sus propiedades, hasta cartas, fotografías y otros testimonios personales. Lo mismo ocurre en los diversos niveles de organización: no tener documentos equivale al olvido de la historia y su reemplazo por la “leyenda”, es decir, la pérdida de gran parte de lo que define nuestro desarrollo como personas, sociedad o nación.

Cada aspecto de nuestra vida (personal o institucional) observada en el tiempo, deja un rastro: si ese rastro se pierde, todo el devenir se borra y aquello que narramos se basa sólo en el recuerdo. Los documentos nos permiten traer al presente los actos o hechos del pasado: mientras los producimos, cuando tomamos una fotografía o un video o escribimos algo, ocurre la fijación de un evento que nos permite recordar, pero a la vez, demostrar que ese evento ocurrió. Por eso, cuando alguien concurre a un archivo a buscar, por ejemplo, la inscripción de un contrato de compra y venta suscrito en el pasado, lo que desea es demostrar que esa compra se realizó respecto de unos terrenos que, según señala el documento, tenían tales proporciones, tamaños y límites. Así, al archivo,  en este caso el Registro Conservatorio de Bienes Raíces, se le exigen ciertos estándares que permitan mantener ese testimonio o demostración en el tiempo: que los documentos se conserven bajo ciertas condiciones que aseguren su preservación, que tengan una organización que permita su recuperación por parte de quien consulta y, principalmente, que el documento sea lo que dice ser. Es decir, que corresponda al documento original.

El archivo es la institución que garantiza todos estos aspectos: la cadena de custodia es demostrable, se encuentra en un contexto, contiene las firmas y otras huellas que determinan su autenticidad (timbres, marcas de agua, barras de verificación, etc.). Todo ello nos permite demostrar que un acto, en el caso de nuestro ejemplo, comprar unos terrenos, se realizó y que los derechos sobre ese acto se encuentran vigentes. Naturalmente, como los espacios son reducidos y las instituciones producen unas cantidades de documentos mayores a sus capacidades de almacenamiento, los archivos establecen lo que se denomina “tablas de retención”; es decir, se determina previamente a la producción de los documentos, cuáles de ellos requieren permanecer en el tiempo y cuánto tiempo debe guardarse cada tipología documental. Ese ejercicio se realiza de acuerdo a ciertos reglamentos o procedimientos internos o regulados externamente: es posible que el Conservador de Bienes Raíces de nuestro ejemplo no guarde la documentación contable más de cinco años (de acuerdo a las instrucciones del Servicio de Impuestos Internos), pero, desde luego, no puede deshacerse de los registros conservatorios que son su razón de ser. Estos los guarda hasta que, según dicta la ley, los transfiere al Archivo Nacional, el organismo público que garantiza la continuidad permanente de la custodia.

Lo mismo ocurre respecto a los actos que realiza el Ejecutivo: todos los actos administrativos producidos por el Estado quedan guardados en los archivos de gestión de cada oficina. Por ejemplo, los decretos de nombramiento, los informes contratados por algún servicio, licitaciones y otros actos por medio de los cuales el Estado adquiere algún bien o servicio, las actas de las reuniones en las que se deciden acciones, en fin, los rastros de todas las funciones públicas ejercidas por los funcionarios van quedando guardadas de manera tal que el Estado pueda responder de sus actos y obligaciones, así como también reclamar algún derecho adquirido. Pasado un tiempo, los organismos públicos transfieren su documentación al Archivo Nacional o a los Archivos Regionales en su caso, según lo que establece el artículo 14 del DFL 5.200 (1929). Así se hizo durante mucho tiempo hasta que el 17 de enero de 1989, la Ley 18.771 vino a cambiar esa situación. En un artículo único, la Junta de Gobierno que en esos años ejercía la función Parlamentaria estableció que “la documentación del Ministerio de Defensa Nacional, las FFAA y de Orden y Seguridad Pública y los demás organismos dependientes de esa Secretaría de Estado o que se relacionen con el Supremo Gobierno por su intermedio, se archivará y eliminará conforme a lo que disponga la reglamentación ministerial e institucional respectiva”. Asimismo, resta al Conservador del Archivo Nacional la facultad de visitación o supervisión de esos archivos.

Esto ha permitido, entonces, la destrucción o negación de los documentos que, eventualmente, estos organismos vinculados a la represión política y social en los años ‘70 y ‘80, produjeron. Con ello, han borrado la huella que pudieron haber dejado en los documentos el Estado, las miles de víctimas de la dictadura cívico-militar y sus victimarios. De no derogarse esta Ley por el Parlamento –derogación que se ha intentado durante muchos años sin avances mayores, lo poco que queda de estos rastros terminarán por borrarse, si es que todavía sobrevive alguno.

La deuda de la salud dental en Chile

Según cifras recientes, en Chile el 62,5% de los niños de 12 años tiene caries y sólo el 1% de las personas de más de 64 años tiene todas sus piezas dentales. Para enfrentar este escenario crítico, hace cerca de una década el sistema público cambió su estrategia y pasó de un enfoque curativo a uno integral, que contempla los factores sociales que impactan en la salud dental. La Facultad de Odontología de la U. de Chile, que contribuye con el mayor número de especialistas a los hospitales y consultorios, se tomó el desafío en serio y hoy forma a profesionales capacitados para enfrentar el problema desde un enfoque comunitario y sintonizado con las vidas de las personas.

Por Jennifer Abate | Fotografías: Pexels, Felipe Poga y Facultad de Odontología

Desde su creación, hace 72 años, la Facultad de Odontología de la Universidad de Chile ha tenido una misión clara: contribuir a mejorar la salud oral de los chilenos. Pero la tarea no es fácil. En 2016, el “Estudio de preferencias sociales para definir las garantías explícitas en salud GES” reveló que 16,8% de los niños de dos años tienen caries, así como el 49,6% de los de cuatro, 70,4% de los de seis y 62,5% de los que alcanzan los 12 años. Y con el tiempo, la situación sólo empeora. Según el mismo reporte, sólo 1% de la población de más de 64 años tiene todos sus dientes.

Las explicaciones sobran: la salud dental en Chile es cara y no todas las personas tienen acceso a los tratamientos que necesitan. Para qué hablar de educación en torno a prevención de enfermedades bucales. Sin embargo, a juicio de Pilar Barahona, académica y Directora de Internado de la Facultad de Odontología de la Universidad de Chile, las cosas están cambiando. “El hecho de que se impusiera un enfoque biopsicosocial (combinación de factores biológicos, sicológicos y sociales para comprender a los pacientes) a nivel de los centros de salud familiar (Cesfam) ha hecho que las universidades vayamos sintonizando con las necesidades de salud del país. Sin miedo a equivocarme, podría decir que las cosas comenzaron a cambiar desde 2010”.

Desde ese momento la Facultad comenzó a hacer cambios importantes a fin de cumplir con su deber como la unidad que mayor número de profesionales aporta al sistema público de salud en este ámbito, según Barahona. La innovación de la malla curricular con la que se forman sus estudiantes cumplirá en 2018 cinco años, y gracias a ella los jóvenes han podido acercarse al nuevo enfoque comunitario con el que se están enfrentando las desalentadoras cifras de la salud dental en Chile.

Hoy, la Facultad puede decir con certeza que la salud oral tiene que ver mucho más con los contextos de las personas que con enfermedades puntuales y que sólo cuando se hacen intervenciones que consideren todos los factores se pueden tener buenos resultados.

La salud dental como marca de clase

¿De qué depende acceder al trabajo al que se aspira y, desde ahí, a una remuneración deseada? Para muchos esta respuesta está en factores estructurales, como el acceso equitativo a la educación y otros derechos. Sin embargo, para muchos chilenos la solución está en una cuestión tan básica como remediable: tener o no tener dientes. En Chile lo último depende de tener recursos económicos o no.

En un intento por evidenciar esta situación y aportar desde la U. de Chile a la democratización del acceso a la salud oral, la doctora y académica Iris Espinoza realizó la investigación “Inequidades en caries y pérdida dentaria en adultos de Chile 2007-2008”, que la hizo llegar a una cifra demoledora: en Chile, quienes tienen mayor educación poseen ocho dientes más en relación a quienes sólo han accedido a la educación básica.

Se trata de una realidad conocida, pero de alcances insospechados y altamente negativos en diferentes ámbitos de la vida de una persona. La “buena presencia” que suele ser exigible en las postulaciones laborales está directamente relacionada con tener dientes en buenas condiciones, es decir, una dentición ojalá completa, bien alineada y con dientes sanos o restaurados con materiales estéticos similares al color natural. De no tener una buena salud bucal, un potencial empleador suele estigmatizar a quienes buscan trabajo. Como destaca la doctora Iris Espinoza, “tener una buena salud bucal es una marca social y de clase. Un estudio de marketing en Estados Unidos describe que una persona sin dientes se considerará que pertenece a un nivel social bajo, podría ser poco sociable y no adecuada para la atención de público o para puestos de trabajo de mayor jerarquía. Por lo tanto, el hecho de tener o haber sufrido de enfermedades bucales genera una serie de aprensiones que determinan discriminación y limitación de las opciones laborales”. Estos mismos prejuicios, según la académica, son comunes en Chile y demuestran la importancia de la salud bucal más allá de la función de masticar los alimentos.

Según Espinoza, los dientes se pierden cuando las caries y enfermedades periodontales (de las encías) progresan a estados avanzados o irreparables, una situación que es mucho más frecuente cuando por falta de recursos económicos no se puede optar a un tratamiento restaurador con un odontólogo. La académica destaca que “al inicio de la odontología y durante gran parte del siglo XX, la principal solución frente a un dolor dental fue extraer los dientes o molares afectados en los servicios de urgencia. Una práctica que en nuestro país se mantenía debido a la limitación de recursos económicos, de personal e infraestructura para otorgar amplia atención dental a la mayor parte de la población y por la escasa oferta de horas en los servicios de atención primaria para realizar tratamientos restauradores en adultos. De este modo, la situación dental de los adultos
en Chile terminó siendo un reflejo de la pobreza en la población de adultos. Quien tuvo capacidad de pagar accedió a tratamientos preventivos y de restauraciones dentales”.

La investigación mencionada corresponde a la tesis del Doctorado en Salud Pública de Espinoza, que a su juicio realiza una contribución relevante, pues “avanzamos en demostrar que junto con la alta prevalencia de los problemas dentales existen profundas desigualdades sociales en pérdida dentaria y en el acceso a tratamiento odontológico en adultos en Chile. Además, por primera vez incorporamos la valoración de la influencia del contexto territorial desde una perspectiva de determinantes sociales de la salud, considerando el nivel socioeconómico regional medido con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) y la presencia de flúor en el agua potable, que corresponde a la principal medida preventiva de caries en salud pública en la explicación del nivel de salud bucal de los adultos. Los resultados de medición de estas inequidades permitirán tener un parámetro para evaluar en el futuro el efecto de los programas y políticas públicas”.

La clave: prevención y trabajo comunitario

La directora de la Escuela de Pregrado de la Facultad de Odontología, Nora Silva, señala que para superar el enfoque curativo, que opera cuando las personas ya tienen sus piezas dentales dañadas, esta unidad está enfocada actualmente en la prevención de los problemas asociados a una mala salud dental y en la promoción de hábitos saludables. “Nosotros hoy estamos apuntando a eso. Si bien es cierto que lo curativo, que tiene que ver con el tratamiento de los problemas, vas a tener que hacerlo siempre, porque hay población con daño y ese porcentaje seguirá, con los niños podemos prevenir y promover y esperamos, con esa estrategia, tener al cabo de unos años una población con una mejor salud oral. Esto lo hacemos a través de convenios con instituciones estrictamente públicas, donde más nos necesitan, que son hospitales y consultorios urbanos y rurales”.

Es precisamente la línea de acción que ha impulsado el decano de la Facultad de Odontología, Jorge Gamonal, quien señala que estamos en un momento crucial: “La caries y las enfermedades periodontales en la actualidad son consideradas una enfermedad crónica no transmisible, como la enfermedad cardiovascular, diabetes, cáncer y enfermedades respiratorias crónicas, debido a que comparten los determinantes sociales y los factores de riesgo de éstas, que a su vez son las responsables de alrededor de dos tercios de las muertes en el mundo. Lamentablemente, en Chile la población muestra un alto daño dental, que se manifiesta en que, en promedio, son 16 los dientes perdidos en el grupo etario entre 65 y 74 años, con una cantidad de desdentados totales que bordea el 25% de la población”.

Intentando dar con estrategias para contribuir a disminuir estas alarmantes cifras, hace años que la Facultad de Odontología llegó a la conclusión de que los tratamientos no bastan y que hay que atacar, como plantea el estudio de la profesora Espinoza, las condiciones que llevan a una mala salud oral e intervenir desde ahí. Una de ellas es la falta de conocimiento sobre la relevancia de estos temas, que la Universidad de Chile está empeñada en desterrar a partir de actividades comunitarias de alto impacto.

Así lo explica el decano Gamonal, quien señala: “debido al daño dental existente en la población chilena hemos incorporado en nuestro accionar diversos programas de extensión-vinculación con el medio, con una fuerte impronta en la responsabilidad social y pública, tendientes a mejorar la calidad de vida de la población chilena, de tal forma que hemos desarrollado programas con estudiantes, académicos y funcionarios en nuestra comunidad dirigidos a disminuir el daño y mejorar la calidad de vida de los chilenos”.

El ejemplo más insigne es la Fiesta del Cepillo de Dientes, que se realizó por primera vez en 1917 y que este año celebró en la Casa Central sus 100 años con una presentación de 31 Minutos. La iniciativa de extensión, que vincula a los niños con el uso del cepillo y el cuidado de sus dientes, está dirigida a mejorar los indicadores de salud bucal con el fin de disminuir el daño provocado por las caries y el mal cuidado de los dientes, sobre todo en los sectores más vulnerables del país, donde la salud dental de los niños se deteriora entre los 2 y los 4 años, edad en la que empieza un camino de enfermedades bucales que sólo aumentan a medida que pasan los años.

La encargada actual de esta y otras iniciativas que forman parte del proyecto de odontología social y comunitaria, la académica y Directora de Extensión de la Facultad de Odontología, Marta Gajardo, dice que “en las conversaciones con los profesores de los colegios te das cuenta del impacto, porque los niños a los que llegamos con esta actividad comienzan a utilizar más sus cepillos de dientes y les enseñan a sus hermanitos. El impacto que tiene en los niños y  en toda la comunidad educativa siempre es significativo, pues parte del recuerdo de una actividad recreativa que asocian con una conducta saludable”.

Andrés Celis, académico vinculado a la Dirección de Extensión de la Facultad, es enfático en señalar que lo importante no es la fiesta en sí, sino “que viene a ser la etapa final de un proceso que dura todo el año, prácticamente, pues a quienes invitamos a la fiesta es a las escuelas básicas y jardines infantiles que tenemos en el proyecto”.

Y el resultado ha sido evidente. Según Celis, “a los niños que fueron a la Fiesta del Cepillo de Dientes en cuarto básico, en 2011, el año pasado los dimos de alta en octavo básico y todos se fueron del colegio sin actividad de caries.  Esto prueba algo simple: nosotros no hacemos esto porque sea algo choro, sino porque es la única forma de tener impacto. Si no se trabaja con la comunidad, no hay impacto. Nosotros les decimos a los estudiantes que esto no es una opción, esto es la odontología ahora, este es el estado del arte actual de nuestra profesión”.

El sello de la Universidad de Chile

A juicio del decano Jorge Gamonal, los estudiantes de la Facultad de Odontología tienen un sello que los distingue. “Hemos intentado dar un sello a nuestros egresados, que tiene que ver con la misión y visión de la Universidad de Chile, al cual hemos agregado las características del perfil de profesional que deseamos formar y entregar a la sociedad. Nuestros esfuerzos van dirigidos a tener un profesional donde destaque el espíritu de hacer, que debe aparecer en el desarrollo del ejercicio profesional sobre todo en los momentos de adversidad, ya sea en el sector privado como el sector público; ya sea como dentista general de zona o como un colega que se queda en Santiago o en regiones en el ejercicio privado de la profesión; y que sean capaces de desarrollar todas sus capacidades de trabajar no sólo por sus derechos sino también cumpliendo con sus deberes; que la movilización por una causa y aunque aquella sea una muy buena causa, esta no los inmovilice; que las propuestas sindicales o gremiales que levanten no afecten al paciente más desposeído-vulnerable, pues de seguro somos para el paciente con problemas odontológicos la única posibilidad de resolución de sus problemas”.

Dificultades de inclusión laboral de becarios: El difícil camino de los doctores en Chile

Para el 2020 se estima que se graduarán más de mil estudiantes de doctorado al año en Chile. Muchos de ellos han estudiado en el extranjero y otros en Chile gracias al apoyo del programa Becas Chile. Sin embargo, hay una cláusula clara en el contrato: deben retribuir al país lo invertido en ellos trabajando en instituciones chilenas durante varios años para aportar en investigación e innovación. El problema es dónde.

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Ioan Grillo: “En México hay un conflicto armado, pero no es una guerra civil tradicional”

El periodista británico lleva una década investigando e informando sobre el tráfico de drogas y el crimen organizado. Es autor de dos best sellers, El Narco: en el corazón de la insurgencia criminal mexicana y Caudillos del Crimen. De la Guerra Fría a las narcoguerras, investigaciones rigurosas en las que Grillo construye un relato con cifras, personajes y escenas –como el descubrimiento de una narcofosa, una tumba del narcotráfico en el estado de Guerrero, México- de la guerra criminal que asola actualmente a los países de Centro y Latinoamérica.

Por Ana Rodríguez | Fotografías: Gentileza de Ioan Grillo

Ioan Grillo (1973) llegó a vivir a México a fines del 2000. Su intención era estar un par de años, pero ya suma 17. Cuando arribó, un día antes que Vicente Fox tomara el poder, Grillo tenía una idea un poco romántica sobre las disputas entre izquierda y derecha y las guerras civiles de Centroamérica en los ochenta. Pero en esa época la realidad era que la guerrilla de izquierda estaba muy disminuida y el rumbo en general iba hacia la democracia.

El choque con el tema del narcotráfico vino después, cuando Grillo empezó a ver el problema de las drogas muy cerca suyo; la cocaína y “piedras” moviéndose en las calles cercanas. En el periódico The News, que publica en inglés en México, comenzó a especializarse en crimen y narcotráfico. Años después escribió para The Houston Chronicles, de Texas, y para la agencia AP, además de medios como Time Magazine, entre otros. A casi diez años de la llegada de Grillo a México, el problema de las drogas estaba adquiriendo otras dimensiones.

-De repente no era una historia o una nota policiaca, sino una cuestión de seguridad nacional. No sólo de seguridad pública. También un problema de derechos humanos, con miles de refugiados, con fosas con más de doscientos cadáveres. Y ahí perdió esta cuestión romántica para volverse una cuestión terrorífica, de mucho horror y dolor de la gente- dice.

En tu primer libro El Narco hablaste de México, pero en el segundo, Caudillos del Crimen, cruzaste la frontera y abarcaste el resto de la región, con países como Jamaica y Brasil. ¿Cómo operan los cárteles en el resto de los países?

-El narcotráfico y el crimen organizado son dos cosas conectadas pero que son distintas. En México, cuando hablan de “el narco” hablan en general del crimen organizado. Mucho de lo que hacen no tiene que ver con las drogas. Están robando petróleo, extorsionando, secuestrando. Si hablamos del narcotráfico y el crimen organizado en América Latina encuentras diferencias en cada país, pero también cosas en común importantes. Cuando comparo en el libro un cártel en México, que son los Caballeros Templarios, una pandilla en Centroamérica, una en Jamaica, y el Comando Vermelho en Brasil, encuentras cosas en común: todos tienen un uso de violencia muy fuerte, basado en un reclutamiento masivo de jóvenes de zonas pobres que son pagados y entrenados y siguen órdenes para matar. También todos tienen un control del territorio y tienen – en México les dicen “halcones”- personas que vigilan quién entra y quién sale. Es un control territorial relativo, en que el Estado sigue entrando en estas zonas, pero con problemas. Otra cosa interesante es la forma en que los grupos tienen un sistema de justicia alterna. Si alguien en el territorio por ejemplo viola a una mujer y no tiene permiso, muchas veces ellos tienen sus juicios y castigos alternos. Lo ves en Jamaica, México, Centroamérica, Brasil. También hay diferencias muy grandes. En México los cárteles ganan miles de millones de dólares traficando la droga hasta Estados Unidos. Los MS13 en Centroamérica tienen recursos bajos, principalmente de extorsión, de negocios chicos. En Brasil tienen sus recursos principalmente de la venta de cocaína y marihuana a nivel local.

Chile es un país que tradicionalmente parecía estar fuera de este panorama. Siempre se cree que estamos un poco marginados de los problemas latinoamericanos y de a poco nos damos cuenta de que sí hay corrupción y sí también tenemos narcotráfico. Hace poco tiempo salió en la televisión chilena un reportaje que hablaba de cómo un gobierno comunal estaba corrupto por el narcotráfico. Era algo sabido. ¿Cuáles crees tú que son las primeras señales de que el narco está entrando en un sistema?

-Cuando estaba reporteando América Latina, buscaba pará- metros un poco más claros para entender este fenómeno; cuándo llega esa narcoguerra a México, cuando se pasa un cierto nivel de homicidios; cuando llegas a Honduras y tienes más de 50 homicidios por 100 mil habitantes; o por los tipos de violencia, cuando empiezan a usar, por ejemplo, lanzacohetes, cuando empiezan a tener 50 personas peleando en un momento, masacres con 25 víctimas. Es muy difícil y no hay académicos tampoco que hayan puesto parámetros muy claros para entenderlo. Es el problema con estos conflictos, que no son como las guerras tradicionales. Pero yo creo que podemos ver etapas y niveles. En América Latina y el Caribe encuentras unos diez países que tienen una situación crítica con crimen organizado o narcotráfico. Y luego encuentras otros países que no tienen un nivel crítico pero sí tienen rasgos de eso. Por ejemplo Ecuador o Perú. Que sí encuentro narcotraficantes, sicarios pagados, pandillas grandes, policías corruptas, pero no tiene el nivel crítico como lo tienen partes de México u otros lugares. En México los sicarios llegan a un nivel que puede ser 500 sicarios enfrentando a 2000 policías federales. Que pueden tener un lanzacohetes, que pueden tumbar un helicóptero militar. Si llegan al nivel en que pueden tener más de 250 víctimas en una fosa, sabes que es una tendencia muy peligrosa. Y si empieza a haber en un país sicarios armados, equipados, creciendo, tienes que atender, dar atención. Es mucho más difícil en México, o en lugares donde ya la situación es crítica, resolverlo, que cuando ya está la situación creciendo. No conozco la situación de Chile profundamente, pero cuando el tema está creciendo es cuando sí hay chance todavía de responder a este fenómeno y evitar que llegue al nivel de otros países.

Decías que el control territorial en muchas ciudades de Latinoamérica todavía está en manos del Estado, que todavía podía entrar a ciertos territorios. ¿Qué pasa cuando los gobiernos locales, -hablando del caso chileno- podrían estar corruptos?

-El control territorial del narco es relativo, o el control del Estado es relativo. El narcotráfico es muy diferente a cómo opera una guerrilla como el Estado Islámico o con el Che Guevara en América Latina, que empieza a tomar territorio en el campo y van ampliando mientras ellos controlan y no dejan entrar al Estado. Es más como una guerrilla urbana que se esconde en las casas y a veces ataca y a veces se esconde. Quiere tener el monopolio del narcotráfico, de las extorsiones, los secuestros. Luego ofrecen un sistema alterno de justicia, que normalmente es monopolio del Estado. También tienen las policías locales corruptas y controladas por ellos. Pasa muchas veces, sobre todo en México, que las policías locales empiezan a ser sicarios trabajando para ellos. Luego los alcaldes. Otra cosa que a ellos no les importa es, por ejemplo, brindar educación en las escuelas. No tienen una visión ideológica, como el Estado Islámico; ellos dejan que las escuelas trabajen y a veces cobran a los maestros. Dejan que el Estado venga a quitar la basura, dejan que cobren la luz. Al ejército o las fuerzas federales de México los dejan entrar y se esconden. Y cuando se van, vuelven a la calle. Entonces es un control relativo. Es una amenaza muy fuerte al Estado, que no controla cuándo los grupos operan.

La tesis de tu primer libro, el narco, fue que en México hay una insurgencia criminal.

-Usé la cuestión de la insurgencia para decir que esto es mucho más que crimen, que lo que estás viendo en México es más un conflicto armado, al nivel que parece muchas veces una insurgencia, y la forma en que los grupos operan se puede comparar con insurgentes. Aunque también hay muchas diferencias. Su táctica es muy parecida a una insurgencia o guerrilla tradicional, atacando, emboscando, pero su estrategia es diferente: no buscan tener poder en la presidencia y controlar el país, sino defender sus intereses criminales. Y otra diferencia fuerte es que no tienen ideología marxista, nacionalista, religiosa. A veces tienen pseudoideologías, como los Caballeros Templarios, el Comando Vermelho en Brasil, que mezcla cuestiones como que están peleando por los pobres. Tienen códigos, símbolos, una cultura. Yo creo que en México es un poco sensible una comparación con insurgentes porque aquí son los héroes nacionales, los que pelearon contra España. En México en los últimos diez años la violencia está muy alta y tristemente no ha habido una estrategia buena del gobierno para vencer eso. Mi primer libro El Narco apareció el 2011, que fue en aquel tiempo el año más violento. Hoy podría decirse que el 2017 fue incluso más violento que todo el 2011. El gobierno federal no quiere hablar de conflicto armado en México porque es muy sensible para su imagen internacional, para el tema de la inversión, del turismo y también cuestiones legales. Yo pienso que sí hay un conflicto armado en México, lo que pasa es que no es como una guerra civil tradicional.

¿Crees que este conflicto armado permanente puede desembocar en una crisis humanitaria?

-Pues sí, ya ha sido en partes de México una crisis humanitaria. No sabemos bien el número de muertos por parte del narcotráfico. En diez años se habla de más de cien mil homicidios, más de 30 mil desaparecidos. Miles de personas que han huido de sus casas, cambiado de residencia o ido a Estados Unidos. Podemos hablar de un desastre humanitario en estas zonas. Hubo mucho miedo el 2011, cuando publiqué el primer libro, vimos una escalada de violencia muy fuerte que iba a llegar a una crisis más profunda todavía, que podría ser desestabilizadora del país. Y no llegó a eso. Fue una zona en particular, lo vemos en Michoacán, en algunas partes, pero no se convirtió en una cuestión general. Pero sí ha sido un conflicto endémico, que crece año a año, que no tiene un fin claro ni objetivos claros, en que sigue habiendo más sicarios, combatientes, más Estado reprimiendo, más negocios y se sigue peleando.

Estructura y narcocultura

En Caudillos del crimen explicas que buscas las causas estructurales, políticas, económicas, que llevan al narco a prosperar. ¿Con qué te has encontrado, cómo te vas explicando el fenómeno del narco en Latinoamérica?

– América Latina es la zona en el mundo donde más droga se produce de forma ilegal. Tiene casi el monopolio de cocaína, también un gran porcentaje de heroína, metanfetamina, marihuana. Y tiene el mercado más grande que es Estados Unidos, más Canadá y Brasil, que es el segundo país en consumo de cocaína después de EEUU. La ONU piensa que son más de 30 mil millones de dólares que cada año genera el narco en México. Si lo ves en diez años, son 300 mil millones de dólares; en treinta años son casi un trillón. Hay muchos países con desigualdad y pobreza, pero es también muy fuerte en América Latina y lo ves en la historia de zonas pobres, como en Brasil las favelas, muy emblemáticas de eso. Muchos de estos lugares hoy en día ya no son como antes, un paso para buscar algo mejor. Hay mucha gente que nace ahí, sus papás y sus abuelos nacen ahí, y el futuro que ven para ellos es ahí mismo, donde además hay grupos muy fuertes. Por último están los sistemas de justicia, que en la mayoría de los países son disfuncionales. No está funcionando en México, Brasil, El Salvador, ni Honduras.

También son países que se han neoliberalizado desde los ‘80 a la fecha. Se le da quizás más valor al dinero fácil o se mitifican figuras de narcotraficantes, como grandes rockstars, tal como hablas en tu libro, versus figuras más tradicionales latinoamericanas, de los revolucionarios que lucharon por justicia.

-Sí, yo creo que eso es un factor. En mis libros intento darle peso a la cultura como un factor que explica, pues lo veo muy interesante. Llama la atención el tema de las telenovelas, cuántas son de narcos. El patrón del mal, La reina del sur, El señor de los cielos. En México, a las horas más populares, cada canal tiene algo del narcotráfico. En el tiempo de Calderón intentaron hacer una novela sobre policías, meter el género de las policías, pagando y todo, que se llamaba El Equipo, que no tuvo éxito. Para mí es interesante la figura del Che Guevara y del Chapo Guzmán. Los dos son “Ch-Gu”. El Chapo se ha convertido en una figura reconocida a nivel mundial. En Estados Unidos la cantidad de gente que conoce quién es Guzmán es impresionante. En México, si le preguntas a un niño de ocho años quién es Chapo Guzmán, va a saber. Si preguntas quién es Che Guevara, no lo van a saber. Digo esto como figuras tan diferentes en todos aspectos: Chapo Guzmán, que viene de la pobreza y llega a la riqueza, es visto como un antihéroe.

¿Cómo definirías la narcocultura?

-Narcocultura es la cultura que usa el ambiente del narcotráfico. Pero también se convierte en una subcultura vendible, que otras personas que no están en esto les gusta y quieren imitarla. En México esto sucede sobre todo en Sinaloa, que tiene una narcocultura más clara, porque el narcotráfico lleva cien años ahí. Está definido por la música de los narcocorridos, todo un género en que muchas veces los narcotraficantes pagan a los músicos para hacer canciones sobre ellos. Y esta cultura también se ve en la ropa que usan, que combina cosas de vaquero más tradicional con lo moderno. Las mujeres, a quienes muchas veces quieren pagarles sus cirugías plásticas; ropa que las muestra impresionantes, así ellos se sienten más “chingones”. Hay mujeres que también son jefas y sicarias; hay otras que ven positivo ser la novia del traficante o la esposa. Es un camino de riqueza y poder. También las casas son ostentosas. Toda la narcocultura es ser ostentoso, rebelde al mismo tiempo. Una cosa que me llama la atención: estaba viendo la colección de armas de un narcotraficante, que tienen armas con diamantes y varias cosas. Y tenía un arma que tenía una imagen de Pancho Villa, otro que tenía la imagen de Versace. Entonces al mismo tiempo les gusta identificarse como un rebelde, contra el sistema, y con un ícono de la moda y la riqueza. Es una cosa rara que se expresa muchas veces en la narcocultura.

Este problema, que ya es estructural, ¿se puede combatir? ¿Sirven las políticas públicas a estas alturas, cuando ya está el poder corrupto? ¿Es un camino la legalización de las drogas?

-Lo dijiste en la pregunta, es uno de los retos más fuertes. Uno quiere que el sistema político resuelva eso, pero cómo puede resolverlo, si el sistema está corrupto. Si hablamos de soluciones, yo lo veo en tres áreas. Una es la reforma de la política de la droga. Hace diez años muchas personas dijeron que era imposible hablar de legalizar la marihuana. Y ya está legalizada en varios estados de Estados Unidos y otros países como Uruguay. No necesariamente legalizarlo todo. Hay que legalizar una parte e intentar reducir el mercado negro, para que el narcotráfico en su conjunto sea menos rentable de lo que es ahora. Segundo, qué políticas públicas realmente pueden ayudar al problema de la pobreza y los marginalizados. Y tercero es cómo hacer un sistema de justicia que funcione. Es difícil cuando el mismo Estado es corrupto, pero tiene que tener una presión ciudadana de buscar sistemas de justicia que funcionen. En México la sociedad civil es fuerte en algunos lugares. Tenemos que criticar pero además proponer.

Maisa Rojas, directora del Núcleo Científico Milenio: “Las desigualdades sociales exacerban los impactos del cambio climático”

Licenciada en geofísica, doctora en Física de la Atmósfera de la Universidad de Oxford, la académica del departamento de Geofísica de la U. de Chile e investigadora en (CR)2 está dedicada a comprender la evolución y la dinámica del clima en el hemisferio sur, aunque su reflexión –que pone en valor la importancia de la interdisciplinariedad llega hasta puntos más profundos, que involucran una mirada novedosa sobre el necesario cambio de mentalidad actual. Una transformación para la que, según explica, se hace necesario abandonar la construcción y concepción masculina del planeta.

Por Ximena Póo | Fotografías: Felipe Poga

Un mapa gigante, donde los continentes se mueven en un fondo azul profundo, cuelga de una de las paredes del Departamento de Geofísica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Está invertido. América del Sur, África y Oceanía están arriba. En otra esquina figura un pequeño estante donde se ubican prolijamente algunos instrumentos para recoger datos que den pistas sobre el clima y sus transformaciones. Una sala de reuniones se emplaza en el centro, rodeada de fórmulas dibujadas en las paredes vidriadas. En la oficina la vida se resuelve entre pantallas, papeles en las paredes, fotografías que recuerdan viajes a terreno, cascos de bicicletas, libros y revistas especializadas.

En medio de todo, con vista a la calle Blanco Encalada, trabaja Maisa Rojas. “Estamos en medio de un cambio de paradigma”, dice mientras pensamos cómo en pocos años la Universidad de Chile ha ido comprendiendo que el trabajo colaborativo e interdisciplinario debe estar en el centro del quehacer académico. “Estamos llegando a un punto de inflexión respecto de cómo se ha desarrollado la ciencia en los últimos 500 años”, afirma. La tendencia es mundial. Y aquí no se puede ser menos.

Hacer ciencia mientras se intenta que la Tierra siga siendo habitable cuando, comenta, “uno de los forzantes más notorios de la situación actual es el aumento de la población. Un mundo con siete billones de habitantes es muy distinto a uno con nueve billones. Yo creo que hay planeta para todos los que somos, pero sí tiene que haber un cambio”.

Maisa Rojas es profesora asociada en el Departamento de Geofísica. “Mi formación académica incluye una licenciatura en Física en la Universidad de Chile y un doctorado en Física de la Atmósfera de la Universidad de Oxford, con tesis sobre la dinámica de la atmósfera media. Luego me especialicé en la modelización del clima regional como investigadora postdoctoral en el “International Research Institute for Climate and Society” (IRI, University of Columbia, USA). A lo largo de mi carrera he desarrollado dos áreas de investigación principales: paleoclima y de cambio climático regional. Las herramientas de análisis común son los modelos climáticos numéricos”.

Su investigación paleoclimática está centrada en la comprensión de la evolución y la dinámica del sistema climático en el hemisferio sur durante los últimos 25.000 años. Se trata de una indagación alojada en el Núcleo Científico Milenio “Paleoclima del Hemisferio Sur”, que dirige. “La otra área de investigación que he desarrollado es modelamiento regional de cambio climático, incluyendo la evaluación de sus impactos en diferentes sectores de la sociedad, en particular en la agricultura y los recursos hídricos. Este tema desarrollo como investigadora asociada en el Centro para el Clima y la Resiliencia (CR)2. A través de mi carrera científica he podido desarrollar mi interés por el trabajo interdisciplinario, fundamental para abordar la problemática de cambio climático. Participé en el consejo presidencial sobre cambio climático y agricultura. También fui autora principal del capítulo de Paleoclima para el quinto informe del IPCC”.

Hasta ahí una historia larga reducida a unos pocos párrafos que no alcanzan a dar cuenta de toda la densidad y valor que tienen sus investigaciones y su mirada respecto de cómo hacer ciencia hoy, cuando la crisis mundial respecto del desarrollo es total y definitiva. Debemos parar para analizar y detener el daño en medio de esta nueva era, el Androceno, que distingue la incidencia de la actividad humana en el sistema Tierra y que, si siguen los patrones masculinos (depredación, extracción, conquista, competencia), nos llevará a fases más críticas donde el cambio climático es decidor.

“Soy una convencida de que el rol de la mujer va a ser fundamental para resolver todos los problemas que tenemos en el planeta; lo vemos a nivel de ciencia, de pensar en grupos interdisciplinarios para tratar problemas complejos. El cambio climático es el último síntoma de toda una sociedad que está en crisis. Es el resultado de una construcción masculina del planeta y su desarrollo; esta crisis no es ambiental, es de desarrollo”, afirma convencida también de que “si queremos ser una facultad fantástica del siglo XXI tenemos que ponernos a la punta en la inserción de mujeres y de hacer ciencia desde una forma menos masculina de ver la vida”.

Paradigma

El Núcleo Científico Milenio Paleoclima del Hemisferio Sur es financiado por el Programa lniciativa Científica Milenio (ICM) del Ministerio de Economía, adjudicado mediante concurso público en diciembre de 2013. Su objetivo es “estudiar cómo ha evolucionado el clima durante los últimos 25.000 años en el hemisferio sur. Entender la evolución y dinámica del planeta durante este periodo es necesario para poder poner en el contexto correcto el periodo actual de cambio climático”. Sus principales lugares de estudio han sido la Patagonia chilena y el océano adyacente, zonas estratégicas para este tipo de estudios, ya que constituye la única masa continental de este hemisferio que cruza una extensión en latitud tan extensa (desde los subtrópicos hasta latitudes subpolares). El equipo está compuesto por un grupo interdisciplinario de investigadores e investigadoras de la Universidad de Chile, la Universidad de Magallanes y la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Rojas trabajaba en la evolución pasada del clima cuando comenzó a formar el grupo que dio origen al Núcleo, del que es su directora. Hoy se dedica especialmente a analizar cómo las actividades del ser humano inciden en el clima y sus cambios: polución, acumulación, industrialización y el uso de combustibles fósiles, y muchos otros factores están en la base de un modelo en crisis terminal. “Me pareció alucinante la creatividad que existe para interrogar la naturaleza y cómo el clima influye en muchos aspectos del planeta. Y así fue mi primer acercamiento al paleoclima. Y ha sido bastante enriquecedor, en el sentido de que yo especialmente he aprendido mucho de otras disciplinas. Para estudiar el clima uno tiene que entender y saber de muchas subdisciplinas de las ciencias de la Tierra, porque finalmente el clima es el producto de la interacción entre la atmósfera, los océanos, la biosfera, la criosfera y la litosfera incluso. Son áreas que tradicionalmente las estudian los glaciólogos, la geología, la oceanografía, la ciencia atmosférica y otras. Se requiere, entonces, de todas estas disciplinas, porque de otra manera no se logra entender”, advierte.

El cambio de era está dado por esas formas de abordaje y también porque la ciencia está dilucidando si ya finalizó el periodo Holoceno (época post-glaciación hasta ahora) y hoy estamos entrando a la era del Antropoceno, donde “el ser humano ha producido una perturbación significativa en el sistema climático, de manera que ese impacto se vaya a ver en una de las capas de la Tierra. En un millón de años más, un geólogo o geóloga va a ver una capa y dirá ‘mira, aquí comienza la intervención humana’. Un indicador es el plástico y otro es la bomba atómica”, sostiene.

“Ha sido enriquecedor darme cuenta de la complejidad del Sistema Tierra; de cómo estas interacciones son muchísimas, inesperadas a veces, bastante inexploradas algunas, y que son tan fundamentales para, en último caso, explicar la vida en el planeta. Son esas preguntas fundamentales sobre de dónde viene la vida. Darse cuenta de que es un sistema complejo y que requiere de todos esos ingredientes y engranajes, para mí ha sido lo más revelador”. Así Maisa Rojas va delimitando sus preocupaciones y asegura que los análisis respecto del clima (aumento de la temperatura y mayor frecuencia de anomalías, sequías, inundaciones, desprendimiento de glaciares, entre otros) plantean que se hace urgente “entender que el crecimiento y el consumo no pueden ser infinitos; no se puede seguir pensando que el planeta es infinito”. El rol de científicas como ella es “traducir el conocimiento sobre este sistema físico para que nos demos cuenta de que tenemos que cambiar cosas fundamentales de nuestra manera de vivir”.

Límites planetarios

El avance tecnológico vertiginoso y esa visión de un mundo infinito de recursos naturales “que están aquí para que los podamos aprovechar, finalmente nos ha llevado al cambio climático, que es un síntoma de que algo estamos haciendo mal. Todo se transforma y, por lo mismo, debemos saber que nada se crea y se destruye. Ese es el paradigma al que tenemos que volver para resolver la crisis del cambio climático”, reflexiona al tiempo que sostiene que esta crisis es “una gran oportunidad para construir un desarrollo que sea sostenible y que nos va a permitir una mejor relación con el medioambiente y entre nosotros mismos”.

La Revolución Industrial -y el posterior desarrollo tecnológico y científico- ha generado progresos, pero también “sociedades desiguales, con mucha contaminación ambiental, con sesgos importantes; no ha solucionado los problemas de pobreza, guerras, migraciones forzadas. No hemos logrado avanzar y hemos llegado a un punto en el que la cosa se está poniendo seria. Hemos llegado a límites planetarios”, dice.

En cuento al clima, explica, “hay algunas regiones a las que llamamos hot spots, puntos en que, por ejemplo, las emergencias del cambio climático van a ocurrir antes. Identificar esas zonas no quiere decir que en otras no está ocurriendo nada. Aquí es importante distinguir impactos que son climáticos, como la sequía, pero el impacto que va a tener sobre distintas sociedades va a depender de la resiliencia de esa sociedad o comunidad y, por lo tanto, de las vulnerabilidades. Las desigualdades sociales exacerban los impactos del cambio climático y es por eso que, incluso, dentro de una misma ciudad el impacto de una ola de calor no es el mismo para quien vive en una comuna pobre sin acceso a aire acondicionado o sin áreas verdes; el cambio climático es exacerbado por relaciones de desigualdad social”.

Sobre todo lo anterior pesa el poder geopolítico, en el sentido de que “la era de los combustibles fósiles estuvo determinada por un poder internacional. En cambio, todos los países tienen alguna energía renovable a la que acudir. Esto es potencial y debe hacerse bien. Por ejemplo, en Chile la energía solar debe ser apoyada, pero hay que decir que los grandes proyectos solares son de conglomerados económicos importantes, y hay que observar que eso se debe a barreras de financiamiento. Hay lugares en Chile sin energía eléctrica y que podrían ser autónomos, donde en cada casa y en cada comunidad se aplique el modelo solar”.

Como país debemos, afirma convencida, apostar por la independencia energética y el cambio urgente de las matrices que sostienen la energía. Reconoce que se ha avanzado, sobre todo en aceptar acuerdos internacionales (París es uno, sobre reducción de gases de efecto invernadero) que requieren ser honrados (no actuar como Estados Unidos) y en considerar investigaciones científicas para producir transformaciones. Pero falta: aún Chile invierte menos del 0,5% de su PIB en I+D, muy por debajo del resto de los países de la OCDE.

Maisa Rojas mira sus datos. La megasequía que nos afecta en Chile se agravará si no se actúa rápido, cuando un grado de aumento de la temperatura global es un hecho. “Chile tiene mucho potencial, pero se tiene que tomar en serio lo que pasa. Los países ricos son ricos porque en algún momento decidieron invertir en ciencia, tecnología e innovación”, enfatiza mientras pensamos por un segundo en que el consumismo – centro del modelo- debe ser derribado por las 3R (reducir, reutilizar y reciclar). Tres palabras que nos hacen mirar de nuevo el mapa, el mapa al revés al que deberíamos ubicar en el centro del nuevo modelo.

Un llamado de atención del INDH

A mediados de diciembre último, en una ceremonia encabezada por la Presidenta de la República y representantes de otros poderes del Estado, y en la que participó como maestra de ceremonia la protagonista de la película “Una mujer fantástica”, Daniela Vega, el Instituto Nacional de Derechos Humanos hizo entrega de su VIII Informe Anual, que contiene tanto el balance como las recomendaciones que deben ser abordadas por el conjunto de las autoridades públicas.

Entre los aspectos negativos que destaca este informe que contiene los avances y retrocesos están las manifestaciones de discriminación hacia las mujeres, la niñez trans e intersex, los pueblos originarios e inmigrantes, las condiciones de las personas internadas en unidades siquiátricas de larga estadía, la situación de las y los adolescentes que están en los centros de protección directa del Estado, el resguardo de la biodiversidad y el cambio climático, la justicia transicional y las políticas de reparaciones a las víctimas de la dictadura.

Uno de los elementos que acompañaron este trabajo fue el llamado de atención que develó la encuesta elaborada por el INDH, que pone el acento en materia de migración y racismo, con datos que demandan políticas que deben ser asumidas con urgencia. Por ejemplo se apunta a que, si bien un 71,3% se muestra de acuerdo con la afirmación de que “con la llegada de inmigrantes a Chile hay mayor mezcla de razas”, el 68,2 % responde afirmativamente ante la pregunta de si está  de acuerdo con medidas que limiten el ingreso de los inmigrantes al país, lo que para el organismo de derechos humanos “resulta preocupante porque constituye un derecho esencial que las personas puedan moverse libremente y establecerse en lugares diferentes a su país de origen”.

En esta línea, la encuesta de percepción sobre los migrantes realizada a 2.047 chilenos mayores de 14 años , hombres y mujeres de todas las regiones del país, aporta otros datos alarmantes, como que un 76 % de la población ha sabido o presenciado al menos una vez hechos contra migrantes como menosprecio(76%), burlas(78,3%), intimidaciones (66,5%), escupitajos (54,2%), insultos (79,8%), golpes (69,5%), agresiones sexuales (44,5%), apuñalamientos (58,7%), y asesinatos (51,9%). El documento agrega que “estas situaciones tienden a acentuarse entre la población joven, los segmentos socioeconómicos más bajos y la zona norte del país”.

Si a lo anterior se suma que un tercio de la población piensa que la mayoría o gran parte de los chilenos considera ser más blanco que otras personas de países latinoamericanos, el informe nos invita no sólo a hacernos cargo de una realidad que  además tiene una expresión cotidiana dramática como la que le costó la vida a la joven haitiana Joane Florvil, sino también a asumir políticas públicas que enfrenten esta y otras realidades que son explicitadas en  esta cuenta anual.

En este sentido no basta que Chile dicte una ley migratoria democrática dentro de los marcos y compromisos que el país ha suscrito en materia de derechos humanos. Entre otras medidas, hace falta también un mayor rigor y tolerancia cero de los medios de comunicación frente a discursos xenófobos y racistas, así como una ciudadanía más alerta y comprometida.

Desde la Universidad de Chile, junto a los estudios y acciones emprendidas de manera transversal, se suma ahora la Cátedra de Migración y Racismo Contemporáneo de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones, que se encuentra en su etapa de tramitación y que con la coordinación académica de María Emilia Tijoux asume que aportar a la reflexión sobre las causas y consecuencias de las migraciones contemporáneas y el avance del racismo en el país requiere necesariamente proponer desde la academia una aproximación amplia y actual del tema, de modo que como sociedad internalicemos que cuando nos referimos a la migración y el racismo no sólo se trata de un ejercicio teórico, abstracto o histórico, sino que también constituye un elemento fundamental del presente y futuro que como país queremos construir.

Seis textos para releer la Revolución Rusa

Los cien años de la Revolución Rusa estuvieron en la agenda del 2017 en medio de una nebulosa a nivel mundial. Hay quienes los han recordado con frases equivocadas, sacadas de contexto, electorales. Hay otros que han vuelto a las raíces, a las profundas motivaciones que volcaron a millones de rusos a las calles, agitando fábricas y campos, para obtener cuotas de dignidad impensables en tiempos zaristas. Aquí, un recorrido por las letras que siguen marcando esta historia.

Por Ximena Póo | Crédito foto portada: Edward Alsworth Ross

En estos días de paradojas y tensiones, las contradicciones se agudizan al mismo tiempo que se blindan soterradamente. Y es así como revisando afiches chilenos que dan cuenta del variado repertorio de conmemoraciones, el guiño con el presente nacional y/o mundial se dibuja en la nostalgia inocua y en el secreto anhelo de ver al “hombre nuevo” cruzando el umbral del siglo XXI con la frente en alto en medio de un panorama falto de la necesaria épica para sobrevivir.

Las siguientes líneas se lanzan como puntos georreferenciados en una cartografía litera – ria prolífica en torno a la conmemoración. Se recomienda comenzar por el epitafio y avanzar hacia los discursos de liberación, a la praxis del pueblo que construyó teoría. Es Svetlana Aleksiévich (1948), Premio Nobel de Literatura, quien con su libro El fin del “Homo sovieticus” (Acantilado, Barcelona, 2015) pone una lápida al comunismo que surgió de una Revolución Rusa inspiradora aún para muchos, adoptada por una América Latina que, entre décadas del siglo XX, se levantó no pocas veces para, “desde abajo”, poner en primera plana la voz, la acción y el voto de oprimidos, esclavizados y dominados.

Es probable que los y las intelectuales de esas revoluciones locales y sus seguidores lean con estupor textos como el de Aleksiévich. Y no es para menos, sobre todo cuando, por más pragmática que sea la visión sobre la vida y la liberación de las clases subyugadas, se tiene la convicción de que Stalin tiñó de horror a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Stalin no fue un paréntesis y si no lo fue, ¿lo de hoy es el futuro? Al final de este texto el mapa nos llevará a textos fundantes, que presagiaban larga vida y no el ocaso cuyo marco es un horizonte no menos desalentador, condicionado por la crisis terminal del Estado-Nación liberal, de un capitalismo sin rumbo y sin humanidad, y por unas democracias representativas sin representantes, pujando por la participación directa que logre unir los retazos. Mientras vivimos en estado de simulacro, leemos a la Revolución Rusa bajo un manto de extrañamiento, donde la izquierda sostiene un mapa que, desde los ‘90, le ha sido arrebatado por terceras o cuartas vías que sólo han logrado aceitar la máquina de los tiempos.

“Las barricadas no son un buen lugar para un escritor. Son una trampa. En las barrica – das la vista se nubla, las pupilas se contraen, los colores se difuminan. Desde las barri – cadas se ve un mundo en blanco y negro donde los hombres se convierten en los puntos negros que hay en el centro de las dianas. Me he pasado la vida en las barrica – das y me gustaría salir de ellas de una vez, aprender a gozar de la vida, recuperar la vista. Pero vuelve a haber decenas de miles de personas que salen a la calle tomadas de la mano, llevan cintas blancas sujetas a las chaquetas: son un símbolo de resurrección, de luz. Y yo estoy con todas ellas”, escribe Aleksiévich antes de hacernos caminar por las historias recogidas tras el largo final de la URSS y lo que vino después, el fervor y la amnesia, el individualismo y la nostalgia por recuperar una ideología irreductible e incompatible con las luces de neón colgadas sobre el borde de una carretera hacia ninguna parte. “¿Por qué aparecen en este libro tantos relatos de suicidas y no de personas comunes con sus comunes biografías soviéticas? (…) Yo busqué a aquellos que se habían adherido por completo al ideal, a aquellos que se habían dejado poseer por él de tal forma que ya nadie podía separarlos, aquellos para quienes el Estado se había convertido en su universo y sustituido todo lo demás, incluso sus propias vidas”, escribe la autora y, leída desde Chile, se cae en la tentación de pensar en el ciclo al revés. La dictadura cívico-militar logró lo contrario, que el Mercado (con mayúsculas) sustituyera la vida. Ambos ciclos, el fin de la URSS y el fin de la dictadura, abrieron los ‘90 por estas latitudes: a Gorvachov y Yeltsin les colgaban carteles de “vendidos y traidores” mientras aquí se esperaba que llegara la alegría, al fin.

Aleksiévich recoge, al concluir su libro, los “Comentarios de una mujer ordinaria”. En estas líneas, “una mujer ordinaria” vive como una más en la larga historia, en algún punto de los cien años que hoy algunos recuerdan, lavan o se apropian. Ella sólo recuerda, tributando a la utopía desde un lugar aislado de Rusia, desde ese margen del que nadie habla, pero que se nos hace tan familiar hoy en todo el mundo occidental: “Aquí la nieve lo cubre todo en invierno. Las casas, los coches…A veces nos pasamos semanas enteras sin ver pasar el autobús. De lo que se cuece en Moscú no tenemos idea. ¡Está a mil kilómetros de nosotros! Vemos en la televisión las noticias de Moscú como quien ve una película. Conozco a Putin y a la cantante Alla Pugachova, pero del resto no sé nada. Y veo los mítines y las manifestaciones en las noticias, pero aquí seguimos viviendo como vivíamos antes… Nuestra vida bajo el capitalismo es exactamente la misma que teníamos bajo el socialismo (…). Tengo 60 años, ¿sabe? Yo no soy de ir a la iglesia, pero necesito tener alguien con quien hablar. Alguien con quien hablar de lo humano y lo divino…A quien decirle que envejecer es un asco, por ejemplo. Y que no tengo ningunas ganas de morir”.

Esta “mujer ordinaria” tal vez habría hablado de lo humano con otras mujeres a comienzos del siglo XX. Y es que la Revolución Rusa no habría dejado esta huella si no fuera por otras que, como ella, angustiadas por el devenir de una clase, lucharon, murieron y articularon un discurso que se materializaría –a la vanguardia de cualquier país hasta ese momento- en el derecho al aborto libre y gratuito, al divorcio, la legitimidad de los hijos nacidos fuera del matrimonio, la despenalización de la prostitución y de la homosexualidad y el derecho a no seguir sujetas a la “esclavitud doméstica”. Stalin borraría parte de estos logros; logros fundados en la utopía revolucionaria.

Nadezhda Krupskaia (1869-1939), Alexandra Kollontai (1872-1952), Inessa Armand (1974-1920), Elena Stasova (1873-1966) son nombres que resuenan hoy para devolvernos el proceso revolucionario –con toda la fuerza de la clase trabajadora- al grito de ¡Pan y paz!, recordado cada 8 de marzo desde 1917 (23 de febrero del año juliano). Con prólogo de Hannah Arendt, se recomienda releer el texto editado este año por Página Indómita, Revolución Rusa, de Rosa Luxembugo (1871-1919), quien, siendo una teórica marxista fue crítica de algunas prácticas bolcheviques.

Los destinos

En tres volúmenes y con letras de destierro, León Trotski (1879-1940) escribió Historia de la Revolución Rusa, intuyendo, tal vez, que sería leído, como un legado, en 2017. Seguro, nunca imaginó que estaría entre los libros ubicados prolijamente en estanterías europeas para promover la oferta sobre “comprender la Revolución Rusa”. Hoy Trotski es leído por los anticapitalistas que reivindican su nombre y el trasfondo emancipador y democrático de 1917.

Trotski escribe: “En los dos primeros meses del año 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov. Ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos jefes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban aún acusados de alta traición. La historia no registra otro cambio de frente tan radical, sobre todo si se tiene en cuenta que estamos ante una nación de ciento cincuenta millones de habitantes (…). En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.

Los destinos a los que hace referencia Trotski, de los que hablaba Marx y Lenin, implican leer la historia desde un contexto donde sea fácil advertir “la bayoneta” o la demagogia, para desviar el foco a las ideas y las materialidades en busca de la “vida buena”. Trotski aventuraba que la Revolución Rusa sobreviviría al Sóviet de Petrogrado, a la guerra civil, a la URSS y a su caída: “La Revolución de octubre sentó las bases para una nueva cultura tomando a todos en consideración. Aun suponiendo que debido a las desfavorables circunstancias y los hostiles golpes el régimen soviético fuera derrocado temporalmente, la huella inexpugnable de la Revolución de octubre, empero, sería un ejemplo para todo el desarrollo futuro de la humanidad”.

Diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, es un clásico escolar recuperado por estos días. Lenin (1870-1924), líder del Partido Comunista (bolchevique) y protagonista de ese octubre de 1917, dijo que se trataba de la “obra más veraz y vívida de la Revolución Rusa”. Habría que agregar, a la luz del proceso posterior, el discurso de Lenin en la apertura del I Congreso de la Tercera Internacional, el 2 de marzo de 1919: “El sistema soviético ha vencido no sólo en la atrasada Rusia, sino en Alemania, el país más desarrollado en Europa, así como en Inglaterra, el país capitalista más viejo. Siga la burguesía cometiendo ferocidades, asesine aún a millares de obreros, la victoria será nuestra, la victoria de la revolución comunista mundial es segura”. Aún nadie imaginaba a Stalin, el Muro de Berlín, la Guerra Fría, las vías latinoamericanas y asiáticas, en ese horizonte revolucionario y la contra-revolución que se propagaría.

Por último, siempre se hace necesario revistar al historiador Eric Hobsbawm (1917- 2012), autor de La Historia del Siglo XX (1994), que da cuenta de cómo el “largo siglo XIX” dio paso al “corto siglo XX”. Antes de morir escribió un nuevo prólogo para El Manifiesto Comunista (desde 1872 se le conoce así; originalmente se llamaba El Manifiesto del Partido Comunista, de 1848), de Marx y Engels, base de la Revolución Rusa: “El compromiso con la política es lo que históricamente distinguió al socialismo marxiano de los anarquistas y los sucesores de aquellos socialistas cuyo rechazo de toda acción política condena específicamente el Manifiesto. Incluso antes de Lenin, la teoría marxiana no trataba sólo de ‘la historia nos demuestra lo que pasa’, sino también acerca de lo “que tenemos que hacer’. Ciertamente la experiencia soviética del siglo XX nos ha enseñado que podría ser mejor no hacer ‘lo que se debe hacer’ bajo condiciones históricas que imposibilitan virtualmente el éxito. Pero esta lección se podría haber aprendido también considerando las implicaciones del Manifiesto Comunista. Pero entonces el Manifiesto -y ésta no es la menor de sus notables cualidades – es un documento que prevé el fallo. Esperaba que el resultado del desarrollo capitalista fuera ‘una reconstitución revolucionaria de la sociedad’ pero, como ya hemos comprobado, no excluía la alternativa de ‘la ruina común’. Muchos años después, otra investigación marxiana reformuló esto como la elección entre socialismo y barbarie. Cual de ambos prevalezca es una pregunta que el siglo XXI debe contestar”.