Miguel Allende: “Si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión en ciencia tiene que ser distinta, no hemos aprendido nada”

El académico de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile es uno de los integrantes del Programa de Vigilancia Genómica convocado por el Gobierno, una suerte de equipo de detectives científicos empeñados en desentrañar las características esenciales del virus y de las nuevas y temidas variantes. Una carrera contra el tiempo, pues solo en la medida en que la ciencia descifre la marca de fábrica de cada una de ellas podremos saber si las vacunas serán efectivas y de qué manera nos afectará este u otros virus que nos atacarán en el futuro. “Después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos es tener mejor conocimiento de la naturaleza”, advierte.

Por Jennifer Abate C.

En los laboratorios de la investigación genómica no hay lupas ni polvo para encontrar huellas dactilares, tampoco bolsas plásticas con pruebas que permitan dar con la identidad de un sospechoso. En la naturaleza no hay buenos ni malos. No hay culpables, aunque sea fácil pensar en esos términos del covid-19, una enfermedad que ha cobrado casi tres millones de vidas en el mundo y que en Chile ha causado más de treinta mil muertes. Lo que buscan los investigadores genómicos, una suerte de detectives científicos, es dar con la identidad de los organismos biológicos, describir todas sus características, saber cómo interactúan con el ambiente y, en el caso de los virus como el Sars-Cov-2, determinar cómo impactarían sobre las personas.

Su larga trayectoria en este tipo de investigaciones llevó al doctor Miguel Allende, profesor titular del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde realiza investigación fundamental en el área de la genética molecular y el desarrollo, al Programa de Vigilancia Genómica que integran el Ministerio de Salud, el Ministerio de Ciencia, el Instituto de Salud Pública y algunas universidades. Allende, doctor en biología molecular, coordinador del Consorcio Genomas CoV2 y director del Centro de Regulación del Genoma, forma parte del equipo que hoy trabaja para resolver una duda crucial: ¿responderán las nuevas variantes del covid-19 detectadas en Chile a las vacunas que ha aprobado nuestro país?

Hay alarma pública por las nuevas variantes del virus. Desde el punto de vista científico y desde la respuesta sanitaria, ¿por qué es relevante desentrañar el genoma del covid-19 y analizar las variantes que circulan en nuestro territorio?

—El virus, al igual que todos los demás organismos de este planeta, basa su herencia en el material genético que tiene, el que va cambiando con el tiempo y es lo que permite la evolución de las especies. Este virus no es distinto, es decir, evoluciona, y al evolucionar, lo que está haciendo es tratar de mejorar sus capacidades de replicarse, perpetuarse y eso, lamentablemente para nosotros, conlleva que esas mejoras, esos avances genéticos, puedan conducir a un aumento de la transmisibilidad, por ejemplo, o de la capacidad de contagiar personas o de la severidad de las enfermedades que produce. Por eso es muy importante estar monitoreando permanentemente esos cambios genéticos, saber si el virus está sufriendo cambios que puedan generar más dificultades para nosotros en el control de la propagación de la pandemia o en la severidad de las enfermedades que este produce.

Miguel Allende – Crédito: Alejandra Fuenzalida

En la discusión pública sobre el tema suele ponerse énfasis en el monitoreo del avance del virus y en las medidas sanitarias para enfrentarlo, pero no en la vigilancia genómica, que usted señala como fundamental. ¿Por qué?

—Supongo que eso tiene dos causales. Primero, no tenemos experiencia en tiempos recientes de una pandemia de esta magnitud y no habíamos tenido oportunidad de ver un virus que evoluciona en tiempo real, es decir, que está cambiando frente a nuestros ojos y, por lo tanto, no habíamos tenido la experiencia de hacer vigilancia genómica a esta escala y con esta velocidad de un organismo patogénico para los humanos. El otro problema es que como esto es una pandemia, el virus está extendido por todo el mundo e infectando a millones de personas simultáneamente. Esto le da al virus una oportunidad para evolucionar más rápido. La aparición de estas variantes, en el fondo, la hemos creado nosotros, al permitir que el virus se expanda en esos números: le damos la oportunidad para que evolucione rápidamente y se adapte a las defensas que le estamos poniendo al frente, como las vacunas y los aislamientos.

¿Qué tan en riesgo podría estar la inmunidad esperada de las vacunas aprobadas en nuestro país ante la aparición de las nuevas variantes del covid-19?

—Es lo que más nos preocupa en este momento, es decir, creo que parte de la razón por la que hay que hacer vigilancia en el más corto plazo posible es que estamos en un escenario donde estamos empezando a vacunar, Chile tiene un avance sustancial en eso, pero tenemos que saber si las variantes que están apareciendo han ido adquiriendo un nivel de resistencia a los efectos, primero, de la vacuna, y segundo, de las infecciones en el caso de las personas que se contagiaron en la primera ola. Uno esperaría que ellas hayan generado inmunidad y puedan resistir una segunda infección, pero eso vale siempre que la segunda infección sea con un virus idéntico o muy parecido al primero, Si cambia, es una infección absolutamente nueva y estaremos enfrentados a una segunda pandemia, como lo dijo la canciller alemana hace unos días.

Hemos visto artículos periodísticos que citan a expertos y expertas internacionales que hablan de presagios que van desde una pandemia por covid-19 que se mantendría por varios años hasta la emergencia de otras pandemias, por otros virus. ¿Qué nos dice la ciencia sobre lo que podemos esperar para los próximos años?

—No tenemos tanta experiencia. La experiencia de pandemias que tenemos es de hace un siglo o más hacia atrás, y todas, de alguna manera, se extinguieron o se fueron, no siguieron afectando a la humanidad para siempre, esto no va a ser eterno. Dicho eso, estamos en un mundo que tiene características distintas a las de hace un siglo o más, y una de esas características es que estamos en un ambiente globalizado en el cual hay muchísimo intercambio de personas entre países, lo que ayuda a la propagación de los patógenos. Además, la población mundial sigue siendo muy alta, lo que es un campo fértil para cualquier patógeno que tenga alguna capacidad de infectar rápidamente a la población. Si bien esos escenarios medio apocalípticos que dicen que el virus podría no irse nunca o durar muchísimos años son plausibles, creo que, a diferencia de pandemias anteriores, ahora también tenemos herramientas mejores para defendernos contra ellas, y esas herramientas no son solo las vacunas, sino que son factores como la vigilancia genómica, las medidas que podemos aplicar, las drogas que podemos dar a las personas seriamente enfermas. Además, al igual que los patógenos evolucionan, nosotros también evolucionamos en nuestras capacidades científicas y tecnológicas para enfrentarlos. La segunda parte de la pregunta es la más relevante, pues el Sars-Cov-2 no es el último virus que va a infectar a las personas. Ahí, de nuevo, la vigilancia entra a jugar un rol, porque nos habían advertido en 2007 que había un virus en los murciélagos, del tipo coronavirus, que tenía la susceptibilidad de saltar al humano y nadie tomó muy en cuenta eso a pesar de que habíamos tenido episodios como el Mers y el Sars-Cov-1, que eran indicios de pandemia. Creo que es importante mirar en la naturaleza y ver cuáles son los potenciales peligros en términos de virus, sobre todo, y anticiparnos un poco al traspaso a los humanos de esas especies, mirar cosas relacionadas con cómo convivir con la naturaleza y qué tipo de intervenciones estamos haciendo y cómo prepararnos con nuevas vacunas para cosas que aún no existen.

A su juicio, ¿cuáles han sido los principales errores y aciertos en el manejo científico de esta catástrofe sanitaria?

—Es difícil decirlo y es difícil hacer una evaluación mirando hacia atrás y criticando cómodamente desde esa posición. En los países que lo hicieron bien, en general hay una correlación con haber “hecho caso” a la comunidad científica. Uno piensa en Nueva Zelanda, en algunos países de oriente como Japón y Corea, pero todos tuvieron sus cosas, y países con mucho desarrollo tecnológico, como Estados Unidos y Reino Unido, tuvieron gran expansión del virus. En el caso chileno, diría que en general ha sido razonable, pero no importan las medidas que adopte el Gobierno: tiene que haber un convencimiento general de la sociedad de que esto es importante y todos deben actuar en consecuencia, y eso necesita, de parte de los gobernantes, un altísimo nivel de legitimidad, es decir, si un Gobierno está en duda en otras cosas, es difícil que al comunicar pueda convencer a la gente, simplemente no es creíble el mensaje. Desde el punto de vista de la ciencia misma, creo que han hecho las cosas razonablemente bien, desde el lado científico hubiera querido ver más recursos, más rapidez, faltaron cosas, pero no puede ser todo malo. En el tema de las vacunas fuimos bastante visionarios y en eso felicito al Ministerio de Ciencia y a los colegas que trabajan en el tema, porque vieron que esto se venía para largo y que había que actuar rápido para asegurar la llegada de estos materiales.

¿En qué momento del desarrollo científico y valoración de la ciencia nos encontró la pandemia? ¿Hacia dónde deberíamos avanzar urgentemente en esta materia?

—Creo que ahí hay un problema, más que del Gobierno, del Estado. El tema del porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología y la relevancia y prioridad que se le da a la ciencia, que es muy baja, no es un problema de ahora, sino que viene arrastrándose por décadas, y creo que ha habido poca capacidad de la comunidad política de darse cuenta de esto y quizás poca capacidad de la comunidad científica de convencer a la comunidad política de que esto es claramente un requisito para hacer un salto al desarrollo. El modelo chileno ha sido uno claramente extractivista, de aprovechamiento de las ventajas que nos dio la naturaleza en términos de recursos naturales, pero no ha habido una apropiación de esa riqueza para aprovecharla a largo plazo, aprovechar las alternativas, talentos y cerebros que tenemos aquí. Si bien durante la pandemia ha habido algunos aciertos y, como dije antes, el Gobierno, en términos científicos, lo hizo relativamente bien, si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión tiene que ser distinta, entonces no hemos aprendido nada. Tiene que haber un salto, un incentivo para que los jóvenes entren al mundo de la ciencia, y también debe haber una mejora en la comunicación y educación científica de la población: no puede ser que en el siglo XXI la gente dude si las vacunas funcionan, eso es inaceptable en una sociedad que esta teóricamente avanzando hacia su desarrollo y aprovechando el conocimiento que ha adquirido la humanidad hasta hoy. Si se hubiera invertido en programas de anticipación en el tema de las pandemias, nos habríamos ahorrado mucha plata y esa plata hubiera sido recuperada ampliamente. No hay que pensar en un gasto, pues es una inversión, una póliza de garantía de que las cosas van a ser mejores en el futuro.

Ilustración: Fabián Rivas

Usted lidera el Plan Nacional de Genómica, conocido como Mil Genomas, que tiene como objetivo secuenciar el genoma, la identidad genética de diferentes especies, incluida la humana, en nuestro país. En el contexto de la pandemia por covid-19, ¿hay conocimientos emanados de ese grupo de trabajo que hayan servido para comprender el comportamiento del virus en Chile?

—Yo diría que no directamente, pero sí sirvió, pues nos pusimos al día tecnológicamente, recibimos los equipos, entrenamos a las personas que los usan, desarrollamos toda el área de la bioinformática, ya que es muy importante manejar los datos que se generan a partir de información genética y genómica. También creo que nos está preparando un poco para lo que viene. Y lo que viene, como he estado insistiendo, es que después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos mejor es tener mejor conocimiento de la naturaleza. ¿Qué nos rodea? Mil Genomas tiene esa intención. Nuestro proyecto tiene una aspiración grande, ser una caracterización grande y profunda del entorno. Creo que esto va a cobrar relevancia no solo después de la pandemia, pues ya veníamos con el tema del cambio climático y el efecto que está teniendo el hombre sobre las características del medio ambiente en términos del clima y de las temperaturas, y eso también está afectando a los organismos. Este catálogo se hace más necesario que nunca para poder remediar, compensar o impedir esos cambios.

En 2005 comenzó el trabajo del Atlas del Genoma del Cáncer, cuyo objetivo es secuenciar esta enfermedad para prevenirla o encontrar una cura. Este proyecto acarreó una enorme expectativa, pero hasta la fecha no ha tenido resultados que cambien radicalmente el panorama. ¿Por qué no se puede avanzar más rápido en iniciativas de este tipo? ¿Cuáles son los desafíos que se enfrenta el trabajo en genómica?

—Creo que los desafíos vienen básicamente por la dificultad de los problemas. La biología es compleja, no es como la física y la química, que tienen leyes y cosas más robustas en términos de que son más reproducibles. La biología tiene mucho de azar, tiene además el tema de que todo es muy en chico, microscópico, las moléculas son difíciles de manejar individualmente. Todos esos problemas inherentes a la disciplina hacen que los avances sean más bien lentos y muy dependientes de avances tecnológicos y también de avances conceptuales. El avance en el cáncer es una piedra en el zapato porque ha sido muy difícil de resolver y básicamente tiene que ver con que todos los cánceres son individuales, únicos. Hay cosas que comparten, lo que los causa, pero los orígenes son multifactoriales. Creo que por ahí van los desafíos, y si bien estamos avanzando y hay herramientas que se están desarrollando, estamos hablando de muchos años, espero que no décadas, para tener solución para cosas como el cáncer. Y si bien en 2001 se secuenció el primer genoma humano y en 2005 inició este programa de investigación del genoma del cáncer, todavía faltan años para decir que eso dará frutos. Estamos en camino, es lamentable que sea tan lento, pero desde el punto de vista de la humanidad, son pocos años en términos de un desarrollo tan crítico como resolver un problema de salud tan amplio como el cáncer.

Cerebros perplejos: Un paseo neurocientífico por el octubre chileno y la pandemia

Más allá de nuestras diferencias, todos tenemos un cerebro, y es con él que cada uno de nosotros vivió el estallido social y vive hoy la crisis del covid-19. Dos eventos que irrumpieron en nuestras vidas, haciéndonos transitar desde aparentes certezas a confusas incertezas y que nos tienen desconcertados. Una pregunta común a ambos eventos es ¿por qué “no lo vimos venir”? ¿Por qué tanto el 18 de octubre como la llegada y rápida propagación del covid-19 en Chile nos tomó por sorpresa?

Por Andrea Slachevsky

En uno de los tantos memes sobre el buque que encalló hace poco en el Canal de Suez, el barco fue bautizado como “comportamiento” y la excavadora a la orilla del canal como “neurociencias”. Un meme que usó el contraste entre el imponente carguero Ever Given y la diminuta excavadora para ridiculizar las explicaciones exclusivamente neurocientíficas de la conducta humana sin tener en cuenta la necesidad de otras disciplinas. 

Cualquier intento de analizar exclusivamente desde las neurociencias la conducta humana y, con mayor razón, los fenómenos sociales, debe leerse desde la perspectiva de ese meme: las neurociencias son solo una entre muchas disciplinas que permiten estudiar la conducta, y toda explicación que se limite a las neurociencias carece de seriedad científica. En los últimos años han emergido múltiples “neurodisciplinas”, supuestamente basadas en conocimientos neurocientíficos, que pretenden explicar diversos aspectos del comportamiento humano y entregar soluciones o “recetas”: neuroeducación, neuromarketing, neurobusiness, neuroliderazgo o neuromanagement, entre muchas otras. Kurt Fischer, investigador de la Universidad de Harvard y fundador de la International Mind, Brain and Education Society, decía lo siguiente sobre ciertas iniciativas educativas promocionadas como neurocientíficas: “Las neurociencias se relacionan con la mayor parte de los métodos educativos supuestamente basados en las neurociencias a través de una manera única y sutil: la afirmación de que los estudiantes tienen un cerebro”. 

Ciertamente, el cerebro no está solo en la cabeza de los estudiantes. “Es un extraño giro del destino: todos los hombres cuyos cráneos fueron abiertos tenían un cerebro”, escribía el filósofo Ludwig Wittgenstein en su obra póstuma Sobre la certeza (1969). Un cerebro con el cual percibimos, le damos significado al entorno e interactuamos con él. No parece descabellado, entonces, intentar analizar acontecimientos sociales desde la perspectiva de lo que conocemos del funcionamiento del cerebro, siempre que no limitemos nuestro análisis a este enfoque. Al final y al cabo, la excavadora, aunque ridiculizada en tantos memes, es uno de los tantos engrenajes de la historia del carguero varado en el Canal de Suez.

La foto del buque varado en el Canal de Suez que inspiró memes en todo el mundo – Crédito: Canal Suez Authority.

Es con ese cerebro que cada uno de nosotros vivió el octubre chileno y la pandemia del covid-19. Dos eventos con semejanzas y diferencias que irrumpieron en nuestras vidas, haciéndonos transitar desde aparentes certezas a confusas incertezas y que nos tienen perplejos, llenos de interrogantes que, con un mínimo de humildad intelectual, debemos evitar responder de manera categórica. Una pregunta común a ambos eventos es ¿por qué “no lo vimos venir”? ¿Por qué tanto el 18 de octubre chileno como la llegada y rápida propagación en Chile del covid-19 nos tomó por sorpresa?

El octubre chileno fue para muchos un evento totalmente inesperado. Basta recordar algunas de las reacciones más médiaticas: “cabros, esto no prendió” o el audio filtrado sobre la “invasión alienígena”. En el caso del covid-19, quizás creíamos que la pandemia que causaba estragos en China y Europa no traspasaría las fronteras chilenas.  El destacado filósofo italiano Giorgio Agamben, que irónicamente desarrolla su obra en torno a entender la evolución de la sociedad, escribió en febrero de 2020, en un artículo titulado “La invención de una epidemia”, que la situación en Italia no era tan grave ni el virus tan virulento como para justificar “las frenéticas, irracionales y del todo injustificadas medidas de emergencia para una supuesta epidemia debida al coronavirus”. Cito a Agamben no para denigrarlo, sino para mostrar que todos, incluso los más preparados de entre nosotros, podemos errar. “Sería bueno aprender a equivocarse de buen humor (…). Pensar es ir de error en error”, escribía en 1932 el filósofo francés conocido como Alain en su obra Charlas sobre la educación.

Una y otra vez pareciéramos presos de la misma ceguera: incapaces de percibir lo imprevisto. En 1957, Leon Festinger propuso la teoría de la disonancia cognitiva, cuya premisa es que las personas necesitan mantener una “coherencia cognitiva” entre sus pensamientos, emociones y conductas.  La teoría de Festinger surgió desde el campo de la psicología social, pero desde 1964 sus investigaciones lo llevaron hacia los procesos perceptivos, indagando cómo las personas concilian las inconsistencias entre lo que perciben visualmente y los movimientos oculares para ver imágenes coherentes.

La teoría de Festinger es consistente con lo que sabemos de los mecanismos cerebrales de percepción y representación del mundo. Nuestro cerebro elabora una imagen coherente y sensible del mundo que percibe, un poco como lo intuye el escritor Albert Cohen en Libro de mi madre (1954) al rememorar su infancia en el puerto de Marsella: “Yo estaba un poco chalado. Estaba convencido de que todo lo que veía estaba verdadera y realmente, de verdad, pero en pequeñito, en mi cabeza. Si estaba a la orilla del mar, estaba seguro de que este Mediterráneo que veía estaba también en mi cabeza, no la imagen del Mediterráneo, sino que este mismo Mediterráneo, minúsculo y salado (…). Yo estaba seguro de que en mi cabeza, circo del mundo, estaba la tierra verdadera con sus bosques, todos los caballos de la tierra pero muy pequeños, todos los reyes en carne y hueso, todos los muertos, todo el cielo con sus estrellas y hasta Dios extremadamente monono”. Esa capacidad de recrear mundos coherentes se lleva al extremo en las vivencias de personas con el Síndrome de Charles Bonnet, que creen oír música a pesar de estar sordas o creen ver imágenes detalladas y coloridas a pesar de estar ciegas.

La ciudad estadounidense de San Luis, Missouri, se enorgullece de la ilusión óptica más grande construida: el Arco Gateway, de 200 metros de alto y de ancho. No importa de dónde se mire ni que sepamos que es una ilusión: siempre lo vemos más alto que ancho. “Las ilusiones ópticas son creadas así: los ojos ven lo que ven, aunque sepamos lo que sabemos”, escribe el lingüista y cientista cognitivo Massimo Piattelli-Palmarini en su libro Inevitable Illusions: How Mistakes of Reason Rule Our Minds (1993).  Las ilusiones y otros errores perceptivos muestran que no percibimos el entorno explorándolo cuidadosamente y construyendo un mapa mental. Percibimos prediciendo el entorno sobre la base de información incompleta y de nuestras expectativas y conocimientos previos. Los mecanismos perceptivos facilitan la construcción de un mundo coherente con lo que esperamos.

“La percepción nunca está puramente en el presente; tiene que basarse en la experiencia del pasado (…). Todos tenemos recuerdos detallados de cómo se veían y sonaban las cosas anteriormente, y estos recuerdos se recuerdan y mezclan con cada nueva percepción”, escribía Oliver Sacks en Musicofilia (2007). Pero las ilusiones no son exclusivas de la percepción: existen también las ilusiones cognitivas. Si bien somos capaces de un pensamiento deductivo en que nos planteamos hipótesis que intentamos verificar, frecuentemente pensamos usando lo que Piattelli-Palmarini denomina atajos o “túneles” mentales, o usando sesgos cognitivos. Solemos usar la palabra sesgos para referirnos a prejuicios, pero en 1971 los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman introdujeron la expresión “sesgo cognitivo” para describir uno de los procesos fundamentales del pensamiento: la existencia de errores sistemáticos del pensamiento que lo desvían de la racionalidad. 

Crédito ilustración: Fabián Rivas

Se han descrito múltiples sesgos cognitivos, como establecer asociaciones espurias o el pensamiento mágico, o el sesgo de confirmación, en el que descartamos información que entra en conflicto con decisiones y juicios pasados. Estudios recientes han contribuido a dilucidar las bases neurales de algunos de estos sesgos.  En un estudio publicado en 2019 en la revista Nature Neurociences, Andreas Kappes y colaboradores de la Universidad de Londres mostraron que el sesgo de confirmación se asocia a una variabilidad de la representación neural de las opiniones emitidas por otros: la representación es más importante cuando confirma nuestras opiniones. Las ilusiones perceptivas y cognitivas quizás son uno de los mecanismos que permiten explicar nuestra sorpresa frente a acontecimientos que, sin embargo, muchos especialistas predecían.

Pero entonces surge otra pregunta que queda abierta, relacionada con nuestra vivencia del covid: ¿por qué hemos perdido el asombro? A un año del inicio de la pandemia, parece que nos hemos acostumbrado a esta realidad inesperada y escuchamos sobre más de 100 muertes diarias en Chile o más de 4.000 en Brasil con cierta indolencia. Como dijo Stalin, “la muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística”. Incómoda pregunta, porque sugiere que nos cuesta concebir lo inesperado, pero a la vez naturalizamos rápidamente nuevas realidades y nos insensibilizamos ante el dolor ajeno.

Volviendo a nuestro meme:  así como es absurdo pretender explicar el barco de la conducta solo con la excavadora de las neurociencias, es también absurdo pretender explicar fenómenos sociales como el estallido social o nuestra respuesta a la pandemia basándose solo en el estudio de cerebros aislados. Pero el conocimiento de las trampas del cerebro y nuestros sesgos cognitivos que proviene del análisis del cerebro es esencial para abrirnos a información que pueda estar en conflicto con nuestras creencias y experiencias. Como replicó Jean al rey Salomón en La angustia del rey Salomón, de Emil Ajar: “Debemos esperarnos a todo, y especialmente a lo inesperado, Sr. Salomón”.

Conversación: el rol del conocimiento en la transformación del modelo de desarrollo en Chile

La atención mundial que ha concitado la generación de una vacuna que ponga a raya el Covid-19 y los anuncios de los organismos internacionales sobre cómo se propaga la enfermedad, cómo se trata y cómo creamos estrategias que nos permitan superar las crisis social y política tras la pandemia nos han mostrado como nunca hasta qué punto dependemos del conocimiento. ¿Cuál es su lugar en la sociedad actual? ¿Quién lo genera? ¿Nos sirve para cambiar lo que somos como comunidad? Esas son algunas de las preguntas que el vicerrector Flavio Salazar, la académica Adriana Bastías y el académico Claudio Gutiérrez se hicieron en esta conversación registrada el pasado 7 de octubre.

Por Jennifer Abate C.

¿De qué manera deberíamos comenzar a pensar el desarrollo del conocimiento y cuál es el rol que este debe jugar en una sociedad que pretende avanzar hacia el desarrollo? 

Flavio Salazar: durante la última etapa, en el desarrollo del sistema capitalista que se produjo después de la Revolución Industrial, el conocimiento no sólo ha sido un elemento de cultura o de bienestar general, sino que se ha transformado también en una mercancía y se ha insertado, como todas las acciones del trabajo humano, en la lógica del sistema capitalista que hoy impera. Llevándolo al plano actual, no existen sociedades que hayan avanzado, desde el punto de vista del progreso general, sin tomar en cuenta el tema de la generación de conocimiento. Desde el siglo XX en adelante, todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities. En eso hemos tenido un desarrollo muy potente, una industrialización muy importante en ciertos ámbitos como la extracción mineral, el bosque, la pesca, etc., pero con un impacto en la naturaleza y en las comunidades que es muy grande y sin un retorno y diversificación de la economía. Lo que hoy uno se plantea es una discusión en la cual podamos poner el conocimiento dentro de un plan de desarrollo nacional y que sea uno de los pilares que permita una sociedad distinta.

Flavio Salazar es vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile.

Adriana Bastías: como dice Foucault, todo saber, todo conocimiento implica poder, y de alguna forma son dos caras de la misma moneda. Estamos hablando de conocimientos, no solamente del conocimiento. Nuestra producción de conocimiento se basa en índices, en índices que son publicaciones internacionales que muchas veces no consideran la realidad local ni tampoco la realidad regional, por lo tanto, se alejan de una ciudadanía que valore lo que nosotros hacemos o la generación de conocimientos. Para quienes somos de regiones, esto es más evidente, porque la generación de conocimientos o la valoración del conocimiento suele concentrarse en ciertos sectores, en ciertas universidades a las que acceden ciertos grupos sociales. Esto se va replicando y va generando una endogamia académica donde las mismas personas se autopublican y van, de alguna forma, generando una máquina de reproducción de papers. Este paperismo no tiene muchas veces que ver con la realidad o con la necesidad social de la generación de conocimiento para el bienestar social de todas las personas. 

Claudio Gutiérrez: enfatizo en lo que decía Adriana: hay que hablar de conocimientos, no de conocimiento. Los conocimientos son parte de lo que nosotros vamos adquiriendo en la medida en que hacemos cosas, en todas las direcciones. Cuando uno habla de desarrollo, está hablando de una manera de ser, una manera de hacerse, una manera de construir una comunidad, una sociedad en la que participan las personas. El desarrollo tiene que ver mucho con ser sujeto, con entender qué somos, tiene que ver nuestra identidad como comunidad, como personas. En general, cuando uno habla de desarrollo, inmediatamente piensa en el desarrollo económico, porque ese es un sesgo brutal que tenemos hoy, equivocado para los tiempos que vivimos; no funciona. Pero el desarrollo es más amplio que ese ordenamiento, esa mirada económica. Hoy, por lo menos el PNUD y pensadores como Manfred Mac-Neef y Amartya Sen tienen una noción de desarrollo mucho más marcada en lo humano. 

“Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades”. Claudio Gutiérrez 

Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades; no estamos hablando del conocimiento que se produce en el noratlántico y baja y llega a través de las grandes ciudades y se distribuye a la población, como pensaban conservadores como Bello. No, los conocimientos vienen desde abajo también, están en las comunidades de diferente tipo. Es un tremendo desafío: cómo juntamos estas dos variables de los conocimientos con el desarrollo de una sociedad. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelo de desarrollo? ¿Por qué es relevante tener una conversación sobre qué es y hacia dónde debe ir en momentos de crisis como el que enfrentamos actualmente no sólo en Chile, sino que en todo el mundo? 

Flavio Salazar: concuerdo en que durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI se ha posicionado una visión bastante estrecha, basada solamente en el crecimiento económico, y ya sabemos por experiencia propia e internacional que el crecimiento tiene dos elementos: por una parte, no garantiza el bienestar de todos, puede garantizar el bienestar de una minoría; por otra, genera daños de sustentabilidad ecológica que pueden amenazar incluso la supervivencia de la humanidad. Cuando nosotros planteamos un nuevo modelo de desarrollo, se trata de uno que se haga cargo de esas carencias y esas brechas, que sea beneficioso para la mayoría de las personas y que, de alguna manera, garantice los derechos mínimos que gran parte de la ciudadanía está solicitando, que no sea depredador. Chile, en las últimas décadas, ha desarrollado muy fuertemente el modelo neoliberal, que ha penetrado con lógicas de mercado todo el ámbito de la vida de las personas, por eso tenemos una salud de mercado, una educación de mercado, tenemos todos los elementos que constituyen una sociedad de mercado. Creo que uno no puede prescindir de un análisis de la realidad actual, no puede prescindir de tomar en cuenta las fuerzas que operan, los intereses que existen, las oposiciones, porque si uno no lo hace de esa manera, entonces es muy difícil establecer una propuesta que tenga viabilidad. Una vez identificados esos elementos que mencioné, que son los elementos básicos, podemos proponer un modelo que pueda generar la adhesión de una mayoría ciudadana que permita que esto se haga realidad.  

Adriana Bastías es Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile.

Adriana Bastías: creo que hablar de un modelo de desarrollo implica decir que hay ciertos lineamentos que buscan el desarrollo de una nación, un territorio. Nosotros ahora ya sabemos que, dada la crisis climática, debiésemos hablar de un desarrollo sustentable, que no solamente involucre el aspecto económico, sino que también el ámbito social, político y cultural. Los sistemas de protección social están muy relacionados con los modelos de desarrollo que históricamente han tenido lugar. ¿Por qué en un momento de crisis es necesario pensar en un nuevo modelo? Básicamente, porque uno se da cuenta, frente a una crisis social, a un estallido social que casi cumple un año, de que el modelo se agotó. Frente a una economía de mercado con una fuerte desigualdad que podemos ver en el índice de Gini o en otros índices, es necesario pensar en un nuevo modelo de desarrollo que podemos generar a través del proceso constitucional, más allá de que en la práctica sea difícil por los altos quórum.  

Claudio Gutiérrez: cuando uno habla del modelo de desarrollo, debería pensar más globalmente en qué queremos como país. Para la época de Pedro Aguirre Cerda estaba bien el “pan, techo y abrigo”, pero hoy necesitamos más que eso. ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo queremos insertarnos en el mundo? Quiero poner un ejemplo sobre esto. Recuerdo un foro, hace un año, discutiendo con otro colega sobre la academia uruguaya, sobre la Universidad de la República, y me acuerdo de cómo se reían de mí cuando yo les decía: “habría que mirar de otra manera esa universidad, que no aparece en ninguno de esos rankings que nos encantan, y preguntarse cuál es el rol que juega esa universidad que produce el conocimiento y los profesionales que ese país pequeño necesita”. Estoy esperando encontrarme con esa gente de nuevo para mostrarles que Uruguay tiene sólo 49 muertos por Covid, 49 muertos en total, nosotros llevamos 60 al día o algo por ahí. ¿Cómo esa sociedad pudo hacer eso? Ese resultado no depende del número de papers publicados, no depende de los enganches que uno tenga con los grandes centros mundiales para traer o no la vacuna. Depende de una población educada, depende de un sistema de salud sólido, depende de una infraestructura sistemática. Uruguay tenía un modelo de desarrollo distinto, donde la universidad cumplía una función distinta a la de acá. ¿De dónde salieron los médicos uruguayos que lograron esos niveles de detección del Covid? ¿De dónde salió ese sistema de salud? ¿De dónde salió la población educada que hizo lo que había que hacer? ¿De dónde salieron los economistas que ordenaron el país de esa manera? Ahí hay una idea de lo que puede ser un modelo de desarrollo y de educación enganchado con una visión de país diferente.  

“Todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities”. Flavio Salazar 

De sus palabras se desprende que consideran que es necesaria una nueva forma de pensar Chile. Pero, para aterrizar, ¿cómo se cambia el modelo de desarrollo de un país 

Flavio Salazar: es complejo. En cierta medida, concuerdo con varios de los aspectos que se han tocado acá, pero hay matices, y esos matices son importantes porque uno de los elementos claves, yo lo mencioné, es lograr un consenso en nuestras visiones, porque no se trata de pensarse como iluminados que van a generar una solución. Para mí, el tema económico sigue siendo uno de los temas centrales, sobre todo en un país que no ha alcanzado el nivel de desarrollo y que no ha alcanzado a cubrir las necesidades básicas de su población. No es lo único, sin duda, pero es crucial. Lo que hemos tenido en estos últimos años es una exacerbación de los elementos económicos y en eso estoy absolutamente de acuerdo. Cualquier idea de cambio va a encontrar necesariamente férrea oposición de quienes hoy han sido beneficiados de forma absoluta por este modelo, y que cuentan no sólo con el respaldo de un número de individuos, sino que también con el respaldo de los medios de comunicación, de las Fuerzas Armadas. Creo que hay que centrarse en romper la hegemonía del modelo económico neoliberal, generar una forma de relacionarnos que sea distinta, que releve la importancia de lo público. 

Claudio Gutiérrez es profesor titular de la Universidad de Chile e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos.

Adriana Bastías: creo que el actual modelo se caracteriza por una alta concentración del ingreso y del poder económico, que va ignorando unas desigualdades bastante generalizadas. Pensando en la crisis ambiental, específicamente, somos altamente dependientes del carbono, hemos depredado nuestros recursos naturales. Lo que estamos produciendo requiere una baja tecnología porque estamos extrayendo recursos: no hemos creado un valor agregado a lo que estamos produciendo. Me gustaría mencionar que el modelo de desarrollo que se discuta y sobre el cual se llegue a acuerdo debería generar mecanismos de participación democrática por parte de los territorios, actualmente son casi inexistentes y creo que es necesario descentralizar las decisiones. Sin duda, tenemos que discutir el término del derecho a la propiedad, que en la actual Constitución está muy arraigado y ve al agua como propiedad. Tenemos que discutir para ver si llegamos al consenso de que eso no debiese ser así y que debiese ser considerado un bien universal, un bien de todas y todos. 

Claudio Gutiérrez: para cambiar el modelo se necesita, decía bien el vicerrector, mayorías, se necesita una conciencia generalizada de los cambios. Mi impresión es que el 18-O es exactamente esa conciencia generalizada de la gente, que dijo “no va más”. Si no tenemos eso, no hay posibilidad siquiera de cambiar nada. ¿Qué cambios se quieren? Aquí hay dos tipos de cambios, bueno, hay muchos, pero voy a insistir en dos tipos de cambios: de demandas materiales, querer mejorar los sueldos, querer otro tipo de salud, querer otro tipo de educación; y otro ámbito de demandas fundamentales que tienen que ver con la dignidad. En Chile, cuando te encuentras con alguien, lo jerarquizas, está arriba tuyo o está abajo; si está arriba tuyo, le hablas despacio, si está debajo, le gritas. Yo no olvidaría, cuando hablamos de cambiar el modelo, de esos dos bloques: los cambios materiales y los de dignidad de las personas. Desgraciadamente, no tengo la varita mágica para decir cómo hacerlo, pero creo que la clave acá son mayorías y convencimiento de que los cambios hay que hacerlos. Creo que lo fundamental ahora es convencer a la gente de que esos cambios son posibles. 

Adriana Bastías: una última cosa. Sin duda, la desigualdad de género es algo que se ha hecho patente y se ve con fuerza en Chile y en el mundo, no es casualidad que un movimiento como Lastesis haya surgido en Chile y se haya replicado en el mundo. Ahí hay una desigualdad y una molestia generalizada que es evidente y que también debiese considerarse, y esperamos que se tome en cuenta en el proceso constitucional. Eso va generando cambios, cambios que ojalá se vean y sean evidentes en un modelo de desarrollo que sea menos desigual o que genere menos desigualdad de la que se ha creado en Chile. 

Quiénes son

Flavio Salazar. Vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile. Director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia. Ha participado en diversas sociedades científicas y es ex presidente de la Sociedad Chilena de Inmunología y ex presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociedades de Inmunología. 

Adriana Bastías. Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile. Docente de la Universidad Autónoma de Chile. Actualmente es la presidenta de la Red de Investigadoras, una asociación que promueve la equidad de género en la investigación en todos los ámbitos del conocimiento.  

Claudio Gutiérrez. Profesor titular de la Universidad de Chile en el Departamento de Ciencias de la Computación e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos. Es Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Chile, Magíster en Lógica Matemática de la Universidad Católica de Chile y Ph.D. en Computer Science en la Wesleyan University, Estados Unidos. 

Ministro Andrés Couve: hacia una economía basada en el conocimiento

En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo.

Por Andrés Couve

El primer Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile nace en un periodo de grandes transformaciones globales; transformaciones medioambientales, transformaciones guiadas por los avances tecnológicos y transformaciones impuestas por una crisis sanitaria sin precedentes que, seguramente, va a cambiar de manera permanente muchos ámbitos de nuestras vidas.

Nacer en este contexto ha instalado políticamente a nuestro ministerio mucho más rápido de lo que pensamos en un comienzo. Y lo hemos hecho con la firme convicción de trabajar para que la investigación, la tecnología y la innovación se pongan al servicio del país y tengan el potencial de mejorar la vida de las personas y abrir nuevos espacios políticos que incorporen la evidencia en la toma de decisiones.

Lo vivido en este primer año de instalación y de emergencia sanitaria por el Covid-19 nos ha dejado la tranquilidad y el orgullo de contar con una comunidad de investigación capaz de articularse rápidamente y poner todas sus capacidades al servicio del país. Gracias a ello, tempranamente levantamos una red universitaria de diagnóstico con 36 laboratorios a lo largo de Chile, innovamos en la fabricación local de ventiladores mecánicos de emergencia, articulamos al sector privado con la academia para disponer un sistema de datos de la pandemia y una propuesta de información abierta y de libre acceso, entre muchas otras iniciativas nacionales y también propias de los territorios, como el monitoreo de aguas servidas o programas de vigilancia activa impulsados por las Seremis de Ciencia.

La ciencia se hizo presente en diversos espacios. Siempre aportando desde la calidad y la colaboración.

La Estrategia Nacional de Vacunas surge en este mismo contexto y hoy Chile se apronta a iniciar ensayos clínicos para el desarrollo de una vacuna segura y efectiva contra el Covid-19, que esperamos con optimismo será la solución definitiva a esta epidemia. En este trabajo, las capacidades instaladas en nuestras universidades y la colaboración de investigadores y representantes de la industria han sido claves para generar recomendaciones y concretar estos ensayos en nuestro país.

La llegada del virus nos exigió reorientar temporalmente capacidades, como antes lo hicimos para hacer frente a la crisis medioambiental. La emergencia climática requiere ser abordada desde la evidencia y por ello la comunidad científica nacional, con más de 600 investigadores e investigadoras, logró vincularse y llevar su sello a la cumbre de acción climática COP25. Desde ahí fuimos enfáticos: la ciencia no es negociable.

En lo político-social, este primer año también ha estado marcado por tensiones y cambios donde la investigación en ciencias sociales y humanidades es fundamental para la comprensión de los múltiples fenómenos que han configurado el escenario actual. Nuestro entorno se ha transformado en un espacio complejo, impredecible y dinámico, que requiere de nuevas formas de análisis y miradas. 

En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo. El reto de la recuperación tiene que lograr atender las urgencias de hoy, pero con mirada de futuro. Nuestra agenda de innovación y emprendimiento tiene esa perspectiva, y a través de programas como Start Up Ciencia y Retos de Innovación de Interés Público, buscamos promover el surgimiento de nuevas empresas de base científico tecnológica y hacernos cargo de necesidades del sector público que encuentren soluciones a través de propuestas de innovación y emprendimiento. El mismo objetivo con programas como Ciencia 2030, Ingeniería 2030 y el Fondo de Innovación para la Educación Superior, que apuntan a mejorar estas capacidades en nuestras universidades.

Este primer año ha sido un periodo de abrir caminos, de establecer nuevas maneras de hacer las cosas y, por cierto, de profundos aprendizajes. Tal vez el más importante de ellos fue resignificar la importancia vital de la articulación frente a desafíos que son urgentes e ineludibles. La vinculación entre la academia, el Estado, el sector privado, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y las redes internacionales, permitieron establecer una nueva manera de conectar el conocimiento con su aplicación.

Esta vinculación, y así lo ha demostrado el Covid-19, tiene muchas formas de materializarse a través de la articulación que se genera con el aporte de distintos actores disponibles para atender, de forma coordinada, las distintas urgencias en distintos escenarios.

Este espíritu de colaboración es central en nuestra visión como Ministerio de Ciencia. Una visión que busca poner en valor el conocimiento y la cooperación en beneficio de la sociedad y de una economía sostenible y responsable con el medioambiente. Confiamos, finalmente, en que a través del desarrollo de nuestro talento y el despliegue de sus capacidades en distintos ámbitos de nuestra sociedad, podremos construir un mejor futuro para todos y todas en Chile.

Hacia una nueva salud pública en Chile: claves para responder a los desafíos del país

Por Verónica Iglesias

La crisis de la salud pública en nuestro país se viene desarrollando desde hace un par de décadas. El gasto público en salud en Chile es más bajo comparado con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y durante el 2019 el porcentaje disminuyó en 0,11 puntos respecto de 2018 (5,4% y 5,51%, respectivamente, del Producto Interno Bruto –PIB–). Si estas cifras se llevan al gasto en el sector público, este porcentaje es aún menor, lo que se traduce en menor infraestructura, menor dotación de recursos humanos, falta de insumos, falta de equipos de alta tecnología, largas listas de espera, pocos recursos destinados a la promoción de la salud y prevención de la enfermedad, entre otras variables. Todas estas son condiciones a las que se enfrenta de manera permanente la población que se atiende en el sector público (78%). El desfinanciamiento y las limitaciones en la respuesta del sistema en su conjunto frente a las necesidades de salud de la población fueron parte sustancial de las demandas elaboradas desde la sociedad civil durante el estallido social, que puso sobre la mesa los cambios estructurales que el sistema de salud necesita. 

Ilustración: Fabián Rivas.

No es de extrañar entonces que en el contexto de crisis basal, la crisis provocada por la pandemia haya puesto de manifiesto nuevamente las condiciones desiguales en las que vive nuestra población, desnudando las deficiencias que nuestro sistema tiene para enfrentarlas. La salud es expresión de cómo se han experimentado los determinantes sociales desde que las personas nacen y aquellos determinantes relacionados con el sistema de salud. De manera fundamental, influye la estratificación social, entornos y condiciones de vida a nivel colectivo con su resultado en los estilos de vida. El contexto de la actual epidemia es una situación que por afectar simultáneamente a toda la población deja muy al desnudo las determinaciones sociales, incluido el propio sistema de salud. Las desigualdades en salud son materia conocida, y en este contexto resulta evidente que se requiere abordar con recursos y estrategias factores que están determinando una mayor carga de morbilidad y mortalidad. En nuestro país, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer son las patologías que generan una mayor tasa de mortalidad y representan alrededor de un 27% y 25% del total de las defunciones, respectivamente. 

Las enfermedades cardiovasculares están muy relacionadas con los estilos de vida (sedentarismo o alimentación saludable) y factores de riesgo en los cuales nuestro país está en los primeros lugares del ranking de la OCDE, con altas frecuencias de consumo de tabaco, obesidad, hipertensión y diabetes, siendo varios de estos factores más prevalentes en el nivel socioeconómico más bajo. En niños, preocupa la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad, la que alcanza cifras cercanas al 45%, lo que debe ser abordado con urgencia dado el riesgo que representa para la salud mantener esta condición. 

Un aspecto relevante para el análisis en el contexto de pandemia ha sido el rol fundamental de la Atención Primaria en Salud (APS), pieza clave de la red asistencial en la respuesta territorial, cuya ausencia, por definición, en el sistema privado ha mostrado la cara de ese subsistema en términos de su compromiso real con la salud de las personas. En esta pandemia, las labores de seguimiento y trazabilidad, principales actividades en el enfrentamiento de la misma, representan el acompañamiento preventivo que no es posible garantizar desde lo privado. Es fundamental hoy y mañana destinar más recursos para fortalecer a la Atención Primaria que, bajo el Modelo de Salud Integral, Familiar y Comunitario, tiene como desafío implementar las acciones de promoción y prevención, y favorecer la participación comunitaria, empoderando a la ciudadanía como agente de cambio de su propia situación de salud. Para ello, antes de la pandemia, se había establecido como mínimo necesario que el per cápita aumentase de $7.000 a $10.000, pero hoy, en función de la pandemia, parece claro que también es relevante repensar la forma de financiamiento de la APS. En relación a la participación de la comunidad organizada, esta ha tenido un papel relevante a nivel territorial, muchas veces sin un diálogo posible con las estructuras del gobierno local, lo que ha dejado de manifiesto las deficiencias actuales en los mecanismos y las limitadas formas de participación y transferencia de poder a las personas y comunidades. Las organizaciones sociales y comunitarias han desplegado su trabajo no sólo en tiempos de crisis, sino siempre que el Estado no ha logrado dar respuesta con el sentido de urgencia requerido a las necesidades básicas de grupos más vulnerables.

El ambiente psicosocial es parte fundamental en las determinaciones sociales de la salud, y evidentemente estas van mucho más allá de las políticas del sector salud, pues involucran un amplio espectro de políticas públicas intersectoriales, las que deberían estar orientadas a hacer posible una mejor calidad de vida y evitar la enfermedad, disminuyendo las brechas de desigualdad en la salud en su más amplio sentido. Para ello se requiere que concurran sectores como economía, trabajo, vivienda, medio ambiente y otros, cuyas políticas también deberían estar al servicio del bienestar de la población. Hemos visto en esta pandemia que la falta de enfrentamiento conjunto de las dimensiones sanitarias, sociales y económicas ha llevado a que sólo un segmento acotado de la población haya podido “quedarse en casa”, lo que ha dado como resultado un elevado número de casos y personas contagiantes, que nos podrían mantener en una situación peligrosa de endemia prolongada mientras no se cuente con una vacuna. Esta situación ha afectado con mayor fuerza a comunas en que se concentran determinantes como menor nivel socioeconómico, mayor hacinamiento, mayor porcentaje de personas migrantes, precariedad e informalidad laboral, entre otras. Es fundamental comprender, como sociedad, que en la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso. De esta manera, las acciones que se realicen hoy o la falta de ellas tendrá sus resultados en el mediano o largo plazo, por eso resulta urgente actuar: no se puede esperar resultados diferentes si no se generan cambios. 

“En la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso”.

A nivel del sistema de salud se requiere de una reforma estructural que, en el marco de una nueva Constitución, nos conduzca hacia un sistema público universal de salud, con una red pública fortalecida y sin lucro, lo que permitirá avanzar hacia una reducción de las inequidades en salud. También se necesita transitar desde el modelo biomédico orientado a la atención de salud y la sobremedicalización, que ha quedado en evidencia en el enfrentamiento inicial de la pandemia, hacia un modelo de salud pública colectiva. Un modelo de atención que, más allá del discurso, tenga su eje en la APS, que considere las particularidades del territorio y las necesidades de salud de su población, que reconozca los saberes de pueblos originarios, que participe activamente del empoderamiento de su comunidad para el ejercicio de sus derechos en salud, a fin de que alcance mayores niveles de participación y le permita ser corresponsable del proceso de salud.

La pandemia también ha puesto de manifiesto la necesidad de que la gestión pública del sector salud cuente con profesionales sólidamente formados en salud pública. Nuestra Universidad de Chile, a través de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina, forma anualmente entre 60 y 70 estudiantes de posgrado y especialidad médica en salud pública, y cuenta con el único Doctorado en Salud Pública de nuestro país. Adicionalmente, la formación de más de mil estudiantes al año en cursos y diplomas de educación continua permite la actualización de un importante grupo de profesionales de instituciones públicas. Pero, sin duda, se requiere un mayor aporte financiero del Estado para que las universidades públicas puedan cumplir con su rol en la formación de profesionales y equipos capaces de enfrentar los desafíos actuales y futuros, mucho más allá de los recursos individuales. En el ámbito de la investigación, la Universidad de Chile ha respondido con mucha creatividad y potencia frente a las necesidades que ha levantado la pandemia, y esto ha dejado de manifiesto las limitaciones en la disponibilidad de fondos para la investigación en el área de salud pública. 

La pandemia deja a su paso aprendizajes e interrogantes e interpela a toda la institucionalidad pública a realizar los cambios necesarios para enfrentar los grandes desafíos del país y responder frente a las legítimas demandas de justicia social de la ciudadanía.

La frágil memoria de las pandemias en Chile

En los últimos meses se ha reiterado que la del Covid-19 es la peor pandemia de todos los tiempos. Si bien es la de mayor alcance global y ha obligado en pocos meses a cambiar la cotidianidad de millones de personas, lo cierto es que la humanidad ya había pasado por tragedias similares. En Chile, desde el siglo XIX, enfermedades como el cólera, la gripe española o el tifus exantemático han costado la vida de miles de personas y, al mismo tiempo, impulsado importantes reformas en salud. ¿Cómo han terminado estas pandemias y por qué no las recordamos tanto? Expertos entran en ese debate.

Por Denisse Espinoza A.
Página del diario El Ferrocalito de 1886, sobre la epidemia de cólera en Chile.

Creyeron que era la pandemia que por largo tiempo habían estado esperando, pero ¿realmente lo era? 

El 16 de mayo de 2009 el entonces ministro de Salud, Álvaro Erazo, confirmaba lo inevitable: la gripe A(H1N1) había llegado a Chile con la detección de los primeros casos: dos mujeres que pasaron sus vacaciones en Punta Cana, República Dominicana, contrajeron el virus que a mediados de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó como una nueva cepa de la gripe porcina. Durante años, el organismo incentivó a los países a que trabajaran en un plan de contingencia para una posible pandemia y Chile no fue la excepción. Eso sí, desde 2005, la preparación giró en torno a un posible brote de influenza, pero de tipo aviar y proveniente de Asia, por lo que el nuevo virus se instaló en el país con una rapidez que encendió las alarmas. 

Sin embargo, la reacción de las autoridades locales fue oportuna. Se dispuso de inmediato una barrera sanitaria de ingreso al país y se hicieron exhaustivos controles en el aeropuerto de vuelos provenientes de Canadá, EE.UU. y México. No fue necesario suspender clases ni tampoco decretar cuarentenas: la epidemia concluyó en marzo de 2010 con un total de casos que se alzaron por sobre los 300 mil y con sólo 155 fallecidos confirmados por el virus. “En el papel habíamos previsto millones de casos e incluso teníamos negociada con dos años de anticipación la compra de antivirales, autorizada por el presidente Lagos, por lo que fuimos el único país del Cono Sur que contó con medicamentos en cápsulas que redujo mucho la tasa de complicaciones y, por consecuencia, la demanda de camas hospitalarias. El problema fue que después se cuestionó haber comprado demasiados antivirales”, recuerda la epidemióloga Ximena Aguilera, quien fuera una de las principales responsables del plan de preparación para la pandemia de influenza y que hoy integra el consejo asesor del Covid-19.

“Aunque no fue exactamente el virus que estábamos esperando, había un plan pensado, sabíamos cuáles eran los comités que se debían armar, las autoridades que iban a participar más fuertemente. Era tanto así que la estrategia comunicacional estuvo a cargo de una empresa que diseñó logos, avisos, spots de radio y TV, incluso estaba escrito el discurso de la presidenta cuando llegara el primer caso y se produjera la primera muerte”, cuenta la también académica de la Universidad del Desarrollo. Diez años después de esa epidemia, está claro que el trabajo previsor se ha perdido, luego de que el mismo presidente Piñera declarara el 17 de mayo, por cadena nacional, que “ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del Coronavirus, como lo demuestra la evidente saturación de los sistemas de salud en países de alto nivel de desarrollo. Chile tampoco estaba preparado”.

La epidemióloga e integrante de la Mesa Técnica Covid-19, Ximena Aguilera.

¿Es posible que la memoria pandémica se pierda en una sola década? ¿Qué pasó entonces? “Yo diría que tras la epidemia de influenza se abandonó el tema en las Américas. La misma OPS (Organización Panamericana de la Salud) que empujaba el tema lo sacó de sus prioridades y se abocó al reglamento sanitario internacional. Sin embargo, otros países que participan con Chile en la APEC han reaccionado bien a esta pandemia. Los australianos y oceánicos nunca descuidaron el trabajo preventivo, de hecho, cuando empezó, vi por televisión cómo en Australia se anunció que se iba a poner operativo el plan pandémico, es decir, que lo tenían y bien actualizado”, explica Ximena Aguilera.

Así, en esta pandemia, hemos visto cómo frente al poco ojo avizor que han tenido las autoridades para controlar el avance incesante del virus se ha optado por una estrategia que pretende alzar al Covid-19 como la mayor amenaza que ha enfrentado el ser humano en su historia, pero ¿qué tan cierta es esa afirmación? Para el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y especialista en historia de la salud, Marcelo Sánchez, comparar los contextos históricos es complejo, pero “en ningún caso esta es la peor epidemia de la humanidad”. Y ejemplifica: “las enfermedades que se dieron por el contacto entre conquistadores europeos y población aborigen se alzan por sobre los 25 millones de personas y en el contexto nacional republicano, las estimaciones más bajas de la epidemia de cólera de 1886-1888 están en torno a 25 mil fallecidos y las altas en torno a 30 mil, y eso habría que verlo en la proporción de población total del país que rondaba a los dos millones, entonces esa fue mucho peor. Creo que, más bien, lo del Covid-19, es un relato de la catástrofe que busca provocar unidad política, llevar a la gente a seguir instrucciones, pero es una retórica que sinceramente esconde falta de responsabilidad y creatividad política”, dice, tajante, el historiador.

Más que coincidencias 

Lo que sí ha complejizado el manejo de esta pandemia en el territorio local es la falta de credibilidad política que sufre el gobierno y la élite debido al estallido social del 18 de octubre. Sin embargo, los historiadores se apuran en aclarar que esta característica tampoco es excepcional. “Ha sucedido que las pandemias en el país han coincidido con crisis de legitimidad, donde la población ha mantenido cierta distancia frente a las decisiones gubernamentales. En la gripe española de 1918 que afectó a Chile, por ejemplo, también hubo una coyuntura social y política, la república parlamentaria hacía agua por varios lados, hubo grandes manifestaciones sociales y se sumaba a la arena política Alessandri, como el gran reformista, el tribuno del pueblo que iba a resolver todos los problemas”, cuenta el historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. Así también se vivió una crisis política durante el cólera, la primera epidemia que afectó a Chile y que llegó desde Argentina en diciembre de 1886 con casos en Santa María, San Felipe y La Calera, y que se extendió hasta abril de 1888 con un carácter estacional. 

Foto histórica de la gripe española de 1918, que afectó también a Chile.

El presidente era José Manuel Balmaceda, quien promovió un rol más activo del Estado y que era resistido por las élites debido a su insistencia por arrogarse más atribuciones como presidente. Los debates en torno al manejo de la pandemia se vertían en la prensa, en periódicos como El Ferrocarril, El Mercurio de Valparaíso y El Estandarte Católico. Sin embargo, las clases bajas quedaban fuera y más bien se informaban de forma básica y a veces errónea, a través de los versos de la Lira Popular y de la sátira política del Padre Padilla, pasquín donde se educaba a la población y que es detallado por la historiadora Josefina Carrera en su artículo El cólera en Chile (1886-1888): conflicto político y reacción popular, donde concluye: “una de las comprobaciones más interesantes fue captar el abismo que separa al mundo popular de la elite. Así observamos a un pueblo lleno de temor, desconfianza y disconformidad ante las autoridades, especialmente las médicas”. 

Otro evento epidémico que fue consecuencia directa de una crisis económica y social fue el tifus exantemático de 1931, enfermedad transmitida por el piojo del cuerpo humano y que surgió a partir del quiebre de las salitreras del norte del país en 1929. Los mineros y sus familias fueron confinados en pésimas condiciones de higiene y luego trasladados a labores de cosecha en Valparaíso y Santiago, lo que propagó el virus hasta 1935. “En la capital se dieron restricciones en los tranvías, cierres de teatros, de las actividades docentes, hubo desinfección en conventillos y recintos públicos y muchas restricciones a la libertad individual”, comenta el historiador Marcelo Sánchez, quien ha estudiado a fondo el tema. 

El historiador y académico de la U. de Chile, Marcelo Sánchez.

Claro que quizás el contexto epidémico más curioso, por las coincidencias que guarda con el momento actual, es el brote de influenza de 1957, que vino justo luego de la llamada “batalla de Santiago”. Las protestas masivas del 2 y 3 de abril de ese año fueron detonadas por el alza en el transporte público y tuvieron como protagonistas a las organizaciones sindicales lideradas por la CUT. La policía intervino con un saldo de una veintena de civiles muertos y la declaración de Estado de Sitio. Bajo ese clima, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo enfrentó en agosto el arribo de la influenza asiática, proveniente de un barco estadounidense que atracó en Valparaíso. La pandemia ubicó a Chile entre los países con índices más altos de mortalidad, con al menos 20 mil muertos, y parte de las razones fue el tenso ambiente político de un gobierno asediado por huelgas populares. 

“Hay ciertos comportamientos que se repiten en las crisis sanitarias. El miedo, la huida y sobre todo, la desconfianza hacia la autoridad es algo que repercute en el combate de la enfermedad”, explica Marcelo Sánchez. Según la epidemióloga Ximena Aguilera, la desconfianza social en la actual pandemia se enraíza en “el factor de la desigualdad. Si has tenido toda la vida la experiencia de que algunos tienen privilegios y muchos, y que tú no, es difícil creer que vaya a haber igualdad de trato y de derechos para todos”.

El peso de la historia 

Cien años después, un nuevo brote de cólera se detectó en Chile: llegó desde Perú a fines de 1991 pero a diferencia de otras pandemias, tuvo a favor el clima político. “El gobierno estaba compuesto por una alianza de partidos mucho más estable que ahora. Hubo presiones de empresarios que decían que para qué íbamos a comunicar la pandemia, que mejor lo hiciéramos para callado, pero yo me negué porque sabía que la transparencia era la única forma para que la gente siguiera las instrucciones y así fue”, cuenta el médico y ex ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez de la Jara, quien lideró la coordinación con los ministerios del Interior, Obras Públicas y las FF.AA. “Era mal visto el contacto con los militares, pero decidí jugármela y ayudaron mucho en el control de las barreras sanitarias”. 

Jiménez de la Jara cuenta que justo en ese momento había expertos de la U. de Maryland (EE.UU.) y de la U. de Chile investigando en el país la fiebre tifoidea –que tiene un ciclo similar al del cólera– e hicieron un mapeo de la ciudad, indicando cuáles zonas de Santiago eran las de mayor peligro. Así, en lugares como Rinconada de Maipú, chacras regadas con aguas contaminadas fueron clausuradas por orden directa de la Seremi de Salud del sector poniente, la doctora Michelle Bachelet.

Los resultados del manejo del cólera fueron exitosos: se notificaron sólo 146 contagiados, tres fallecidos y la población cambió para siempre sus hábitos higiénicos: lavarse las manos se volvió natural, al igual que desinfectar las verduras y no consumir mariscos crudos. “En ocho años se logró que el tratamiento de las aguas servidas fuera una realidad en todo Chile, del 5% subió al 95% con la implementación de plantas en varias ciudades y una inversión de varios miles de millones de dólares”, agrega Jiménez de la Jara. 

Sin duda, tras las pandemias se han mejorado los aparatos institucionales. La epidemia de cólera de 1888, por ejemplo, impulsó la creación en 1892 del Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dependientes del Ministerio del Interior. Estos dieron paso en 1929 al Instituto Bacteriológico y luego al Instituto de Salud Pública en 1979, que incluso supervisó la manufactura nacional de medicamentos y vacunas hasta fines de los años 90. “Desde 1892 Chile construyó un sistema público de salud bastante robusto, pero todo eso se destruyó entre 1979 y 1981”, afirma el historiador Marcelo Sánchez, pero aclara: “por supuesto que el sistema antiguo tenía defectos, era lento, burocrático, muchas veces no tenía recursos y siempre se le acusaba de practicar una medicina deshumanizada, pero como ideal quería atender la salud de todas y todos los chilenos y no había ninguna exigencia de pago para la atención primaria y de urgencia”. 

Además, sucede que una vez aprendidas las lecciones, los recuerdos más duros de las crisis se terminan enterrando. ¿A qué se debe esta mala memoria de los detalles de la tragedia? “Son traumas colectivos y buena parte de la población lo único que quiere es olvidar”, dice el historiador de la UC, Marcelo López. “Es parte de la psicología humana dar vuelta la página, pero hay sociedades que deciden recordar e incluso hacer memoriales. Esa es una discusión que hace falta en nuestro país, porque no tenemos una buena memoria sanitaria”, agrega. 

El historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica.

Por ejemplo, en 2003, durante las excavaciones para la construcción de la Costanera Norte, se descubrieron restos óseos humanos dentro de fosas comunes que, luego se comprobó, correspondían a un antiguo cementerio de coléricos de 1888, ubicado al lado de uno de los lazaretos de la época; residencias sanitarias donde los enfermos eran aislados. “Se construían en las periferias de las ciudades, eran muy precarios y allí básicamente se iba a morir. Eso da cuenta de la magnitud de este tipo de tragedias y la respuesta común que se les dio durante el siglo XIX”, dice el historiador de la U. de Chile, Marcelo Sánchez. De hecho, al igual que el del 2003, hay una serie de otros sitios de entierro de cadáveres en distintas zonas de Chile que quedaron inscritos en la memoria popular como las “lomas de los apestados”, pero que nadie sabe exactamente dónde están. 

Pareciera que uno de los errores más recurrentes es reducir la respuesta de una crisis de salud al ámbito de la ciencia, cuando en realidad el elemento social es decisivo y por eso urge cruzar disciplinas. “Mientras no haya una vacuna o un tratamiento, dependemos más que nada del comportamiento humano. Hoy sabemos que los niveles de confianza y la credibilidad en las instituciones es importante para manejar una crisis como esta y lo sabemos porque justamente no se está dando”, dice la historiadora de la ciencia y académica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva. “Lo de la memoria y la conciencia histórica es un tema sensible, o sea, en los últimos años hemos visto las intenciones de reducir la relevancia de la historia y de las ciencias sociales en el currículum escolar y eso tendrá consecuencias ahora y a largo plazo”, agrega Silva. Mientras, López da un dato relevante. “La historia de la salud se desterró de la mayoría de las Escuelas de Medicina y eso es paradójico. Es decir, ni siquiera los médicos conocen la historia de su disciplina. Al parecer, lo que ocurrió fue que en el siglo XX la medicina se enamoró tanto de sí misma que ya no necesitó ninguna otra disciplina para explicarse los problemas”.

Bárbara Silva: “Buscamos certezas en la ciencia, como antes se hacía con la religión”

La Doctora en Historia, que acaba de presentarse en el Festival Puerto de Ideas, reflexiona sobre el valor que le damos a la ciencia en un contexto que nos empuja, más que nunca, a exigirle certezas, olvidando que es una actividad humana como cualquier otra.

Por Florencia La Mura

En 1998, el médico británico Andrew Wakefield presentó una investigación en la prestigiosa revista médica The Lancet que en sus resultados preliminares relacionaba la vacuna del sarampión -conocida como MMR en inglés- con casos de autismo en niños. Esta aseveración, planteada sólo como hipótesis, bastó para que comenzaran a bajar los índices de vacunación, primero en el Reino Unido y luego en el mundo. Una investigación posterior develaría que el médico tenía un conflicto de interés y que su intención era posicionar una vacuna distinta a la MMR para el sarampión. Fue la misma publicación, The Lancet, que diez años después, desmintió los resultados del estudio, los que Wakefield había adulterado para su propio beneficio, según recuerda la BBC. Aún así, hasta el día de hoy hay un amplio número de personas que defiende la relación entre vacunas y autismo en niños, citando el cuestionado estudio. 

La Doctora en Historia de la Ciencia y acádemica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva.

Ejemplos como este hacen preguntarse ¿es la ciencia incuestionable? Para Bárbara Silva, Doctora en Historia, especializada en Ciencia y Tecnología y académica del Departamento de Historia en la Universidad Alberto Hurtado, la gente no parece querer debatir con la ciencia, no existe una mirada crítica y eso se debe a que ni siquiera la entendemos. En el marco del Festival Puerto de ideas, Silva presentó la conferencia titulada La ciencia y las enfermedades o la historia de las (in) certezas, donde reflexionó sobre el desconocimiento de nuestra propia historia, además del de la ciencia -plantea la académica- lo que nos lleva a olvidar que la incertidumbre es una constante en el mundo. Es aquí donde aparecen las comparaciones con otras enfermedades similares, con el fin de buscar respuestas.

Bárbara Silva (40), llegó a la historia de la ciencia por casualidad y se quedó ahí. Ha editado seis libros de historia, siendo los más recientes -sobre divulgación científica- Estrellas desde el San Cristóbal. La singular historia de un observatorio pionero en Chile, 1903 – 1995 (Catalonia, 2019) y El sol al servicio de la humanidad. Historia de la energía solar en Chile (Ril, 2019) en coautoría con Mauricio Osses y Cecilia Ibarra. Además, trabaja como investigadora FONDECYT y su interés por la historia de la ciencia se mueve por el cruce entre saber cómo se generaba conocimiento y los contextos políticos y sociales que los rodeaban. “Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo”, plantea Silva en esta entrevista, donde ahonda en los factores sociales que se entrelazan con lo científico, recordando que la ciencia es una actividad humana, como cualquier otra. 

-¿Cómo decidiste especializarte en Historia de la Ciencia y qué valor tiene para tí esta área en particular?

Surgió a partir de un proyecto en Historia de la astronomía. No fue un plan elaborado de antemano, sino que fue una investigación histórica la que me fue llevando hacia la historia de la ciencia. Ahí me di cuenta que era un área fascinante porque se trata de entender cómo los seres humanos conocían, como generaban su proceso de producción de conocimiento en una época pasada y me parece muy interesante y fundamental para entendernos a nosotros mismos. Así es como llegué al área y se me abrió un campo además muy atractivo. Me parece que hay mucho por hacer, para mí tiene un valor enorme, porque creo que a través de la Historia de la ciencia no solo se sabe cómo se generaba el conocimiento en el pasado sino que te hace converger distintos aspectos. Uno no puede hacer Historia de la ciencia sin saber Historia política o Historial cultural, cuáles eran las mentalidades de la época y las formas de vincularse. Se conectan distintas realidades del pasado.

-Planteas una mirada de tiempo y mirada histórica como dos posturas distintas ¿podrías explicar las diferencias?

No lo planteo como dos cosas absolutamente distintas, sino que parte de esa mirada temporal tiene una dimensión histórica, por tanto vamos hacia el pasado. Pero viéndolo más ampliamente, es cómo nos situamos en una relación entre distintos tiempos. Estamos hoy día en este presente que resulta tan difícil de abordar y estamos relacionándonos con distintas temporalidades, estamos yendo hacia el pasado a buscar experiencias de otras pandemias, pero también estamos yendo hacia el futuro al preguntarnos cuándo va a terminar, cuándo esto va a tener solución, cuándo la ciencia va a tener respuestas que espero que tenga, etc. No son dos cosas distintas, sino que la mirada histórica es parte de la mirada temporal, diciendo que a pesar que estamos viviendo en el hoy, estamos permanentemente relacionándonos con otras temporalidades.

-En la actualidad se refuerza la especificidad de las profesiones y se deja de lado lo interdisciplinario ¿De qué forma la historia de la ciencia ayuda en este aspecto, al no aislar a la ciencia como un elemento aparte?

Por el propio proceso que ha tenido la producción de conocimiento, estamos cada vez más superespecializados. Uno no puede saber todo con el volumen de conocimiento que existe y por eso nos especializamos. La historia de la ciencia aporta justamente en eso, en tender redes, en generar estos espacios de conexión para que el conocimiento se vincule, porque si tenemos áreas cada vez más compartimentalizadas, también vamos a tener un problema. Creo que la historia de la ciencia hecha de manera interdisciplinaria, aporta en generar un diálogo entre historia y ciencia.

Hoy ha quedado demostrado que financiar la investigación científica es algo crucial en el incierto mundo en que vivimos.

-En la charla mencionaste que tomamos lo que nos diga la ciencia como verdades absolutas, ¿por qué se produce esto?

Viene de la necesidad nuestra de tener algo a lo que aferrarse, que te pueda dar certezas y esa confianza de que va a estar todo bien. Me parece que habla de la naturaleza humana, pero se nos olvida que nosotros buscamos esas certezas en la ciencia, como en otra época pudo haber sido la religión. Se nos olvida esta cualidad tan asombrosa de la ciencia que es que siempre se corrige a sí misma. El conocimiento científico no tiene una meta, no es una fe, sino que tiene su propio dinamismo y está en permanente movimiento y a nosotros se nos olvida eso, por nuestra propia necesidad de tener una certeza.

¿Por qué no tenemos una mirada crítica a la ciencia como sí sucede con las humanidades?

Puede tener que ver con la formación científica que tenemos, no solamente en el espacio escolar, sino que hemos hecho que esa producción de conocimiento sea cada vez más hermética, en el sentido de que el lenguaje y las prácticas que usamos se quedan en el espacio de nuestros expertos, entonces mis colegas me pueden entender pero salir de esos espacios es difícil. En el fondo, creo que se ha abierto una brecha entre la producción del conocimiento y su dimensión social. Cuando estás en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, si bien también existe esa brecha, es un poco más factible que sea comprensible por un amplio público. Pero si estamos en el terreno de la ciencia o uno hace un esfuerzo consciente de superar esa brecha o se vuelve tremendamente hermético. Por ahí pasa esto que no tengamos una mirada crítica, porque ni siquiera lo entendemos.

¿Qué se puede entender desde otras profesiones y áreas de estudio así como desde la sociedad civil respecto a una mirada crítica de la ciencia?

Creo que es fundamental tener una mirada crítica, no para que uno cuestione todo aquello que diga la ciencia, sino para poder entenderlo. Hoy lo estamos experimentando de manera muy cotidiana. Los seres humanos buscamos explicaciones, si no entendemos el por qué me están diciendo que me quede en mi casa, es difícil hacer caso y contribuir a superar la situación que estamos viviendo hoy día. Más allá de eso, tenemos que entender que la actividad científica es una actividad humana como cualquier otra, tiene sus tiempos y procesos. No porque yo quiera que me de certezas voy a demandarlas, transgredir esos tiempos que son fundamentales para tener resultados científicos confiables.

«Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica».

La salud pública tomó relevancia en Chile luego de diversos brotes de enfermedades ¿qué hemos olvidado de otras pandemias y cómo cambia la forma de enfrentar una desde este momento en particular?

Todas esas experiencias son muy diversas. Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo, por lo tanto, cada experiencia de pandemia es distinta. Ahí hay varios temas, por supuesto que los brotes de enfermedades han tenido un impacto directo en cómo se entiende y qué es lo que se hace en salud pública, entendiendo también que la salud pública es históricamente nueva, reciente. En el siglo XIX no existía como concepto, estaba en manos de la caridad, la beneficencia. Sobre la experiencia de pandemia propiamente tal, creo que se ha olvidado bastante, me parece que moviliza en un miedo tan primigenio, que se tiende a olvidar, a suprimir. 

También eso se vincula con esta frase que hemos escuchado tanto sobre que «esta es la peor pandemia que hemos vivido». No sé si mejor o peor son categorías que aplican en la medida en que la sociedad que se hace cargo de un brote de esta magnitud es muy distinta de la que pudo haber existido en algún pasado. Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica. No saber que son categorías muy difíciles de aplicar en términos históricos, por la cantidad de variables que influyen.

En las últimas décadas muchos problemas se han ido solucionando a través de la tecnología ¿cómo influye esto respecto a la visión sobre el coronavirus?

Se nos está mostrando precisamente que por mucha tecnología que tengamos -que es fantástica- de igual manera un virus ha detenido el mundo y la única manera de reacción se basa en el comportamiento humano y no en esa tecnología, porque no sirve para resolver el problema de una vez. Mientras no podemos resolverlo -desarrollando una vacuna u otro método- tenemos que confiar en el comportamiento humano: distanciamiento social, lavarse las manos, etc.

Un tema importante en el desarrollo de la ciencia es el financiamiento y claramente ahí se cruzan muchos tipos de intereses ¿puede la ciencia ser social considerando el contexto neoliberal actual?

En términos de investigación científica, es muy difícil, porque lo que valida el sistema es un modelo de éxitos y de resultados inmediatos. Y la ciencia, medicina incluida, no funciona de esa manera, entonces me parece que es un tema super importante y que viene como desafío a futuro. Hoy día una «buena» investigación científica es la que tiene resultados exitosos rápidamente. Los procesos de investigación se están midiendo en torno a los resultados que equivale a decir «cuánto publicaste» y no se refieren al proceso de investigación. Eso la Historia de la ciencia lo muestra, de investigaciones a veces salen resultados no programados, que no estaban planificados y a veces son más importantes que aquello que se había diseñado en un comienzo. No hay espacio para ese fracaso, entendiéndolo no como algo de lo que se deba estar avergonzado, sino como parte del proceso de conocimiento. Si empezamos a entender esa investigación científica de otra manera, incluído su financiamiento, creo que hay hartas cosas que se deben cambiar. 

La crisis en la que estamos hoy día también lo muestra: cortar los financiamientos a la investigación científica parece que no es una buena idea, en tanto de pronto sucede algo que lo que necesita es investigación científica, es la única manera que tenemos para resolver la situación actual. Pero ese trabajo no se genera de un día para otro, ni de un mes para otro, ni responde a contingencias. Como no podemos predecir el futuro, no sabemos para qué vamos a necesitar investigación científica mañana, parece que no es muy buena idea estar cortando los presupuestos de ciencia porque en la medida en que tenemos esa investigación activa podemos tener muchas más herramientas para enfrentar una situación como la de hoy en día.

Covid-19: la esperanza de una vacuna en un país sin infraestructura para crearla

Está claro que la única vía para aplacar de manera efectiva la pandemia es la elaboración de una vacuna. Más de 100 equipos de investigación en todo el mundo se han volcado frenéticamente en su búsqueda y Chile no es la excepción. Sin embargo, hace décadas que nuestro país detuvo la fabricación de vacunas y medicamentos y hoy dependemos exclusivamente de la labor de laboratorios farmacéuticos extranjeros. Expertos explican nuestro actual escenario y por qué sería importante impulsar una industria de investigación y producción científica nacional.

Por Denisse Espinoza A.

Las primeras luces en la instalación de políticas de salud pública en Chile se originaron a raíz de una epidemia. Durante el siglo XVIII, la viruela mató a 15 millones de personas en el mundo en un periodo de 25 años y en Chile los primeros brotes generaron una mortandad de más de 38 mil personas. La viruela había llegado al territorio tempranamente con la colonización en el siglo XVI, y el contagio, al igual que con el Covid-19, se producía por el contacto físico con una persona enferma o por el contacto con fluidos u objetos contaminados. En los años 20 y debido a que la enfermedad seguía latente en el país, autoridades y médicos como Alfonso Murillo debatieron sobre la necesidad de crear una ley de vacunación obligatoria, pero la medida fue rechazada por parlamentarios de tendencia liberal, quienes esgrimieron que la vacuna hasta ese momento había sido un fracaso y que atentaba contra las libertades individuales. 

Recién en los años 50 y con la aparición de nuevos casos en Santiago y Talca, se inició una campaña de inmunización masiva de la población que duró varios años y que involucró al Estado con vacunas elaboradas por el Instituto Bacteriológico de Chile (actual ISP) y que permitió erradicar por completo la enfermedad del país en 1959, 10 años antes de que se produjera el último caso en Latinoamérica, detectado en Brasil.

La historia de la exitosa lucha contra la viruela nos vuelve a dar esperanzas en el actual contexto de la pandemia del Covid-19; fortalece la confianza en la ciencia y al mismo tiempo nos recuerda que estas batallas no son instantáneas y que se necesita, además, la experiencia y el compromiso de todos los sectores de la ciudadanía para llegar a buen puerto. “Una cura para el Covid-19 sería eliminar este virus del planeta. Esto es extremadamente difícil, pero ha ocurrido anteriormente con la viruela gracias a que se logró la vacunación e inducción de respuesta inmune en un gran porcentaje de la población humana”, reafirma el inmunólogo y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Alexis Kalergis. “Otro ejemplo de erradicación de microorganismos que está en progreso es el caso de la poliomielitis y del sarampión. Ambas enfermedades se estaban logrando eliminar de la población humana gracias a la vacunación, sin embargo, en varios países las personas comenzaron a decidir no vacunar a sus hijas o hijos y esto ha resultado en rebrotes de estas enfermedades”, cuenta.

El inmunólogo y académico de la UC, Alexis Kalergis.

Kalergis sabe bien lo crucial que es el efecto de las vacunas en el combate de las enfermedades infectocontagiosas. Él mismo estuvo detrás de la creación de una vacuna contra el virus sincicial, principal causante de enfermedades infecciosas respiratorias en lactantes y niños pequeños, la que le llevó 15 años de estudios y que se convirtió en la única en el mundo que puede ser aplicada en recién nacidos, lo que le ha valido varios reconocimientos en Chile y el extranjero. Por estos días, y desde enero pasado, lidera la respuesta científica concreta a la actual pandemia con la investigación de una vacuna “hecha” en Chile. “Hemos completado ya el diseño conceptual y hemos avanzado en la formulación de algunos de los prototipos con los cuales estamos actualmente desarrollando los ensayos preclínicos, que corresponden a las pruebas a nivel de laboratorio que demuestren seguridad e inmunogenicidad efectividad en modelos experimentales”, cuenta el académico, quien es director del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia (IMII) e investigador del Consorcio Tecnológico en Biomedicina Clínico Molecular (BMRC).

El paso siguiente tras estos ensayos es formular la vacuna con un plan de manufactura que cumpla con las regulaciones nacionales e internacionales, para luego realizar estudios clínicos, es decir, pruebas en grupos humanos, para evaluar su seguridad e inmunogenicidad. Sin embargo, aunque el equipo de Kalergis llegara a un prototipo exitoso de una vacuna, lo cierto es que en Chile es imposible elaborarla, simplemente porque no existe en el país ningún laboratorio o centro que se dedique a ello.

“Chile ha tenido una política de inmunización de la población sistemática durante muchas décadas que ha permitido mantener enfermedades erradicadas del país, que en otros países no las tienen, como el sarampión o la tuberculosis. Esa tradición iba acompañada del esfuerzo del Estado a través del Instituto de Salud Pública para generar esas vacunas. Sin embargo, entre la década del 90 y el 2000 surgió la idea de que ya no merecía la pena mantener esas capacidad de producción porque siempre era posible, más viable y menos costoso comprar las vacunas en el extranjero, es decir, importarlas desde países desarrollados”, explica el doctor Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia.

Hoy en Chile, todas las vacunas son obtenidas desde laboratorios extranjeros a través de una licitación de Cenabast (Central de Abastecimiento del Sistema Nacional de Servicios de Salud) para seleccionar a los proveedores o bien los mismos laboratorios farmacéuticos privados realizan importaciones directas. Las consecuencias a largo plazo de la decisión de traer todo desde afuera quedan claras frente a la actual crisis sanitaria, cuando literalmente el mundo entero necesita una vacuna. “Chile desarmó todas las capacidades que tenía de generar vacunas y hoy lo único que hace la autoridad es evaluar y hacer exigencias regulatorias para vacunas que lleguen desde el extranjero. Lo que sucede entonces es que cedes tu soberanía, hoy no tenemos ninguna autonomía para aplicar tal o cual vacuna, sino que vamos a tener que esperar a ver cuál será la que apliquen en EE.UU. o Europa”, agrega Salazar.

Sin embargo, el esfuerzo que realiza Alexis Kalergis y su equipo no es en vano. La primera etapa de investigación para un prototipo de vacuna es la clave en la elaboración final de una. Es además parte del acervo científico de un país y permite sin duda seguir teniendo expertos en el tema. Lo ideal, claro, sería que estas iniciativas nacieran desde los Estados, fueran parte de una política nacional y no instancias privadas de universidades o centros, que aunque loables, se hacen insuficientes. “Mejorar esta situación debería ser uno de nuestros grandes desafíos como país, a fin de dejar de depender de la producción extranjera y poder asegurar el acceso permanente de nuevas vacunas y medicamentos seguros para nuestra población. Una infraestructura de este tipo requiere el trabajo conjunto entre la ciencia, el Estado, el sector privado y la ciudadanía. Nuestra investigación ha recibido recientemente el apoyo de la Fundación COPEC-UC, cuyo aporte actúa como catalizador del proceso de generación de conocimiento y su transferencia hacia la sociedad”, cuenta Kalergis. 

Además, el científico señala otro punto importante: el acceso a una vacuna efectiva puede ser prioridad para quienes estén involucrados en su investigación de primera mano. “Es importante explorar múltiples caminos de acción para garantizar el acceso a una vacuna. Uno de estos sin duda es el desarrollo en Chile de investigación científica para la generación de prototipos locales, dado que eso nos posiciona en el mapa de desarrolladores de vacunas. La colaboración con grupos y organismos internacionales es clave, porque podemos conocer y acceder de primera fuente a los avances hechos por otros equipos. Esto podría favorecer que podamos acceder con mayor facilidad a las nuevas vacunas que se puedan ir generando”, explica.

Aunque el problema no sea realmente acceder a la “receta” exitosa de una vacuna, ya que probablemente la OMS se encargará de liberarla, sí lo es contar con las plataformas y capacidades de producción para elaborarla y distribuirla. En el caso del Covid-19, el tema es más complejo debido a la cantidad de ellas que se necesitan. En ese sentido, la Fundación de Bill Gates ya anunció que construirá fábricas para siete vacunas diferentes, a pesar de que se terminen eligiendo sólo dos de ellas, “sólo para no perder tiempo”, dijo el multimillonario. Mientras que Vijay Samat, experto en fabricación de vacunas, reconoció que “Estados Unidos sólo tendrá capacidad para producir en masa dos o tres vacunas. La tarea de fabricación es insuperable, llevo noches sin dormir pensando en ello”, dijo a The New York Times.

El doctor y vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile, Flavio Salazar.

Lo que se viene en cuanto a fabricación de vacunas bien puede ser brutal. “Probablemente van a haber contratos de quienes desarrollan las vacunas y con quienes las produzcan a gran escala, y luego otros contratos para quienes las van a distribuir y los diferentes gobiernos, etc. Habrá también una presión política de los gobiernos por obtenerla y luego la discusión sobre la gratuidad que debería tener la aplicación de la vacuna; sin embargo, alguien debe pagar el costo de ella. Es un tema complejo y obviamente hay una ansiedad al sentirnos expuestos y totalmente vulnerables ante una enfermedad que no tiene cura”, señala Flavio Salazar, quien matiza esta gravedad. “Digamos que lo bueno de esta enfermedad es que tiene un efecto mortal en una porción pequeña de los pacientes. La mayoría no va a tener síntomas, algunos no se van a dar cuenta y otros van a tener síntomas menores”.

La carrera por una vacuna

Hoy, el mundo científico está en una verdadera cuenta regresiva para hallar una vacuna que funcione y así poder comenzar a detener los contagios de Covid-19 y las muertes que ya se alzan sobre las 320 mil personas en el mundo. Sin embargo, todos coinciden en que los tiempos mínimos para el hallazgo de una son de al menos 12 o 18 meses y estos plazos no incluyen lo relativo a la manufactura y la distribución de la vacuna para su uso masivo. Además, como regla general, los investigadores no comienzan a inyectar a personas con vacunas experimentales hasta después de rigurosos controles de seguridad. Primero prueban la vacuna en pocas docenas de personas, luego en cientos y miles, pero entre cada una de estas fases deben pasar meses de control, por lo que si se sigue la manera convencional de producción de vacunas, no hay forma en que se llegue al plazo de los 18 meses.

En la década de 1950, por ejemplo, se aprobó un lote de una vacuna contra la poliomielitis que estaba mal producida. Esta contenía una versión del virus que no estaba del todo muerto, por lo que los pacientes contrajeron nuevamente la polio y varios niños murieron. Además, ¿puede una vacuna prometedora en realidad hacer que el virus se contagie más fácil o empeorar la enfermedad? Esto ha sucedido, de hecho, con algunos medicamentos contra el VIH y vacunas para la fiebre del dengue, debido a un proceso conocido como “mejora inducida por la vacuna”, en el que el cuerpo reacciona inesperadamente y hace que la enfermedad sea más peligrosa. Con las vacunas no se juega.

Tradicionalmente, las vacunas funcionan mediante la creación e ingreso de una versión debilitada del virus, suficientemente similar al original como para que el sistema inmune esté preparado si es que la persona está expuesta a una infección completa en el futuro, lo que ayuda a prevenir enfermedades. Por ejemplo, en el caso del virus de la influenza, los laboratorios van desarrollando vacunas nuevas cada año, donde a la “receta” original se le suman “ingredientes” según las mutaciones que haya adquirido el virus ese año; entonces, los laboratorios se van adelantando a estas mutaciones y permitiendo que la población se mantenga inmune para la siguiente temporada. Con suerte, el Covid-19 se sumará a la lista de enfermedades de infecciones respiratorias que ya existen, junto al virus sincicial, la influenza y el resfrío común, y que son tratadas con vacunas o medicamentos.

Hoy, el panorama aún es complejo y los cierto es que sólo dos de los 76 candidatos a vacunas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene en su radar han optado por ese enfoque tradicional que lleva mucho más tiempo desarrollar. La mayoría confía en la vía rápida y en que el sistema inmune no necesite ver el virus completo para poder generar municiones que lo combatan, sólo una parte bastaría y en el caso del Covid-19, esa parte son las protuberancias, conocidas como proteínas de espigas, que forman ese halo o “corona” alrededor del virus. 

Uno de las primeras que realizaron ensayos clínicos, sólo ocho semanas después de la publicación de la secuencia genética del Covid-19, fue la empresa estadounidense Moderna, que anunció esta semana que los primeros 45 voluntarios vacunados ya desarrollaron anticuerpos que podrían neutralizar el virus. Con esto, la empresa recibió autorización para iniciar, en las próximas semanas, un segundo ensayo clínico con 600 participantes, y si todo sale bien, en julio iniciarían el ensayo con miles de personas. 

La vacuna de Moderna es de tipo ARN, una molécula mensajera monocatenaria que normalmente entrega instrucciones genéticas del ADN, enrolladas dentro de los núcleos de las células, a las fábricas de producción de proteínas de la célula fuera del núcleo. En este caso, el ARN ordena a las células musculares que produzcan la inocua proteína espiga como una advertencia para el sistema inmune. 

Otros que evalúan ensayos en humanos son la compañía china CanSino Biologics y un equipo de la Universidad de Oxford dirigido por la profesora Sarah Gilbert. Ambos usan virus inofensivos que han sido desactivados para que no se repliquen una vez que ingresan a las células. Estos vehículos de entrega se conocen como «vectores virales no replicantes».

Otro enfoque que se está desarrollando es el de la empresa estadounidense de biotecnología Inovio, con una vacuna que usa ADN para llevar instrucciones que convierten la proteína espiga en células, que se transcribe en ARN mensajero, el que luego ordena a las fábricas de proteínas que comiencen a bombear la proteína espiga enemiga. Eso sí, no existen en el mercado vacunas de ARN o ADN probadas en humanos, por lo que estos experimentos, de ser exitosos, significarán un gran salto en el desarrollo científico de inmunología.

Pero ¿qué sucede si no se encuentra jamás una vacuna adecuada para esta pandemia? Según los científicos, esto sería bastante improbable debido a la baja tasa de variabilidad que ha presentado el virus, lo que permite que los ensayos no tengan la mutación como un factor de riesgo. A pesar de esto, ha sido inevitable que el Covid-19 viva a la sombra de otro virus mucho más impredecible y molesto, para el cual, tras 40 años de investigación, aún no se ha podido encontrar una vacuna efectiva: el VIH.

La experiencia del VIH

Varias publicaciones han intentado establecer similitudes entre el Covid-19 y el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), e incluso a fines de abril circuló la declaración que hizo el virólogo francés Luc Montagnier, reconocido en 2008 con el Premio Nobel justamente por haber descubierto el virus del VIH, que apuntaba a que el Covid-19 contenía material genético del VIH y que bien podría haber sido creado en un laboratorio mientras alguien buscaba una vacuna contra el SIDA.

La inmunóloga y ex decana de la Escuela de Medicina de la U. de Chile, Cecilia Sepúlveda

Hasta hoy no hay ninguna prueba que asegure esta teoría y lo cierto es que el Covid-19 se ha expresado de manera bastante diferente al VIH. Así lo afirma la inmunóloga Cecilia Sepúlveda, ex decana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile y quien se ha dedicado a fondo a investigar el virus del VIH. “Ambos virus pertenecen a familias completamente diferentes. En términos de la estructura del virus son totalmente distintos, la única similitud que tiene es que ambos son virus que tienen como material genético el ARN, pero en el caso del VIH es una doble hebra de ADN, y en el caso del virus SARS-COV 2 (que da como resultado la enfermedad Covid-19) es una hebra simple. Otra similitud es que ambos son virus envueltos en una especie de capa protectora de la cual emergen partículas virales que son las que le sirven a ambos para adherirse a los receptores en el ser humano y que les va a permitir la entrada a la células del individuo, pero son completamente diferentes en cuanto a estructura molecular y componentes”, dice la académica. 

“En cuanto a los mecanismos de transmisión del virus también son diferentes, en el caso del VIH es a través de transmisión sexual, de sangre contaminada o de la madre al hijo durante el embarazo, mientras que en el caso del SARS-COV 2, la transmisión es viral, a través de gotitas de saliva y secreciones respiratorias que saltan de una persona a otra, y por eso este virus es tan contagioso, sin embargo, en términos de letalidad, el VIH es mucho mayor, ya que si no es tratado, las personas siempre van a morir, mientras que el Covid-19 tiene una baja letalidad”, agrega Sepúlveda.

El VIH fue identificado en 1984 y desde 1987 que se está intentando producir una vacuna con más de 850 ensayos clínicos, todos fallidos. La dificultad radica principalmente en la capacidad que tiene el virus de mutar cada vez que se replica al interior de las células que infecta, además de ser capaz de esconder algunas de sus estructuras y de evadir la respuesta inmune. De hecho, el blanco del VIH es el sistema de defensas del ser humano; es decir, justamente la estructura que debe dar respuesta inmunológica contra el virus, queda bloqueada.

“En el último tiempo hubo un ensayo clínico que fue bastante prometedor en Sudáfrica, que llevaba más de un año y medio estudiándose en más de 4.500 personas, pero se tuvo que detener porque se vio que entre las personas que recibieron la promesa de vacuna, se contagiaron de la misma manera que las personas que recibieron un placebo”, cuenta Sepúlveda sobre el ensayo HVTN 702. Hoy se siguen haciendo ensayos como el denominado Mosaico, que se está probando en ocho países de América y Europa, en personas sobre todo transgénero y homosexuales; o el Imbokodo, que es un estudio especialmente aplicado en el África Subsahariana y que está siendo probado en mujeres.

«Es obvio que Chile tiene que invertir más en ciencia y tecnología, no alcanza con el 0,38% del PIB, porque no sólo tienen que tener científicos trabajando por sus propios intereses de curiosidad personal, digamos, sino que tienen que haber plataformas adaptadas y preparadas para estas nuevas amenazas»

Flavio salazar, médico y vicerrector de investigación y desarrollo de la u. de Chile.

A pesar del fallido intento por producir una vacuna, en la historia del VIH hay una luz de esperanza que se proyecta para esta y otras pandemias, debido a que en estos años los investigadores sí han logrado desarrollar una variedad de medicamentos antivirales que han reducido la mortalidad y que permiten a las personas con SIDA convivir con el virus de manera casi normal. “Al existir tratamientos que te permiten una buena calidad de vida, transforman la enfermedad del SIDA en una enfermedad crónica, que aparte de tomarte una pastilla todos los días e ir a control de vez en cuando, no le producen a las personas mayores inconvenientes. En Chile, además, el tratamiento está asegurado por el Auge, e incluso la gente que está en Fonasa en los grupos A y B -los más vulnerables- no tiene que pagar nada para acceder al tratamiento”, dice la inmunóloga.

A pesar de que el panorama ha mejorado para las personas con esta enfermedad, en 2019 un informe de ONU SIDA volvió a encender las alarmas al revelar que Chile es el país de Latinoamérica que más ha aumentado sus casos de contagio, con 71 mil personas que conviven con el virus, cifra que significa un aumento del 82% desde 2010. Frente a esto se comenzó una campaña de difusión que tiene como objetivo, además de incentivar las prácticas sexuales preventivas como el uso del condón, el aumento de los diagnósticos. “Lo importante es que las personas confirmadas con VIH positivo comiencen desde temprano un tratamiento, ya que se ha demostrado, desde 2015 en adelante, que las personas tratadas que ya no tienen carga viral demostrable en la sangre ni en el semen ni en las secreciones sexuales, dejan de transmitir el virus a otro, no contagian porque el virus ya está totalmente suprimido”, explica la doctora Sepúlveda.

Hoy, sin embargo, la contingencia del Covid-19 ha cambiado las prioridades del gobierno y la población. “Me preocupa que hoy quede invisibilizado el VIH. Chile adquirió el compromiso, al igual que otros 150 países, de lograr el objetivo 90-90-90 con respecto al VIH, es decir, diagnosticar al menos 90% de los casos, tratar al menos 90% de ellos y que de esos tratados, al menos 90% tengan una carga viral suprimida o indetectable. No sé si lo lograremos, debemos hacer los esfuerzos necesarios”, advierte la profesora titular de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile.

Además, Sepúlveda recuerda que tal como las vacunas, los medicamentos antivirales, aunque existen, no se producen en Chile. “Los primeros fármacos para tratar el VIH, todos producidos en EE.UU. o Europa, eran carísimos, además empezaron a llegar varios años después de que se empezaran a usar en esos lugares, no sería la idea que ocurriera los mismo con la vacuna del SARS-COV 2, que esperamos esté disponible el año que viene. Sería importante que en Chile hubiesen laboratorios de alto nivel que pudieran trabajar en red con otros laboratorios e investigadores del mundo para contribuir en la búsqueda de vacunas y medicamentos”, dice.

La inmunóloga vuelve al tema de la falta de una industria farmacéutica local y de investigación que se adelante a este tipo de crisis sanitaria que hoy vivimos. “Me parece que tenemos que aprender y pensar en que hoy estamos haciéndole frente a este nuevo virus que pilló desprevenido a todo el mundo, pero que el día de mañana se puede presentar otro agente infeccioso tan transmisible y severo como este o incluso peor. Permanentemente se están produciendo nuevas enfermedades asociadas a agentes infecciosos y yo creo que Chile necesita y se merece un instituto nacional que se dedique al estudio de las enfermedades infecciosas y que realice investigaciones básicas y aplicadas para enfrentar mejor estas nuevas situaciones”.

Es cierto que si bien el virus pilló de sorpresa al mundo, hay países mejor preparados y con plataformas de investigación avanzadas, que significarán tarde o temprano la salvación de millones de seres humanos. Para Flavio Salazar la discusión apunta hacia un tema de fondo: la financiación científica en Chile se debe incrementar con urgencia y debe comenzar a delinearse como política pública, tema que hoy, dentro de la emergencia, queda en evidencia, pero que con el tiempo amenaza con esconderse bajo el tapete nuevamente. “Es obvio que Chile tiene que invertir más en ciencia y tecnología, no alcanza con el 0,38% del PIB, porque no sólo tienen que tener científicos trabajando por sus propios intereses de curiosidad personal, digamos, sino que tienen que haber plataformas adaptadas y preparadas para estas nuevas amenazas, y eso significa inversión en equipamiento, en infraestructura. Tampoco es un tema de plata inmediata, o sea, si a mí me dieran 10 mil millones de dólares para que yo en un mes haga una vacuna, eso es de todas formas imposible. Tiene que ver con capacidades, inventiva, creatividad, experiencia, y eso se debe ir trabajando desde antes, no se puede improvisar”, resume Salazar.

Ciencia, elitismo y mercado: una mirada crítica al desarrollo de las políticas de CyT en Chile

Por Claudio Gutiérrez y Mercedes López

Aunque desde los orígenes de la República se consideró a la ciencia, fue a partir de la formación de la Corfo, en 1939, que se instaló la idea de que la ciencia y tecnología es central para el desarrollo del país. A partir de ese momento se generaron grandes debates sobre política científica y tecnológica, sobre industrialización y desarrollo, que se desplegaron en dos perspectivas divergentes. Por un lado, en torno a la ciencia (básica), la educación universitaria y la cultura, impulsada fundamentalmente por quienes «investigaban» en las universidades y por los jóvenes doctorados que venían llegando al país, que conformarán la elite científica. Bajo esta mirada se crearon instituciones como la Academia de Ciencias, las facultades de ciencias y Conicyt. Por otro lado, se desarrollaron las aplicaciones de la tecnología y la ciencia a la industria y el desarrollo económico. En esta línea, se multiplicaron los institutos de investigación del Estado y comenzaron debates impulsados por investigadores aplicados, ingenieros y economistas al alero de instituciones como Corfo, Odeplan y agencias internacionales como Cepal.

Instauración, desarrollo y consolidación del modelo actual

El golpe de 1973 truncó ese debate y la CyT perdió prioridad con el régimen dictatorial. A poco andar, la noción de eficiencia económica comenzó a invadir todos los campos. La elite científica se centró en resaltar la relevancia de la ciencia para la cultura y la educación universitaria. La dictadura desmontó la ciencia como asunto institucional y social, quitándole el financiamiento a las universidades, y la transformó en un asunto competitivo individual (proyectos Fondecyt, 1982), un modelo orientado a conformar a los científicos ya instalados y que introducía la idea de que el desarrollo de la ciencia se mide por el número de científicos y de papers que estos producen.

La tecnología, por su parte, se desentendió de la estrategia de país y se concibió como un bien de capital para las empresas privadas, como un commodity importable y, a lo más, «adaptable» a las necesidades. En paralelo, se truncaron los esfuerzos por desarrollar una base tecnológica nacional con el desmantelamiento de los institutos de investigación del Estado.

Los gobiernos posteriores a la dictadura continuaron con el modelo y crearon diversos programas e instrumentos que impulsan proyectos más prolongados y con mayores recursos, como los Fondap (1997, dependientes de Conicyt), la Iniciativa Científica Milenio (2000, dependiente de Mideplan), los Centros Basales y Consorcios Tecnológicos (2004, dependientes de Conicyt) y los «Centros de Excelencia» (2006, dependientes de Conicyt). Aunque algunos de estos programas apuntaban a temas país, las métricas de evaluación y la lógica individual prevalecieron. Así, importantes recursos públicos se concentraron en la elite científica y en pocas unidades, apuntando progresivamente a crear grandes empresas científicas con lógicas esencialmente privadas, produciendo un natural conflicto con las universidades proveedoras de infraestructura, formación y estudiantes.

En el ámbito de la tecnología también continuó el espíritu de las políticas de la dictadura. Una prueba de esto es el hecho de que la matriz productiva chilena mantuviera (¿o profundizara?) su sesgo extractivista y la baja complejidad productiva del país. El modelo ahondó la dependencia tecnológica al extremo de diseñar programas para financiar la «atracción» de centros de excelencia internacional (2009) y emprendedores extranjeros (Startup Chile, 2010).

Consecuencias del modelo y sus políticas científicas

En las políticas, el quehacer científico se redujo a cuatro variables: prestigio internacional, número de científicos, número de papers y eficiencia empresarial. Ellas aseguraban esencialmente que (la elite de) el país pudiera frecuentar clubes internacionales. No importó el evidente empobrecimiento reflexivo y disciplinar de la academia ni menos el abandono de la búsqueda de respuestas a los problemas del país.

El sujeto “científico” se modeló como un emprendedor eficiente, guiado por rankings de prestigio y «excelencia» internacional. Esto benefició individuos y unos pocos grupos, que concentraron los recursos y el poder. Más abajo, invisibilizado, quedó el grueso de «colaboradores», en el cual está la mayoría de los jóvenes científicos y científicas, con una carrera insegura, un trabajo y vida precarios y un futuro profesional incierto.

Disciplinariamente, se privilegiaron ciertas áreas, no en función de un plan país, sino por mecanismos de mercado y de influencias. En particular, las ciencias sociales fueron sometidas a métricas que desincentivan el estudio de la sociedad local y sus problemas. Es paradigmática la irrelevancia de la ciencia social «oficial» (de los grandes centros) para prever el estallido social del 18 de octubre.

Propuestas mínimas para una futura política de CyT

De lo anterior se deduce que los problemas de CyT en Chile no son sólo ni principalmente presupuestarios, como se ha hecho tan común afirmar. Es indispensable:

1. Democratizar la toma de decisiones en CyT para incorporarla participativamente en todos los insterticios del Estado y la vida del país. Es crucial buscar mecanismos para que la comunidad científica y la sociedad toda participe y decida sobre las políticas cientifícas.

2. Reestructurar las relaciones entre ciencia y tecnología. Se debe romper el muro histórico existente en Chile entre la formación técnica y la educación universitaria, y repensar la relación entre los centros de investigación (excelencia), los institutos de investigación del Estado y de las FF.AA.

3. Redireccionar el modo de producción del conocimiento. Esto significa desmontar la concepción tecnocrática y cortoplacista de la ciencia, guiada por incentivos e indicadores basados en factores externos, e incentivar la diversidad del pensamiento y líneas de investigación, el desarrollo estratégico y la ligazón con la academia.

4. Terminar con la inaceptable división entre científicos de elite que concentran prestigio, dinero y poder, y que definen la agenda y los modos de producción de conocimiento, y «colaboradores» o científicos precarizados (usualmente jóvenes) con contratos a honorarios y temporales, sin posibilidades de desarrollar sus propias ideas ni una carrera científica.

Planteamos estas ideas como una contribución al necesario debate que debemos tener como país respecto de la CyT en el marco del proceso constituyente que vivimos.

Mercedes López, Doctora en Ciencias Biomédicas y académica de la Facultad de Medicina
de la Universidad de Chile
Claudio Gutiérrez, Doctor en Ciencias de la Computación y académico de la Facultad de Ciencias Físicas y
Matemáticas de la Universidad de Chile

*Esta es una versión resumida de un trabajo de lxs autorxs que contiene todo el aparato académico (datos, referencias, citas, etc.) que por razones de espacio no incluimos aquí.

El derecho a la salud en el debate constituyente

Por Pamela Eguiguren

Dentro de las causas del estallido social que nuestros jóvenes gatillaron hace ya seis semanas, la salud es una dimensión que ocupa un lugar central en las demandas. En muchas de las pancartas se plantean consignas que reflejan las insuficiencias del acceso a una atención de salud oportuna, continua, humanizada y de calidad, pero también que el sistema social, político y económico en el que vivimos condiciona nuestra salud de manera integral y fundamental. Desde la salud pública, hace muchas décadas que la evidencia señala que son las determinaciones sociales la fuente más importante de enfermedad o de protección frente a ella, poniendo alertas sobre la necesidad de políticas públicas que promocionen en todo orden y desde los distintos sectores, la salud y el buen vivir, abordando determinantes sociales de la salud. Sin embargo, los logros económicos se han puesto progresiva e insensiblemente por delante de los indicadores del bienestar humano y colectivo. Una de las consignas que resume el discurso del malestar es: “No era depresión, era el sistema”. Frases como esta resuenan para los y las salubristas que han venido encendiendo las alarmas respecto de las cifras de depresión y otros trastornos de salud mental en la población chilena y sus vínculos con ejes de desigualdad social, por ejemplo, género, ya que las mujeres doblan en cifras de prevalencia en varios trastornos a los hombres.

Hablando del sistema, la penetración de la doctrina neoliberal en nuestra sociedad se relaciona con la falta de protección del Estado ante garantías de derechos sociales fundamentales, como educación, salud, trabajo, pensiones dignas y muchas otras necesidades, hasta las más básicas para la vida humana. El alcance de estos derechos en Chile está limitado por lógicas de mercado que abandonan a los individuos a sus propias posibilidades de satisfacer sus necesidades. Este diseño de sociedad se ha ido adueñando progresivamente de todos los espacios, y lo ha hecho sobre la base de la generación de niveles inaceptables de desigualdad, con brechas insostenibles entre una gran parte de la población cuya vida se ha precarizado, frente a reducidos grupos privilegiados vinculados al poder económico que disfrutan con creces de un buen vivir.

En este contexto, hoy en la discusión ciudadana ha emergido fuerte y claro el derecho a la salud como un derecho social que debe ser reconocido en nuestra Constitución, que no admite dudas sobre el deber del Estado de garantizarlo. La salud, cuyo concepto se ha medicalizado en extremo, debe aproximarse más a la noción de bienestar integral y no sólo a la ausencia de enfermedad. La necesidad de un cambio sustancial del articulado que aborda esta materia tiene que ver con que el texto actual de nuestra Carta Fundamental sólo establece el derecho a la protección de salud a través del acceso a un sistema de atención de salud y sus acciones. Su modificación debe apuntar a la salud que se construye en la suma de las condiciones sociales, culturales y económicas, y es el Estado quien debe garantizar condiciones de vida dignas y equitativas para su ciudadanía. Otro punto fundamental que hay que desmantelar en la Constitución es la dualidad de la respuesta frente a las necesidades de salud, lo que instala una elección obligada entre el sistema público o privado, a partir de la cual las personas deben suscribir y, más gravemente, aportar su contribución a la seguridad social en un sistema u otro, lo que resta solidaridad y capacidad redistributiva a la salud. La sociedad chilena tiene en el cuerpo casi cuarenta años de esa dualidad, que hace evidente y demostrable que la elección no es tal y cuyo resultado ha sido el debilitamiento del sistema público de atención en desmedro de su capacidad de responder integralmente a las necesidades de salud de toda la población, particularmente la beneficiaria de este sistema, que es más del 75% de los/as usuarios/as a nivel nacional.

En esa vereda, el sistema público concentra a población de mayor edad y que producto de los determinantes sociales y sus interseccionalidades —como ser mujer y a la vez adulta mayor e indígena— es también la población con mayor carga de enfermedad y necesidades más complejas. El mercado de la salud y las reglas del juego, Isapres mediante, ha favorecido el crecimiento de un sector privado, concentrando los aportes a la seguridad social del 15% de la población que corresponde a la más sana y con más recursos. Adicionalmente, a este sector privado van a parar ingentes sumas de dineros públicos que no sólo enriquecen al sector privado, sino que pauperizan al público, incrementando la desigualdad.

El avance hacia un sistema público universal de salud que para su financiamiento y el fortalecimiento de su red pública de atención cree un fondo mancomunado, reuniendo los aportes a la seguridad social de todos/as los/as ciudadanos/as y los impuestos generales, es la alternativa que comienza a visualizarse en las discusiones de cabildos ciudadanos, incluidos los que están siendo organizados por organizaciones como Acauch, Ces y Afuch en alianza con la Escuela de Salud Pública y otras unidades de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. La red pública de salud chilena es sin ninguna duda una de las mejores en su diseño y posibilidades en la región, y cualquier medida debe comenzar por fortalecer sus recursos y recuperar su funcionamiento integrado, con el objetivo de que las personas tengan en su territorio las posibilidades de atención accesible, resolutiva e integral concebidas en el modelo de atención, con eje en atención primaria, y de desarrollar estrategias de promoción y prevención de la salud comunitaria, que actualmente tenemos en la teoría y que efectivamente podríamos brindar si creamos un sistema universal de salud capaz de responder como un todo integral y coordinado.

El llamado ciudadano es a encontrar, en esta construcción, formas que cambien y abandonen modelos donde el lucro con la enfermedad siga siendo posible. Desde la salud pública se tiene la obligación de pensar fuera de los límites del modelo actual a través de una amplia discusión social que abra espacios para construir caminos que nos puedan llevar, como sociedad, a una respuesta sanitaria a la altura de lo que el momento histórico nos demanda. Chile despertó y las fuerzas sociales están disponibles para participar activamente en la construcción del sueño colectivo, donde la negociación de las expectativas de todos/as ocurra no en las cúpulas y en la superficie, sino en comunidad, en los barrios, en la calle, en el contexto democrático que sin duda se está instalando y se instalará con la construcción de un poder constituyente. En ese diálogo democrático y participativo, el análisis profundo de los significados de estas modificaciones a la estructura del sistema de salud debe permitir comprender a todes las ventajas que tendrá para la ciudadanía destinar sus principales esfuerzos a una forma de hacer sociedad en la que sin exclusión tengamos lugar equitativamente en el aporte y también en los beneficios.