El Día Internacional de la Mujer fue el escenario propicio para el lanzamiento de la colección Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas, coordinada por la crítica literaria y directora del Instituto de Estética de la PUC. Un rescate de la escritura y no una conmemoración de un grupo de mujeres es lo que pretende este proyecto, que busca volver a poner en circulación textos relevantes que actualmente no se consiguen fuera de los círculos expertos.
Por Jennifer Abate C.
Casi un año tomó el trabajo que hizo posible lanzar este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la colección Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas, un proyecto de Ediciones Universidad Alberto Hurtado coordinado por Lorena Amaro que busca poner en circulación libros de autoría femenina que se han perdido en el ir y venir de la historia y la hegemonía del canon masculino. En concreto, la colección abre con Por él, de Inés Echeverría, prologado por Alia Trabucco; Comarca perdida, de María Flora Yáñez, prologado por Alida Mayne-Nicholls; Los busca-vida, de Rosario Orrego, con prólogo de Daniela Catrileo; y Galería clausurada, de Marina Latorre, con prólogo de la misma Amaro. Para la crítica literaria, doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesora titular del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se trata de un trabajo indispensable y que, sin importar la data de los textos originales, siempre interpela al presente.
¿Cómo se gestó el proyecto Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas?
—Todo parte con una invitación de Alejandra Stevenson y Beatriz García-Huidobro, ellas hace rato le estaban dando vuelta a la idea de hacer una colección de mujeres narradoras. El año pasado me invitaron a trabajar con ellas en la coordinación de la colección. ¿Por qué sería necesario? ¿Por qué es importante recobrar estos textos? Son textos que hemos decidido, sobre todo, relevar, porque en su momento no tuvieron la circulación que debieron haber tenido y son difíciles de ubicar. Hace tres décadas, en Chile se está recuperando la escritura de mujeres. Todo empieza en los 80, con Gabriela Mistral, hay recuperaciones posteriores con Marta Brunet, se ha ido leyendo más esta literatura, pero paralelamente a esa recuperación no se ha dado todavía suficientemente la recuperación editorial. Tenemos a muchas investigadoras, investigadores, trabajando en estos temas, pero para poder acceder a estos libros necesitas ir necesariamente a fondos de la Biblioteca Nacional, a espacios tal vez no tan asequibles para todo el mundo, y nos parecía que había que facilitar el acceso a los libros para ellos y para quienes no son investigadores, o sea, pensar que esa literatura podría tener nuevos lectores, nuevas lectoras, y que además esa literatura interpelara desde su tiempo, desde estas textualidades relacionadas con lo que está ocurriendo hoy, desde la perspectiva del feminismo, desde la perspectiva de las demandas sociales. También hemos seleccionado los títulos con ese filtro.
Hay otro punto que me gustaría destacar. Cuando se lee a mujeres, por lo general se mencionan las excepcionalidades, hay una especie de régimen de excepcionalidad por el cual hay algunas que son más visibles. En el caso chileno, Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Marta Brunet, Marcela Paz, las que han estado más cercanas o han obtenido el Premio Nacional de Literatura, pero hay muchísimas otras que quedan ensombrecidas. Además, muchas de ellas, cuando son mencionadas, son mencionadas por una obra. No vamos a publicar siempre las obras más conocidas de cada una, sino que precisamente aquellas que no tuvieron reediciones, aquellas que no han circulado, aquellas que se mencionan y los investigadores conocen, pero a las que el público no ha podido acceder. Esos son algunos de los criterios que hemos procurado instalar, junto con la idea de los prólogos, los que pensamos como diálogos.
¿Cómo fue el proceso de volver a leer mujeres que escribieron hace décadas o hace más de un siglo, como Rosario Orrego? ¿Cómo se lee a esas mujeres desde el presente?
—En otros tiempos, como ahora, hay una conciencia de ciertos problemas, de ciertos temas. Quiero enfatizar otra idea de la colección: es de textos, por eso se llama “biblioteca recobrada”, porque la idea es rescatar los textos, hacer énfasis en eso, no tanto conmemorar autoras; queremos rescatar textos de mujeres vivas que no han podido reeditar sus textos. En Los busca-vidas, que es una novela que quedó inconclusa y que se publicó dos veces por revista en el siglo XIX (era una novela por entregas, por folletín), te vas a encontrar con cuestiones que son muy actuales. Ella aborda la vida de los buscadores de plata en la zona de Copiapó y habla del extractivismo. Toma la perspectiva de una familia indígena que trata de resistir el abuso o esta avidez de dinero que tiene la gente que llega a la zona. Eso me pareció muy, muy interesante, plantear esa perspectiva respecto de lo que puede ser esa avidez económica, esa explosión, ese coloniaje del cual Rosario Orrego parece perfectamente consciente, y le da un lugar muy especial en la novela a los personajes femeninos. Ahí, por ejemplo, quisimos hacer un juego: invitar a Daniela Catrileo, que es una poeta joven, alguien que está escribiendo cosas muy potentes desde una perspectiva social, crítica, y que está empezando escribir, sobre una precursora, la primera.
Llamó mi atención que en tu prólogo del libro Galería clausurada de Marina Latorre señalas, refiriéndote a uno de los textos: “la inclusión de esta crónica en el libro de cuentos de 1964 pone de manifiesto una característica presente en otros textos de autoría femenina a lo largo del siglo XX: su esquiva relación con las fronteras literarias de los géneros, su particular forma de inscribirse en las tradiciones literarias, atravesando de un lado a otro las posibilidades de lo autobiográfico, lo ficcional y lo ensayístico, en libros muchas veces híbridos”. Hablas incluso de la interseccionalidad como característica de los textos escritos por las mujeres. ¿Qué crees que explica este afán destituyente de ciertos cánones en la escritura femenina?
—Esa relación, por decirlo de algún modo, torcida, irreverente, creativa también respecto de la norma y de lo que se entiende como la norma literaria, de lo que constituyen los cánones, lo que han enseñado que son los géneros, yo creo que surge tal vez no como un programa, un proyecto, sino que se va gestando desde la misma experiencia de las escritoras. Es usual encontrar en los textos de las escritoras de fines del siglo XIX, comienzos del XX, inscrita la cuestión de que ellas no han tenido la misma formación que los escritores de su época, que han accedido de manera muy lateral a la escolarización, que han tenido otras formaciones. La misma formación literaria de los cenáculos literarios de los hombres conversando, esas formas de sociabilidad que ellos podían tener, pero en las que las mujeres, llevadas a un ámbito mucho más doméstico, no podían intervenir. Eso es muy claro sobre todo en los movimientos que se van a gestar a comienzos del siglo XX, esos espacios de sociabilidad masculina donde las mujeres están muy excluidas o se transforman en inspiradoras, en acompañantes, y se ensombrecen, dejándolas en un lugar muy relegado. No es raro que muchas de estas mujeres se vinculen con el canon y con los géneros de manera muy tímida y también a veces muy transgresora, precisamente porque tienen más libertad. Ahí hay un tema que es muy interesante: tienen un autoaprendizaje, búsquedas que son solitarias y que van generando los “desvíos de las letras”, para hablar de las escrituras en América Latina respecto de los cánones tradicionales europeos. Hay un desvió de la letra, un desmarcarse de lo que te enseñan que tiene que ser lo correcto literariamente, y eso produce textos muy interesantes.
En el caso de Marina Latorre, obviamente ella es una persona que se forma y escribe posteriormente; Marina sí se escolarizó y tuvo estudios universitarios. Ella cuenta que era muy difícil establecer una comunicación con los pares, o sea, presentarles un texto y que te lo comentaran y no salieran con cualquier cosa, con una mirada condescendiente, paternalista. En Tsunami, de Cristina Rivera Garza, hay todo un vocabulario que habla incluso de someter los textos. Cuando sometes el texto a la lectura masculina de la autoridad hay una cosa muy violenta, humillante puede llegar a ser esa experiencia de encontrarse con los maestros, y muchas de nuestras escritoras se encontraron en esa situación de buscar la aprobación del maestro varón. La misma Marta Brunet, sometiendo su texto al escrutinio de Pedro Prado y Alone, por ejemplo, para ver si la publicaban. Ellos la “descubren” y dan con la idea de que Montaña adentro es un original, porque les extraña que esté tan bien escrito y que venga de una chillaneja, joven; les parece muy raro y lo revisan escrutando a ver si no es una copia. Todas esas formas de sociabilidad, todas esas humillaciones, esas asimetrías de poder y la misma formación solitaria de las mujeres lleva a que también produzcan estos textos maravillosos que a veces no puedes encasillar como cuento o una crónica.
En 2019 nace el Colectivo Auch!, Autoras Chilenas, con una consigna: “cuestiona tu canon”. ¿A qué se refiere este cuestionamiento del canon? ¿Por qué es importante cuestionarnos lo que leemos, su autoría?
—“Cuestionar tu canon” implica abrirse a lecturas en las que no estamos formadas. Los moldes educacionales, escolares, sociales te han llevado o conducido a que leas cierta literatura y que la leas con ciertos valores y criterios que va a establecer el mismo campo literario. El valor literario lo construyen distintos actores: están los editores, autores, críticos, todos están ahí confluyendo en armar, construir discursos que van a hacer que, en un tiempo determinado, tal vez un género sea más valorado que otro, que una forma literaria sea más valorada que otra. En este campo, la mayoría de los participantes siempre han sido varones, y cuando construyen los valores literarios de su época, su tiempo, van a privilegiar lo que ellos mismos están escribiendo, lo que ellos mismos validan como algo que debe ser deseable, interesante. Cuando dicen “cuestiona tu canon”, a lo que invitan las escritoras es a que leamos textos que no nos enseñaron que tenían ese valor, que vayamos descubriendo textos que no se incorporaron porque sus autoras no eran parte de estas formas de sociabilidad literaria que son tan perversas: hombres que se publican entre hombres, hombres que se promueven entre hombres, críticos literarios que tratan la literatura de las mujeres como literatura escrita por señoras. Todavía hoy, en el siglo XXI, muchos críticos abordan la literatura de las mujeres a partir de ideas sexistas, calificando lo que ellas hacen por su apariencia física, todavía puedes encontrar muchos ejemplos de esa naturaleza.
El año pasado iniciaste en Palabra Pública una conversación sobre las autorías, un intercambio en el que participaron decenas de autoras. No faltó la polémica sobre lo que planteabas en el texto inicial, que era una crítica a la idea de que “todas las escritoras somos todas las escritoras”, que a tu juicio despolitiza y mete a todas las escritoras, por el hecho de ser mujeres, en el mismo saco, sin cuestionar qué escriben o para qué escriben. ¿Por qué decidiste iniciar esa discusión?
—Me parecía que había que aclarar que no “todas somos todas las escritoras” en el sentido de que no puedes homogenizar ni puedes biologizar la discusión planteando que, por ser mujer, yo soy igual a otra, no puedes plantear que todas vivimos las mismas formas de opresión, algunas son oprimidas y otras son más privilegiadas, y no pueden hablar, en su caso, sobre la opresión que pueden vivir algunas mujeres no sólo por el sistema sexo/género, sino que también por la racialización, la diferenciación o discriminación de clase social. No puedes plantear que las experiencias de las escritoras son las mismas, ni siquiera sus reclamos ni estrategias son las mismas, no puedes comparar el trabajo de escritoras que han sido reconocidas, instaladas desde el primer momento, con otras que también escriben y que no son reconocidas, que no son escuchadas en sus ámbitos, que no tienen publicaciones más formales, que viven la discriminación de mil maneras distintas. Me parecía que era necesario hacer esa distinción, explicar por qué no todas somos todas las escritoras y explicar cierta forma de promoción de la autoría, muy cifrada en lo individual.
Antes de esta discusión, Diamela Eltit planteaba su incomodidad con la idea de hablar de escrituras de mujeres o mujeres que escriben, porque sentía que cuando eso ocurre, triunfa el desplazamiento de lo cultural a lo orgánico y se genera una despertenencia a la letra y una pertenencia total a la biología. Sin embargo, una de las estrategias del feminismo es precisamente visibilizar el trabajo hecho por mujeres desde esa categoría, lo hecho por mujeres.
—Sí, ahí hay una tensión frente a dos aspectos. En primer lugar, estoy de acuerdo con Diamela Eltit, y no sólo lo dice Eltit, sino que también Nelly Richard, en distintos textos escritos hace tiempo se habla del riesgo de biologizar, esencializar la discusión, de plantear una categoría mujer homogénea. Hay rescates, como la colección Biblioteca recobrada, donde hablamos de narradoras. Si tú estás de acuerdo con que no hay que biologizar la discusión y que hay que desapropiar la escritura y circular otras categorías, entonces, ¿por qué seguimos insistiendo en hacer colecciones de literatura de mujeres, ensayos de mujeres? Para mí, eso no es contradictorio. Porque si bien debes tener muy claro, al abordar estas escrituras, que no por ser mujer alguien escribe algo feminista o no por ser feminista se escribe algo rupturista con el canon, no por tener esa conciencia se ha resuelto la lucha por la visibilizacion. Si sigues haciendo colecciones de mujeres, sigues escribiendo ensayos sobre mujeres, investigaciones sobre mujeres, es porque estás abriendo ese espacio. Creo que pueden convivir esas dos cuestiones y, de hecho, pueden convivir para abrir esta revisión del canon a pensar que también existen otras experiencias, trans, queer, que están generando otros espacios de escritura, que plantean reclamos, diferencias. Una de las cosas que quiero abrir con la discusión es hablar desde la política, porque la verdad es que nuestro campo literario no se ha hecho cargo totalmente de lo que está ocurriendo y las demandas que estamos teniendo frente a grandes injusticias sociales, frente a grandes procesos de discriminación, tienes que pensar la literatura con todos esos factores. Entonces, claro, pensemos la literatura de las mujeres, sepamos que eso es un constructo, sepamos que es una estrategia, una forma de visibilizar, pero tengamos claro que la escritura es diversa, múltiple, no es algo que podamos someter a una categoría simple. Creo que no se contradicen las dos cuestiones, para nada. En el fondo, hay una cosa práctica. Finalmente, si no lo haces de esta manera, ¿cómo lo haces? ¿Cómo haces que las mujeres empiecen a ingresar? Espero que llegue el día en que no tengamos que establecer ese coto, en que naturalmente la escritura de las mujeres sea reconocida, en que las escritoras sean leídas en los colegios, participen en los festivales y sean reconocidas con los premios que son reconocidas, pero estamos lejos de eso todavía.
* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 5 de marzo de 2021.