Conversación: el rol del conocimiento en la transformación del modelo de desarrollo en Chile

La atención mundial que ha concitado la generación de una vacuna que ponga a raya el Covid-19 y los anuncios de los organismos internacionales sobre cómo se propaga la enfermedad, cómo se trata y cómo creamos estrategias que nos permitan superar las crisis social y política tras la pandemia nos han mostrado como nunca hasta qué punto dependemos del conocimiento. ¿Cuál es su lugar en la sociedad actual? ¿Quién lo genera? ¿Nos sirve para cambiar lo que somos como comunidad? Esas son algunas de las preguntas que el vicerrector Flavio Salazar, la académica Adriana Bastías y el académico Claudio Gutiérrez se hicieron en esta conversación registrada el pasado 7 de octubre.

Por Jennifer Abate C.

¿De qué manera deberíamos comenzar a pensar el desarrollo del conocimiento y cuál es el rol que este debe jugar en una sociedad que pretende avanzar hacia el desarrollo? 

Flavio Salazar: durante la última etapa, en el desarrollo del sistema capitalista que se produjo después de la Revolución Industrial, el conocimiento no sólo ha sido un elemento de cultura o de bienestar general, sino que se ha transformado también en una mercancía y se ha insertado, como todas las acciones del trabajo humano, en la lógica del sistema capitalista que hoy impera. Llevándolo al plano actual, no existen sociedades que hayan avanzado, desde el punto de vista del progreso general, sin tomar en cuenta el tema de la generación de conocimiento. Desde el siglo XX en adelante, todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities. En eso hemos tenido un desarrollo muy potente, una industrialización muy importante en ciertos ámbitos como la extracción mineral, el bosque, la pesca, etc., pero con un impacto en la naturaleza y en las comunidades que es muy grande y sin un retorno y diversificación de la economía. Lo que hoy uno se plantea es una discusión en la cual podamos poner el conocimiento dentro de un plan de desarrollo nacional y que sea uno de los pilares que permita una sociedad distinta.

Flavio Salazar es vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile.

Adriana Bastías: como dice Foucault, todo saber, todo conocimiento implica poder, y de alguna forma son dos caras de la misma moneda. Estamos hablando de conocimientos, no solamente del conocimiento. Nuestra producción de conocimiento se basa en índices, en índices que son publicaciones internacionales que muchas veces no consideran la realidad local ni tampoco la realidad regional, por lo tanto, se alejan de una ciudadanía que valore lo que nosotros hacemos o la generación de conocimientos. Para quienes somos de regiones, esto es más evidente, porque la generación de conocimientos o la valoración del conocimiento suele concentrarse en ciertos sectores, en ciertas universidades a las que acceden ciertos grupos sociales. Esto se va replicando y va generando una endogamia académica donde las mismas personas se autopublican y van, de alguna forma, generando una máquina de reproducción de papers. Este paperismo no tiene muchas veces que ver con la realidad o con la necesidad social de la generación de conocimiento para el bienestar social de todas las personas. 

Claudio Gutiérrez: enfatizo en lo que decía Adriana: hay que hablar de conocimientos, no de conocimiento. Los conocimientos son parte de lo que nosotros vamos adquiriendo en la medida en que hacemos cosas, en todas las direcciones. Cuando uno habla de desarrollo, está hablando de una manera de ser, una manera de hacerse, una manera de construir una comunidad, una sociedad en la que participan las personas. El desarrollo tiene que ver mucho con ser sujeto, con entender qué somos, tiene que ver nuestra identidad como comunidad, como personas. En general, cuando uno habla de desarrollo, inmediatamente piensa en el desarrollo económico, porque ese es un sesgo brutal que tenemos hoy, equivocado para los tiempos que vivimos; no funciona. Pero el desarrollo es más amplio que ese ordenamiento, esa mirada económica. Hoy, por lo menos el PNUD y pensadores como Manfred Mac-Neef y Amartya Sen tienen una noción de desarrollo mucho más marcada en lo humano. 

“Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades”. Claudio Gutiérrez 

Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades; no estamos hablando del conocimiento que se produce en el noratlántico y baja y llega a través de las grandes ciudades y se distribuye a la población, como pensaban conservadores como Bello. No, los conocimientos vienen desde abajo también, están en las comunidades de diferente tipo. Es un tremendo desafío: cómo juntamos estas dos variables de los conocimientos con el desarrollo de una sociedad. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelo de desarrollo? ¿Por qué es relevante tener una conversación sobre qué es y hacia dónde debe ir en momentos de crisis como el que enfrentamos actualmente no sólo en Chile, sino que en todo el mundo? 

Flavio Salazar: concuerdo en que durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI se ha posicionado una visión bastante estrecha, basada solamente en el crecimiento económico, y ya sabemos por experiencia propia e internacional que el crecimiento tiene dos elementos: por una parte, no garantiza el bienestar de todos, puede garantizar el bienestar de una minoría; por otra, genera daños de sustentabilidad ecológica que pueden amenazar incluso la supervivencia de la humanidad. Cuando nosotros planteamos un nuevo modelo de desarrollo, se trata de uno que se haga cargo de esas carencias y esas brechas, que sea beneficioso para la mayoría de las personas y que, de alguna manera, garantice los derechos mínimos que gran parte de la ciudadanía está solicitando, que no sea depredador. Chile, en las últimas décadas, ha desarrollado muy fuertemente el modelo neoliberal, que ha penetrado con lógicas de mercado todo el ámbito de la vida de las personas, por eso tenemos una salud de mercado, una educación de mercado, tenemos todos los elementos que constituyen una sociedad de mercado. Creo que uno no puede prescindir de un análisis de la realidad actual, no puede prescindir de tomar en cuenta las fuerzas que operan, los intereses que existen, las oposiciones, porque si uno no lo hace de esa manera, entonces es muy difícil establecer una propuesta que tenga viabilidad. Una vez identificados esos elementos que mencioné, que son los elementos básicos, podemos proponer un modelo que pueda generar la adhesión de una mayoría ciudadana que permita que esto se haga realidad.  

Adriana Bastías es Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile.

Adriana Bastías: creo que hablar de un modelo de desarrollo implica decir que hay ciertos lineamentos que buscan el desarrollo de una nación, un territorio. Nosotros ahora ya sabemos que, dada la crisis climática, debiésemos hablar de un desarrollo sustentable, que no solamente involucre el aspecto económico, sino que también el ámbito social, político y cultural. Los sistemas de protección social están muy relacionados con los modelos de desarrollo que históricamente han tenido lugar. ¿Por qué en un momento de crisis es necesario pensar en un nuevo modelo? Básicamente, porque uno se da cuenta, frente a una crisis social, a un estallido social que casi cumple un año, de que el modelo se agotó. Frente a una economía de mercado con una fuerte desigualdad que podemos ver en el índice de Gini o en otros índices, es necesario pensar en un nuevo modelo de desarrollo que podemos generar a través del proceso constitucional, más allá de que en la práctica sea difícil por los altos quórum.  

Claudio Gutiérrez: cuando uno habla del modelo de desarrollo, debería pensar más globalmente en qué queremos como país. Para la época de Pedro Aguirre Cerda estaba bien el “pan, techo y abrigo”, pero hoy necesitamos más que eso. ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo queremos insertarnos en el mundo? Quiero poner un ejemplo sobre esto. Recuerdo un foro, hace un año, discutiendo con otro colega sobre la academia uruguaya, sobre la Universidad de la República, y me acuerdo de cómo se reían de mí cuando yo les decía: “habría que mirar de otra manera esa universidad, que no aparece en ninguno de esos rankings que nos encantan, y preguntarse cuál es el rol que juega esa universidad que produce el conocimiento y los profesionales que ese país pequeño necesita”. Estoy esperando encontrarme con esa gente de nuevo para mostrarles que Uruguay tiene sólo 49 muertos por Covid, 49 muertos en total, nosotros llevamos 60 al día o algo por ahí. ¿Cómo esa sociedad pudo hacer eso? Ese resultado no depende del número de papers publicados, no depende de los enganches que uno tenga con los grandes centros mundiales para traer o no la vacuna. Depende de una población educada, depende de un sistema de salud sólido, depende de una infraestructura sistemática. Uruguay tenía un modelo de desarrollo distinto, donde la universidad cumplía una función distinta a la de acá. ¿De dónde salieron los médicos uruguayos que lograron esos niveles de detección del Covid? ¿De dónde salió ese sistema de salud? ¿De dónde salió la población educada que hizo lo que había que hacer? ¿De dónde salieron los economistas que ordenaron el país de esa manera? Ahí hay una idea de lo que puede ser un modelo de desarrollo y de educación enganchado con una visión de país diferente.  

“Todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities”. Flavio Salazar 

De sus palabras se desprende que consideran que es necesaria una nueva forma de pensar Chile. Pero, para aterrizar, ¿cómo se cambia el modelo de desarrollo de un país 

Flavio Salazar: es complejo. En cierta medida, concuerdo con varios de los aspectos que se han tocado acá, pero hay matices, y esos matices son importantes porque uno de los elementos claves, yo lo mencioné, es lograr un consenso en nuestras visiones, porque no se trata de pensarse como iluminados que van a generar una solución. Para mí, el tema económico sigue siendo uno de los temas centrales, sobre todo en un país que no ha alcanzado el nivel de desarrollo y que no ha alcanzado a cubrir las necesidades básicas de su población. No es lo único, sin duda, pero es crucial. Lo que hemos tenido en estos últimos años es una exacerbación de los elementos económicos y en eso estoy absolutamente de acuerdo. Cualquier idea de cambio va a encontrar necesariamente férrea oposición de quienes hoy han sido beneficiados de forma absoluta por este modelo, y que cuentan no sólo con el respaldo de un número de individuos, sino que también con el respaldo de los medios de comunicación, de las Fuerzas Armadas. Creo que hay que centrarse en romper la hegemonía del modelo económico neoliberal, generar una forma de relacionarnos que sea distinta, que releve la importancia de lo público. 

Claudio Gutiérrez es profesor titular de la Universidad de Chile e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos.

Adriana Bastías: creo que el actual modelo se caracteriza por una alta concentración del ingreso y del poder económico, que va ignorando unas desigualdades bastante generalizadas. Pensando en la crisis ambiental, específicamente, somos altamente dependientes del carbono, hemos depredado nuestros recursos naturales. Lo que estamos produciendo requiere una baja tecnología porque estamos extrayendo recursos: no hemos creado un valor agregado a lo que estamos produciendo. Me gustaría mencionar que el modelo de desarrollo que se discuta y sobre el cual se llegue a acuerdo debería generar mecanismos de participación democrática por parte de los territorios, actualmente son casi inexistentes y creo que es necesario descentralizar las decisiones. Sin duda, tenemos que discutir el término del derecho a la propiedad, que en la actual Constitución está muy arraigado y ve al agua como propiedad. Tenemos que discutir para ver si llegamos al consenso de que eso no debiese ser así y que debiese ser considerado un bien universal, un bien de todas y todos. 

Claudio Gutiérrez: para cambiar el modelo se necesita, decía bien el vicerrector, mayorías, se necesita una conciencia generalizada de los cambios. Mi impresión es que el 18-O es exactamente esa conciencia generalizada de la gente, que dijo “no va más”. Si no tenemos eso, no hay posibilidad siquiera de cambiar nada. ¿Qué cambios se quieren? Aquí hay dos tipos de cambios, bueno, hay muchos, pero voy a insistir en dos tipos de cambios: de demandas materiales, querer mejorar los sueldos, querer otro tipo de salud, querer otro tipo de educación; y otro ámbito de demandas fundamentales que tienen que ver con la dignidad. En Chile, cuando te encuentras con alguien, lo jerarquizas, está arriba tuyo o está abajo; si está arriba tuyo, le hablas despacio, si está debajo, le gritas. Yo no olvidaría, cuando hablamos de cambiar el modelo, de esos dos bloques: los cambios materiales y los de dignidad de las personas. Desgraciadamente, no tengo la varita mágica para decir cómo hacerlo, pero creo que la clave acá son mayorías y convencimiento de que los cambios hay que hacerlos. Creo que lo fundamental ahora es convencer a la gente de que esos cambios son posibles. 

Adriana Bastías: una última cosa. Sin duda, la desigualdad de género es algo que se ha hecho patente y se ve con fuerza en Chile y en el mundo, no es casualidad que un movimiento como Lastesis haya surgido en Chile y se haya replicado en el mundo. Ahí hay una desigualdad y una molestia generalizada que es evidente y que también debiese considerarse, y esperamos que se tome en cuenta en el proceso constitucional. Eso va generando cambios, cambios que ojalá se vean y sean evidentes en un modelo de desarrollo que sea menos desigual o que genere menos desigualdad de la que se ha creado en Chile. 

Quiénes son

Flavio Salazar. Vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile. Director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia. Ha participado en diversas sociedades científicas y es ex presidente de la Sociedad Chilena de Inmunología y ex presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociedades de Inmunología. 

Adriana Bastías. Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile. Docente de la Universidad Autónoma de Chile. Actualmente es la presidenta de la Red de Investigadoras, una asociación que promueve la equidad de género en la investigación en todos los ámbitos del conocimiento.  

Claudio Gutiérrez. Profesor titular de la Universidad de Chile en el Departamento de Ciencias de la Computación e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos. Es Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Chile, Magíster en Lógica Matemática de la Universidad Católica de Chile y Ph.D. en Computer Science en la Wesleyan University, Estados Unidos. 

Indignación y discrepancia en la conversación pública: ¿Ola de intolerancia o mayor pluralismo?

Un fantasma recorre Chile: el fantasma de la discrepancia. Consagrados intelectuales y comentaristas denuncian un clima hostil a la deliberación razonada. Y ponen en el banquillo a las redes sociales y los campus universitarios, al feminismo y a las nuevas generaciones. Aquí, voces reacias al fatalismo desmenuzan el fenómeno. Y observan el asomo de una situación marcada por el claroscuro: una sociedad más activa y deliberante, pero también menos capaz de procesar sus diferencias y encontrar puntos en común.

Por Francisco Figueroa

Nadie en Chile ha muerto por lapidación ni linchamiento en lo que va de 2020, tampoco en años recientes, pero las víctimas de este tipo de agresiones entre los intelectuales parecen ser legión. El sentido, por supuesto, es figurado. Se trataría de “lapidaciones” y “linchamientos” verbales y, en un sentido más estricto, virtuales y hasta anónimos. “Asistimos al terrible espectáculo de la desmesura y la ostentación del odio, que convierten el espacio público en la fosa de un circo romano”, escribió en junio en El Mercurio Cristián Warnken, en una columna que tituló “La epidemia de la intolerancia”, luego de recibir críticas por entrevistar al exministro de Salud, Jaime Mañalich, en un estilo que muchos consideraron complaciente.

Dos meses más tarde, Canal 13 elegía también el tema de la tolerancia para estrenar el retorno del programa de conversación política “A esta hora se improvisa”. Sus panelistas discutieron con constantes referencias a los términos estadounidenses del debate, donde el peso de la “corrección política” estaría asfixiando el ejercicio de la libertad de expresión y dando lugar a nuevas formas de censura, como la ejercida a través de la “cultura de la cancelación”. El concepto, popularizado (y demonizado) por Donald Trump, alude a la práctica de quitar apoyo o boicotear a figuras públicas que ofenden o naturalizan la violencia contra grupos discriminados.

Ilustración de Fabián Rivas.

Pero si hay un hito que marcó la aproximación de muchos intelectuales al problema de la tolerancia en el debate público fue la carta “sobre la justicia y el debate abierto”, publicada en julio por la revista norteamericana Harper’s, en la que más de 150 intelectuales del mundo anglosajón alertan contra lo que consideran una radicalización del debate progresista que degrada su calidad y capacidad de hacer frente al autoritarismo tipo Trump. Que la carta surgiera en buena medida como contrapunto a las formas del movimiento Black Lives Matter, en plena epidemia de brutalidad policial en Estados Unidos, le valió una dura crítica de Judith Butler. En diálogo con la directora de Palabra Pública, Butler calificó la carta como un gesto “paternalista”, que “defiende el elitismo, no la conversación”, añadiendo que las críticas, por duras que sean, son oportunidades para que los intelectuales aprendan de sus errores y ganen más conocimiento.

Palabra Pública consultó a académicos de diversas disciplinas para indagar en qué hay detrás de una controversia que ha encontrado terreno fértil en la discusión pública chilena y que se ha intensificado desde la revuelta social de octubre de 2019.

El valor moral de la indignación

La doctora en Filosofía Política y académica de la Universidad de Chile, María José López, estudia el papel de las emociones en política. Sus trabajos más recientes hacen conversar sobre el asunto a Hannah Arendt, Humberto Giannini y Martha Nussbaum. Desde allí observa el lugar de emociones como la rabia y la indignación, cuya expresión considera “un signo de vitalidad necesario en una democracia”.

“La democracia puede perfectamente acoger la indignación moral y política; debe hacerlo, incluso, porque indignarse por una injusticia, por ejemplo, supone que hay cosas que en una democracia simplemente no se pueden tolerar y está bien descubrir y compartir esos límites, e ir haciéndolos cada vez más claros”, sostiene la académica. López recuerda que, en la tradición filosófica aristotélica, la ira es una emoción clave para la salud de una democracia.

María José López, doctora en Filosofía Política y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Humberto Giannini, por ejemplo, “da a la ira un especial rol en el descubrimiento de la ofensa moral”, recuerda López, pues no la reduce a una expresión de odio o desahogo, sino que la considera un “índice moral, al señalar una situación de injusticia que debería ser reparada”. Decía el filósofo de la vida cotidiana en Del bien que se espera y del bien que se debe (1997): “La iracundia es la expresión de un resentimiento. Pero también, una forma de liberarse de él”. Ya en los noventa, recuerda López, Giannini era crítico de una democracia de los acuerdos que “neutralizaba las diferencias, paralizaba el diálogo y la expresión democrática. En una cancha mal nivelada, no hay acuerdos ni deliberación, hay ejercicios de fuerzas donde unos imponen y otros ceden, nadie razona. ¿Para qué razonar si tengo la fuerza?”

La filósofa estadounidense Martha Nussbaum ha sido citada con frecuencia en este debate, especialmente a partir de su libro La monarquía del miedo (2019), donde vincula esa emoción con la polarización de la vida pública contemporánea y la degradación de la convivencia en sociedades como la estadounidense. Pero al leerla, sostiene López, no se puede perder de vista que “una de las cosas más importantes que dice es que las emociones políticas no son tontas, no son ciegas, no son ‘irracionales’”. En el esquema de Nussbaum, añade, “la ira nos habla de un mundo injusto, donde existe, sin embargo, la posibilidad de reparación”.

Una esfera intelectual devaluada

“Caracterizar este tiempo por la intolerancia es al menos una hipótesis insuficiente”, asegura el exrector de la Universidad de Valparaíso, Aldo Valle. “La homogeneidad que resulta de la pasividad y de la hegemonía que no deja intersticio alguno para la disidencia que incomoda es mucho peor y es una forma de intolerancia previa”, añade. Valle habla desde su experiencia en una de las instituciones más señaladas por la intelectualidad conservadora como cantera de odiosidad e intolerancia: la universidad. Pero su trayectoria cuenta una historia distinta.

Valle llegó a ser rector de la Universidad de Valparaíso en 2008 como figura de consenso entre académicos y estudiantes movilizados contra las irregularidades de la administración anterior. Y no sólo se mantuvo en el cargo, además presidió el Consorcio de Universidades del Estado (CUECH) entre 2011 y 2015, y el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH) entre 2015 y 2020. Reconocido como persona de consensos por pares, autoridades y estudiantes, considera la conflictividad concentrada en las universidades durante la última década como síntoma de algo mucho más grande.

Aldo Valle, ex rector de la Universidad de Valparaíso.

“En la medida en que graves conflictos estructurales no se abrían a la sociedad de un modo transversal, las universidades eran el espacio para un antagonismo radical en su interior. La revuelta social de octubre de 2019 demostró que lo que ocurría antes y por años en las universidades era una señal de un proceso que envolvía a amplios sectores sociales. Lo que quieren los estudiantes no es tan distinto de la demanda transversal que circula por el país”, reflexiona Aldo Valle.

Paradójicamente, la relevancia de las universidades también podría estar en la raíz del malestar de algunos intelectuales. La masificación de la educación universitaria, piensa Valle, “termina desde luego devaluando el prestigio y reconocimiento que antes proveía y, correlativamente, reservando a una élite ese prestigio social”. Además, asegura, “las tecnocracias no necesitan intelectuales que discrepen o desordenen los discursos, las creencias y las prácticas”. Impera, a su juicio, “un uso privado de la razón. Chile ha vivido largo tiempo sin una esfera de deliberación intelectual y cultural diferenciada y, a la vez, participativa”.

Expresión sin encuentro

Manuel Antonio Garretón, si bien es crítico de los intelectuales que, como Warnken, han calificado posiciones discrepantes como inspiradas “en el odio y el mal”, se niega a reducir el problema a una “victimización de sectores intelectuales más bien de derecha o cercanos al poder”. El sociólogo y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales piensa que “en la sociedad chilena sí hay un problema de intolerancia”.

“La intolerancia a aquello que contradice los grandes valores que la humanidad ha ido aceptando consensualmente como irreversibles e indiscutibles, es un avance civilizatorio”, dice Garretón. El problema, sostiene, es cuando en una sociedad no hay “condiciones para desarrollar y debatir las posiciones diferentes”, lo que iría asociado “a la disponibilidad de recursos institucionales, comunicacionales e intelectuales para desarrollar esas diferencias y la creación de espacios de encuentro entre las diferencias”.

Manuel Antonio Garretón, sociólogo y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

Para Garretón, el drama de la sociedad actual es la ausencia “de instituciones que vayan cristalizando las opiniones y resolviendo aquellas diferencias que son necesarias de resolver para la toma de decisiones”. La intolerancia en la sociedad industrial, señala, se daba “entre cuerpos sociales que contaban con mediaciones ideológicas o institucionales como el sistema de partidos”. Esas mediaciones estarían ausentes en lo que llama “sociedad digital”.

Estamos pasando, postula el sociólogo, “a un tipo de sociedad en la cual las mediaciones institucionales necesarias y los espacios de encuentro entre diversidades son espacios de expresión, sin el momento del encuentro. Entonces, desde mi tribu digital, soy muy tolerante, porque no las escucho ni las leo, claro que cuando aparecen, no las acepto”. No es un problema de “confianza en las instituciones”, remata. “El problema es mucho más profundo: no las necesito”.

El negocio de la polarización

Con la masificación de las plataformas de redes sociales, “efectivamente hay un giro en lo que entendemos como esfera pública”, asegura Patricia Peña, periodista y académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Su aproximación al impacto de estas plataformas en la vida pública, asegura, sigue la actitud de Umberto Eco: “ni apocalíptica ni integrada. El gran problema es que habíamos olvidado que estas plataformas son empresas y que la moneda de cambio somos nosotros”.

El despegue de Twitter, Facebook y WhatsApp se dio en Chile a partir del terremoto de 2010, asegura la investigadora, cuando muchas personas se abrieron cuentas para hablar e informarse sobre la catástrofe, “época, además, en la que era muy influyente una corriente positivista que veía estas plataformas como herramientas democratizadoras, y avanzaba la pérdida de credibilidad de los grandes medios de comunicación”. Pero no fue sino hasta el escándalo de Cambridge Analytica, en 2015, añade, que nos dimos cuenta de que “en estas plataformas se daba una manipulación y polarización de la opinión pública”.

Patricia Peña, periodista y académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

“La polarización tiene que ver con el juego que se hace en estas plataformas, que te meten en burbujas donde la realidad es negra o blanca y los matices no funcionan”, explica Peña. “Son dinámicas con las que terminas validando tus propias creencias. Si busco información sobre el proceso constituyente y tengo una cierta inclinación, voy a encontrar información que la refuerza. Termino leyendo de acuerdo a lo que yo creo, no me vinculo con toda la diversidad de otras opiniones. Ese es el efecto más perverso”, asegura.

Sin embargo, la académica advierte contra el peligro de caer “en la tentación en la que cayeron los autores del informe Big Data, según la cual estas plataformas tenían la fuerza para ser una de las causas del estallido social”. Más relevante que el impacto directo de estas plataformas, cuyo acceso sigue siendo acotado en la población, es su relación con los medios, sostiene la periodista. “Twitter y la televisión se empiezan a llevar demasiado bien. Los softwares de escucha social, el monitoreo de hashtags, que estaban hechos para medir evaluación y posicionamiento de marcas, se empiezan a usar como una suerte de people meter. Y allí viene la crítica constructiva que uno puede hacer: ¿qué está validando el medio televisivo cuando dice ‘se dijo en redes sociales’?”.

Otra dimensión problemática, asegura Peña, es que “este Internet de las plataformas es un Internet muy patriarcal, está hecho y diseñado por hombres blancos, del norte, con una cierta educación”. Una de las implicancias de este sesgo de género, agrega, “tiene que ver con el consentimiento. Que nos acostumbráramos a bajar aplicaciones sin leer los términos y condiciones y decir acepto, acepto, acepto, es lo que hoy cuestiona el movimiento feminista. Tenemos que cuestionar esta cultura del no consentimiento, muy engañosa y patriarcal. Tenemos que ser capaces de reapropiarnos de Internet, que esta no es la única forma de crear una plataforma de red social”.

¿Aprender a vivir en el conflicto?

“Me parece que cuando se habla tanto de las formas de la discusión y del disenso se olvida el fondo. La democracia es conflicto”, asegura María José López. “El conflicto también es necesario y parte de la riqueza de la misma experiencia de la diferencia vivida que debería ser propia de una democracia. Pero hay que aprender a vivir en el conflicto, hay que aprender a discutir en serio, hay que educarnos en la discrepancia y eso va a demorar tiempo y va a requerir ganas y voluntad”.

Sebastián Calfuqueo: “Los artistas mapuche somos invisibles cuando no les servimos como cuota a las instituciones culturales”

Tenía 23 años cuando irrumpió en la escena del arte que lo definió como “artista mapuche y homosexual”, etiquetas que ha debido subvertir para “no quedar encasillado en clichés”. En sólo siete años levantó una obra poderosa en lecturas políticas y sociales, donde cruza el video, la cerámica y la performance. En marzo alcanzó a exhibir su última obra, donde reflexiona sobre el amparo al saqueo del agua en la Constitución del 80. Aquí habla de ser “mapuche, no binarie y feminista”, pero en sus propios términos.

Por Denisse Espinoza A.

“Mi abuela decía: ‘en la cultura mapuche no hay maricones’, cuando un sobrino maricón quiso conocerla. Y no se imaginaba que tendría unos nietos maricones en su familia patriarcal (…) No me crie como un mapuche, tampoco se me permitió serlo, pero tengo el estigma de una vida asociada a un apellido que ha sido una marca de violencia y que pesa todavía”. Así comienza You will never be a weye, video performático con el que Sebastián Calfuqueo Aliste se hizo conocido en la escena de arte local. Fue producido en 2013, pero recién dos años después se atrevió a mostrarlo, luego de que la curadora Mariairis Flores lo alentara, convirtiéndolo en uno de sus trabajos con más circulación en Chile y el extranjero.

En el video, el artista usa su propio cuerpo para representar a un machi, autoridad espiritual en el pueblo mapuche. Se le ve vestirse con un traje de machi -que en Meiggs venden como disfraz escolar-, pero aquí Calfuqueo exalta su carácter “weye”, expresión que definía a los machi de rasgos afeminados y que practicaban la sodomía, quienes fueron exterminados por los españoles.  “Tenía miedo de mostrar esa obra, de ese cuestionamiento hacia la heterosexualidad en el mundo mapuche, y tenía miedo no sólo por lo que iban a decir, sino también de exponer parte de mi biografía, como el bullying escolar y otras escenas que igual son dolorosas para la vida de alguien”, recuerda hoy Calfuqueo.

Sebastián Calfuqueo, en su performance Ko ta mapungey ka. Foto: Diego Argote.

Sus obras van desde el género a la identidad indígena, pasando por la discriminación social y la reivindicación de una historia no oficial. Para bien y para mal, fue definido desde su egreso de la Universidad de Chile como artista “mapuche y homosexual”, pero Calfuqueo ha trabajado para otorgarle a esas etiquetas una densidad que le permita cuestionar los conceptos tradicionales. “En la Escuela de Arte hubo profesores que me dijeron que nadie se interesaría en temáticas feministas y que lo mapuche en el arte contemporáneo no existía. Sin embargo, mi obra capturó la atención, apareció en los diarios, circuló por Internet y hubo una visibilización que, no puedo desconocer, me benefició, pero también exotizó mi trabajo y lo encasilló en categorías que ni siquiera yo reivindico, porque yo más bien me asumo como una persona no binaria, ni siquiera como homosexual. El arte no debería tener categorías”, dice el artista.

En estos seis años, su trabajo ha transitado por galerías, espacios independientes y museos de la capital, y por festivales y muestras colectivas en regiones. En el extranjero su trabajo ha visitado La Paz, Helsinki, Quebec y Londres. Este 2020 prometía ser el año más internacional de Calfuqueo, con exposiciones en Lund, Toronto y Zúrich. Además, participaría en las bienales del Mercosur, de Guatemala y de Sao Paulo. Todo quedó trunco por la pandemia.

Sí inauguró en marzo una muestra individual en Galería Metropolitana, compuesta por Ko ta mapungey ka (Agua también es territorio), una instalación de 20 piezas de cerámica esmaltada azul con forma de bidones y fuentes de agua; el video Kowkülen (Siendo líquido), donde el artista aparece desnudo y su cuerpo amarrado a un tronco con una cuerda azul, levitando sobre el río Curacautín; y la performance en vivo en la que pintó cinco lienzos con pigmento azul cobalto, algunos de ellos con los artículos 5 y 9 del Código de Aguas, que amparados en la Constitución de 1980, transformaron este recurso en un bien transable.

-¿Cómo nace esta obra sobre la problemática del agua en Chile y cómo se enmarca en la reflexión del proceso constituyente que estamos viviendo?

Plantea la idea de que el agua también es un territorio en disputa, la tierra no nos sirve sin agua en ella, el agua le pertenece a todos los seres vivientes. Por eso incluí las toponimias del agua dentro del mapudungun para denominar los espacios y la vinculación que tiene el agua en la cosmovisión mapuche y el discurso por su recuperación. Pero también la obra hace un guiño hacia lo sexual. El mundo se ha construido de forma binaria y radical: lo bárbaro y lo civilizado, lo blanco y lo negro, lo masculino y lo femenino, pero el agua no habita lo binario, no tiene género, se desborda en todas las posibilidades. Por eso se llama Kowkülen, que significa estar líquido. Esta obra la empecé a producir antes del 18 de octubre, pero cuando vino el estallido no me sentí capaz de salir a la calle y adjudicármela, porque en ese momento hubo una explosión de expresiones artísticas anónimas, colectivas, que proponían la no autoría. Fue un periodo complejo, obras de arte que aparecieron fueron cuestionadas por rozar el oportunismo, entonces para mí fue importante guardarla. Cuando llegó marzo, supe que era el momento para sacarla a la luz. Se acercaba el plebiscito, ya había pasado un tiempo y la obra había decantado. Creo que las obras tienen momentos de aparición que no siempre coinciden con el momento en que se conciben y producen, es parecido a lo que me sucedió con mi primera obra, You will never be a weye.

-Durante las protestas en las calles y ahora en las redes sociales ha aparecido mucho la iconografía mapuche ¿Qué te parece eso?

Estando en un territorio donde el Estado no reconoce a sus pueblos ni los genocidios que ha cometido contra los mapuche, los selknam, los kawésqar ni tampoco ha hecho ningún tipo de reparación con ellos, me parece bonito que por lo menos la ciudadanía los reconozca. Sobre todo para las generaciones de 30 años atrás o más, como mis abuelos, que tuvieron que sobrevivir en una sociedad muy racista, teniendo vidas muy estereotipadas a causa de la discriminación y la violencia, estos gestos valen. Pero también se produce un vaciamiento de las imágenes. La gente comparte en redes la Wünelfe, estrella de ocho puntas o lucero del alba, o la Wenufoye, la bandera mapuche creada en 1992, que deviene de todo un proceso histórico en un periodo clave de la resistencia mapuche, pero sin saber muchas veces el significado y eso hace que pierdan su potencial. Podemos hacer más que sólo compartir y trabajar por informar, creo que en las gráficas y en la protesta siempre tiene que haber pedagogía.

-Algunos aluden a que hay un aprovechamiento de los símbolos mapuche por parte del Estado y hubo críticas al Premio Nacional de Literatura entregado a Elicura Chihuailaf…

El oportunismo no es sólo del Estado, sino de las instituciones culturales que en los últimos años han intentado limpiar su imagen. Es triste que haya esa lectura, sobre todo porque Elicura es un poeta que se merece el premio, ha hecho un trabajo que ha sido muy importante para la historia de un pueblo, incluso por sobre su historia personal. Pero sí, las instituciones culturales son extractivistas y no siempre son respetuosas con los artistas, por lo que terminan generando todas estas situaciones incómodas. Yo misme he vivido esa limpieza de imagen y suelo bromear con que junio es mi mes, porque está el Wiñol tripantu, el nuevo ciclo mapuche, y es el mes de las disidencias sexuales, entonces me invitan a un montón de charlas y conferencias en museos e instituciones artísticas, pero los artistas mapuche, en general, somos invisibles cuando no les servimos de cuota a las instituciones culturales.

-¿Cómo esperas que sea reconocido el pueblo mapuche en una nueva Constitución?

Es importante que primero el Estado reconozca los derechos indígenas, que respete los tratados internacionales suscritos como el Convenio 169. Es importante la plurinacionalidad, el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos y de que no sólo existe la categoría de chilenos, sino otras posibilidades de identificación. Hay comunidades que están en todo su derecho de no querer dialogar en una instancia en que se han sentido históricamente excluidas, pero al mismo tiempo siento que es nuestra responsabilidad poder reescribir esta historia y dar un nuevo inicio, sobre todo para el reconocimiento de lo que pasó. Fuimos educados en mentiras, en formas de ver la historia bajo un patriotismo que negaba otras posibilidades de pensar las identidades en este país, entonces este es un primer paso a ese reconocimiento que debió darse hace muchos años atrás.

Kowkülen, video.

SER MAPUCHE

Sebastián Calfuqueo Aliste nació en Santiago en 1991. Su mamá es chilena, pero su papá es de origen mapuche y proviene de una generación que migró desde Carahue y Nueva Imperial a la capital en los años cuarenta. Su abuelo llegó para ser panadero y su abuela empleada doméstica, debiendo enfrentar en esos años los embates del racismo y la discriminación. Sebastián reconoce que, aunque siempre volvía al sur, su infancia fue más bien santiaguina. Fue educado en un liceo de hombres donde sufrió de bullying escolar y recién cuando sus abuelos paternos murieron, a sus 17 años, comenzó a sumergirse más en esa historia familiar y esa identidad mapuche que fue plagando su obra. Hoy, además de dedicarse a su trabajo como artista visual, Sebastián enseña en un colegio Waldorf y es integrante del colectivo mapuche Rangiñtulewfü y de Yene revista, donde colabora creando imaginarios contemporáneos de la cultura mapuche.

-Siendo un mapuche santiaguino de tercera generación, ¿cómo ha sido recibido tu trabajo por las comunidades mapuche?

Tuve la suerte de participar en 2018 del festival de cine y arte indígena, el FicWallmapu, y llevé mi obra a una itinerancia grande al sur. Estuvimos en el Centro Cultural de Carahue, de donde es mi abuelo, en una ruca en Trovolhue, en el Museo Regional de La Araucanía en Temuco -donde  hice una performance en una de las vitrinas que cuestionaba los modelos de exhibición arqueológica que se tienen de los pueblos mapuche, siempre en relación al pasado pero no al presente y mucho menos al futuro del pueblo- y en el Museo Mapuche de Cañete, que fue superbonito porque es el único museo de Chile que es liderado por una mujer mapuche, Juana Paillalef. Mi obra fue la primera de arte contemporáneo que se mostraba ahí. Luego he estado volviendo a exhibir en Villarrica, en Lautaro, en Victoria, en espacios más cercanos a lo mapuche. La verdad es que mis obras siempre han sido recibidas con respeto y he sentido apoyo de las comunidades, creo que porque son trabajos honestos y en ese sentido me siento afortunade de que mi obra sea leída en distintos contextos.

-¿Qué referentes artísticos mapuche o locales tuviste?

Un referente importante fue Bernardo Oyarzún, pero también lo fue la Paz Errázuriz, las Yeguas del Apocalipsis, Carlos Leppe, toda esa tradición de artistas muy icónicos que hablaron de lo marginal. Yo diría que la primera voz mapuche importante para mí fue Pedro Lemebel, a pesar de que puede sonar problemático porque evidentemente no corresponde a lo esperable mapuche, pero es de las primeras personas en mi vida que escuché hablando del Wallmapu públicamente, masivamente, tenía un compromiso político que me marcó.

-¿Sientes alguna presión al ser una artista joven tocando este tipo de temas sensibles?

Creo que antes me sentía mucho más presionade de esas expectativas y de lo que se pudiera pensar de mi obra, pero ahora estoy en un momento creativo muy libre. Acá hay una idea exitista del artista joven que es nefasta, siempre se busca la obra inédita y eso a mí me jode mucho. Siento que no es justo porque, de partida, no te están pagando por esas producciones inéditas, y segundo, porque se piensa que los artistas tenemos que producir constantemente algo inédito para ser validados. Me considero un artista productivo y muchas veces cuestiono esa productividad, ¿acaso vale la pena cuando en Chile no se valora ese rendimiento? Para mí ha sido importante al menos tener la porfía de resistirme y no trabajar con técnicas tradicionales asociadas a lo mapuche, a pesar de que me interesan. La idea de pensar cómo abrimos otras posibilidades de lenguaje, en el video, en el 3D, en lo digital, cómo pensamos un mundo no colonial con esa tecnología, cómo poder utilizarla a nuestro favor y no en nuestra contra.

-¿No son comunes los soportes experimentales entre los artistas mapuche?

Al contrario, hay una gran cantidad de personas mapuche trabajando con formatos contemporáneos. Artistas como Francisco Huichaqueo, Jeannette Paillan, Eduardo Rapiman o el mismo Bernardo vienen trabajando hace mucho rato con el video, pero eso no estaba tan reconocido ni puesto en valor en las artes visuales. El curador Cristian Vargas Paillahueque está investigando sobre arte mapuche contemporáneo con una lectura hacia lo que pasó antes. Hay un montón de artistas mapuche desde inicios del siglo XX haciendo obra en lenguaje experimental y contemporáneo, es sólo ignorancia pensar que ahora lo mapuche está de moda, esa es la idea más violenta que puede haber sobre lo mapuche hoy.

La franja electoral bajo la lupa

Las propagandas televisivas del plebiscito constitucional no han estado exentas de críticas. El formato ha sido tildado de caótico y cuestionamientos al uso de diversas imágenes y símbolos han empañado el proceso. Ad portas de la votación, distintos especialistas analizan el impacto mediático y político de los mensajes de la franja.

Por Florencia La Mura

El de este domingo 25 de octubre será el primer plebiscito desde que Chile votó por terminar con la dictadura en 1988. Si bien la propaganda política no se ha detenido a lo largo de decenas de votaciones democráticas en los últimos treinta años, las franjas del plebiscito explican y defienden algo más amplio y complejo que una candidatura personalizada. La franja electoral comenzó el pasado 25 de septiembre informando e invitando a decidir sobre la posibilidad de escribir una nueva Constitución. Y aunque dicho espacio ha sido primordial en años anteriores, hoy se ve enfrentado a nuevos formatos digitales, a las redes sociales e internet.

Las expectativas puestas en la franja eran altas, muchos de los clips ya circulaban por redes sociales en las semanas anteriores a la emisión en televisión. Pero desde un comienzo aparecieron los problemas. Según una encuesta de Pulso Ciudadano, para su primera semana de emisión un 60% de la población no había visto la franja televisiva, esto a 25 días de las elecciones.

Dentro de los recursos más utilizados están los testimonios, personajes ficticios, jingles y analogías varias, todos esperando convencer a los votantes. Tanto el “Apruebo” como el “Rechazo” han recibido críticas por uso indebido de imágenes, tales como el logo de Carabineros, PDI y Fuerzas Armadas en un video de la Multigremial Nacional de las Fuerzas Armadas y policías en retiro apoyando al Rechazo, además del uso de una imagen de Felipe Camiroaga en la franja del Apruebo.

La discusión, sin embargo, debería estar en un punto anterior para la doctora en Ciencias Políticas, Jeanne Simon, quien considera que lo importante en estas votaciones es explicar qué se está votando e informar sobre todo el proceso constituyente: “hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones”.

Desde un punto de vista comunicacional, el director de cine y videoclips Cristian Galaz, hace hincapié en lo confuso y caótico de ambas franjas. Si bien destaca la necesidad de la franja, Galaz cree necesario “reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente”.

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile: “Esta franja ha mostrado la distancia que hay entre lo social y lo político”

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Mi impresión es que la importancia de la franja no es tanto su posible ‘efectividad’, es decir que pueda ‘convencer’ masivamente, sino que es un mecanismo de legitimación, es decir, su existencia performática da cuenta de la existencia de la democracia. Desde 1988, es parte del ritual, de una serie de acontecimientos que nos están dando la certeza de que vivimos en un régimen democrático.

Tengo la impresión de que, en su conjunto, la franja está tratando, por un lado, de probar que el plebiscito, como camino de solución de la crisis social y política de octubre, incluye a todos y todas los actores, que no hay nadie fuera. Y, por otro, tratar de dar la imagen de diversidad. Ahora bien, lo que surge de verla es, más bien, una heterogeneidad exacerbada, una suerte de estallido de voces, que no logra constituir un coro, sino más bien un parloteo que se hace muy difícil entender, porque no solamente hay una gran cantidad de ‘emisores’, sino que hablan en distinto plano, de cuestiones muy particulares o muy generales, o peor, de significantes vacíos, como apelar a valores en un plano abstracto sin contenido concreto: igualdad, justicia, diversidad o ‘quiero lo mejor para Chile’.

La intención de mostrar ‘diversidad’ genera una sensación más bien caótica. Se podría incorporar a actores sociales como sujetos de habla de otra manera. Además, hay una cuestión que es estructural con la que no estoy de acuerdo: la repartición de minutos por partido según su votación, eso es una especie de mecanismo de mercado que fomenta la concentración del poder. De todas formas, esta franja ha mostrado las diferencias y la distancia que hay entre lo social y lo político. Ha operado como un parche transitorio e ineficaz de esa grieta que es estructural y que está a la base de la crisis social y política sobre la cual estamos parados”.

Cristian Galaz, cineasta y director ejecutivo de la Fundación Víctor Jara: “Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima”

Cristián Galaz, cineasta y director de la Fundación Víctor Jara.

Es muy confusa, en general. No me atrevería a decir que hay dos franjas, sino una cantidad increíble, es rarísimo. Los mensajes son muy poco claros, hay franjas que ni siquiera dicen vote Apruebo o Rechazo, hablan de otras cosas. Es como una Torre de Babel donde no se entiende nada, nadie empatiza con nadie. Hay pocas que recogen algo de lo que ha estado pasando en el país, me refiero a la revuelta popular, que está presente en pocas oportunidades. Hay algunas organizaciones sociales que están dando mensajes coherentes, pero están metidas en un mar de confusión. Se intercalan de formas extrañas. En general, es una franja muy poco clara, con mensajes oscuros, poco elaborados y poco atractivos, no da vuelta a nada nuevo. Mantiene cierta verticalidad en la comunicación, lo que se siente anticuado. No es un aporte. Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima.

Creo que es necesario que la televisión tenga estos espacios, pero no es el único. Se entregó a la televisión como el gran vehículo de comunicación dependiente de la población. Se necesitan franjas radiales, en redes sociales, debiera ser algo más transversal y donde no sólo participen partidos políticos, quienes le ceden a organizaciones parte de su espacio. ¿Dónde está la sociedad civil expresándose? La televisión misma tiene una estructura que imposibilita la presencia de la sociedad civil: son o los partidos políticos o las empresas y se acabó. La crisis social, política y cultural del país es total, y por ende hay que reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente.

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción: “Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso”

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción.

A pesar de los cambios que ha habido en la manera en que nos comunicamos, la franja televisiva todavía mantiene una cierta mística por el plebiscito de 1988 y por los límites de tiempo que exigen elaborar de manera creativa un mensaje político de manera estética, ofreciendo una interpretación del mundo actual y lo que se busca transformar. Debe tocarnos y motivarnos a participar. Idealmente, la franja apunta a las y los ciudadanos que se han marginalizado del proceso: las personas no informadas o indecisas. Es difícil motivar a las personas que no quieren votar a través de la franja.

En este caso, me parece aún más importante que se informe lo que se está votando. Debido a la falta de mayor información sobre las distintas etapas del proceso (plebiscito de entrada, elección de convencionales, plebiscito de salida), hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones. En ambos tipos de franja es clave lograr un mensaje claro, que informe, explique y motive. Las personas y candidatos participan, pero la franja debe buscar comunicar y persuadir a las personas indecisas de que vale la pena votar.

Respecto a la franja actual, creo que la gran diversidad de contenido genera confusión. Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso.

Arte público agredido: ¿censura o ley de la calle?

Al igual que sucediera en junio con la proyección de la palabra “hambre”, censurada en el edificio Telefónica, el pasado 24 de septiembre el colectivo Delight Lab vio nuevamente interrumpida una de sus acciones lumínicas, esta vez en el Monumento a Baquedano en plena Plaza Italia. Los autores fueron Carabineros de Chile, quienes actuaron a pesar de que la intervención estaba apoyada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Personas anónimas destruyeron también dos murales de mosaicos que rendían homenaje a Pedro Lemebel y al Negro Matapacos y otro mural pintado con la imagen de la cantante Mon Laferte fue borrado. ¿Qué tienen en común estas agresiones y qué las diferencia? ¿Cuándo es aceptable que el arte sea eliminado?

Por Denisse Espinoza A.

“Todos hablaron de la censura, pero nadie habló del significado de la obra”, reclama Octavio Gana, socio fundador del Colectivo Delight Lab junto a su hermana Andrea, quienes se han hecho conocidos desde el estallido social por sus intervenciones de arte lumínico con palabras simples, pero que apelan a mensajes sociales como “Chile despertó”, “Dignidad” o “Humanidad” proyectados en el Edificio Telefónica. En junio pasado, uno de ellos, “Hambre”, que aludía a las primeras manifestaciones en la comuna de El Bosque por la escasez de alimentos producto de la cesantía, sufrió la censura de personas que desde una camioneta y con potentes focos, apuntados directamente al edificio, cubrieron el mensaje. Una investigación de TVN, de la periodista Paulina de Allende, reveló que la camioneta sin patente había sido escoltada por efectivos de Carabineros y la PDI. Frente a eso, el colectivo de arte presentó un recurso de protección, declarado admisible por la Corte Suprema, y que hace dos semanas fue desobedecido.

La noche del 24 de septiembre, Delight Lab, en colaboración con Galería Cima, volvió a proyectar con luz, esta vez sobre el Monumento a Baquedano en Plaza Italia, una serie de frases que eran a la vez homenajes al artista Juan Luis Martínez y al poeta José Ángel Cuevas, además de una obra realizada en conjunto con el artista Caiozzama, la que sufrió directamente de censura, cuando un foco blanco proveniente de una patrulla de Carabineros hizo encandilar la proyección. La acción de arte, sin embargo, estaba en el marco de la Semana de las Artes Visuales, organizada por el circuito Barrio Arte y apoyada por el Ministerio de las Culturas. ¿Qué pasó entonces?

“Existe un proceso legal en curso por la primera censura y Carabineros simplemente desacató, lo que hace aún más grave el hecho, que además esta vez fue descarado. El mejor ejemplo para entender la censura es que la única persona que puede detenerse en el lugar e incluso sacarse una foto es Piñera, hoy nadie más puede acercarse a la plaza, porque de inmediato es reprimido y detenido y eso es justamente lo que pusimos en tensión. Esos son los horribles tintes de dictadura que está teniendo este gobierno y que convierten a Piñera en un dictador”, afirma Octavio Gana.

Intervención de Delight Lab frente al Monumento a Baquedano, Plaza Italia / de la Dignidad.

La reacción de la autoridad al día siguiente, a través de un tweet de la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, no aludió directamente al hecho: “La Constitución que nos rige actualmente consagra el derecho a la libertad de expresión. También uno de los principios de la ley de nuestro ministerio es el respeto a la creación”. Para Gana es insuficiente: “Si bien la acción estaba patrocinada por el ministerio, no fue financiada de ninguna forma y nosotros no recibimos honorarios. No hubo una condena a la censura ni mucho menos, entonces nos damos cuenta que, en la práctica, el Ministerio de las Culturas no existe, todo esto sigue hablando muy mal de nuestras autoridades”, agrega.

Pero, ¿qué había detrás de las obras proyectadas por el colectivo? ¿Eran peligrosas como para que hubieran motivos para que Carabineros interviniera sobre ellas? La primera -trabajada en colaboración con el colectivo Pésimo servicio, de Valparaíso- era un verso de un poema de José Luis Cuevas, de 2001, Destruir en nuestro corazones la lógica del sistema, que tiene que ver con una crítica descarnada al sistema capitalista neoliberal y sus manifestaciones: la irrupción de las tarjetas de crédito, el consumo desproporcionado, la alienación de los medios de comunicación. “Pensamos primero proyectarla en la Telefónica, pero hacía mucho más sentido hacerlo en el corazón de la manifestación, del despertar de los chilenos, que era alrededor del monumento a Baquedano”, comenta el artista.

La segunda era la adaptación de una de las obras de Juan Luis Martínez aparecida en La nueva novela -icónico y mítico libro de fines de los 70-, que es planteada como un problema lógico espacial. “El problema original habla de un punto A y B, y cómo pueden hacer B para desplazarse hacia A, sin que A se dé cuenta. Es una metáfora de lo que pasa hoy en la plaza, y es que nadie puede acceder a ella, porque están estos tipos de punto fijo que si se dan cuenta te reprimen y no te dejan pasar. En ese momento, habían cinco carabineros de turno, así que proyectamos cinco letras y cómo hacer para desplazarse sin que ellos lo notaran. Las siguientes intervenciones son las soluciones, la primera respuesta es la luz, con la luz poder entrar simbólicamente, y así proyectamos la imagen del perro Sogol en el monumento que es usado por Martínez en su libro”, explica Gana.

La segunda respuesta es la imagen de un laberinto que ilustra la portada del libro Aproximaciones a La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, escrito por Pedro Lastra y Enrique Lihn, y que fue proyectado de tal forma que el perro Sogol atraviesa el laberinto. “Simbólicamente, fue muy interesante lo que ocurrió, porque en ese momento los Carabineros se sienten incómodos estando dentro de la proyección y deciden salirse del laberinto”, comenta el artista. Mientras que la tercera intervención estaba dedicada a proyectar algunas de las frases, consignas y expresiones gráficas aparecidas tras el estallido social, especialmente lo hecho por el artista Caiozzama, quien intervino con su interpretación de una nueva Constitución, ecológica y pluralista, en la que aparece un Buda conectado con su propio interior y con la naturaleza, además de la estrella del amanecer Wünelfe, el ícono de Leftraru, Lautaro. Esta fue la última acción interrumpida por el foco de Carabineros.

Según Carlos Gómez, académico del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile, toda la situación de la censura a Delight Lab habla de los tiempos que corren y de cómo operan las fuerzas de orden. “Es una escena bastante absurda, los Carabineros reaccionan bastante desorientados, sin saber qué hacer, y no es hasta el final que casi a modo de berrinche actúan, cómo diciendo ‘nosotros también tenemos una ampolleta’ y la usan, pero de una manera muy torpe. Esto da cuenta de qué manera opera la ideología y mentalidad de un sector que, en términos culturales, por así decirlo, tiene carencias para generar lecturas de fondo”, opina Gómez. “Por el otro lado está Delight Lab, un colectivo que ha demostrado tener estrategias muy brillantes en todo sentido. Lo que lograron esta vez creo que habla de una operación muy poética y sofisticada al mismo tiempo”.

Institucionalidad y ley de la calle

Delight Lab no fueron los únicos que, por esos días, sufrieron ataques a sus intervenciones artísticas. El 17 de septiembre, el colectivo Musa Mosaico se enteró por redes sociales de que su mural en homenaje a Pedro Lemebel ubicado en la intersección de calle Nataniel con Tarapacá, fue destruido. Le quitaron las piezas que eran parte de los ojos y la boca. Al igual que el del perro Negro Matapacos, ícono de la revuelta social y ubicado en la fachada del Centro Gabriela Mistral, que por segunda vez fue parcialmente desmantelado. “Primero fue el del Negro Matapacos, donde hay videos e identificamos a una persona que según nos han dicho, ha estado en las marchas del Rechazo, lo mismo que en el de Lemebel, donde aparecen por lo menos dos personas, una de ellas es Roberto Belmar, que tiene una cautelar y también es integrante de un movimiento llamado Capitalismo revolucionario”, cuenta Isabel González, mosaiquista y parte del colectivo Musa Mosaico y Mosaikombat.

Mural de Musa Mosaico en homenaje a Pedro Lemebel, atacado.

“Estos trabajos son instalados en la calle, son de ahí y asumimos los riesgos”, afirma la artista quien en 2017 comenzó con este grupo de mosaiquistas que varía entre cuatro o cinco miembros. La idea de Musa Mosaico fue rendirle tributo a personajes que si bien son reconocidos para ellos tiene poca representación en el espacio público. Partieron con Violeta Parra y Gabriela Mistral, instalados en calle Lastarria y la comuna de Cerrillos, respectivamente y luego han seguido con Rodrigo Rojas de Negri (Valparaíso), Lenka Franulic (Antofagasta), Andrés Pérez y la artista y activista Hija de Perra, que aún esperan muros para ser instalados. Mientras que en su versión Mosaikombat, la idea es desarrollar íconos más revolucionarios, siendo el primero el Negro Matapacos.

“La mayoría de quienes trabajan con obras en la calle, murales, saben que estos pueden ser rayados, borrados, destruidos, es parte de lo que sucede en las calles y por supuesto puede haber personas que lleguen y en un acto de rabieta pegarle al mural, pero en el caso de Lemebel hay un gesto bastante siniestro, porque con todo lo que hemos pasado desde el 18 de octubre, con las víctimas de lesiones oculares, que le quiten los ojos a Lemebel es una referencia muy clara. Lemebel es un personaje que pertenece a un mundo disidente que representa a la comunidad LGTBI, entonces puede ser leído como un acto homofóbico incluso. Acá sin duda hubo dolo con una intención ideológica detrás”, afirma Isabel González.

Sin embargo, ¿qué gravedad tiene cuando las personas involucradas son simplemente civiles? Para el académico de la Universidad de Chile, experto en espacio público, Francisco Sanfuentes, hay que diferenciar estos actos de agresión a lo que se vio con Delight Lab. “La relación entre el arte y el espacio público siempre va a ser conflictiva. El espacio público también es el espacio institucional, es el espacio del poder, el espacio público, a veces, es el espacio privado de una cantidad de vecinos que lo asumen como propio y deciden qué es lo que vale y qué es lo que no vale. Entonces, cualquier gesto de naturaleza artística en la calle está sometido a una espacio de fragilidad. Desde que lo sacaste a la intemperie, tu intención, tu deseo, tu trabajo, queda puesto en suspenso cuando está en la calle”, explica. “Por otro lado, aquel arte que está en el espacio público y que ha sido institucionalizado, léase monumento o muralismo institucional o esas obras que son gestionadas por el MOP, siempre van a ser más protegidas y cuidadas como patrimonio, lo que no quiere decir que aquellas que no estén institucionalizadas dejen de ser arte o expresiones artísticas válidas”, aclara Sanfuentes.

Sin embargo, para el académico hay una diferencia clara entre lo que se define como “ley de la calle” o la práctica entre grupos artísticos o personas individuales que borran manifestaciones artísticas para poner otras, “suerte de reescritura callejera a modo de palimpsesto”, y cuando son actos que vienen desde instituciones estatales. “Lo que pasó en el GAM, a principios de la pandemia, cuando la institucionalidad -sea el municipio, la Intendencia o Ministerio del Interior- tapó todas las expresiones gráficas que allí había, y que no necesariamente eran obras de arte en el sentido pomposo del término, se puede considerar bastante grave y patético de parte de esa autoridad”, dice.

¿Cuál es la responsabilidad que ,en ese sentido, le cabe a las instituciones culturales involucradas? Isabel González cuenta que desde la Municipalidad de Santiago nadie se puso en contacto con ellos, a pesar de que el alcalde Felipe Alessandri afirmó por la prensa sobre el mural de Lemebel que “ya nuestras cámaras tienen imágenes, estamos viendo con la Fiscalía y lo importante es recuperar este memorial, este mosaico que es tan importante, muy valorado por la comunidad”.

“Para nosotros son apoyos ficticios, porque en la realidad, nada. Tampoco esperábamos la ayuda de él o el apoyo del GAM, porque la verdad es que tampoco pedimos permisos para instalar nuestro mural ahí, ni sabemos lo que ellos piensan. Nosotros mismos gestionamos y financiamos todos los proyectos. Ya llevamos siete murales, cinco instalados y nunca hemos recibido apoyo externo. Eso sí, la reacción de la gente frente a los ataques nos sorprendió. Uno, a veces, no dimensionaba la llegada que puede tener un mural. En este caso el de Lemebel se había transformado en un pequeño altar, muy visitado, querido, la gente a veces le iba a poner velas, entonces por ese lado ha sido bonito darse cuenta del apoyo, y nos han llegado cientos mensajes de apoyo, colaboración y ofertas de dinero para repararlo”, cuenta Isabel, quien confirma que tienen planeado restaurarlo en el futuro, mientras que el del Negro Matapacos lo dejarán tal cual, “como registro de lo que pasó”, aunque instalarán nuevos murales del perro del pañuelo rojo en otros lugares.

Mural de Mon Laferte borrado, obra de Julio «Ros» Pizarro.

Para Julio “Ros” Pizarro, el artista detrás del mural de Mon Laferte, que estaba ubicado en Avenida Matta con Santiago Concha y que apareció borrado con pintura blanca y con la palabra “rechazo” a fines de septiembre, lo sucedido con el Colectivo Musa Mosaico es mucho más grave. “Encuentro más fuerte destruir una obra así que una como la mía. Lograr hacer el trabajo del mosaico es más pega que lo que hago yo y verlo destruido es muy triste. Vi un par de videos de unos tipos destruyéndolo con un martillo, esa es una acción super violenta, porque además la persona que hace ese trabajo no es que corte cerámica, y lo pegue y listo, es mucho trabajo. Horas que uno dedica, tiempo y dinero y eso nadie lo valora”, cuenta.

En junio del año pasado, el artista fue convocado por Ignacio Orrego, fotógrafo y director de Fotorock, para realizar un mural dentro de un festival dedicado a íconos de la música. La idea era hacer siete murales, pero sólo alcanzaron a hacer tres antes del estallido social, el de Mon Laferte, inaugurado en septiembre, el de Gustavo Cerati en Santa Isabel, que también fue rayado, y el de Chris Cornell, que aún sobrevive en barrio Italia.

“Nosotros no estamos en ninguna parada política, queremos puro expresar arte y adornar un poco la ciudad, el muro se politizó después. A mí no me interesa la política, yo estoy 100 por ciento dedicado al arte y a otros negocios”, aclara Julio “Ros” , quien cuenta que tiene además una panadería y en el plano artístico colabora con el colectivo Social Street Art, con quienes ha intervenido colegios y plazas públicas en barrios con riesgo social de comunas como San Bernardo y La Pintana.

“A mí me sorprendió que el mural durara tanto, fue más de un año y medio que estuvo y duró lo que duró. A todos nos pasa, el 100 por ciento de quienes pintan en la calle asume el riesgo de que sus trabajos sean destruidos, rayados, borrados, es la ley de la calle. Ahora, para mí esa ley también tiene sus reglas. La idea no es borrar por borrar, sino borrar con algo mejor. Si yo voy y veo un muro y hago una pieza encima con más horas de trabajo y se nota, el pintor puede decir ‘ah ya, esto está mejor que lo mío’, pero si viene gente equis y tapa con brochas y blanco, eso es ataque puro”, opina el muralista, quien también ya está gestionando los permisos para volver a intervenir el muro de Mon Laferte con una nueva imagen.

“Quedamos contentos, la verdad, porque para bien o para mal, generamos algo en la gente, no dejó indiferente, y creo que eso es importante. La ciudad se va renovando siempre, y que una obra esté ahí 10 o 20 años y nadie la pesque, tampoco es lo ideal”, agrega.

Francisco Sanfuentes cuenta que la renovación de murales por otros a modo de “guerrilla de artistas” es algo usual e incluso hay antecedentes en Chile. “No es nuevo, en Chile desde 1964 en adelante, con la elección de Frei Montalva, se armaron estas brigadas muralistas como la famosa Brigada Ramona Parra y que se describían a sí mismas como brigadas de choque’, porque efectivamente sucedía que la BRP conquistaba un muro y luego llegaban en una camioneta la brigada de la derecha, o de Patria y Libertad, a borrarlos y agarrar a palos a los artistas que eran niños.  Desde entonces la BRP tenía seguridad, unos pintaban el muro y otros vigilaban y los protegían. Entonces no puedo decir que sea ilegítimo borrarlo, es parte de la dinámica callejera”, explica el académico.

Del otro lado, la censura al arte público tampoco es nueva y tiene su expresión más política y cruda justamente durante la década de los 70, con obras que simplemente fueron olvidadas. Sin ir más lejos, sucedió con varias de las obras inauguradas en el edificio de la Unctad III, hoy GAM, que fueron destruidas cuando la junta militar tomó poder del edificio o el extraordinario mural de Julio Escamez ubicado en la municipalidad de Chillán, que es recordado ahora por el profesor Carlos Gómez. “Era un mural alucinante, de estilo retrofuturista, pero muy influenciado por la escuela del muralismo mexicano, que fue no solo borrado después del golpe de Estado, sino que las autoridades también decidieron picar el muro, y meter un entrepiso, sin dejar posibilidad alguna de restaurar esa obra. Se perdió y lo que quedan son algunas fotos que dan cuenta del carácter impactante y de la calidad del artista”, concluye.

¿Es el libro un artículo de primera necesidad?

Un debate entre cartas al director planteó un tema que vuelve cada cierto tiempo: qué tan necesarios son los libros y la lectura en Chile. La experiencia y fracaso del Maletín Literario, iniciativa del primer gobierno de Michelle Bachelet, dejó en claro que el acceso a libros no es el único problema sino también la mediación. Distintos actores en torno al libro discuten en esta nota los variados alcances del complejo problema lector en Chile.

Por Florencia La Mura

“La caja de alimentos en poblaciones y barrios pobres de todo Chile a consecuencia de la pandemia puede incrementarse con un ingrediente que, para muchos, resulta indispensable. Hay un alimento fundamental que falta: un libro”. Así comenzaba la carta de Felipe de la Parra y Federico Gana, periodistas y escritores, en El Mercurio el 13 de agosto. A esta idea le respondió raudo Pablo Dittborn, quien ha sido parte de las editoriales Quimantú, Ediciones B y Random House Mondadori y, actualmente, La Copa Rota. “No. Por favor, no nuevamente. La idea de incluir libros en las cajas de alimentos me parece el peor error que podríamos volver a cometer”, postuló tajante el editor, aludiendo al proyecto Maletín Literario I y II, ambos del primer gobierno de Michelle Bachelet y que consistió en entregar cajas con 16 clásicos literarios de García Márquez, Neruda y Mistral, entre otros, además de una enciclopedia.

Más de 400 mil colecciones se repartieron entre 2008 y 2010, sus libros muchas veces terminaron vendiéndose en la feria y los resultados nunca tuvieron seguimiento. Los 7 mil millones de pesos invertidos en la campaña han sido criticados desde entonces por distintos actores del mundo del libro y la lectura. La discusión se actualiza ahora en medio de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, luego de la entrega de las cajas de alimentos. En los tiempos que vivimos, ¿corresponde igualar la necesidad de comida a la de un libro?, ¿vale la pena regalarlos sin mediar en su acercamiento? Distintos escritores y editores contrastan sus visiones al respecto.

Libro-objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

El eterno problema

En Historia del libro en Chile (LOM, 2010), Bernardo Subercaseaux analiza cómo las razones económicas -el hecho de importar la mayoría de los libros y la baja producción e interés por publicar en Chile- marcaron la historia del siglo XIX. Desde la creación de la patria los libros fueron un bien escaso y solo accesible a las élites. Durante el siglo XX, la historia no cambió mucho, afirma el Doctor en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard e integrante del consejo asesor del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile. Bajo ese escenario fue que el proyecto de Maletín Literario parecía una buena idea, pero mientras un sector quería impulsar la lectura, otro dejó en claro que no basta solo con tener qué leer.

“El proyecto del Maletín Literario, aunque tenía una intención loable, fue un fracaso”, sentencia Subercaseaux, añadiendo que “masificarlos en cajas de alimentos probablemente tendría un resultado similar. Lo que puso de relieve es que, en cuanto a políticas públicas, el tema que requiere una solución definitiva es el de libros escolares y materiales vinculados a la educación”. Para Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH), la idea de sumar libros a las cajas de alimentos se diferencia del Maletín Literario, la que cataloga como “una iniciativa descolgada en tiempos de bonanza y mall”. Por otra parte, “un libro entre los alimentos, cuerpo y espíritu, simbólicamente entrega otro mensaje”, opina Rivera, quien señala que, en tiempos de encierro, sin paseos ni distracciones, sumado a la monotonía de la televisión, “el libro que no se va a la despensa junto al arroz y las legumbres, queda por ahí, a la mano de quien lo pueda hojear”.

Para Rivera, el libro es un artículo necesario, que lleva décadas peleando por ese espacio. “Se viene luchando hace 47 años contra la quema de libros, contra su invisibilidad, su menosprecio, sus enemigos neo ignorantes, contra las ficciones de la quiromancia y la cartomancia de economía y negocios que llenan páginas y páginas inútiles y pese a ello su poder sigue vigente”.

El ecosistema del libro

La importancia que Rivera le otorga a la lucha del libro contra el modelo de negocios juega un rol clave en la configuración de las editoriales nacionales y del acceso a la lectura. “Vivimos en un país con un presupuesto de 0,4% del PIB para artes, cultura y patrimonio, y sueldos promedio de alrededor de 500 mil pesos, cuando sólo el desplazamiento al trabajo se lleva un 18% y el IVA a la primera necesidad otro 19%. Pensar que en estas condiciones alguien pueda comprar un libro es descabellado”, explica Rivera, contextualizando un país donde predominan los grandes conglomerados extranjeros, con mayor acceso a producción, tirajes altos y distribución de libros.

Para Paulo Slachevsky, director y cofundador de LOM Ediciones, parte de la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos – Editores de Chile y miembro del consejo del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, pensar en el libro como un objeto no prioritario es legado de la dictadura. “Se relaciona con un país donde pensar, criticar, era incómodo, peligroso”, fundamenta, agregando que “revertir ese quiebre de la sociedad con el libro requiere un impulso público mayor, una real voluntad de que exista participación popular”.

Una iniciativa recordada como gran ejemplo del libro pensado para el pueblo, fue la del gobierno de la Unidad Popular, quecompró en 1971 la entonces Editorial Zig-Zag, transformándola en Editorial Quimantú,para editar desde obras clásicas universales hasta historietas locales y venderlas en quioscos a precio accesible. Al año de estar activa llegó a imprimir 500 mil ejemplares mensuales, una cifra muy superior a los 500 ejemplares que un 60% de las editoriales nacionales imprime de un libro, de acuerdo al informe anual 2019 de la Cámara Chilena del libro.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux, quien en Historia del libro en Chile destaca que Chile siempre ha tenido una baja edición local de libros y con bajos tirajes, lo que aumenta su precio de producción y, por ende, de venta, en relación a otros países con tanto mayor compra de libros como mayor cantidad de habitantes, como Argentina.

Bajo una mirada distinta, y que pone el foco en la creciente escena local de editoriales independientes, Slachevsky cree que el mismo anhelo democratizador de lo que fue Quimantú se puede dar bajo modelos diferentes, “donde más que el gran tiraje, se apueste por la bibliovidersidad. Los cambios tecnológicos favorecen que podamos tener miles de pequeñas Quimantú a lo largo de Chile, miles de libros diferentes en tirajes pequeños y medianos”.

Iniciativas populares

Constanza Figueroa, diseñadora gráfica, parte de Editorial Piña Ruda y Revista Yasna, y Pablo Castro, director de la feria de arte impreso IMPRESIONANTE, decidieron trabajar con la idea del hambre y la caja de alimentos del Gobierno, haciendo con esta un libro-objeto que recoge frases de Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Clarisa Hardy, entre otras escritoras. Por esos días llegaron a distintas redes solidarias y en paralelo a la publicación «Hambre + Dignidad = Ollas Comunes», donde Hardy “determina lo poderosa que es la organización social en torno a la provisión de alimentos, en contraposición a la indiferencia de la clase gobernante”, relata Constanza.

Constanza y Pablo, cuyo trabajo se desenvuelve principalmente en torno al arte, la visualidad y la publicación independiente, encauzaron su energía y durante el cuarto mes de aislamiento fue que estuvieron “armando esta publicación con lo que teníamos disponible, política y materialmente”, explican. El pasado octubre, ambos quedaron con la inspiración que les dejó el estallido social. “Necesitábamos seguir produciendo imágenes románticas para atacar a una institucionalidad opresora que nos priva de todo incluso el amor”, reflexiona la pareja, quienes a la hora de pensar en objetos de primera necesidad, no piensan en el libro, lo que no le quitaría importancia. “El libro, la publicación independiente y el arte impreso, tienen la posibilidad de ser dispositivos superpoderosos, aunque reconocemos que es de un alto nivel de privilegio estar familiarizados con estos formatos”.

Libro objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

Quienes no tienen duda en considerar el libro como un artículo de primera necesidad son las integrantes del colectivo Autoras Chilenas (AUCH), quienes promovieron la acción Libros por la vida, como una forma de reunir libros para donarlos a las distintas ollas comunes que surgieron en la capital. El proyecto comenzó en junio pasado como “una acción literaria y una manera de repensar la literatura como parte de un movimiento político no solo fuera de los círculos literarios capitalistas”, explica Mónica Barrios, escritora, académica y parte de AUCH. Para ella, esta acción responde a una necesidad no cubierta ni por el sistema capitalista ni por el Estado. “Pensamos la potencialidad de la literatura como la creación de un espacio de economías no-capitalistas, de intercambios de cariños y cuidado, para poner en marcha una red comunitaria que ha estado en funcionamiento a las sombras del Estado desde hace tiempo”, agrega.

Esta iniciativa puede verse como un reflejo de la idea que De la Parra y Gana proponen en su carta, esta vez trabajada con enfoque feminista y de manera independiente al Gobierno. Para AUCH, esta es una forma de relevar la importancia que debiese tener el libro, poniendo la cultura en un lugar indispensable. “Los alimentos nos permiten vivir. Los libros nos ayudan a entender la vida, a darle un sentido”, reza la carta adjunta a cada lectura entregada. Mónica también deja claras las diferencias que esta iniciativa tiene con el Maletín Literario. “Creo que los libros tienen múltiples formas de leerse y usos, y que las lecturas deben ser diversas en cuanto a cuerpos y lo que sacan de los libros. El interés que provocó esta donación entre las comunidades dice tanto más que el fracaso del Maletín Literario”, asegura.

Si bien las realidades materiales actuales en Chile se utilizan como una justificación para pensar en el acceso a la cultura como algo no urgente, la pandemia dejó en claro la precarización de la cultura en Chile y cuánto necesita un sostén económico permanente. Por otro lado, y en particular desde la literatura, las editoriales nacionales han debido reinventarse en el contexto actual y en muchos de los casos, también han liberado libros haciéndolos de acceso gratuito en momentos complejos.

De acuerdo a Paulo Slachevsky, la pandemia ha revelado de forma clara como no solo la lectura, sino el arte en general, sostienen la vida. “Salvador Allende insistía durante la Unidad Popular en la importancia de tener una biblioteca y un jardín infantil en cada población. Los bienes de primera necesidad no pueden pensarse sólo desde la individualidad, sino también desde la comunidad. Y allí, la cultura, los libros en particular, son vitales”, insiste. “Es hora de pensar y actuar colectivamente para cambiar el estado de las cosas, liberándonos de las lógicas de mercado y del colonialismo cultural que concentran y excluyen, potenciando un ecosistema propio y diverso, poniendo al centro el sentido cultural y liberador del libro y la lectura”, sostiene Slachevsky. De esta forma, un libro gratis nunca estaría demás.

«Hater»: Un ejército de noticias falsas

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Por Luis Cruz

Hater, el más reciente y aclamado filme del director polaco Jan Komasa (Poznań, 1981), se configura como una obra  multildimensional, en donde la información lo es todo y la superposición de capas narrativas describe la actual manipulación de masas a través de las redes sociales,  pero también nos hace preguntarnos por eventos tan alejados de Polonia como la relación entre la política y las barras bravas o el vínculo no aclarado entre la UDI y el grupo de extrema derecha Capitalismo Revolucionario.

Un Martín Rivas oscuro y torcido

Aunque la figura de Tomasz Giemza, el protagonista de Hater, ha sido comparada con Travis Bickle de Taxi driver y Patrick Bateman de American psycho, no deja de ser curioso que la premisa de esta obra remita a la primera novela moderna de nuestro país: Martín Rivas. Y es que la biografía de Tomasz posee algunas semejanzas notables con el héroe de Blest Gana. Talentoso joven provinciano de origen humilde llega a la gran capital para hacerse un nombre bajo la protección de una adinerada familia. Se enamora perdidamente de una de las hijas de sus benefactores, Leonor, pero la brecha de clases jugará en contra de las intenciones amorosas del protagonista, quien deberá realizar un despliegue de todos sus talentos para demostrar que está a la altura de su amada.  Para reforzar este paralelismo podemos agregar que ambos son estudiantes de Derecho.

¿Pero qué hubiese pasado con Martín Rivas si lo hubiesen expulsado de la carrera tras un evidente caso de plagio? Vayamos aún más lejos, ¿qué hubiese pasado en la novela de Blest Gana si los atributos de Martín no hubiesen sido la probidad y la integridad moral a toda prueba, sino, por el contrario, una frialdad y una capacidad de manipulación sobresalientes? ¿Hubiese conquistado el amor de Leonor? No podemos responder a esta pregunta sin arruinar la película. Pero lo que sí se puede decir es que, una vez caído en desgracia, Tomasz Giemza (Maciej Musiałowski) hará lo que mejor sabe hacer para conquistar el amor y hacerse un lugar en la sociedad: manipular y mentir.

Hater, la película de Jan Komasa (Poznań, 1981), es uno de los últimos fenómenos del cine polaco.

Miente, miente, que algo queda

Será el mundo del marketing y el manejo de redes sociales el lugar donde el ambicioso Tomasz encontrará un campo fértil para desplegar sus talentos, y, Beata Santorska (Agata Kulesza), la directora de la agencia de comunicaciones a la que ingresa a trabajar Giemza, su mentora y principal aliada. Resulta particularmente interesante la relación que establecen estos dos personajes. Beata es el arquetipo de la mujer fuerte y eficaz que domina su feudo con un liderazgo firme y despiadado, mientras que Tomasz asume el papel del discípulo talentoso y abnegado que está dispuesto a todo por hacerse un lugar. Lo que complejiza y da espesor a este binomio discípulo-maestro es la pulsión maternal y sexual que cruzará la relación de ambos personajes, pero también su capacidad para leer la realidad, manejar la información y sacar partido de esta. Es así como a lo largo de la película Beata estará siempre un par de jugadas más adelante que su protegido.

En este punto resulta necesaria una leve digresión. El personaje de Beata Santorska es parte de Sala samobójców (Suicide Room, 2011), trabajo anterior de Jan Komasa, en donde el director polaco reflexiona sobre el impacto que tienen las redes sociales en los adolescentes y que explica, en parte, el vínculo de protección que establecerá Beata con Tomazs en Hater.

Un oasis llamado Internet

Hacia fines de los 90, cuando Internet comenzó a masificarse en nuestro país, la red se vendía como una supercarretera de la información, un lugar en el que todo el conocimiento de la humanidad estaría a nuestra disposición. Las salas de clases se revolucionarían, los computadores volverían a nuestros niños más inteligentes y se cumpliría, por fin, la utopía de tener una sociedad del conocimiento horizontal y democrática.

Veinte años después, cuando el 59% de la población mundial tiene acceso a Internet (Global State Digital 2020), podemos decir que los smartphones se han vuelto un dolor de cabeza para los profesores, que  la mayor parte del flujo de información se divide entre las redes sociales, el streaming de video y la pornografía; que la red ha sido monopolizada por un par de empresas estadounidenses (Facebook, Alphabet/Google ), y que a partir de las filtraciones de Edward Snowden, recogidas y difundidas por Wikileaks, pero también del caso Cambridge Analytica, tanto en el Brexit como en la elección de Trump en Estados Unidos, tenemos la certeza de que Internet está lejos de ser un lugar neutral e inocuo. Por el contrario, la red –pero sobre todo las redes sociales– se ha vuelto tierra fértil para teorías conspirativas que han ido desde el terraplanismo y el fin del mundo en 2012 a la más reciente que señala que John F. Kennedy Jr. habría fingido su muerte. Junto a las teorías de la conspiración han surgido las llamadas fake news o noticias falsas, donde encontramos casos como la instalación de una trampa vietnamita en la casa de miembros de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM) difundida por el diputado (RN) Cristóbal Urruticoechea o el presunto indulto de Michelle Bachelet a Hugo Bustamante, el asesino de Ámbar Cornejo.

Lo interesante de Hater, y una de las razones por las que ha despertado tanto interés,es que nos muestra la forma en que son generadas estas noticias falsas, la manera en que operan y el efecto de bola de nieve que van logrando en la medida que escalan su popularidad. El primer trabajo de Tomazs será torpedear una exitosa bebida nutritiva a pedido de uno de los clientes de la agencia. Y lo hace generando múltiples noticias falsas. En las redes sociales basta con un par de montajes fotográficos bien hechos y un montón de cuentas falsas para destruir a la competencia, nos alecciona la película de entrada.

Tras el éxito de su primera misión, Tomazs escalará en su trabajo y comenzará a operar en la política. Es aquí donde el antihéroe echará mano a toda su capacidad de manipulación  para lograr su cometido: derribar a Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr), candidato a la alcaldía de Varsovia, homosexual, liberal y proclive a abrir las fronteras de Polonia a los refugiados de Medio Oriente.

En este punto, la película nos muestra cómo la política se vale de los outsiders sociales para lograr sus fines sin mancharse las manos. Resulta imposible no recordar la relación entre la política y los barristas de los principales equipos de fútbol chilenos que son contratados como brigadistas durante las campañas políticas o los hechos ocurridos en una sede de la UDI que fue utilizada por un grupo de extrema derecha, Capitalismo Revolucionario, para confeccionar escudos que luego serían usados en las violentas marchas donde atacaron a transeúntes con diversos objetos contundentes. Vínculo que no ha sido aclarado hasta la fecha.

Sobresale aquí, y es quizás uno de los puntos más altos del guion de Mateusz Pacewicz                , la postura que adopta Tomazs, quien comenzará a jugar un rol de doble agente para situarse por sobre izquierdas y derechas, utilizando ambas facciones para lograr sus fines personales, dominando así el tablero, tal como en nuestro país lo hizo por años Julio Ponce Lerou al financiar campañas de todo el espectro político.Hater es una película que invita a reflexionar sobre el impacto que tienen las noticias falsas y las redes sociales en nuestras vidas, pero también sobre las élites, la política y las oscuras formas en las que estas operan. Sin duda, gran parte del atractivo de esta obra radica en la soberbia actuación de Maciej Musialowski, joven actor al que se le augura un futuro brillante en la pantalla grande, pero también a su guion, que sabe matizar la temática social con el drama de corte romántico y los entresijos del poder. Sin duda, un imperdible de esta temporada.

Los desconocidos (y curiosos) vínculos de Igor Stravinsky con Chile a 60 años de su visita

En 1960 el compositor ruso que revolucionó la música docta del siglo XX estuvo durante cinco días en el país y dirigió a la Orquesta Sinfónica de Chile a tablero vuelto, en el desaparecido Teatro Astor. Mientras su presencia conmocionó y dejó huellas imborrables en la escena musical local, para él, el viaje debe haber resultado al menos insólito. Además de conocer, al fin, la tierra de su antigua mecenas chilena, Eugenia Huici de Errázuriz, descubriría sin querer que los restos de su suegro, un antiguo oficial del Zar, descansaban nada menos que en el Cementerio General. Con material de archivo y los recuerdos de los músicos León Schidlowsky y Carmen Luisa Letelier, testigos de la visita, se reconstruye parte de esta historia.

Por Denisse Espinoza

Fue una gira vertiginosa, con escala en siete países, quizás más apropiada para una estrella de rock en el clímax de su carrera, que para la leyenda viviente que, en agosto de 1960, era Igor Stravinsky. El hombre que había revolucionado el tempo, el ritmo y la armonía de la música docta en 1913 con La consagración de la primavera – pieza que en su estreno fue controvertida y abucheada, para luego ser aplaudida y elogiada-, llegaba a Chile con 79 años y una artritis que le obligaba a moverse con ayuda de un bastón y le impedía, a su vez, sostener la batuta por demasiado tiempo. Para sortear esas dificultades, lo acompañaba su asistente, el afamado director de orquesta estadounidense Robert Craft, quien se encargaría de los ensayos previos y de incluso dirigir parte del mítico concierto que Stravinsky ofreció junto a la Orquesta Sinfónica de Chile el 24 de agosto de 1960, ante las mil 400 personas que repletaron el desaparecido Teatro Astor.

El compositor y director de orquesta Igor Stravinsky.

Parte importante de los recuerdos que quedan hoy de esa visita son gracias a la detallada crónica escrita por el compositor Jorge Urrutia Blondel en la Revista Musical Chilena de la Universidad de Chile, donde cuenta que el maestro “deslumbró con su presencia fugaz” y clasifica la “jornada stravinskiana” como uno de los “más notables acontecimientos de la historia artística de Chile”. Además de Craft, Stravinsky vino acompañado de su esposa, la artista Vera de Bosset y el representante peruano Oscar Alcázar, quien habría ideado la gira que ya había llevado al músico a México, Colombia y Perú, y que luego seguiría a Argentina, Uruguay y Brasil.

“Tras la emocionante espera en el aeropuerto, vimos descender del avión la ya francamente frágil estampa de un anciano”, escribe Urrutia Blondel, pero agrega: “Nos pareció a todos, en la primera impresión, que ese cuerpo magro y anguloso correspondía exactamente a  su Arte, es decir, descarnado, «esencial», libre de todo lo inútil y adiposo, especialmente en sus últimas creaciones (…) debemos decir que nuestra primera impresión más aguda, después de la de orden físico que nos diera el maestro en su actual fisonomía, puede resumirse en una sola palabra: vitalidad”.

El compositor y gran gestor cultural Domingo Santa Cruz jugó un importante rol en su visita como presidente de la Asociación de Compositores de Chile y fue uno de los que compartió junto a Stravinsky en comidas, paseos y en los recesos de los ensayos, al igual que otros músicos como Gustavo Becerra, Carlos Riesco, Marcelo Morel, Juan Amenábar y Sylvia Soublette. Uno de los sobrevivientes es el Premio Nacional de Música 2014 León Schidlowsky, quien como director del Instituto de Extensión Musical de la Universidad de Chile, también gestionó la visita del ruso y hoy recuerda algunos pormenores.

“Las condiciones del contrato firmado con el representante peruano eran que Stravinski dirigiera dos conciertos. Uno el viernes en la noche, la temporada oficial de la orquesta, y otro, el domingo, una repetición para la gente de menos recursos, donde no se entregaba sueldo al director. Un día antes, el representante peruano me llama por teléfono diciéndome que Stravinsky no va a dirigir el concierto si no se le pagaba una suma extra en dólares. Esto rompía el margen del presupuesto que yo tenía para la visita”, cuenta el músico radicado en Israel. “Me dirigí entonces al decano, Alfonso Letelier para que me ayudara. A él no le quedó otra que hablar con el rector de la Universidad de Chile, Juan Gómez Millas, quienes trataron de ayudar a salvar la situación y dieron al representante la suma pedida. Así se pudo realizar el concierto del domingo. No sé exactamente si Stravinsky estuvo efectivamente detrás de todo este caos, porque llegué a saber años más tarde, que este mismo representante había hecho algo parecido con otros artistas. Pero la duda queda”, asegura Schidlowsky. “Stravinski era un hombre ya de edad al llegar a Chile y no estaba en condiciones de dirigir un concierto completo, por lo tanto solo dirigió una que otra obra suya, sin embargo fue recibido con gran entusiasmo por el público al comenzar el concierto”, agrega.

Recepción en casa de Carlos Riesco: De izquierda a derecha: Juan Amenábar, Tomás Lefever (atrás)., Alfonso Leng, Samuel Claro, León Schidlowsky. AbeIardo Quinteros. Domingo Santa Cruz. Federico Heinlein (atrás), Miguel Aguilar, Jorge Urrutia, Carlos Riesco. Alfonso Letelier, Eduardo Maturana, Sylvia SoubIette y Marcelo Morel.

Aunque solo tenía 16 años, la Premio Nacional de Música 2010, Carmen Luisa Letelier, tuvo la fortuna de estar cerca de Stravinsky. “Mi papá (Alfonso Letelier) era el decano de la Facultad de Artes y se hacía cargo de todas las visitas musicales, los atendía, los iba a buscar al aeropuerto, los invitaba a comer a la casa. Cuando llegó Stravinsky era como que llegara el Papa. Mi papá me pidió permiso en el colegio y con mi hermano Miguel, que recién había aprendido a manejar, nos tocaba ir a buscar a Stravinsky al Hotel Carrera, dejarlo en los ensayos y traerlo de vuelta. Era un hombre encantador, muy amable y conversador”, cuenta hoy y revela que hace solo unos meses encontró entre los documentos de su padre una partitura de Petrushka, el famoso ballet del ruso de 1912, autografiado por el autor. Y se suma una fotografía que ella misma le pidiera firmar al músico.

Sin embargo, la cantante también tiene una percepción similar a Schidlowsky sobre el deterioro físico que mostraba Stravinsky. “Recuerdo haber oído comentar a mi papá que estaban un poco escandalizados porque sentían que a este caballero lo explotaban, que lo tenían como objeto de exhibición. Stravinsky era mayor y estaba medio patuleco, era Craft el ayudante quien preparaba las cosas para que él dirigiera. Además me acuerdo que una enfermera fue a verlo varias veces al hotel para medicarlo”, agrega Carmen Luisa Letelier.

Efectivamente, Stravinsky lidiaba hace un par de años con una policitemia, enfermedad que aumenta la proporción de glóbulos rojos en la sangre y que provoca muchas veces hemorragias, moretones, hormigueo o entumecimientos en pies y manos e incluso trombosis. Sin embargo, a pesar de las impresiones sobre su frágil salud, lo cierto es que el músico pasaría otra década más viajando, dando conciertos y recibiendo buen dinero de sus giras, siempre acompañado por Robert Craft. En 1945 y luego de seis años de estar viviendo en Estados Unidos, lugar al que huyó durante la Segunda Guerra Mundial, Stravinsky se convirtió en ciudadano estadounidense y ese mismo día arregló que la prestigiosa editorial musical Boosey & Hawkes publicara el reordenamiento de varias de sus composiciones y usó su nueva  ciudadanía para asegurar un copyright sobre el material, lo que le permitió ganar dinero con ellas presentándola en el mayor número de escenarios posibles. Hasta que en mayo de 1967 dio su último concierto en Massey Hall en Toronto, Canadá, donde dirigió la suite Pulcinella, relativamente poco exigente, junto con la Orquesta Sinfónica de Toronto.

Así las cosas, para su concierto en Chile, Stravinsky estaba aún rebosante de energía. Sin embargo, como era habitual en su dinámica, el programa estuvo dividido en dos, la primera parte dirigida por Robert Craft que incluyó las Seis piezas op.6 para orquesta, de Anton Webern, Dos preludios corales de Bach-Schoenberg y la suite El Martirio de San Sebastián, de Debussy; y la segunda, dirigida totalmente por Stravinsky, quien se puso al frente de su partitura comisionada La Oda (1943), compuesta en memoria de Natalie Koussevitzky, y la famosa suite El pájaro de fuego (1910), que quedó registrada en la única grabación que hasta el momento se conoce de este concierto y que está en los depósitos de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile. El pianista Luis Alberto Latorre es uno de los que ha podido escucharla, hace ya 20 años.

“En los 2000, cuando Luis Merino era director del CEAC, se tuvo la idea de rescatar esta grabación y otras que tiene la orquesta y armamos un comité para levantar un proyecto. Visitamos el subterráneo donde estaban estas cintas magnetofónicas y escuchamos algunas, una de ellas fue El pájaro de fuego de Stravinsky, fue muy emocionante”, cuenta el músico, que es parte de la agrupación hace más de 30 años. “La grabación es increíble porque se escuchan los pasos de Stravinsky al subir el escenario y una ovación, con gente aplaudiendo por varios minutos antes de comenzar a tocar. Técnicamente es una grabación antigua que suena como gramófono y la orquesta tampoco suena al nivel que lo hace hoy, lo importante es que está dirigiendo Stravinsky y se transmite toda la energía, esa cosa expresiva que tiene el momento. Además te habla de lo importante que era la orquesta en esos años, eran líderes en las agrupaciones de música clásica de América Latina”, dice Latorre.

La Premio Nacional de Música Carmen Luisa Letelier.

Justamente este año se tenía pensado que la Orquesta Sinfónica recordara la visita del ruso con un concierto con alguna de sus obras, pero la pandemia truncó los planes, cuenta Diego Matte, director del Centro de Extensión Artística y Cultural (CEAC) de la Universidad de Chile. “Habíamos pensado también en hacer un seminario y poder digitalizar esa grabación del concierto para ponerla a disposición pública por primera vez, pero tendremos que retrasar la idea. La visita fue importante, marcó un antes y después para la orquesta porque les dio conciencia de las posibilidades que tenían de desarrollo y exposición, y no sólo fue esa visita sino también otras de grandes músicos como Sergiu Celibidache, Herbert von Karajan y Leonard Bernstein, que queremos recuperar y eventualmente editar”.

Si bien es claro que la visita de Stravinsky conmocionó a la escena musical docta chilena, al nivel de lo que en otra época hubiese sido, por ejemplo, la venida de Beethoven o Mozart, a la distancia, la memoria de León Schidlowsky es más bien severa sobre la valoración del compositor ruso, quizás porque el chileno ya cultivaba otros intereses. “Para la mayoría de los compositores jóvenes de esa época, Stravinsky se encontraba en un período decadente, no era el de La consagración de la primavera. Stravinsky luchaba contra el dodecafonismo de Schönberg, que a mí me impresionaba. Había una enorme admiración por el Stravinsky anterior y pocos querían seguir su nueva corriente neoclasicista. Según mis recuerdos, la gran mayoría de los de mi generación estábamos interesados en lo que va más allá de Stravinsky, como la Segunda Escuela de Viena, su desarrollo y repercusión en la música vanguardista de ese tiempo, sobre todo en Europa”, cuenta.

Efectivamente, a principios de siglo Stravinsky había irrumpido en el mapa musical como un innovador de las formas con tres piezas para ballet que lo hicieron mundialmente conocido: El pájaro de fuego (1910), Petrushka (1911) y La consagración de la primavera (1913), esta última famosa por haber gatillado un fuerte escándalo en su estreno en París, por su densidad y las disonancias premeditadas de las notas usadas a contratiempo. Después, Stravinsky se pasearía por varias corrientes musicales abordando distintos estilos como el primitivismo, el neoclasicismo y el serialismo.

En su calidad personal, Stravinsky tampoco causó gran impresión a Schidlowsky. “Era un hombre frío que no sabía nada de América Latina, ni menos de Chile. Tampoco percibí que hubiera un interés de su parte, de ver la diferencia histórica o musical entre los diferentes países latinoamericanos. Sí vi su sorpresa al darse cuenta que en realidad en Chile se sabía quién era y se le conocía y admiraba, sobre todo por La consagración de la primavera, El pájaro de fuego o Petrushka«, agrega Schidslowsky, quien quizás no tenía claro que el ruso tenía a lo menos un vínculo con Chile, que había sido crucial en sus inicios insurrectos como compositor. Pronto, su esposa, la cantante y bailarina Vera de Bosset, también tendría un inesperado lazo con esta tierra.

Un oficial del Zar al fin del mundo

Durante los ajetreados días en que Stravinsky iba del hotel al teatro y del teatro al Club de la Unión, y del Club de la Unión a la casa de algún músico local, su mujer Vera de Bosset, era atendida y “entretenida” por la esposa de Alfonso Letelier, la cantante Margarita Valdés. “En una de esas conversaciones, esta señora le contó a mi madre que su papá había sido oficial de la guardia del Zar en Rusia y que se había perdido en el 1917, escapando de la revolución hacia Sudamérica, y que nunca se supo nada más de él. Coincidentemente mi mamá recordó que su suegra, mi abuela paterna, quien era fanática de la cultura rusa, había ayudado a un grupo de rusos que venían escapando de la revolución y la contactó para saber más detalles”, cuenta la contralto.

De izquierda a derecha: León Schidlowsky, Eduardo Maturana, Juan Amenábar, Carlos Riesco, Domingo Santa Cruz y sentado Igor Stravinsky en el Club de la Unión. Gentileza Departamento de Música U. Chile.

Así, en 1920, el año en que Stravinsky estrenaba la música del ballet Pulcinella, que marcaría su “vuelta atrás” al estilo neoclásico; su futuro suegro recibía la ayuda de una familia chilena: el padre de Alfonso Letelier, quien tenía un criadero de caballos en la Laguna de Aculeo, les prestó a este grupo de oficiales algunos equinos para que hicieran acrobacias y así pudiesen ganar algo de dinero. “Eran señores muy nobles, oficiales del ejército, pero habían quedado sin nada”, acota Letelier. Resultó que para la fecha en que Vera Bosset se enteraba de la historia solo un ruso quedaba vivo, quien le contó que su padre Edward Bosset había muerto en sus brazos para luego ser enterrado nada menos que en el Cementerio General de Santiago. “Hasta allá llegaron mi mamá, mi abuela, el ruso y la esposa de Stravinsky hasta que dieron con la tumba”.

La increíble historia también es mencionada en la crónica de Jorge Urrutia Blondel, donde aprovecha de aplaudir el rol que solía jugar Margarita Valdés en estas visitas musicales. “A la activa «Maiga» se debe, pues, por entero, esta proeza y afanes funerario-detectivescos. Numerosas diligencias necrológicas en archivos de cementerios de Santiago, que fueron naturalmente negativas, seguidas de una muy intuitiva y feliz, a través de Vadim Fedorov, antiguo oficial del Tzar también, dieron por fin el resultado, tan positivo como triste para Madame Stravinsky”, anota como conclusión el compositor serenense.

La artista y socialité Eugenia Huici Errázuriz.

El primer vínculo que unió a Stravinsky con Chile es más conocido. Fue a inicios del siglo XX y durante una visita a Madrid que el ruso conoció a Eugenia Huici Errázuriz, artista y socialité, casada con el pintor y diplomático José Tomás Errázuriz y radicada en París, quien se convertiría en la mecenas del compositor al igual que lo fuera de otros prominentes artistas como los pintores Jacques Émile Blanche, Romaine Brooks, Charles Conder, Pablo Picasso y el escritor Jean Cocteau. El ruso incluso le compuso una pieza, Ragtime de 1918 y le dedicó unas palabras en su autobiografía de 1935: «La simpatía que me manifestó desde el primer momento y se transformó  después en una amistad nunca desmentida, me emocionó profundamente, me sentía feliz de encontrar en ella una excepcional sutileza y comprensión hacia un arte que no era ya de su generación». Carmen Luisa recuerda que fue una sorpresa para los visitantes enterarse de que sus anfitriones, los Letelier-Valdés, estaban emparentados con Madame Huici. “La señora Eugenia era tía abuela de mi mamá, era una señora extraordinaria que se dedicó a ayudar a artistas emergentes en Europa. Para mí era mitológica y la verdad es que no estoy segura de que mi mamá la haya conocido en persona, pero en cuanto ella mencionó el parentesco hubo mucho tema de conversación”, cuenta la cantante.

El desconocido amigo chileno

En su rol de mecenas, Eugenia Huici de Errázuriz guardó varias partituras de Stravinsky, de sus primeros años y algunos de ellos también cayeron en manos chilenas. La actriz y cantante de 95 años, Carmen Barros, fue una de las afortunadas.

“Mi papá era embajador de Chile en Alemania en los años 40 y con mi hermano Tomás tuvimos la suerte de conocer personalmente a la señora Eugenia y cuando se enteró de que tanto mi hermano como yo éramos gente interesada en el arte y el teatro, decidió regalarnos música impresa de Stravinsky. Ella ya era bien mayor y nos dijo ‘no tengo nada que hacer con esto y ustedes lo van a aprovechar mucho mejor’. Para nosotros fue heredar un tesoro, les decíamos ‘los Stravinsky papers’”, cuenta la actriz que se convertiría en la legendaria Carmela de La pérgola de las flores. Sin embargo, 20 años después, debieron deshacerse del tesoro. “La verdad es que nos sentíamos un poco incómodos teniendo estos documentos y lo primero que hicimos fue intentar dárselos a los familiares directos de doña Eugenia acá en Chile, pero ellos no se interesaron para nada. Después de unos años pasamos por unos aprietos económicos y decidimos venderlos a la Casa Christie’s en Nueva York, donde se subastaron con otras cosas de Stravinsky, pero todo esto pasó antes de que él viniese a Chile”, cuenta Barros.

La actriz y cantante Carmen Barros.

Sin embargo, hubo un último chileno, quien no sólo tuvo en su poder manuscritos y partituras de Stravinsky, sino que trabajó codo a codo con él en la edición y publicación de algunas de sus obras y en el estreno de otras. Hijo de judíos alemanes y nacido en Santiago de Chile en 1925, Claudio Spies Heilbronn llegó a Estados Unidos a los 17 años para aprender el arte de la dirección orquestal, cayendo bajo la tutela de la reconocida y erudita directora Nadia Boulanger, quien le presentaría a Stravinsky en 1943, después de un concierto en la sala Apollo de Nueva York. Desde ese momento, y según relataría el propio Spies, el ruso se convertiría en su mentor musical.

Spies hizo una destacada carrera en EEUU como consigna el obituario que le dedicó la Universidad de Princeton, donde fue profesor emérito desde 1970 hasta su muerte recién en abril pasado. Tenía 95 años. En su currículum figura además haber obtenido su licenciatura en Harvard College en 1950, haber pasado un año en París con una beca itinerante, haber regresado a Harvard para una maestría de composición y haber hecho clases en Julliard School hasta hace sólo 10 años atrás. Su curso más popular fue sobre manuscritos musicales, pero también enseñó interpretación musical de cámara, composición, dirección y análisis de dirección post-tonal. En Chile, por edad, habría pertenecido justamente a la generación de músicos que esos días de agosto compartió con el compositor ruso: Carlos Morel, Juan Amenábar y Sylvia Soublette. Claro que él terminaría gozando de más cercanía.

Con Stravinsky trabajó bastante y se convirtió en guardián de su obra, en paralelo a Craft. Dentro de sus archivos había, por ejemplo, fotocopias comentadas del último trabajo del ruso, Cánticos de Requiem, que el propio Spies ayudó a producir para su estreno en el Teatro McCarter de la Universidad de Princeton el 8 de octubre de 1966. Ese mismo año, se le había encomendado además corregir otras tres piezas: Abraham e Isaac, Introitus y Variations. Y en 1968 dirigió la versión revisada de la obra Les Noces de Stravinsky en la Universidad de Harvard.

Muchos de los análisis teóricos de Spies sobre las obras de su mentor aparecieron en la publicación de Princeton Perspectives of New Music. Según consigna la Biblioteca del Congreso en Washington DC, en julio de 1992, el chileno inició el proceso de donación de sus materiales a esa institución, que durante 21 años recibió sus composiciones, trabajos y grabaciones sonoras, además de partituras de Igor Stravinsky, con quien colaboró ​​hasta la muerte del compositor ruso en 1971.

En Chile, por supuesto, Claudio Spies es un completo desconocido. Partiendo desde su propio trabajo como compositor y recopilador, hasta su condición como el último eslabón de la cadena de vínculos que Igor Stravinsky forjó con el país. A la luz de este nuevo hallazgo, no sólo se abre una nueva línea sobre el compositor ruso que en los 60 removió en 5 días  la escena musical chilena, sino también aparece la figura de un “nuevo” chileno que vale la pena descubrir.

La perseverancia de las olas: una perspectiva feminista de los derechos culturales

El propósito, entre otros, de visibilizar los derechos culturales, es activar su musculatura y erradicar ese concepto de cultura controlada, que la reduce a una concepción estática con márgenes rígidos, distante de las personas, inocua, homogénea y sello de tradiciones patriarcales marcadas por la exclusión.

Por Andrea Gutiérrez

“Dame la perseverancia de las olas del mar,
que hacen de cada retroceso un punto de partida para un nuevo avance”.

Gabriela Mistral 

De perseverancia estamos construidas, de este legado enorme que nos precede. Y desde allí es que me animo a traer una reflexión inicial que, provista de la cálida conversación colectiva con mis pares, me ha impulsado a hablar de derechos culturales. Más que encerrarme en un concepto quisiera dejar abiertas puertas y ventanas para quien quiera incorporarse a complementar, hacer crecer, dar vuelta o simplemente divagar sobre ellos, pues estoy segura que, desde mi (nuestro) lugar, carezco de la posibilidad de abordar todas sus dimensiones, y por eso decido recorrerlos por una ruta que siento más propia y que lanzo al ruedo con la esperanza de que sea habitada por ideas que quizás no alcanzaron a mis palabras.

Lo cierto es que el proceso constituyente es una instancia que aparece con un horizonte medianamente claro, un plebiscito que apruebe la construcción de una nueva constitución para Chile. No estoy considerando en este escrito la postura antidemocrática que me parece es optar por el rechazo, me emplazo a no quedarme varada ahí y a afinar el ojo aportando una nueva narrativa (no mía, por cierto) sobre los derechos culturales. La ruta que he elegido es desde una perspectiva feminista. No puedo hacerlo de otra forma, pues es desde ésta que quiero que avizoremos la reformulación del orden social de significaciones hegemónicas, patriarcales y colonialistas. Trato de no permitirme ninguna conversación social sin tener alerta los sentidos a cuál es realmente el tablero en el que estamos desplegándonos.

Me interesan los derechos culturales por dos motivos. Primero porque son derechos humanos. Y segundo, porque garantizarlos nos permite entrar en la disputa de un cambio paradigmático y no funcional, donde el mundo de las artes y las mujeres podemos implicarnos en dar cabida a nuevas formas de (re)conocimiento a voces que han sido silenciadas por el canon. El primer obstáculo que debemos sortear es el desconocimiento de estos derechos, más allá de su enunciado. Los derechos culturales se instituyen cuando se los consagra como derecho humano en la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948, emitida por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el artículo 27, que señala que: “Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten, toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora, con el propósito de proteger el acceso a los bienes y servicios culturales, protege el disfrute de los mismos y su producción intelectual”.

Andrea Gutiérrez Vásquez es actriz, escritora y vocera de la Red de Actrices Chilenas (RACH).

Pero en la declaración universal, las culturas son mucho más que un artículo. Son consideradas también uno de los mecanismos indispensables para hacer posible la existencia y validez de los derechos fundamentales. El propósito, entre otros, de visibilizar los derechos culturales, es activar su musculatura y erradicar ese concepto de cultura controlada, que la reduce a una concepción estática con márgenes rígidos, distante de las personas, inocua, homogénea y sello de tradiciones patriarcales marcadas por la exclusión. La promoción de su urgente consideración en una nueva Constitución busca tener en cuenta permanentemente la diversidad cultural, admitiendo su naturaleza dinámica, dialogante, abierta, sostenida por las percepciones, opiniones y acciones de una comunidad en movimiento. Vimos mucho de esto en la contienda simbólica de octubre en adelante, donde las manifestaciones culturales que emergían libres eran aplastadas por el blanco uniforme para silenciarlas. Es relevante que nos preguntemos qué tradiciones queremos mantener, qué practicas culturales queremos cambiar, a quién falta por sumar, cómo está y cómo estará representada la voz de las mujeres en todo aquello.

Otro desafío interesante que creo podemos darnos es la tarea de revisar las recomendaciones de las relatoras especiales de derechos culturales de la ONU. Particularmente Farida Shaheed y Karima Bennoune, quienes han mostrado un compromiso con el ejercicio de los derechos culturales de las mujeres en el mundo, pues sabido es que la participación libre de la mujer en la vida cultural es restringida por múltiples mecanismos coercitivos y estructurales, que muchas veces no detectamos o asociamos únicamente a prácticas o privaciones brutales que ejercen ciertas culturas. Pero lo cierto es que la participación y expresión cultural de las mujeres vive también limitaciones que tenemos integradas como propias del género, como son la doble o triple jornada laboral que coarta sus libertades o las múltiples manifestaciones de violencia física, política, económica y simbólica. Estos y otros impedimentos están presentes en la vida de las mujeres tanto para el disfrute, como en la realización de sus creaciones artísticas.

Por ello agregaría a esta reflexión la invitación a revisar las investigaciones de pensadoras feministas como Rita Segato, que han problematizado sobre la violencia como presencia limitante estructural en la vida de las mujeres, o Alejandra Castillo, en torno a las limitaciones políticas de la mujer en la esfera pública androcéntrica, pues nos ayudan a mantenernos despiertas y críticas.  La participación y representación pública de las mujeres está atravesada por sus condiciones de vida y esto se manifiesta con claridad en la esfera cultural, reconocerlo es una manera de hacer frente al sistema de dominación del que somos parte tanto hombres como mujeres.

Los derechos culturales como ejercicio colectivo configuran un motor de transformación social, por ende, de interés para quienes creemos que nos debemos como sociedad una revisión profunda en las dinámicas sociales, entre ellas las relacionales de poder, presentes en las condiciones laborales, las formas de representación del género, la libertad de expresión y creación, el reconocimiento a los pueblos indígenas y la participación cultural. Levantar este debate nos permitiría ampliar la discusión.

 La participación y representación pública de las mujeres está atravesada por sus condiciones de vida y esto se manifiesta con claridad en la esfera cultural.

La ocupación contingente del sector cultural, tan necesaria para afrontar la emergencia, debe ser nutrida o enmarcada en una conversación mayor que desborde los límites de la estructura sectorial fragmentada, que nos tiene de cabeza en la política correctiva, a la que no le resto valor, pero estoy segura que esta red puede fortalecerse si también nos damos a pensar en una matriz estructural que supere el modelo subsidiario que, a través de sus sistemas de producción, promueve la atomización y las fracturas.

Ampliar la mirada con una reflexión transversal nos daría la comunión y libertad para impugnar discursos hegemónicos y normas culturales impuestas. Este es el momento para aquello, para cambiar la forma en que hemos dialogado los últimos treinta años y sumarnos sin complejos a la radicalidad de la crisis que desató la revuelta social. Las injusticias, violencia y desigualdades que reclama el sector artístico cultural, nos anteceden y no obedecen exclusivamente a nuestra realidad actual. Reitero, majaderamente, que obedecen a un orden estructural, que a pesar de que se presente frente a nuestros ojos con las particularidades que tiene nuestro quehacer, forma parte del descontento que nos activó en las calles pidiendo dignidad. No podemos dejar de habitar esta realidad trastocada, pero sí podemos hacernos conscientes y volcarnos como cuerpo a un debate y una reflexión que nos implique, más allá de la demanda inminente, para que no confundamos la premura del hoy con el mañana que queremos construir.

Además de lo escrito, quiero terminar de relacionar los derechos culturales como una demanda que debiese ser absorbida por el movimiento feminista. Aunque ya lo es, aún falta nombrarla. Sabido es que para el movimiento feminista la defensa de los derechos humanos no es un ámbito desconocido, así como para la defensa de los derechos humanos no es novedoso el rol fundamental y protagónico de las mujeres, incorporar la dimensión de los derechos culturales como parte fundamental y transversal de los derechos humanos, tal y como lo señala el informe de la relatora especial en derechos culturales de la ONU: “los derechos culturales de la mujer proporcionan un nuevo marco para promover todos los demás derechos. La realización de la igualdad de derechos culturales de la mujer debería ayudar a reconstruir el género de manera que trascienda los conceptos de inferioridad y subordinación de la mujer, mejorando así las condiciones para el disfrute pleno y en pie de igualdad de sus derechos humanos en general. Esto requiere un cambio de perspectiva: de considerar la cultura un obstáculo a los derechos humanos de la mujer a garantizar la igualdad de derechos culturales de la mujer.”

El motivo es nítido, pues el feminismo tiene ese llamado superior de transformación del orden social que debe ser cultural, no debe ser nunca el poder por el poder, debe surgir de la búsqueda incesante de la deconstrucción neoliberal y patriarcal. No queremos buscar cupos en un espacio público cuyos márgenes nos oprimen, queremos transformarlo. Pero además estamos dispuestas, desde las redes que habitamos, a reflexionar junto a nuestras compañeras para aportar. Pues tal como señala Miranda Fricker “no podemos hablar de sociedades que respetan los derechos culturales, y mucho menos los de las mujeres, si no cuestionamos cómo estamos construyendo en nuestras democracias”. Y ése es precisamente el momento en que nos encontramos, porque como mujeres y particularmente como creadoras y trabajadoras culturales, poseemos un espíritu crítico que se nutre de la sabiduría del colectivo histórico y sus experiencias de vida.

Me motiva creer que nos situamos en este desafío mayor, el de promover y discutir los derechos culturales en profundidad. Que es, a su vez, discutir el cambio de las estructuras democráticas con sentido de pertenencia desde donde estamos situadas. Así podremos ir más allá de la frase armada de campaña, implicándonos con la conciencia despierta de que la existencia del cuerpo legal no garantiza per se un ejercicio pleno, pero que la disputa también es simbólica, no en un afán minimizante, sino que en aquél más profundo, complejo y arraigado socialmente, aquél que sustenta e impulsa la realidad material.

Quisiera también alentar a quienes son más escépticas y escépticos a que legislar sobre esto no implica la necesidad de tener un concepto previo de culturas, tampoco significa normar aquello que nunca será regulable. Mi propósito es hacer germinar la inquietud y la rebelde esperanza de que sean también los derechos culturales una posibilidad de subvertir el orden androcéntrico, que nuestras olas obstinadas se hagan presentes en la participación cultural, considerando que el disfrute de este derecho protege la dignidad de las mujeres y las niñas en sus culturas y resuenan en un relato de un estado plurinacional que nos incluya cabalmente.

Elicura Chihuailaf, Premio Nacional de Literatura: “La nueva Constitución podría significar la llegada, por fin, de la democracia”

En las últimas semanas, el programa radial Palabra Pública, letras para el debate, que transmite todos los viernes, a las 18.00 horas, la Radio Universidad de Chile, realizó un ciclo de entrevistas a los candidatos y candidatas al Premio Nacional de Literatura. Hoy recordamos fragmentos de la entrevista al recién anunciado ganador del galardón correspondiente a 2020, Elicura Chihuailaf, poeta mapuche, el primero en obtener este reconocimiento, que en esta entrevista se refiere al recrudecimiento del conflicto que el Estado chileno mantiene con el pueblo mapuche y a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo que considere el buen vivir.

Por Jennifer Abate C.

Elicura Chihuailaf ha publicado más de 30 libros en solitario y en coautoría, ha sido antologador y ha traducido al mapudungun al Premio Nobel Pablo Neruda y a Víctor Jara, entre otros. Es autor de una destacada obra poética, reconocida con numerosas distinciones y traducida al francés, inglés e italiano, entre otras lenguas. A través de poemarios, así como del ensayo Recado confidencial a los chilenos y las memorias La vida es una nube azul, el poeta ha dado voz a la memoria de sus ancestros y ha propuesto un diálogo con la sociedad chilena. Entre sus galardones se cuentan los del Consejo Nacional del Libro y la Lectura a la mejor obra literaria en las categorías de poesía inédita y ensayo, y el Premio Manuel Montt que entrega la Universidad de Chile.

Elicura, le tocó vivir en Europa el impacto de la pandemia por Covid-19. ¿De qué manera ha experimentado lo que ha ocurrido en el mundo lejos de su hogar?

Sucede que en nuestras culturas nativas, en general, en el mundo, y en particular en la cultura a la que pertenezco y me pertenece, la cultura mapuche, siempre se está considerando la dualidad del círculo de la vida. Hay una relación permanente con la naturaleza porque hay que recordar que mapuche significa gente de la tierra, nosotros pertenecemos, como uno más, a ella, y nuestro cuerpo, esa casa perecedera, vuelve a ser agua, aire, fuego, verdor. Siempre, nuestros abuelos, nuestras abuelas, nuestra comunidad, nuestros padres, nos contaron todos esos relatos, con sus consejos y sus cantos sobre el respeto a la naturaleza. Sabemos perfectamente que, cuando se violenta la naturaleza, nos estamos violentando a nosotros mismos, y se está violentando la vida en principio, que es el agua, y claramente eso estaba sucediendo. Cuando me encontré en esa realidad me produjo mucho dolor, por supuesto, por todo lo que venía, recordé que desde Wallmapu mi gente me había dicho que habían florecido las quilas y eso es un indicador científico, no es de creencia, es un indicador científico que, a nuestra gente y a cada uno de nosotros, nos dice que vendrá un tiempo de sufrimiento, de padecimiento.

La naturaleza nos ha dado una severa advertencia, pero, sobre todo, nos está dando una nueva oportunidad de que la humanidad retome el camino del buen vivir, porque sabemos que son unos pocos los egoístas, los codiciosos, los que han instalado una cultura de la depredación, de la violencia hacia la naturaleza.

Para usted es fundamental el diálogo entre chilenos y mapuche. Hemos visto una dolorosa falta de diálogo en los eventos de las últimas semanas y meses en el sur de Chile. ¿Qué está pasando en La Araucanía?

Esto es cíclico, no se podía esperar otra cosa de un gobierno manejado por estos grupos de poder económico, este grupo egoísta y, desde el punto de vista cultural, enajenado, que siempre está viendo para otro lado, fuera de las fronteras de Chile, cuando la solución y el camino estaba dentro, con las culturas nativas. Yo escribí un libro que se llama Recado confidencial a los chilenos, precisamente en un momento parecido al que se está viviendo. Aquí hay un problema conceptual, no estamos entendiendo lo mismo frente a determinados conceptos que son fundamentales, por ejemplo, cuando se habla de desarrollo y dicen que los pueblos nativos no quieren el desarrollo. No es así, insisten ellos, nuestra gente, con mucha firmeza. Cuando se habla de la totalidad sin exclusión, de la integridad sin fragmentación de todo lo viviente, lo que se está diciendo es que la visión de mundo nuestra es que nosotros tenemos que estar en armonía con la naturaleza, porque si no, nos violentamos a nosotros mismos. El que hemos visto ha sido un desarrollo contra la naturaleza y no con la naturaleza, como lo pensamos nosotros, y claramente aquí hay un sistema económico, con todo lo que eso implica, que se ha impuesto permanentemente.

El poeta mapuche y Premio Nacional de Literatura Elicura Chihuailaf

O sea, lo que no quieren las comunidades mapuche es un desarrollo neoliberal que deprede su forma de vida.

Exactamente. Todos los gobiernos que ha habido en el transcurso de estos años han actuado de esta manera. En los años noventa escribí este libro y había una violencia tremenda; nuestras comunidades en la zona de Traiguén, Alto Biobío, Lonquimay, eran lugares sitiados. Entonces, no me sorprende, esta es la historia de Chile. Basta decir que cuando se esperaba, dada la circunstancia de violencia y de dolor de la cual iba saliendo el país, que iba a haber una actitud diferente de parte de los gobiernos “demócratas”, no fue así. Creo que no es sorprendente que esté pasando lo que está pasando.

Usted habla sobre la opresión del Estado sobre el pueblo mapuche, pero otra cosa es la manifestación de personas comunes y corrientes, de civiles que hace algunas semanas lanzaron insultos en contra de personas mapuche en La Araucanía. ¿De dónde viene eso? ¿Por qué personas chilenas comunes y corrientes manifiestan repudio e incluso realizan manifestaciones racistas contra las personas mapuche?

Esto tiene que ver con la cultura, con la forma educativa que se ha instalado. Se dice que Chile es un país de blancos, donde gracias a lo benigno del clima no fue necesaria la importación de negros, y donde la presencia de indígenas al sur de Chile y en las más bajas capas del pueblo es visible al ojo. ¿Qué significa eso? Es una invitación a la discriminación. Eso está en muchas acciones y se manifiesta de muchas maneras la discriminación producto de una educación blanquizadora, excluyente de la hermosa morenidad, de la hermosa negritud, de la hermosa amarillentud. Nosotros comprendemos que también es hermosa la blanquedad de la comunidad, pero aquí se ha pretendido depredar el jardín del mundo, expresado en ese territorio que hoy se llama Chile. Se ha pretendido violentar ese jardín, borrar las flores, que somos nosotros, porque cada flor tiene un color, una forma, una textura, un aroma, y cuando una de ellas se pierde, se marchita, todas se pierden. El resultado es que aquello que preconiza un pequeño grupo de poder, supuestamente blanco, se instala en toda la población.

En Recado confidencial a los chilenos usted reflexiona: «Me digo, ¿cuánto conoce usted de nosotros? ¿Cuánto reconoce en usted de nosotros? ¿Cuánto sabe de los orígenes, las causas de los conflictos de nuestro pueblo frente al Estado nacional? ¿Qué ha escuchado del pensamiento de nuestra gente y de su gente que -en la búsqueda, antes que todo, de otras visiones de mundo, que siempre enriquecen la propia- se ha comprometido con el entendimiento de nuestra cultura y nuestra situación?”. ¿Qué respuesta se entrega usted hoy, dos décadas después? ¿Cómo se puede producir ese acercamiento que nos haría conocernos más?

Esas preguntas hoy siguen sin respuesta, casi nada ha cambiado, ha habido avances. Ahora, en el denominado estallido social, aunque soy escéptico, pudimos ver todos y todas que la presencia de las banderas mapuche era muy notoria y eso significa un cambio que alivia nuestro dolor. Creo que este es el momento, teniendo presente ese dolor, el atropello que se ha hecho una vez más de nuestra gente, de, si la naturaleza nos da esta posibilidad, ir hacia el camino del buen vivir, y para ello lo fundamental es el diálogo.

¿A qué se refiere con buen vivir?

A la no violencia contra la naturaleza, porque esa violencia va dirigida hacia nosotros, pero sabemos que no es el pueblo chileno profundo el que la ejerce y no son los pueblos nativos los que ejercen la violencia contra la naturaleza. El buen vivir significa tener conciencia de esa biodiversidad y comprender de verdad que debemos respetar a todos los seres vivos. Si se violenta el agua, la pregunta es: ¿hay un acto más violento? Cuando se habla de terrorismo: ¿hay un acto más terrorista que actuar contra el agua, que es la vida? Depredar los bosques significa desaparecer a los protectores del agua; cuando desaparece un bosque, desaparecen insectos, animalitos, hongos, etcétera, etcétera; es como si estuvieran arrancando páginas de los diccionarios porque si desaparecen los insectos, la diversidad arbórea, ¿qué está sucediendo? Están eliminado el diccionario, y nuestros hijos, nuestras hijas, generaciones venideras, independientemente del color, desconocerán esos conceptos. Qué más violento que nos estén borrando nuestro hablar, ya sea en mapudungun o en castellano o en cualquier otro idioma.

—Usted se refería a la presencia de banderas mapuche en las manifestaciones que comenzaron en octubre de 2019. En los últimos diez meses se han sucedido muchos eventos que han cuestionado nuestras bases, el modelo de desarrollo al que nos referíamos previamente, y estamos ad portas de un plebiscito que podría cambiar la Constitución, considerada ilegítima por haber sido creada en dictadura ¿Cómo se para usted frente a estos hechos? ¿Cree que hay posibilidad de cambios estructurales? Quisiera saber cuál es su análisis sobre lo que ha ocurrido en los últimos meses en nuestro país.

Que yo sea escéptico/optimista no significa que no tenga esperanzas en algunos aspectos, de ahí mi optimismo, pero creo que es fundamental el cambio de Constitución. Esa nueva Constitución podría significar la llegada, por fin, de la democracia. Ni los pueblos nativos, que tenemos conciencia de esa realidad, ni el pueblo chileno profundo, que ha comenzado a tener conciencia, vivimos en democracia. Me parece que hay que buscar el diálogo y no solamente entre los pueblos nativos y el pueblo chileno profundo: la conversación es un acto de subversión porque nos permite cuestionar el sistema imperante, porque nos permite plantearnos cara a cara con nuestros dolores, pero también con nuestras esperanzas, y bueno, estarán los líderes, que en los momentos más difíciles asoman. Cuando me han preguntado, he dicho que no es que yo pretenda transformarme en un líder, pero sí considero que el Premio Nacional de Literatura, que han obtenido pocas mujeres, nunca lo ha obtenido alguien perteneciente a alguna cultura nativa. A mí me toca, en este caso, ser postulado por la Universidad de La Frontera, entre otras, a este premio, y considero que eso es una ventana que puede transformarse en una posibilidad de diálogo en un momento en que se necesita una conversación en que uno pueda poner sobre la mesa la existencia de una visión de mundo.

Si usted resulta ganador, no sólo sería un reconocimiento a su obra, sino que uno que también contemplaría a otros autores y autoras pertenecientes a los pueblos originarios. Usted dice que eso abriría posibilidades de diálogo.

Claro, la invitación a la conversación para mí ha sido permanente y creo que ahora ha sido reconocida no sólo en Chile, sino que también en el mundo. De hecho, me sentí muy dignificado y emocionado cuando supe que la directora general de la Unesco, en su discurso del 21 de marzo, en el Día Internacional de la Poesía, hizo una síntesis de la historia, del quehacer literario a lo largo de muchos años, y comenzó recordando a escritores como Kafka, Garcilaso y tantos otros, y concluyó diciendo que hoy ha surgido una corriente preocupada por vivir, convivir con la naturaleza, y mencionó mi nombre y un fragmento de mi poema Sueño azul. No es que yo tenga deseos de haber postulado al premio, pero cuando la Universidad de La Frontera me lo planteó por primera vez, yo tenía 60 años y poco más de diez libros publicados, y parte de esa obra traducida a diferentes idiomas, y pensé: “bueno, si se premia una obra, se premia una trayectoria y es un reconocimiento nacional e internacional”. Entonces, por qué yo me iba a negar a ese honor que me planteó hace años la Universidad de La Frontera. Ojalá este año sea el momento en que esta instancia asuma a Chile como un país diverso y pluricultural.

Esta entrevista fue emitida el viernes 7 de agosto en el programa Palabra Pública, letras para el debate, a través de Radio Universidad de Chile, 102.5 FM.