La Chile en la historia de Chile: Matilde Throup (1876-1922)

Por Florencia La Mura

En febrero de 1877, el entonces Ministro de Justicia, Miguel Luis Amunátegui, dictó el decreto que permitía a las mujeres ingresar a la educación universitaria. En 1892 y a los 16 años, sería Matilde Throup la primera en titularse como abogada en Chile y Latinoamérica. Oriunda de Angol e hija de un militar, Throup luchó incansablemente contra la discriminación hacia las mujeres, la que vivió constantemente a lo largo de su carrera.

Matilde Throup (1876-1922)

A pesar de haber logrado estudiar, estando recién egresada quiso postular al Juzgado de Letras de Ancud, lo que se le negó por el hecho de ser mujer. Por esos años, de acuerdo a interpretación, el Código Civil señalaba que sólo un “abogado” podía ser testigo en los testamentos, por lo que la Corte de Apelaciones, apegándose a lo masculino del término, estableció que no podía desempeñarse como notario. Apelando a la Corte Suprema, la abogada ganó el caso y sentó un precedente con respecto al ingreso de mujeres a cargos públicos.

Por una parte, la sentencia dictaminó que Throup “no obstante su sexo, tiene constitucionalmente derecho, como todo habitante de la República para ser admitida al desempeño de los empleos públicos que pretende”, además de aclarar, respecto al termino masculino de su profesión, que “no hay razón para suponer que la palabra abogado empleada en el citado artículo 337 se refiere sólo a un sexo”. Tanto esta resolución como su facultad de mujer egresada de Derecho fueron tomadas como ejemplo en países como Bélgica y Argentina, en defensa de mujeres estudiantes de derecho a las que no se les permitía ejercer.

 Además de ejercer como abogada criminalista de manera particular, atendiendo a clientes ricos y pobres, su carrera sentó jurisprudencia respecto al acceso de las mujeres a empleos públicos. “Con una audacia poco frecuente en las mujeres”, relata Felícitas Klimpel en La Mujer Chilena (1962), “la primera abogado, Matilde Throup, desafiando todas las prácticas existentes de denegar derechos a la mujer, se presentó también, por primera vez, a un concurso para el cargo de Oficial Civil de la Primera Circunscripción de Santiago y fue admitida a examen sin ninguna dificultad”. Falleció a los 46 años, joven, pero con un legado que llegaría más allá de las fronteras chilenas y que perdurará frente a sus colegas mujeres.

Fuentes:

Mujeres y profesiones universitarias (1900-1950) – memoriachilena.cl

La mujer chilena, Felícitas Klimpel (Editorial Andrés Bello, 1962)

Algunas, Otras. Linaje de mujeres para el Bicentenario (Corporación Humanas, 2010)

Leonardo Padura. El hombre que mira desde la esquina

El autor de El hombre que amaba a los perros, del personaje Mario Conde y decenas de otros textos, recorre aquí su última novela, su ir y venir de Cuba, sus ideas sobra la diáspora, sus crónicas rebeldes y aquellas lealtades que complejizan la relación con su historia, rutinas, lo político y la política. Felicita a Chile por su proceso constituyente y dice que “ustedes merecen tener un futuro mejor”.

Por Ximena Póo

Cuando termina un libro, siente que va a morir, que es el final, ese día absoluto que sabemos que no hace el quite a nadie. José Donoso decía lo mismo a los y las jóvenes periodistas de los noventa, que nos mirábamos con los y las maestras de entonces y de hoy pensando que ese sería el último párrafo y, en su caso, así fue, finalmente. Para Leonardo Padura (Cuba, 1955), escribir parece ser vida, disciplina, juerga, sufrimiento y esa felicidad digna que lo vuelca a publicar, caminar por la ciudad, rodearse de cineastas; escribir es imagen en movimiento, es ternura, odio y amor, “bajos fondos” y libertad. Un extrañamiento interno y externo, del tipo que viven quienes desafían toda frontera impuesta, es el que lo ha movido y lo mueve ahora. Ha visto a amigos y amigas salir de Cuba para no volver y para volver; experimentó el periodo especial de los noventa; ha cultivado grandes amistades dentro y fuera, en ese espacio “entre dos mundos” que es el desgarro del exilio y también de la migración. Está al tanto de lo que pasa en Chile: “Hay un viejo refrán del boxeo y yo creo que a Piñera ‘lo salvó la campana’ de la pandemia, porque realmente el movimiento que existía en Chile era indetenible. Los felicito, ojalá tengan la mejor Constitución posible, pero ustedes se merecen tener un futuro mejor y Cuba también”, dice el autor de El hombre que amaba a los perros (2009).

En Padura no hay exceso de lugares comunes, sino más bien una comunidad de lugares, como ocurre en Como polvo en el viento, su más reciente novela, publicada por Tusquets (Grupo Planeta) desde La Habana para el mundo. Leonardo Padura nunca se ha ido de Cuba. Entra y sale, como si entrara y saliera libremente hacia otras dimensiones, reconociendo en esos trayectos esa cubanidad que se establece entre las identidades que va creando entre sus personajes de novela negra o de novela histórica.

Leonardo Padura. Foto: Iván Giménez.

Con Palabra Pública dialogó el autor de decenas de textos, admirador y cercano a Roberto Bolaño, amigo de Luis Sepúlveda y de Ramón Díaz Eterovic. De teléfono a teléfono, a la antigua, hablamos mientras la pandemia nos recorre, sofocante de principio a fin a nivel mundial, y el empeño por las transformaciones sociales y la humanidad de regreso comienzan a volverse costumbre.

En Como polvo en el viento, el destierro se vuelve central. “El tema del exilio es un conflicto, una problemática, una esencia que ha estado presente en la historia desde nuestros orígenes. Cuba empieza a ser un país con una cultura propia en las primeras décadas del siglo XIX, la época en que se producen las independencias latinoamericanas; ahí llega una condensación de toda una serie de elementos que van a dar origen a la cubanía, a la cubanidad. Desde ahí está presente el drama del exilio y yo lo relato en La novela de mi vida (2002), en la que hablo de José María Heredia, el primer cubano que tuvo conciencia de ser cubano y lo expresó, y que es también nuestro primer exiliado”.

En su reciente novela destaca que existe la posibilidad del regreso y eso es central. Esa posibilidad del retorno “cambió la percepción que se tenía” y recuerda que “tenía un tío que salió de Cuba en el 68, y cuando lo despedimos fue como estar en su velorio, como si no lo fuéramos a ver más nunca y, de hecho, ese tío nunca regresó a Cuba y yo lo pude ver en Nueva York muchos años después, en el 92. Cuando le hablé de la despedida en la casa de mis abuelos, en el barrio en el que vivimos nosotros, él había borrado ese recuerdo, pero yo, siendo un niño, lo recordaba; son esas estrategias que tienen los exiliados para poder sobrevivir”.

Voces, retos y lealtades

En este último texto asume una construcción de los personajes donde se hace cargo de voces que hasta ahora no estaban tan resueltas en su obra, por ejemplo, las de las mujeres. Es así como se aprecia una diversidad registros para géneros diversos. “Las novelas mías anteriores, como las de la serie del personaje de Mario Conde, son bastante masculinas en el sentido de que el mundo del crimen por lo general tiene un carácter más masculino que femenino, y porque el protagonista es Conde. En la novela de mi vida el personaje central también era masculino, y en El hombre que amaba a los perros, lo mismo (Trotsky, Mercader, el cubano Iván que recoge la historia), pero siempre han ido apareciendo mujeres importantes en mis novelas”. Las repasa una a una y advierte que “en la serie de Conde, la madre de su amigo el flaco Carlos, Josefina, que cocina para todo el grupo de amigos, representa ese carácter salvador que tuvo la madre cubana durante todos estos años”. Padura destaca que “sin la capacidad creativa, imaginativa, de lucha de las mujeres cubanas, nos hubiéramos muerto de hambre. En la historia cubana reciente, la madre se convirtió en el centro de la familia”.

En Como polvo en el viento “quería tratar puntos de vista diferentes, todos relacionados con esa experiencia generacional de la promoción a la que yo pertenezo, la que en los noventa teníamos 30 o 35 años, como estos personajes, como el de Clara, porque todo comienza cuando ella va a cumplir 30 años y es un personaje central”. Las experiencias de las protagonistas fueron un reto para él. “Trabajé mucho en la historia de tres mujeres: Clara, como la madre que permanece; Elisa, la iconoclasta, la rebelde, la que no respeta ningún código y va por encima de ellos; y Adela como ese personaje que tiene la necesidad de encontrarse a sí misma. Adela tiene un conflicto que es muy universal, el de la identidad. Siempre trato de que los problemas de los personajes no estén absolutamente vinculados al género, sino que sean problemas que tengan que ver con la condición humana. Irving, el amigo gay, es quien necesita estar siempre cerca de todos los amigos y por eso es el gran confidente de todos ellos”.

Hay dos grandes problemas que, en este libro, admite, tuvo que resolver: la estructura y la construcción de estos personajes femeninos con características tan específicas y con caracteres tan fuertes y definidos como los que tienen Clara, Elisa y Adela. “Una declaración política puede tener matices, pero suele ser en blanco y negro; una creación literaria nunca puede ser en blanco y negro porque cada lector le va a poner un tono de color. Lo que hace un escritor es dibujar la silueta, proponer una tonalidad para que el lector sea quien termine dándole el color definitivo, y es el elemento constitutivo de una novela y mucho más en el caso de los personajes, que son los conceptos con los que interactúa directamemente el lector”, reflexiona Padura, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015.

El autor es leal a su experiencia, a su habitar, a su compañera, a sus relaciones, a la territorialidad, a los ritos del día a día. No ha abandonado a Conde, pese a que lo ha interrumpido. Padura piensa que “la propia realidad cubana ha sido una de las causantes de que yo no haya podido moverme de este barrio. Sabes que en Cuba comprarse una casa fue imposible hasta hace unos cuatro años, y yo vivo donde puedo y donde quiero. Es una vivienda construida entre él y la escritora y guionista Lucía López Coll, su esposa (son pareja desde el 78), sobre la casa original que levantaron sus padres en el año 1954, un espacio fronterizo entre algunos mundos posibles. Así es como “la casa, Lucía, el barrio, la ciudad, el país, todo eso me ha servido de alguna manera para darme la estabilidad necesaria para escribir, y son el alimento de historias, personajes, conflictos, para poder escribir mis novelas”.

Las peculiaridades de la realidad cubana son los elementos que, insiste, “nutren mi literatura, la manera de entender la vida en un barrio. Siempre digo, y esto es muy visible en las novelas de Conde, que yo trato de ver la realidad cubana desde la altura de la calle en una esquina de un barrio de La Habana. No la veo desde una perspectiva superior; trato de verla al nivel en que viven esa realidad los demás cubanos. Aquí, en este barrio, conozco todos los códigos, las personas, las maneras de pensar, sus esperanzas, sus frustraciones, sus anhelos, sus necesidades, y todo eso me sirve para poder escribir”.

“Distintas verdades”

Hay un texto poco conocido de Padura que se titula Soñar en cubano. Crónica de nueve innings, escrito entre la página 115 y 131 del libro Cuba en la encrucijada. 12 perspectivas sobre la continuidad y el cambio en La Habana y en todo el país (Debate, 2017), editado por Leila Guerriero. Ahí, Mantilla deviene en beisbol y él escribe: “En la esquina de mi casa, en el patio de mi escuela, en el descampado de unas canteras cercanas, en un baldío arenoso de la periferia, jugué pelota en cada momento de mi vida en que me fue posible hacerlo. Con trajes improvisados o sin ellos, con guantes o sin ellos, con los bates y las pelotas que aparecieran en los años en los que grandes carencias impedían adquirir esos implementos, mis amigos y yo nos dedicamos a jugar y soñar con el beisbol”. No son historias mínimas, son historias que van articulando identificaciones en movimiento con las superestructuras que condicionan la experiencia. Y Padura lo hace en clave narrativa, donde la humanidad se propone desde esa calle donde habita lo político, lo social. En 2018 recibió el Premio Internacional de Novela Histórica Barcino (Barcelona) “por la novela La transparencia del tiempo (de la saga de Mario Conde), que tiene todo un contenido histórico, y en la fundamentación el jurado decía ‘en su obra, Leonardo Padura ha sido capaz de escribir la crónica de la Cuba actual, de la Cuba de la Revolución a través de las novelas de su personaje de Mario Conde como Vázquez Montalbán fue capaz de escribir la crónica de la transición española a través de sus novelas de Pepe Carvalho’. Es decir, estaban destacando en un premio de novela histórica la crónica del presente; esto quiere decir que se están leyendo estas novelas, y ha sido mi propósito, como una crónica posible de la vida cubana contemporánea”. Esto, cree, es por muchas razones, pero sobre todo porque “el escritor a veces tiene la posibilidad de darle la voz a personajes marginales o marginados, y en un país como Cuba, durante tantos años la información solamente tuvo un canal, el canal oficial, pero hay una parte de la realidad que ha tenido un solo reflejo. Yo trato de que el reflejo de la realidad cubana sea diverso en mis novelas y que sea un reflejo veraz”.

Padura advierte que “siempre digo que en mis novelas hay una verdad y que tal vez no sea la verdad, porque desde el punto de vista en que uno mire la realidad puede tener distintas interpretaciones y distintas verdades; la mentira, sin embargo, es absoluta”. Todo esto ha sido un proyecto que ha desarrollado a lo largo de trece novelas publicadas, donde Mario Conde es el protagonista en varias, porque “ha sido una búsqueda, una intención, un proyecto fundamentalmente literario y cultural. Durante muchos años la novela negra se vio marginada porque era una literatura que se consideraba de evasión, entretenimiento, poco elaborada, pero a partir de los años sesenta-setenta hay todo un movimiento de renovación, sobre todo por las estrategias que elaboró la posmodernidad en el sentido de tomar un género de la cultura popular y llevarlo a la ‘alta cultura’, utilizando incluso otros recursos de la cultura popular”. Por eso, enfatiza, se trata de “utilizar recursos de la novela policial para escribir literatura con L mayúscula”.

“Cumplir como ciudadano”

Padura es consciente de que ser publicado en una transnacional le da la posibilidad de llegar a todo el mundo. Y, por lo mismo, cree que hoy el gran problema para la literatura latinoamericana –con una alta producción y calidad– es que “los libros no cruzan las fronteras”, como fue durante el boom. Ahí radica, comenta, “la importancia de las redes de edioriales locales” para generar cooperación. “Ningún escritor o escritora está en competencia con otro escritor o escritora, cada uno/a encuentra a sus lectores o no los encuentra, pero no por culpa de otro escritor; hay toda una serie de mecanismos como el mercado, pero creo que existe una enorme solidaridad; cuando voy a Chile, presenta mis libros Ramón Diaz Eterovic; cuando voy a Argentina, lo hace Claudia Piñeiro; cuando voy a Colombia, los presenta Héctor Abad; en México los presenta Gonzalo Celorio; y en España, Manuel Vázquez Montalbán. Creo que entre todos nosotros hemos tenido la capacidad de imponernos por encima de los egos personales; a veces hay conflictos, pero son pequeñas broncas locales”.

Como polvo en el viento (2020), de Leonardo Padura.

Leonardo Padura revela que sus “críticos más jodidos son otros escritores cubanos y en la mayoría de los casos viven fuera de Cuba; les molesta que mis libros tengan esta circulación y que haya logrado hacer esto desde Cuba sin hacer concesiones literarias ni políticas y tratando de mantener una fidelidad a mis principios”. Es la agenda asociada a su historia, como el relato de la diáspora que también es su relato al interior, desde esa esquina en Mantilla. No sólo son las letras dedicadas a Clara, Elisa, Adela, Irving y los demás amigos que habitan en su reciente novela. Algo de él también hay en Conde, en la historia de Trotsky, en sus crónicas periodísticas a pie de calle, porque, concluye dese la isla, “no sólo tengo una responsabilidad estética, tengo una responsabilidad ciudadana y trato de cumplirla con mi literatura, como escritor, difusor de determinadas ideas, comentarista de determinadas realidades, pero tratando de preservar un espacio sin contaminarlo con determinadas alianzas, componendas ni de un lado ni del otro; mi libertad es mi bien más preciado y es donde trato de cumplir mi trabajo como escritor y cumplir como ciudadano”.

Cultura y proceso constituyente: un debate de primera necesidad

¿Cuál debería ser el lugar de la cultura en una nueva Constitución? ¿Es la cultura un insumo básico que tendría que estar entre las exigencias inamovibles de una Constitución del siglo XXI? Abrimos la conversación a días del histórico plebiscito del 25 de octubre para saber la opinión de creadores, gestores, académicos y representantes del mundo del arte. Hablan Gonzalo Díaz, Antonio Becerro, Jaime Bassa, Bárbara Negrón, Santiago Schuster, Consuelo Andronoff, Tomás Peters y Cristóbal Gumucio. 

Por Javier García Bustos

Se convirtió en uno de los libros más vendidos tras el estallido social y siguió siéndolo hasta hace algunas semanas. No era un nuevo título de Harry Potter ni de Dan Brown. Empinada en el ranking de bestsellers e impresa por Editorial Jurídica de Chile, la Constitución acaparó el interés de los ciudadanos.   

¿Por qué la urgencia en leer la Constitución que nos rige desde 1980? Y, ¿qué dice sobre la cultura la Constitución redactada en dictadura y que ahora podría modificarse ante el histórico proceso constituyente que se inicia con el plebiscito del 25 de octubre? 

Ilustración de Fabián Rivas.

“La presencia de la cultura es marginal en la Constitución de 1980, pues no tiene un reconocimiento que dé cuenta de la riqueza y complejidad de las culturas en el país”, explica el abogado Jaime Bassa. “La actual Constitución no garantiza ninguna forma de derecho fundamental en torno a la cultura, pues no hay reconocimiento alguno a la dimensión relativa al acceso individual, así como tampoco al papel que cumple la actividad cultural en la vida de las personas y en el desarrollo de la sociedad”, agrega Bassa, autor de los libros La constitución que queremos (2019) y Chile decide (2020).

La idea de los derechos culturales “está presente en el artículo 27 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se establece que ‘Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico’”, explica el abogado Santiago Schuster. “De igual modo, el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de 1966, adoptado por Naciones Unidas, consagra el derecho a toda persona a participar en la vida cultural… Estas disposiciones, de reconocimiento universal, contienen la más concreta consagración de los derechos culturales como derechos fundamentales”, agrega. Y sobre referencias internacionales de cómo incluir la cultura en la Constitución, Schuster cita ejemplos europeos: “La Constitución de España, Grecia, Italia, Portugal y Suecia consagran el derecho de libertad de creación intelectual y artística”.

Del ámbito americano, Tomás Peters, sociólogo y doctor en Estudios Culturales, cree que podemos aprender de México. “Si bien no ha integrado en su Constitución esta discusión, sí ha elaborado dos leyes específicas sobre derechos culturales: ‘Ley General de Cultura y de Derechos Culturales’ y la ‘Ley de los Derechos Culturales de los Habitantes y Visitantes de la Ciudad de México’, y en ambos casos yo creo que se puede aprender mucho para nuestro actual proceso”.

¿Qué opinan creadores, gestores, académicos y representantes del mundo del arte sobre cómo abordar la cultura en una posible nueva Constitución para Chile?

El Premio Nacional de Artes 2003 Gonzalo Díaz comenta la relevancia de que “el espíritu y el texto de una nueva Constitución promueva una convivencia social, donde las enormes desigualdades tiendan a disminuir drásticamente, y al mismo tiempo garantice que la práctica del abuso desmedido de la minoría ya no será posible”. El académico cree que “declarando con precisión y con fuerza los derechos de los ciudadanos, la salud, la educación, la vivienda, la jubilación, el acceso a la cultura considerados como derechos efectivos, será el mayor logro cultural que podamos soñar como país y como nación”.

Para el artista visual Antonio Becerro, “no se trata solo de cambiar las leyes o la Constitución, sino que este cambio debe ir acompañado de la derrota de la pedantería de la cultura actual neoliberal de mercado que domina a Chile”.

Entre las reivindicaciones históricas del ámbito cultural que deberían estar en una nueva Constitución, Becerro, director de Perrera Arte, centro cultural que cumple 25 años, cree que “habría que recuperar los espacios públicos para manifestaciones artísticas sin represión alguna, reivindicar los medios de comunicación masivos, televisión, diarios, radios, etcétera. Estas acciones, para la actual Constitución son indebidas, de modo contrario, la nueva Constitución debería considerarlas legales y necesarias”. 

Uno de los desafíos que podría plantear una nueva Constitución, reflexiona Bárbara Negrón, directora del Observatorio de Políticas Culturales y la Unión Nacional de Artistas, “es lograr comunicar lo que significa, en concreto, tener derecho a acceder a la cultura. No es fácil, pero, por ejemplo, hoy tenemos evidencia de que las personas con menos recursos, menos años de educación y más edad -adultos mayores-, consumen menos bienes culturales que quienes son los privilegiados en esta sociedad”.

Crisis y patrimonio

Tras el estallido social del 18 de octubre de 2019 se efectuaron una serie de diálogos ciudadanos, en plazas, juntas de vecinos y espacios culturales. A finales de ese mes, el centro cultural Matucana 100 convocó a más de 30 instituciones ligadas a la cultura y más de dos mil personas se reunieron en sus dependencias. Fueron las primeras señales de que la ciudadanía quería cambios más profundos.

A casi un año de aquella actividad, Cristóbal Gumucio, director ejecutivo de Matucana 100 hoy enfrentado ante un proceso constituyente, comenta: “hay que entender a la cultura no como un sector, sino más bien como un elemento central y transversal para el desarrollo del país, en este sentido denotar la responsabilidad del Estado para con la cultura”.

Pocos días después de los diálogos ciudadanos en Matucana 100, a inicios de noviembre, más de cien escritores y editores se reunieron en una asamblea en la sala Sazié, de la Casa Central de la Universidad de Chile. Entre otros, estaban Nona Fernández, Francisco Ortega, Pía Barros, Galo Ghigliotto y Marcelo Leonart. El objetivo era común: demostrar la participación de un gremio ante los problemas del país. “No sé si los escritores todavía tenemos alguna incidencia en la política, probablemente sí, por eso estamos acá”, dijo entonces el poeta Jaime Luis Huenún, Premio de Poesía Jorge Teillier 2020.

En los meses siguientes se instaló la crisis sanitaria producto del Coronavirus. La pandemia se propagó y entonces la desolación del sector cultural fue total. Los artistas difundieron en redes sociales los hashtags #LaCulturaDiceBasta y #ExigimosQueRenuncien, en referencia a la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Consuelo Valdés, y al subsecretario de las Culturas y de las Artes, Juan Carlos Silva.

Ya en junio la prensa informaba: “La deuda histórica con la cultura queda en evidencia con la pandemia: Ministerio no da el ancho y sector lanza su propio plan”, apuntó El Mostrador. El mismo mes, la escritora y actriz Nona Fernández señaló en CNN: “Estamos viviendo un momento realmente difícil de completo abandono estatal”. En tanto, el subsecretario Juan Carlos Silva planteó en La Tercera: “El ministerio no tiene capacidad de ayuda social”.

El Sindicato de Actores y Actrices de Chile (Sidarte) envió el 27 de agosto una carta a la ministra Consuelo Valdés ante recortes en el sector y la suspensión del Programa Acciona: “El arte y la cultura agonizan y nuestro Ministerio nos abofetea y asfixia (…) Las organizaciones sin financiamiento estatal están destinadas a desaparecer y con ellas un eslabón vital para el desarrollo de la Cultura y las Artes a lo largo del país”.

Santiago Schuster, académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, asegura que “lo que ha sido ignorado es que la cultura es una necesidad básica del ser humano, un mínimo sin el cual no se puede alcanzar la realización personal, y por ello debe ser incluida en una nueva Constitución como un derecho equivalente al derecho a la salud y a la educación. Ese es un reclamo histórico que no corresponde a un sector, sino que incluye a toda la ciudadanía”.  

Un tema que no quiere dejar afuera de la discusión Santiago Schuster, exdirector general de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor (SCD), son los derechos de autores y de qué manera garantizar, en una posible nueva Constitución, que sean debidamente respetados. “La trasgresión del derecho de autor, como derecho fundamental, se encuentra actualmente garantizada mediante el recurso de protección. Lo que sería necesario agregar es el derecho a una justa compensación por la utilización de una creación intelectual, que sería un freno al creciente intento por vaciar al derecho de autor de su contenido remuneratorio en aras del acceso a la cultura, como si se tratara de una responsabilidad de un sector -el de los creadores- y no una genuina obligación del Estado”.

En tanto, Tomás Peters recalca que una nueva Constitución “debería reforzar el derecho a la vida cultural”, ya que “existe cierto consenso en que las condiciones laborales de los artistas siguen siendo precarias. Sumado a ello, y según los estudios recientes, el acceso a la cultura-artes en Chile ha ido disminuyendo en la última década”, agrega.

La opinión entre los diferentes actores sobre la cultura como “derecho fundamental” en una nueva Constitución es un consenso. “La cultura, las artes y el patrimonio en la vida de las personas es imprescindible, por eso la cultura debe considerarse como un bien de primera necesidad”, señala Consuelo Andronoff, directora de arte e integrante de ATAA CHILE (Asociación de Trabajadores de Arte Audiovisual).

Andronoff puntualiza sobre la Constitución de 1980 que “promueve la mercantilización donde todo tiene que ser rentable, y es ahí donde la cultura se ve olvidada. Pero no podemos pensar en el desarrollo de una sociedad sin considerar su cultura. Y para eso se necesita implementar políticas públicas que la sustenten, que mejoren las condiciones y oportunidades de los trabajadores y trabajadoras del sector cultural. La cultura ayuda a la integración social y educa. Educar es formar seres humanos libres, críticos, comprometidos con la comunidad, con la sociedad y sus tradiciones”.

El mercado y lo público  

Con el regreso de la democracia se crearon políticas públicas reconocibles y se masificaron métodos de postulación de financiamiento a los artistas. En 1992 se creó el Fondart (Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes), que hoy es administrado por el Ministerio de las Culturas. En 2019, para la ejecución de 2.184 proyectos a nivel nacional, el ministerio asignó más de 22 mil 600 millones de pesos.

“Las lógicas mercantilizadas propias del Estado subsidiario han debilitado el desarrollo y promoción de las artes y de las culturas, sometiendo sus prácticas a las dinámicas propias de los fondos concursables, precarizando la actividad creadora y de difusión en un sector que es fundamental para el país”, opina el abogado Jaime Bassa. “La virtual ausencia de financiamiento estatal de carácter permanente es una muestra más del deterioro progresivo de lo público”, añade.

Tomás Peters precisa que el Estado “ha fortalecido un modelo basado en competencias desiguales con los fondos concursables. Es sabido que los fondos concursables no son ‘concursables’, sino más bien instrumentos de selección”. Frente a este panorama, Peters comenta que una nueva Constitución “no podrá por sí sola solucionar los problemas de la oferta cultural -subsidio a los artistas-, sino que más bien puede reforzar que la demanda -el público- pueda tener un acceso igualitario. Una reivindicación del sector cultural debería ir por este registro: reforzar el derecho al acceso cultural y que el Estado genere las condiciones propicias para que los ciudadanos puedan gozar de las artes, acceder a ellas sin barreras económicas o simbólicas”.

En tanto, Cristóbal Gumucio, de Matucana 100, señala la relevancia de incluir a las regiones para ampliar el diálogo: “Tenemos que reivindicar la multiculturalidad y el desarrollo de los territorios, rompiendo con el centralismo del Estado”, y agrega que el llamado “derecho a la cultura”, entendido como un derecho fundamental, “tiene que establecerse en un marco definitivo que reivindique a la cultura como un elemento esencial de la nueva Constitución”.

Para finalizar, reflexiona Consuelo Andronoff, “bibliotecas, cines, teatros, danza, museos, artes visuales, música, poesía, amplían el aprendizaje de nuestra historia, el patrimonio cultural es importantísimo en una sociedad sana; poder mirar hacia atrás, comprender nuestra historia en base a diferentes manifestaciones culturales es una forma de conocerse y de poder desarrollar una opinión y un pensamiento crítico en lo que queremos generar a futuro. Por eso la importancia de tener políticas públicas que ayuden a tener una sociedad que dialogue”.

Martín Hopenhayn: “La academia convirtió en un gesto propio no abrir vasos comunicantes con la política”

Con Multitudes personales (Ediciones UDP) recientemente publicado bajo el brazo, el intelectual, filósofo y escritor chileno-argentino, que durante años trabajó como investigador de temas sociales en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se aventura con un análisis del Chile que hemos construido y habla del rol de su generación frente a los cambios que vienen: “tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir”.

Por Jennifer Abate C.

En un texto que publicó en la revista Nexos en octubre del año pasado, decía que su respuesta más honesta frente a la pregunta por el desenlace del movimiento social era: no tengo la menor idea. Casi un año después, ¿tiene más luces sobre lo que ocurrirá con la movilización que comenzó el año pasado y que fue detenida por la pandemia?

Yo creo que hoy es tanto o más enigmático en la medida en que la pandemia fue sofocada no por una razón política. No tuvo un desenlace, no tuvo una resolución, lo único que hay en el horizonte es el plebiscito que se viene. El estallido, para mí, es una revuelta, no una revolución, la revolución termina con un asalto al poder y la revuelta termina en una especie de desplazamiento del eje del centro, es decir, lo que era en algún momento considerado como statu quo, se corrió a la izquierda. El eje se corrió primero en algunas concesiones en términos de política, después, sobre todo, en la iniciativa de convocar a un plebiscito para trabajar en una nueva Constitución.

El filósofo y escritor Martín Hopenhayn.

Se trata de un sentido común compuesto, por un lado, de una visión crítica respecto de los gobiernos de la Concertación, es decir, de los gobiernos de la democracia, del programa que se desarrolló y del modelo de país que se planteó. Creo que se generalizó una cierta homologación entre neoliberalismo a secas y lo que ha sido Chile en los últimos 30 años. Es curioso; yo no estoy de acuerdo con esa homologación, por lo menos de manera total, es decir, esta especie de indiferenciación entre los Chicago Boys y el modelo “progresista”.

Se refiere a la frase “no son 30 pesos, son 30 años”.

Claro, en las marchas se notaba esa visión. Por otro lado, creo que hay dimensiones que tienen mucho que ver con el poder en la vida cotidiana, que ya estaban puestas sobre el tapete en las movilizaciones sobre abuso de género en el año anterior, en 2018, que al estallido llegaron en la última parte, sobre todo con Lastesis y todo lo que significó. Creo que el tipo de cuestionamiento que se planteó en 2018 era muy profundo y tiene bastante que ver con el estallido social, es decir, con perderle temor a asumir posiciones más radicales frente a un tema. También se conjugan o convergen temas que tienen que ver, por un lado, con los viejos temas sociales, distributivos, con una clara conciencia de que los indicadores del triunfo, los indicadores del oasis chileno del cual habló el presidente pocos días antes, no representan la realidad de la gente o la gente no se siente para nada representada en esos indicadores. Lo que ocurría por debajo de todo eso era una sensación muy grande de vulnerabilidad y de vulnerabilidades cruzadas, vulnerabilidad en el campo de la salud, en el campo de la seguridad social y las pensiones, la sensación de una ciudadanía de primera, segunda y tercera clase según el tipo de educación al cual accedías, el tipo de trato que tenías en el trabajo, el tipo de redes, de relaciones que te permitían aprovechar tu capital humano en retornos laborales.

Es interesante el correlato que hace con el movimiento feminista de 2018, cuando, como durante el estallido, llamaba la atención la inexistencia de un liderazgo tradicional. ¿Cree que están emergiendo nuevas formas de movilización?  

El movimiento feminista rebasaba cualquier tipo de lógica partidaria, era rizomático, aparecía por todos lados. Creo que ahí se marcó un precedente superfuerte, mucho más todavía de lo que se podía haber marcado en la Revolución de los Pingüinos el 2006 o la de los universitarios el 2011 o la protesta contra las represas el 2012. Ahí había algunos liderazgos, pero en esta idea no hay liderazgo, hay una especie de espontaneísmo de las masas, como se decía antes. Ahora, no digo que el 2018 sea la causa del 2019, a lo mejor ya el movimiento del 2018 estaba dentro de una forma de funcionar que estaba arrastrándose, que explota ahí.

Usted ha descrito una disconformidad que viene de muchos lugares. Hoy estamos a punto de enfrentar un plebiscito. ¿Cree que un potencial cambio en la Constitución ayudaría a subsanar esas disconformidades o de todas maneras hay que conducir otro tipo de procesos sociales que ayuden a aliviar la sensación de desigualdad creciente?

Creo que no sería malo que la nueva Constitución lograra tener esa nueva fuerza para nuclear todas las energías, las energías críticas, emancipatorias, contra la desigualdad, porque habría, de alguna manera, algún tipo de encuentro entre la lógica de la revuelta y la reflexividad compartida, una especie de proceso deliberativo a nivel nacional. Si los procesos deliberativos se mantienen divorciados de los procesos de movilización, yo no sé hacia dónde se llegaría, es como una especie de toparse con un callejón sin salida. No digo que el proceso de la Constitución desmovilice a la sociedad, yo no sé cuánto tiempo puede permanecer una sociedad movilizada como lo estuvo durante cuatro meses, pero de alguna manera debiera vincularse la movilización social con la deliberación pluralista, por llamarla de alguna manera, una deliberación abierta, ampliada.

En medio de la pandemia, diferentes teóricos y teóricas han postulado alternativas de cambio de nuestra vida social después de la pandemia. ¿Qué piensa usted? ¿Cree que estamos en condiciones de anticipar si la pandemia va a producir cambios permanentes en nuestra manera de relacionarnos socialmente?

Yo creo que la pandemia ha traído una especie de desfile de proyecciones utópicas y distópicas muy interesante, porque se han ido modificando a medida que la pandemia y las medidas de confinamiento duran más. Al principio apareció una especie no de euforia, porque no podemos hablar de euforia ante una pandemia, pero una expectativa de que íbamos a encaminarnos hacia una ética de la frugalidad; la pandemia era la señal que la naturaleza le daba al capitalismo, a la modernidad y a la globalidad, de que no podíamos seguir con esta forma de producir, consumir y de habitar, y que por lo tanto se venía un cambio paradigmático. Y también apareció la expectativa utópica de la emergencia del rol social del Estado, sobre todo en América Latina. La gente pensó: “este es el fin del capitalismo financiero”. Creo que ahora hay un momento de incertidumbre en este juego de naipes de utopías y de distopías dinámicas que se han dado a lo largo de los últimos meses. Uno de los grandes problemas, que es mas simbólico, tiene que ver con la crisis política durante el estallido y la pérdida profunda de apoyo, aprobación y legitimidad prácticamente en casi toda la clase política y el sistema. ¿Cuál va a ser la voz desde la política que invite, convoque, a la sociedad a estar juntos para enfrentar esta situación crítica?

¿Cuál es su respuesta frente a esa pregunta?

El problema es que no hay voz. Las dos personas que apuntan más fuerte en las encuestas son Lavín y Jadue, y no creo que ninguno de los dos pueda hacer esa convocatoria, salvo que se junten, pero no lo creo. Tiene que haber una voz que convoque, creo que la voz tiene que convocar a unirnos en un cierto sacrificio, que es lo que ocurre durante las guerras. Roosevelt tuvo la capacidad de hacerlo durante la guerra; de alguna manera se desgastó, pero Fernández en la Argentina lo pudo hacer, una voz convocante. Pero la voz convocante tiene que ser, a la vez que una invitación al sacrificio, muy clara también en una invitación a distribuir los sacrificios según las capacidades, el lugar que ocupa cada uno en la sociedad. Si uno invita al sacrificio, y al mismo tiempo vamos a discutir en serio el impuesto a los superricos, tiene más sentido, pero invitar así, de manera vacía, a que todos nos sacrifiquemos sin hacer distinciones, sabiendo que hay personas que quedaron muy mal paradas, no tiene ningún sentido.

Multitudes personales

En su libro (una compilación de ensayos, crónicas y aforismos publicados a lo largo de su vida) habla de la generación del 55, su generación. ¿Cuál cree que es su rol a la hora de pensar y actuar frente a los cambios propuestos desde el estallido social y hoy por el plebiscito constitucional?

Una generación no significa que todos los que nacieron el 55 estén más o menos cortados por una sensibilidad homogénea, ese texto lo publiqué en la revista Apsi el año 86, cuando yo tenía 31 años, y produjo mucha identificación en pares. La del 55 es la generación de la Reforma Universitaria del año 67, la que después ocupó puestos de poder durante la Concertación. Es una generación que se perdió la fiesta [de las revoluciones en el continente] y que, al perdérsela, la mitificó también; es decir, el vacío de una fiesta a la que llegó tarde lo compensó llenando ese vacío con lírica y épica que ninguno vivió del todo. ¿Qué es lo que yo creo que pasa ahora con esta generación? En términos de propuestas, yo creo que no es fácil, o sea, terminó siendo muy heterogénea esa generación, la misma gente que formó parte de una sensibilidad más o menos convergente en los años setenta u ochenta, en los años noventa empezó a abrirse en distintas ramas: gente que se dedicó a hacer plata de frentón, gente que se metió en la política con vocación, gente que se metió en la política como gran bolsa de trabajo bien remunerada, gente que se cuadró con el “progresismo” de manera muy fuerte y con poca apertura, gente que se mantuvo en una especie de izquierda incondicional e hizo de su propia condición de outsider una bandera, un motivo de autoreivindicación. Creo que es una generación que tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir, tiene que ver cuál es el valor de la experiencia, cuál es el valor de haber transitado por distintas perspectivas, qué se puede aportar. Tiene que ser servicial.

Multitudes personales. Ensayos, crónicas y aforismos (2020), Martín Hopenhayn, Ediciones UDP.

—Es relevante eso, pues si bien hay una necesidad de revitalizar la política, cambios profundos como los que exige la sociedad no van a ser construidos solamente por personas jóvenes o muy jóvenes.

Sí, ahí hay aspectos frente a los que a la generación mía le cuesta mucho tomar posiciones, y a mí también. Por ejemplo, ahora que se ha dado lo que se llama “las políticas de cancelación”, esta especie de, a como dé lugar, llegar a lo políticamente correcto. A mí me cuesta mucho pronunciarme frente a eso, me cuesta mucho. Mi corazón, mi adhesión espontánea, y yo creo que además a conciencia, porque me tocó vivir la dictadura, es el sentido común del pluralismo. O sea, renunciar al pluralismo ideológico, al pluralismo en valores, ya es imposible.

La reflexión académica y la investigación habían encendido muchas alertas sobre el malestar en Chile. Usted lleva años en eso, el informe del PNUD de 2017 hablaba sobre las tensiones sociales. ¿No es un poquito decepcionante que las decisiones en materia de políticas públicas estén tan divorciadas de lo que propone el mundo de la investigación y la reflexión crítica?

Sí, pero creo que hay responsabilidad en ambos lados. Es un desperdicio total, es decir, pienso en países europeos y en Estados Unidos, donde hay mucho más flujo entre estos mundos. Yo creo que hay una responsabilidad, por un lado, claramente desde la política, por regirse mucho más por ritmos electorales y por programas para captar audiencias. Hay una especie de anquilosamiento de la clase política, de pérdida de apertura, de estar como enfrascados en una especie de Club de La Unión de la política, pensando que lo real es lo que se conversa entre ellos. Desde el lado de la academia, sí ha habido algunos esfuerzos, pero desde la academia se convirtió en un gesto propio, casi un gesto de epistemología política, no abrir vasos comunicantes con la política, una especie de purismo en el cual podría haber casi un efecto de contaminación. La academia también ha tenido sus propias reglas del juego, que son las reglas del paper, las reglas de las becas, las reglas de los rankings, que son las reglas, sobre todo, de la investigación.

¿Hay alguna posibilidad de reencontrar esos mundos hoy?

Yo creo que sí. Hay algunos referentes académicos, pero son muy pocos, o sea, no sé, en sociología, Carlos Ruiz, Tomás Moulian ya no lo es como lo fue en su momento, por un tema de generaciones, y puede haber dos más, tres más, pero son muy pocos. Además, son como islotes, porque incluso dentro del mundo académico hay mucha atomización, es decir, los profesores están cada uno cuidando su parcela, su tienda.

Conversación: el rol del conocimiento en la transformación del modelo de desarrollo en Chile

La atención mundial que ha concitado la generación de una vacuna que ponga a raya el Covid-19 y los anuncios de los organismos internacionales sobre cómo se propaga la enfermedad, cómo se trata y cómo creamos estrategias que nos permitan superar las crisis social y política tras la pandemia nos han mostrado como nunca hasta qué punto dependemos del conocimiento. ¿Cuál es su lugar en la sociedad actual? ¿Quién lo genera? ¿Nos sirve para cambiar lo que somos como comunidad? Esas son algunas de las preguntas que el vicerrector Flavio Salazar, la académica Adriana Bastías y el académico Claudio Gutiérrez se hicieron en esta conversación registrada el pasado 7 de octubre.

Por Jennifer Abate C.

¿De qué manera deberíamos comenzar a pensar el desarrollo del conocimiento y cuál es el rol que este debe jugar en una sociedad que pretende avanzar hacia el desarrollo? 

Flavio Salazar: durante la última etapa, en el desarrollo del sistema capitalista que se produjo después de la Revolución Industrial, el conocimiento no sólo ha sido un elemento de cultura o de bienestar general, sino que se ha transformado también en una mercancía y se ha insertado, como todas las acciones del trabajo humano, en la lógica del sistema capitalista que hoy impera. Llevándolo al plano actual, no existen sociedades que hayan avanzado, desde el punto de vista del progreso general, sin tomar en cuenta el tema de la generación de conocimiento. Desde el siglo XX en adelante, todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities. En eso hemos tenido un desarrollo muy potente, una industrialización muy importante en ciertos ámbitos como la extracción mineral, el bosque, la pesca, etc., pero con un impacto en la naturaleza y en las comunidades que es muy grande y sin un retorno y diversificación de la economía. Lo que hoy uno se plantea es una discusión en la cual podamos poner el conocimiento dentro de un plan de desarrollo nacional y que sea uno de los pilares que permita una sociedad distinta.

Flavio Salazar es vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile.

Adriana Bastías: como dice Foucault, todo saber, todo conocimiento implica poder, y de alguna forma son dos caras de la misma moneda. Estamos hablando de conocimientos, no solamente del conocimiento. Nuestra producción de conocimiento se basa en índices, en índices que son publicaciones internacionales que muchas veces no consideran la realidad local ni tampoco la realidad regional, por lo tanto, se alejan de una ciudadanía que valore lo que nosotros hacemos o la generación de conocimientos. Para quienes somos de regiones, esto es más evidente, porque la generación de conocimientos o la valoración del conocimiento suele concentrarse en ciertos sectores, en ciertas universidades a las que acceden ciertos grupos sociales. Esto se va replicando y va generando una endogamia académica donde las mismas personas se autopublican y van, de alguna forma, generando una máquina de reproducción de papers. Este paperismo no tiene muchas veces que ver con la realidad o con la necesidad social de la generación de conocimiento para el bienestar social de todas las personas. 

Claudio Gutiérrez: enfatizo en lo que decía Adriana: hay que hablar de conocimientos, no de conocimiento. Los conocimientos son parte de lo que nosotros vamos adquiriendo en la medida en que hacemos cosas, en todas las direcciones. Cuando uno habla de desarrollo, está hablando de una manera de ser, una manera de hacerse, una manera de construir una comunidad, una sociedad en la que participan las personas. El desarrollo tiene que ver mucho con ser sujeto, con entender qué somos, tiene que ver nuestra identidad como comunidad, como personas. En general, cuando uno habla de desarrollo, inmediatamente piensa en el desarrollo económico, porque ese es un sesgo brutal que tenemos hoy, equivocado para los tiempos que vivimos; no funciona. Pero el desarrollo es más amplio que ese ordenamiento, esa mirada económica. Hoy, por lo menos el PNUD y pensadores como Manfred Mac-Neef y Amartya Sen tienen una noción de desarrollo mucho más marcada en lo humano. 

“Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades”. Claudio Gutiérrez 

Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades; no estamos hablando del conocimiento que se produce en el noratlántico y baja y llega a través de las grandes ciudades y se distribuye a la población, como pensaban conservadores como Bello. No, los conocimientos vienen desde abajo también, están en las comunidades de diferente tipo. Es un tremendo desafío: cómo juntamos estas dos variables de los conocimientos con el desarrollo de una sociedad. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelo de desarrollo? ¿Por qué es relevante tener una conversación sobre qué es y hacia dónde debe ir en momentos de crisis como el que enfrentamos actualmente no sólo en Chile, sino que en todo el mundo? 

Flavio Salazar: concuerdo en que durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI se ha posicionado una visión bastante estrecha, basada solamente en el crecimiento económico, y ya sabemos por experiencia propia e internacional que el crecimiento tiene dos elementos: por una parte, no garantiza el bienestar de todos, puede garantizar el bienestar de una minoría; por otra, genera daños de sustentabilidad ecológica que pueden amenazar incluso la supervivencia de la humanidad. Cuando nosotros planteamos un nuevo modelo de desarrollo, se trata de uno que se haga cargo de esas carencias y esas brechas, que sea beneficioso para la mayoría de las personas y que, de alguna manera, garantice los derechos mínimos que gran parte de la ciudadanía está solicitando, que no sea depredador. Chile, en las últimas décadas, ha desarrollado muy fuertemente el modelo neoliberal, que ha penetrado con lógicas de mercado todo el ámbito de la vida de las personas, por eso tenemos una salud de mercado, una educación de mercado, tenemos todos los elementos que constituyen una sociedad de mercado. Creo que uno no puede prescindir de un análisis de la realidad actual, no puede prescindir de tomar en cuenta las fuerzas que operan, los intereses que existen, las oposiciones, porque si uno no lo hace de esa manera, entonces es muy difícil establecer una propuesta que tenga viabilidad. Una vez identificados esos elementos que mencioné, que son los elementos básicos, podemos proponer un modelo que pueda generar la adhesión de una mayoría ciudadana que permita que esto se haga realidad.  

Adriana Bastías es Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile.

Adriana Bastías: creo que hablar de un modelo de desarrollo implica decir que hay ciertos lineamentos que buscan el desarrollo de una nación, un territorio. Nosotros ahora ya sabemos que, dada la crisis climática, debiésemos hablar de un desarrollo sustentable, que no solamente involucre el aspecto económico, sino que también el ámbito social, político y cultural. Los sistemas de protección social están muy relacionados con los modelos de desarrollo que históricamente han tenido lugar. ¿Por qué en un momento de crisis es necesario pensar en un nuevo modelo? Básicamente, porque uno se da cuenta, frente a una crisis social, a un estallido social que casi cumple un año, de que el modelo se agotó. Frente a una economía de mercado con una fuerte desigualdad que podemos ver en el índice de Gini o en otros índices, es necesario pensar en un nuevo modelo de desarrollo que podemos generar a través del proceso constitucional, más allá de que en la práctica sea difícil por los altos quórum.  

Claudio Gutiérrez: cuando uno habla del modelo de desarrollo, debería pensar más globalmente en qué queremos como país. Para la época de Pedro Aguirre Cerda estaba bien el “pan, techo y abrigo”, pero hoy necesitamos más que eso. ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo queremos insertarnos en el mundo? Quiero poner un ejemplo sobre esto. Recuerdo un foro, hace un año, discutiendo con otro colega sobre la academia uruguaya, sobre la Universidad de la República, y me acuerdo de cómo se reían de mí cuando yo les decía: “habría que mirar de otra manera esa universidad, que no aparece en ninguno de esos rankings que nos encantan, y preguntarse cuál es el rol que juega esa universidad que produce el conocimiento y los profesionales que ese país pequeño necesita”. Estoy esperando encontrarme con esa gente de nuevo para mostrarles que Uruguay tiene sólo 49 muertos por Covid, 49 muertos en total, nosotros llevamos 60 al día o algo por ahí. ¿Cómo esa sociedad pudo hacer eso? Ese resultado no depende del número de papers publicados, no depende de los enganches que uno tenga con los grandes centros mundiales para traer o no la vacuna. Depende de una población educada, depende de un sistema de salud sólido, depende de una infraestructura sistemática. Uruguay tenía un modelo de desarrollo distinto, donde la universidad cumplía una función distinta a la de acá. ¿De dónde salieron los médicos uruguayos que lograron esos niveles de detección del Covid? ¿De dónde salió ese sistema de salud? ¿De dónde salió la población educada que hizo lo que había que hacer? ¿De dónde salieron los economistas que ordenaron el país de esa manera? Ahí hay una idea de lo que puede ser un modelo de desarrollo y de educación enganchado con una visión de país diferente.  

“Todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities”. Flavio Salazar 

De sus palabras se desprende que consideran que es necesaria una nueva forma de pensar Chile. Pero, para aterrizar, ¿cómo se cambia el modelo de desarrollo de un país 

Flavio Salazar: es complejo. En cierta medida, concuerdo con varios de los aspectos que se han tocado acá, pero hay matices, y esos matices son importantes porque uno de los elementos claves, yo lo mencioné, es lograr un consenso en nuestras visiones, porque no se trata de pensarse como iluminados que van a generar una solución. Para mí, el tema económico sigue siendo uno de los temas centrales, sobre todo en un país que no ha alcanzado el nivel de desarrollo y que no ha alcanzado a cubrir las necesidades básicas de su población. No es lo único, sin duda, pero es crucial. Lo que hemos tenido en estos últimos años es una exacerbación de los elementos económicos y en eso estoy absolutamente de acuerdo. Cualquier idea de cambio va a encontrar necesariamente férrea oposición de quienes hoy han sido beneficiados de forma absoluta por este modelo, y que cuentan no sólo con el respaldo de un número de individuos, sino que también con el respaldo de los medios de comunicación, de las Fuerzas Armadas. Creo que hay que centrarse en romper la hegemonía del modelo económico neoliberal, generar una forma de relacionarnos que sea distinta, que releve la importancia de lo público. 

Claudio Gutiérrez es profesor titular de la Universidad de Chile e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos.

Adriana Bastías: creo que el actual modelo se caracteriza por una alta concentración del ingreso y del poder económico, que va ignorando unas desigualdades bastante generalizadas. Pensando en la crisis ambiental, específicamente, somos altamente dependientes del carbono, hemos depredado nuestros recursos naturales. Lo que estamos produciendo requiere una baja tecnología porque estamos extrayendo recursos: no hemos creado un valor agregado a lo que estamos produciendo. Me gustaría mencionar que el modelo de desarrollo que se discuta y sobre el cual se llegue a acuerdo debería generar mecanismos de participación democrática por parte de los territorios, actualmente son casi inexistentes y creo que es necesario descentralizar las decisiones. Sin duda, tenemos que discutir el término del derecho a la propiedad, que en la actual Constitución está muy arraigado y ve al agua como propiedad. Tenemos que discutir para ver si llegamos al consenso de que eso no debiese ser así y que debiese ser considerado un bien universal, un bien de todas y todos. 

Claudio Gutiérrez: para cambiar el modelo se necesita, decía bien el vicerrector, mayorías, se necesita una conciencia generalizada de los cambios. Mi impresión es que el 18-O es exactamente esa conciencia generalizada de la gente, que dijo “no va más”. Si no tenemos eso, no hay posibilidad siquiera de cambiar nada. ¿Qué cambios se quieren? Aquí hay dos tipos de cambios, bueno, hay muchos, pero voy a insistir en dos tipos de cambios: de demandas materiales, querer mejorar los sueldos, querer otro tipo de salud, querer otro tipo de educación; y otro ámbito de demandas fundamentales que tienen que ver con la dignidad. En Chile, cuando te encuentras con alguien, lo jerarquizas, está arriba tuyo o está abajo; si está arriba tuyo, le hablas despacio, si está debajo, le gritas. Yo no olvidaría, cuando hablamos de cambiar el modelo, de esos dos bloques: los cambios materiales y los de dignidad de las personas. Desgraciadamente, no tengo la varita mágica para decir cómo hacerlo, pero creo que la clave acá son mayorías y convencimiento de que los cambios hay que hacerlos. Creo que lo fundamental ahora es convencer a la gente de que esos cambios son posibles. 

Adriana Bastías: una última cosa. Sin duda, la desigualdad de género es algo que se ha hecho patente y se ve con fuerza en Chile y en el mundo, no es casualidad que un movimiento como Lastesis haya surgido en Chile y se haya replicado en el mundo. Ahí hay una desigualdad y una molestia generalizada que es evidente y que también debiese considerarse, y esperamos que se tome en cuenta en el proceso constitucional. Eso va generando cambios, cambios que ojalá se vean y sean evidentes en un modelo de desarrollo que sea menos desigual o que genere menos desigualdad de la que se ha creado en Chile. 

Quiénes son

Flavio Salazar. Vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile. Director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia. Ha participado en diversas sociedades científicas y es ex presidente de la Sociedad Chilena de Inmunología y ex presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociedades de Inmunología. 

Adriana Bastías. Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile. Docente de la Universidad Autónoma de Chile. Actualmente es la presidenta de la Red de Investigadoras, una asociación que promueve la equidad de género en la investigación en todos los ámbitos del conocimiento.  

Claudio Gutiérrez. Profesor titular de la Universidad de Chile en el Departamento de Ciencias de la Computación e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos. Es Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Chile, Magíster en Lógica Matemática de la Universidad Católica de Chile y Ph.D. en Computer Science en la Wesleyan University, Estados Unidos. 

Indignación y discrepancia en la conversación pública: ¿Ola de intolerancia o mayor pluralismo?

Un fantasma recorre Chile: el fantasma de la discrepancia. Consagrados intelectuales y comentaristas denuncian un clima hostil a la deliberación razonada. Y ponen en el banquillo a las redes sociales y los campus universitarios, al feminismo y a las nuevas generaciones. Aquí, voces reacias al fatalismo desmenuzan el fenómeno. Y observan el asomo de una situación marcada por el claroscuro: una sociedad más activa y deliberante, pero también menos capaz de procesar sus diferencias y encontrar puntos en común.

Por Francisco Figueroa

Nadie en Chile ha muerto por lapidación ni linchamiento en lo que va de 2020, tampoco en años recientes, pero las víctimas de este tipo de agresiones entre los intelectuales parecen ser legión. El sentido, por supuesto, es figurado. Se trataría de “lapidaciones” y “linchamientos” verbales y, en un sentido más estricto, virtuales y hasta anónimos. “Asistimos al terrible espectáculo de la desmesura y la ostentación del odio, que convierten el espacio público en la fosa de un circo romano”, escribió en junio en El Mercurio Cristián Warnken, en una columna que tituló “La epidemia de la intolerancia”, luego de recibir críticas por entrevistar al exministro de Salud, Jaime Mañalich, en un estilo que muchos consideraron complaciente.

Dos meses más tarde, Canal 13 elegía también el tema de la tolerancia para estrenar el retorno del programa de conversación política “A esta hora se improvisa”. Sus panelistas discutieron con constantes referencias a los términos estadounidenses del debate, donde el peso de la “corrección política” estaría asfixiando el ejercicio de la libertad de expresión y dando lugar a nuevas formas de censura, como la ejercida a través de la “cultura de la cancelación”. El concepto, popularizado (y demonizado) por Donald Trump, alude a la práctica de quitar apoyo o boicotear a figuras públicas que ofenden o naturalizan la violencia contra grupos discriminados.

Ilustración de Fabián Rivas.

Pero si hay un hito que marcó la aproximación de muchos intelectuales al problema de la tolerancia en el debate público fue la carta “sobre la justicia y el debate abierto”, publicada en julio por la revista norteamericana Harper’s, en la que más de 150 intelectuales del mundo anglosajón alertan contra lo que consideran una radicalización del debate progresista que degrada su calidad y capacidad de hacer frente al autoritarismo tipo Trump. Que la carta surgiera en buena medida como contrapunto a las formas del movimiento Black Lives Matter, en plena epidemia de brutalidad policial en Estados Unidos, le valió una dura crítica de Judith Butler. En diálogo con la directora de Palabra Pública, Butler calificó la carta como un gesto “paternalista”, que “defiende el elitismo, no la conversación”, añadiendo que las críticas, por duras que sean, son oportunidades para que los intelectuales aprendan de sus errores y ganen más conocimiento.

Palabra Pública consultó a académicos de diversas disciplinas para indagar en qué hay detrás de una controversia que ha encontrado terreno fértil en la discusión pública chilena y que se ha intensificado desde la revuelta social de octubre de 2019.

El valor moral de la indignación

La doctora en Filosofía Política y académica de la Universidad de Chile, María José López, estudia el papel de las emociones en política. Sus trabajos más recientes hacen conversar sobre el asunto a Hannah Arendt, Humberto Giannini y Martha Nussbaum. Desde allí observa el lugar de emociones como la rabia y la indignación, cuya expresión considera “un signo de vitalidad necesario en una democracia”.

“La democracia puede perfectamente acoger la indignación moral y política; debe hacerlo, incluso, porque indignarse por una injusticia, por ejemplo, supone que hay cosas que en una democracia simplemente no se pueden tolerar y está bien descubrir y compartir esos límites, e ir haciéndolos cada vez más claros”, sostiene la académica. López recuerda que, en la tradición filosófica aristotélica, la ira es una emoción clave para la salud de una democracia.

María José López, doctora en Filosofía Política y académica de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Humberto Giannini, por ejemplo, “da a la ira un especial rol en el descubrimiento de la ofensa moral”, recuerda López, pues no la reduce a una expresión de odio o desahogo, sino que la considera un “índice moral, al señalar una situación de injusticia que debería ser reparada”. Decía el filósofo de la vida cotidiana en Del bien que se espera y del bien que se debe (1997): “La iracundia es la expresión de un resentimiento. Pero también, una forma de liberarse de él”. Ya en los noventa, recuerda López, Giannini era crítico de una democracia de los acuerdos que “neutralizaba las diferencias, paralizaba el diálogo y la expresión democrática. En una cancha mal nivelada, no hay acuerdos ni deliberación, hay ejercicios de fuerzas donde unos imponen y otros ceden, nadie razona. ¿Para qué razonar si tengo la fuerza?”

La filósofa estadounidense Martha Nussbaum ha sido citada con frecuencia en este debate, especialmente a partir de su libro La monarquía del miedo (2019), donde vincula esa emoción con la polarización de la vida pública contemporánea y la degradación de la convivencia en sociedades como la estadounidense. Pero al leerla, sostiene López, no se puede perder de vista que “una de las cosas más importantes que dice es que las emociones políticas no son tontas, no son ciegas, no son ‘irracionales’”. En el esquema de Nussbaum, añade, “la ira nos habla de un mundo injusto, donde existe, sin embargo, la posibilidad de reparación”.

Una esfera intelectual devaluada

“Caracterizar este tiempo por la intolerancia es al menos una hipótesis insuficiente”, asegura el exrector de la Universidad de Valparaíso, Aldo Valle. “La homogeneidad que resulta de la pasividad y de la hegemonía que no deja intersticio alguno para la disidencia que incomoda es mucho peor y es una forma de intolerancia previa”, añade. Valle habla desde su experiencia en una de las instituciones más señaladas por la intelectualidad conservadora como cantera de odiosidad e intolerancia: la universidad. Pero su trayectoria cuenta una historia distinta.

Valle llegó a ser rector de la Universidad de Valparaíso en 2008 como figura de consenso entre académicos y estudiantes movilizados contra las irregularidades de la administración anterior. Y no sólo se mantuvo en el cargo, además presidió el Consorcio de Universidades del Estado (CUECH) entre 2011 y 2015, y el Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas (CRUCH) entre 2015 y 2020. Reconocido como persona de consensos por pares, autoridades y estudiantes, considera la conflictividad concentrada en las universidades durante la última década como síntoma de algo mucho más grande.

Aldo Valle, ex rector de la Universidad de Valparaíso.

“En la medida en que graves conflictos estructurales no se abrían a la sociedad de un modo transversal, las universidades eran el espacio para un antagonismo radical en su interior. La revuelta social de octubre de 2019 demostró que lo que ocurría antes y por años en las universidades era una señal de un proceso que envolvía a amplios sectores sociales. Lo que quieren los estudiantes no es tan distinto de la demanda transversal que circula por el país”, reflexiona Aldo Valle.

Paradójicamente, la relevancia de las universidades también podría estar en la raíz del malestar de algunos intelectuales. La masificación de la educación universitaria, piensa Valle, “termina desde luego devaluando el prestigio y reconocimiento que antes proveía y, correlativamente, reservando a una élite ese prestigio social”. Además, asegura, “las tecnocracias no necesitan intelectuales que discrepen o desordenen los discursos, las creencias y las prácticas”. Impera, a su juicio, “un uso privado de la razón. Chile ha vivido largo tiempo sin una esfera de deliberación intelectual y cultural diferenciada y, a la vez, participativa”.

Expresión sin encuentro

Manuel Antonio Garretón, si bien es crítico de los intelectuales que, como Warnken, han calificado posiciones discrepantes como inspiradas “en el odio y el mal”, se niega a reducir el problema a una “victimización de sectores intelectuales más bien de derecha o cercanos al poder”. El sociólogo y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales piensa que “en la sociedad chilena sí hay un problema de intolerancia”.

“La intolerancia a aquello que contradice los grandes valores que la humanidad ha ido aceptando consensualmente como irreversibles e indiscutibles, es un avance civilizatorio”, dice Garretón. El problema, sostiene, es cuando en una sociedad no hay “condiciones para desarrollar y debatir las posiciones diferentes”, lo que iría asociado “a la disponibilidad de recursos institucionales, comunicacionales e intelectuales para desarrollar esas diferencias y la creación de espacios de encuentro entre las diferencias”.

Manuel Antonio Garretón, sociólogo y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

Para Garretón, el drama de la sociedad actual es la ausencia “de instituciones que vayan cristalizando las opiniones y resolviendo aquellas diferencias que son necesarias de resolver para la toma de decisiones”. La intolerancia en la sociedad industrial, señala, se daba “entre cuerpos sociales que contaban con mediaciones ideológicas o institucionales como el sistema de partidos”. Esas mediaciones estarían ausentes en lo que llama “sociedad digital”.

Estamos pasando, postula el sociólogo, “a un tipo de sociedad en la cual las mediaciones institucionales necesarias y los espacios de encuentro entre diversidades son espacios de expresión, sin el momento del encuentro. Entonces, desde mi tribu digital, soy muy tolerante, porque no las escucho ni las leo, claro que cuando aparecen, no las acepto”. No es un problema de “confianza en las instituciones”, remata. “El problema es mucho más profundo: no las necesito”.

El negocio de la polarización

Con la masificación de las plataformas de redes sociales, “efectivamente hay un giro en lo que entendemos como esfera pública”, asegura Patricia Peña, periodista y académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Su aproximación al impacto de estas plataformas en la vida pública, asegura, sigue la actitud de Umberto Eco: “ni apocalíptica ni integrada. El gran problema es que habíamos olvidado que estas plataformas son empresas y que la moneda de cambio somos nosotros”.

El despegue de Twitter, Facebook y WhatsApp se dio en Chile a partir del terremoto de 2010, asegura la investigadora, cuando muchas personas se abrieron cuentas para hablar e informarse sobre la catástrofe, “época, además, en la que era muy influyente una corriente positivista que veía estas plataformas como herramientas democratizadoras, y avanzaba la pérdida de credibilidad de los grandes medios de comunicación”. Pero no fue sino hasta el escándalo de Cambridge Analytica, en 2015, añade, que nos dimos cuenta de que “en estas plataformas se daba una manipulación y polarización de la opinión pública”.

Patricia Peña, periodista y académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

“La polarización tiene que ver con el juego que se hace en estas plataformas, que te meten en burbujas donde la realidad es negra o blanca y los matices no funcionan”, explica Peña. “Son dinámicas con las que terminas validando tus propias creencias. Si busco información sobre el proceso constituyente y tengo una cierta inclinación, voy a encontrar información que la refuerza. Termino leyendo de acuerdo a lo que yo creo, no me vinculo con toda la diversidad de otras opiniones. Ese es el efecto más perverso”, asegura.

Sin embargo, la académica advierte contra el peligro de caer “en la tentación en la que cayeron los autores del informe Big Data, según la cual estas plataformas tenían la fuerza para ser una de las causas del estallido social”. Más relevante que el impacto directo de estas plataformas, cuyo acceso sigue siendo acotado en la población, es su relación con los medios, sostiene la periodista. “Twitter y la televisión se empiezan a llevar demasiado bien. Los softwares de escucha social, el monitoreo de hashtags, que estaban hechos para medir evaluación y posicionamiento de marcas, se empiezan a usar como una suerte de people meter. Y allí viene la crítica constructiva que uno puede hacer: ¿qué está validando el medio televisivo cuando dice ‘se dijo en redes sociales’?”.

Otra dimensión problemática, asegura Peña, es que “este Internet de las plataformas es un Internet muy patriarcal, está hecho y diseñado por hombres blancos, del norte, con una cierta educación”. Una de las implicancias de este sesgo de género, agrega, “tiene que ver con el consentimiento. Que nos acostumbráramos a bajar aplicaciones sin leer los términos y condiciones y decir acepto, acepto, acepto, es lo que hoy cuestiona el movimiento feminista. Tenemos que cuestionar esta cultura del no consentimiento, muy engañosa y patriarcal. Tenemos que ser capaces de reapropiarnos de Internet, que esta no es la única forma de crear una plataforma de red social”.

¿Aprender a vivir en el conflicto?

“Me parece que cuando se habla tanto de las formas de la discusión y del disenso se olvida el fondo. La democracia es conflicto”, asegura María José López. “El conflicto también es necesario y parte de la riqueza de la misma experiencia de la diferencia vivida que debería ser propia de una democracia. Pero hay que aprender a vivir en el conflicto, hay que aprender a discutir en serio, hay que educarnos en la discrepancia y eso va a demorar tiempo y va a requerir ganas y voluntad”.

Seba Calfuqueo: “Las artistas mapuche somos invisibles cuando no les servimos como cuota a las instituciones culturales”

Tenía 23 años cuando irrumpió en la escena del arte que la definió como “artista mapuche y homosexual”, etiquetas que ha debido subvertir para “no quedar encasillada en clichés”. En solo siete años levantó una obra poderosa en lecturas políticas y sociales, donde cruza el video, la cerámica y la performance. En marzo alcanzó a exhibir su última obra, donde reflexiona sobre el amparo al saqueo del agua en la Constitución del 80. Aquí habla de ser “mapuche, no binarie y feminista”, pero en sus propios términos.

Por Denisse Espinoza A.

“Mi abuela decía: ‘en la cultura mapuche no hay maricones’, cuando un sobrino maricón quiso conocerla. Y no se imaginaba que tendría unos nietos maricones en su familia patriarcal (…) No me crie como un mapuche, tampoco se me permitió serlo, pero tengo el estigma de una vida asociada a un apellido que ha sido una marca de violencia y que pesa todavía”. Así comienza You will never be a weye, video performático con el que Seba Calfuqueo Aliste se hizo conocida en la escena de arte local. Fue producido en 2013, pero recién dos años después se atrevió a mostrarlo, luego de que la curadora Mariairis Flores la alentara, convirtiéndolo en uno de sus trabajos con más circulación en Chile y el extranjero.

En el video, la artista usa su propio cuerpo para representar a un machi, autoridad espiritual en el pueblo mapuche. Se le ve vestirse con un traje de machi —que en Meiggs venden como disfraz escolar—, pero aquí Calfuqueo exalta su carácter “weye”, expresión que definía a los machi de rasgos afeminados y que practicaban la sodomía, quienes fueron exterminados por los españoles.  “Tenía miedo de mostrar esa obra, de ese cuestionamiento hacia la heterosexualidad en el mundo mapuche, y tenía miedo no solo por lo que iban a decir, sino también de exponer parte de mi biografía, como el bullying escolar y otras escenas que igual son dolorosas para la vida de alguien”, recuerda hoy Calfuqueo.

Seba Calfuqueo, en su performance Ko ta mapungey ka. Foto: Diego Argote.

Sus obras van desde el género a la identidad indígena, pasando por la discriminación social y la reivindicación de una historia no oficial. Para bien y para mal, fue definida desde su egreso de la Universidad de Chile como artista “mapuche y homosexual”, pero Calfuqueo ha trabajado para otorgarle a esas etiquetas una densidad que le permita cuestionar los conceptos tradicionales. “En la Escuela de Arte hubo profesores que me dijeron que nadie se interesaría en temáticas feministas y que lo mapuche en el arte contemporáneo no existía. Sin embargo, mi obra capturó la atención, apareció en los diarios, circuló por Internet y hubo una visibilización que, no puedo desconocer, me benefició, pero también exotizó mi trabajo y lo encasilló en categorías que ni siquiera yo reivindico, porque yo más bien me asumo como una persona no binaria, ni siquiera como homosexual. El arte no debería tener categorías”, dice la artista.

En estos seis años, su trabajo ha transitado por galerías, espacios independientes y museos de la capital, y por festivales y muestras colectivas en regiones. En el extranjero su trabajo ha visitado La Paz, Helsinki, Quebec y Londres. Este 2020 prometía ser el año más internacional de Calfuqueo, con exposiciones en Lund, Toronto y Zúrich. Además, participaría en las bienales del Mercosur, de Guatemala y de São Paulo. Todo quedó trunco por la pandemia.

Sí inauguró en marzo una muestra individual en Galería Metropolitana, compuesta por Ko ta mapungey ka (Agua también es territorio), una instalación de 20 piezas de cerámica esmaltada azul con forma de bidones y fuentes de agua; el video Kowkülen (Siendo líquido), donde la artista aparece desnuda y su cuerpo amarrado a un tronco con una cuerda azul, levitando sobre el río Curacautín; y la performance en vivo en la que pintó cinco lienzos con pigmento azul cobalto, algunos de ellos con los artículos 5 y 9 del Código de Aguas, que amparados en la Constitución de 1980, transformaron este recurso en un bien transable.

¿Cómo nace esta obra sobre la problemática del agua en Chile y cómo se enmarca en la reflexión del proceso constituyente que estamos viviendo?

—Plantea la idea de que el agua también es un territorio en disputa, la tierra no nos sirve sin agua en ella, el agua le pertenece a todos los seres vivientes. Por eso incluí las toponimias del agua dentro del mapudungun para denominar los espacios y la vinculación que tiene el agua en la cosmovisión mapuche y el discurso por su recuperación. Pero también la obra hace un guiño hacia lo sexual. El mundo se ha construido de forma binaria y radical: lo bárbaro y lo civilizado, lo blanco y lo negro, lo masculino y lo femenino, pero el agua no habita lo binario, no tiene género, se desborda en todas las posibilidades. Por eso se llama Kowkülen, que significa estar líquido. Esta obra la empecé a producir antes del 18 de octubre, pero cuando vino el estallido no me sentí capaz de salir a la calle y adjudicármela, porque en ese momento hubo una explosión de expresiones artísticas anónimas, colectivas, que proponían la no autoría. Fue un periodo complejo, obras de arte que aparecieron fueron cuestionadas por rozar el oportunismo, entonces para mí fue importante guardarla. Cuando llegó marzo, supe que era el momento para sacarla a la luz. Se acercaba el plebiscito, ya había pasado un tiempo y la obra había decantado. Creo que las obras tienen momentos de aparición que no siempre coinciden con el momento en que se conciben y producen, es parecido a lo que me sucedió con mi primera obra, You will never be a weye.

Durante las protestas en las calles y ahora en las redes sociales ha aparecido mucho la iconografía mapuche. ¿Qué te parece eso?

—Estando en un territorio donde el Estado no reconoce a sus pueblos ni los genocidios que ha cometido contra los mapuche, los selknam, los kawésqar ni tampoco ha hecho ningún tipo de reparación con ellos, me parece bonito que por lo menos la ciudadanía los reconozca. Sobre todo para las generaciones de 30 años atrás o más, como mis abuelos, que tuvieron que sobrevivir en una sociedad muy racista, teniendo vidas muy estereotipadas a causa de la discriminación y la violencia, estos gestos valen. Pero también se produce un vaciamiento de las imágenes. La gente comparte en redes la Wünelfe, estrella de ocho puntas o lucero del alba, o la Wenufoye, la bandera mapuche creada en 1992, que deviene de todo un proceso histórico en un periodo clave de la resistencia mapuche, pero sin saber muchas veces el significado y eso hace que pierdan su potencial. Podemos hacer más que solo compartir y trabajar por informar, creo que en las gráficas y en la protesta siempre tiene que haber pedagogía.

Algunos aluden a que hay un aprovechamiento de los símbolos mapuche por parte del Estado y hubo críticas al Premio Nacional de Literatura entregado a Elicura Chihuailaf…

—El oportunismo no es solo del Estado, sino de las instituciones culturales que en los últimos años han intentado limpiar su imagen. Es triste que haya esa lectura, sobre todo porque Elicura es un poeta que se merece el premio, ha hecho un trabajo que ha sido muy importante para la historia de un pueblo, incluso por sobre su historia personal. Pero sí, las instituciones culturales son extractivistas y no siempre son respetuosas con los artistas, por lo que terminan generando todas estas situaciones incómodas. Yo misme he vivido esa limpieza de imagen y suelo bromear con que junio es mi mes, porque está el Wiñol tripantu, el nuevo ciclo mapuche, y es el mes de las disidencias sexuales, entonces me invitan a un montón de charlas y conferencias en museos e instituciones artísticas, pero las artistas mapuche, en general, somos invisibles cuando no les servimos de cuota a las instituciones culturales.

¿Cómo esperas que sea reconocido el pueblo mapuche en una nueva Constitución?

—Es importante que primero el Estado reconozca los derechos indígenas, que respete los tratados internacionales suscritos como el Convenio 169. Es importante la plurinacionalidad, el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos y de que no sólo existe la categoría de chilenos, sino otras posibilidades de identificación. Hay comunidades que están en todo su derecho de no querer dialogar en una instancia en que se han sentido históricamente excluidas, pero al mismo tiempo siento que es nuestra responsabilidad poder reescribir esta historia y dar un nuevo inicio, sobre todo para el reconocimiento de lo que pasó. Fuimos educados en mentiras, en formas de ver la historia bajo un patriotismo que negaba otras posibilidades de pensar las identidades en este país, entonces este es un primer paso a ese reconocimiento que debió darse hace muchos años atrás.

Kowkülen, video.

SER MAPUCHE

Seba Calfuqueo Aliste nació en Santiago en 1991. Su mamá es chilena, pero su papá es de origen mapuche y proviene de una generación que migró desde Carahue y Nueva Imperial a la capital en los años cuarenta. Su abuelo llegó para ser panadero y su abuela empleada doméstica, debiendo enfrentar en esos años los embates del racismo y la discriminación. Seba reconoce que, aunque siempre volvía al sur, su infancia fue más bien santiaguina. Fue educada en un liceo de hombres donde sufrió de bullying escolar y recién cuando sus abuelos paternos murieron, a sus 17 años, comenzó a sumergirse más en esa historia familiar y esa identidad mapuche que fue plagando su obra. Hoy, además de dedicarse a su trabajo como artista visual, Seba enseña en un colegio Waldorf y es integrante del colectivo mapuche Rangiñtulewfü y de Yene revista, donde colabora creando imaginarios contemporáneos de la cultura mapuche.

Siendo una mapuche santiaguina de tercera generación, ¿cómo ha sido recibido tu trabajo por las comunidades mapuche?

—Tuve la suerte de participar en 2018 del festival de cine y arte indígena, el FicWallmapu, y llevé mi obra a una itinerancia grande al sur. Estuvimos en el Centro Cultural de Carahue, de donde es mi abuelo, en una ruca en Trovolhue, en el Museo Regional de La Araucanía en Temuco —donde  hice una performance en una de las vitrinas que cuestionaba los modelos de exhibición arqueológica que se tienen de los pueblos mapuche, siempre en relación al pasado pero no al presente y mucho menos al futuro del pueblo— y en el Museo Mapuche de Cañete, que fue superbonito porque es el único museo de Chile que es liderado por una mujer mapuche, Juana Paillalef. Mi obra fue la primera de arte contemporáneo que se mostraba ahí. Luego he estado volviendo a exhibir en Villarrica, en Lautaro, en Victoria, en espacios más cercanos a lo mapuche. La verdad es que mis obras siempre han sido recibidas con respeto y he sentido apoyo de las comunidades, creo que porque son trabajos honestos y en ese sentido me siento afortunade de que mi obra sea leída en distintos contextos.

¿Qué referentes artísticos mapuche o locales tuviste?

—Un referente importante fue Bernardo Oyarzún, pero también lo fue la Paz Errázuriz, las Yeguas del Apocalipsis, Carlos Leppe, toda esa tradición de artistas muy icónicos que hablaron de lo marginal. Yo diría que la primera voz mapuche importante para mí fue Pedro Lemebel, a pesar de que puede sonar problemático porque evidentemente no corresponde a lo esperable mapuche, pero es de las primeras personas en mi vida que escuché hablando del Wallmapu públicamente, masivamente, tenía un compromiso político que me marcó.

¿Sientes alguna presión al ser una artista joven tocando este tipo de temas sensibles?

—Creo que antes me sentía mucho más presionade de esas expectativas y de lo que se pudiera pensar de mi obra, pero ahora estoy en un momento creativo muy libre. Acá hay una idea exitista del artista joven que es nefasta, siempre se busca la obra inédita y eso a mí me jode mucho. Siento que no es justo porque, de partida, no te están pagando por esas producciones inéditas, y segundo, porque se piensa que los artistas tenemos que producir constantemente algo inédito para ser validados. Me considero una artista productiva y muchas veces cuestiono esa productividad, ¿acaso vale la pena cuando en Chile no se valora ese rendimiento? Para mí ha sido importante al menos tener la porfía de resistirme y no trabajar con técnicas tradicionales asociadas a lo mapuche, a pesar de que me interesan. La idea de pensar cómo abrimos otras posibilidades de lenguaje, en el video, en el 3D, en lo digital, cómo pensamos un mundo no colonial con esa tecnología, cómo poder utilizarla a nuestro favor y no en nuestra contra.

¿No son comunes los soportes experimentales entre los artistas mapuche?

—Al contrario, hay una gran cantidad de personas mapuche trabajando con formatos contemporáneos. Artistas como Francisco Huichaqueo, Jeannette Paillan, Eduardo Rapiman o el mismo Bernardo vienen trabajando hace mucho rato con el video, pero eso no estaba tan reconocido ni puesto en valor en las artes visuales. El curador Cristian Vargas Paillahueque está investigando sobre arte mapuche contemporáneo con una lectura hacia lo que pasó antes. Hay un montón de artistas mapuche desde inicios del siglo XX haciendo obra en lenguaje experimental y contemporáneo, es solo ignorancia pensar que ahora lo mapuche está de moda, esa es la idea más violenta que puede haber sobre lo mapuche hoy.

La franja electoral bajo la lupa

Las propagandas televisivas del plebiscito constitucional no han estado exentas de críticas. El formato ha sido tildado de caótico y cuestionamientos al uso de diversas imágenes y símbolos han empañado el proceso. Ad portas de la votación, distintos especialistas analizan el impacto mediático y político de los mensajes de la franja.

Por Florencia La Mura

El de este domingo 25 de octubre será el primer plebiscito desde que Chile votó por terminar con la dictadura en 1988. Si bien la propaganda política no se ha detenido a lo largo de decenas de votaciones democráticas en los últimos treinta años, las franjas del plebiscito explican y defienden algo más amplio y complejo que una candidatura personalizada. La franja electoral comenzó el pasado 25 de septiembre informando e invitando a decidir sobre la posibilidad de escribir una nueva Constitución. Y aunque dicho espacio ha sido primordial en años anteriores, hoy se ve enfrentado a nuevos formatos digitales, a las redes sociales e internet.

Las expectativas puestas en la franja eran altas, muchos de los clips ya circulaban por redes sociales en las semanas anteriores a la emisión en televisión. Pero desde un comienzo aparecieron los problemas. Según una encuesta de Pulso Ciudadano, para su primera semana de emisión un 60% de la población no había visto la franja televisiva, esto a 25 días de las elecciones.

Dentro de los recursos más utilizados están los testimonios, personajes ficticios, jingles y analogías varias, todos esperando convencer a los votantes. Tanto el “Apruebo” como el “Rechazo” han recibido críticas por uso indebido de imágenes, tales como el logo de Carabineros, PDI y Fuerzas Armadas en un video de la Multigremial Nacional de las Fuerzas Armadas y policías en retiro apoyando al Rechazo, además del uso de una imagen de Felipe Camiroaga en la franja del Apruebo.

La discusión, sin embargo, debería estar en un punto anterior para la doctora en Ciencias Políticas, Jeanne Simon, quien considera que lo importante en estas votaciones es explicar qué se está votando e informar sobre todo el proceso constituyente: “hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones”.

Desde un punto de vista comunicacional, el director de cine y videoclips Cristian Galaz, hace hincapié en lo confuso y caótico de ambas franjas. Si bien destaca la necesidad de la franja, Galaz cree necesario “reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente”.

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile: “Esta franja ha mostrado la distancia que hay entre lo social y lo político”

Eduardo Santa Cruz, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Mi impresión es que la importancia de la franja no es tanto su posible ‘efectividad’, es decir que pueda ‘convencer’ masivamente, sino que es un mecanismo de legitimación, es decir, su existencia performática da cuenta de la existencia de la democracia. Desde 1988, es parte del ritual, de una serie de acontecimientos que nos están dando la certeza de que vivimos en un régimen democrático.

Tengo la impresión de que, en su conjunto, la franja está tratando, por un lado, de probar que el plebiscito, como camino de solución de la crisis social y política de octubre, incluye a todos y todas los actores, que no hay nadie fuera. Y, por otro, tratar de dar la imagen de diversidad. Ahora bien, lo que surge de verla es, más bien, una heterogeneidad exacerbada, una suerte de estallido de voces, que no logra constituir un coro, sino más bien un parloteo que se hace muy difícil entender, porque no solamente hay una gran cantidad de ‘emisores’, sino que hablan en distinto plano, de cuestiones muy particulares o muy generales, o peor, de significantes vacíos, como apelar a valores en un plano abstracto sin contenido concreto: igualdad, justicia, diversidad o ‘quiero lo mejor para Chile’.

La intención de mostrar ‘diversidad’ genera una sensación más bien caótica. Se podría incorporar a actores sociales como sujetos de habla de otra manera. Además, hay una cuestión que es estructural con la que no estoy de acuerdo: la repartición de minutos por partido según su votación, eso es una especie de mecanismo de mercado que fomenta la concentración del poder. De todas formas, esta franja ha mostrado las diferencias y la distancia que hay entre lo social y lo político. Ha operado como un parche transitorio e ineficaz de esa grieta que es estructural y que está a la base de la crisis social y política sobre la cual estamos parados”.

Cristian Galaz, cineasta y director ejecutivo de la Fundación Víctor Jara: “Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima”

Cristián Galaz, cineasta y director de la Fundación Víctor Jara.

Es muy confusa, en general. No me atrevería a decir que hay dos franjas, sino una cantidad increíble, es rarísimo. Los mensajes son muy poco claros, hay franjas que ni siquiera dicen vote Apruebo o Rechazo, hablan de otras cosas. Es como una Torre de Babel donde no se entiende nada, nadie empatiza con nadie. Hay pocas que recogen algo de lo que ha estado pasando en el país, me refiero a la revuelta popular, que está presente en pocas oportunidades. Hay algunas organizaciones sociales que están dando mensajes coherentes, pero están metidas en un mar de confusión. Se intercalan de formas extrañas. En general, es una franja muy poco clara, con mensajes oscuros, poco elaborados y poco atractivos, no da vuelta a nada nuevo. Mantiene cierta verticalidad en la comunicación, lo que se siente anticuado. No es un aporte. Desde el punto de vista comunicacional, es la confusión máxima.

Creo que es necesario que la televisión tenga estos espacios, pero no es el único. Se entregó a la televisión como el gran vehículo de comunicación dependiente de la población. Se necesitan franjas radiales, en redes sociales, debiera ser algo más transversal y donde no sólo participen partidos políticos, quienes le ceden a organizaciones parte de su espacio. ¿Dónde está la sociedad civil expresándose? La televisión misma tiene una estructura que imposibilita la presencia de la sociedad civil: son o los partidos políticos o las empresas y se acabó. La crisis social, política y cultural del país es total, y por ende hay que reformar la forma de entender una franja política electoral y dejar de depender de las empresas y partidos políticos tan absolutamente.

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción: “Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso”

Jeanne Simon, doctora en Ciencia Política y académica de la Universidad de Concepción.

A pesar de los cambios que ha habido en la manera en que nos comunicamos, la franja televisiva todavía mantiene una cierta mística por el plebiscito de 1988 y por los límites de tiempo que exigen elaborar de manera creativa un mensaje político de manera estética, ofreciendo una interpretación del mundo actual y lo que se busca transformar. Debe tocarnos y motivarnos a participar. Idealmente, la franja apunta a las y los ciudadanos que se han marginalizado del proceso: las personas no informadas o indecisas. Es difícil motivar a las personas que no quieren votar a través de la franja.

En este caso, me parece aún más importante que se informe lo que se está votando. Debido a la falta de mayor información sobre las distintas etapas del proceso (plebiscito de entrada, elección de convencionales, plebiscito de salida), hace falta mayor propaganda gubernamental informando, para así contextualizar la franja donde deben informar las razones de las distintas posiciones. En ambos tipos de franja es clave lograr un mensaje claro, que informe, explique y motive. Las personas y candidatos participan, pero la franja debe buscar comunicar y persuadir a las personas indecisas de que vale la pena votar.

Respecto a la franja actual, creo que la gran diversidad de contenido genera confusión. Hay muchas posiciones que no comunican un mensaje claro y esa confusión seguramente generará menos interés en el proceso.

Arte público agredido: ¿censura o ley de la calle?

Al igual que sucediera en junio con la proyección de la palabra “hambre”, censurada en el edificio Telefónica, el pasado 24 de septiembre el colectivo Delight Lab vio nuevamente interrumpida una de sus acciones lumínicas, esta vez en el Monumento a Baquedano en plena Plaza Italia. Los autores fueron Carabineros de Chile, quienes actuaron a pesar de que la intervención estaba apoyada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Personas anónimas destruyeron también dos murales de mosaicos que rendían homenaje a Pedro Lemebel y al Negro Matapacos y otro mural pintado con la imagen de la cantante Mon Laferte fue borrado. ¿Qué tienen en común estas agresiones y qué las diferencia? ¿Cuándo es aceptable que el arte sea eliminado?

Por Denisse Espinoza A.

“Todos hablaron de la censura, pero nadie habló del significado de la obra”, reclama Octavio Gana, socio fundador del Colectivo Delight Lab junto a su hermana Andrea, quienes se han hecho conocidos desde el estallido social por sus intervenciones de arte lumínico con palabras simples, pero que apelan a mensajes sociales como “Chile despertó”, “Dignidad” o “Humanidad” proyectados en el Edificio Telefónica. En junio pasado, uno de ellos, “Hambre”, que aludía a las primeras manifestaciones en la comuna de El Bosque por la escasez de alimentos producto de la cesantía, sufrió la censura de personas que desde una camioneta y con potentes focos, apuntados directamente al edificio, cubrieron el mensaje. Una investigación de TVN, de la periodista Paulina de Allende, reveló que la camioneta sin patente había sido escoltada por efectivos de Carabineros y la PDI. Frente a eso, el colectivo de arte presentó un recurso de protección, declarado admisible por la Corte Suprema, y que hace dos semanas fue desobedecido.

La noche del 24 de septiembre, Delight Lab, en colaboración con Galería Cima, volvió a proyectar con luz, esta vez sobre el Monumento a Baquedano en Plaza Italia, una serie de frases que eran a la vez homenajes al artista Juan Luis Martínez y al poeta José Ángel Cuevas, además de una obra realizada en conjunto con el artista Caiozzama, la que sufrió directamente de censura, cuando un foco blanco proveniente de una patrulla de Carabineros hizo encandilar la proyección. La acción de arte, sin embargo, estaba en el marco de la Semana de las Artes Visuales, organizada por el circuito Barrio Arte y apoyada por el Ministerio de las Culturas. ¿Qué pasó entonces?

“Existe un proceso legal en curso por la primera censura y Carabineros simplemente desacató, lo que hace aún más grave el hecho, que además esta vez fue descarado. El mejor ejemplo para entender la censura es que la única persona que puede detenerse en el lugar e incluso sacarse una foto es Piñera, hoy nadie más puede acercarse a la plaza, porque de inmediato es reprimido y detenido y eso es justamente lo que pusimos en tensión. Esos son los horribles tintes de dictadura que está teniendo este gobierno y que convierten a Piñera en un dictador”, afirma Octavio Gana.

Intervención de Delight Lab frente al Monumento a Baquedano, Plaza Italia / de la Dignidad.

La reacción de la autoridad al día siguiente, a través de un tweet de la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, no aludió directamente al hecho: “La Constitución que nos rige actualmente consagra el derecho a la libertad de expresión. También uno de los principios de la ley de nuestro ministerio es el respeto a la creación”. Para Gana es insuficiente: “Si bien la acción estaba patrocinada por el ministerio, no fue financiada de ninguna forma y nosotros no recibimos honorarios. No hubo una condena a la censura ni mucho menos, entonces nos damos cuenta que, en la práctica, el Ministerio de las Culturas no existe, todo esto sigue hablando muy mal de nuestras autoridades”, agrega.

Pero, ¿qué había detrás de las obras proyectadas por el colectivo? ¿Eran peligrosas como para que hubieran motivos para que Carabineros interviniera sobre ellas? La primera -trabajada en colaboración con el colectivo Pésimo servicio, de Valparaíso- era un verso de un poema de José Luis Cuevas, de 2001, Destruir en nuestro corazones la lógica del sistema, que tiene que ver con una crítica descarnada al sistema capitalista neoliberal y sus manifestaciones: la irrupción de las tarjetas de crédito, el consumo desproporcionado, la alienación de los medios de comunicación. “Pensamos primero proyectarla en la Telefónica, pero hacía mucho más sentido hacerlo en el corazón de la manifestación, del despertar de los chilenos, que era alrededor del monumento a Baquedano”, comenta el artista.

La segunda era la adaptación de una de las obras de Juan Luis Martínez aparecida en La nueva novela -icónico y mítico libro de fines de los 70-, que es planteada como un problema lógico espacial. “El problema original habla de un punto A y B, y cómo pueden hacer B para desplazarse hacia A, sin que A se dé cuenta. Es una metáfora de lo que pasa hoy en la plaza, y es que nadie puede acceder a ella, porque están estos tipos de punto fijo que si se dan cuenta te reprimen y no te dejan pasar. En ese momento, habían cinco carabineros de turno, así que proyectamos cinco letras y cómo hacer para desplazarse sin que ellos lo notaran. Las siguientes intervenciones son las soluciones, la primera respuesta es la luz, con la luz poder entrar simbólicamente, y así proyectamos la imagen del perro Sogol en el monumento que es usado por Martínez en su libro”, explica Gana.

La segunda respuesta es la imagen de un laberinto que ilustra la portada del libro Aproximaciones a La Nueva Novela de Juan Luis Martínez, escrito por Pedro Lastra y Enrique Lihn, y que fue proyectado de tal forma que el perro Sogol atraviesa el laberinto. “Simbólicamente, fue muy interesante lo que ocurrió, porque en ese momento los Carabineros se sienten incómodos estando dentro de la proyección y deciden salirse del laberinto”, comenta el artista. Mientras que la tercera intervención estaba dedicada a proyectar algunas de las frases, consignas y expresiones gráficas aparecidas tras el estallido social, especialmente lo hecho por el artista Caiozzama, quien intervino con su interpretación de una nueva Constitución, ecológica y pluralista, en la que aparece un Buda conectado con su propio interior y con la naturaleza, además de la estrella del amanecer Wünelfe, el ícono de Leftraru, Lautaro. Esta fue la última acción interrumpida por el foco de Carabineros.

Según Carlos Gómez, académico del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile, toda la situación de la censura a Delight Lab habla de los tiempos que corren y de cómo operan las fuerzas de orden. “Es una escena bastante absurda, los Carabineros reaccionan bastante desorientados, sin saber qué hacer, y no es hasta el final que casi a modo de berrinche actúan, cómo diciendo ‘nosotros también tenemos una ampolleta’ y la usan, pero de una manera muy torpe. Esto da cuenta de qué manera opera la ideología y mentalidad de un sector que, en términos culturales, por así decirlo, tiene carencias para generar lecturas de fondo”, opina Gómez. “Por el otro lado está Delight Lab, un colectivo que ha demostrado tener estrategias muy brillantes en todo sentido. Lo que lograron esta vez creo que habla de una operación muy poética y sofisticada al mismo tiempo”.

Institucionalidad y ley de la calle

Delight Lab no fueron los únicos que, por esos días, sufrieron ataques a sus intervenciones artísticas. El 17 de septiembre, el colectivo Musa Mosaico se enteró por redes sociales de que su mural en homenaje a Pedro Lemebel ubicado en la intersección de calle Nataniel con Tarapacá, fue destruido. Le quitaron las piezas que eran parte de los ojos y la boca. Al igual que el del perro Negro Matapacos, ícono de la revuelta social y ubicado en la fachada del Centro Gabriela Mistral, que por segunda vez fue parcialmente desmantelado. “Primero fue el del Negro Matapacos, donde hay videos e identificamos a una persona que según nos han dicho, ha estado en las marchas del Rechazo, lo mismo que en el de Lemebel, donde aparecen por lo menos dos personas, una de ellas es Roberto Belmar, que tiene una cautelar y también es integrante de un movimiento llamado Capitalismo revolucionario”, cuenta Isabel González, mosaiquista y parte del colectivo Musa Mosaico y Mosaikombat.

Mural de Musa Mosaico en homenaje a Pedro Lemebel, atacado.

“Estos trabajos son instalados en la calle, son de ahí y asumimos los riesgos”, afirma la artista quien en 2017 comenzó con este grupo de mosaiquistas que varía entre cuatro o cinco miembros. La idea de Musa Mosaico fue rendirle tributo a personajes que si bien son reconocidos para ellos tiene poca representación en el espacio público. Partieron con Violeta Parra y Gabriela Mistral, instalados en calle Lastarria y la comuna de Cerrillos, respectivamente y luego han seguido con Rodrigo Rojas de Negri (Valparaíso), Lenka Franulic (Antofagasta), Andrés Pérez y la artista y activista Hija de Perra, que aún esperan muros para ser instalados. Mientras que en su versión Mosaikombat, la idea es desarrollar íconos más revolucionarios, siendo el primero el Negro Matapacos.

“La mayoría de quienes trabajan con obras en la calle, murales, saben que estos pueden ser rayados, borrados, destruidos, es parte de lo que sucede en las calles y por supuesto puede haber personas que lleguen y en un acto de rabieta pegarle al mural, pero en el caso de Lemebel hay un gesto bastante siniestro, porque con todo lo que hemos pasado desde el 18 de octubre, con las víctimas de lesiones oculares, que le quiten los ojos a Lemebel es una referencia muy clara. Lemebel es un personaje que pertenece a un mundo disidente que representa a la comunidad LGTBI, entonces puede ser leído como un acto homofóbico incluso. Acá sin duda hubo dolo con una intención ideológica detrás”, afirma Isabel González.

Sin embargo, ¿qué gravedad tiene cuando las personas involucradas son simplemente civiles? Para el académico de la Universidad de Chile, experto en espacio público, Francisco Sanfuentes, hay que diferenciar estos actos de agresión a lo que se vio con Delight Lab. “La relación entre el arte y el espacio público siempre va a ser conflictiva. El espacio público también es el espacio institucional, es el espacio del poder, el espacio público, a veces, es el espacio privado de una cantidad de vecinos que lo asumen como propio y deciden qué es lo que vale y qué es lo que no vale. Entonces, cualquier gesto de naturaleza artística en la calle está sometido a una espacio de fragilidad. Desde que lo sacaste a la intemperie, tu intención, tu deseo, tu trabajo, queda puesto en suspenso cuando está en la calle”, explica. “Por otro lado, aquel arte que está en el espacio público y que ha sido institucionalizado, léase monumento o muralismo institucional o esas obras que son gestionadas por el MOP, siempre van a ser más protegidas y cuidadas como patrimonio, lo que no quiere decir que aquellas que no estén institucionalizadas dejen de ser arte o expresiones artísticas válidas”, aclara Sanfuentes.

Sin embargo, para el académico hay una diferencia clara entre lo que se define como “ley de la calle” o la práctica entre grupos artísticos o personas individuales que borran manifestaciones artísticas para poner otras, “suerte de reescritura callejera a modo de palimpsesto”, y cuando son actos que vienen desde instituciones estatales. “Lo que pasó en el GAM, a principios de la pandemia, cuando la institucionalidad -sea el municipio, la Intendencia o Ministerio del Interior- tapó todas las expresiones gráficas que allí había, y que no necesariamente eran obras de arte en el sentido pomposo del término, se puede considerar bastante grave y patético de parte de esa autoridad”, dice.

¿Cuál es la responsabilidad que ,en ese sentido, le cabe a las instituciones culturales involucradas? Isabel González cuenta que desde la Municipalidad de Santiago nadie se puso en contacto con ellos, a pesar de que el alcalde Felipe Alessandri afirmó por la prensa sobre el mural de Lemebel que “ya nuestras cámaras tienen imágenes, estamos viendo con la Fiscalía y lo importante es recuperar este memorial, este mosaico que es tan importante, muy valorado por la comunidad”.

“Para nosotros son apoyos ficticios, porque en la realidad, nada. Tampoco esperábamos la ayuda de él o el apoyo del GAM, porque la verdad es que tampoco pedimos permisos para instalar nuestro mural ahí, ni sabemos lo que ellos piensan. Nosotros mismos gestionamos y financiamos todos los proyectos. Ya llevamos siete murales, cinco instalados y nunca hemos recibido apoyo externo. Eso sí, la reacción de la gente frente a los ataques nos sorprendió. Uno, a veces, no dimensionaba la llegada que puede tener un mural. En este caso el de Lemebel se había transformado en un pequeño altar, muy visitado, querido, la gente a veces le iba a poner velas, entonces por ese lado ha sido bonito darse cuenta del apoyo, y nos han llegado cientos mensajes de apoyo, colaboración y ofertas de dinero para repararlo”, cuenta Isabel, quien confirma que tienen planeado restaurarlo en el futuro, mientras que el del Negro Matapacos lo dejarán tal cual, “como registro de lo que pasó”, aunque instalarán nuevos murales del perro del pañuelo rojo en otros lugares.

Mural de Mon Laferte borrado, obra de Julio «Ros» Pizarro.

Para Julio “Ros” Pizarro, el artista detrás del mural de Mon Laferte, que estaba ubicado en Avenida Matta con Santiago Concha y que apareció borrado con pintura blanca y con la palabra “rechazo” a fines de septiembre, lo sucedido con el Colectivo Musa Mosaico es mucho más grave. “Encuentro más fuerte destruir una obra así que una como la mía. Lograr hacer el trabajo del mosaico es más pega que lo que hago yo y verlo destruido es muy triste. Vi un par de videos de unos tipos destruyéndolo con un martillo, esa es una acción super violenta, porque además la persona que hace ese trabajo no es que corte cerámica, y lo pegue y listo, es mucho trabajo. Horas que uno dedica, tiempo y dinero y eso nadie lo valora”, cuenta.

En junio del año pasado, el artista fue convocado por Ignacio Orrego, fotógrafo y director de Fotorock, para realizar un mural dentro de un festival dedicado a íconos de la música. La idea era hacer siete murales, pero sólo alcanzaron a hacer tres antes del estallido social, el de Mon Laferte, inaugurado en septiembre, el de Gustavo Cerati en Santa Isabel, que también fue rayado, y el de Chris Cornell, que aún sobrevive en barrio Italia.

“Nosotros no estamos en ninguna parada política, queremos puro expresar arte y adornar un poco la ciudad, el muro se politizó después. A mí no me interesa la política, yo estoy 100 por ciento dedicado al arte y a otros negocios”, aclara Julio “Ros” , quien cuenta que tiene además una panadería y en el plano artístico colabora con el colectivo Social Street Art, con quienes ha intervenido colegios y plazas públicas en barrios con riesgo social de comunas como San Bernardo y La Pintana.

“A mí me sorprendió que el mural durara tanto, fue más de un año y medio que estuvo y duró lo que duró. A todos nos pasa, el 100 por ciento de quienes pintan en la calle asume el riesgo de que sus trabajos sean destruidos, rayados, borrados, es la ley de la calle. Ahora, para mí esa ley también tiene sus reglas. La idea no es borrar por borrar, sino borrar con algo mejor. Si yo voy y veo un muro y hago una pieza encima con más horas de trabajo y se nota, el pintor puede decir ‘ah ya, esto está mejor que lo mío’, pero si viene gente equis y tapa con brochas y blanco, eso es ataque puro”, opina el muralista, quien también ya está gestionando los permisos para volver a intervenir el muro de Mon Laferte con una nueva imagen.

“Quedamos contentos, la verdad, porque para bien o para mal, generamos algo en la gente, no dejó indiferente, y creo que eso es importante. La ciudad se va renovando siempre, y que una obra esté ahí 10 o 20 años y nadie la pesque, tampoco es lo ideal”, agrega.

Francisco Sanfuentes cuenta que la renovación de murales por otros a modo de “guerrilla de artistas” es algo usual e incluso hay antecedentes en Chile. “No es nuevo, en Chile desde 1964 en adelante, con la elección de Frei Montalva, se armaron estas brigadas muralistas como la famosa Brigada Ramona Parra y que se describían a sí mismas como brigadas de choque’, porque efectivamente sucedía que la BRP conquistaba un muro y luego llegaban en una camioneta la brigada de la derecha, o de Patria y Libertad, a borrarlos y agarrar a palos a los artistas que eran niños.  Desde entonces la BRP tenía seguridad, unos pintaban el muro y otros vigilaban y los protegían. Entonces no puedo decir que sea ilegítimo borrarlo, es parte de la dinámica callejera”, explica el académico.

Del otro lado, la censura al arte público tampoco es nueva y tiene su expresión más política y cruda justamente durante la década de los 70, con obras que simplemente fueron olvidadas. Sin ir más lejos, sucedió con varias de las obras inauguradas en el edificio de la Unctad III, hoy GAM, que fueron destruidas cuando la junta militar tomó poder del edificio o el extraordinario mural de Julio Escamez ubicado en la municipalidad de Chillán, que es recordado ahora por el profesor Carlos Gómez. “Era un mural alucinante, de estilo retrofuturista, pero muy influenciado por la escuela del muralismo mexicano, que fue no solo borrado después del golpe de Estado, sino que las autoridades también decidieron picar el muro, y meter un entrepiso, sin dejar posibilidad alguna de restaurar esa obra. Se perdió y lo que quedan son algunas fotos que dan cuenta del carácter impactante y de la calidad del artista”, concluye.

¿Es el libro un artículo de primera necesidad?

Un debate entre cartas al director planteó un tema que vuelve cada cierto tiempo: qué tan necesarios son los libros y la lectura en Chile. La experiencia y fracaso del Maletín Literario, iniciativa del primer gobierno de Michelle Bachelet, dejó en claro que el acceso a libros no es el único problema sino también la mediación. Distintos actores en torno al libro discuten en esta nota los variados alcances del complejo problema lector en Chile.

Por Florencia La Mura

“La caja de alimentos en poblaciones y barrios pobres de todo Chile a consecuencia de la pandemia puede incrementarse con un ingrediente que, para muchos, resulta indispensable. Hay un alimento fundamental que falta: un libro”. Así comenzaba la carta de Felipe de la Parra y Federico Gana, periodistas y escritores, en El Mercurio el 13 de agosto. A esta idea le respondió raudo Pablo Dittborn, quien ha sido parte de las editoriales Quimantú, Ediciones B y Random House Mondadori y, actualmente, La Copa Rota. “No. Por favor, no nuevamente. La idea de incluir libros en las cajas de alimentos me parece el peor error que podríamos volver a cometer”, postuló tajante el editor, aludiendo al proyecto Maletín Literario I y II, ambos del primer gobierno de Michelle Bachelet y que consistió en entregar cajas con 16 clásicos literarios de García Márquez, Neruda y Mistral, entre otros, además de una enciclopedia.

Más de 400 mil colecciones se repartieron entre 2008 y 2010, sus libros muchas veces terminaron vendiéndose en la feria y los resultados nunca tuvieron seguimiento. Los 7 mil millones de pesos invertidos en la campaña han sido criticados desde entonces por distintos actores del mundo del libro y la lectura. La discusión se actualiza ahora en medio de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, luego de la entrega de las cajas de alimentos. En los tiempos que vivimos, ¿corresponde igualar la necesidad de comida a la de un libro?, ¿vale la pena regalarlos sin mediar en su acercamiento? Distintos escritores y editores contrastan sus visiones al respecto.

Libro-objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

El eterno problema

En Historia del libro en Chile (LOM, 2010), Bernardo Subercaseaux analiza cómo las razones económicas -el hecho de importar la mayoría de los libros y la baja producción e interés por publicar en Chile- marcaron la historia del siglo XIX. Desde la creación de la patria los libros fueron un bien escaso y solo accesible a las élites. Durante el siglo XX, la historia no cambió mucho, afirma el Doctor en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard e integrante del consejo asesor del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile. Bajo ese escenario fue que el proyecto de Maletín Literario parecía una buena idea, pero mientras un sector quería impulsar la lectura, otro dejó en claro que no basta solo con tener qué leer.

“El proyecto del Maletín Literario, aunque tenía una intención loable, fue un fracaso”, sentencia Subercaseaux, añadiendo que “masificarlos en cajas de alimentos probablemente tendría un resultado similar. Lo que puso de relieve es que, en cuanto a políticas públicas, el tema que requiere una solución definitiva es el de libros escolares y materiales vinculados a la educación”. Para Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH), la idea de sumar libros a las cajas de alimentos se diferencia del Maletín Literario, la que cataloga como “una iniciativa descolgada en tiempos de bonanza y mall”. Por otra parte, “un libro entre los alimentos, cuerpo y espíritu, simbólicamente entrega otro mensaje”, opina Rivera, quien señala que, en tiempos de encierro, sin paseos ni distracciones, sumado a la monotonía de la televisión, “el libro que no se va a la despensa junto al arroz y las legumbres, queda por ahí, a la mano de quien lo pueda hojear”.

Para Rivera, el libro es un artículo necesario, que lleva décadas peleando por ese espacio. “Se viene luchando hace 47 años contra la quema de libros, contra su invisibilidad, su menosprecio, sus enemigos neo ignorantes, contra las ficciones de la quiromancia y la cartomancia de economía y negocios que llenan páginas y páginas inútiles y pese a ello su poder sigue vigente”.

El ecosistema del libro

La importancia que Rivera le otorga a la lucha del libro contra el modelo de negocios juega un rol clave en la configuración de las editoriales nacionales y del acceso a la lectura. “Vivimos en un país con un presupuesto de 0,4% del PIB para artes, cultura y patrimonio, y sueldos promedio de alrededor de 500 mil pesos, cuando sólo el desplazamiento al trabajo se lleva un 18% y el IVA a la primera necesidad otro 19%. Pensar que en estas condiciones alguien pueda comprar un libro es descabellado”, explica Rivera, contextualizando un país donde predominan los grandes conglomerados extranjeros, con mayor acceso a producción, tirajes altos y distribución de libros.

Para Paulo Slachevsky, director y cofundador de LOM Ediciones, parte de la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos – Editores de Chile y miembro del consejo del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, pensar en el libro como un objeto no prioritario es legado de la dictadura. “Se relaciona con un país donde pensar, criticar, era incómodo, peligroso”, fundamenta, agregando que “revertir ese quiebre de la sociedad con el libro requiere un impulso público mayor, una real voluntad de que exista participación popular”.

Una iniciativa recordada como gran ejemplo del libro pensado para el pueblo, fue la del gobierno de la Unidad Popular, quecompró en 1971 la entonces Editorial Zig-Zag, transformándola en Editorial Quimantú,para editar desde obras clásicas universales hasta historietas locales y venderlas en quioscos a precio accesible. Al año de estar activa llegó a imprimir 500 mil ejemplares mensuales, una cifra muy superior a los 500 ejemplares que un 60% de las editoriales nacionales imprime de un libro, de acuerdo al informe anual 2019 de la Cámara Chilena del libro.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux, quien en Historia del libro en Chile destaca que Chile siempre ha tenido una baja edición local de libros y con bajos tirajes, lo que aumenta su precio de producción y, por ende, de venta, en relación a otros países con tanto mayor compra de libros como mayor cantidad de habitantes, como Argentina.

Bajo una mirada distinta, y que pone el foco en la creciente escena local de editoriales independientes, Slachevsky cree que el mismo anhelo democratizador de lo que fue Quimantú se puede dar bajo modelos diferentes, “donde más que el gran tiraje, se apueste por la bibliovidersidad. Los cambios tecnológicos favorecen que podamos tener miles de pequeñas Quimantú a lo largo de Chile, miles de libros diferentes en tirajes pequeños y medianos”.

Iniciativas populares

Constanza Figueroa, diseñadora gráfica, parte de Editorial Piña Ruda y Revista Yasna, y Pablo Castro, director de la feria de arte impreso IMPRESIONANTE, decidieron trabajar con la idea del hambre y la caja de alimentos del Gobierno, haciendo con esta un libro-objeto que recoge frases de Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Clarisa Hardy, entre otras escritoras. Por esos días llegaron a distintas redes solidarias y en paralelo a la publicación «Hambre + Dignidad = Ollas Comunes», donde Hardy “determina lo poderosa que es la organización social en torno a la provisión de alimentos, en contraposición a la indiferencia de la clase gobernante”, relata Constanza.

Constanza y Pablo, cuyo trabajo se desenvuelve principalmente en torno al arte, la visualidad y la publicación independiente, encauzaron su energía y durante el cuarto mes de aislamiento fue que estuvieron “armando esta publicación con lo que teníamos disponible, política y materialmente”, explican. El pasado octubre, ambos quedaron con la inspiración que les dejó el estallido social. “Necesitábamos seguir produciendo imágenes románticas para atacar a una institucionalidad opresora que nos priva de todo incluso el amor”, reflexiona la pareja, quienes a la hora de pensar en objetos de primera necesidad, no piensan en el libro, lo que no le quitaría importancia. “El libro, la publicación independiente y el arte impreso, tienen la posibilidad de ser dispositivos superpoderosos, aunque reconocemos que es de un alto nivel de privilegio estar familiarizados con estos formatos”.

Libro objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

Quienes no tienen duda en considerar el libro como un artículo de primera necesidad son las integrantes del colectivo Autoras Chilenas (AUCH), quienes promovieron la acción Libros por la vida, como una forma de reunir libros para donarlos a las distintas ollas comunes que surgieron en la capital. El proyecto comenzó en junio pasado como “una acción literaria y una manera de repensar la literatura como parte de un movimiento político no solo fuera de los círculos literarios capitalistas”, explica Mónica Barrios, escritora, académica y parte de AUCH. Para ella, esta acción responde a una necesidad no cubierta ni por el sistema capitalista ni por el Estado. “Pensamos la potencialidad de la literatura como la creación de un espacio de economías no-capitalistas, de intercambios de cariños y cuidado, para poner en marcha una red comunitaria que ha estado en funcionamiento a las sombras del Estado desde hace tiempo”, agrega.

Esta iniciativa puede verse como un reflejo de la idea que De la Parra y Gana proponen en su carta, esta vez trabajada con enfoque feminista y de manera independiente al Gobierno. Para AUCH, esta es una forma de relevar la importancia que debiese tener el libro, poniendo la cultura en un lugar indispensable. “Los alimentos nos permiten vivir. Los libros nos ayudan a entender la vida, a darle un sentido”, reza la carta adjunta a cada lectura entregada. Mónica también deja claras las diferencias que esta iniciativa tiene con el Maletín Literario. “Creo que los libros tienen múltiples formas de leerse y usos, y que las lecturas deben ser diversas en cuanto a cuerpos y lo que sacan de los libros. El interés que provocó esta donación entre las comunidades dice tanto más que el fracaso del Maletín Literario”, asegura.

Si bien las realidades materiales actuales en Chile se utilizan como una justificación para pensar en el acceso a la cultura como algo no urgente, la pandemia dejó en claro la precarización de la cultura en Chile y cuánto necesita un sostén económico permanente. Por otro lado, y en particular desde la literatura, las editoriales nacionales han debido reinventarse en el contexto actual y en muchos de los casos, también han liberado libros haciéndolos de acceso gratuito en momentos complejos.

De acuerdo a Paulo Slachevsky, la pandemia ha revelado de forma clara como no solo la lectura, sino el arte en general, sostienen la vida. “Salvador Allende insistía durante la Unidad Popular en la importancia de tener una biblioteca y un jardín infantil en cada población. Los bienes de primera necesidad no pueden pensarse sólo desde la individualidad, sino también desde la comunidad. Y allí, la cultura, los libros en particular, son vitales”, insiste. “Es hora de pensar y actuar colectivamente para cambiar el estado de las cosas, liberándonos de las lógicas de mercado y del colonialismo cultural que concentran y excluyen, potenciando un ecosistema propio y diverso, poniendo al centro el sentido cultural y liberador del libro y la lectura”, sostiene Slachevsky. De esta forma, un libro gratis nunca estaría demás.