¿Cómo queremos convivir en sociedad? Un diálogo entre Ennio Vivaldi y Humberto Maturana

En julio de 2020, el rector de la Universidad de Chile conversó con el profesor Humberto Maturana en el ciclo virtual Conversaciones Fundamentales, un espacio organizado por la Casa de Bello en el que ambos dialogaron, entre otras cosas, sobre la importancia de la democracia, la convivencia, el respeto mutuo y la apertura reflexiva en el Chile de la pandemia y en la sociedad que se quiere construir tras el estallido social. «Su dimensión intelectual fue siempre motivo de orgullo para la U. de Chile y para el país», dijo Vivaldi tras la muerte del intelectual —de quien era amigo hace años—, tras lo cual decretó tres días de duelo universitario. Aquí, compartimos un extracto de ese encuentro, moderado por el sociólogo Sebastián Gaggero.

***

Sebastián Gaggero (SG): Los quiero invitar a hacer una reflexión en torno a lo que estamos viviendo como humanidad hoy, en estos tiempos de pandemia. ¿Cómo ve usted, doctor Maturana, esta crisis humana?

Humberto Maturana (HM): Creo que es una gran oportunidad para reflexionar. El acto de la reflexión consiste en salirse de la ocasión en la que uno se encuentra y tener una mirada más amplia. No pienso que la pandemia sea una respuesta de Gaia a la vida que tenemos; es parte de Gaia, está pasando ahí, pero nos remece porque nos lleva a reflexionar sobre lo que estamos viviendo cada uno desde su perspectiva. Yo soy biólogo, trabajo reflexionando sobre biología cultural y ese es mi presente, y desde allí voy a hacer mi reflexión. Es el momento de preguntarnos qué estamos haciendo en este presente, de modo que estamos viéndonos a nosotros de una manera en que antes no nos veíamos.

Ennio Vivaldi (EV): Yo creo que esta crisis nos dice mucho sobre cómo estamos. ¿Con qué país nos encuentra la pandemia? Con un país que no valora en absoluto la atención primaria en salud; un país que no le dio importancia a la salud mental y se concentro mucho en la atención terciaria. Pienso también en las universidades chilenas y me recuerdo a mí mismo como estudiante de primer año de Medicina escuchando a Maturana preguntar qué es la vida. Y yo me daba cuenta de que estaba entrando a un espacio de diálogo donde se generaba una comunidad con mis compañeros estudiantes. Es absurdo reducir la universidad a un mecanismo para tener mejores ingresos, estamos pagando muy caro haber perdido esos valores. Por eso, para mí es muy emocionante estar conversando con Humberto Maturana. Porque es una parte muy importante de mi reflexión en torno a lo que es la U.

SG: Doctor Maturana, ¿qué es lo central en su quehacer como profesor?

HM: Lo central ha sido una apertura reflexiva; invitar a reflexionar, a mirar, porque lo fundamental del mirar está en el dejar aparecer. ¿Qué está pasando en ese ente que veo? Eso implica una disposición a ver, a escuchar sin prejuicios, sin supuestos, lo que permite una mirada reflexiva en todas las dimensiones imaginables, porque uno se va encontrando con un mundo que aparece en tanto uno lo deja aparecer. Eso corre para la universidad y para todo lo que hacemos: si no dejamos aparecer la situación que nos ocupa, nos movemos desde el prejuicio, desde la exigencia, y no la vemos y, por lo mismo, no podemos tener una conducta adecuada frente a ella.

SG: ¿Qué visión tiene de esta reflexión del doctor Maturana, rector?

EV: Me parece muy relevante para entender el drama que ha vivido la sociedad chilena desde que se instauró este modelo. Recogiendo las recomendaciones del profesor Maturana, diría que a lo mejor aquí se siguió un método axiomático, en el cual se parte de tres o cuatro axiomas que son tomados como verdades absolutas, y de ahí empieza a desprenderse cómo tiene que ser la salud, la educación. ¿Cuáles son esos axiomas? Por ejemplo, que el ser humano es intrínsecamente egoísta y va a buscar solo sus propios intereses. Se nos dice que para dar más de nosotros tenemos que estar en una situación de competencia, que es una de las cosas que muy poca gente ha desarrollado con la elegancia intelectual de Humberto Maturana. Se descuidan los conceptos de cooperación y de bien común. Estos axiomas que se supone que son la competencia y el individualismo nos han llevado a una situación que nos deja muy mal en la pandemia. Hay que ir en contra de los axiomas que se nos ha intentado imporner en este modelo de sociedad. Creo que si incorporamos esa enseñanza, va a ser muy valioso.

SG: ¿Doctor Maturana?

HM: Cuando uno tiene un axioma tiene un punto de partida por el cual no reflexiona. Se trata de una verdad sustentada en una ideología o una doctrina que da orígen a teorías fundadas en nociones básicas sobre las que uno no reflexiona. Se toman esas nociones básicas como dadas y se hace un sistema deductivo maravilloso sobre ellas. Pero deberíamos estar dispuestos a revisar esas nociones básicas; siempre es importante estar dispuesto a mirar las  premisas fundamentales, porque la democracia, la convivencia y el mutuo respeto solo surgen de una apertura reflexiva, porque si se tiene una respuesta hecha de antemano, entonces no se ve qué es lo que está sucediendo. Eso es lo fundamental y lo que idealmente los niños debieran aprender. Ciertamente que la U tiene esa propuesta fundamental de revisar siempre las premisas básicas.

SG :¿Creen que hemos fallado como sociedad en inculcar esa capacidad reflexiva de mirar los fundamentos cuando actuamos y pensamos lo que hacemos?

EV: Creo que hay una mentalidad muy reduccionista que tiene gran impacto en la educación y que en Chile ha causado un tremendo perjuicio en áreas como las humanidades, las ciencias sociales y las artes, privilegiando un afán muy pragmático. Eso ha sido trágico. No podría estar más de acuerdo con el doctor Maturana cuando dice que una de las cosas en que más ha fallado la educación es en mirar los principios fundamentales; principios en los que uno está tan adentrado, que no los contrasta con la realidad. Para volver al tema de los axiomas, está esa idea de que lo privado es mejor que lo público, pero las universidades mejor evaluadas son las públicas. El temor a cuestionar las premisas es grande. ¿Qué consecuencias ha tenido eso en educación? Antes teníamos una educación pública que mezclaba y unía a todos los jóvenes de todos los orígenes socioeconómicos. Esa heterogeneidad se perdió y primó un sentido utilitario de la educación. Hay una pérdida de estos valores que ha repercutido en la educación y que ha generado una falta de diálogo. Hay una necesidad de un dialogo intergeneracional. En vez de criticar y denostar a los jóvenes de hoy, sería bueno tratar de entenderlos.

SG: Doctor Maturana, a usted lo sanó la salud publica y fue educado en ella. ¿Cómo han cambiados las cosas desde entonces?

HM: Es cierto, soy un sobreviviente de una época en la que la tuberculosis era como el covid-19; se trasmitía por contagio, no existía un remedio para ella y la única forma de enfrentarla era evitar los contagios y generar las condiciones de vida más adecuadas para que la persona mejorase sola. Pasé tres años viviendo de esa manera hasta que apareció la estreptomicina. En Chile se hicieron muchos sanatorios para tuberculosos, porque eran lugares donde los pacientes podían estar aislados y evitar la propagación de los contagios. Lo interesante era la preocupación social por estas personas enfermas y cómo se evitó que la enfermedad se propagara; uno tenía que cooperar y aceptaba la reclusión en el sanatorio. Es lo que nos hace falta: darnos cuenta de que nuestra conducta hará que esto se expanda o desaparezca. Es fundamental tener conciencia de que somos parte de una comunidad fundada no en la competencia, sino en el mutuo respeto y la colaboración. Entonces este remezón nos lleva a darnos cuenta de eso, y es fundamental. Me acuerdo que cuando empecé a estudiar medicina, en la década del 50, tuvimos una reunión todos los estudiantes de primer año de medicina para preguntarnos qué queríamos hacer en nuestra vida como médicos. Y lo interesante es que la respuesta general fue «devolverle al país lo que me ha dado, porque me ha dado salud, educación y una serie de cosas que yo no tendría». Eso es lo que en estos momentos nos falta: una convicción interna de cada uno de nosotros, como personas y ciudadanos.

EV: Recogiendo lo que decía el profesor Maturana, muchos universitarios cursaron sus estudios en Chile endeudándose con su pueblo y después comenzaron a endeudarse con los bancos, y no es un juego de palabras. Es muy distinto decir “yo adquirí un compromiso con mi país” que “yo adquirí un compromiso con devolverle plata a una institución financiera”. Una de las cosas que tenemos que aprender de la crisis que vivimos es que no es cierto que no existe la sociedad y que existen puros individuos. La vacunación es universal y gratuita, eso no es ni limosna ni ayudar a los que no tendrían cómo pagar la vacuna. Lo que estamos viviendo se da a nivel de sociedad: aquí nadie se salva solo. Yo creo que el estallido social es en gran medida una reacción a lo que estamos conversando ahora: usted que viene conmigo a marchar no es mi rival; veamos cómo hacemos para salir juntos de esto. Es una vuelta a sabernos pertenecientes a una sociedad. Lo que plantea el profesor Maturana es un concepto absolutamente claro para entender el estallido y para pensar el Chile pospandemia que habrá de construirse.

HM: Cuando aparece el tema del estallido social y aparece con enojo —legitimo, porque es una queja que habla de aquello que nos enoja porque hemos sido abusados—es importante que todo esto nos lleve a descubrir que somos un conjunto, una comunidad humana en la cual hay que escuchar las quejas. Luego del gobierno militar todo se orientó al éxito, a la competencia, a la visión económica, y ha habido una ceguera fundamental frente a las condiciones de vida y convivencia. Ahora con el covid-19 volvemos a un proyecto común que exige respeto mutuo y apertura reflexiva.

El rector Vivaldi junto al profesor
Maturana, en el homenaje que la Facultad
de Ciencias le rindió en 2016.

SG:¿Cómo recuperamos o reforzamos la idea de escucharnos en conversaciones de mutuo respeto para lograr un convivir distinto?

EV: Lo primero es reinstalar nociones que tendrán que guiarnos y que han sido totalmente desatendidas. Una de ellas es el bien común. Tenemos que reinstalar que el prójimo nos ha de importar. En esta queja y rabia del estallido, también tenemos que autoexigirnos una posición constructiva, y eso es un gran valor de nuestra universidad, que en su momento propuso una educación pública, una Reforma Agraria, un Servicio Nacional de Salud; el voto femenino. Eso tenemos que recuperarlo, porque no nos va a bastar esta rabia.

SG: Y desde ahí, ¿cuáles serían los elementos claves para movernos hacia una perspectiva menos de protesta y más de propuesta?

HM: Para eso tenemos que conversar, tenemos que encontrarnos y escucharnos.  Cuando hablamos de democracia, ¿qué queremos? Una convivencia ética, de colaboración, para conversar y ver los errores. Todos estamos inmersos en los errores, pero la única forma de corregirlos es descubrir el error. ¿Y cómo se descubre? Reflexionando, ¿y cómo se reflexiona? Con uno mismo en la soledad o con otros en una conversación. Cuando nos ponemos a discutir en función de principios y teorías, no vemos cuáles son las consecuencias. Cuando las consecuencias no eran las que esperábamos, hay que ver dónde nos equivocamos y corregir el rumbo, pero hay que hacerlo en conjunto. Sí, tenemos ideas diferentes, por supuesto, pero las únicas ideas diferentes peligrosas son las que son doctrinas, fanatismos que impiden la reflexión. Cuando hay una queja pública, debemos escucharla, porque si no escuchamos no entendemos su naturaleza y no podemos escoger una conducta adecuada. Cuando se nos hace una crítica, hay que abrir la mirada a la reflexión para ver desde dónde viene; puedo escoger una acción diferente o insistir en lo que estoy haciendo, pero en un ámbito de convivencia fundamental, de mutuo respeto, de honestidad. Hay un tema fundamental, que es la formación de los niños. Todos debemos crecer sintiéndonos parte de una comunidad y de un quehacer; no somos todos iguales, pero somos todos inteligentes. Las diferencias no son de inteligencia, sino de conflictos de deseo, y si queremos convivir, tenemos que abrir el espacio para la colaboración haciendo cosas diferentes que se integren en una comunidad diversa. Los seres humanos nos necesitamos los unos a los otros; somos seres biológicos que nos entrelazamos en estas dos dimensiones, el vivir relacional y el vivir biológico, que constituyen una unidad indisoluble.

SG: Doctor, ¿qué mensaje enviaría en este presente que estamos viviendo?

HM: Recordaría que estamos ocupando un territorio; somos miembros de un país y es nuestra responsabilidad lo que suceda en él, y va haber honestidad, respeto, mentira, negación; según cómo lo vivamos. Pero hay una cosa que todos los seres humanos tenemos, que es nuestro gran tesoro y que nos permite salir de cualquier trampa: la capacidad de reflexionar, de ampliar la mirada y ver dónde estamos. Si aprovechamos este instante terrible y maravilloso en el que nos encontramos y recuperamos nuestra libertad reflexiva, entonces vamos a poder escoger un mundo en la diversidad: queremos cosas distintas, pero conviviremos en el mutuo respeto y en la colaboración.

SG: ¿Cuál sería su mensaje, rector?

EV: Que tenemos que aprender que se nos ha condicionado a vivir en una indiferencia por los demás, algo que era muy difícil en los tiempos que conocimos con el profesor Maturana, porque teníamos una conciencia plena de las condiciones en que vivía gran parte de la población chilena y no podíamos rehuirlo. Teníamos un compromiso con mejorar las condiciones de vida en nuestro país, mientras que hoy cada uno se centra, se concentra y se limita a sus circunstancias concretas. Ya nadie agradece a sus antecesores, nadie piensa que recibe una educación que ha sido constituida por muchos; que uno recibe una universidad en cuyas aulas resuenan generaciones que la fueron construyendo. No, la vida no empieza con uno, y entendernos desde esta otra perspectiva, desde esta red, es fundamental. Como nunca antes, hoy se ha hecho muy evidente que la suerte de los demás incide en lo que le ocurre a uno. Tenemos que combinar inteligencia y emoción para ser capaces de encontrar juntos un camino. Y lo vamos a encontrar.

***

Ve el video completo de Conversaciones Fundamentales acá.

Miguel Allende: “Si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión en ciencia tiene que ser distinta, no hemos aprendido nada”

El académico de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile es uno de los integrantes del Programa de Vigilancia Genómica convocado por el Gobierno, una suerte de equipo de detectives científicos empeñados en desentrañar las características esenciales del virus y de las nuevas y temidas variantes. Una carrera contra el tiempo, pues solo en la medida en que la ciencia descifre la marca de fábrica de cada una de ellas podremos saber si las vacunas serán efectivas y de qué manera nos afectará este u otros virus que nos atacarán en el futuro. “Después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos es tener mejor conocimiento de la naturaleza”, advierte.

Por Jennifer Abate C.

En los laboratorios de la investigación genómica no hay lupas ni polvo para encontrar huellas dactilares, tampoco bolsas plásticas con pruebas que permitan dar con la identidad de un sospechoso. En la naturaleza no hay buenos ni malos. No hay culpables, aunque sea fácil pensar en esos términos del covid-19, una enfermedad que ha cobrado casi tres millones de vidas en el mundo y que en Chile ha causado más de treinta mil muertes. Lo que buscan los investigadores genómicos, una suerte de detectives científicos, es dar con la identidad de los organismos biológicos, describir todas sus características, saber cómo interactúan con el ambiente y, en el caso de los virus como el Sars-Cov-2, determinar cómo impactarían sobre las personas.

Su larga trayectoria en este tipo de investigaciones llevó al doctor Miguel Allende, profesor titular del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde realiza investigación fundamental en el área de la genética molecular y el desarrollo, al Programa de Vigilancia Genómica que integran el Ministerio de Salud, el Ministerio de Ciencia, el Instituto de Salud Pública y algunas universidades. Allende, doctor en biología molecular, coordinador del Consorcio Genomas CoV2 y director del Centro de Regulación del Genoma, forma parte del equipo que hoy trabaja para resolver una duda crucial: ¿responderán las nuevas variantes del covid-19 detectadas en Chile a las vacunas que ha aprobado nuestro país?

Hay alarma pública por las nuevas variantes del virus. Desde el punto de vista científico y desde la respuesta sanitaria, ¿por qué es relevante desentrañar el genoma del covid-19 y analizar las variantes que circulan en nuestro territorio?

—El virus, al igual que todos los demás organismos de este planeta, basa su herencia en el material genético que tiene, el que va cambiando con el tiempo y es lo que permite la evolución de las especies. Este virus no es distinto, es decir, evoluciona, y al evolucionar, lo que está haciendo es tratar de mejorar sus capacidades de replicarse, perpetuarse y eso, lamentablemente para nosotros, conlleva que esas mejoras, esos avances genéticos, puedan conducir a un aumento de la transmisibilidad, por ejemplo, o de la capacidad de contagiar personas o de la severidad de las enfermedades que produce. Por eso es muy importante estar monitoreando permanentemente esos cambios genéticos, saber si el virus está sufriendo cambios que puedan generar más dificultades para nosotros en el control de la propagación de la pandemia o en la severidad de las enfermedades que este produce.

Miguel Allende – Crédito: Alejandra Fuenzalida

En la discusión pública sobre el tema suele ponerse énfasis en el monitoreo del avance del virus y en las medidas sanitarias para enfrentarlo, pero no en la vigilancia genómica, que usted señala como fundamental. ¿Por qué?

—Supongo que eso tiene dos causales. Primero, no tenemos experiencia en tiempos recientes de una pandemia de esta magnitud y no habíamos tenido oportunidad de ver un virus que evoluciona en tiempo real, es decir, que está cambiando frente a nuestros ojos y, por lo tanto, no habíamos tenido la experiencia de hacer vigilancia genómica a esta escala y con esta velocidad de un organismo patogénico para los humanos. El otro problema es que como esto es una pandemia, el virus está extendido por todo el mundo e infectando a millones de personas simultáneamente. Esto le da al virus una oportunidad para evolucionar más rápido. La aparición de estas variantes, en el fondo, la hemos creado nosotros, al permitir que el virus se expanda en esos números: le damos la oportunidad para que evolucione rápidamente y se adapte a las defensas que le estamos poniendo al frente, como las vacunas y los aislamientos.

¿Qué tan en riesgo podría estar la inmunidad esperada de las vacunas aprobadas en nuestro país ante la aparición de las nuevas variantes del covid-19?

—Es lo que más nos preocupa en este momento, es decir, creo que parte de la razón por la que hay que hacer vigilancia en el más corto plazo posible es que estamos en un escenario donde estamos empezando a vacunar, Chile tiene un avance sustancial en eso, pero tenemos que saber si las variantes que están apareciendo han ido adquiriendo un nivel de resistencia a los efectos, primero, de la vacuna, y segundo, de las infecciones en el caso de las personas que se contagiaron en la primera ola. Uno esperaría que ellas hayan generado inmunidad y puedan resistir una segunda infección, pero eso vale siempre que la segunda infección sea con un virus idéntico o muy parecido al primero, Si cambia, es una infección absolutamente nueva y estaremos enfrentados a una segunda pandemia, como lo dijo la canciller alemana hace unos días.

Hemos visto artículos periodísticos que citan a expertos y expertas internacionales que hablan de presagios que van desde una pandemia por covid-19 que se mantendría por varios años hasta la emergencia de otras pandemias, por otros virus. ¿Qué nos dice la ciencia sobre lo que podemos esperar para los próximos años?

—No tenemos tanta experiencia. La experiencia de pandemias que tenemos es de hace un siglo o más hacia atrás, y todas, de alguna manera, se extinguieron o se fueron, no siguieron afectando a la humanidad para siempre, esto no va a ser eterno. Dicho eso, estamos en un mundo que tiene características distintas a las de hace un siglo o más, y una de esas características es que estamos en un ambiente globalizado en el cual hay muchísimo intercambio de personas entre países, lo que ayuda a la propagación de los patógenos. Además, la población mundial sigue siendo muy alta, lo que es un campo fértil para cualquier patógeno que tenga alguna capacidad de infectar rápidamente a la población. Si bien esos escenarios medio apocalípticos que dicen que el virus podría no irse nunca o durar muchísimos años son plausibles, creo que, a diferencia de pandemias anteriores, ahora también tenemos herramientas mejores para defendernos contra ellas, y esas herramientas no son solo las vacunas, sino que son factores como la vigilancia genómica, las medidas que podemos aplicar, las drogas que podemos dar a las personas seriamente enfermas. Además, al igual que los patógenos evolucionan, nosotros también evolucionamos en nuestras capacidades científicas y tecnológicas para enfrentarlos. La segunda parte de la pregunta es la más relevante, pues el Sars-Cov-2 no es el último virus que va a infectar a las personas. Ahí, de nuevo, la vigilancia entra a jugar un rol, porque nos habían advertido en 2007 que había un virus en los murciélagos, del tipo coronavirus, que tenía la susceptibilidad de saltar al humano y nadie tomó muy en cuenta eso a pesar de que habíamos tenido episodios como el Mers y el Sars-Cov-1, que eran indicios de pandemia. Creo que es importante mirar en la naturaleza y ver cuáles son los potenciales peligros en términos de virus, sobre todo, y anticiparnos un poco al traspaso a los humanos de esas especies, mirar cosas relacionadas con cómo convivir con la naturaleza y qué tipo de intervenciones estamos haciendo y cómo prepararnos con nuevas vacunas para cosas que aún no existen.

A su juicio, ¿cuáles han sido los principales errores y aciertos en el manejo científico de esta catástrofe sanitaria?

—Es difícil decirlo y es difícil hacer una evaluación mirando hacia atrás y criticando cómodamente desde esa posición. En los países que lo hicieron bien, en general hay una correlación con haber “hecho caso” a la comunidad científica. Uno piensa en Nueva Zelanda, en algunos países de oriente como Japón y Corea, pero todos tuvieron sus cosas, y países con mucho desarrollo tecnológico, como Estados Unidos y Reino Unido, tuvieron gran expansión del virus. En el caso chileno, diría que en general ha sido razonable, pero no importan las medidas que adopte el Gobierno: tiene que haber un convencimiento general de la sociedad de que esto es importante y todos deben actuar en consecuencia, y eso necesita, de parte de los gobernantes, un altísimo nivel de legitimidad, es decir, si un Gobierno está en duda en otras cosas, es difícil que al comunicar pueda convencer a la gente, simplemente no es creíble el mensaje. Desde el punto de vista de la ciencia misma, creo que han hecho las cosas razonablemente bien, desde el lado científico hubiera querido ver más recursos, más rapidez, faltaron cosas, pero no puede ser todo malo. En el tema de las vacunas fuimos bastante visionarios y en eso felicito al Ministerio de Ciencia y a los colegas que trabajan en el tema, porque vieron que esto se venía para largo y que había que actuar rápido para asegurar la llegada de estos materiales.

¿En qué momento del desarrollo científico y valoración de la ciencia nos encontró la pandemia? ¿Hacia dónde deberíamos avanzar urgentemente en esta materia?

—Creo que ahí hay un problema, más que del Gobierno, del Estado. El tema del porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología y la relevancia y prioridad que se le da a la ciencia, que es muy baja, no es un problema de ahora, sino que viene arrastrándose por décadas, y creo que ha habido poca capacidad de la comunidad política de darse cuenta de esto y quizás poca capacidad de la comunidad científica de convencer a la comunidad política de que esto es claramente un requisito para hacer un salto al desarrollo. El modelo chileno ha sido uno claramente extractivista, de aprovechamiento de las ventajas que nos dio la naturaleza en términos de recursos naturales, pero no ha habido una apropiación de esa riqueza para aprovecharla a largo plazo, aprovechar las alternativas, talentos y cerebros que tenemos aquí. Si bien durante la pandemia ha habido algunos aciertos y, como dije antes, el Gobierno, en términos científicos, lo hizo relativamente bien, si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión tiene que ser distinta, entonces no hemos aprendido nada. Tiene que haber un salto, un incentivo para que los jóvenes entren al mundo de la ciencia, y también debe haber una mejora en la comunicación y educación científica de la población: no puede ser que en el siglo XXI la gente dude si las vacunas funcionan, eso es inaceptable en una sociedad que esta teóricamente avanzando hacia su desarrollo y aprovechando el conocimiento que ha adquirido la humanidad hasta hoy. Si se hubiera invertido en programas de anticipación en el tema de las pandemias, nos habríamos ahorrado mucha plata y esa plata hubiera sido recuperada ampliamente. No hay que pensar en un gasto, pues es una inversión, una póliza de garantía de que las cosas van a ser mejores en el futuro.

Ilustración: Fabián Rivas

Usted lidera el Plan Nacional de Genómica, conocido como Mil Genomas, que tiene como objetivo secuenciar el genoma, la identidad genética de diferentes especies, incluida la humana, en nuestro país. En el contexto de la pandemia por covid-19, ¿hay conocimientos emanados de ese grupo de trabajo que hayan servido para comprender el comportamiento del virus en Chile?

—Yo diría que no directamente, pero sí sirvió, pues nos pusimos al día tecnológicamente, recibimos los equipos, entrenamos a las personas que los usan, desarrollamos toda el área de la bioinformática, ya que es muy importante manejar los datos que se generan a partir de información genética y genómica. También creo que nos está preparando un poco para lo que viene. Y lo que viene, como he estado insistiendo, es que después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos mejor es tener mejor conocimiento de la naturaleza. ¿Qué nos rodea? Mil Genomas tiene esa intención. Nuestro proyecto tiene una aspiración grande, ser una caracterización grande y profunda del entorno. Creo que esto va a cobrar relevancia no solo después de la pandemia, pues ya veníamos con el tema del cambio climático y el efecto que está teniendo el hombre sobre las características del medio ambiente en términos del clima y de las temperaturas, y eso también está afectando a los organismos. Este catálogo se hace más necesario que nunca para poder remediar, compensar o impedir esos cambios.

En 2005 comenzó el trabajo del Atlas del Genoma del Cáncer, cuyo objetivo es secuenciar esta enfermedad para prevenirla o encontrar una cura. Este proyecto acarreó una enorme expectativa, pero hasta la fecha no ha tenido resultados que cambien radicalmente el panorama. ¿Por qué no se puede avanzar más rápido en iniciativas de este tipo? ¿Cuáles son los desafíos que se enfrenta el trabajo en genómica?

—Creo que los desafíos vienen básicamente por la dificultad de los problemas. La biología es compleja, no es como la física y la química, que tienen leyes y cosas más robustas en términos de que son más reproducibles. La biología tiene mucho de azar, tiene además el tema de que todo es muy en chico, microscópico, las moléculas son difíciles de manejar individualmente. Todos esos problemas inherentes a la disciplina hacen que los avances sean más bien lentos y muy dependientes de avances tecnológicos y también de avances conceptuales. El avance en el cáncer es una piedra en el zapato porque ha sido muy difícil de resolver y básicamente tiene que ver con que todos los cánceres son individuales, únicos. Hay cosas que comparten, lo que los causa, pero los orígenes son multifactoriales. Creo que por ahí van los desafíos, y si bien estamos avanzando y hay herramientas que se están desarrollando, estamos hablando de muchos años, espero que no décadas, para tener solución para cosas como el cáncer. Y si bien en 2001 se secuenció el primer genoma humano y en 2005 inició este programa de investigación del genoma del cáncer, todavía faltan años para decir que eso dará frutos. Estamos en camino, es lamentable que sea tan lento, pero desde el punto de vista de la humanidad, son pocos años en términos de un desarrollo tan crítico como resolver un problema de salud tan amplio como el cáncer.

Wendy Brown: La insistencia neoliberal y el destronamiento del hombre blanco

Democracias antidemocráticas, una sociedad fracturada y una idea de libertad que ampara ataques violentos. Para la filósofa y cientista política estadounidense —una de las pensadoras más lúcidas en torno a estos asuntos— esas son algunas de las cientos de formas en que el neoliberalismo ha cambiado el mundo, mucho más allá de los límites económicos en los que usualmente se le encasilla. En esta entrevista, Brown habla sobre cómo la pandemia reveló las extremas desigualdades económicas, raciales y de género, y cómo los grupos de extrema derecha —con sus retóricas antivacunas, teorías conspiratorias y discursos de odio— han surgido de los espacios abiertos por el neoliberalismo.

Por Sofía Brinck

El neoliberalismo es un concepto conocido y cercano en Chile. Temas como la privatización de servicios públicos o la primacía del mercado por sobre el Estado se repiten en debates políticos y han sido cuestionados en movilizaciones sociales e incluso durante la pandemia. Que fuimos un experimento neoliberal durante la dictadura —el primero en el mundo— y que el neoliberalismo permea nuestras vidas son hechos que todos conocemos, aunque en realidad nadie sepa bien hasta dónde llega el alcance de esta corriente económica y política.

Esa inquietud ha guiado el trabajo de Wendy Brown, académica de la Universidad de Berkeley en California, Estados Unidos. Después de décadas de estudio de teoría política, enseñanza y activismo, hace algunos años decidió centrar su investigación en la razón neoliberal para entender cómo ha afectado a la sociedad más allá de la economía. Comenzó en 2015 con el libro El pueblo sin atributos (traducido por la editorial Malpaso en 2016), en el que teorizaba sobre lo que llamó la economización de la política. Y siguió en 2019 con En las ruinas del neoliberalismo. El ascenso de las políticas antidemocráticas en Occidente (publicado en español en 2020 por la editorial Tinta Limón), en el que fue más allá de sus propios argumentos para proponer que el neoliberalismo ha conducido un ataque sistemático para desarmar la sociedad y la democracia.

“Mi objetivo es entender la profundidad del alcance neoliberal, cuán antidemocrático es y cuánto ha hecho no solo para acentuar las desigualdades económicas, sino también para crear una formación política antidemocrática”, explica Brown, que también ha seguido de cerca la historia y la actualidad chilenas, tanto por la conexión con el neoliberalismo como por las movilizaciones por la educación pública, de las que es acérrima defensora. “La posibilidad de escribir una nueva Constitución es emocionante”, dice vía videollamada desde California, y aunque advierte que los cambios no serán instantáneos, cree que el resultado será alentador. “La Constitución tendrá nuevos valores y criterios para tomar decisiones políticas, sociales y económicas, las que lentamente podrán cambiar la cultura, a las personas y la economía”.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

Los chilenos hemos vivido durante los últimos 40 años los efectos del neoliberalismo. Sin embargo, estas políticas han sido confrontadas a través de movimientos sociales y manifestaciones. ¿Crees que el neoliberalismo pueda ser derrocado?

—No creo que pueda ser derrocado, creo que el sistema debe ser limpiado en profundidad. Un régimen neoliberal no se trata solo de principios de gobierno, la razón neoliberal se propaga en cada grieta de la política y de la conducta cotidiana. Una cosa es derrocar a un tirano, a un rey o a la dominación de las empresas; otra cosa es tomar todo un sistema de razón y reemplazarlo. Se trata de nuevos valores, formas de tratar a la gente, nuevos indicadores para decidir qué es útil. Y eso no es un derrocamiento, es un proceso lento, largo, cuidadoso y deliberado, que será enfrentado con una enorme resistencia por quienes no creen en él, sean gente de derecha o liberales.

Una de las ideas que desarrollas es que la derecha se ha apropiado del concepto de libertad para desviar su significado original a un sentido neoliberal. Bajo esa perspectiva, ¿de qué hablamos ahora cuando hablamos de libertad? 

—Estamos bastante familiarizados con la idea de que el neoliberalismo valora la libertad de mercado, pero intelectuales neoliberales como Hayek, Friedman y von Mises entendían la libertad como un fenómeno individual más que político. Las democracias prometen igualdad política, y Hayek, von Mises y Friedman odiaban esta idea porque pensaban que conducía a la redistribución, a la justicia social y a un Estado de bienestar. Querían un estatismo que apuntalara el mercado y la moral tradicional, pero que concentrara la libertad en el individuo. Eso hizo que estuviesen de acuerdo con regímenes políticos autoritarios que propagaban las libertades individuales y de mercado; por eso apoyaron a Pinochet. El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática, para hacerla compatible con el autoritarismo, y eso es lo que vemos hoy en la derecha. Se ha vuelto antidemocrático y ataca la democracia apoyando etnonacionalismos y autoritarismos, mientras sigue aferrándose a la idea de las libertades individuales.

¿Cómo calza la libertad individual con el contexto de pandemia, donde los derechos y libertades individuales han perdido peso ante la importancia de la comunidad y un sentido colectivo? Pienso en los discursos de los antimascarillas o antivacunas.  

—(Esas personas hablan de las mascarillas o las vacunas) como si fueran un asunto de libertades individuales en vez de entender que estamos todos conectados, que una pandemia significa que no puedes concebir individuos independientes unos de otros. Son rebeliones antisociales en su esencia, que rechazan que el Estado y la sociedad tengan alguna atribución para proteger u organizar a la población. En su lugar, tenemos ese individualismo extremo de “mi libertad, mi cuerpo, haré lo que quiera con él”. La pandemia tomó el contexto neoliberal y lo hizo visible de la forma más cruda e impactante. Reveló las extremas desigualdades económicas y sus características de género y raciales, la diferencia en el acceso a la atención sanitaria, y, por supuesto, la vasta desigualdad Norte-Sur en la vacunación. Pero la pandemia también ha significado una crisis para muchos regímenes neoliberales que, en muchos casos, eran de extrema derecha y no pudieron lidiar con esto. Sea Brasil, el Reino Unido o Estados Unidos bajo Donald Trump; quedó en evidencia lo imposible que es enfrentar una crisis como la pandemia, la injusticia racial o la crisis climática desde una posición neoliberal. No se puede, necesitas respuestas políticamente organizadas y la razón neoliberal se opone a la movilización del Estado para cuidar a las personas.

La reivindicación del hombre blanco

Wendy Brown escribe al ritmo político del presente: El pueblo sin atributos fue ideado durante los últimos años de la administración de Barack Obama, mientras que En las ruinas del liberalismo fue escrito inmediatamente después del triunfo del Brexit y la elección de Trump. “Es bueno no tener que pensar en él durante cada hora de cada día”, dice con humor cuando sale el expresidente a colación. “Pero lamentablemente seguimos pensando en él”.

Adherente de Trump en un rally, en Minneapolis. – Crédito: Tony-Webster

La extrema derecha ha tenido mucha visibilidad en el último tiempo: en Estados Unidos bajo Trump y durante los ataques al Capitolio, y, en Chile, en marchas y en la creación de un partido político. ¿Cómo ha contribuido el neoliberalismo al surgimiento de estos grupos?

—Un primer punto es que el neoliberalismo ha legitimado sentimientos antidemocráticos y ha normalizado a grupos de extrema derecha que atacan la democracia, también ha desacreditado la idea del gasto y bienestar social. Y estos factores han conformado una base para el surgimiento de estos grupos antidemocráticos, los que se han masificado luego de existir en la periferia durante muchos años. El neoliberalismo ha desarmado la sociedad, eliminando programas sociales, lazos grupales y la idea de comunidad de un Estado de bienestar. Un segundo punto es el destronamiento del trabajador, del hombre blanco común, que ha tenido una actitud reaccionaria de “quiero mi trono de vuelta”. Y la forma en que lo logra es atacando a otra gente, a la política, a la globalización y a los extranjeros. Así encontramos etnonacionalismos, nacionalismos económicos, política de extrema derecha, y también una derecha que adula a hombres fuertes, ya sean Trump, Bolsonaro o Pinochet, que encarnan la idea del tipo fuerte que se sale con la suya, toma y hace lo que quiere, mata gente si es necesario, pero hace el mundo mejor.

Planteas que si bien el progresismo ha atribuido el surgimiento de estos grupos a la globalización o las diferencias rurales y urbanas, en realidad deberíamos enfocarnos en el ataque neoliberal a la democracia y a la sociedad. Sin embargo, si nos centramos solo en el neoliberalismo, ¿cómo se incorpora la noción de privilegio racial, de género y económico en tu análisis?

—Podemos llamarlo privilegio, pero también en algunos casos supremacía, y es fundamental. Es lo que mencionaba sobre el hombre blanco: muchos de los grupos de extrema derecha de la zona euroatlántica están compuestos por supremacistas que provienen de clases trabajadoras, no necesariamente pobres, pero tampoco económicamente privilegiados. Los grupos de extrema derecha son una respuesta de hombres blancos que creen que la civilización occidental y su propio país deberían ponerlos a ellos primero, como si hubiesen sido desplazados. Culpan a los inmigrantes, a las feministas, a las minorías raciales. Pero lo que los ha desplazado ha sido la globalización y sus efectos en la industrialización durante los últimos 40 años. El supremacismo blanco es la bandera de estos grupos, sienten que les da derecho a un espacio.

En los ataques al Capitolio varios participantes eran integrantes de grupos conspirativos. ¿Por qué grupos de extrema derecha necesitan conspiraciones para darle sentido al mundo?

—No tengo una respuesta definitiva. Se pensaba que el cristianismo como religión hegemónica tenía fundamentos inamovibles, pero su declive y un mundo lleno de poderes que nadie parece controlar han construido un escenario perfecto para un pensamiento conspirativo. En lugar del cristianismo tenemos teorías de la conspiración, que creen que existen fuerzas ocultas operando y que alguien está a cargo de ellas, pero no es Dios o un salvador, sino un grupo perverso causando caos. Esto también tiene relación con la gran popularidad de las religiones evangélicas en lugares como África, Latinoamérica y el Sudeste Asiático. El sistema de creencias que crece más rápido en el mundo mientras aumenta el poder del capital no es el proletariado ni el socialismo. Es la fe en el cristianismo evangélico, que también tiene cierta orientación conspirativa.

Ha habido un aumento de ataques contra la comunidad asiática en Estados Unidos. Sin embargo, ha habido cierta resistencia desde las autoridades a calificarlos como ataques racistas. ¿Cómo ha influido el neoliberalismo en la forma en que hoy se entiende la raza?

—El neoliberalismo ha convertido la raza en un fetiche y un tema identitario de pertenencia, en lugar de entenderlo como un fenómeno construido histórica y socialmente para asegurar un orden social jerárquico. En el caso de la campaña de odio contra la comunidad asiática, hay que recordar que Estados Unidos trajo trabajadores de China hace 200 años y desde entonces han sido identificados como portadores de enfermedades y ladrones de puestos de trabajo. Este odio resurgió por culpa de Trump y su identificación del covid-19 con China. Es un escenario dramático. La forma de enfrentar esto es estudiando cómo se está reproduciendo y afianzando la supremacía blanca cuando se permite que continúen estos ataques racistas. Y esto debería bastar para que todos —negros, blancos, asiáticos y latinos— nos unamos para hacerle frente.  

Cecilia Pavón: «El arte tiene que ser un proyecto de felicidad»

La escritora argentina, una de las voces más importantes de la generación poética de los 90, y cofundadora de la influyente galería bonaerense Belleza y Felicidad, habla aquí sobre sus grandes temas: el humor, la cotidianeidad, la literatura del yo y la aparente dicotomía entre felicidad y escritura. Además, repasa su trabajo de traducción y se detiene en el momento ecológico que estamos viviendo, en busca de nuevas formas de vivir, donde la poesía puede ser una pieza clave.

Por Victoria Ramírez

Cuando la pandemia llegó a Nueva York en marzo de 2020, y el rumor del covid-19 era aún un eco tibio en Latinoamérica, la escritora argentina Cecilia Pavón (Mendoza, 1973) fue invitada a la Universidad de Columbia a un encuentro sobre el agua. Tenía libertad para escribir lo que quisiera.

—O sos totalmente pesimista y cínico o creés que de alguna forma esto está en transición y que habrá otra vida en el futuro. Si vale la pena escribir poesía o hacer arte es para inventar nuevas formas de vivir —dice Cecilia desde su casa en Buenos Aires. En esa conferencia habló de ecología, de industrias, de los románticos alemanes, de los contaminantes viajes en avión y de un texto que sería premonitorio: Voyage autour de ma chambre (1794), traducido como Viaje alrededor de mi habitación, del francés Xavier de Maistre. En el siglo XVIII, este autor fue retenido y obligado a permanecer en su cuarto durante seis semanas, tras haber sido acusado de participar en un duelo prohibido, y en esa circunstancia dio rienda suelta a su imaginación.

De alguna manera, en el último año ha estado rondando para la autora la idea del cuarto, de la habitación. De hecho, hace poco terminó de traducir Un cuarto propio, de Virginia Woolf. A pesar de todo, le gusta estar en casa, leer; toda la vida más lenta que ha forzado la pandemia. Además, ha continuado realizando talleres de escritura en forma online. Le sorprende la cantidad de gente que está escribiendo en el mundo.

—Esto de poder mezclar varios países es un gran hallazgo, me siento una agradecida total de poder vivir de esto, para mí es lo más divertido que existe—reflexiona. Sus talleres se llenan, y cree que esto es parte de un fenómeno global, en el que los talleres se han disparado. También ha podido innovar: en 2020 dio un taller sin cámara, solo voces, con el fin de escuchar y no ver formas de vestir o moverse, y a partir de allí eliminar los prejuicios.

—Hay algo de viaje alrededor de mi cuarto que es para mí la esencia de la literatura: abrir un libro y viajar —dice. En Todos los cuadros que tiré (Eterna Cadencia, 2020), su último libro de relatos, Pavón dice que escribe a dos metros y medio del horno y el lavarropas, en un rincón de su casa.

La escritora argentina Cecilia Pavón – Crédito: Rosana Schoijett

—Ese espacio es de un momento en que la casa era una especie de refugio. Ahora, en la pandemia, cambió el sentido, y todavía estoy intentando entender qué lugar tiene en mis afectos. Creo que la pandemia nos acercó mucho a la rutina. Para mí, la poesía es esa parte de la vida que excede a la vida, pero que está en otro lugar, que es medio incomprensible. Es lo que me interesa buscar. Hay un momento en que el poema o las ideas llegan de casualidad y hay un tope. La pandemia fue para mí una bisagra. Ahora quiero hacer otra cosa.

¿En qué sentido? ¿Una estética distinta, una percepción de la poesía distinta?

—Sí, hace poco escribí algo distinto, aunque es muy difícil cambiar de estética, sentir que se puede escribir desde otro afecto. Yo digo que escribí un poema trapero, no sé si me quedó así. Mi hijo tiene 14 años y me llegó toda esa cultura de la música trap. Me di cuenta de que es todo humor y exageración del yo. Todo ese narcisismo en el fondo es un chiste. Y yo siento que hay algo de eso en mis poemas de antes, interpretados como literatura del yo, de manera muy literal. En realidad, hay una especie de personaje. Ahora siento que es exagerar el personaje, me gusta esa idea. Y siento que el trap, que en Argentina es refuerte, tiene que ver con eso, con una ficción del yo, y que toda la gente que lo critica no entiende que es jugar, decir “soy el mejor, tengo un montón de plata”. Hay algo con los nuevos afectos que quiero escribir, pero todavía no sale. Lo más difícil es cambiar desde dónde escribir.

El poema al que se refiere Cecilia Pavón está pronto a publicarse en la revista argentina Jennifer, que dedicará un número a poesía y pandemia. El texto habla, precisamente, de la imposibilidad de los viajes en avión y de las conexiones virtuales. En él, también aparece una mujer que va al supermercado de madrugada y fantasea con ser perseguida por hombres a través de las góndolas. Pavón lo escribe con mucho humor, algo que le sale natural.

—La verdad es que el humor es lo que más me interesa. Cerca de los 50 años no todo te da risa. Borges es todo humorístico, aunque a veces no se entiende. César Aira es todo un gran chiste. Es medio inevitable estando en una historia así escribir en serio. Yo eso lo tengo como una especie de ADN. Me da sospecha la gente que se toma en serio. Supongo que el humor es mi gran aspiración, no sé si me sale, me encantaría.

Este ADN del humor es patente en la narrativa y poesía de Cecilia Pavón, aunque a veces se haga visible en forma de humor negro. Queda claro en libros como Los sueños no tienen copyright (2010), 27 poemas con nombres de persona (2010), La crítica de arte (2012), Querido libro (2018) y Once Sur (2018). En 2012, la editorial argentina Mansalva reunió toda su poesía en el volumen Un hotel con mi nombre, traducido también al inglés por el poeta estadounidense Jacob Steinberg, en 2015. En Chile, Pavón ha publicado Pequeño recuento sobre mis faltas (2015), Un día perfecto (2016) y el poemario Fantasmas buenos (2019), todos por la editorial Overol. En sus relatos hay desprejuicio, espontaneidad, preguntas trascendentales que suceden al hacer aseo, en fiestas o en escenas domésticas. Además de humor, en los textos de Cecilia Pavón hay siempre una primera persona muy presente.

—De alguna forma siempre escribo desde el yo. Para mí todos los poetas lo hacen. Cuando empecé a escribir, hace treinta años, eso era mal visto. Si escribías así eras muy simple, no tenías la capacidad de abstracción. Ahora que ha habido un montón de estudios feministas y se ha asociado el género epistolar con la escritura de mujeres, hay algo de eso. También está la idea de la literatura como conocimiento situado. Claramente eso se vincula al feminismo y a las disidencias. El que tiene el privilegio siempre quiere hacer todo neutro, hacer que no existe el lugar de poder. El yo en un punto es una respuesta a eso. Los que estaban en contra del yo siempre eran tipos hegemónicos. Tiene una cosa política el yo y siempre lo voy a defender. Más allá de eso, hay que salirse del yo, porque también es muy cerrado, lo interesante es ser uno y ser muchos.

En un café del microcentro

Cecilia Pavón también ha dedicado parte de su trabajo a la traducción, desde el inglés, alemán y portugués. Luego de estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires, decidió dedicarse a la traducción como una profesión. Fue durante su estadía en Berlín, en 2002, que tradujo su primer libro del alemán al español. Se quedó viviendo allí seis meses, con el interés de conocer a los poetas de esa latitud.

Después vinieron otros libros: Personas en loop y Psicodelia y ready made, de Dietrich Diererichsen; La utopía de la copia, de Mercedes Bunz; ¿Cuánto vale el arte?, de Isabelle Graw; las selecciones de poemas de Nicola Richter, Monika Rinck y Ron Winkler en Luces Intermitentes —compilado por Timo Berger—, y las versiones de poetas brasileños contemporáneos en Caos portátil, que compiló junto a Camila do Valle.

—Siempre me gustó traducir literatura contemporánea, porque me parecía que era más emocionante. Tiene algo de viaje inexplorado. A la vez, es como una especie de cantera, una imagen medio extractivista —reflexiona.

En 2010, un joven le entregó una lista en una librería de Buenos Aires, diciéndole: “Tenés que leer esto”. Así conoció a Dorothea Lasky y Chris Kraus, ambas escritoras estadounidenses de renombre, con quienes encontró una afinidad en la escritura. En Chile, la editorial Overol publicó su traducción de La poesía no es un proyecto (2010)de Lasky. También estaban en esa lista la poeta y dramaturga estadounidense Ariana Reines y Noelle Kocot, en quien se inspiró para escribir el cuento “Noelle Kocot”, donde la protagonista es una traductora que se sienta en un café forzándose a traducir un poema, porque cree que es una forma de dar un giro a su vida. Al preguntarle por el diálogo que se produce entre su poesía y las poetas norteamericanas que ha traducido, recuerda que ninguna estaba traducida en ese momento.

—Hay una idea de vanguardia que estaba pasando en Nueva York. Todo este trabajo con el yo y con la cosa psicopática. Me identifico con Lasky, hay algo de estados border de la mente. Yo creo que eso es lo que definía la estética de Belleza y Felicidad, tipo: puedo cursar estados mentales al borde de la histeria y la psicosis. También es una marca muy machista la del psicoanálisis, la de la histeria. La relación con la poesía de Estados Unidos creo que tiene que ver con que ideas parecidas se confirman en otros lugares. Lo importante son esos tráficos e ir creando esas comunidades, porque en realidad la gente que hace literatura de vanguardia es muy poca en el mundo.

Luego de traducir sus primeros libros, Cecilia Pavón no se detuvo, y ha seguido una carrera como traductora destacada. Este 2021 está trabajando en varios libros, entre ellos, una traducción de la poeta y ensayista jamaicana Claudia Rankine. Además, en estos días saldrá Little Joy, libro que compila los cuentos de Pavón traducidos al inglés por la prestigiosa editorial Semiotext(e), de Chris Kraus.

Belleza, felicidad y escritura

La idea de la galería Belleza y Felicidad comenzó como un juego. Cecilia Pavón tenía 26 años y conoció a la artista Fernanda Laguna, con quien de manera espontánea decidieron gastar sus ahorros para abrir un local. Era la Argentina antes del corralito, y se sabía que el dinero podía perderse en un banco. Era además un momento clave para ella, que había abandonado una beca en Estados Unidos porque había sentido el shock cultural.

Algunas ediciones de Belleza y Felicidad, y una imagen de la galería. Crédito: ByF Flickr

—Había algo que yo sentía que pasaba en Buenos Aires, que era la amistad, las redes, la gente; cosas que extrañaba mucho en Estados Unidos, porque allá era totalmente lo opuesto, todo era productividad” —recalca.

En 1999, Cecilia Pavón y Fernanda Laguna abrieron Belleza y Felicidad, primero como sello editorial —en el que publicaron, entre otros, a Roberto Jacoby, César Aira, Damián Ríos, Fabián Casas, Francisco Garamona, Marina Mariasch, Rosario Bléfari y Sergio Bizzio— y luego como galería en el barrio de Almagro, y aunque pensaron que duraría tres meses, continuó hasta 2007 y fue un espacio que marcó una era para la difusión de nuevos artistas y escritores argentinos.

—Fue un proyecto que tuvo que ver con la crisis, con otro tipo de relaciones. Me parece que también todo el arte en un punto tiene que ver con la crisis. Nosotros mostrábamos cuadros, pero no había mercado del arte. Después de la devaluación del año 2000, empezó a crecer el mercado. Entonces fue como un cambio de era en Argentina hacia una economía abierta al mundo, que después fracasó. Como se destruía el Estado, había nuevas comunidades que estaban fuera de él. Los 90 también fueron la gran decepción de la política partidaria, y existió la idea de otra política, que tiene que ver con lo queer y el feminismo. Todo eso tuvo que ver con Belleza y Felicidad.

¿Cuál sientes que fue la importancia que tuvo Belleza y Felicidad para los artistas de los 90? Pensando en esta idea de generar un arte desde la colectividad y contraponiéndolo con la idea de arte comercial de hoy.

—Creo que es inevitable pensar que el arte hoy es comunitario y colaborativo. Para mí, la idea antigua del genio creador, modernista, sigue teniendo importancia, pero me parece que ya no va a existir más. Lo que es interesante no es esa idea del hombre heterosexual blanco, ni de “yo domino las reglas del arte”. El arte para mí está abierto a miles de influencias. Es meterse en un flujo de afectos, de sentidos y de información. Eso es genial de no haber sido hombre: poder entender la poesía desde otro lugar, meterse en distintas corrientes de afecto y sentido, y no ser el creador del sentido. Yo quiero dejarme llevar por las olas de sentido.

En el cuento “El equívoco concepto de pareja”, la protagonista se pregunta por la simultaneidad entre felicidad y escritura. ¿Cómo se vincula para ti la felicidad y la escritura hoy?

—Creo que son etapas de la vida. Tuve una etapa donde la felicidad y la escritura no se vinculaban, donde la escritura era una especie de reparación del dolor. Ahora quiero escribir desde la felicidad, así que por ahí me sale algo horrible. Escribís para estar bien, para estar contento, de una forma terapéutica. Lográs ser feliz y, ¿qué hacés después? Dejás de escribir. Creo en el fondo que el arte tiene que ser un proyecto de felicidad. Hace poco leí esa frase y me encantó. Creo que la política es un proyecto de felicidad, tiene que serlo. Si la política no es un proyecto de felicidad, no me interesa. El arte es igual, lo que pasa es que la infelicidad es más productiva. Pero bueno, intentemos un arte donde la felicidad sea productiva, de ahora en más.

Martín Gubbins, autor de la bandera chilena negra: “Quedarme lo más callado posible fue una decisión ética y estética”

Su vida se remeció cuando, en octubre de 2019, uno de sus poemas visuales se viralizó y transformó en uno de los principales íconos de las protestas en Plaza Italia. Aquí, el poeta visual y sonoro habla sobre su inspiración para crearla en 2016, su tránsito desde el derecho a la escena experimental latinoamericana y el rol de la autoría en el arte político.

Por Denisse Espinoza A.

Es ya un hecho de la causa que el arte se convirtió en un recurso de lucha más durante las protestas sociales de 2019. Desde ese octubre se comenzó a desplegar en la ciudad arte sin autoría, alejado de los egos y del marketing, en forma de murales, intervenciones de danza, conciertos de música y poesía, que le dieron un tono festivo a las concentraciones en Plaza Italia, rebautizada en las protestas como Plaza de la Dignidad.

Muchas de estas acciones quedaron solo en la memoria de quienes estuvieron presentes, otras dejaron huellas que perduran hasta hoy, como la performance Un violador en tu camino del colectivo LasTesis, que tuvo incluso ecos mundiales. Otras se transformaron en íconos visuales de la protesta como la bandera negra de Chile, que apareció en las marchas junto a la Wenufoye del pueblo mapuche.

Pero, ¿cómo y cuándo nació la bandera chilena negra? El 19 de octubre, tan solo un día después de las evasiones en el Metro que detonaron el estallido social, el Colectivo Músicos de Chile emitió una declaración pública rechazando la represión policial que ya se estaba dando en contra de los manifestantes, la que fue acompañada por la imagen de una bandera negra, que hasta ese momento había pasado desapercibida a pesar de protagonizar diversas acciones musicales de su autor, el poeta visual y sonoro Martín Gubbins (Santiago, 1971).

La imagen debutó en 2016 como proyección en la performance musical “Post Tenebras Lux”, desarrollada junto al guitarrista Tomás Gubbins, durante el Festival de Poesía y Música PM, del que se puede encontrar registro en YouTube. Luego, en 2017, junto al artista Felipe Cussen, Gubbins volvió a utilizar la imagen para la performance «Banderas de Chile. #mejorhagamosunasado», realizada en Galería AFA, donde además el poeta mostró un trabajo sonoro multicapas con textos de las actas de las asambleas ciudadanas autoconvocadas del segundo gobierno de Michelle Bachelet, “un proceso fantástico con cuyos textos trabajé mucho”, cuenta hoy el artista.

Post Tenebral Lux, Festival PM (2016).

Finalmente, el 12 de octubre de 2019, solo una semana antes del estallido social, Gubbins volvió a exhibir la bandera negra en Caminos australes, su primera exposición individual en el espacio Isabel Rosas Contemporary del Cerro Alegre en Valparaíso. Allí la imprimió como grabado digital: 10 copias numeradas y firmadas, que tituló Noche y que daban la bienvenida a la sala, además de otra versión más grande de 60×60 que colgó como cuadro y que tituló Bandera. Fueron esas imágenes las que se viralizarían luego en las calles, y se transformarían en banderas de carne y hueso alzadas al viento, pero también en chapitas, stickers y afiches, un fenómeno de masificación que cualquier artista soñaría con una de sus obras, pero que en este caso pasaron a la historia sin el nombre de su autor.

Noche, en Caminos australes (2019).

“La viralización fue explosiva en internet, dos días después estaba en todos lados, fue impresionante”, comenta Gubbins. “La bandera negra fue usada por el colectivo con mi permiso y a instancias de la cantante Paz Court, quien estuvo en mi muestra y la propuso como imagen. Estoy muy agradecido de ella, porque además me acompañó mucho en este proceso de aprendizaje en las primeras semanas”, agrega.

Proveniente de una familia de arquitectos, Martín Gubbins decidió estudiar Derecho en la Universidad de Chile y a su egreso a fines de los 90 se incorporó a una prestigiosa oficina de abogados donde ejerció durante cinco años, hasta que su afición por la literatura y especialmente por la poesía pudo más. Entró a un programa vespertino de arte en la Universidad Católica y en 2001 se fue becado a hacer un magíster en Literatura en la Universidad de Londres.

“Fue como abrir las cortinas en mi cabeza”, dice. “Gracias a mi amigo el poeta Andrés Anwandter, con quien compartí esos años en Londres, comencé a asistir a un taller que me cambió todo, desde mi relación con la poesía hasta mi vida entera”, agrega.

Se trataba del Writers Forum impartido por el artista Bob Cobbing, quien terminó siendo uno de los maestros fundamentales del chileno, quien entonces tenía 32 años.

Hoy, aunque Gubbins es una figura reconocida en la escena del arte sonoro experimental latinoamericano —con libros de poesía visual publicados en diversos países— lo cierto es que no está acostumbrado a este nivel de exposición de una obra suya. Ver la imagen —que le dio vueltas en la cabeza por años y que iría exhibiendo a cuenta gotas— replicada en todo tipo de formatos, fue algo para lo que no estaba preparado y que de cierta forma fue difícil de afrontar.

Muchos artistas trabajan toda su vida para hallar esa obra icónica que los llevaría a ellos mismos a ostentar cierta inmortalidad, sin embargo en el caso de Gubbins, la obra escapó de sus manos antes (o mejor dicho después) de tiempo, transformándose hoy en una pieza de arte colectivo, de la que ya es imposible o incluso inapropiado reclamar su propiedad.

Esperanza, en Escalas (2011).

¿Qué significa para ti la bandera negra y cómo crees que ha cambiado su mensaje tras el estallido social?

—Significa lo mismo que significaba cuando la hice: oscuridad. Después del estallido he pensado muchas cosas. He debido aprender a dejar la obra fluir con su vida propia y con todas las apropiaciones imaginables: la bandera de protesta hecha con tela y maskin tape, la que se vende en las cunetas, hasta el imán para el refrigerador o las mascarillas “fashion” que quizás qué empresario mandó a hacer a China para ganar plata. Más allá de todo eso, mi conclusión es que los sentimientos que le dieron origen a ese ícono eran y son tan profundos y reales que alguien lo habría diseñado igual durante el estallido. Que haya sido yo fue una cosa de esas que no se pueden explicar. Quizás, incluso, yo era el menos indicado para hacerla, pero la hice y sé que fue una obra honesta, que surgió de mis propias oscuridades y angustias interiores proyectadas en la oscuridad histórica de Chile, reciente y no reciente.

La bandera negra, la Wenufoye mapuche y las banderas de equipos de fútbol (Colo-Colo y la U), se volvieron símbolos de la revuelta social ¿Cómo crees que conviven y le dan identidad al movimiento siendo tan distintos unos de otros?

—Creo que la bandera negra tiene la virtud de ser ecuménica. Le pertenece o puede pertenecer a cualquiera. Es un símbolo de dolor al final de cuentas, de pena, o de rabia, todos sentimientos universales en estos tiempos de crisis. Sin embargo, todas esas banderas y todas las pancartas tienen sentido y lugar en el movimiento social. Todas reflejan causas urgentes. La frustración en nuestra sociedad es una causa urgente, y yo creo que la bandera tiene que ver con eso, frustración. La causa mapuche es urgente. Y las banderas del fútbol yo las veo como símbolos de un grupo social marginado que actúa como pandilla porque no tiene más opciones para conseguir legitimidad en la sociedad, al menos ante sus pares.

En general las expresiones artísticas surgidas en torno a la revuelta social han prescindido de lo autoral. ¿Crees que esto tiene que ver con hacer frente al arte como mercancía, idea tan propia del sistema económico en el que vivimos?

—Dejó al arte, cómo decirlo, de los artistas profesionales —si es que puede decirse así, o al arte capitalista, como lo llamas— casi como un juego de niños, como juego de salón incluso, para ser aún más duro conmigo mismo. No lo veo como un tema de legitimidad de uno sobre otro modo de hacer arte, sino como un asunto de tiempos para cada cosa. En el tiempo histórico inmediato al estallido se necesitaban banderas, lemas y elementos iconográficos que tradujeran la frustración, que motivaran a salir, que quitaran el miedo. Hay otros momentos históricos que requieren reflexión crítica y escepticismo. En todo caso, mi silencio deliberado también tuvo que ver con eso; entendí que no era el tiempo del artista con nombre y apellido. Sin embargo, con el paso de los meses ha sucedido otra cosa, la marea siempre vuelve, y lo tengo clarísimo porque la bandera también ha visto suceder esto con ella misma. Están saliendo y van a salir montones de obras y proyectos con fotos o transcripciones de las pancartas y rayados, y de todo el lenguaje del movimiento, incluyendo imágenes como la bandera, por supuesto. Este legado cultural y simbólico del estallido está siendo apropiado o reapropiado en obras que sí tienen una autoría, es inevitable.

Meses después del estallido social se abrió en el Barrio Bellavista el llamado “Museo del estallido social” que reunía algunas de las obras callejeras nacidas durante la revuelta ¿qué te parece este tipo de iniciativas?

—Justamente el Museo del Estallido Social es un ejemplo de lo que te decía antes. Lo conozco. Sus gestores, Marcel, Katina y Víctor, vienen hace años trabajando en comunidades, aglutinando y visibilizando prácticas artísticas marginales o marginalizadas, de resistencia en muchos aspectos. Este museo es solo un paso más en esa línea de trabajo suya, consistente y de muchos años. Me parecen muy importantes estas iniciativas, para preservar el legado simbólico surgido con el estallido, que nos acompañará a toda esta generación y quizás a cuántas más en el futuro. Es un asunto de memoria también lo que ellos hacen.

Arte colaborativo

Definir en palabras la obra de Martín Gubbins no es fácil. Lo suyo tiene que ver con los límites de los lenguajes, cómo se expresa una idea visualmente y cómo dialoga con la palabra, lo que la mayoría de las veces hace tensionar sus distintos significantes. Muchas de sus obras pueden parecer jugarretas visuales, las que en el fondo esconden varias capas de simbolismos. Gubbins no ocupa el lirismo de la poesía tradicional y suele trabajar con palabras ajenas o hacer guiños a diferentes fuentes de referencia; como su obra Sonetos (2014) que partió como un poema visual donde reproduce los patrones de rimas contenidas en sonetos de Luis Góngora y que luego varió en performance, siendo presentada en diferentes escenarios con la colaboración de bailarines y música inspirada en los bailes “chinos” de Chile.

Para Gubbins la obra 100 por ciento original no existe y tiene claro que el arte actual se compone de los referentes del pasado. En su trabajo nombra a varios, desde ineludibles como Vicente Huidobro y Nicanor Parra, hasta amigos cercanos como Andrés Anwandter, Felipe Cussen, Martín Bakero, Anamaría Briede y su maestro en Londres Bob Cobbing.

De hecho, la mayoría de sus obras se ha nutrido con las ideas de otros poetas y músicos, que suelen colaborar con él. Ahora mismo está trabajando en conjunto con Andrea y Octavio Gana, la dupla tras el colectivo Delight Lab, en una exposición que sería presentada a principios de abril en la Galería AFA de barrio Franklin, pero que el regreso a la cuarentena obligatoria dejó en suspenso hasta nuevo aviso.

Tribunales. Foto: Jael Valdivia.

¿Te conflictuó de alguna forma que la imagen de la bandera se viralizara sin consignarte claramente como el autor de la obra?

—Los poetas no estamos buscando el “hit”. Yo no al menos. Sé perfectamente que las cosas que hago le interesan a muy poca gente, o que a veces son difíciles, o difíciles de tragar. Pero persisto porque tengo convicción -quizá ciega– y lo que hago me da energía y vida. La verdad descarté rápido reclamar su propiedad para mi ego o beneficio personal. Además, mis obritas impresas no me las iba a quitar nadie, y las huellas de mi autoría estaban en acciones públicas. Cualquier interesado en saber de dónde salió la bandera, lo puede averiguar. Pero aparte de eso, habría sido absurdo y contraproducente. Entendí muy rápido que se había transformado en un ícono nacional, y contra eso uno no tiene nada que hacer, salvo sentirse agradecido y orgulloso. Además, este movimiento se trata justamente de valorar lo colectivo, la solidaridad, entonces habría sido una cosa muy poco atinada de mi parte empezar a levantar la mano y decir: fui yo, es mía. Fui yo, sí, pero ya no era mía. Sin embargo, no fui ingenuo al respecto. Lo pensé y lo conversé con mucha gente en quien confío, las subí inclinadas a mis redes sociales, así como tambaleando, y decidí tomar una postura radical: desaparecer un buen rato, y quedarme lo más callado posible. Fue una decisión ética y estética.

¿De qué manera la viralización de esta obra particular ha repercutido en la visión y alcance de tu trabajo?

—En el fondo, todo esto ha sido para mí una gran lección de humildad, sobre dos cosas que uno repite como loro desde la teoría, hasta que las vive y se da cuenta del peso que tienen: primero, eso de que la obra está hecha para ser apropiada por el lector/espectador/auditor, que tiene un rol en ella y la completa a su manera al leerla, verla, escucharla o interpretarla. Pero mira lo que pasa cuando eso sucede a escala nacional. Hay que saber vivirlo. Tuve que aprender. Segundo, que el lugar que tenemos ante una obra es mínimo. Una vez hecha y puesta en circulación, uno queda offside. También hay que saber vivir eso. Por ese motivo me gusta dar recitales, ya que en ellos la obra se vuelve a crear, y tanto la obra como uno, cambian; al leerla a otros, interpretarla, como los músicos cuando interpretan partituras, creas. Aparte de eso, no ha incidido brutalmente en el alcance de mi trabajo, o no que yo me haya dado cuenta todavía. Como te decía antes, en ese momento tomé una decisión que era incompatible con figurar. Esta entrevista que hacemos ahora la doy porque ha pasado un tiempo suficiente, y porque se trata de la Universidad de Chile, donde eduqué muchas de las facetas de mi trabajo artístico que no existirían sin mi formación en Ciencias Jurídicas y Sociales en esta universidad pública, incluyendo la bandera probablemente.

Leídas las queremos. Entrevista a Lorena Amaro

El Día Internacional de la Mujer fue el escenario propicio para el lanzamiento de la colección Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas, coordinada por la crítica literaria y directora del Instituto de Estética de la PUC. Un rescate de la escritura y no una conmemoración de un grupo de mujeres es lo que pretende este proyecto, que busca volver a poner en circulación textos relevantes que actualmente no se consiguen fuera de los círculos expertos.

Por Jennifer Abate C.

Casi un año tomó el trabajo que hizo posible lanzar este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, la colección Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas, un proyecto de Ediciones Universidad Alberto Hurtado coordinado por Lorena Amaro que busca poner en circulación libros de autoría femenina que se han perdido en el ir y venir de la historia y la hegemonía del canon masculino. En concreto, la colección abre con Por él, de Inés Echeverría, prologado por Alia Trabucco; Comarca perdida, de María Flora Yáñez, prologado por Alida Mayne-Nicholls; Los busca-vida, de Rosario Orrego, con prólogo de Daniela Catrileo; y Galería clausurada, de Marina Latorre, con prólogo de la misma Amaro. Para la crítica literaria, doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesora titular del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, se trata de un trabajo indispensable y que, sin importar la data de los textos originales, siempre interpela al presente.

¿Cómo se gestó el proyecto Biblioteca recobrada – Narradoras chilenas?

—Todo parte con una invitación de Alejandra Stevenson y Beatriz García-Huidobro, ellas hace rato le estaban dando vuelta a la idea de hacer una colección de mujeres narradoras. El año pasado me invitaron a trabajar con ellas en la coordinación de la colección. ¿Por qué sería necesario? ¿Por qué es importante recobrar estos textos? Son textos que hemos decidido, sobre todo, relevar, porque en su momento no tuvieron la circulación que debieron haber tenido y son difíciles de ubicar. Hace tres décadas, en Chile se está recuperando la escritura de mujeres. Todo empieza en los 80, con Gabriela Mistral, hay recuperaciones posteriores con Marta Brunet, se ha ido leyendo más esta literatura, pero paralelamente a esa recuperación no se ha dado todavía suficientemente la recuperación editorial. Tenemos a muchas investigadoras, investigadores, trabajando en estos temas, pero para poder acceder a estos libros necesitas ir necesariamente a fondos de la Biblioteca Nacional, a espacios tal vez no tan asequibles para todo el mundo, y nos parecía que había que facilitar el acceso a los libros para ellos y para quienes no son investigadores, o sea, pensar que esa literatura podría tener nuevos lectores, nuevas lectoras, y que además esa literatura interpelara desde su tiempo, desde estas textualidades relacionadas con lo que está ocurriendo hoy, desde la perspectiva del feminismo, desde la perspectiva de las demandas sociales. También hemos seleccionado los títulos con ese filtro.

Hay otro punto que me gustaría destacar. Cuando se lee a mujeres, por lo general se mencionan las excepcionalidades, hay una especie de régimen de excepcionalidad por el cual hay algunas que son más visibles. En el caso chileno, Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Marta Brunet, Marcela Paz, las que han estado más cercanas o han obtenido el Premio Nacional de Literatura, pero hay muchísimas otras que quedan ensombrecidas. Además, muchas de ellas, cuando son mencionadas, son mencionadas por una obra. No vamos a publicar siempre las obras más conocidas de cada una, sino que precisamente aquellas que no tuvieron reediciones, aquellas que no han circulado, aquellas que se mencionan y los investigadores conocen, pero a las que el público no ha podido acceder. Esos son algunos de los criterios que hemos procurado instalar, junto con la idea de los prólogos, los que pensamos como diálogos.

Lorena Amaro. Foto: Diego Zúñiga.

¿Cómo fue el proceso de volver a leer mujeres que escribieron hace décadas o hace más de un siglo, como Rosario Orrego? ¿Cómo se lee a esas mujeres desde el presente?

—En otros tiempos, como ahora, hay una conciencia de ciertos problemas, de ciertos temas. Quiero enfatizar otra idea de la colección: es de textos, por eso se llama “biblioteca recobrada”, porque la idea es rescatar los textos, hacer énfasis en eso, no tanto conmemorar autoras; queremos rescatar textos de mujeres vivas que no han podido reeditar sus textos. En Los busca-vidas, que es una novela que quedó inconclusa y que se publicó dos veces por revista en el siglo XIX (era una novela por entregas, por folletín), te vas a encontrar con cuestiones que son muy actuales. Ella aborda la vida de los buscadores de plata en la zona de Copiapó y habla del extractivismo. Toma la perspectiva de una familia indígena que trata de resistir el abuso o esta avidez de dinero que tiene la gente que llega a la zona. Eso me pareció muy, muy interesante, plantear esa perspectiva respecto de lo que puede ser esa avidez económica, esa explosión, ese coloniaje del cual Rosario Orrego parece perfectamente consciente, y le da un lugar muy especial en la novela a los personajes femeninos. Ahí, por ejemplo, quisimos hacer un juego: invitar a Daniela Catrileo, que es una poeta joven, alguien que está escribiendo cosas muy potentes desde una perspectiva social, crítica, y que está empezando escribir, sobre una precursora, la primera.

Llamó mi atención que en tu prólogo del libro Galería clausurada de Marina Latorre señalas, refiriéndote a uno de los textos: “la inclusión de esta crónica en el libro de cuentos de 1964 pone de manifiesto una característica presente en otros textos de autoría femenina a lo largo del siglo XX: su esquiva relación con las fronteras literarias de los géneros, su particular forma de inscribirse en las tradiciones literarias, atravesando de un lado a otro las posibilidades de lo autobiográfico, lo ficcional y lo ensayístico, en libros muchas veces híbridos”. Hablas incluso de la interseccionalidad como característica de los textos escritos por las mujeres. ¿Qué crees que explica este afán destituyente de ciertos cánones en la escritura femenina?

—Esa relación, por decirlo de algún modo, torcida, irreverente, creativa también respecto de la norma y de lo que se entiende como la norma literaria, de lo que constituyen los cánones, lo que han enseñado que son los géneros, yo creo que surge tal vez no como un programa, un proyecto, sino que se va gestando desde la misma experiencia de las escritoras. Es usual encontrar en los textos de las escritoras de fines del siglo XIX, comienzos del XX, inscrita la cuestión de que ellas no han tenido la misma formación que los escritores de su época, que han accedido de manera muy lateral a la escolarización, que han tenido otras formaciones. La misma formación literaria de los cenáculos literarios de los hombres conversando, esas formas de sociabilidad que ellos podían tener, pero en las que las mujeres, llevadas a un ámbito mucho más doméstico, no podían intervenir. Eso es muy claro sobre todo en los movimientos que se van a gestar a comienzos del siglo XX, esos espacios de sociabilidad masculina donde las mujeres están muy excluidas o se transforman en inspiradoras, en acompañantes, y se ensombrecen, dejándolas en un lugar muy relegado. No es raro que muchas de estas mujeres se vinculen con el canon y con los géneros de manera muy tímida y también a veces muy transgresora, precisamente porque tienen más libertad. Ahí hay un tema que es muy interesante: tienen un autoaprendizaje, búsquedas que son solitarias y que van generando los “desvíos de las letras”, para hablar de las escrituras en América Latina respecto de los cánones tradicionales europeos. Hay un desvió de la letra, un desmarcarse de lo que te enseñan que tiene que ser lo correcto literariamente, y eso produce textos muy interesantes.

En el caso de Marina Latorre, obviamente ella es una persona que se forma y escribe posteriormente; Marina sí se escolarizó y tuvo estudios universitarios. Ella cuenta que era muy difícil establecer una comunicación con los pares, o sea, presentarles un texto y que te lo comentaran y no salieran con cualquier cosa, con una mirada condescendiente, paternalista. En Tsunami, de Cristina Rivera Garza, hay todo un vocabulario que habla incluso de someter los textos. Cuando sometes el texto a la lectura masculina de la autoridad hay una cosa muy violenta, humillante puede llegar a ser esa experiencia de encontrarse con los maestros, y muchas de nuestras escritoras se encontraron en esa situación de buscar la aprobación del maestro varón. La misma Marta Brunet, sometiendo su texto al escrutinio de Pedro Prado y Alone, por ejemplo, para ver si la publicaban. Ellos la “descubren” y dan con la idea de que Montaña adentro es un original, porque les extraña que esté tan bien escrito y que venga de una chillaneja, joven; les parece muy raro y lo revisan escrutando a ver si no es una copia. Todas esas formas de sociabilidad, todas esas humillaciones, esas asimetrías de poder y la misma formación solitaria de las mujeres lleva a que también produzcan estos textos maravillosos que a veces no puedes encasillar como cuento o una crónica.

En 2019 nace el Colectivo Auch!, Autoras Chilenas, con una consigna: “cuestiona tu canon”. ¿A qué se refiere este cuestionamiento del canon? ¿Por qué es importante cuestionarnos lo que leemos, su autoría?

—“Cuestionar tu canon” implica abrirse a lecturas en las que no estamos formadas. Los moldes educacionales, escolares, sociales te han llevado o conducido a que leas cierta literatura y que la leas con ciertos valores y criterios que va a establecer el mismo campo literario. El valor literario lo construyen distintos actores: están los editores, autores, críticos, todos están ahí confluyendo en armar, construir discursos que van a hacer que, en un tiempo determinado, tal vez un género sea más valorado que otro, que una forma literaria sea más valorada que otra. En este campo, la mayoría de los participantes siempre han sido varones, y cuando construyen los valores literarios de su época, su tiempo, van a privilegiar lo que ellos mismos están escribiendo, lo que ellos mismos validan como algo que debe ser deseable, interesante. Cuando dicen “cuestiona tu canon”, a lo que invitan las escritoras es a que leamos textos que no nos enseñaron que tenían ese valor, que vayamos descubriendo textos que no se incorporaron porque sus autoras no eran parte de estas formas de sociabilidad literaria que son tan perversas: hombres que se publican entre hombres, hombres que se promueven entre hombres, críticos literarios que tratan la literatura de las mujeres como literatura escrita por señoras. Todavía hoy, en el siglo XXI, muchos críticos abordan la literatura de las mujeres a partir de ideas sexistas, calificando lo que ellas hacen por su apariencia física, todavía puedes encontrar muchos ejemplos de esa naturaleza.

El año pasado iniciaste en Palabra Pública una conversación sobre las autorías, un intercambio en el que participaron decenas de autoras. No faltó la polémica sobre lo que planteabas en el texto inicial, que era una crítica a la idea de que “todas las escritoras somos todas las escritoras”, que a tu juicio despolitiza y mete a todas las escritoras, por el hecho de ser mujeres, en el mismo saco, sin cuestionar qué escriben o para qué escriben. ¿Por qué decidiste iniciar esa discusión?

—Me parecía que había que aclarar que no “todas somos todas las escritoras” en el sentido de que no puedes homogenizar ni puedes biologizar la discusión planteando que, por ser mujer, yo soy igual a otra, no puedes plantear que todas vivimos las mismas formas de opresión, algunas son oprimidas y otras son más privilegiadas, y no pueden hablar, en su caso, sobre la opresión que pueden vivir algunas mujeres no sólo por el sistema sexo/género, sino que también por la racialización, la diferenciación o discriminación de clase social. No puedes plantear que las experiencias de las escritoras son las mismas, ni siquiera sus reclamos ni estrategias son las mismas, no puedes comparar el trabajo de escritoras que han sido reconocidas, instaladas desde el primer momento, con otras que también escriben y que no son reconocidas, que no son escuchadas en sus ámbitos, que no tienen publicaciones más formales, que viven la discriminación de mil maneras distintas. Me parecía que era necesario hacer esa distinción, explicar por qué no todas somos todas las escritoras y explicar cierta forma de promoción de la autoría, muy cifrada en lo individual. 

Antes de esta discusión, Diamela Eltit planteaba su incomodidad con la idea de hablar de escrituras de mujeres o mujeres que escriben, porque sentía que cuando eso ocurre, triunfa el desplazamiento de lo cultural a lo orgánico y se genera una despertenencia a la letra y una pertenencia total a la biología. Sin embargo, una de las estrategias del feminismo es precisamente visibilizar el trabajo hecho por mujeres desde esa categoría, lo hecho por mujeres.

—Sí, ahí hay una tensión frente a dos aspectos. En primer lugar, estoy de acuerdo con Diamela Eltit, y no sólo lo dice Eltit, sino que también Nelly Richard, en distintos textos escritos hace tiempo se habla del riesgo de biologizar, esencializar la discusión, de plantear una categoría mujer homogénea. Hay rescates, como la colección Biblioteca recobrada, donde hablamos de narradoras. Si tú estás de acuerdo con que no hay que biologizar la discusión y que hay que desapropiar la escritura y circular otras categorías, entonces, ¿por qué seguimos insistiendo en hacer colecciones de literatura de mujeres, ensayos de mujeres? Para mí, eso no es contradictorio. Porque si bien debes tener muy claro, al abordar estas escrituras, que no por ser mujer alguien escribe algo feminista o no por ser feminista se escribe algo rupturista con el canon, no por tener esa conciencia se ha resuelto la lucha por la visibilizacion. Si sigues haciendo colecciones de mujeres, sigues escribiendo ensayos sobre mujeres, investigaciones sobre mujeres, es porque estás abriendo ese espacio. Creo que pueden convivir esas dos cuestiones y, de hecho, pueden convivir para abrir esta revisión del canon a pensar que también existen otras experiencias, trans, queer, que están generando otros espacios de escritura, que plantean reclamos, diferencias. Una de las cosas que quiero abrir con la discusión es hablar desde la política, porque la verdad es que nuestro campo literario no se ha hecho cargo totalmente de lo que está ocurriendo y las demandas que estamos teniendo frente a grandes injusticias sociales, frente a grandes procesos de discriminación, tienes que pensar la literatura con todos esos factores. Entonces, claro, pensemos la literatura de las mujeres, sepamos que eso es un constructo, sepamos que es una estrategia, una forma de visibilizar, pero tengamos claro que la escritura es diversa, múltiple, no es algo que podamos someter a una categoría simple. Creo que no se contradicen las dos cuestiones, para nada. En el fondo, hay una cosa práctica. Finalmente, si no lo haces de esta manera, ¿cómo lo haces? ¿Cómo haces que las mujeres empiecen a ingresar? Espero que llegue el día en que no tengamos que establecer ese coto, en que naturalmente la escritura de las mujeres sea reconocida, en que las escritoras sean leídas en los colegios, participen en los festivales y sean reconocidas con los premios que son reconocidas, pero estamos lejos de eso todavía.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 5 de marzo de 2021.

Marina Latorre, una escritora incombustible

En muchos sentidos, este 8 de marzo es una fecha histórica para esta poeta, narradora, galerista, gestora cultural, editora y periodista nonagenaria, que logró hacerse un lugar en el ambiente cultural hostil y machista de mediados del siglo XX. Después de décadas de olvido, hoy su obra literaria vuelve a ver la luz gracias a la colección Biblioteca Recobrada-Narradoras chilenas, de la Universidad Alberto Hurtado, un proyecto que obliga a repensar la historiografía literaria y que comienza con Galería clausurada, una selección de textos de Latorre que resultan rabiosamente actuales.  

Por Evelyn Erlij

El nombre es destino: nomen est omen, dice esa vieja expresión latina, y Marina Latorre lo sabe bien. Cada gran escritor que celebró su obra —que hoy salta a la vista como un espejo de los cambios sociales, culturales y políticos del Chile convulso de la segunda mitad del siglo XX— cayó en la tentación de hacer juegos semánticos con su nombre, como si no hubiese nada más interesante que decir. “Marina Latorre Uribe, nombre y apellidos simbólicos para un hombre de Mar. Nombre ilustre por los tres costados. Nuestra Marina de Chile siempre ha tenido un acorazado Latorre y un destructor Uribe. Tu nombre tiene mil connotaciones marítimas”, escribió Francisco Coloane en el prólogo de su novela ¿Cuál es el Dios que pasa? (1978); mientras que Pablo Neruda, al recibir su libro Soy una mujer (1973), le contestó: “Querida amiga: tu nombre escrito en franjas rojas y negras flamea alrededor de mi cuello”. El nombre es destino, y el de Marina Latorre contiene el destino de todas las escritoras de su época: ser vistas como un accesorio, ser leídas como una anécdota en el campo cultural.

Esta fijación onomástica, que tuvieron también autores como Andrés Sabella y Hernán del Solar, es apuntada por la crítica literaria e investigadora Lorena Amaro en el prólogo de Galería clausurada, libro en el que se rescata una serie de textos de Latorre, y que inaugura la colección Biblioteca recobrada-Narradoras chilenas, proyecto de la Universidad Alberto Hurtado, dirigido por Amaro, que continuará con las obras de Inés Echeverría, Rosario Orrego y María Flora Yánez, escritoras olvidadas y marginadas de la historia literaria local de los siglos XIX y XX.

Marina Latorre. Foto: Fernando de la Maza.

“La construcción del canon literario chileno es muy mezquina con la producción de mujeres, las incorpora casi siempre bajo un régimen de ‘excepcionalidad’ —explica Lorena Amaro—. Se les da un mínimo de espacio, casi como una nota al pie de página. Tienen que tener un desempeño extraordinario (Mistral ganó el Premio Nobel) para que sean consideradas, a regañadientes, dignas de estudio y mención, cosa que no pasa con la escritura de varones, en que se va tejiendo un tramado mucho más denso, orgánico, de agrupaciones, movimientos, de los cuales las mujeres suelen también ser desplazadas por excéntricas. Todo esto invisibiliza el trabajo de una gran mayoría de creadoras, como ocurrió en el caso de Marina Latorre; la crítica que se hizo de su trabajo, si bien fue positiva, resultó también enormemente condescendiente, paternalista, anecdótica y muy poco atenta a lo que ella estaba proponiendo”.

En agosto pasado, su nombre volvió a oírse cuando Amaro publicó en Palabra Pública el ensayo “Cómo se construye una autora: algunas ideas para una discusión incómoda”, en el que, entre otras cosas, reclamaba frente al poco interés que existe en las nuevas generaciones de escritoras chilenas por leer y redescubrir a sus antecesoras. “Lorena Amaro, y su ensayo, vino a remecer y alegrar el aislamiento en el que vivo desde el estallido de 2019 y continuado hasta hoy por la pandemia. Establezco mi gratitud a ella, crítica brillante, por este acto de justicia necesario y esperado: el rescate de mi obra literaria”, dice Marina Latorre, que a sus más de noventa años sigue impulsando la lucha que comenzó muy joven junto a su marido, Eduardo Bolt, ya fallecido: nutrir el campo cultural a pulso, con o sin recursos; empujados, como dice ella, por su amor al arte.

Ambos abrieron la Galería Bolt, un lugar esencial para el arte chileno de mediados del siglo pasado; y fundaron Ediciones Bolt, con la que editaron novelas, poemarios y revistas, entre las que se cuenta Portal —cuyo primer período transcurrió entre 1965 y 1969—, uno de los medios literarios más importantes de la historia chilena; un espacio en el que escribieron, entre otros, Pablo Neruda, Jorge Teillier, Luis Oyarzún y Francisco Coloane. “A veces, ni me lo creo —confiesa Latorre—. Entrevistamos a Borges, a Yevtushenko, a Arguedas. Nos regalaban su poesía inédita y sus libros dedicados. Todavía conservamos algunos de estos tesoros, que, a costa de nuestras vidas, logramos salvar de la brutalidad de los esbirros de la dictadura. Actualmente me parecen invisibles, inexistentes, escritores e intelectuales semejantes. Escritoras a esa altura, salvando una cultura machista, comienzan a aparecer”.

Para esas nuevas voces, dice, leer a las antecesoras es fundamental: “Sin esa condición no se puede existir. He disfrutado desde niña con la lectura de varias grandes escritoras, todas extranjeras. De Chile, solo la Mistral, como si no existieran otras. Coloco aquí mi denuncia. Las escritoras chilenas no nos conocíamos. El culpable, un machismo entronizado por siempre. El mundo literario se componía solo de hombres —reclama Latorre—. Recién esta situación empieza a cambiar de la mano de los tremendos y hermosos movimientos de las mujeres de ayer y hoy. Debemos también agradecer a las redes sociales, que a pesar de sus inconvenientes han logrado democratizar la entrega y acceso a la información, liberándonos del monopolio de los medios tradicionales, cambiando esta situación de desconocimiento hacia nuestras colegas. Es necesario revertir por siempre esta situación de injusticia y menoscabo”.

***

En los años 50, cuando Marina Latorre llegó a Santiago desde Punta Arenas a estudiar Periodismo y Castellano en la Universidad de Chile, se dio cuenta de que para tener un futuro asegurado en la capital había que llamarse Errázuriz, Balmaceda, Matte, Zañartu, Astaburuaga. Una vez más, el destino estaba inscrito en el nombre, algo que hoy no ha cambiado; tampoco la hostilidad, el machismo y el clasismo que encontró en el ambiente universitario y literario, ni el poder de una élite decadente y con pocas ambiciones intelectuales. Esa mirada aguda a la sociedad chilena hace que una parte importante de su obra resulte profundamente actual. Por ejemplo, un cuento como “La familia Soto Zañartu”, justamente sobre el peso que tienen los apellidos para la clase alta local, funciona muy bien como un retrato de la élite del presente.   

Tanto esa vigencia, como su valor histórico y literario, fueron los criterios con los que Lorena Amaro escogió los textos de Galería clausurada: “’Soy una mujer’ me pareció de una tremenda actualidad, es un texto en que ella conversa con otras mujeres sobre las experiencias de discriminación y violencia machista. Fue escrito en los años 70 y me pareció que refería situaciones que podríamos vivir hoy —cuenta la crítica literaria—. ‘El monumento’ me pareció un texto muy de su tiempo, publicado bajo la Unidad Popular, en que trata de mostrar la perspectiva de una obrera en una circunstancia real, de sometimiento al patronazgo del mundo industrial chileno. Los análisis de Marina son muy lúcidos, casi siempre vemos a sus protagonistas en un proceso de toma de conciencia y revelación que me pareció podían interpelar a un grupo muy amplio de lectorxs”.

Frente a esto, Marina Latorre responde: “Me agrada comprobar que dejé en mis obras realidades que siguen intactas. Creo que por esas consideraciones queda demostrado que fui una mujer adelantada a mi tiempo. Aunque éramos varias adelantadas. Sin embargo, quiero entregar una dolorosa intuición. Pienso que tal vez, fueron o existen muchas mujeres conscientes de las mismas injusticias, pero que no han tenido, ni tienen la posibilidad de manifestarlas”, reclama la escritora, que retrató otros paisajes que tampoco han cambiado, como el esnobismo del ambiente artístico chileno, en el que la presencia de mujeres galeristas y gestoras culturales, como ella o Carmen Waugh, era escasísima. 

Esa fue una de sus hazañas: hacerse un nombre y construirse un lugar entre la misoginia del mundo intelectual santiaguino de los años 60 y 70; desatar, como dice ella, su “pasión irrefrenable” a pesar de todo: escribir, fundar revistas, ser periodista. Ese ímpetu la impulsó a ella y su marido a convertir su hogar —una casona con 17 piezas ubicada en la calle Londres, en Santiago, donde todavía vive—, en un centro cultural que pasó a ser un lugar esencial para el ambiente cultural capitalino; sede de la galería, de la editorial y de la imprenta con la que editaron libros y revistas que hoy son tesoros invaluables. En Portal, por ejemplo, se publicaron una serie de obras inéditas de Neruda, como una llamada La corbata poética para Nicanor Parra, y se crearon proyectos comoPortal siembra poesía, que consistía en pegar afiches en todo el país con textos de poetas de distintas regiones.   

“(Eran) carteles tamaño tabloide —recuerda Latorre—. La iniciamos con un regalo excepcional: “Oda al hombre sencillo”, que el propio Neruda nos regaló para que difundiéramos su contenido en todos los muros de las ciudades. Ha sido otra de las acciones más hermosas que realizamos con toda la energía y convencimiento de nuestros jóvenes corazones. Los carteles murales eran una fiesta de colores. Muchos poetas, de Santiago y provincia, se beneficiaron con la difusión de sus creaciones. El gran mérito: eran impresos en nuestra propia impresora de las antiguas, pero muy moderna en su época. Se confeccionaban las líneas con tipografía o tipos parados se les llamaba, fundidos en metal. Los carteles eran hechos artesanalmente por Eduardo Bolt, que al igual que para mí, constituía una fiesta este quehacer: diagramar, componer, imprimir y pegar los carteles en los muros de las ciudades. Comulgábamos con el poeta a través de su “Oda al hombre sencillo”:

“Ganaremos, nosotros,
 los más sencillos,
ganaremos,
aunque tú no lo creas
ganaremos”

En estos últimos años se ha empezado a releer desde una perspectiva feminista la obra de muchos creadores, como le pasó a Pablo Neruda, a quien se ha condenado por haber descrito una violación en sus memorias Confieso que he vivido. ¿Qué le parecen las relecturas que se han hecho de la obra del poeta?

—Yo voy a hablar de las muchas relecturas que hago siempre de la obra de Neruda para enriquecerme cada vez más. Me sorprenden los resultados e interpretaciones de otros lectores por el párrafo aludido en Confieso que he vivido. No hubiera querido hacerlo, porque serán conclusiones y verdades justas, claras e incómodas para los enemigos anticomunistas o desubicados o peor aún, los que no entienden lo que leen. Para ello, recurriré a la Teoría de la deconstrucción, planteada por Derrida: ante la dictadura del canon, la democracia de la polisemia. Quien lo entienda y domine, podrá acceder a toda la riqueza polisémica en los textos de Neruda.

En la introducción de Galería clausurada, Lorena Amaro habla de una característica que aparece en su obra y en la de otras de autoras del siglo XX: “su esquiva relación con las fronteras literarias de los géneros (…) atravesando de un lado a otro las posibilidades de lo autobiográfico, lo ficcional y lo ensayístico”. 

—Si existe esta característica en mi obra, la aplaudo, me aplaudo y me celebro. Yo creo que se debe a la necesidad de poder comunicar y sanar un torbellino interior de ideas, inquietudes, saberes que no pueden ser contenidas y encasilladas en los compartimentos cerrados en que nos enseñaron, característica de las fronteras de los géneros literarios. Si se observa lo mismo en el estilo de otras escritoras, aún mejor, saber que compartimos, lo que yo entiendo como una verdadera rebeldía. En ese momento yo era una feroz estudiante universitaria y seguramente sentía la necesidad de expresarme, de comunicar un verdadero volcán de ideas, de inquietudes, lo que se logró con la ruptura de lo tradicional exigido.

El 8 de marzo se ha convertido en un hito en el Chile reciente: millones de mujeres han salido a reclamar igualdad y derechos. ¿Cómo ve la explosión de los feminismos que se está dando desde hace unos años?

—Debemos tener muy claro qué se conmemora el 8 de marzo. Por varios años, nuestro entorno no tenía muy claro el significado de este día y como un modo de celebración, nos regalaban flores o chocolates. Esta atención no sería censurable si viniera acompañada de un estado de clara conciencia de los hechos sucedidos. En buena hora, han sido las mujeres, liderando los movimientos feministas, quienes han salido a la calle reclamando por sus derechos e igualdad. Personalmente, emocionalmente, para mí, este día, declarado por la Unesco como Día Internacional de la Mujer, tiene un gran sentido. Cada 8 de marzo ha tenido para mí una significación en cierto modo grandiosa, pero esta vez supera a todas, lejos de toda vanidad: me siento premiada, reconocida en mis derechos, al lado de valientes mujeres de todas las edades y condiciones sociales que por fin han despertado por nuestras reivindicaciones. Por otra parte, este 8 de marzo de 2021 me trae un hermoso regalo: el lanzamiento de la colección Biblioteca recobrada-Narradoras chilenas.

Usted ha sido una agente esencial del medio cultural chileno: con la galería, la editorial y las revistas ha dedicado su vida a difundir la cultura en Chile y América Latina. ¿Qué la ha motivado a insistir en un panorama cultural tan precarizado, en el que es difícil mantener proyectos en pie?

—A veces me pregunto de qué raro material debo estar hecha para vivir en una batalla permanente contra todas las dificultades sin cansarme jamás. Me honra, y me encanta, el reconocimiento de que he sabido aportar cultura y arte a través de las diversas actividades y organizaciones que he podido crear.  Pienso que cada ser llega con su destino trazado y el mío, lo siento, el mejor de todos. Si lo tomamos con un poco de humor podremos entender el porqué de mi insistencia en mantener proyectos en un medio precarizado, hostil por falta de financiamiento y apoyos; en invertir para compartir, la mayoría de las veces sin retribución económica. Todo hecho y entregado por amor al arte: galería, revista, clases, charlas, reuniones, libros, difusión, y mil cosas más. Si pudiera volver atrás y con la posibilidad de elegir, volvería a lo mismo sin titubear. He tenido amor, amistad y la enorme posibilidad de gozar del arte y la cultura, que lo siento como abrazar al mundo.

¿Qué planes tiene para su casona, ese lugar que Neruda llamó “La torre de la poesía”?

—Mi amigo Pablo Neruda hizo una analogía con mi apellido, agregándole más méritos a este lugar que tanto amo. Aquí han transcurrido los mejores momentos junto a Eduardo, el amor de mi vida. La larga trayectoria poética, cultural y humana aquí realizada ha sido divulgada en parte. El poeta me dijo alguna vez: “No te deshagas jamás de este lugar histórico patrimonial”.  Así lo siento y así lo creo. Me preguntas qué planes tengo para ella. Decido que permanezca por siempre como lo que siempre ha sido. Un lugar de la cultura y la poesía. Se hará aterrizadamente a través de la fundación con mi nombre. Lo declaro, como un deseo inamovible para cumplir los sueños de cultura y esperanza de mujeres, jóvenes y niños.

* Revisa esta entrevista hecha por Enrique Ramírez Capello a Marina Latorre en 1979, un documento histórico compartido por la propia autora.

[Diálogo] Derechos culturales y nueva Constitución

El 26 de noviembre de 2020, en el marco del primer Noviembre Cultural para Chile, iniciativa que permitió compartir con el país el trabajo artístico, cultural y patrimonial de la Universidad de Chile, la ministra de Cultura y Patrimonio de Ecuador Angélica Arias, la senadora Yasna Provoste y el director de LOM Ediciones Paulo Slachevsky, moderados por la directora del Archivo Central Andrés Bello Alejandra Araya, debatieron sobre el lugar de la cultura y los derechos culturales en la nueva Constitución que Chile se apresta a elaborar. A continuación, presentamos una síntesis de esta conversación.

Moderó Alejandra Araya
Ilustración de Fabián Rivas.

—Alejandra Araya: me gustaría iniciar con la cuestión de los derechos culturales, las artes, la cultura y el patrimonio como derechos humanos. ¿Qué son los derechos culturales? ¿Los podemos entender como derechos humanos? ¿Por qué debieran estar en una Constitución?

Angélica Arias: quisiera iniciar hablando sobre algunos procesos que se han llevado a cabo en el Ecuador respecto a cómo se consideran los derechos culturales en la Constitución, específicamente la de 2008, cuando los derechos constitucionales empiezan a incluir a los derechos culturales.

La Constitución determina que el Ecuador es un Estado de derechos, y esto implica que todos los derechos, sin distinción, son categorizados como derechos constitucionales, estableciendo la obligatoriedad suprema de su observancia y protección. Es así que se establece la construcción y prevalencia de la propia identidad cultural. Además, se desarrollan conceptos de observancia obligatoria del patrimonio material e inmaterial, dotándolo de una salvaguarda estatal y no taxativa.

Es importante mencionar también que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 27, dispone que toda persona “tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten”. En la misma declaración de la UNESCO se establece que la cultura debe ser considerada el conjunto de los rasgos distintivos, intelectuales, materiales, afectivos que caracterizan a una sociedad o grupo social y que caracterizan, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores y las creencias.

El reconocimiento de los derechos constitucionales de la cultura y el patrimonio, sin embargo, no es garantía de su cumplimiento. La cultura no se considera una prioridad en la mayoría de los países de América Latina y sufre constantes restricciones, razón por la cual alcanzar la plenitud del goce del derecho constitucional a la cultura es una tarea pendiente.

Yasna Provoste: es central que en este proceso constituyente entendamos que los derechos culturales son esenciales. Chile es un país de 20 millones de personas habitando un territorio que se extiende sobre tres continentes, lo cual le otorga una diversidad de rostros, colores, climas, recursos naturales, pueblos, naciones y cultura. Cuando hablamos de derechos culturales no estamos refiriéndonos a un objeto separado de nuestra propia subjetividad colectiva; estamos hablando de nosotros mismos, de nuestros saberes, identidades y sueños, de nuestras expectativas y de nuestra memoria. Que el proceso constituyente incorpore la cultura como derecho significa el anhelo de que en el centro de todo esté la persona y su dignidad esencial, como ser racional y libre, con derechos que son anteriores y superiores al Estado.

Paulo Slachevsky: los derechos culturales son derechos humanos reconocidos de manera vinculante por las Naciones Unidas en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966, que establecen claramente el derecho a gozar y a participar de la vida cultural. Es muy interesante porque el pacto parte con el concepto de dignidad, que nos hace tanto sentido a los chilenos desde octubre de 2019. Ese primer párrafo dice: “no puede realizarse el ideal del ser humano libre, liberado del temor y de la miseria, a menos que se creen condiciones que permitan a cada persona gozar de sus derechos económicos, sociales y culturales, tanto como de sus derechos civiles y políticos”. Ahora, ¿qué son los derechos culturales? En tiempos de neoliberalismo tendemos a confundirlos con el derecho al acceso, con la lógica del consumo. Claramente, el pacto del 66 va mucho más allá. Hace explícito el derecho a tomar parte de la vida cultural y la necesidad del desarrollo económico, social y cultural para salir de la miseria y ser ciudadanos verdaderamente libres.

Se mencionó la convención de UNESCO para la diversidad cultural. ¿Por qué es tan importante? Porque vivimos en un mundo donde la división del trabajo también se fomenta a nivel cultural; tenemos países productores culturales y países consumidores de cultura. Más del 90% de las pantallas de cine del mundo están ocupadas por el cine de Hollywood, que es interesante, pero representa sólo el 5 o 6% del cine que se produce a nivel mundial. En ese sentido, el mercado no permite un equilibrio, al contrario, favorece la concentración. Por eso es necesario que los países tengan derecho a proteger su cultura y que la cultura no funcione bajo la lógica de los tratados de libre comercio, que con su letra chica impiden que los países tengan una verdadera soberanía cultural. Por último, ¿por qué deberían estar en la Constitución? El mundo de la cultura ha estado en todos los cambios que hemos tenido como país —en los 80 contra la dictadura, también a partir de octubre de 2019—, pero en los 90 quedó fuera. Tardíamente se genera un Ministerio de las Culturas, el pariente pobre de los ministerios. Es necesario cambiar esa lógica si queremos ser sociedades con un desarrollo humano. Si vemos la Constitución del 80, cuatro veces se menciona la palabra cultura, contra 129 veces que aparece en la Constitución de Ecuador, 29 en la de Colombia y 99 en la de Bolivia. Eso establece un piso diferente, una voluntad explícita de que la cultura sea parte de la construcción de una vida digna.

—Alejandra Araya: hay constituciones que han considerado la cultura un elemento sustantivo de la democracia, pero esto podría ser una arenga para los convencidos de siempre. ¿Qué cambia en la vida cotidiana decir que los derechos culturales están considerados en la Constitución? ¿De qué forma uno podría decir que hay un antes y un después de garantizarlos constitucionalmente?

Angélica Arias: en mi país, mediante la asamblea constituyente, se modificó la concepción del Estado como pluricultural para transformarlo en Estado intercultural. Justamente, en el artículo 1 de la Constitución, se concibe la construcción de una sociedad por medio no sólo del reconocimiento de la cultura y sus distintas manifestaciones —que es a lo que se refiere lo pluricultural—, sino que parte de la necesidad de intercambio e interacción entre quienes la conforman, bajo el principio de iguales. Entonces, pasamos de reconocer las distintas culturas a poner en práctica su igualdad. Y eso lo que hizo fue abrirnos muchas puertas en cuanto a posibilidades de política pública.

Respecto a la relación entre democracia y derechos culturales, éstos están protegidos por mecanismos de participación social, que les dan a los ciudadanos la potestad de defenderlos en el marco de cuatro principios que se establecieron en la Constitución: participar en los asuntos de interés público, presentar proyectos de iniciativa popular, el derecho a ser consultados y a fiscalizar los datos del poder público. Estos cambios empujan a los ciudadanos a actuar en las decisiones de la vida pública y cultural. Los efectos se revisan en su vida diaria, porque empieza a haber una corresponsabilidad en las decisiones que se van tomando. Nos falta avanzar bastante en este sentido, porque nos hemos dado cuenta de que ni la función pública ni la ciudadanía están preparadas para los procesos participativos.

Yasna Provoste: garantizando el derecho a la cultura nos pasa lo mismo que garantizando la educación pública y de calidad; estamos contribuyendo a la cohesión social y, en definitiva, a lograr la paz. Tal vez por mi visión comunitarista de las relaciones sociales tiendo más a un Estado intercultural, lo cual supone la existencia de diversas culturas, pero también la legitimación del pluriculturalismo presente en nuestro país y el reconocimiento recíproco entre culturas. Y eso entraña un consenso sobre los valores comunes de esas culturas; por ejemplo, el respeto a los derechos fundamentales. La Constitución de Bolivia, al igual que la de Ecuador, refuerza el concepto de interculturalidad y dice que la interculturalidad es el instrumento para la cohesión y la convivencia armónica y equilibrada entre todos los pueblos y naciones. Esa es la mejor reflexión de por qué nosotros tenemos que garantizar en esta nueva Constitución estos valores.

Paulo Slachevsky: en 2013 me tocó participar de una carta que varias asociaciones del libro le hicimos a los candidatos a la Presidencia sobre la importancia de tener una política del libro. Les planteamos que la cultura y la política del libro son transversales a muchos de los desafíos que tenemos como país. ¿Es acaso posible mejorar, por ejemplo, los niveles de la educación, sin mejorar la comprensión lectora? ¿Es posible salir del cerco de ser exportadores primarios y del extractivismo que arrasa con nuestras tierras y recursos naturales no renovables si no potenciamos nuestras capacidades culturales y creativas? Y la misma democracia: ¿es posible tener una verdadera democracia sin sujetos críticos, pensantes, activos y creadores?

—Alejandra Araya: En esta pandemia dos grupos han visto vulnerados de manera violenta sus derechos: las trabajadoras de casa particular, a quienes no se les reconoce su labor como trabajo propiamente tal, y los trabajadores y trabajadoras de la cultura, cuyas actividades no son valoradas desde la lógica del capital. ¿Qué se requiere para instalar la cultura como bien común en términos de protección social y laboral?

Angélica Arias: nos pasa algo similar en Ecuador. Cuando empezó la pandemia y se pensó desde el gobierno nacional en unos bonos mínimos para que la gente pudiera atender las necesidades básicas en los momentos más crudos, uno de estos bonos se pensó para el sector cultural, que en Ecuador tiene una informalidad muy alta. Y cuando se plantea, una mayoría preocupante de la sociedad ecuatoriana reclamó que se repartía este recurso en un ámbito “inútil”, que no “produce”. Varias de esas voces eran de los mismos artistas y gestores culturales. Con eso nos hemos dado cuenta de los muchos procesos que debemos llevar a cabo para tener un reconocimiento de la actividad cultural y artística. Todos sabemos que, en la oscuridad de la pandemia, lo que nos logró dar un respiro, un poco de ánimo, fue el acercamiento con el arte y la cultura.

En cuanto al reconocimiento de la cultura como un bien común y esencial, un buen paso es que esté en la Constitución, pero no es el único paso ni el definitivo. Luego de la definición como bien común viene la definición de la política pública, en los distintos ámbitos y sectores, y después su implementación. Todo este esfuerzo normativo que va desde la Constitución hasta los instrumentos más pequeños y territoriales se tiene que hacer garantizando que las políticas lleguen a todos los sectores de las culturas, las artes y los patrimonios. Estos marcos normativos tienen que adaptarse y estar abiertos a la diversidad de la cultura viva.

Yasna Provoste: un bono para los trabajadores culturales y artistas es algo que nosotros no tuvimos. La pregunta de las organizaciones culturales acá era de qué servía tener un ministerio si el ministerio iba a permitir la vulnerabilidad y precariedad del sector. Entonces, la conexión entre democracia y cultura es algo que nosotros hemos visto debilitarse. Durante tres años consecutivos, el ánimo permanente de esta administración ha sido reducir los presupuestos culturales y entender la cultura como algo accesorio. Lo que anhela uno es que este proceso constituyente se haga mirando experiencias que sean positivas, por eso me alegra compartir con la ministra de Cultura de Ecuador. En nuestro país fue bien premonitoria la discusión sobre el nombre del ministerio, que es el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Pero esa definición queda inconclusa si no somos capaces de tener escaños reservados para que nuestros pueblos [indígenas] no tengan que tener voceros en este proceso, sino que sean ellos mismos capaces de recuperar la palabra y generar en este nuevo proceso constituyente, no un artículo, sino una Constitución entera que se impregne desde el primer hasta el último artículo de una lógica de reconocimiento de derechos culturales y de respeto a la diversidad y la presencia ancestral de pueblos en este territorio.

Paulo Slachevsky: la desigualdad imperante es un tema de la sociedad en general, más allá del mundo de la cultura. El único camino es avanzar hacia el salario básico universal, que la riqueza de nuestros países sea para todos, todas y todes. Ahora bien, en ese camino es fundamental revalorar el espacio de la cultura y a quienes se dedican a ella, garantizando sus derechos básicos: salud, educación, vivienda y previsión. Lamentablemente, como el trabajo cultural es muchas veces un trabajo parcial y fragmentado, es fundamental que políticas públicas puedan garantizar esos derechos. Siempre en Chile celebramos a Gabriela Mistral, a Pablo Neruda, pero, al mismo tiempo que se celebran, los nuevos autores de poesía se excluyen de las bibliotecas porque “no venden”, y, al final, los mecanismos de apoyo del Estado son los concursos. Una vez más, compitiendo unos con otros en vez de construir juntos, llegando al límite de considerar que el gasto en cultura es una pérdida de recursos. Cuando, al contrario, es una inversión en las personas y la sociedad toda. Hay que cambiar el chip y recordar a las huelguistas de Massachusetts, que decían “queremos pan y también las rosas”.

Alejandra Araya: Para cerrar, les quiero ofrecer la palabra para algunas conclusiones finales.

Angélica Arias: como les decía, si bien ya tenemos varios instrumentos normativos que reconocen la interculturalidad, todavía nos falta mucho por avanzar. Nos falta mucho trabajar con las comunidades en plantear los proyectos de abajo hacia arriba, desde los territorios. Si hay algo que me apasiona de Latinoamérica es que tenemos estas diversidades impresionantes, pero no logro entender por qué no logramos consolidarnos como región teniendo anhelos muy parecidos. Uno de los temas más fuertes es lograr institucionalidad en cultura. A veces pensamos que, cuando se trata de cultura y de arte, la institución o la norma nos sacan de ese aspecto tan creativo y flexible. Pero no es así, deberíamos tener instrumentos que nos ayuden a avanzar.

Yasna Provoste: nos dijeron durante 40 años que el motor del desarrollo era la competencia y no la colaboración. El que quería colaborar era tildado de ingenuo. No es baladí que los esfuerzos a los que accede el Gobierno para incrementar los recursos en cultura sean mediante más fondos concursables. Lo decía Paulo: lo que hay detrás de esa lógica es hacernos competir. Cuando vemos un malestar generalizado en la sociedad, cuando vemos que el 25 de octubre pasado la ciudadanía se manifestó por aprobar un cambio constitucional, hay quienes buscan aferrarse a ciertos modelos culturales y uno de ellos es la competencia. Nos tratan de colocar esta lógica en todos los espacios, incluidos los espacios culturales. Es un momento para que todos contribuyamos a la pregunta sobre qué país queremos construir, qué modelo educativo necesitamos, qué desarrollo de las culturas, las artes y el patrimonio.

Paulo Slachevsky: quiero recoger unas palabras de la intelectual hindú Vandana Shiva: “nuestra única opción es curar la tierra y, al hacerlo, curar y recuperar nuestra humanidad, creando esperanza para nuestro único futuro como una humanidad en un planeta”. Para lograr ese cambio, claramente la cultura debe ponerse en un lugar central. Se trata de un cambio cultural en el sentido amplio; en la forma de hacer política, en la forma de relacionarnos con la naturaleza y con el prójimo, liberándonos de la cultura de la competencia y de la explotación de unos sobre otros, de la cultura patriarcal. Estas culturas están en nuestras cabezas y no es fácil cambiarlas. A propósito de la pandemia, podríamos decir que al menos tres pandemias han ejercido una violencia brutal sobre nuestras expresiones culturales: el colonialismo, con el colonialismo cultural, que sigue siendo muy fuerte cuando valoramos más lo que viene de afuera y marginamos nuestra producción; la dictadura, con su brutal represión, que hizo un corte abrupto en la cultura que aún no se ha logrado reconstruir; y el neoliberalismo, que ha mercantilizado la cultura anulando la diversidad y reduciendo todo a mercancías. Recordemos que Paulo Freire escribió en Chile Pedagogía del oprimido, donde habla de la lectura como una experiencia de libertad que tenemos que lograr que viva toda la sociedad. Basta de comprar tanques y potenciar la represión, basta de gastar dinero en escopetas y balines que le quitan los ojos a chilenos y chilenas. Es necesario apostar por la cultura, la creación propia. Así, claramente vamos a tener un país diferente.

Angélica Arias: ministra de Cultura y Patrimonio de Ecuador. Es arquitecta y magíster en Gestión del Desarrollo Comunitario. Fue subsecretaria de Memoria Social, directora ejecutiva del Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito y gestora de sitio de Quito como Patrimonio de la Humanidad.

Yasna Provoste: senadora por la Región de Atacama. Es profesora y magíster en Educación. Fue diputada y ministra de Educación, además de intendenta de la Región de Atacama y gobernadora de la Provincia de Huasco. En el Senado integra la Comisión de Educación y Cultura, la cual presidió entre 2018 y 2019.

Paulo Slachevsky: fotógrafo y periodista. En 2014 fue condecorado como oficial de la Orden de las Artes y las Letras de Francia. Actualmente, integra el Observatorio del Libro y la Lectura de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y es director de LOM Ediciones.

Alejandra Araya: historiadora de la Universidad de Chile y doctora en Historia por El Colegio de México, especializada en historia de las mentalidades en Chile y América colonial. Es directora del Archivo Central Andrés Bello de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile.

Sergio Parra: “En Chile se desprecia la palabra intelectual”

El poeta, librero, coleccionista, galerista y cofundador de Metales Pesados, una de las librerías más importantes de Chile, conversa sobre su proyecto editorial, su pasión por los libros y el arte, su visión del medio cultural chileno y su amistad con Pedro Lemebel.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij
***

—Desde su creación, en 2003, Metales Pesados se convirtió en un lugar gravitante para la producción intelectual y artística chilena, al que van constantemente escritores, artistas, editores. Hay una suerte de proyecto colectivo donde fluyen muchas ideas y ocurren muchos encuentros. ¿Podría decirse que hay una intención de hacer comunidad en torno a los libros?

Vengo de una generación en que éramos comunitarios. Soy de los ochenta, y en esa época siempre nos juntábamos escritores, pintores, cineastas, ensayistas y poetas en bares y casas a conversar. Siempre vivimos en una comunidad. Cuando instalamos con Paula Barría la librería en 2003, se produjo lo mismo. Empezaron a llegar todos los amigos que hemos hecho durante tantos años, tanto en Chile como en el extranjero;  empezaron a llegar a la librería y engancharon con el proyecto. Así se ha ido dando. Es como una agenda abierta: viene un crítico de afuera, un académico, y están los teléfonos de toda la gente que quiera ubicar, se juntan en la librería y después se van a tomar un café. La editorial también aprovecha eso y hacemos muchos contactos de escritores extranjeros, ensayistas, filósofos. Siempre se ha dado así, todo el mundo pasa desde las diez a las ocho de la noche.


—¿Crees que se ha perdido ese sentido comunitario de tu generación?

Se perdió lo comunitario, la solidaridad, los trabajos colectivos de armar revistas, proyectos. Se ha ido perdiendo por una política neoliberal de dividir a las personas. Acabo de leer Jóvenes pistoleros, de (Juan Cristóbal) Peña, un gran libro que, en una forma, muestra esa generación que fue abandonada, traicionada. Dimos un cheque en blanco a la democracia y ese cheque está ahí. Dio bote en el banco, donde lo fueron a cobrar los jóvenes de los noventa.

—Metales Pesados es un espacio para dialogar, porque tú también te involucras con la gente que va dándole recomendaciones. Eres una suerte de curador literario; recomiendas libros y los haces circular entre quienes llegan a la librería, les das visibilidad. ¿Cuál crees que es la importancia de asumir este papel que te permite hacer cruces, hacer circular nombres, mover el circuito en tiempos en que hay tantos libros y tan pocos espacios para difundirlos?

Trabajo desde los 16 años, me licencié de junior a los 24, publiqué un libro de poesía y la economía cuando uno trabajaba de junior era muy precaria. Arrendabas una pieza y con lo que te quedaba de sueldo comprabas libros. Podía comprar dos libros al mes, entonces había que elegirlos muy bien, y pasaba horas mirando las librerías para ver qué iba a comprar, porque no me podía equivocar por nada. Yo creo que eso lo fui trasladando a Metales Pesados y que funciona de la misma forma: llegaban los listados de las editoriales y empecé a decidir qué libros deberíamos vender y seleccionar. Entonces en la librería hay una suerte de curatoría de todo lo que se publica en Chile y en lengua española, es decir, no entra ningún libro que no me guste o sienta que no dé con el tono de la sociedad chilena. Me interesa que los libros tengan algo que decir, que sean políticos en el sentido de la palabra y tengan un espacio critico.

—También eliges todo lo que está en la vitrina.

Sí, primero saludo a mis compañeros de trabajo, que ayudan mucho y saben mucho, pero saben también que no se pueden meter en la vitrina e incluso me hacen bromas, sacan un libro y ponen otro, y yo llego y me doy cuenta inmediatamente. La vitrina es fundamental, hay que poner libros que enganchen con el público, con el lector. Siempre estoy poniendo libros que tengan temas coyunturales, eso me interesa mucho.

—De hecho, tú fuiste, junto con Aldo Perán, encargado de elegir los nombres de Selección chilena 2000-2016, el libro con textos de autores chilenos que publicó la editorial peruana Estruendomudo, y también estuviste a cargo del stand chileno de la Feria de Guadalajara.

Me gusta seleccionar los libros y guiar a los autores. Siempre cuento esa anécdota muy bella de cuando llegaba Diego Zúñiga vestido de escolar a la librería y yo le recomendaba novelas. Después, un día, llega él con un manuscrito de sus cuentos. Ha sido así con muchos escritores que han pasado de jóvenes por la librería. Me gusta irlos guiando en la lectura y empujándolos en mi deseo de que sean testigos de una época, cronistas de su época. Eso es fundamental. Yo creo que el escritor tiene que ser un cronista de su época, tiene que dar cuenta de la historia que lo rodea.

—Hay pocos espacios en los medios de comunicación para la literatura, para comentar libros. Faltan voces de críticos que ordenen un poco el panorama y que lancen directrices entre tanta editorial nueva. ¿Crees qué hay un declive de la crítica literaria en Chile?

Sí, hay declive porque se ha ido achicando el espacio cultural. A fines de los ochenta había un espacio gigantesco de revistas, diarios; mucha prensa escrita cultural, y ahora uno ve la disminución de espacio que hay en La Tercera, por ejemplo. También está Artes y Letras, que es puro adobe y patrimonio. Sé que hay mucha voluntad de muchos periodistas de querer trabajar en temas actuales y no se da, porque hay problemas con los editores. Siempre digo que la cultura no es ajena a la política. Si uno ve la composición política en Chile, lo que está ocurriendo es lo mismo que pasa en la cultura: falta renovación, faltan cambios. Hay mucha gente que tiene que dar un paso al costado y dejar que las nuevas generaciones pongan temas nuevos en el debate cultural y crítico. Eso se echa de menos. Somos un país muy endógeno, nos cuidamos mucho. No hay independencia en la critica salvo Patricia Espinosa. Un crítico tiene que estar distante de todas las editoriales, grandes o chicas. No sé si un escritor está feliz cuando lee la crítica que le hizo su amigo, no sé si ese escritor se encuentra satisfecho con la crítica sabiendo que toma café con él, que conversan. A mí no me gustaría.

—Mucha gente a fines de los ochenta y comienzos de los noventa quería hacer revistas. Tú estuviste involucrado en Piel de Leopardo y Matadero, que abordaron poesía y artes visuales. En esa época también estaba Numero quebrado y Manuscritos. En Metales Pesados le dan un lugar importante a las revistas, algo bastante raro en las librerías hoy. ¿Cómo crees que se explica la escasez actual de medios culturales independientes?

Yo creo que los profesores universitarios juegan un papel importante en conectar a los estudiantes de periodismo o literatura con los medios. Si el profesor no tiene interés en eso, no va a ocurrir nada y el estudiante durante los cinco años de estudio no va a saber cómo se hace el diseño de una revista, cómo se hace una editorial, como se selecciona. Ahí tenemos un espacio absolutamente perdido. Deben haber lugares donde los chicos puedan ejercer su pensamiento crítico o puedan publicar sus primeros poemas, ensayos, cuentos. Por ahí se empieza. La mayoría de las revistas que hicimos en los ochenta mostraba una producción de escritores chilenos y latinoamericanos. Los profesores tienen que motivar a que los estudiantes realicen una revista para que vean cómo se trabaja, para que vayan a una imprenta, coticen una revista de papel, piensen el diseño, elijan la diagramación, las imágenes. Porque no basta con la web. Cuando editas una revista, los artículos los revisa un comité editorial. En la página web, subes lo que quieras, no hay un editor, hay un yo absolutamente neoliberal tanto de izquierda como de derecha, es un yo, yo, yo, y como nadie me dice nada, no hay pudor. No hay curatoría, no hay un comité editorial que discrimine, es un diario de vida. La web es una democracia sin espacio critico.

—Has dicho que echas de menos las mentes criticas que dieron coherencia o articularon la escena de los ochenta, como Nelly Richard, Diamela Eltit o Enrique Lihn, que agitaban el mundo de la cultura. Mencionabas que los escritores tienen que ser capaces de adelantarse a su tiempo y sugerir hacia dónde va la sociedad. ¿Quiénes crees que son estas figuras hoy?¿Ves una escena más bien desarticulada, donde faltan estos personajes que le den una cierta coherencia?

Creo que en Chile se desprecia la palabra intelectual, porque el intelectual tiene un punto de vista y una ideología con respecto a las cosas. Existen, pero no están en los medios y no tienen dónde expresar esas ideas. Siempre me sorprendió mucho cuando leí una entrevista que le hicieron a Paulina Flores en Artes y Letras: el periodista le hacia una pregunta y ella trataba de irse hacia lo que quería plantear. Eso lo encuentro un gran valor. Te puede entrevistar Artes y Letras, un medio que no es afín con tu sensibilidad política y cultural, pero tratas de meter un tema que te interese en ese momento. Uno tiene que usar los medios, doblarle la mano a los medios para poder expresar lo que uno quiere decir.

—Aparte de Paulina Flores, ¿ves que hay otra gente?

Matías Celedón también es muy brillante. Diego Zúñiga, Yanko González, que es un poeta muy inteligente y aprovecha cada medio para decir las cosas que quiere decir.

—Conociste la escena cultural de los ochenta siendo joven, y en ese tiempo disciplinas como la poesía y las artes visuales tenían vasos comunicantes; es cosa de pensar, por ejemplo, en Lihn o el CADA. Da la impresión de que esto no ocurre hoy; las disciplinas, al parecer, están cada vez mas enfrascadas en sí mismas.  

Hay una cosa que me llama la atención y es por qué los escritores o la gente joven no tiene una ideología o una militancia. En los ochenta teníamos un enemigo en común, que fue la dictadura de Pinochet, entonces todos nos uníamos ante ese enemigo y nos expresábamos en todas las artes, en todo lo que se hizo en ese periodo: la música, el cine, la performance, la poesía. Pero ya no tenemos nada así, quedamos huérfanos frente a algo que nos uniera. Nos disuelven las tarjetas de crédito, los viajes al extranjero. Creo que no se da porque no hay militancia. Giorgio Jackson siempre va a la librería, es un gran lector, pero nunca he visto una invitación de Revolución Democrática a la cultura; no sé qué hace RD en cultura. No sé qué hace con cultura la DC, el PS; no sé en qué participan aparte de las batucadas, no sé quién hace los programas culturales, no sé en qué están, porque nunca hablan de cultura. Sin cultura no hay política, la base de la política es la cultura. Si un partido joven como RD no tiene un aparato cultural que tenga visibilidad, entonces no existe, no va a existir jamás. La única forma de llegar de Arica a Punta Arenas es con un espacio cultural, con eventos, foros. Eso no está y es un gran problema.

—Una salida a esta carencia de espacios en los medios podría ser esta proliferación impresionante de editoriales que hay ahora, que podría estar supliendo un poco el vacío de voces críticas.

Hay una explosión de editoriales en los últimos años y hay que reconocer que es gracias a los fondos concursables, lo que me parecen muy bien, pero más allá de llamarlos editores independientes, que no me gusta mucho (editorial independiente es cuando tiene un pensamiento independiente), hay que inscribirse en una idea, hay que pensar qué es lo que se quiere aportar a la sociedad con novelas, ensayos, poesía. Esa es la independencia. No tiene que ver con ser independiente porque publico diez, veinte ejemplares. La independencia tiene que ver con tener claramente una idea editorial. Metales pesados partió como una editorial de pensamiento crítico de arte latinoamericano, filosofía y estética; la idea era buscar autores jóvenes latinoamericanos. Eso es tener un punto y una mirada. Y hay que correr riesgos. Una editorial lo que hace es correr riesgos.

—Volviendo a los ochenta, una época en que había un enemigo común, como dijiste, se daban peleas a muerte entre poetas e intelectuales. Hoy podría decirse que hay una cierta tibieza en el ambiente cultural, ¿no?

Sí, una tibieza y una cosa muy conservadora, políticamente correcta. Por una parte, tenemos una gran lucha por los derechos de la mujer a favor del aborto, pero no basta con salir a marchar. Tiene que haber una contingencia más fuerte, tiene que haber más diálogo y debate dentro de las universidades, en los patios. Por ejemplo, no ha salido ninguna revista que haga tensión dentro del movimiento feminista. No hay que quedarse solamente en la imagen de miles mujeres marchando en la Alameda, la lucha tiene que ramificarse y ampliarse a los sectores sociales, y ahí quedaron fuera todos los partidos políticos. Por eso se echa de menos la voz de mi gran amigo Lemebel. ¿Qué hubiera pensado, qué hubiera reflexionado con respecto a estas cosas hoy, que estamos enganchados políticamente con el pasado?

—Conociste a Pedro el año 83, en una marcha.

Sí, fui a una de las primeras marchas a tirar panfletos y ahí en una encerrada de Carabineros me agarra un tipo y era Pedro Mardones.

—¿Viste Lemebel, el documental de Joanna Reposi?

Lo vi y extraño dos cosas: primero, la figura de Gladys Marín, que fue muy importante en la política del Pedro. La única vez que el PC se abrió al mundo homosexual fue con Pedro y la Gladys Marín, y después creo que se cerró y también la militancia en el mundo homosexual. Segundo, Pedro se construye su imaginario en la escritura de las artes visuales a partir de una política de la calle, y eso no lo veo reflejado en el documental. Uno que estuvo más cercano a Pedro, sabía cómo actuaba y conocía su pensamiento. Joanna se centró en el material que le facilitó Pedro Montes, yo y mucha gente más. Esperaba más de ella. El documental es bastante bueno si estás a dos mil metros de la biografía de Pedro, pero si estás a un metro de su biografía, no te va a gustar.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 4 de octubre de 2019.

***
Desde 2019, el programa radial Palabra Pública ha sido una plataforma de conversación con importantes figuras de la cultura, la academia, las ciencias y la sociedad civil. Rescatamos en esta sección de archivo algunas de esas entrevistas.



Mireya del Río Barañao: “El proyecto del gobierno popular era un proyecto feminista, sin duda”

Tuvo a su cargo la creación del jardín infantil de la Universidad Técnica del Estado, que acabó siendo el plan piloto de la política de jardines de la Unidad Popular. Una iniciativa, cuenta con orgullo, que abordó simultáneamente problemas como la desnutrición y el abandono infantil y la dependencia económica de las mujeres. Es Mireya del Río, educadora comunista, dirigenta social y férrea defensora del papel de los partidos en las transformaciones impulsadas por la UP y anheladas en el Chile actual. “Si no hubiera habido partidos que organizaron eso, que crearon estrategias políticas, que condujeron las luchas, todo eso es imposible”.

Por Karen Cea Pérez

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Para Mireya del Río (80), educadora de párvulos, militante del Partido Comunista hace más de 50 años y actual secretaria de la Unión Comunal de Juntas de Vecinos de Ñuñoa, el triunfo de la Unidad Popular significó la concreción de ese verso de La Internacional que canta “el día que el triunfo alcancemos”. A 50 años de la victoria de Salvador Allende recuerda su trabajo en la Universidad Técnica del Estado, las políticas de la Unidad Popular en relación a la infancia y las mujeres —que a su juicio buscaron «dar la autonomía y la independencia económica a las mujeres»—, y habla sobre los desafíos actuales que tiene la política si quiere avanzar hacia reales transformaciones sociales.

Mireya del Río Barañao.

—La conmemoración de los 50 años del triunfo de la UP nos encontró viviendo uno de los movimientos sociales más relevantes del último tiempo, quizá comparable con la llegada al poder de Salvador Allende. ¿Qué significó para ti esa victoria?, ¿qué recuerdas de esos años?

Creo que todo depende de la biografía de uno. No todos estamos de acuerdo con el impacto que tuvo ese momento. Para mí fue un sueño de infancia. Nací con ese sueño y vengo de generaciones anteriores que persiguieron ese sueño, entonces es un sueño familiar y un sueño de infancia. Fue un día impresionante, un día histórico en mi vida, fue “el día que el triunfo alcancemos”. Entré a militar [a las Juventudes Comunistas] a los 13 años, por lo que viví mucho tiempo trabajando por ese triunfo; viví todo el proceso de construcción, de acumulación de fuerzas, de formación de un movimiento popular poderoso, de un movimiento sindical muy fuerte. El triunfo de la Unidad Popular fue la culminación de esos procesos. Es distinto cuando uno vive una cosa que es gratuita, que nace de la nada. En este caso fue una construcción en la que participé, y eso es una lección tremenda. Formarse así, participando de procesos colectivos, históricos, desde chica, sin duda tiene un valor distinto. Es un aprendizaje, una enseñanza de que los procesos históricos se construyen. Y uno sigue aprendiendo después, porque los procesos históricos no son todos iguales.

—¿Cuáles eran esos espacios en los que participaste como militante antes y después del triunfo?

Recuerdo la venta de El Siglo, ese esfuerzo de muchos años en que dediqué el domingo en la mañana a ir a vender el diario a las poblaciones. Iba a la Nueva Matucana, a la Colo Colo, y conocí a la gente. En la Jota también desarrollamos un trabajo en poblaciones para ir construyendo. Teníamos centros de amigas, que eran grupos de mujeres jóvenes que se juntaban para participar en la vida de su población. Eran trabajos de masas que hacia la Jota. Estuve varios años trabajando y formando centros de amigas con Gladys Marín y Sola Sierra, con las que estábamos en la Comisión Femenina. Nadie se acuerda de los centros de amigas, desaparecieron de nuestra historia. 

Después ingresé al Comité Central de la Jota y en algún momento me metieron o me metí, no sé, en la Comisión de Cultura, y me tocó vivir todo el rol que jugó la Jota en la creación del sello Dicap [Discoteca del Cantar Popular], de la Nueva Canción Chilena, porque la Jota tuvo un tremendo papel en su creación, en acoger a toda esta nueva música, difundirla y crear con ella una cultura. La Dicap fue fundamental en los cambios culturales de esa época. La Jota tuvo una visión muy clara del papel que jugaba la música. También en esa Comisión de Cultura realizamos mucho trabajo con los artistas plásticos. Antes del gobierno popular se hizo un trabajo con todos los artistas, con una gran apertura cultural y estética, porque había una gran claridad respecto de eso en el partido. En la Comisión de Cultura nos acompañaba también Volodia [Teitelboim], y había una orientación muy abierta a lo nuevo en el arte, a la creación, a la libertad, y ese marco fue muy importante. Como ves, me tocó participar en cuanta cosa hay, en tomas de terreno, en la marcha por Vietnam. En fin, me las viví todas.

¿Qué recuerdos tienes de esos tiempos? 

La Jota se declaró un organismo de masas, es decir, abrió sus puertas a todo joven y era un movimiento enorme, muy poderoso. Y, por supuesto, todo el movimiento de pobladores fue masivo, las tomas de terreno eran una cosa increíble. Miles de familias se trasladaban en la noche para tomarse un terreno, era como una gesta histórica. Se fue levantando un movimiento muy fuerte y el resultado fue el gobierno popular; y sin hablar de toda la parte de la política misma, la dificultad de las alianzas, de periodos tan difíciles como el de la Ley Maldita. La Unidad Popular fue la culminación de todo ese proceso.

¿Cuál fue la relación del Partido Comunista con la campaña y luego con el gobierno de la Unidad Popular?

Tengo recuerdos de cosas que se saben perfectamente: todas las dificultades para aceptar a Allende de parte de los socialistas, por ejemplo, y también las dudas de quién iba a ser el candidato, porque tampoco era tan evidente que sería él. Me tocó conocer de bastante cerca a Allende, porque la familia de mi marido era muy cercana a él. Era la familia de don Miguel Labarca. Me acuerdo de los comentarios sobre las dificultades para crear alianzas. Es interesante la tremenda experiencia que el partido tiene en políticas de alianzas, es algo que forma parte de la cultura comunista. Los partidos en general tienen experiencia en eso, pero los grupos políticos nuevos que aparecen en las luchas revolucionarias tienen muy poca experiencia y muy poca madurez.

—Pensando en el valor que tuvieron los partidos y la militancia política para el triunfo de Allende, la política, lejos de ser criminalizada, se entendía como la forma de participar en ese proceso.

Claro, y una constatación de eso es que la revolución es imposible sin organización. Hoy día, por ejemplo, vemos la dificultad de las asambleas para organizarse; esa es la gran dificultad que tienen, están en pleno trabajo de eso. Y aquí hay una experiencia de los chilenos en general, de muchos chilenos en diferentes partidos, de lo que significa el estar en un partido, de la importancia que tienen en un proceso histórico como el gobierno popular y en toda la construcción de ese movimiento social y político que generó el gobierno popular. Si no hubiera habido partidos que organizaron eso, que crearon estrategias políticas, que condujeron las luchas, todo eso es imposible. Hay una elaboración política colectiva que se requiere.

Bueno, el programa mismo de la Unidad Popular es reflejo de esa elaboración de política colectiva.

Llegar a ese programa y tratar de llevarlo a cabo, organizarlo, es una lucha, es decir, es una lucha en que también hay estrategias de las fuerzas enemigas, digamos, de los procesos de cambio. Todo eso requiere inteligencia colectiva y los partidos son eso. Ese apartidismo que está de moda hoy día me parece una ingenuidad, una vuelta atrás, pero bueno, la nueva generación tendrá que hacer su experiencia y adquirir esta experiencia política.

Dijiste en una entrevista que la soberanía no se decreta, se construye. ¿Eso sintetiza el llamado a construir en conjunto de la Unidad Popular?

Claro. Para mí el testimonio más interesante y más fuerte de lo que fue el gobierno de la Unidad Popular es La batalla de Chile, el capítulo dos, que es donde muestran lo que pasaba en las industrias, en el campo, la participación de la gente y la toma de poder en los lugares de trabajo. Para mí eso es lo más impactante del gobierno popular, la toma de poder y el que la gente sintiera y viviera que los cambios dependían de ellos, no de otros. Y que la organización de la gente pudiera garantizar esos cambios, es decir, no era una cúpula, o una idea, no, era una construcción colectiva de una nueva vida. Por supuesto que estaba Allende y había una unidad de partidos, condiciones que permitieron eso, pero sin esa hegemonía del pueblo que se tomó el poder, el resto era chiste no más. Cuando el pueblo se toma el poder, el pueblo construye, y eso fue lo interesante del gobierno popular.

¿Es lo que se ve hoy en las calles, en el movimiento social de hoy?

Es decir, el movimiento social representa eso, los resultados del plebiscito representan eso: aquí hay un movimiento social y político, aunque no esté organizado políticamente. Es un movimiento que tiene opinión política, es un movimiento que está mandando, que está determinando las cosas en Chile, eso es hegemonía, eso es poder popular. Si bien este fenómeno actual es un movimiento con otras características que las del gobierno popular, es también de cambio de poder, y eso yo lo he vivido dos veces: en el gobierno popular y ahora.

En el contexto de profundas transformaciones de la Unidad Popular, las universidades jugaron un rol central, particularmente la Universidad Técnica del Estado (UTE). Fuiste parte de eso proceso al ser convocada por el rector Enrique Kirberg para hacerte cargo del jardín infantil. ¿Como fue ese periodo?

Yo llegué al jardín infantil con la reforma universitaria. Los estudiantes se tomaron una casa que había en el estadio de la UTE y le pidieron al rector la creación de un jardín infantil para sus hijos. El rector me pidió hacerme cargo del tema. Entonces se tuvo que reconstruir la casa para acoger el jardín infantil con todos sus niveles. Recibíamos guagüitas desde una semana hasta seis años, porque si las estudiantes tenían guagua no tenían dónde dejarla, la universidad seguía y no había permiso de maternidad. Entre medio llegó el gobierno popular y ya estábamos en conversaciones, viendo qué pasaba con la situación de los niños en el gobierno popular. Ya habíamos creado grupos de reflexión sobre el tema y ahí yo creo que la persona más importante es Manuel Ipinza, médico de salud pública que luego dirigió la Junji. En ese tiempo estábamos muy influenciados por la salud pública, era un enfoque muy importante para nosotros. Para mí en particular fue muy importante en mi formación. Hice una práctica en el Consultorio Andes de Quinta Normal, que estaba dirigido por la Cátedra de Salud Pública de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, y que era como el germen donde nacían las ideas de salud pública, era como una experiencia piloto, y eso a mí me marcó mucho profesionalmente, tuve la experiencia concreta de trabajar con los niños del sector. Yo ya tenía esa búsqueda de un modelo de educación ligado a la salud, entendida como una salud integral y preventiva, por supuesto. Entonces el jardín infantil era también la continuación de un pensamiento, de una construcción de un modelo. Tuvo que ver con qué tipo de jardines podíamos crear para el gobierno popular; ¿qué se requería?, ¿qué se podía hacer?, considerando las condiciones que había de profesionales y las dificultades para construir gobierno popular por el boicot que sufrimos. Entonces el jardín infantil de la UTE vino en paralelo al proyecto de la UP. Para mí —y creo que para todo el equipo— era el antecedente de qué experiencia y cuál era el modelo de jardines infantiles que podíamos implementar durante el gobierno popular.

¿El jardín infantil de la UTE fue el origen de la política de jardines?

Fue el plan piloto. El hecho de que recibiéramos guagüitas chiquititas, por ejemplo, era un problema que no solamente afectaba a las estudiantes, sino que afectaba a las mujeres en general, a las mujeres trabajadoras que muchas veces no tienen un marco de protección en el trabajo. El jardín nos servía para ver todo el tema del apego, por ejemplo, de la estimulación del niño. Nos planteábamos problemas como esos, que en ese tiempo ya se planteaban en todo el desarrollo teórico de la profesión de la educación de párvulos. Existía la posibilidad de crear un modelo que efectivamente respondiera a las situaciones que había en el país, en las clases populares, de las mujeres que necesitaban tener a sus niños en jardines infantiles. Y ahí levantamos una figura que era la desnutrición, por ejemplo, que estaba muy estudiada y a la que había que responder. Estaba toda la campaña del medio litro de leche, había una serie de cosas en el programa que respondían a eso, pero nosotros hicimos un estudio respecto a qué es lo que había que hacer y cuáles eran los temas que había que enfrentar: caracterizamos las vulneraciones de los niños de la época, digamos, sobre todo de abandono o de relativo abandono, esa era la categoría con la que logramos resumir lo que veíamos o lo que nos daban las cifras. Había toda una capa de niños en Chile que estaban en relativo abandono, que eran hijos, por ejemplo, de familias numerosas. Las mujeres teníamos muchos hijos en esa época. Ocuparse de ocho niños significaba que los niños estaban relativamente abandonados, por ejemplo, entonces los jardines se propusieron hacer frente a los hijos de familias numerosas.

¿A nivel nacional?

Sí, a nivel nacional. Y cuáles eran los problemas que los jardines tenían que resolver, a qué tenían que hacer frente. Estaba la desnutrición, pero también todos los temas de desarrollo integral que había que asegurar. Entonces se llegó a una cierta cifra de niños que atender, de etapas que llegar a cubrir para esta categoría de niños en relativo abandono; y luego la cantidad de jardines que se necesitaban, la cantidad de personal y el cómo hacíamos para cubrir ese personal, porque no lo teníamos. En ese tiempo las educadoras de párvulo eran pocas y estaba la idea —muy generalizada entre nosotras, incluso yo también— de que el personal que cuidaba niños de menos de seis años tenía que ser un personal muy especializado. La decisión fue crear una profesión, crear auxiliares de educación de párvulos a cargo de niños y pensar en una formación que fuera a largo plazo. La UTE armó un departamento con este propósito, en un convenio con la Junta de Jardines Infantiles y con el Cocema, que era la Coordinadora de Centros de Madre. Se trataba de formar una profesional totalmente ligada a su comunidad, y eso yo creo que también es una gran lección que se ha perdido, el pensar que la educación, en general, y la educación de los niños con mayores riesgos y vulneraciones, en particular, tiene que ser una educación comunitaria. Para mí el más grande defecto del Sename es ese, el haber abandonado a la comunidad en todos sus enfoques. Por eso nosotros trabajamos con los centros de madre todo el tiempo.

Osiel Núñez, expresidente de la Federación de Estudiantes de la UTE ha señalado que la reforma universitaria en esa universidad no fue una reforma, sino una revolución, ¿estás de acuerdo con eso?

Yo creo que fue la universidad que se puso realmente al servicio del proceso que vivía el país, es decir, fue absolutamente funcional al gobierno popular. Y por supuesto que hay una serie de cosas que son muy trascendentes, empezando por la democratización de la universidad, pero esas son condiciones que permitieron lo otro. Lo importante es esta búsqueda de la forma en que una universidad podía estar ahí donde se necesitaba; en el incremento de la producción, por ejemplo, en la formación de los trabajadores, ahí donde se requiriera, era una voluntad. No digo que lo hayamos hecho fantástico, pero todos los esfuerzos fueron puestos ahí. El convenio CUT-UTE fue eso, formó parte de la reforma y nosotros con el jardín infantil formamos parte del convenio también.

Has hablado de las mujeres. Precisamente uno de los cuestionamientos que se le ha realizado a la UP es que no haya tenido en su programa un punto específico sobre la situación de la mujer. ¿Fue la UP un gobierno machista? ¿Qué opinas del rol de las mujeres durante la UP?

Nunca me había planteado el tema. El proyecto del gobierno popular era un proyecto feminista, sin duda. La inserción de la mujer al trabajo fue un gran tema. Efectivamente, los problemas de las mujeres son problemas culturales, pero son también problemas económicos. Gran parte de las mujeres que aceptan el maltrato lo hacen porque no tienen otra solución económica, porque su trabajo a cargo de los niños, a cargo de esta economía familiar, a cargo de los adultos mayores, de los enfermos, de la sobrevivencia en la familia, no es remunerado y no se puede salir de la protección económica del hombre —protección entre comillas. En esa época era todavía peor, sin duda era mucho más dramática la situación de las mujeres; recién empezaba la contraconcepción, la píldora tenía poquitos años, imagínate lo que era la cantidad de niños. 

¿Cómo enfrentó la UP lo relacionado con la economía y la autonomía de la mujer?

Yo creo que nuestro programa apuntó a eso. Y la construcción de los jardines infantiles fue lo máximo que podía alcanzarse en ese momento desde el punto de vista económico, es decir, el país no podía producir más jardines infantiles ni más personal para cubrir lo que nosotros tratamos de hacer.

—¿Avanzamos como mujeres con la Unidad Popular?

Por supuesto que avanzamos. Se hizo el máximo, y el problema de la dependencia económica era el más importante desde el punto de vista feminista. ¡Cómo iba a haber otro más importante que ese! Por supuesto que hubo otras cosas, hay que ver todo el trabajo de tantos años de formación de una salud pública y todos los esfuerzos que se hicieron con respecto a la contracepción, por ejemplo. Los grandes teóricos de salud pública eran chilenos, y la contracepción era el gran tema. Se hacían abortos clandestinos y la cantidad de mujeres que morían por eso era tremenda, no hay comparación con lo que pasa hoy día. Todo lo que se hizo en medicina se acrecentó durante la UP. Para mí ese fue el compromiso real con las mujeres de la época. 

—Tú eras una mujer militante. ¿Cómo vivías esa militancia en un contexto de tanta transformación? 

Me identifiqué con muchas mujeres dirigentas. Primero con la Dolores Ibárruri, mi gran referente de chiquitita, era mi ídola. Pero luego también estaban Julieta Campusano, Elena Caffarena, Olga Poblete, en todo el movimiento por la paz, que fue muy importante porque el tema de la guerra era tremendo en esa época, y había grandes mujeres que pensaban muy bien. Además, había modelos identificatorios nuestros, estaban la Gladys (Marín), la Ruth y la Mireya Baltra, teníamos modelos, sin duda, y mujeres que en el partido se destacaban y otras compañeras que eran menos destacadas, que no eran figuras públicas, que eran esas militantes de base y eran la fuerza del partido, de las que yo tengo el mejor recuerdo. Marta Ugarte no era una de las mujeres públicas, pero en el gobierno popular asumió tremendos roles, importantísimos. Era una mujer que uno veía en los locales, trabajando y estando, tomando los nombres de los que llegaban a la reunión, la secretaria. Entonces, eran los modelos de nosotras.

Este año el llamado de las organizaciones sociales fue conmemorar el triunfo de la UP bajo el lema un pasado lleno de futuro. ¿Cuál es el futuro del proyecto político, social y cultural de la Unidad Popular en el Chile actual, con una nueva Constitución y movilizaciones?

La UP fue un periodo en que el pueblo logró estar en el poder y empezar a construir una sociedad de derechos. Fue un proyecto inconcluso que continúa, es el hilo conductor de más de 100 años de lucha por construir una vida mejor, una vida más justa. Que la cultura del pueblo sea la que predomine para mí es el gran tema, es un cambio cultural muy grande. Que tome la palabra el pueblo sobre la realidad, eso me parece que es el proceso constante, y eso fue la culminación en el gobierno popular, truncada por la dictadura con tanta brutalidad. Y seguimos en eso, y seguiremos quizá cuanto tiempo más, porque no son algunos años, es una construcción muy larga.

Has dicho que todavía estamos trabajando el pasado, que son recién 50 años.

Exactamente. Imagínate, yo tengo dos bisabuelas que fueron dirigentas sindicales, entonces no me vienen con que esta cuestión es rápida. Son procesos larguísimos, que atraviesan generaciones. Es así y esa es la vida. Mi papá decía ‘yo no compro casa porque va a llegar el socialismo’, y por eso nunca tuvimos casa (risas). Esto es mucho más largo, la resistencia es una forma de vida, y es además la mejor forma de vida, de eso estoy convencida. 

—¿Y qué rol tienen los partidos políticos en este proceso, en un contexto en que se los cuestiona fuertemente?Para mí no es imaginable una vida sin un partido porque somos individuos que se nutren de los otros, construyen con otros y la vida es con otros siempre, esto es necesario en todo orden de cosas. Los partidos, y mi partido en particular, son una escuela. Es obvio que uno es colectivo, que uno tiene pensamientos y proyectos que comparte con otros, una construcción en la vida que es compartida; y ahí están los partidos, sobre todo en cosas tan importantes como construcciones sociales grandes como la política. ¿Cómo vas a cambiar cosas si no confluyes con otros en un proyecto? Yo participo en algunas asambleas, y en las asambleas se están formando pequeños partidos. Una asamblea es como el nacimiento de un pequeño partido, que va a durar un tiempo, posiblemente se liga con otros partidos o forma partidos más grandes, algo va a pasar, pero es la formación de un partido si lo que buscan es tener una cierta homogeneidad de pensamiento y de estrategia.

Con todo lo que está ocurriendo socialmente, ¿crees que es posible otra Unidad Popular?

Yo creo que hay cosas muy distintas, en particular, esto de la decadencia de los partidos revolucionarios. En el fondo quedamos bastante solos, porque el Partido Socialista tenía un rol muy importante en toda esta construcción que tuvimos en el pasado. En particular el PS porque es un partido grande, había otros partidos más chicos que también jugaron roles, pero actualmente nos vemos ante un panorama de partidos políticos mucho más debilitados, más corrompidos, con mucha menos claridad revolucionaria. También las organizaciones son mucho más débiles, no tenemos la CUT que teníamos antes, es decir, la organización del pueblo está muy debilitada. El movimiento social es demasiado espontáneo como para que uno cante victoria. Tiene condiciones, pero se requiere una organización que no tenemos todavía. Y la organización es indispensable, o si no los movimientos son derrotados. Y hay tanta experiencia de eso.

¿Y ahí qué experiencia nos deja la UP?

Bueno, una experiencia terrible que deja la UP es que, a pesar de la madurez política de esa época, fuimos vencidos. La derecha tiene partidos políticos y tiene una conducción de su política mucho más sólida que la nuestra. La tenía y la sigue teniendo. Es un tremendo tema, tenemos un momento fantástico hoy día, es increíble que sin partidos este pueblo se levante.

«Lo imposible sucedió», dijo la historiadora Verónica Valdivia en relación a la UP. ¿Se puede aplicar para lo que ocurre tras el 18 de octubre?

Es increíble. Me llama la atención la manera de comunicarnos que tenemos los chilenos. Uno lo ve en las redes, pero antes lo veía también en los diarios, con los chistes. Hay una cultura popular chilena impresionante, que logra enfrentar a los grandes medios de comunicación y a la cultura dominante. Pero no basta, porque la cultura política es muy importante, es indispensable. Sin un movimiento que tenga mayor solidez política cuesta imaginar cómo vamos a seguir avanzando. No tenemos las mismas condiciones que en el 73 o el 70, tenemos condiciones más difíciles.

— ¿Venceremos?

Igual venceremos, y aunque no venzamos, estamos venciendo cada día, yo de eso ya me convencí, me resigné: lo importante es la resistencia. Imagínate vivir sin eso, vivir sin resistir, qué vida más triste. Si eso de «el día que el triunfo alcancemos» ha sido el lema de mi vida.