Cuatro fueron las fases de participación ciudadana que sentarán las bases del proyecto de Constitución que el Gobierno presentará al Congreso. En total, casi 83 mil personas respondieron la consulta individual online, algo más de 100 mil participaron en los Encuentros Locales Autoconvocados, 12 mil 852 en los Cabildos Provinciales y en los Cabildos Regionales se estima que fueron 10 mil. A la espera de la síntesis que se presentará en octubre, dos ciudadanas, mujeres santiaguinas, participantes del proceso, madre e hija, representantes de distintas formas de mirar la política, reflexionan sobre este inédito ejercicio de la democracia y manifiestan sus aprehensiones sobre lo que viene.
Por Natalia Sánchez | Fotografía de portada: Paulo Slachevsky
Es sábado 11 de junio, son las once de la mañana y los trípodes de las cámaras de televisión están apostados en medio del patio del Colegio República de Uruguay en la comuna de Santiago. Dentro, las voluntarias del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) ubican su pendón frente a la pizarra blanca y ordenan las mesas en un gran círculo; las personas convocadas son muchas más de las esperadas. Junto a la puerta, hervidores y termos, té, café, galletas y pancitos advierten que la jornada necesitará descansos para “recargar las pilas” y los estómagos.
Algunas se enteraron apenas horas antes de la razón por la que su Encuentro Local Autoconvocado (ELA) generaría tanta expectación periodística: la visita de Claudia Pascual, Ministra de la Mujer y la Equidad de Género, y Marcelo Díaz, Ministro Secretario General de Gobierno. Las autoridades saludan y se desatan los flashes de las cámaras, pero pronto abandonan el ELA para hacer un punto de prensa en el patio.
Ya con ministro y ministra fuera y sin el asedio de los periodistas de Gobierno, una treintena de mujeres estudiantes y profesionales de distintas áreas se enfrentan a la hazaña de pensar una Constitución feminista para Chile, lo mismo que hicieron miles de otros grupos interesados en posicionar otras demandas en la nueva Carta Fundamental. Los hombres que decidieron sumarse al ELA del OCAC, algunos pololos y otros autodeclarados “machistas en rehabilitación” se cuentan con los dedos de una mano.
Entre las presentes están Arelis Uribe y Noemí Caro, hija y madre, separadas por una historia completamente distinta y divergentes expectativas sobre el proceso constituyente, pero unidas por las ganas de participar en una iniciativa que las entusiasma, pero que también les despierta muchas dudas sobre el real impacto de la participación ciudadana en este proceso.
Arelis Uribe, Arolas para los amigos y Daniela en la familia, tiene 29 años. Estudió Periodismo en la Universidad de Santiago y cursó el Magíster en Comunicación Política del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Mucho de lo que sabe, de su formación y convicción política, lo aprendió gracias al que define como “efecto par”.
“Está el efecto escuela y el efecto par. El efecto escuela es que la institución en la que tú estudias te entrega las herramientas necesarias para que cumplas objetivos, metas, sueños. El efecto par es que esta formación también la construyen tus compañeros y compañeras en la medida que tú entregas y recibes de ellos”, explica Arelis. Aquello lo aprendió en Educación 2020, la fundación en la que trabaja “para ganarse las lucas”. El resto del tiempo lo divide entre su rol como directora de comunicaciones en el OCAC, los talleres a los que asiste para seguir aprendiendo y las diversas colaboraciones que escribe.
Noemí Caro, de 53 años, quería ser periodista, pero en su familia sus hermanos fueron exitosos ingenieros y a ella le tocó estudiar contabilidad en un liceo comercial; nunca le gustó. Su hermana entró a estudiar párvulos a la universidad, pero no la apoyaron. No fueron muchas las cosas que Noemí eligió por su cuenta. “Yo soy hija de la dictadura ciento por ciento, la de la casa y la del país”, asegura. Su padre era carabinero, aunque “paco raso, no más, era”, pero le bastó para ser el general del hogar.
Complicadas decisiones
Los ELA contemplaron tres preguntas: la primera, sobre los valores y principios que debería asegurar la nueva Constitución; la segunda, sobre los derechos, deberes y responsabilidades a considerar; y la tercera, sobre las instituciones del Estado más importantes para el debate constitucional. En el encuentro del OCAC comienza la primera ronda. Poco a poco la pizarra se irá llenando de barras de conteo para llegar a consensos. La tarea parecía sencilla, pero frente a la elección de cada concepto existe una trampa: la exclusión de otros principios y valores.
“Yo voté por la equidad de género porque quiero que gane, pero en realidad quería agregar en otros al feminismo, porque eso es lo que nos convoca, pero trabajo en encuestas y sé lo que pasa con la categoría otros”, puntualiza una socióloga. “Que la iglesia no se tome como garante de nada”, advierte Noemí frente al Estado laico, mientras avanza a velocidad record un tejido de lana café.
Cada palabra y cada definición deben representar el más fiel consenso del grupo y alcanzar la máxima precisión. Ese día, los principios y valores más votados serían la equidad de género y la defensa del estado laico, además de la diversidad, la igualdad, la multiculturalidad, la democracia y la participación. A la hora de los derechos se destacaría la participación, la igualdad ante la ley, la libertad de expresión, la vivienda digna, la salud, la educación y la igualdad de género. Sobre los deberes y responsabilidades el debate fue más breve y las categorías propuestas, menos comprendidas. A grandes rasgos primó el respeto a los derechos de los otros y la promoción, protección y respeto a los derechos humanos fundamentales. Todo lo demás podía desprenderse de allí.
Uno de los aspectos más criticados de los ELA se reprodujo en la cita del OCAC. Sin los abogados y las abogadas presentes el aterrizaje de la discusión habría sido imposible. Entre una mayoría de profesionales universitarias no había claridad de los diversos modelos de gobierno, ni tampoco se conocía, por ejemplo, la diferencia entre plebiscito, referéndum y consulta, un punto crítico de la discusión. Pero contra todo pronóstico, a las 19:15 se tomaba la foto de rigor con el orgullo y la satisfacción de la tarea lograda.
Aunque no sirva de nada
En el mundo de Arelis muchos de sus conocidos participaron en ELA o Cabildos, porque reconoce que se mueve en el entorno privilegiado que suele caracterizar al mundo universitario. “Vivo en Providencia, que es de las comunas donde hubo más ELA. Yo creo que igual fue un proceso bien elitizado”, apunta. En el mundo de Noemí, en cambio, ella fue la única. Intentó motivar a sus vecinas del Centro de Madres de San Bernardo, pero “de esos temas no se habla, para ellas es un tabú la política”.
La cotidianidad de Noemí es distinta. Trabaja en su casa como masoterapeuta especializada en tratamientos reductivos, con lo que no sólo pone en práctica la carrera técnica que estudió pasados los 40 años, sino que también sostiene la casa y la vida de sus hijas, aunque “hay meses buenos y meses malos”. Ella decidió hacerse parte del proceso porque, dice, ha empezado a comprender que no saca nada con reclamar y acumular rabia, aunque luego de participar se dio cuenta de que “daba lo mismo, nada de lo que una dijo ahí sirvió”.
Arelis participó por razones institucionales y personales. Las primeras, relacionadas con su labor en el OCAC, la comprometen con este tipo de iniciativas, pero desde lo personal la impronta es otra. No comparte la forma en que se estructuró el proceso, pese a que era “a prueba de tontos”.
A pesar de los reparos, Arelis piensa que son pocos los espacios de deliberación política en que las mujeres pueden tomar la palabra. Lo que le parecía más atractivo del encuentro era, precisamente, no centrarse sólo en las temáticas de género, sino discutir junto a sus compañeras sobre temas como el rol de las Fuerzas Armadas o la educación.
Arelis y Noemí repasan este proceso casi un mes después en un café santiaguino. Allí concluyen que el problema no es sólo el diseño de la etapa de participación ciudadana, sino el desencanto, la falta de motivación, el fatalismo de un país en que sus ciudadanos piensan que hagan lo que hagan, digan lo que digan, “igual en la mañana me tengo que levantar a trabajar, igual me voy a jubilar con una miseria”.
Aunque discrepan frente a muchos temas, ambas coinciden en que hay que cambiar la Constitución. “Porque es injusta. Está hecha para beneficio de algunos pocos, porque no puede un pueblo vivir sin participación, porque no pueden ser los de siempre”, opina la madre.
Para Arelis se trata de “una Constitución ilegítima en su origen, que está manchada con sangre, que está maniatada y hecha a la medida de los intereses de un pequeño grupo que tiene muchos privilegios económicos y políticos. Por eso yo creo que sí hay que cambiarla. Ahora, ¿cómo escribir una nueva? No tengo una respuesta para eso. También me hago la pregunta respecto de la legitimidad. Porque una Constitución que hagamos ahora, con un proceso que no es vinculante, con una ciudadanía que está desencantada, que no va a ser escuchando a las bases, ¿va a ser legítima?”, se pregunta Arelis.
Sacando en limpio lo bueno y lo malo, Noemí se queda con bastante de dulce y agraz. Lamenta profundamente darse cuenta en el ELA de que su mundo es “tan pequeño”, sentirse ignorante y pensar que le falta demasiado por aprender sin saber si tendrá el tiempo para hacerlo. A la vez, el rostro alegre de Arelis se aflige cuando se pregunta cómo materializar sus luchas. “Es súper fácil decir que necesitamos educación no sexista, pero ¿cómo haces tú que todos los profesores de Chile en su sala de clases no tengan sesgo de género con sus estudiantes? Es super difícil la democracia, ponernos de acuerdo, echar a andar propuestas”. Arelis no tiene las respuestas, pero está encantada por el solo hecho de haberse reunido con tantas mujeres a hablar de política, porque aunque no sirva de nada, todas ganaron por el “efecto par”.