Daniel Jadue Jadue: “Cuando uno mira el programa de la UP, puede tener la triste tentación de reírse y decir: ‘cincuenta años y no ha pasado nada, seguimos teniendo los mismos problemas de 1970’”

El alcalde de Recoleta, militante del Partido Comunista y uno de los favoritos de las encuestas en la carrera presidencial, evalúa en esta entrevista los triunfos y aciertos del gobierno de la Unidad Popular, recuerda con emoción “la profunda convicción democrática” del presidente Salvador Allende y se muestra convencido de las posibilidades que ofrece una rearticulación de las izquierdas en la que su partido se ha llevado todas las miradas.

Por Jennifer Abate Cruces

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Arquitecto y sociólogo de la Universidad de Chile, Daniel Jadue, 53 años, alcalde de Recoleta y, para muchos, la más segura carta de la izquierda para la próxima elección presidencial, se siente a sus anchas hablando sobre una historia que conoce y admira: la del ascenso del presidente Salvador Allende y los mil días de la Unidad Popular. En esta conversación, que mezcla pasado y presente (y mucho futuro), el político evalúa el proyecto del gobierno popular y extrae lecciones que, a su juicio y pasadas por el tamiz de la historia, nos servirían para abordar los procesos de cambio y construcción actuales.

Daniel Jadue Jadue.

A diferencia del 11 de septiembre, que siempre es una fecha trágica en nuestro país, los 4 de septiembre evocan aspectos que tienen que ver con el triunfo de la Unidad Popular. Este año se conmemoraron cincuenta años del triunfo de la UP en medio de la campaña por el plebiscito. ¿De qué manera recordó usted este medio siglo? ¿Cuáles fueron los balances que hizo a cincuenta años de la UP?

Yo siempre lo recuerdo con mucha emoción porque es un proceso que me llega muy de cerca por mi formación política, también masónica, y quizás este año en particular traje a colación otros cálculos. ¿A qué me refiero? Entre la aprobación de la nueva Constitución y el triunfo de la Unidad Popular pasaron cincuenta años, y entre el golpe de Estado y el 18 de octubre pasaron 46. Ambas fechas marcan dos inicios de incorporación más plena o de reconstrucción, en el caso del golpe de Estado, del poder deliberante de los sectores populares. Son cincuenta años donde la derecha, cada vez que tuvo necesidad, recurrió a las violaciones de derechos humanos, a las masacres, a las matanzas de trabajadores y trabajadoras indefensas precisamente para resistirse a la pérdida de sus privilegios. En particular, este 4 de septiembre respondía a un contexto distinto a los demás, rodeado de más esperanza, donde efectivamente parecía que el proceso de acumulación de fuerzas estaba llegando a su fin y que por primera vez en muchos años de espera el pueblo volvía a creer que era capaz de subirse al escenario de la historia, de ser protagonista principal. Esa quizá fue la reflexión más potente de este 4 de septiembre.

¿Se siente interpelado, como figura política central del Chile actual, por este reencantamiento del pueblo con la política? Los procesos populares luego son conducidos por las y los políticos.

Lo primero es que yo no comparto un juicio implícito que existe en su pregunta. No comparto que este proceso sea conducido por los políticos. Yo asumo que la conducción del proceso está alojada en la ciudadanía. Los que pretenden o los que esperan o los que sueñan que están conduciendo el proceso político son los que van a llevar al pueblo a lograr su objetivo, pero esa falsa pretensión demuestra que todavía siguen sin entender nada de lo que está pasando, porque la burbuja que habitan, el lugar y ese espacio de confort donde han habitado los últimos treinta años les impide entender. Ellos tienen esta pretensión de conducir el proceso, que es finalmente el derrotero que le plantearon al pueblo el 15 de noviembre. Ahí hay un intento del sistema político, de una parte mayoritaria del sistema político, por tomar el control, por decirle al pueblo: “mira, de esta crisis salimos, pero no salimos por ustedes, salimos nosotros”, y yo no siento que hoy haya disposición en el pueblo a aceptar de forma pacífica y resignada esta pretensión. Por lo tanto, aquí hay que tener mucho cuidado, porque el proceso de nueva Constitución puede terminar muy bien, pero también puede terminar muy mal. Cualquiera que se quede trabado en la calculadora de quién saca el tercio, quién tiene derecho a veto, quién logra impedir la mayor cantidad de cambios —que es lo que está haciendo la derecha mientras el centro trata de cooptar una Constitución “absolutamente neutra”, que ni siquiera aspira a recuperar en algo el tiempo perdido—, va a terminar enfrentado a una realidad en la que finalmente el pueblo va a decidir si lo acepta o no lo acepta. Este proceso está lleno de “trampas”, lleno de “obstáculos”, no sé si llamarlos trampas u obstáculos, pero me refiero a los dos tercios, el plebiscito de entrada sin votación obligatoria, el plebiscito de salida con voto obligatorio, a que no se pueda hablar de algunas materias en la discusión. Es decir, el sistema político se ha puesto a sí mismo como el soberano y le ha delegado a una convención constitucional electa por el pueblo una parte de las atribuciones que el soberano tiene, y yo no sé si ese es el sentir profundo del soberano; para mí el soberano sigue siendo el pueblo.

Este proceso puede terminar formidable, pero también puede ser un tremendo desastre, porque si este proceso no termina dando respuestas satisfactorias, podríamos terminar en algo que no nos gustara, es decir, si la ciudadanía movilizada llega a sentir solo el aroma de que fue engañada nuevamente, esto no pinta para nada bueno y vamos a tener que acostumbrarnos a ver un proceso sumamente dinámico, que va a estar sometido a un estrés permanente, con una ciudadanía que va a exigir permear el sistema cada vez que lo crea necesario. Ya lo vimos con los escaños reservados, es una verdadera vergüenza lo que se aprobó.

Me encantaría que los que firmaron el acuerdo se atrevieran a hacer un plebiscito en donde votáramos artículo por artículo el acuerdo, pero ellos le tienen medio a la ciudadanía. Por ejemplo, la gran crítica a Camila Vallejo por presentar un proyecto para cambiar los dos tercios. Ellos creen que son los únicos que pueden opinar, creen que son los únicos que pueden cambiar cosas que no están planteadas, se apoderaron de tal manera que esto les puede pasar una factura de dimensiones que no alcanzan siquiera a avizorar.

La crisis social y la crisis sanitaria nos develaron condiciones de vida que habíamos ocultado debajo de la alfombra. Esto ha conducido a muchas redefiniciones políticas, por ejemplo, sobre el tamaño y rol del Estado. En este contexto, ¿cree usted que sirve volver a mirar el proyecto de la Unidad Popular? ¿Qué podríamos extraer de ese proceso que pudiera ayudarnos en el escenario actual?

Siempre sirve para aprender de los errores, para reconocer los aciertos y los avances que iban en la dirección correcta y que fueron suprimidos por el golpe de Estado. Sirve, sobre todo, para imaginarnos la actualización del proceso. Por ejemplo, hoy, cuando unos aspiran a redefinir el rol del Estado, hay algunos que pueden pensar que esto tiene que ver con volver a fortalecer al Estado central, mientras que yo soy más partidario de fortalecer a los gobiernos locales dentro del aparato del Estado y avanzar en la destrucción del Estado central como instrumento de dominación de clases, lo que no implica para nada destruir el Estado central, sino que despojarlo de poder, de atribución y de recursos en favor de lugares que están mas cerca en la estructura institucional a la ciudadanía.

Cuando nosotros decimos: “mira, logramos resolver en Recoleta el tema de los medicamentos con la Farmacia Popular”, algo que en veinticinco años no pudo resolver el Estado central; “logramos resolver los audífonos populares”, algo en lo que el Estado se demora tres años y nosotros resolvemos en tres días; “logramos superar incluso la discusión acerca de la eliminación del IVA y el precio fijo para el libro con la Librería Popular”; “logramos resolver el tema del mercado completamente abusivo e inescrupuloso del arriendo en el tema de la vivienda con la Inmobiliaria Popular”, hablamos de temas que el Estado central nunca quiso resolver, que ni siquiera se planteaba, porque pensaba que todo lo podía resolver el mercado. Creo que hay una tensión. Cuando uno mira para atrás y ve en la actualidad los procesos progresistas y de izquierda en América Latina, hay una deuda que tiene que ver con la redistribución de poderes, atribuciones y recursos entre los distintos niveles nacionales y subnacionales del Estado en términos de cómo potenciamos la región, en los gobiernos locales por sobre el Estado central, y eso requiere soltar: soltar recursos, soltar poder, soltar atribuciones y empezar a mirar esta redistribución de atribuciones, potestad y recursos desde los municipios hacia arriba, entendiendo que el prestador fundamental de todo servicio debería ser el municipio, y que lo que no puede prestar el municipio, por diversas razones, lo tiene que prestar el nivel superior, y lo que no puede prestar el gobierno regional, lo tiene que prestar el nivel superior, que es el nacional, pero nunca al revés.

Respecto al presidente Salvador Allende, ¿qué es lo que usted rescata de su figura?

Su profunda convicción democrática, la profunda fraternidad con la cual llevaba su vida política, rescato los valores y principios de Allende, pero además rescato el programa. Cuando uno mira el programa, las cuarenta medidas, uno puede tener la triste tentación de reírse de manera un poco socarrona, un poco sarcástica, y decir: “cincuenta años y no ha pasado nada, seguimos teniendo los mismos problemas de 1970”.  Seguimos pensando en asegurar condiciones básicas mínimas, que no son las mismas del medio litro de leche, pero cómo combatimos hoy un problema tan grave como es la obesidad. El tema de la vivienda: ocho de las cuarenta medidas tenían que ver con el derecho a vivir dignamente. Uno mira y dice: “cuánto hemos retrocedido para que Chile hoy esté discutiendo sobre integración social”. Algunos pretenden ser los adalides de la integración social cuando hace dos años destruyeron la villa San Luis; el mismo que permitió que la destruyeran quiere aparecer como el guaripola de la integración. Allende construyó vivienda social en medio de la ciudad consolidada para provocar la integración social. Uno mira lo que Allende hizo con los pueblos originarios: nunca, ningún gobierno como Allende ha devuelto tantas tierras, nunca hubo más consideración con la cosmovisión, la relación con los parlamentos, la relación con los lonkos. Uno mira los miles de millones de dólares que las trasnacionales se han llevado sin dejar un peso en Chile. Uno mira la educación, recuerde el proyecto de la Universidad Técnica, una maravilla, la Escuela de Artes y Oficios, y hoy, cincuenta años después, estamos viendo cómo formamos técnicos para la necesidad de las empresas. Es muy triste que un país se dé vuelta sobre sí mismo mientras que a partir de nuestras riquezas se han enriquecido otros y no nosotros.

Allende fue un hombre que se adelantó a su tiempo, que le tocó vivir lo que venía después, porque además, dentro de la capacidad futurológica que tienen los marxistas, Allende logró proyectar al futuro las tendencias del capitalismo, como lo hace Marx, y se imaginó un mundo donde iba a caer el empleo, donde el desempleo estructural aumentaría, donde la riqueza se seguiría concentrando y donde habría que avanzar en proteger la vida de las y los trabajadores mas allá del trabajo mismo, una discusión muy actual.

A la hora de los balances, ¿cree usted que hubo procesos políticos al interior del gobierno de la Unidad Popular que pudieron ser mejor conducidos?

Sin duda. O sea, la responsabilidad del PC, la irresponsabilidad del MIR…. Hay un libro de Julio Pinto, Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular, donde él analiza este antinomio entre reforma y revolución y llega a plantear que algunas veces la izquierda se ciega a sí misma y no entiende que, en algunos minutos, lo más revolucionario es ser reformista y que, en otros, lo más reformista es ser revolucionario. Es una definición que cuando la leí, hace muchos, muchos años atrás, me quedó absolutamente impregnada y que hasta el día de hoy mantengo. Además, da mucha lata, porque todos los que en esa época eran partidarios de la violencia política como método para acceder al poder, después, para la recuperación democrática, se pusieron de acuerdo y dejaron fuera al único que no era partidario de la vía armada para acceder al poder. Ninguna autocrítica y le pasan la boleta al partido más institucional y democrático de Chile, que es el Partido Comunista, y entran al escenario de la postdictadura caminando como si fueran los grandes héroes de Chile, los que recuperaron la democracia sin siquiera decir “agua va”, nos equivocamos, pedimos disculpas. Creo que hay una administración absolutamente ineficaz e ineficiente de las diferencias entre las izquierdas que nos persigue hasta hoy, pensando, además, que una parte de esa izquierda, que era la más revolucionaria, hoy es la más neoliberal.

Precisamente a ese tema quiero llevarlo, al futuro de las izquierdas en el contexto actual. Estamos viendo una rearticulación de ese sector. En las últimas semanas causó revuelo la decisión de Revolución Democrática, uno de los partidos más visibles del Frente Amplio, de tender puentes con el Partido Comunista, lo cual fue enormemente criticado por la derecha y por la ex Concertación, a pesar de que esta hizo una alianza con el PC que dio vida a la Nueva Mayoría. ¿Ve usted posible una articulación de las izquierdas tal como la que llevó al triunfo a Salvador Allende?

Sí, claro. De las izquierdas, no del centro [risas]. Aquellos de la Concertación que criticaron que esta decisión del Frente Amplio fue un tremendo error, primero dejan de manifiesto que les molesta que otros puedan ganar con el Partido Comunista y no ellos, o sea, a ellos les gusta el PC cuando les permite ganar, pero cuando el PC les permite ganar a otros, no, eso no lo consideran posible y muestran su doble estándar. El segundo error es que parece que tuvieran poca memoria, incluso los que se van del Frente Amplio, porque este nace con un proyecto para ir precisamente contra el modelo, antineoliberal y contra del duopolio que había gobernado Chile durante treinta años. La decisión que acaba de tomar el Frente Amplio le hace honor a su propia historia, nacimiento y origen. Si a alguien le llama la atención es porque está mal informado. Quienes se fueron tienen todo el derecho de cambiar si fueron seducidos por el modelo y se quieren juntar con aquellos que creen que no hay que cambiar el neoliberalismo, sino que solo corregirlo; es un cambio de ellos y es legítimo, se pueden ir a la socialdemocracia neoliberal. Ellos tendrán que dar explicaciones si fue porque cambiaron de forma de pensar o porque se sienten más cerca del poder allá que acá. Creo que hay dos acciones racionales, pero respecto de fines distintos, como diría Max Weber en Economía y sociedad: hay una parte del Frente Amplio que toma una decisión y ejerce una acción racional respecto de principios y valores, y hay otros que toman una decisión racional respecto a fines, ambos legítimos en la política, es una opción de cada cual.

Creo que lo que está pasando es la rearticulación de las izquierdas, con Chile Digno, con el Frente Amplio. Quienes están saliendo del Frente Amplio son los que eran parte de esa hiperamplitud que el FA expresaba en un comienzo, en esa amplitud estaban hasta exfuncionarios del primer gobierno de Piñera, o sea, era un frente bien amplio. Ahora sigue siendo bien amplio, pero no tan amplio, porque cuando uno es muy amplio se termina desdibujando, que es lo que la izquierda no quiere que le pase cuando algunos llaman de manera vacía a la unidad, en términos binarios. Algunos no queremos confundirnos. Imagínese lo difícil que es para los comunistas pactar con un partido que hasta el día de hoy no le explica a Chile por qué se puso a disposición de un gobierno extranjero para derrocar a su propio gobierno en el setenta, todavía no le dan una explicación a Chile de por qué traicionaron el programa de gobierno de la doctora Bachelet en su segundo gobierno, todavía no dan una explicación a Chile de por qué el presidente —no estoy hablando de los militantes de base, estoy hablando del presidente— de la Democracia Cristiana afirmó que no se había leído el programa [de la presidenta Michelle Bachelet]. Ellos apuestan a la tesis de la diferenciación: cuando son gobierno se comportan como si fueran de oposición y cuando son de oposición se comportan como si fueran de gobierno, apelando a esta capacidad ilimitada que dicen tener de conversar con la diferencia, menos con el PC. Pueden conversar con todos, hasta con los que fueron parte de la dictadura, pero no con el Partido Comunista, que nunca ha estado en una dictadura, que nunca ha hecho ninguna matanza de trabajadores, que nunca ha gobernado este país solo, que nunca se ha puesto a disposición de otro gobierno para derrocar al propio; pueden conversar con todos ellos, menos con nosotros, pueden conversar incluso con estafadores de bancos, pero no con los comunistas. Eso los muestra de cuerpo entero.

Una de las características de las movilizaciones tras la revuelta del 18 de octubre fue la ausencia de banderas de partidos políticos, que han sido enormemente cuestionados. ¿Se ha sentido interpelado el Partido Comunista por este movimiento social?

Mire, la primera vez que yo fui a la Plaza de la Dignidad, para las manifestaciones del 18 de octubre, alguien me dijo: “alcalde, qué bueno verlo aquí”. Yo le dije: “no, qué bueno verlo a usted aquí”, porque yo vengo a protestar a este mismo lugar desde el 86, el 89, el 94, el 97, el 2001, el 2006, el 2011 y el 2016. Encuentro formidable que todos vengan llegando, pero al Partido Comunista esto no lo interpela.  Hay mucha gente que todavía no se entera de cuál era la posición histórica del PC, o sea, nosotros éramos contrarios a las AFP antes de los que crearon No+AFP; nosotros éramos contrarios a la Constitución de Pinochet antes de los que hoy protestan por cambiar la Constitución nacieran. La campaña, la caricatura hace que todos se confundan en una misma cosa. El Partido Comunista nunca ha tratado de hegemonizar y mucho menos utilizar al movimiento social, participa como parte del movimiento; no necesitamos llevar nuestras banderas, hemos estado ahí siempre. Desde el noventa a la fecha, cuántas veces el PC o la Jota [Juventudes Comunistas] han dirigido las federaciones estudiantiles, las de los secundarios, la Anef [Agrupación Nacional de Empleados Fiscales], la CUT [Central Unitaria de Trabajadores], todos los movimientos sociales, el movimiento de la salud. ¿Qué otro partido puede mostrar la misma representación en todos estos movimientos populares, que son los mismos que han venido año tras año convocando a las mismas manifestaciones en una línea incremental sostenida? De hecho, yo no le llamo estallido social, sino revolución de octubre o el octubre chileno, como usted quiera llamarle. ¿Por qué? Porque es un proceso largo de acumulación de fuerza. Los que le llaman estallido social, lo que quieren dar a entender es que no tiene conducción, que es espontáneo, que no hay con quién conversar. Se cansaron de protestar todos por separado por sus intereses particulares y se unieron para protestar todos contra el modelo, ese es un proceso que está descrito en numerosos textos y que es lo que esta dándose en Chile. Todo lo otro para mí es música.

¿En qué nos interpela? En que quizás no nos camiseteamos tanto durante todo este tiempo y al no camisetearnos, mucha gente no se enteró de que estuvimos siempre ahí, quizás esa es una interpelación, pero ¿cuál otra? ¿O nadie se acuerda de Rodrigo Rocco, Marisol Prado, Iván Mlinarz y todos los compañeros que les siguieron? ¿De Bárbara Figueroa, Pepe Figueroa, su padre, el mismo Lautaro? Uno mira la historia y ve a los mismos personajes durante treinta años convocando, con el objetivo de masificar, llegar a las bases y masificar el descontento. Nadie puede decir que el PC dirigió esto, no, eso es absurdo, pero ¿alguien puede decir que nosotros no estuvimos ahí y que no era nuestro objetivo lo que pasó? No, tampoco, porque lo veníamos anticipando. De hecho, ese libro que lanzamos hace pocos días, No lo vieron venir, que recopila una serie de columnas desde 2005 a la fecha, sirve para decirles: “no, hubo algunos que lo estábamos anticipando desde hace veinte años, treinta años, los que no lo vieron venir fueron ustedes, que se acercaron tanto al espacio del poder que terminaron fundiéndose con él”. Imagínese una telaraña, una mosca que vuela cerca de la telaraña y es atraída por su majestuosidad, su geometría perfecta, su belleza, su liviandad, su hermosura, y se acerca a ver la telaraña hasta que la roza, sencillamente, y ahí quedó pegada hasta ser sucumbida por esa telaraña que tanto le atrajo. Eso le pasó al sistema político chileno: se acercaron tanto a la telaraña del poder que mientras más trataban de moverse, más los agarraba para abajo, más se agarraban a él, más se inmovilizaban.

Usted y otras figuras de su partido denuncian constantemente el anticomunismo no solo en la política, sino que también en la sociedad chilena. Sabemos que esto tiene raíces históricas en que el PC fue declarado ilegal y sus militantes, perseguidos y perseguidas, y que se profundiza con la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. ¿Por qué, a su juicio, esto se perpetúa incluso después de la conquista de la democracia y se mantiene hasta el día de hoy?

Porque creo que somos uno de los pocos actores políticos que efectivamente ponemos en riesgo los privilegios de los que más tienen, de los abusadores de siempre, los otros no. Yo, una vez, después de sumar la cantidad de juicios que me había puesto la derecha en mi primer periodo como alcalde, conversé con un colega con el cual tengo alguna relación, no lo voy a nombrar, pero ya lleva más de 28 años como alcalde. Le pregunté cuántas veces lo habían demandado. “Ninguna”, me respondió. “¡Tú no asustas a nadie!”, le dije. La revolución avanza generando una contrarrevolución cada vez más fuerte, radical y cruel. La crueldad es ese sentimiento que pretende aniquilar al adversario. Yo leí la Fratelli tutti, la encíclica del Papa, y hay un minuto en que dice: “eliminar al adversario se ha convertido en el fin de la política”. Eso es así: cuando empiezan a ver resquebrajadas las bases que sustentan sus privilegios, se radicalizan y te convierten en chivo expiatorio de todos los males. Nunca hemos gobernado, nunca hemos tratado de desarrollar nuestro programa, nunca hemos masacrado a nadie, nunca hemos sido parte de ninguna dictadura, nunca nos hemos puesto a disposición de un gobierno extranjero, pero los males de Chile son culpa de los comunistas, mire qué notable, o sea, es una caricatura tan burda que hoy ni siquiera se sostiene y la gente empieza a darse cuenta. ¿Cuándo? Cuando desde los gobiernos locales de los comunistas empezamos a mejorar problemas y a solucionar aquellos que nadie había podido solucionar y empezamos a demostrar que sí se puede y a cambiar con una rapidez bastante inusitada el imaginario colectivo. Mis colegas me lo decían: “oye, cada vez que haces una iniciativa en Recoleta, después en mi comuna me preguntan: y nosotros, ¿cuándo?”.

El gobierno de la UP tenía un programa claro contenido en las cuarenta medidas. En la perspectiva de la rearticulación de las izquierdas de la que ya hablamos, ¿cree posible enfrentar el proceso constitucional con un programa claro y un horizonte definido desde ese sector?

Hay tanto avance en aquello que pocos se lo imaginarían. Respecto al desafío de hacerlo correr paralelamente a la discusión constitucional, ahí hay un espacio difuso de intersección donde vamos a tener que jugar con mayor audacia, pero con una mayor capacidad de interlocución con la ciudadanía. Hay mucho avance en el programa. Yo creo que todos los que dicen que el programa es el problema le mienten a Chile, porque aquí el único programa que hay que hacer y llevar adelante —en un trayecto y no en un proyecto; hay una diferencia fundamental entre un proyecto, que hace alusión a un modelo ideal, y un trayecto, que define una dirección en la cual moverse— es el que plantea el movimiento. Mientras nos movamos en esa dirección, más allá de lo que logremos avanzar, mientras claramente nos movamos en esa dirección y no en otra, el programa está hecho, yo creo que hay mucha claridad sobre eso. Hay medidas puntuales, hay programas más complejos, como una reforma tributaria verdaderamente progresiva, una reforma laboral, establecer el derecho a huelga en nuestro país, pero en serio, que el derecho a propiedad no sea absoluto, sobre los recursos naturales, sobre la sustentabilidad, sobre transformar el agua en un bien nacional de uso público.

Sobre la paridad también, espero.

Por supuesto. La paridad ha ido avanzando y no tiene que estar solo en el Congreso, sino también en el Consejo de Defensa del Estado, en la Corte de Apelaciones, en la Corte Suprema, en todas las instancias de poder, en los gobiernos comunales, en los gobiernos regionales, en los directorios de las empresas. Yo voy bastante mas allá: remuneración del trabajo doméstico, reconocimiento constitucional y remuneración con cargo al presupuesto de la nación del trabajo doméstico. Nosotros, los comunistas y las comunistas, creemos que la contradicción principal es capital versus trabajo, y para empezar a resolver esa contradicción no puede haber ningún trabajo en la sociedad que, después de hecho, no se remunere, porque ahí está la generación de la riqueza, en la extracción del valor del trabajo y en su ubicación en un lugar distinto de donde ese trabajo se realiza. ¿Quién te puede explicar que el trabajo fuera de tu casa vale 400 lucas y el de tu casa vale cero? ¿Dónde está el tema de igual pega, igual paga? A mí me ha sorprendido mucho que esta no haya sido la primera demanda del movimiento feminista, yo la vengo planteando hace seis años, hoy ya la hemos metido en numerosas discusiones, es parte del programa. Incluso antes de la renta básica universal que plantean algunos debe haber un reconocimiento del trabajo doméstico y del trabajo de cuidados. Imagínese cómo resolveríamos los problemas de violencia intrafamiliar, no totalmente, pero ¿se imagina que ninguna mujer tuviera que aguantar a un maltratador por depender de él socioeconómicamente?

Son temas centrales, junto con la buena educación, la salud universal, el sistema de pensiones. Todo lo que he dicho está en las demandas de la ciudadanía. Hay algunas cosas que no las ha planteado la ciudadanía, pero que las venimos planteando nosotros hace mucho. Un Ministerio del Mar, hay que fusionar una cantidad de ministerios, pero crear otros que son fundamentales: el desarrollo de la labor marítima en nuestro país, de la pesca, no puede estar supeditado al Ministerio de Agricultura. Aquí no hay dos opciones: o sintonizas con el soberano o no sintonizas; para el que sintoniza, el programa está clarísimo.

Para finalizar, ¿qué le responde al Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales y hoy candidato a la convención constitucional, Agustín Squella, que planteó que no votaría por usted porque “el PC no es amigo de las libertades individuales”?

Lo primero es que discutamos sobre libertades individuales, discutamos si los que esperan darle su voto son partidarios del aborto libre e informado hasta las doce semanas o si son partidarios del matrimonio igualitario o si son partidarios o eran partidarios hace quince años del divorcio, de la igualdad de los hijos nacidos fuera del matrimonio. Yo soy partidario de la legalización de las drogas. Preguntémosle al señor Squella si él es partidario de aquello para que veamos quién es más amigo de las libertades. Ahora el señor Squella se ha desnudado de cuerpo entero, primero porque algunos le recordaron que celebraba con un asado todos los 11 de septiembre, y segundo, porque efectivamente la única libertad que abraza es la de tener el poder del dinero. Hablemos de libertades, yo estoy dispuesto a debatir. Ahora, usted comprenderá que debatir con alguien que celebraba los 11 de septiembre no me resulta muy atractivo.

Él ha dicho que no celebraba el golpe de Estado, sino que se reunía con amigos y que el dueño de casa era partidario de izar la bandera chilena el 11 de septiembre.

Yo, la verdad, no voy a fiestas de cumpleaños si no estoy de acuerdo con el cumpleaños. Bueno, él podrá decir lo que quiera, pero efectivamente creo que no vale la pena contestarle a las caricaturas que hacen de nosotros porque hay libertades con las cuales en su mundo nunca han comulgado y que son mucho más relevantes desde mi perspectiva. Seguramente él está de acuerdo con que las mujeres sigan siendo obligadas a parir cuando no quieren hacerlo. Yo estoy dispuesto a discutir y le puedo asegurar que soy bastante más liberal que Squella y que todos aquellos que han recibido esos votos en los últimos treinta años.

Maya Fernández Allende: “El legado de la Unidad Popular es que la construcción de mayorías no significa abdicar de los principios, sino todo lo contrario, se construyen mayorías desde las convicciones”

La diputada socialista y nieta de Salvador Allende, rememora la Unidad Popular al calor de la tarea política que más la consume por estos días: la conformación de alianzas que respondan al mandato que se plasmó en el plebiscito del 25 de octubre. Considera, a contrapelo de la dirigencia de su partido, que “la unidad de la izquierda es indispensable en este momento”. Y recuerda que una de las principales virtudes de Allende fue aquello que le permitió convertir derrotas transitorias en acumulación de fuerzas: su persistencia.

Por Francisco Figueroa Cerda

Esta entrevista fue originalmente publicada en la Revista Anales de la Universidad de Chile N°18 (Séptima Serie): A cincuenta años del triunfo de Allende y la Unidad Popular.

Bióloga y médico veterinaria de la Universidad de Chile, Maya Fernández Allende (49), diputada por el distrito que agrupa a las comunas de Santiago, Providencia, Ñuñoa, Macul, San Joaquín y La Granja, elige con cuidado sus palabras en esta conversación sobre la Unidad Popular y Salvador Allende. Pero cuando las encuentra, las pronuncia con firmeza. No es el plano familiar el motivo de su cautela, en el que se mueve con una mezcla de soltura y meditada profundidad. Son las tareas urgentes de la política concreta, que sabe tan frágiles como cruciales desde el punto de vista histórico. Las ocupa a modo de linternas contra el fondo del legado de la UP y de Allende, para iluminar aquellos atributos cuyo rescate juzga perentorio después del 18 de octubre y de cara al proceso constituyente: la unidad de la izquierda y una política socialista “de convicciones”.

Maya Fernández Allende.

—A diferencia de cada 11 de septiembre, que recuerda la dimensión trágica de la UP y de Salvador Allende, los 4 de septiembre evocan aspectos más positivos, hasta esperanzadores, vinculados al triunfo popular. ¿Cómo viviste este 50 aniversario de la UP?

Sí, los 11 de septiembre tienen que ver no sólo con el derrocamiento del presidente Allende sino con el quiebre de la democracia y la instalación de la dictadura, eso es muy brutal. Esa imagen de La Moneda bombardeada tiene que ver no con la muerte de un presidente, sino con terminar con la democracia de un país, es muy brutal. El 4 de septiembre, como dices tú, era la esperanza de un pueblo. Estos 50 años son especialmente importantes porque fue previo a la votación del 25 de octubre, eso trajo mucha esperanza ciudadana. Nuevamente la esperanza se encuentra vigente por el proceso constituyente, la esperanza en que Chile puede cambiar. Algo que siempre estuvo cerrado, para lo que nunca hubo la fuerza política y social necesaria: cambiar la Constitución de la dictadura. Entonces, estos 50 años son muy esperanzadores, es políticamente muy profundo. Porque es un proceso constituyente que no lo logra la política, lo logra el pueblo movilizado, que dice basta, que dice no quiero más este modelo. Yo fui parte del movimiento Marca tu Voto, pero era algo muy elitista todavía, ¿no?, era muy desde la política, desde arriba hacia abajo. Y uno no entendía por qué no agarraba la fuerza, teniendo todos la misma esperanza. Lo que ocurre ahora es que es desde los territorios hacia arriba, hay un movimiento ciudadano potente. Que eso sea a los 50 años [del triunfo de la UP] es histórico, de verdad muy profundo.

¿Y cómo fue vivir esa esperanza con la dolorosa carga que tiene septiembre en tu historia y memoria familiar?

Yo siempre digo que la familia lo elige a uno y no uno a la familia. Yo soy una orgullosa de mi familia; no sólo de mi abuelo, también de mi madre, de mi abuela. Una familia muy matriarcal, además. Allende fue un hombre muy adelantado a su época, por muchas razones. Mi tía nos cuenta que, en esa época, a niños y niñas no los dejaban comer en la mesa principal con los adultos, se quedaban en la cocina. Pero mis abuelos eran al revés: siempre las incorporaron desde pequeñas en las conversaciones, como una parte de la formación política y cultural (todo esto en una época muy machista). Una familia también muy respetuosa de las diferencias; mi abuelo y mi abuela no tenían por qué defender lo mismo, y desde entonces siempre ha sido así en mi familia. En ese sentido, siento un orgullo. También es difícil. La gente siempre habla de su familia, pero yo al principio me inhibía; desde el punto de vista lo público, digo. Porque si no pongo algo de mi familia unos dicen que la he olvidado, y si pongo, que la estoy usando. Pero ahora, ¿sabes?, ya me da lo mismo; esta es mi madre, este es mi padre, este es mi abuelo. Y todo esto es lo que soy yo también. Todas las familias tienen sus historias y tienen sus penas. La mía tiene muchas, no ha sido fácil. El camino ha sido bien duro, en muchos sentidos. Pero yo siempre pienso en todas esas familias que hasta el día de hoy no tienen dónde poner una flor, un recuerdo a sus seres queridos. Cuando siento pena me digo: ‘yo puedo ir a una tumba, puedo ir a poner una flor, puedo ir a descargarme, pero cuánta gente no puede hacer eso’.

Decías que estos 50 años ocurrieron antes del plebiscito, pero también ocurren después de una grave crisis social y en medio de una pandemia que, en Chile y el mundo, está forzando grandes redefiniciones. ¿Crees que mirar a la Unidad Popular pueda servirnos en el actual momento?

Siempre he creído que mirar la historia nos sirve para entender el presente. Además, porque la estructura del conflicto vuelve a repetirse, que tiene que ver con luchas por anhelos de igualdad, de justicia social, las luchas del pueblo. Los anhelos eran esos en la Unidad Popular, la pobreza era más brutal, pero también lo es hoy la desigualdad. En ese sentido, es muy importante mirar la historia para construir futuro. La Unidad Popular estaba encabezada por Salvador Allende, pero era un proyecto transformador, y eso es muy importante decirlo a propósito de que estamos en un momento donde lo que se demandan son transformaciones, transformaciones a este modelo neoliberal. Lo que caracterizaba al gobierno de Salvador Allende eran sus profundas convicciones de transformación. Y desde el punto de vista político, la Unidad Popular todavía nos entrega lecciones a la izquierda. Esa lucha democrática, ese creer en los valores democráticos que siempre ha desarrollado la izquierda en su historia; la necesidad de construir mayorías nacionales, no por lo electoral, sino que, en base a convicciones para cursar las transformaciones, el programa de las 40 medidas. El legado de la Unidad Popular es muy importante, y es que la construcción de mayorías no significa abdicar de los principios, sino todo lo contrario; se construyen mayorías desde las convicciones y los principios.

Tanto la Unidad Popular como las movilizaciones de 2019 y 2020 evocan la cuestión del protagonismo del pueblo. ¿Crees que los actuales partidos políticos y la izquierda estén abiertos a dar cabida a ese protagonismo? A ratos parece que la actitud predominante es de recelo o indiferencia.

Cuando viene el estallido social -y esto lo digo como una autocrítica- todos los partidos de la izquierda quedan fuera. Fuimos interpelados todos quienes estamos en política. De hecho, la izquierda no es quien conduce la protesta. Fuimos interpelados por lo popular y por ese movimiento social. Fue un estallido radicalmente social. Eso va a ser muy importante para la izquierda del futuro. Yo creo que esto debiera llevar a cuestionarnos cuál es la inserción que tenemos en los territorios. La política, los partidos y la izquierda. Cuando a la vuelta de la democracia se produce esta ruptura entre la política y el tejido social, además con un modelo económico neoliberal que hizo que cada uno se rascara con las propias uñas, con más individualismo que solidaridad, eso produce un gran cambio, un corte con lo político, pero también dentro del tejido social, que hoy es muy distinto. Este volver al territorio no es tan fácil desde los partidos de izquierda, esa reconstrucción toma tiempo.

¿Qué lo hace tan difícil?

Tiene mucho que ver con la confianza y con la dificultad para entender las demandas territoriales. De verdad, no son consignas, son profundamente sociales, pero al mismo tiempo las personas sienten que ni derecha ni izquierda las resuelven. Entonces, reconstruir ese vínculo no va a ocurrir de un día para otro, porque lo popular en tiempos de la UP no es lo mismo que ahora, este modelo económico ha calado en los territorios también. Y no es fácil, pero hay que hacerlo.

¿Y piensas que la Unidad Popular es significativa para ese pueblo, hoy?

Yo creo que sí. A propósito de un diputado de derecha, Ignacio Urrutia, que quería sacar las estatuas y monumentos de Salvador Allende, yo le decía que, en realidad, lo que él no entiende es que Allende no está en los monumentos, está en el corazón del pueblo. Y tiene que ver con sus profundas convicciones, él realmente creía en lo que impulsaba, que era un proceso colectivo. La gente tiene un recuerdo de la Unidad Popular como proceso transformador construido por todo el pueblo, de manera conjunta.

¿Y ha estado Salvador Allende en el corazón de los políticos de izquierda? No fue una figura especialmente reivindicada en la transición. Y durante mucho tiempo se habló de sus cualidades éticas, pero mucho menos de su política. ¿Ha tenido el lugar que merece en la cultura política de la izquierda en la postdictadura?

Creo que el PS siempre ha reivindicado la figura de Salvador Allende. Pero sí creo que lo ético y lo político van juntos, yo no sabría cómo separarlos. La ética es muy importante en la acción política, van de la mano absolutamente. No pueden contraponerse. Por ejemplo, en su gesto ético final, Salvador Allende es muy político: el estar hasta el final defendiendo sus convicciones. Creer en el mandato que le dio el pueblo, lo dice claramente. Sin ética la acción política sería vacía. Si me preguntas por los líderes y lideresas de hoy, unos más que otros, la política es diversa; pero desde el mundo de la izquierda siempre ha habido una reivindicación y un reconocimiento. Hay que recordar que Allende fue increpado por ser reformista y no ser revolucionario, aun cuando fue revolucionario justamente por su ética y convicciones, pero no estuvo exenta de críticas su creencia en la vía democrática. Su legado sigue muy vigente.

¿Qué es lo principal de ese legado?

Su lealtad.

¿Con el pueblo?

Su lealtad con el pueblo, su lealtad con sus convicciones. Debe haber sido muy duro para él ese momento. Mantener esa lealtad, incluso por sobre su familia y sobre su propia vida.

¿Es algo que tengas presente en el ejercicio político cotidiano?

No sé si cotidianamente, uno no avanza en su propia vida si siempre… bueno, como nos pasa a todos nosotros con nuestros padres y abuelos. Pero sí creo que uno tiene que defender las cosas en las que cree, con convicción. Lo que nos ha pasado en la izquierda es que perdimos ciertas convicciones. Siento que entregamos ciertas banderas y eso sí creo que es importante en la identidad partidaria, no así otras cosas, como la unidad. Esa integridad que Allende mantuvo hasta el final… nadie pondría hoy en duda que era un revolucionario, aunque no todos lo creían durante el proceso.

Hablaste de la lealtad de Allende con sus convicciones por sobre incluso su familia. ¿Cómo te relacionas con eso?

No existe un cuestionamiento, al revés, defender sus convicciones en un momento muy duro hace que lo admire más, decir ‘mi mandato democrático me lo dio el pueblo y solo el pueblo’. Ahora, por supuesto que el costo familiar es muy duro. Mi familia parte al exilio, mi familia se divide, mi madre muere, se suicida cuando yo tenía seis años. Imagínate: mi madre estaba en La Moneda embarazada de siete meses de mi hermano, mi hermano nace en noviembre. Mi madre pudo haber tenido a la guagua ahí mismo. ¿Te das cuenta de la fuerza y la entereza que tuvo? Con la pena de dejar La Moneda con un embarazo, partir a Cuba, enterrar a mi abuelo sin poder verlo, no saber si era Salvador Allende porque no las dejaron ver. Estuvo muy sola. Claro, cuando uno está en política, se olvida, o no es que se olvide: habla menos de los temas familiares.

Muchas personas que perdieron familiares le tienen un gran resentimiento a la política…

Es cierto. Incluso yo he conocido gente que estuvo en la clandestinidad que nunca le inculcó esa idea de la política y la participación a sus hijos e hijas, porque no quieren que vivan procesos tan duros. Fue muy duro para las familias chilenas, para quienes lucharon. Y como te digo, es duro. Porque si no hablas de tu familia, es porque la olvidaste, y si lo haces, es porque la usas. Uno va aprendiendo que estar en política significa que mucha gente no te quiera y no comparta lo tuyo. Nunca es fácil, a mí costó, sobre todo cuando hay gente que cree que tú tienes que ser igual a Allende. Pero no creo que a Allende le gustaría que yo fuera como él, le gustaría que cada uno eligiera su propio camino.

La evaluación de la experiencia de la UP que primó en el PS terminó sepultando la reedición de ese pilar de la UP que fue la alianza con el PC. Más allá de las siglas de los partidos involucrados, ¿crees que después del 18 de octubre de 2019 el PS deba recuperar la perspectiva de una alianza de izquierdas?

Absolutamente. Yo creo que la unidad de la izquierda es indispensable en este momento. El mandato del plebiscito fue muy categórico: por una nueva Constitución con participación ciudadana en la elección de constituyentes, con una fuerte crítica que me parece muy bien hacia la política. Si queremos generar transformaciones necesitamos generar mayorías; ahora, no pueden ser mayorías solamente electorales, tienen que ser mayorías con ideas, por convicciones, estamos hablando de cambios de verdad para terminar con este modelo neoliberal y avanzar a un modelo de bienestar, sustentable. La unidad de la izquierda no la veo como un fin en sí mismo, sino como un paso necesario para acumular fuerza para producir las transformaciones, es indispensable y, en ese sentido, y lo he dicho públicamente, creo que el PS está en una política de alianzas equivocada. Ahora, sí creo que eso se hace atendiendo las condiciones de toda la izquierda, y a veces miramos nuestras propias identidades partidarias más que la importancia de la unidad ante un proceso constituyente y la posibilidad de transformar. Entonces, el PS debería priorizar las cosas con la izquierda, como el partido de izquierda que es. Todas las fuerzas tenemos que mirar esto y cómo termina ocurriendo, porque la responsabilidad no es solo del PS. La división de la izquierda es responsabilidad de toda la izquierda, no de un solo partido, porque no hemos sido capaces de construir visión estratégica sobre la importancia de la unidad para acumular fuerzas y superar este modelo. Tenemos que ser capaces. Yo sigo luchando, sé que quedamos poquitos pensando que es posible un gran frente [de izquierda] en el proceso constituyente, pero si queremos cambios reales lo tenemos que construir. Y ahí empiezan a primar nuestras diferencias, pero, sobre todo, nuestras propias identidades.

En la decisión del PS sobre las alianzas, que juzgas errada, ¿qué papel jugó el factor de la identidad? ¿Es la identidad de la Concertación que prima sobre la del PS histórico?

No sabría cómo decírtelo, porque hay visiones distintas de cómo unir fuerzas. El Partido Socialista jamás ha estado por dejar de lado al Partido Comunista, todo lo contrario. El PS siempre ha querido construir desde el PC hasta el centro, porque necesitas fuerza. Si queremos superar el modelo neoliberal y hay fuerzas de centro que quieren -otras no, que son conservadoras-, las necesitamos; hay bases de la Democracia Cristiana que salieron a marchar y se movilizaron porque también quieren un Chile más justo, más solidario, más sustentable. El problema, creo, es que tanto el PS como el Frente Amplio y el PC, han sacado más cuentas propias sobre el proceso que estamos viviendo. En las últimas semanas, si tú ves la prensa, hemos visto más críticas entre la izquierda que críticas desde la izquierda al modelo que está defendiendo la derecha. ¡Si la derecha se va a unir en la defensa del modelo neoliberal! Se critican, pero finalmente tienen unidad en la defensa del modelo. Y la gente nos critica esto, porque el mandato fue unidad para cambiar Chile. Y lo peor que nos puede pasar es que por la desunión la derecha termine teniendo más constituyentes. Eso sería imperdonable.

En nombre de la unidad, entonces, ¿el PS debió privilegiar una alianza con el PC y el FA, aunque significara no ir con la DC?

¡Sí! Yo creo que hay que construir desde la izquierda. Y luego tener una conversación con la DC. En base no a lo electoral, sino a los cambios que necesita Chile. Y si están de acuerdo, bienvenidos sea.

¿Cómo ha interpelado el 18-O al Partido Socialista? ¿Qué lectura hacen de la revuelta popular? ¿Ha modificado de algún modo las tesis socialistas?

Dos cosas. Primero, las bases del Partido Socialista fueron parte de esta movilización social; permanentemente han estado por una nueva Constitución e impulsar una mayor participación ciudadana desde los territorios. Yo quiero decir eso, porque a veces nos olvidamos de esas bases, que siguen jugando un papel muy importante. Obviamente, la lectura de la revuelta popular ha modificado menos de lo que yo quisiera la mirada del PS. Es el momento de grandes cambios, de volver a construir ese tejido político y social para construir mayorías en base a las convicciones, recogiendo las demandas territoriales. Y el PS necesita una política de alianzas que refleje nítidamente que es un partido de izquierda, porque las bases socialistas también fueron parte de esta movilización social y de que tengamos un proceso constituyente. Y ojo, esas alianzas, con todas las críticas.

¿Qué críticas?

Las críticas a todo lo que ocurrió con la Concertación, no tenerle miedo a eso. Porque tenemos la oportunidad de cambiar. Si el Partido Socialista sigue siendo un partido relevante en los territorios, debe jugar un rol en la construcción de mayorías y con propuestas desde la izquierda.

¿Le va a pasar la cuenta al PS una política de alianzas que no comparten sus bases?

La desunión nos va a pasar la cuenta a todos. Nadie entendería que, si tenemos visiones comunes sobre muchas cosas, primen nuestras diferencias y críticas. Si el día de mañana tenemos en la convención constitucional más constituyentes de derecha porque fueron en una sola lista y nosotros fuimos divididos en muchas, no creo que haya ningún partido que pueda explicar eso. Y ahí, siendo crítica de la política de alianzas del PS, no es sólo el PS el que tendrá responsabilidad.

Te refieres a las cuentas propias que estarían sacando el FA y el PC…

El Frente Amplio inicialmente no quería nada con nosotros, sobre todo los primeros dos años de Piñera. Tenía un proceso más de construcción hacia dentro que hacia nosotros. Entonces claro, en un momento que se requiere unidad, si no trabajaste antes esa posibilidad… Por eso la responsabilidad nunca es de un solo partido. Aquí tiene que haber voluntad de todos y todas.

Volviendo a la UP, forjar su unidad también fue muy difícil. Y si algo lo permitió fue una estrategia, la vía chilena al socialismo. ¿Qué recuperar de ella para la estrategia que necesita la izquierda hoy?

La vía chilena era una práctica, era una acción política que sustentaba a todos los partidos políticos que hacían el trabajo en los territorios, en su vida cotidiana. La vía chilena no es un texto, es una práctica, que surge de una ética y que nace ante la experiencia de explotación. Ahora leemos mucho sobre la vía chilena, pero no debemos olvidar que era una acción y una práctica política. Que tenía que ver con un programa y convicciones muy profundas. Y eso es muy importante, la vía chilena como acción política. Por eso, a propósito del proceso constituyente, yo sé que es muy difícil construir confianzas y estamos contra el tiempo, pero esa vía chilena, que era una práctica, tiene que volver a estar presente en los territorios. En el último tiempo la acción partidaria se restringe mucho a la acción electoral, como forma de obtención de espacios institucionales, cuando debiera ser al revés. Tiene que haber construcción de mayorías sobre distintos temas, eso es lo primero que hay que debatir. En el proceso constituyente se va a dar una oportunidad de hablar de ideas profundas, del Chile que queremos, algo que no hemos hecho desde la vuelta de la democracia.

¿Y cuáles son esos temas que en el proceso constituyente pueden forjar esa práctica política común?

Creo que las banderas no están en cuestión, si recoges lo que han dicho el Partido Socialista, el Frente Amplio, el PC, no hay grandes diferencias. No digo que no tengamos visiones distintas, pero no son tan grandes. El problema político es la división. ¿Tú crees que va a haber un partido de izquierda que no esté de acuerdo con el derecho al agua? ¿No creemos todos que el sistema de pensiones fracasó y que necesitamos avanzar a un sistema de seguridad social real? ¿Que garantice dignidad? Obviamente que sí. El problema no son las banderas, el problema es cómo llegamos a colocar esas banderas. Así lo veo yo. Si, por ejemplo, yo y Jadue y Beatriz Sánchez conversamos, vamos a tener muchas miradas comunes sobre el Chile que queremos. Dentro de los partidos, sí, puede haber gente que defienda ideas neoliberales. Pero tienen que primar las banderas que las bases han levantado.

No pareces abandonar la esperanza en una unidad de la izquierda de cara al proceso constituyente. ¿Te sientes acompañada en esa esperanza en el PS?

Yo voy a insistir hasta el final en que existe esa posibilidad. Ahora, cuando hablas del PS, tiendo a pensar que hablas de la dirigencia. Y yo hablo de las bases, de la militancia, de los comunales, que es donde yo milito. Las bases socialistas quieren unidad. Y eso es lo vital. A propósito, la ética de Allende tiene que ver con la persistencia. Allende perdió y ganó, pero fue persistente por sus convicciones, que era la construcción de mayorías. No era persistente para ganar una elección. Su persistencia tenía que ver con esa construcción política. Y reflexionando sobre la persistencia, llegué a la conclusión de que es una forma de acumulación de poder. No persistía de cualquier manera, nunca fue testimonial, era persistencia para abordar los grandes problemas de Estado, como la nacionalización del cobre. Y eso no era de un día para otro. Creo que hoy día vemos mucho la inmediatez, mientras que la persistencia y la construcción de fuerza para el futuro es importante. Y si hay algo que nos falta a quienes estamos en política es esa persistencia. Esa persistencia para construir. Preparando esta entrevista, eso es algo que destaqué, lo tenía en amarillo: persistir.

Elicura Chihuailaf: «Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo»

Desde la relación de cada pueblo con su propia cultura hasta la relación de la sociedad toda con la naturaleza. Es la gama de transformaciones que podría abrir la constitucionalización de los derechos culturales desde la mirada del pueblo mapuche, asegura su más laureado poeta. Oportunidad, además, para superar ese desamparo cultural que sería también el desamparo de la democracia misma de este país “aún llamado Chile”.

Por Francisco Figueroa

El internet le jugó una mala pasada al poeta Elicura Chihuailaf en noviembre pasado, frustrando su participación en el debate “Derechos culturales y nueva Constitución” convocado por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile. Pero su generosidad y la inquietud de Palabra Pública pudieron más. Aquí, en una entrevista que tuvo lugar por escrito, el también ensayista y escritor, recientemente galardonado con el Premio Nacional de Literatura pero largamente reconocido como constructor de lazos interculturales entre pueblos desde la poesía, retoma la palabra de cara al proceso constituyente y las oportunidades que presenta para la consagración de los derechos culturales.

—¿Por qué debieran estar los derechos culturales consagrados en la Constitución? Y, ¿cuál es para usted el valor de considerarlos como derechos humanos?

Su pregunta me hace pensar en dos aspectos de lo cultural: el derecho a la cultura propia y el denominado derecho a “acceder a la cultura”, que hasta ahora ha sido un ámbito definido sólo por los pequeños grupos de poder —del Chile superficial y enajenado— y que es parte central en su permanente acción colonizadora desde el Estado.  Me parece que la posibilidad de vivir en la cultura propia es un derecho humano irrenunciable que debiera estar consagrado en todas las constituciones del mundo, porque es el modo de vivir, de pensar y soñar de cada pueblo.

—Para ir más allá de la conversación entre “convencidos”, ¿qué puede cambiar en la vida cotidiana de las personas con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución? Y, ¿cuál es la mirada que al respecto tiene la cultura mapuche?

Con la incorporación de los derechos culturales en la Constitución puede cambiar todo. En el sello particular de cada pueblo, en la diferencia, es la posibilidad de ser aceptado y aceptarse en la exterioridad e interioridad del “espejo” de lo cotidiano que está rielando en todos los instantes de la vida de cada ser humano. Para nosotros que somos Gente de la Tierra es el Az Mapu / el modo de ser, son las costumbres determinadas por la naturaleza, por la Tierra de la que somos una pequeña parte, ni más ni menos que los demás seres vivos y que aquellos aparentemente inanimados como los minerales. Recordando que cuando decimos Tierra, Naturaleza, decimos también infinito.

—Si hablar de cultura desde el pueblo mapuche es hablar también de otra forma de relacionarnos socialmente y con la naturaleza, ¿pueden emerger de la cultura mapuche faros para el conjunto de la sociedad en este tiempo de crisis y agotamiento del modelo vigente en Chile? ¿Cuáles serían y qué implican para el modo dominante de relacionarnos hoy?

Sí, desde luego. La propuesta de un urgente cambio del modelo económico y político que son parte del territorio cultural y no al revés, como se ha dado hasta ahora. Implica resolver el actual problema conceptual. Entre otros aspectos: desarrollo con la naturaleza y no contra ella (la consideración del tiempo circular: presente, futuro y pasado); la salud como una totalidad: espíritu-cuerpo-medio ambiente; legitimidad de la legalidad y no la abusiva continuidad de un supuesto Estado de derecho; pluriculturalidad para una interculturalidad igualitaria (comunicación sin sesgos en lo que concierne al hermoso colorido del jardín del mundo). Todo en aras de la construcción en diálogo del camino hacia un Kvme Mogen, un Buen Vivir.

—Las y los trabajadores de la cultura han sufrido con particular fuerza los embates de la pandemia, se sienten abandonados por el Estado. ¿Qué se requiere para valorar y proteger el trabajo artístico y cultural? ¿Cuál ha sido su experiencia como poeta en este sentido?

Me parece que en este país hoy (y aún) llamado Chile, el Estado —salvo algún brevísimo tiempo— siempre ha tenido en el desamparo a las y a los trabajadores de la cultura, debido a nuestra profunda y permanente crítica al mismo. Tal desamparo revela el desamparo de la denominada “democracia”. Para reparar esto se requiere de un cambio de paradigma y para tal cambio se necesita una verdaderamente nueva Constitución, es decir, un texto redactado con palabra poética y, como tal, escrito por personas mayoritariamente “comunes y corrientes” de todas las edades y, especialmente, por los y las jóvenes, siempre plenos de Sueños y de Ternura.

Javiera Olivares: “No basta con que yo pueda decir lo que pienso, los pueblos también deben tener esa libertad”

Fue la primera mujer presidenta del Colegio de Periodistas, pero la titulada de la Universidad Católica y magíster en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos por la Universidad Alberto Hurtado no se arruga para criticar el trabajo mediático cuando lo considera necesario. Académica del Instituto de la Comunicación e Imagen de la U. de Chile y coordinadora de su Programa de Libertad de Expresión y Ciudadanía, Javiera Olivares saca al pizarrón al periodismo nacional en un año clave para la información y la conversación pública.

Por Jennifer Abate C.

El último año y medio ha significado enormes desafíos para la cobertura mediática y para el periodismo nacional. Primero, la revuelta social de octubre de 2019 y la forma de retratar las protestas y las violaciones a los derechos humanos llevaron al país a criticar sin anestesia las rutinas de los medios de comunicación; luego, en medio de la titánica labor de investigar y mostrar la realidad en medio de una pandemia, el periodismo tuvo que tomar una decisión crucial: criticar o incluso desmentir a las autoridades por el manejo de una crisis sanitaria que hasta la fecha reporta más de veinte mil víctimas en Chile. Algunos lo hicieron y otros decidieron guardar silencio, pero hoy pocos dudarían del enorme valor que en tiempos de crisis adquiere el periodismo riguroso y con vocación pública. Tanto, que muchas voces afirman que el derecho a la comunicación debería ser asegurado en la nueva Constitución.

En este contexto, en diciembre pasado, el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile conmemoró cuatro décadas del Informe Mac Bride, elaborado por UNESCO y publicado en 1980, que marcó un punto de inflexión en la discusión sobre la relevancia de la comunicación y demandó un nuevo rol de los medios a nivel global. El documento, cuyo nombre oficial fue Voces múltiples, un solo mundo, llamaba a las empresas mediáticas y a las democracias a centrarse en el fomento del desarrollo de los países más desfavorecidos y denunciaba la enorme asimetría en términos de acceso a la comunicación entre estos y los más poderosos.

Javiera Olivares.

—¿Por qué consideraron relevante conmemorar la fecha de entrega del Informe Mac Bride?

La particularidad que tiene este informe es que marca un punto de inflexión, porque por primera vez, junto a Mac Bride, decenas de intelectuales del mundo, entre ellos Gabriel García Márquez, connotados escritores, periodistas, especialistas en estas materias, recorren el mundo y lo analizan desde la perspectiva del centro y la periferia, es decir, los países desarrollados, ricos, y los que en ese momento se denominaban subdesarrollados. ¿Qué estaba pasando en el ámbito del derecho a la comunicación, la libre expresión, el acceso a la información de interés público, la transparencia, los flujos informativos? Descubren que el mundo era muy asimétrico en términos de acceso a comunicaciones relevantes, de flujos de ida y vuelta, de poder comunicar y ser escuchados. Mientras los países poderosos tenían acceso a grandes tecnologías, información de primera fuente, primera mano, los continentes periféricos como África, América Latina, algunos sitios de Asia, accedían a antenas repetidoras o a oficinas de prensa y comunicación que tenían sede en estos países poderosos, y no tenían muchas veces capacidad de captar, masificar y comunicar sus propias realidades locales. Existía una especie de hegemonía comunicacional que el Informe Mac Bride no sólo evidencia, sino que además propone políticas estatales a las democracias del mundo para que combatan esta asimetría. ¿Qué pasó? Fue un punto de inflexión tan profundo e importante, y afectó tanto a los poderes más relevantes del mundo, que fue silenciado y se transformó en una especie de tabú no sólo para la UNESCO, sino que para los países más poderosos del mundo, que amenazaron con salirse de UNESCO y quitarle sus recursos.

—Hoy también existen múltiples iniciativas que piden más democracia y pluralismo de los medios de comunicación. ¿Crees que en este contexto político global hay posibilidad de desarrollar una iniciativa de las características que tuvo el informe Mac Bride?

Yo esperaría que sí. Es necesaria la conciencia de los pueblos de que tienen un derecho que exigir, el derecho a la comunicación. Hay otros que hablan de libertad de expresión, libertad de prensa, acceso a la información; para mí, el paraguas más amplio es el derecho a la comunicación y, de alguna manera, el Informe Mac Bride lo planteaba desde ese lugar, desde una perspectiva garantista, como un derecho más que como una libertad. La libertad también es parte de ese gran derecho que es un imperativo de los Estados garantizar.

El Bloque por el Derecho a la Comunicación del que son parte la Radio Universidad de Chile y el ICEI, entre otros muchos medios que desde siempre han defendido estos valores ha exigido que este derecho sea asegurado en la nueva Constitución. ¿Por qué, a tu juicio, es relevante esta incorporación?

Lo que se entiende por libertad de prensa es la libertad que tienes tú o yo para decir lo que pensamos y no arriesgar ser perseguidas, amenazadas o asesinadas por eso. Ahora, esa libertad de expresarnos, ¿es suficiente? ¿Se garantizan todos nuestros derechos asociados al ejercicio de la comunicación en tanto personas sociales que se comunican día a día? Desde mi punto de vista, no es suficiente; es importante, un piso mínimo, es necesario, pero no basta para plantear que tenemos todos nuestros derechos asociados a la comunicación garantizados. No basta con que yo pueda decir lo que pienso, sino que, colectivamente, los pueblos también deben tener esa libertad. Hay un desplazamiento interesante que pasa de un liberalismo puro a una cuestión más amplia, más garantista, una perspectiva más colectiva. Las personas, en tanto pueblo de un país, tenemos derecho a comunicar, tener información de ida y vuelta, no sólo a recibir información pública importante, sino que también a entregarla, porque nuestras informaciones como pueblo también son relevantes, porque tenemos derecho a hacerlas masivas, a tener vocación de masividad. Ese derecho podría ser interesante en los medios comunicación, tener derecho a comunicar ampliamente; que nuestras opiniones no sean silenciadas también es parte e integra este gran derecho a la comunicación.

—Durante la última campaña presidencial se habló mucho de la necesidad de una Ley de Medios para Chile. ¿Por qué es relevante una legislación de ese tipo?

Es primordial establecer, con rango constitucional, el derecho a la comunicación como derecho humano que debe ser garantizado para todos y todas, pero para garantizarlo, fiscalizarlo y concretarlo, requerimos de leyes, que van a ser las grandes bajadas de los principios constitucionales que se aprueben, esperemos, en una Constitución de verdad democrática en los próximos dos años. En el ámbito de la comunicación, es necesario hacer muchos cambios a legislaciones y normas para garantizar el derecho a la comunicación, el ejercicio del periodismo sano, la pluralidad y diversidad de voces representadas a través de medios de comunicación. Eso se puede llamar Ley de Medios, Ley de Servicios de Comunicación, Nueva Norma de Comunicación y Ejercicio del Periodismo, la verdad es que a mí el nombre me importa poco. Hasta el día de hoy tenemos medios de comunicación que hablan [en el caso del ataque de Carabineros a niños del Sename] de “niños accidentados”, de “una persona que cayó al Mapocho”. Son cosas tan burdas y tan evidentes que requieren de nuevas normativas que permitan garantizar que haya más diversidad de voces por un lado y que se sostenga una cultura de la ética en el ejercicio periodístico por el otro, y que, de verdad, las incitaciones al odio, discriminaciones gratuitas, contenidos sexistas sean erradicados o comiencen a ser erradicados.

Periodismo en tiempos de crisis

Desde el 18 de octubre de 2019 hemos presenciado la demanda ciudadana por mejor periodismo, más pluralismo, una crítica descarnada a las y los periodistas. Tú fuiste presidenta del Colegio de Periodistas. ¿Cuál es el análisis que haces del ejercicio de la profesión hoy en Chile, tanto desde las y los colegas como desde los medios de comunicación?

Si bien fui presidenta del Colegio de Periodistas, que fue una labor hermosa y donde aprendí mucho y conocí experiencias periodísticas preciosas, que son las menos visibles a ojos masivos, debo reconocer que no me surge ningún sentimiento gremial cuando veo las críticas, porque también las tengo, porque también soy muy crítica y autocrítica. Hace varios años que no hago periodismo de trinchera, más bien escribo, estoy desde la academia, desde mi trabajo como profesora e investigadora, pero tengo muchas críticas, aunque esas críticas no son única y exclusiva responsabilidad de las y los periodistas y trabajadores de las comunicaciones, eso lo tengo claro. Yo creo que hay más bien una cuestión sistemática que tiene distintas aristas, una es, sin duda, el ejercicio ético de la profesión, que muchas veces no tienen las y los periodistas y las y los trabajadores de las comunicaciones. Creo hay una cultura de la ética que tiene que emanar del propio gremio, pero también del sistema completo, y por eso creo que es una cuestión sistemática. Estamos en un país donde tenemos fundamentalmente medios privados, muy concentrados en pocas manos, es decir, tenemos una alta concentración de la propiedad mediática en manos que tienden a tener una opinión, una versión, una interpretación de la realidad, una posición política, y además están emparentados con los otros poderes fácticos.

Como periodista, pero también habiendo asumido cargos como dirigenta social, ¿cuáles son tus expectativas frente al proceso constitucional que se abre?

Tengo, como todos y todas, ciertas preocupaciones por cosas que se han discutido, a mi juicio, muy, muy equivocadamente en los últimos meses. La dificultad para tener escaños reservados para los pueblos originarios me parece gravísima, me parece que es una bomba de tiempo, de alguna manera; tengo temor respecto de los dos tercios para definir ciertas diferencias que se puedan dar al interior del debate constituyente; mi temor es que haya una minoría que, como conocemos históricamente en este largo proceso de transición chileno que a mi juicio todavía no termina cien por ciento, permita amplificar los deseos de las minorías por sobre el de las mayorías a la hora de determinar leyes. Pero mi mayor expectativa es que esta lucha del debate constituyente, la presión en la calle, el debate propio interno dentro de la convención constitucional, nos lleven a horadar, a quitarle un poco de tajadas de poder a este modelo social, cultural, político, económico que se llama neoliberalismo y que yo no comparto porque me parece que es verdaderamente brutal, dañino, grave y monstruoso contra las personas.

Patricio Guzmán: «Me gustaría que mi obra quedara en Chile, pero allá la memoria no tiene institución»

Tal cual lo ha hecho desde hace más de cuatro décadas, el director radicado en Francia sigue de cerca los pasos del devenir nacional. Estuvo en Santiago para filmar el plebiscito, material que será parte de su próxima película sobre el estallido social. También presentó La cordillera de los sueños, premiada en Cannes, y un libro de 400 páginas que recoge los pormenores de La batalla de Chile, la trilogía que se convirtió en la más importante del cine documental local y que lo hizo reconocido a nivel mundial.

Por Denisse Espinoza A.

Tejer los hilos de la memoria, conectar pasado y presente a través de esos detalles que se repiten como profecías, es lo que ha hecho que el cine de Patricio Guzmán (Santiago, 1941) nunca pierda vigencia ni actualidad. El director que saltó a la escena mundial con La batalla de Chile (1975-1979), la monumental trilogía con la que narró como ningún otro documentalista el ascenso, auge y caída del gobierno de Salvador Allende, sabe bien cómo entramar los dramas de la política, la geografía y la historia familiar en la voz de personajes entrañables.

Lo hizo otra vez en su último filme, La cordillera de los sueños (2019), ganadora del premio L’Œil d’or al Mejor documental en el Festival de Cannes, y con la que cierra su trilogía sobre el Chile de la postdictadura, marcado por una geografía tan bella como inmensurable que lo sigue aislando y fracturado por un golpe de Estado del que aún no se puede recuperar.

En la película, estrenada antes del estallido de octubre de 2019, ya se huele parte del descontento social a través del personaje de Pablo Salas, un aguerrido documentalista que ha estado registrando las protestas callejeras desde que trabajara para Teleanálisis durante los años 80 hasta hoy, y que se roba el foco de Guzmán a partir de la mitad del metraje, hablando y mostrando parte de su valioso e inédito archivo, el que mantiene apilado en su casa, a pesar de que en los últimos años varios investigadores han postulado al Fondo Audiovisual con distintos proyectos para intentar rescatarlo.

Grabación de La cordillera de los sueños (2019). Gentileza de Atacama Productions.

Para Guzmán, Pablo Salas es víctima del mismo mal que lo aqueja a él y a sus colegas documentalistas: el desinterés que hay en Chile por resguardar la memoria histórica. Lo cierto es que a pesar de que el realizador ha dedicado su trayectoria a analizar la historia reciente del país con destacadas y premiadas cintas — desde La batalla de Chile, pasando por La memoria obstinada (1997), El caso Pinochet (2001), Salvador Allende (2004) y ahora último con la trilogía compuesta por Nostalgia de la luz (2010), El botón de nácar (2015) y La cordillera de los sueños— Guzmán tiene claro que en Chile su trabajo aún no tiene el lugar que merece.

—¿Por qué decide darle mayor protagonismo a Pablo Salas en su documental?

A Pablo lo conozco desde hace muchos años, tenemos una relación de colaboración y le he comprado mucho material para algunas de mis películas, lo que hago con gusto porque sus materiales son únicos en el mundo. En un momento, nos dimos cuenta de que no teníamos tantas imágenes para seguir hablando sobre la montaña, no encontramos a los personajes adecuados y de a poco la historia se fue desplazando hacia la gente que se moviliza políticamente, y así dimos con Pablo, que sentí que de alguna forma coincidía con mi propia historia. Él tomó la posta de registrar lo que pasaba en las calles de Chile y no lo hizo durante tres años como yo, sino durante 30 años. Me parece simplemente fantástico, un personaje único en América Latina. Nos encontramos con todas esas cintas, algunas bastante viejas que estaban a su suerte en casa de Pablo. Todavía están todas a salvo, pero no se sabe por cuánto tiempo más.

—Y en su caso, ¿dónde está resguardo su material fílmico?

Todo está en mi casa de París. Por ejemplo, tengo mucho material de descarte de La batalla de Chile, también de El caso Pinochet y de Salvador Allende que me gustaría llevarlos a Chile para que la Cineteca Nacional pueda hacerse cargo, pero no tiene los recursos. Los documentalistas estamos en una situación de total orfandad, porque la memoria en Chile no tiene institución. La directora de la Cineteca es una persona muy simpática y receptiva, pero no tiene los dineros para planificar y organizar un archivo. Le pasa también a Ignacio Agüero y a un montón de documentalistas que tienen sus casas llenas de negativos. ¿Cómo es posible que Chile no tenga un lugar de recepción de su memoria audiovisual? Llevo 30 años en compás de espera y no veo una futura solución a ese problema. En Francia sí están las condiciones y probablemente ahí quede todo mi material, si es que la puerta chilena no se abre.

—La intervención de Pablo Salas en La cordillera… tiene mucho que ver con el discurso que luego vino con el estallido social. ¿De alguna forma presintió lo que venía en Chile?

No, fue una sorpresa. Cuando encontramos al personaje de Pablo, me di cuenta de que la película iba virando, pero eso suele pasar. El documental es un camino que emprendes y no sabes si va a cambiar de rumbo o no. De repente transitas por un camino que es profético de lo que pudiera pasar y eso es estupendo, porque lo que hizo Pablo es lo que hoy está haciendo medio mundo: filmar la realidad. Hay cientos de cámaras pequeñas, teléfonos que están en las calles; todo el mundo quiere filmar lo que pasa, es decir, el presente se vuelve un tesoro y eso es muy importante. Y Pablo lo hizo durante 40 años.

—En la película, usted también aparece mucho más en comparación con sus antiguos trabajos. ¿Diría que es su trabajo más personal?

Sí. Junto con el personaje de Pablo, de a poco fue apareciendo mi propia historia. Comencé a irme hacia atrás, encontré mi casa natal y con trucaje la pudimos reconstruir. Recordé momentos de cuando hice La batalla de Chile que nunca había contado, porque me di cuenta de que nuestras historias se conectaban. No es la más personal porque en La memoria obstinada hablo de un tío que fue quien guardó todo el material de La batalla… y también tiene un montón de momentos de mi propia biografía.

***

En 1972, Guzmán se había quedado sin material ni dinero —Chilefilms estaba quebrado— para seguir filmando. Decidió entonces pedirle ayuda al director francés Chris Marker, quien ya lo había apoyado con su debut, El primer año, comprando los derechos para exhibirla en varios países. El autor de La Jetée le envió un escueto telegrama diciéndole “haré lo que pueda”. Un mes después, Guzmán y su equipo recibieron una caja con 40 mil metros de película virgen, además de cintas magnéticas perforadas para registrar el sonido. Con todo eso, el rodaje prosiguió y terminó con el golpe de 1973, que no sólo obligó a detener la filmación sino a esconder todo el material en la casa del tío de Guzmán, quien luego, gracias a la ayuda del embajador de Suecia en Chile —su secretaria era la esposa del cineasta chileno Sergio Castilla—, logró sacar todo fuera del país. Al año, el director y su montajista, Pedro Chaskel, figuraban en un sótano del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) donde pasaron siete años montando el material para transformarlo en tres películas que se fueron estrenando de a poco y que pusieron para siempre en el mapa el nombre de Patricio Guzmán. Una historia épica que quizás merecería su propia película.

—Al parecer La batalla de Chile es una fuente inacabable de anécdotas.

Claro, fueron dos años de filmación en un periodo histórico único. Con el equipo, por ejemplo, estuvimos presos varias veces en fábricas ocupadas por la derecha. Una vez, nos dieron vuelta el auto en una toma de terreno. Cuando los camioneros se reunían en grandes concentraciones, nosotros los filmábamos, y en una de esas nos tomaron presos, pero apareció un diputado de derecha que era muy decente y logró que nos soltaran, así que por suerte no nos agredieron. En la película también hablo más sobre mi detención de 15 días en el Estadio Nacional. Entonces sí, hay muchos momentos que no he contado porque nosotros éramos testigos, pero también protagonistas de ese momento. Es lo mismo que le debe ocurrir a Pablo Salas: están sus filmaciones, pero también sus propias historias de años de rodaje en la calle, en medio del peligro.

—Acaba de lanzar un libro sobre La batalla de Chile (Catalonia) con mucho material de la filmación. ¿Por qué decidió publicarlo justo ahora?

Creo que ahora, más que antes, es interesante conocer cosas de La batalla de Chile, porque como se repite una situación histórica bastante parecida, la gente dice “ah, mira, me interesa ver esto” y es estupendo que haya coincidido con este momento. No creo que sea un libro tan masivo, porque es muy técnico. Son como 400 páginas donde reúno todos los documentos sobre la película: críticas, comentarios, esquemas que se hicieron en el momento, cosas que escribí yo, que escribió Pedro Chaskel, el director Sergio Castilla, el guionista español José Bartolomé, mi exmujer también tiene un artículo; todos los que tuvieron una relación con el rodaje y montaje de la película escriben algo. Creo que a toda la gente que hace documentales o que escribe sobre historia seguramente le va a interesar.

—Usted dice que hoy se vive una situación política similar a la del pasado. ¿Qué diferencias importantes ve entre los dos procesos históricos?

Lo primero es que la Unidad Popular era un gobierno socialista que intentaba construir un proyecto político nuevo. Era una revolución pacífica que comenzaba con siete partidos políticos claros que lideraban todo. Lo de ahora es más bien una protesta gigantesca, pero sin dirección. Hay banderas que se respetan, pero no tienen una significación concreta; son banderas de compañía, no hay una ideología específica. Y, sin embargo, es muy fuerte llegar al país y ver a esa masa de gente en las calles diciendo las mismas consignas de antaño, cantando las mismas canciones que hace 50 años. ¿Quién iba a pensar que iba a suceder algo así? Es casi irrisorio. Mi sensación fue que el espíritu de la Unidad Popular, que estuvo escondido, resurgió y es muy contagioso y raro, pero no deja de ser falso. Lo claro es que no deja de ser importante que un país de América Latina se levante de manera pacífica para tratar de transformar su entorno. Es un Chile brillante que nace y todas las miradas están de nuevo puestas acá.

—Su propia mirada está de vuelta en Chile. ¿Qué es lo que más le llamó la atención del rodaje durante el plebiscito?

Creo que es notable cómo las mujeres han logrado ponerse en el primer plano del movimiento. Para mi nueva película solo filmé a mujeres como personajes, porque tienen una enorme capacidad de análisis, de entusiasmo y no se rinden ante nada. Entonces, está este colectivo increíble de cuatros chicas de Valparaíso (Las Tesis) que han creado un movimiento enorme mucho más allá de Chile. La juventud se mueve por intuición y con un optimismo que hay que mantener. No creo que el movimiento se diluya, es muy fuerte el descontento frente a la inercia e inoperancia del gobierno, porque nada funciona. No porque el gobierno sea mediocre todos los chilenos nos vamos a volver unos mediocres.

—También le tocó grabar durante la pandemia. ¿Cómo fue esa experiencia?

La verdad es que hay mucho rodaje donde yo no participé, donde fue el cámara con su sonidista y su asistente de producción. La jefa de producción de esta película participó en medio de la batalla con mascarilla; yo tenía mascarilla pero no salí al combate, me quedé en un edificio mirando de lejos y no participé en la lucha frontal, no me parecía necesario. Es apasionante, pero yo ya he vivido esa situación un montón de veces y entonces para qué otra vez más. No tenía mucho sentido exponerme. Estuvimos con mi mujer (la productora  Renate Sachse) en varias situaciones complicadas, pero no en las peores.

—Volverá en abril para filmar el plebiscito del proceso constituyente.

Sí, eso hay que filmarlo y ver qué pasa alrededor. Por esa razón serán dos películas. La primera es sobre el estallido y el primer plebiscito, que está bastante avanzada, al menos en mi cabeza. Es muy interesante todo lo que pasa, y estoy seguro de que va a tener eco en toda América Latina y el mundo. La siguiente partirá cuando volvamos a Chile, aunque también eso depende del dinero que logre conseguir. Por eso es importante que la película atraiga público, y si puede tener un premio, tanto mejor, porque con eso ya tienes la próxima película en la mano. De ahí que fuera tan importante el premio en Cannes, porque inmediatamente te entreabre la puerta para poder seguir trabajando.

—Si no fuese sobre Chile, ¿de qué más haría un documental?   

Eso depende mucho de las circunstancias. Por ejemplo, si es que alguien te ofrece hacer algún proyecto en otro lugar o te interesa una historia particular. Pero hace tiempo que abandoné ese camino y prefiero seguir trabajando sobre Chile. Me interesa más y varía tanto. La última vez, con mi esposa pensábamos sobre qué podíamos hacer una nueva película, y de pronto estalló un movimiento gigantesco de un millón y medio de personas en Santiago. Aquí tenemos tema para al menos tres películas más. Me parece fantástico seguir en lo mismo, no me aburre para nada.

Marcelo Leonart: Teatro en llamas

Mientras los malls siguen abiertos, los cines, museos y salas de espectáculos permanecen cerrados. La pandemia no sólo demostró el desamparo en que viven los trabajadores de la cultura en Chile, también exacerbó la precariedad del sector cultural. El escritor, dramaturgo y director teatral —una de las voces más lúcidas y corrosivas de las artes escénicas—, reflexiona sobre este asunto con vistas a pensar la cultura en la nueva Constitución, y defiende su derecho a escandalizar y a encender “como bencina” la rabia del público. “La escritura y el teatro debe sacarnos de nuestra zona de comodidad”, dice.

Por Evelyn Erlij

El año pasado iba a ser bastante agitado para Marcelo Leonart (1970), como probablemente lo sería para una buena parte de sus colegas del mundo artístico. Sus planes contemplaban el estreno en el Teatro UC de Space Invaders, la adaptación de la novela de Nona Fernández, y una obra escrita por él que tenía prevista montar en el GAM. “Mi trabajo más o menos remunerado cesó completamente —cuenta el escritor, director, guionista y dramaturgo, cofundador de la compañía La Pieza Oscura—. De golpe nos quedamos sin la posibilidad de trabajar. Como muchos, tuve que recurrir a ahorros que por suerte tenía. E hice unas clases para la Universidad de Chile y para una hermosa instancia, Núcleo Crítico, para Calama y Chillán. Todo estaba planificado para lo presencial. Pero terminó siendo digital. Eso ha sido lo más estimulante. Compartir con teatristas con ganas de aprender a lo largo de Chile”.

Marcelo Leonart. Crédito: Dante Leonart

La pandemia obligó a cerrar teatros, cines y salas de concierto en todo el mundo; pero también agravó los embates de la economía neoliberal en el mundo de la cultura, que por décadas se han traducido en inseguridad laboral, precariedad y autoexplotación. En países como Inglaterra y Alemania, el Estado intervino para sacar a flote al sector —Angela Merkel anunció 10 mil millones de euros para la industria cultural—, pero en Chile la situación fue muy distinta: según un estudio del Observatorio de Políticas Culturales, el 81% de los encuestados sufrió una disminución o el cese absoluto de su actividad; y el 54% no fue beneficiario de ninguna medida de apoyo gubernamental durante la crisis. Para este año, además, el gasto público en cultura bajará de 0,4% a un 0,3%, muy lejos del mínimo de 2% que recomienda la Unesco. Y frente al avance de la pandemia, es probable que las actividades presenciales sigan paralizadas.

“He tenido tiempo para leer y escribir, cosas que por lo demás siempre hago —dice Leonart sobre cómo ha vivido estos meses aciagos—. Y para emputecerme con la inoperancia e indolencia del ministerio y su ministra, que nunca pareció darse cuenta de la crisis del sector. Su gestión ha sido nefasta en general (su silencio ante las violaciones a los derechos humanos es inhumana), pero más aún en la crisis. Una vergüenza total y absoluta”, opina el autor de novelas como Lacra (2013), Weichafe (2018) y Los psychokillers (2019). No obstante, el problema es sistémico. El arte y la cultura en Chile son actividades que están constantemente precarizadas, insiste Leonart, una realidad muy evidente en las artes escénicas:

—El teatro chileno, cuya calidad tiene un nivel internacional de excepción, se desarrolla siempre al borde del heroísmo, con fondos concursables escasos, burocráticos y cuya rendición trata al artista casi como un delincuente. Los que hacemos teatro en Chile lo hacemos a partir de la necesidad de la expresión, de encontrarse con la gente en las salas, del convivio que implica el acontecimiento teatral. Con la pandemia no solo desaparece esa posibilidad. Desaparecen las posibilidades de ingresos. Y la invisibilización de nuestro trabajo como actividad económica. Se nos trata como si fuera un pasatiempo. Algo inútil, superfluo e innecesario. Que la misma ministra piense eso es insultante. Lo anuncio: no lo olvidaremos en el Chile que queremos construir.

—En Chile, el sector privado tiene muy poco interés en financiar cultura, y la dependencia en los fondos del Estado no sólo propicia la precariedad, sino también define cuál es la cultura que debería ser financiada.

El sector privado —que en Chile asociamos con el capital— no tiene el menor interés de financiar expresiones que lo cuestionen. Una de las pocas cosas positivas que tienen los fondos concursables es que muchas veces financian proyectos que son transgresores y que jamás serían financiados por capitales privados. Nuestro modo de producción, que de alguna manera busca emular el gringo pero con una tristeza infinita por la inconmensurable pobreza, banaliza de tal modo la producción privada que la única manera de acceder a fondos para obras expresivas es recurriendo al Estado. Por suerte el mundo cultural chileno no está secuestrado por este gobierno o por el conservadurismo concertacionista. Pero sí por la burocracia y la estupidez.

—¿Qué crees que debería tenerse en cuenta al momento de integrar la cultura en la nueva Constitución?

Una discusión crucial será cómo nos ponemos de acuerdo para exigir —y ejercer— nuestros derechos culturales. El arte necesita recursos. Pero no es un negocio. Incluso si se hace dinero con él. Cambiar ese paradigma sería un triunfo. Y nuestra única posibilidad de futuro.

—Hay representantes del mundo cultural que buscan ser constituyentes. ¿Qué papel deberían tener en este proceso político?

Creo que tienen que estar presentes. Pero no como rostros. Tiene que estar presente el tejido de la cultura y las artes. Por mi distrito, apoyo a Andrea Gutiérrez, dramaturga y actriz, expresidenta de Sidarte. Por su trabajo en redes, con la base y en pos de los derechos culturales. La convención no puede ser una kermés de famosos con buenas intenciones. El trabajo en red lo es todo.

Noche mapuche (2017). Crédito de foto: Maglio Pérez.

—Fuiste parte de cabildos y asambleas tras el estallido. ¿Eres optimista frente al proceso constituyente? Escribiste en Palabra Pública que el horror sería “volver a la normalidad”.

No creo haber sido optimista cuando escribí esa frase. Y no lo soy ahora. Creo que el acuerdo del 15 de noviembre fue una manera de ahogar esos cabildos y asambleas que surgieron después del 18 de octubre. El mismo 15, en la madrugada, pensé que era un error. ¿Una asamblea con otro nombre, con las reglas de los partidos? Leer los nombres que se proponían para esa asamblea hoy producen ternura por la ingenuidad. El acuerdo fue agüita para el sistema y el establishment. Ojalá estemos atentos y presionemos para, sea como sea esa asamblea, no volvamos a esa normalidad de mierda que teníamos.

***

En 1989, mucho antes de publicar novelas y de ganar reconocimientos como escritor —obtuvo el Premio Juan Rulfo de Cuento en 1998, fue finalista del Premio Herralde con El libro rojo de la Historia de Chile (2015) y recibió el Premio Revista de Libros de El Mercurio en 2012 con Fotos de Laura—, Marcelo Leonart cursó dos años en la Escuela de Teatro de la UC, donde conoció al dramaturgo Egon Wolff, que además de guiarlo en la creación de su primera obra, No salgas esta noche (1991), se convirtió en uno de sus mentores. A ambos los une un teatro políticamente consciente, atento a las desigualdades, conflictos e injusticias de la sociedad en que les tocó vivir. De ahí que la prensa lo describa como uno de los creadores más comprometidos del teatro y la literatura actuales: “Nadie se ha preocupado como Marcelo Leonart en dar cuenta del agitado ánimo social de hoy”, escribió hace unos años el periodista Roberto Careaga.

En su último trabajo, Tú no eres, hermana, un conejo corriendo desesperado por el campo chileno, presentado en la última Muestra de Dramaturgia Nacional, aborda la diferencia de clases y de género en Chile a partir del encuentro de dos personajes femeninos de épocas distintas. “En la obra, una mujer en crisis del siglo XXI viaja al siglo XIX a contener a otra mujer que está viviendo un hecho traumático —detalla el dramaturgo—. No es casual el encuentro de esas mujeres. Pero, más allá del género, en la obra es importantísimo el tema de la clase. Adelaida, la mujer del siglo XIX, para reafirmar su propia identidad y su propia crisis, se cree en condiciones de consolar a alguien que está mucho peor que ella. ¿Y quién está peor que un peón del siglo XIX en el campo chileno? La respuesta era obvia. Una mujer. Una sirvienta, casi una esclava, que ha osado rebelarse ante el patrón”.

La idea era “visitar el siglo XIX desde una perspectiva actual: un mundo en una crisis profunda, pero también de una profunda emancipación”, explica el director, que con sus proyectos personales y con los que ha desarrollado con La Pieza Oscura —compañía que formó hace casi veinte años junto a su pareja, la escritora, dramaturga y actriz Nona Fernández—, se ha dedicado a escarbar en zonas oscuras del pasado y el presente usando, muchas veces, el humor negro como arma. El taller (2012), por ejemplo, está inspirada en los talleres literarios de la agente de la DINA Mariana Callejas, y en la delirante Noche mapuche (2017), aborda el clasismo, el racismo y la invasión a los pueblos originarios a través de una puesta en escena desbordante y corrosiva. “El escándalo no por escándalo, sino como provocación, como proyecto político”, escribió la escritora Andrea Jeftanovic sobre la obra.

Nona Fernández ha dicho que Noche mapuche siempre terminaba atrapando la contingencia, que siempre había una nueva víctima a quien ofrecerle la temporada y que sus funciones fueron bastante encendidas. Joseph Beuys, el artista alemán, decía que la provocación siempre da vida a algo. ¿Te propones remecer al público, sacarlo de su quietud?

No contesto yo, contesta Pasolini, que lo dijo antes de manera insuperable: «Escandalizar es un derecho. Y escandalizarse, un placer.» La escritura y el teatro debe sacarnos de nuestra zona de comodidad. Si no, ¿qué sentido tiene? Tanto para disfrutarlo como para ejercerlo, la comodidad es profundamente aburrida. Por otra parte, tener siempre una nueva víctima a quien dedicarle la obra nos producía siempre una enorme tristeza. Una tristeza, hay que decirlo, que encendía nuestra rabia —y la del público— como bencina.

—Con tus trabajos, por ejemplo la novela Weichafe o las obras Noche mapuche, El taller o Liceo de niñas has construido una contrahistoria de la historia oficial. ¿Podría decirse que es eso lo que te has propuesto?

Lo divertido es que ni siquiera es una contrahistoria. Son hechos de lo más objetivos. Cuando la Nona o yo ponemos materiales documentales son de dominio público. A veces el orden los ilumina, como una buena hoguera. En Noche mapuche contamos historias de abuso al pueblo mapuche, a los nativoamericanos, a los afroamericanos. Narramos el asesinato de Matías Catrileo. Cuando al final se narra el asalto a la casa de los Luchsinger la gente se espanta —se escandaliza— por esa violencia. Ni siquiera tomamos partido. Lo que es impresionante es que, luego de una hora y media,NADIE se escandalice por la otra violencia que hemos narrado. Tal vez por eso queda resonando tan fuerte la última frase de la obra: traigan los bidones.

—La dictadura aparece en varias obras, como El taller y Liceo de niñas. ¿Por qué te interesa insistir en esos pasajes incómodos de la historia y la memoria?

El taller y Liceo de niñas son textos de la Nona que yo dirigí.Corresponden a su imaginario, que compartimos en nuestra compañía. En ambos textos y puestas, tal como en Noche mapuche, recurrimos a yuxtaponer épocas. Hablar del pasado para hablar del presente. Cuando los tiempos se superponen, hay cosas de nuestra actualidad que podemos entender mejor. Y que nos escandalizan. Ahora cito a Faulkner (porque su frase, también, es insuperable): «El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado.»

El taller (2012). Crédito: GAM.

—Cuando Arturo Fontaine publicó un texto en Letras Libres sobre el estallido en el que, entre otras cosas, sugería influencia de Maduro en las movilizaciones, tú convocaste a los escritores a dar cuenta de ese momento histórico. “Escribamos lo que vemos en la calle, en nuestras casas”, dijiste. ¿Crees que el estallido se ha visto lo suficientemente reflejado en la literatura y el teatro recientes?

Creo que es pronto. Pero creo que hay que escribir, montar, expresar. Huyamos de los lugares comunes, por favor. Pero no dejemos que esta pólvora se apague. Ya habrá tiempo para reflexiones maduradas (y a veces anestesiadas, como suele suceder). El tiempo precioso de esta escritura al fragor de los acontecimientos no va a volver. Lo que no escribamos ahora se va a perder para siempre.

—¿Cuáles son tus planes para este año?

Teatro y literatura, como siempre. Insisto porque si no me aburro. Insisto aunque nadie me lea. Insisto aunque el teatro que quiero hacer —con la sala llena y el público muy cerca— suene —ahora— como de ciencia ficción.

Diamela Eltit: «Hoy la vulneración a los derechos humanos, la cesantía y el abandono tienen una relación con los tiempos de la dictadura»

La escritora y Premio Nacional de Literatura habla de las consecuencias sociales y el manejo del Gobierno ante la pandemia del coronavirus. “Muchas muertes pudieron evitarse con una política integral de salud”, señala. Además, reflexiona sobre las referencias a la contingencia en su obra, comenta la vigencia del CADA y los nuevos grupos que convocan. “LasTesis y Delight Lab son el arte público más importante de este tiempo”, asegura.

Por Javier García Bustos

Hace más de una década comparte dos territorios lejanos. Habitualmente, la destacada escritora y académica Diamela Eltit (1949) pasaba algunos meses en Santiago, Chile, y otros en Estados Unidos, ya que es profesora en la Universidad de Nueva York. Entre septiembre y diciembre de 2020, la autora de Lumpérica, Premio de Narrativa José Donoso 2010 y Premio Nacional de Literatura 2018, estuvo otra vez en Norteamérica. Pero el panorama que vio fue desolador.

A un año de la propagación de la pandemia del coronavirus en el mundo, las consecuencias devastadoras en la población han sido evidentes. En Chile, en particular, se arrastraba una crisis mayor luego del estallido social de octubre de 2019.

“El sistema recubre la pobreza y la extrema desigualdad”, comenta Diamela Eltit, quien desde comienzos de los ochenta ha construido una obra donde aborda el cuerpo femenino como un territorio político, y ha descrito la violencia de la sociedad de consumo desde la perspectiva de los menos favorecidos en títulos como Vaca sagrada (1991), Los vigilantes (1994), Fuerzas especiales (2013) y Sumar (2018).

Formada como profesora de Castellano, Diamela Eltit luego obtuvo una Licenciatura en Literatura en el mítico Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile. A finales de los setenta, la autora, por entonces pareja del poeta Raúl Zurita, integró junto a él y los artistas Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells el grupo CADA (Colectivo de Acciones de Arte).

Referente de la escena artística nacional, el colectivo realizó una serie de acciones urbanas que hasta hoy resuenan en otros grupos de arte y en la memoria colectiva. “El CADA pensó la calle justo en los momentos más desfavorables para los cuerpos ciudadanos”, ha escrito Diamela Eltit, quien en esta entrevista rememora sus acciones, alude a nuevos grupos de arte como LasTesis y Delight Lab, habla de los efectos sociales de la pandemia, cuestiona las medidas tomadas por el Gobierno y reflexiona sobre el proceso constituyente.

¿Cómo podría resumir 2020, un año marcado por la incertidumbre y la muerte?

—Fue un año inédito y angustioso. No sólo lo afirmo a nivel personal, pues formo parte del “grupo de riesgo” por la edad, sino especialmente por las personas pobres o muy pobres que se vieron hipercastigadas por la enfermedad. Estuve en Nueva York, donde enseño entre septiembre y diciembre, y el panorama allá era dramático por la cesantía y la cantidad de personas viviendo en las calles. Vi una situación de pobreza mucho más radical que la provocada por la crisis financiera de 2008. Y el virus diseminado locamente por una pésima política de la enfermedad. Lo que yo entiendo de manera muy contundente es que el neoliberalismo intensificado bajo el que nos regimos es incapaz de contener y manejar una crisis social. El sistema recubre la pobreza y la extrema desigualdad mediante la generación de macrozonas de exclusión territorial y social, el intenso extractivismo, el crédito usurero, el hacinamiento para contar con un techo y la impunidad de un elitismo desenfrenado.

Al leer algunas columnas y entrevistas se hace evidente que ha sido crítica de la gestión de salud del Gobierno de Sebastián Piñera. ¿Cree que la intención de manejar de mejor manera la pandemia fue mejorando con el paso de los meses o nunca existió un mensaje claro hacia la población?

—Pienso que la pandemia bajo la dirección de Jaime Mañalich, Paula Daza y Arturo Zúñiga fue un desastre. Ellos compraron y compraron insumos, es verdad, tal como si el país fuera una clínica; consiguieron ventiladores, camas, arrendaron de manera turbia el Espacio Riesco, pero se olvidaron de la atención primaria, de confinar y de trazar los contagios. Ellos vienen del sistema privado de salud, ellos son Isapre, pero el país es Fonasa. Y lo más negativo en medio de la enfermedad era señalar cómo los felicitaban de todas partes del mundo por winners. Mañalich esgrimió su farsantería pública ya conocida, el menosprecio constante a las voces críticas con la complicidad del representante de la OMS en Chile, un veterinario que se plegó a Mañalich para obtener fondos públicos y corrió por los canales de televisión apoyando las pésimas medidas de salud que se implementaban. Pero las cifras de las lamentables muertes estaban adulteradas y pasamos a ser el cuarto país con más muertes en el mundo. Muchas de esas muertes pudieron evitarse con una política integral de salud y dejando de lado las imágenes de los empresarios recibiendo ventiladores como si ese fuese el único centro de la enfermedad, dejando de lado la contención del virus. Enrique Paris, desde luego, es distinto, porque Mañalich fue una opción realmente dañina. Pero este médico Paris, más allá de su máscara de médico bueno, es un hombre funcional al sistema neoliberal. Un acólito. 

La crisis sanitaria dio paso a una crisis social y económica, donde el hambre volvió a estar presente, incluyendo la masificación de las ollas comunes. Muchas personas recordaron acciones como las del grupo CADA. ¿Qué le produjo este ambiente reiterativo y recordar las acciones de ustedes?

—Ya el estallido social, que en realidad puede ser entendido como una microrrevolución, repuso la comunidad y lo comunitario como la vía política para ejercer demandas. Una comunidad unida desde las diferencias, formada e informada por las importantes dirigencias vecinales, pero con un objetivo común: la reparación de la vida social del país marcada por una inequidad masiva. La pandemia visualizó los espacios y demostró que el hambre estaba latente ante cualquier vaivén del sistema en que vivimos. Pero, tal como durante la dictadura, ahora, ante la falla del Estado, se levanta la comunidad para suplir (y no hablamos de los sectores del 20%, sino del 80%, siguiendo el resultado de la Constituyente), y eso es extraordinario y conmovedor. Con respecto al CADA, junto con procedimientos teóricos-estéticos, se planteó siempre en los ejes arte-política-espacio público. Pero sí me impacta ver el NO+ generado por el CADA en 1983, se levantó el NO+ con la seguridad de que iba a ser completado por la ciudadanía y casi cuarenta años después continúa vigente. Ahora, la situación por la que atravesamos es muy delicada, un prolongado estado de excepción, muertos, heridos, presos políticos que el sistema renombra como delincuentes. Hoy la vulneración a los derechos humanos, la cesantía y el abandono tienen una relación con los tiempos de la dictadura, el actuar salvaje de Carabineros y los crímenes de lesa humanidad que ya acumulan. Y para qué seguir hablando de la corrupción, el robo, la colusión “desde arriba” que zafa con una impunidad asombrosa.

En este último tiempo, ante el desencanto de la gente, se ha podido ver el trabajo de nuevos grupos de arte como el colectivo LasTesis y Delight Lab. ¿Cómo ve la evolución del arte, en este sentido, y qué le parecen estos grupos que interactúan con la ciudadanía con un claro mensaje social?

—Sobresalientes, LasTesis, poniendo y disponiendo la performance como espacio para escenificar, políticamente, el asedio al cuerpo de las mujeres y denunciarlo en escenarios públicos y convocantes. Ya en 2018 se puso de relieve la dimensión del reclamo de las mujeres a su subordinación y asimetría social. Mientras que Delight Lab y su cuidadosa y eximia administración del arte lumínico denuncia masivamente el hambre, el crimen y la injusticia. Y no puedo dejar de mencionar acá el homenaje lumínico efectuado a la artista Lotty Rosenfeld y su trabajo con los signos de circulación ciudadana. LasTesis y Delight Lab son el arte público más importante de este tiempo.

Los olvidados de la historia

Traducida al inglés, francés, italiano y griego, Diamela Eltit es autora de una sólida obra compuesta de novelas y ensayos que ya superan los veinte libros, donde destacan, entre otros títulos, Por la patria (1986), Mano de obra (2002), Signos vitales (2008), Impuesto a la carne (2010) y Réplicas (2016). En los últimos meses, el sello Planeta editó una colección que reúne gran parte de su trabajo.

Como dijo el crítico peruano Julio Ortega, los libros de Diamela Eltit “convierten la lectura en una sediciosa labor clandestina, de vocación anarquista, radicalidad estética y despojado estilo”. Por estos días, la narradora prepara un nuevo trabajo, pero aún sin coordenadas definidas. “Estoy esperando que la escritura se ubique en el lugar correcto de mi deseo”, comenta Eltit, y en seguida alude a las conexiones de su obra con la contingencia.  

En su libro Sumar se pueden encontrar ecos de lo que fue el estallido social y las demandas de los trabajadores. En Fuerzas especiales, de alguna manera, se prefigura la represión de Carabineros. ¿Le motiva la idea de encontrar referencias de la realidad en su ficción o es una decisión consciente reflejar la realidad en una historia?

—Desde luego, más allá de las fallas ostensibles del sistema y su estela de victimización social, la dimensión del estallido no estaba prevista. Sumar fue la escritura de una ficción fundada en el malestar de un grupo de personajes. Mientras escribía, leí que la primera marcha hacia La Moneda (a principios del siglo XX) fue la llamada “Marcha del hambre”, entonces tomé prestados los nombres de algunos dirigentes de la marcha (muy relegados por la historia social) y se los puse a “mis” personajes. Me interesó la calle como escenario y la marcha como historia social. Los ambulantes me pareció que nombraban lo móvil y también al vendedor ambulante, aquel que está en todas las ciudades visible e invisible a la vez. Pensé una marcha interminable en tiempo, número y espacio, pensé en La Moneda como el sitio preciso: dinero y política. Pensé en el ayer y los olvidados por la historia. Pero, claro, era una ficción, quizás la literatura se funda también en un futuro.

¿Y cómo ve esta relación con la realidad en el caso de Fuerzas especiales?

Fuerzas especiales es mi novela más urgente de estos últimos veinte años. La escribí conmocionada por la indiferencia de los sectores acomodados o medianamente acomodados o semiacomodados ante la terrible segregación del territorio, el elitismo político y un sospechoso no ver dónde estamos parados. Los sectores pobres, liberados a su suerte, con sus dirigentes vecinales extenuados y solos, encuentran un asidero posible ya sea en las iglesias evangélicas, con sus normativas extremas, o el narco y su clara organización paramilitar. Los partidos políticos y el Estado los abandonaron hace décadas. La delincuencia está ligada a la desigualdad, es proporcional a ella, es un costo considerado marginal por el sistema. Y la policía, básicamente los «pacos», son los que cumplen una función terrible y liberadora para el sistema político: asedian, maltratan, roban, se coluden con el narco, posibilitan los noticiarios televisivos que permiten asociar pobreza y peligro, pobreza y delincuencia, culpar al pobre de su pobreza y descargar así de responsabilidades al empresariado, a los políticos que se han coludido o han permitido graves abusos financieros. Las Fuerzas Especiales de Carabineros se enfrentan asimétricamente con las fuerzas especiales que requieren vastos sectores del país para sobrevivir a una pobreza a menudo disfrazada de clase media. Bajos de Mena es una zona de sacrificio en la ciudad. Mientras escribía Fuerzas especiales, que desde luego es una ficción posible, necesité una inmersión radical y psíquica en los bloques, viví y morí allí mientras escribía, vi a los “pacos” exudando odio, pisé cada escalón para llegar al cuarto piso de esas construcciones. 

Desde hace un tiempo la clase política sufre el desprestigio y da la impresión de que nadie es fiable para reemplazarla. Quien levanta la voz, generalmente, es desacreditado. ¿Son tiempos de mayor intolerancia o son otros síntomas los que llevan a actuar de esta manera?

—La política chilena, desde los años noventa, en la llamada centroizquierda, emprendió una desafiliación del pueblo, y cada año fue peor, todo agravado por los desmesurados salarios que reciben los congresistas. La cultura selfie, la filiación a un yo y la falacia de una democracia fundada en el consumo fue creando una fisura entre la realidad chilena y los representantes políticos, y por eso hay un abismo entre ellos y el pueblo. Yo pienso que hay que esperar, no me asusta ni la protesta ni el descrédito, es necesario decantar los abusos, reprochar las faltas, poner de relieve las insuficiencias, develar las máscaras y las mascaradas políticas hasta llegar a un espacio donde el respeto sea una condición y cada persona, más allá de su formación, de su economía y de su subjetividad, forme parte.

¿Qué espera del proceso constituyente, que este 2021 tendrá la elección de los candidatos a la convención, y un camino que debería finalizar con la Constitución de 1980 y dar paso a la creación de una Constitución democrática?

—No sé, espero que al menos se deje de lado el Estado subsidiario, que los recursos naturales le pertenezcan al territorio y se limite la voracidad empresarial. No me cabe duda de que se van a cursar “derechos” como igualdad entre hombres y mujeres, pero esos temas son muy complejos, funcionan muy bien como declaraciones, pero su realidad requiere de una multiplicidad de factores. La igualdad salarial será una escritura posible, pero es inexistente en el mundo, se necesitan décadas para obtener esa paridad. Proteger la infancia, como otro ejemplo, es indispensable, pero si no cambia el sistema socioeconómico, los niños pobres seguirán su ruta de un trágico maltrato, porque hoy el Sename es un negocio para los sostenedores. Todos los derechos no pasan por las buenas intenciones o no son suficientes.  Se necesita una nueva articulación y repensar de arriba a abajo la educación, la familia, la ley, el habitar completo. Desde luego, es muy positivo cambiar esa Constitución “maldita”, pero, en último término, se necesita de una nueva era a la que habría que llegar.

Verónica Zondek: “La poesía de los 80 ha sido leída como un grupo de mujeres, pero el canon es masculino”

La poeta, escritora y traductora de Emily Dickinson, Anne Sexton y Anne Carson, conversa sobre sus 35 años de trayectoria reunidos en la antología Ojo de agua, y habla también sobre sus complicidades literarias, las complejidades de la traducción y la invisibilización de las poetas: «la poesía escrita por mujeres no entra a la cancha de la reflexión en la misma palestra que lo que escriben los hombres poetas», afirma.

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

—Tu antología Ojo de agua recorre 35 años de obra poética, y se suma una prestigiosa colección de Lumen que tiene también a Gabriela Mistral, Nicanor Parra y Pablo Neruda, entre otros poetas. ¿Qué significó para ti este reconocimiento? ¿Qué sensación tienes cuando te enfrentas al libro y ves ahí casi cuatro décadas de trabajo y de vida?

Enfrentarse a una antología que hace otra persona, con su ojo, su interés y su visión de la poesía, es un espejo doble. Porque, por un lado, tienes un eco de ti misma, ya que te reconoces ahí, pero por otro, el orden que le da el editor, en este caso Vicente Undurraga, hace que haya un hilo que yo no me había dado cuenta antes. Entonces fue muy interesante leer esta antología como si fuera de otra escritora. Y me doy cuenta que hay en ese hilo una agudización y una introducción en ciertas temáticas. Desde el primer libro, que publiqué en 1984, hasta los últimos, hay puntos en los que siempre estoy ahondando de una manera o de otra. Lo que cambia es el lugar desde donde yo me instalo para escribir o el lugar desde el que me contacto con esas cosas, pero las temáticas están ahí y eso es extraño.

—Eres la tercera chilena que está en esta colección de Lumen, luego de Elvira Hernández y Gabriela Mistral. En la contratapa del libro se habla de tu obra como una obra en cierto modo “secreta”, a pesar de que son casi cuatro décadas de trabajo, lo que es bastante contradictorio.

Sí, yo creo que es una miopía pública, de los medios quizás, o de la academia. Pero la poesía tiene sus maneras de circular, y creo que la poesía escrita por mujeres también. Obviamente, hay lectores, lo que pasa es que la poesía escrita por mujeres no entra a la cancha de la reflexión poética en la misma palestra que lo que escriben los hombres poetas, que es una cosa muy extraña. Porque a las mujeres se las suele poner una por mesa, como botón de muestra.

—Para completar una cuota, muchas veces.

Claro, o porque es políticamente correcto. Pero lo interesante, y siempre lo he dicho, es leer la poesía de los años 80 en todas sus voces. Porque el género es uno de los espacios desde donde uno escribe, pero el cuerpo también tiene una presencia. Entonces, una está ubicada ahí, pero también está ubicada en la historia, en las lecturas, en la vida vivida, en la política, en las opiniones, en el pensamiento, y todo eso nos es común. Tenemos distintas experiencias a partir del cuerpo y esa es la riqueza con la que podemos aportar. La poesía de los 80 ha sido leída mayormente como un grupo de mujeres, pero el canon es masculino.

—El reconocimiento tardío se ha hecho extensivo a muchas mujeres, y una de ellas es Gabriela Mistral. Has dedicado varios trabajos al estudio de su obra y estuviste a cargo de la obra reunida Mi culpa fue la palabra, que editó LOM en 2015. ¿Cuál es tu opinión sobre el redescubrimiento de Gabriela Mistral? En particular en los últimos años, en que ha sido reposicionada en el espacio publico por los movimientos feministas.

Gabriela Mistral es una poeta muy interesante y también una intelectual genial, que jugó un rol publico muy importante, pero muy escondido. Es interesante releerla, tanto en su poesía como en su prosa, para entender el tamaño de intelectual y de poeta que tenemos ahí. Se le ha tratado de poner ciertos chalecos de fuerza en los que queda cómoda para el sistema: como profesora, como la mujer amargada, como la amante de los niños.

—Como «Piececitos de niño».

Pero ese es un tremendo poema que ella escribió en Punta Arenas, porque vio niños andando en la nieve a pata pelada. Es un tremendo poema de rabia y es interesante cuando se lo relee desde ahí. Cuando hice esa obra reunida, mi interés fue justamente reagrupar los poemas de una manera distinta a como se han agrupado. Los agrupé de acuerdo a las temáticas; están todos los de la locura, los de los oficios, de las materias, de la niñez. Así uno entiende a una Mistral totalmente distinta. Lo que hacía Mistral en la poesía era construir un cuarto propio donde nadie iba entender nada y ahí se escondía. Donde realmente decía las cosas de frente era en la prosa.

—El mundo de la poesía está lleno de relaciones de camaradería y de rencillas. ¿Cuán importante han sido para ti tus compañeros de ruta, como Elvira Hernández o Humberto Díaz Casanueva? ¿Cuán importante han sido esos vínculos de complicidad literaria para tu propia obra? A finales de 1989 hiciste una antología con Elvira Hernández, por ejemplo.

Creo que como en todos los rubros, la complicidad siempre es muy importante. Creo que la conversación, la complicidad, el gesto de intercambiar conocimientos, preguntas, es lo que enriquece y lo que te abre a cosas que antes no abarcabas. Todo el resto da lo mismo, no me interesan para nada las rencillas ni las competencias, pero me interesa muchísimo la conversación. Y en eso he tenido la suerte de tener amigas y amigos en las letras con los que me he podido dar ese gusto. Elvira Hernández es una de ellas. Con Humberto Díaz Casanueva fuimos muy amigos durante mucho tiempo y aprendí muchísimo; peleamos mucho también, pero peleas literarias, no de cabros chicos. También fui muy amiga de Gonzalo Rojas.

—Cuando se habla de ti, siempre se menciona ellos tres.

Porque fuimos amigos de muchos tiempos, porque viajábamos y nos quedábamos en las casas de uno y de otros. La amistad poética la cultivo mucho. Por ejemplo, con Alejandra del Río tenemos una amistad larga que comenzó en México y la hemos continuado cada que nos hemos cruzado. Compartimos lecturas, cosas que hemos ido conociendo, y conversamos como cualquier ser humano. Eso siempre es enriquecedor.

—Tu antología abre con El libro de los valles (2003), que hace referencia a un tema bastante presente en tu poesía y que tiene que ver con la ciudad, con el paisaje y el territorio. Has vivido en distintos lugares, como Jerusalén y Santiago, y hoy vives en Valdivia. ¿Qué importancia tiene la ciudad, el paisaje en tu obra?

Bastante grande, y no me había dado cuenta que aparece casi desde el principio. Creo que hay un tejido entre lo urbano y la naturaleza, que construye una realidad. Uno lee la realidad a través del contacto que tiene con lo urbano y la naturaleza. Tengo la ventaja de que vivo en una ciudad que no ha perdido el contacto con esa naturaleza, está muy presente en toda partes, porque el ser humano no ha podido ganarle. Ahora están llegando las inmobiliarias y espero que fracasen todas, porque son temerarias: piensan que pueden ganarle a la naturaleza. Pero allá está muy presente el agua, la vegetación, y uno no puede leerse a sí mismo en desconexión con todo aquello que nos rodea, lo vivo y lo no vivo. Lo vegetal, lo humano, lo mineral, la tierra; uno entra en contacto con eso. Uno también es materia. Y uno conversa con los otros y se va enriqueciendo y construyendo a partir de eso. Cada vez voy entrando más en conciencia de eso, y creo que lo recoge la antología, creo que da cuenta de esa compenetración cada vez mayor en esa temática. Cuando ves la destrucción de la Patagonia, ves esa falta de respeto con lo que nos permite estar vivo. En la medida en que vayamos hiriendo aquello, nos herimos a nosotros mismos.

—Considerando que distintos paisajes responden a distintas geografías, ¿te parece que de alguna manera el canon literario en Chile está construido de una manera centralista, más enfocada en Santiago, o crees que considera estos distintos paisajes, estas distintas formas de vivir?

Creo que el canon se construye en Santiago. Todo se construye en Santiago. Sin embargo, la poesía en Chile tiene un recorrido por las regiones y muchos de los poetas que están instalados en Santiago son de regiones. Entonces, finalmente, las regiones tienen una gran, gran, presencia. Pienso en poetas como Christian Formoso en Punta Arenas, Maha Vial en Valdivia, Ricardo Herrera en Temuco; para qué hablar de la cantidad de poetas en Concepción. La cosa está en que se recojan y se distribuya y se trasmitan. Hay tantos modos de trasmitir la poesía.

—¿Cuál crees que ha sido el papel de las editoriales independientes en la publicación de poesía en los últimos años en Chile?

Creo que hay una apuesta de las editoriales independientes, no sólo con la poesía, sino con cierta narrativa que tampoco entra dentro de las búsquedas de las grandes editoriales, que se tienen que ir a la segura. Las editoriales más pequeñas toman esos riesgos y se ponen detrás de sus escritores justamente por eso. Han puesto en circulación voces que estaban totalmente fuera y han hecho el trabajo de visibilizarlos en los medios también, en los diarios, en las radios. Dan lugar a voces nuevas y han rescatado muchas voces que estaban fuera de circulación y que son importantísimas dentro de la poesía.

—¿Cómo quien, por ejemplo?

Cecilia Casanova, Daniela Catrileo, Roxana Miranda; una pila de gente. Tengo los nombres anotados, porque me interesa mucho el fenómeno, es un trabajo que hay que aplaudir. Hay incluso editoriales independientes en regiones, en Arica, Valdivia, Temuco, que toman más riesgos incluso con poetas que no se conocen en Santiago y que están dispuestos a publicar. Es maravilloso.

—En 2019 fuiste participe y testigo del fenómeno que causó la poeta canadiense Anne Carson cuando vino a Chile. Tú la acompañaste, fuiste su voz en español cuando recitó en la UDP y eres su traductora al español. ¿Qué impresión te llevaste de ese evento tan concurrido? Es curioso, porque su poesía no es ni fácil ni masiva.

Lo encuentro como los fenómenos de los rockstars. No sé si toda esa gente que asistió la había leído o se sentía atraída por la figura. Me dio la impresión de que Anne Carson, a pesar de que asumió un personaje, tampoco la atrae mucho ser una rockstar, pero justamente creó un personaje para manejar eso. Por lo mismo, era muy difícil tener una conversación normal con ella, porque había mucha gente. Sólo cuando estábamos solas pudimos conversar de verdad. Me parece que su escritura es  interesantísima y por eso traduje Red Doc> (2013), un libro muy difícil de traducir y muy desafiante. Ella trabaja con muchos lenguajes, toca muchísimas capas; hay política, ironía, rock, vida privada. Hay lenguaje prosaico, hay lenguaje muy elevado; hay relación con los mitos. Creo que se puede entrar desde distintos ámbitos y se entiende más o menos de acuerdo al bagaje con el que entras a esa lectura. Eso puede dar cuenta de por qué hay tanta gente que la lee y desde dónde, porque aparentemente pareciera un lenguaje asequible, pero yo la encuentro compleja. Hay mucho de mito en su figura y la gente necesita de mitos en este mundo.

—El filosofo Andrés Claro, autor de Las vasijas quebradas, dice que las grandes traducciones de poesía son hechas por alguien que se ha compenetrado con el autor, que lo ha conocido como uno conoce a un amigo. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Lo has sentido con Anne Sexton o Anne Carson, por ejemplo?

Sí, lo he sentido así con Emily Dickinson también. Para traducir, tiene que atraerme mucho el mundo en el que está inmerso la o el poeta, o tengo que enrabiarme mucho con las traducciones que hay en español y sentir que lo han hecho pésimo. Si uno no investiga realmente a él o la autora y no se compenetra con todos sus mundos, terminas haciendo una traducción interpretativa que puede llevar a equívocos, que no logra traspasar el mundo de quien quieres traspasar. Hay que estudiar mucho y eso es lo que me gusta de la traducción: trasladar mundos de un lado a otro y ampliar los propios.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 9 de agosto de 2019.

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Desde 2019, el programa radial Palabra Pública ha sido una plataforma de conversación con importantes figuras de la cultura, la academia, las ciencias y la sociedad civil. Rescatamos en esta sección de archivo algunas de esas entrevistas. 

Lina Meruane: “Nadie está pensando en cómo salvar el mundo: ya se dio por perdido”

La escritora chilena residente en Estados Unidos, autora de Sangre en el ojo y Sistema nervioso, habla en esta entrevista hecha en el programa radial Palabra Pública sobre el panorama literario actual y sobre temas recurrentes en su obra, como las enfermedades —del cuerpo, del sistema capitalista, del planeta— y la identidad. Además,  ahonda en las críticas que suscitó su diatriba Contra los hijos.  

Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij

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—Estuviste viviendo en Berlín hasta 2007. ¿Dónde estás viviendo ahora?

Me he vuelto bastante nómada. Trabajo en Nueva York siete meses y medio al año, y el resto del tiempo lo paso en Chile. A veces me doy alguna vuelta por Europa porque estoy casada con un español. Ese año en Berlín fue muy bueno para mí, porque me dio tiempo para escribir y también para viajar un poco. Estoy en Nueva York la mayoría del tiempo y paso unos 3 meses al año en Chile, que no es poco y me hace muy feliz, además.

—Cuando uno vive afuera y vuelve a Chile cada cierto tiempo, se es más perceptivo frente a los cambios. Desde la época en que vivías acá la escena literaria ha cambiado mucho. Ahora hay muchas ferias y nuevas editoriales. ¿Cómo ves este auge?

Encuentro que la oferta cultural chilena ha ido creciendo exponencialmente. Me acuerdo que cuando me fui, volvía siempre a ver teatro, y lo sigo haciendo, porque había una oferta muy buena gracias a lo que hizo Santiago a Mil. Lo que encuentro que pasó en los veinte años que llevo afuera es que la oferta literaria y las actividades literarias aumentaron. Cuando uno llega a Chile, tiene esta impresión de que la cultura está efervesciendo, de que hay muchísimas editoriales y mucha gente nueva escribiendo y publicando. Uno cree que se está publicando y leyendo mucho en Chile. Voy a todas estas ferias, me gusta mucho la Furia del Libro, pero también está la Independiente de Valparaíso, y muchas más. Sospecho —quiero, deseo— que se esté leyendo más. Quizás es la pura sensación de estar en este gueto en el que uno se mueve. Al parecer hay al menos un segmento de chilenos jóvenes que están interesados en saber y leer. Eso no lo sentía antes.

—También tiene que ver con la emergencia de nuevas editoriales independientes. Tenías una editorial, Bruta Editoras, que quedó congelada. ¿Qué pasó con eso?, ¿cuál crees que es la importancia de que existan estas editoriales más pequeñas?

Creo que las editoriales pequeñas trabajan sobre un deseo más puntual, más específico, como una idea, una pregunta. Bruta Editoras partió así, éramos una especie de colectivo y queríamos pensar cómo se escribe desde un lugar que no es propio, que es una pregunta que a mí en particular me interesaba mucho y que está desarrollada en Volverse palestina. Alia Trabucco y Soledad Marambio, que eran las socias principales, también eran personas que vivían fuera y también estaban elaborando esa pregunta bajo su experiencia. Pusimos a trabajar esa pregunta en libros; invitábamos a trabajar a un autor y una autora a escribir sobre un lugar que no les era propio, donde hubieran vivido o hayan visitado, o con el que tenían alguna relación de tipo familiar. Eso generó una colección de ocho libros que nos gustaban mucho, pero no nos dio la energía, entonces el proyecto se congeló. Lo que acabamos de hacer es resucitarlo y buscar otra editorial dirigida por mujeres, que es Banda Propia. Ellas asumieron ese proyecto republicaron los libros de Bruta. Las editoriales independientes están convocando una energía y preocupaciones que las editoriales más grandes no logran ver. Están más cerca del terreno, de la gente más joven, también. De ahí están saliendo voces muy nuevas y eso no existía en los años 80.

—Haces clases en el magister de escritura creativa de la Universidad de Nueva York (NYU), en tiempos en que hay una especie de explosión entorno a la escritura creativa. ¿Cómo crees que están funcionando esos posgrados? ¿Los ves como un lugar para profesionalizar la escritura o quizás como un espacio para intercambiar ideas?

Tengo el recuerdo de los años 80 y 90 de los talleres literarios en Santiago, en las casas de los autores, que es una tradición muy larga. También están las tertulias. Siempre ha habido esa necesidad de conversar alrededor de un texto, de tener pares que nos puedan leer, de tener un tutor o un gran escritor que pueda emitir una opinión y dar sugerencias. En esos espacios también aprendes a leer, no sólo a escribir, y esa es la cuestión. Esta tradición nos precede a los latinoamericanos, también sucedía en Europa. Lo que está pasando ahora es que se profesionalizan estos espacios porque se convierten en un cartón universitario, en un programa de dos años, que no sé muy bien hacia dónde llevan, porque no sé qué pasa con esa gente que se gradúa en escritura creativa. Algunos de estos escritores incipientes pueden lograr tener un espacio de trabajo, pero eso está mediado por la publicación y la circulación de la obra, no basta el cartón. Uno es médico, tiene un cartón y puede ejercer. En escritura creativa me parece que no es tan así. Dicho esto, me parece que en Estados Unidos hay una tradición fuerte de escuelas de escritura creativa universitarias, todas las universidades tienen su pregrado, master y a veces doctorado en este campo. Lo que es relativamente nuevo es que hay una escuela en El Paso que es bilingüe y la NYU sacó el primer master en escritura creativa en español, Iowa abrió uno y hay otros para gente que escribe en español. Eso me parece notable, porque hasta ahora no se había reconocido el castellano como una lengua literaria en Estados Unidos.

—En la NYU hay un núcleo latinoamericano muy fuerte, de hecho.

Hay muchos chilenos dando clases en esta escuela. Es lo más raro que hay. Está Diamela Eltit, que es una figura mayor. Está Alejandro Moreno en dramaturgia, yo doy un taller de ficción y luego hay un par de argentinos, una peruana y un puertorriqueño. Todo muy conosurista.

—Escribiste hace poco tu primer libro de poesía, Palestina, por ejemplo. ¿Por qué vuelves a Palestina y por qué decides explorar la poesía para abordar este tema?

Tengo que hacer una subida de cejas, porque me da hasta vergüenza pensar que escribí un libro de poesía. En realidad, tenía que escribir un ensayo para una conferencia, y en ese momento estaba leyendo a Virginia Wolf con renovado interés, quería leer cómo había escrito la guerra y el bombardeo de Londres. Me puse a escribir, pensando en Virginia Woolf, y noté que el texto tenía una especie de música. Empecé a cortarlo, para que fuera más fácil leerlo. Y ahí me di cuenta de que tenía forma de poema. Estaba conflictuada con que había escrito un poema en vez de un ensayo, aunque también tiene algo de eso, porque hay ideas elaboradas y un poco de historiografía. Es un texto sobre la repetición del genocidio en Europa, que precede al Holocausto judío y que continúa en la población palestina hoy. Es una especie de revisión del instinto exterminador que precede a la Segunda Guerra Mundial y que luego la sucede. Salió en forma de poesía y de repente me escribió Gladys González, una poeta a la que quiero mucho y que es editora independiente, y me dijo que quería publicar algo mío que fuera inédito. Le dije que tenía esto, algo así como un poema, pero medio trucho. Ahí acentué su forma de poesía. En el texto hay una serie de juegos gráficos que me permiten leerlo de cierta manera y que espero que permitan también al lector leerlo de la manera en que yo lo pienso.

Volverse palestina implica un viaje al origen, a las raíces. ¿Qué lugar tiene en tu vida esa búsqueda?

Palestina, por ejemplo también es una explicación de por qué escribí Volverse palestina. Hay una relación muy fuerte entre esos dos textos. La idea del origen es muy problemática. Si lo pensamos en términos históricos, la población judía europea que viajó a lo que ahora es Israel, buscando el llamado “hogar seguro”, inventó que originalmente era de ahí, cosa que históricamente no está comprobado, porque la población judía ahí era pequeña. Ahí se ejerce una narrativa esencialista que justifica esa migración masiva y que reivindica ese lugar como propio. Si yo, como descendiente de palestinos, pienso en el origen, no puedo sino pensarlo bajo esa misma idea esencialista. Hay que tener mucho cuidado con cómo se esencializa ese lugar de origen. La diferencia es que mis abuelos paternos tenían una casa y venían de ese lugar. Cuando inicié ese viaje, nunca había estado en ese lugar y mi padre tampoco. ¿Cómo uno hereda un lugar que no es de uno? ¿Cómo lo reclama, lo revindica, lo experimenta a un nivel emocional? ¿Significa realmente algo para mí? Mi respuesta a esa pregunta es la respuesta que la misma de la comunidad chileno-palestina: necesitamos revindicar ese lugar como propio porque es político hacerlo. No es una cuestión nostálgica —quizás para algunos, no para mí—, pero es un deber político revindicar ese lugar, porque hay una disputa de orígenes sobre ese territorio y también una disputa presencial. Tiene que ver con lo político más que con lo melancólico, nostálgico, romantizado del origen de la familia.

—Tu novela Sistema nervioso ha sido descrita como “la biografía clínica de una familia”. Eres hija de médicos y has dicho que te educaste en el lenguaje médico y en un mundo en el que la enfermedad era algo común, cotidiano. ¿Por qué decides recoger esta experiencia biográfica presente en varios de tus libros, como Fruta prohibida y Sangre en el ojo? Así como la enfermedad es algo cotidiano para ti, probablemente la hipocondría también lo sea.

Para mí, el lenguaje de la medicina es un lenguaje muy formativo. Cuando una ha vivido escuchando hablar sobre el cuerpo, cuando una misma tiene una condición médica, hay algo que se instala en la cabeza y que te lleva a pensar cómo operan esas narrativas médicas. Partí pensándolas durante mi doctorado, porque escribí una tesis sobre la representación del sida en la literatura latinoamericana. Me sirvió mucho tener este bagaje de lenguaje, esta  narrativa de la salud y la enfermedad, que siempre es muy maniquea. Porque en la salud está por un lado la bondad, la belleza, la legalidad, y por el otro están la maldad, el pecado, la suciedad, la migración. Susan Sontag es la primera que lo plantea cuando escribe el ensayo “La enfermedad y sus metáforas: El sida y sus metáforas”. En la representación del sida vi claramente cómo estaba articulado ese discurso y qué es lo que habían hecho los escritores para responder a este problema. Ese trabajo está recogido en el libro Viajes virales.

—¿Qué descubriste a través de esa investigación?

Mientras leía para ese ensayo, me di cuenta de que había muchas más cosas que quería decir y que están reflejadas en esos tres libros que mencionaste, que funcionan como una gran reflexión sobre cómo operan esos discursos en varios niveles. La primera novela, Fruta prohibida, piensa a la enferma como alguien que resiste el discurso de la enfermedad. Lo que hace Sangre en el ojo es poner a una protagonista que pierde la vista y que le va a cobrar a la medicina la promesa de la recuperación, de la salud. Luego, con Sistema nervioso, pensé: a lo mejor ya no se tiene que tratar de una protagonista enferma que se resiste o que usa el discurso de la salud: los voy a enfermar a todos. Hasta el perro de peluche que aparece se llama Gastroenteritis. Es la locura total, es la normalización de la enfermedad. La verdad es que estamos todos siempre rodeados de la posibilidad de enfermar o estamos viviendo con enfermedades. Es parte de los sistemas familiares y sociales. Lo vi muy claramente en el discurso de la migración, por ejemplo, que ahora está tan acentuado en Chile desde la preocupación. El migrante es visto como alguien foráneo que trae algo que nos va a dañar. Ahí hay un problema discursivo enorme. También tenemos mucha migración interna que ya está muy asentada y hay una cosa muy paradójica con eso. Hay que pensar en esa relación, de lo que consideramos propio y no. Si la pudiéramos pensar con más normalidad, y entender que es parte del mundo en que vivimos, creo que estaríamos mucho mejor.

—El concepto de “sistema” está muy presente en Sistema nervioso: el sistema de salud, el sistema nervioso, social, familiar, incluso el sistema solar.

Mientras pensaba en el personaje central, me di cuenta de que no podía ser médico. Me puse a leer sobre astronomía y astrofísica, que son temas alucinantes y que hoy están generando mucho interés. Esa referencia al sistema solar aparece en varias novelas recientes, quizás porque vivimos un momento muy apocalíptico y estamos en medio de la destrucción del planeta. El gran “presidente del mundo” es ese sujeto innombrable que no cree en el cambio climático. El mundo está muy enfermo. Mucha gente está pensando —la gente más rica— en irse a otro planeta que no esté destruido como el nuestro. Nadie está pensando en cómo salvar el mundo: ya se dio por perdido. De repente me hizo sentido pensar en esta obsesión y es un tema que se elabora en algún punto de la novela: si nos deberíamos ir o no, si podemos irnos, y cómo salvamos nuestro planeta enfermo.

—Como dices, estamos rodeados de enfermedades y no sólo del cuerpo, sino también del sistema social y político: se habla incluso de las enfermedades del capitalismo, entre ellas, la depresión. A pesar de eso, vivimos en un mundo que rechaza la enfermedad y el envejecimiento, y en el que se exigen cuerpos sanos y jóvenes.

Ahí está justamente el problema: este sistema no acepta ni piensa a sus ciudadanos enfermos, viejos o con otras capacidades. Lo que define al sistema neoliberal es que abandona sus funciones custodiales. El Estado busca achicarse en lo que le conviene, porque si hay que financiar armas, está bien. Pero si son viejos, mujeres embarazadas o discapacitados, toda esa gente queda abandonada. Es un sistema pensando para los que son jóvenes, efectivos y eficientes laboralmente, y eso genera una ciudadanía de segunda clase que está abandonada. Y son justo esas personas abandonadas las que tienen menos capacidad para oponerse, para resistir y salir a la calle. Algo que discutí en Contra los hijos es que a las mujeres se les impone ese trabajo de cuidado: somos nosotras las que estamos sosteniendo lo que el Estado neoliberal no nos está dando por derecho propio, porque pagamos impuestos, mal que mal. Las mujeres cuidan a los hijos, a los abuelos, a los enfermos, a los que tiene problemas.

—¿Ves alguna salida?

Creo que habrá una salida en la medida en que los ciudadanos y sobre todo las ciudadanas tomemos conciencia y nos hagamos cargo de cómo funcionan estos sistemas de explotación. Estamos agotados, tomando antidepresivos y ansiolíticos para sobrevivir lo cotidiano, para poder levantarse en la mañana y dormir en la noche.

Contra los hijos es una diatriba en la que reclamas tu derecho a no ser madre. En la contratapa mexicana incluso decía que el libro debería venderse en las farmacias al lado de los condones y las píldoras anticonceptivas. ¿Qué comentarios o críticas has recibido desde que comenzó a circular el libro? Hubo un intercambio de palabras con el escritor español Alberto Olmos, que dijo que «una persona que no tiene hijos no sabe nada sobre no tener hijos”.

Es un libro que escribí con cierto humor negro, que no tiene este señor Olmos, al que le contesté sin ningún tipo de humor y puse un poco los puntos sobre las íes para aclararle ciertas cuestiones que él parecía no ver. Él habla de que no existe una presión por tener hijos, que él nunca la sintió. Eso es muy interesante, porque que uno no la haya sentido no significa que no exista y, segundo, lo mejor es porque uno está haciendo precisamente lo que la sociedad quiere que uno haga, que es tener hijos, y Olmos tiene hijos. Me parecía muy interesante esta ceguera. Paul Preciado dice que el que no ve la violencia debe ser porque la está ejerciendo. Entonces, el que sigue la ruta indicada nunca va a sentir presión, va asentir que está fluyendo con las expectativas sociales. En el medio español Contexto (Ctxt) me invitaron a contestar y nunca he escrito una respuesta tan rápida.

—¿Cómo resumirías esa respuesta?

Ahí dije: si pensar en la discusión del aborto no es presión para tener hijos, ¿qué es? Es la manera más violenta y clara de que hay una presión por tener hijos. Mujeres jóvenes que ya tienen hijos en muchos lugares del mundo piden al médico que les amarren las trompas y el médico les dice que no, porque se pueden arrepentir. No pueden ni siquiera decidir dejar de tener hijos. Es una cuestión brutal. En esa crítica no solo está la presión de tener hijos y por hacer que las mujeres no dejen de tener hijos, sino que también está la ausencia de ayudas que permitan a las mujeres compatibilizar —solas o acompañadas— la vida pública y privada. Eso también es incoherente de parte del Estado, pero sabemos que los Estados neoliberales no van a suplir esas otras funciones. Me parece que esa crítica de Olmos no le hacía justicia al tema ni al libro. No es que le pida justicia al libro, mi libro también es muy injusto en muchos sentidos y carga muy fuertemente en contra de estas contradicciones.

—Tomas un tono muy interesante en el libro y que tiene que ver con la diatriba.

Hay una reflexión anterior para mí, y que es que habemos pocas mujeres ensayistas en América Latina y qué cuidadosas siempre somos. Pensaba mucho en esta figura de Virginia Woolf, en que ella escribe una reseña muy crítica de un colega escritor y lo hace todo el tiempo con el ángel de la casa subido sobre el hombro, pensando “¿debería aplacar mi tono, sonreír más, ser más buena persona, más lady?”. Entonces, pensé: ¿por qué hay que ser tan buena onda con estos temas? Voy a decir las cosas con la acidez con que las siento, porque también yo he recibido mucha acidez y porque me parece que es un tema que ya está trabajado y volver a él de manera solemne no me interesa.

—La mujer que tiene hijos se convierte en un problema para el sistema capitalista, porque se les debe asegurar ciertos beneficios.

Y porque se piensa que la maternidad es femenina. No se piensa nunca que los hombres también son parte de la familia.

* Esta entrevista fue realizada en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile el 5 de julio de 2019.

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Desde 2019, el programa radial Palabra Pública ha sido una plataforma de conversación con importantes figuras de la cultura, la academia, las ciencias y la sociedad civil. Rescatamos en esta sección de archivo algunas de esas entrevistas. 

Julio César Guanche, intelectual cubano: “Este país no es un país de mercenarios”

En esta entrevista, el investigador y ensayista se refiere al Movimiento San Isidro y la noche del 27 de noviembre, hitos de la movilización de intelectuales y artistas cubanos por las libertades de expresión y creación en la isla. “Hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba”, reconoce. “El optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana”.

Por Faride Zerán

El 27 de noviembre último (27N), centenares de jóvenes protagonizaron en La Habana una inédita manifestación frente al Ministerio de Cultura como reacción ante el desalojo de un grupo de huelguistas de hambre del Movimiento San Isidro (MSI), una organización cultural que agrupa a artistas y creadores, algunos de los cuales se congregaban en su sede en protesta por la detención del rapero Denis Solís.

El acto, que congregó a más de 300 personas que pedían dialogar con las autoridades, exigiendo libertad de expresión y de creación, concitó el apoyo de figuras como la del músico Silvio Rodríguez, la presencia de cineastas como Fernando Pérez y Ernesto Daranas, y de actores como Jorge Perugorría, entre otros artistas e intelectuales que son parte del proceso cubano y que esa noche manifestaron públicamente su respaldo ya sea al movimiento o a la necesidad de dialogar.

Así, en las redes de Ernesto Daranas se podían leer frases como “el gobierno no es la Patria, pensar diferente al gobierno no es ser un traidor a Cuba y ceder frente a la intimidación es someterse a los intransigentes que han frenado los cambios que el socialismo cubano ha demandado”.

Entre estos artistas e intelectuales que se enfrentaban a la intolerancia de los burócratas de turno —o de “los burros”, como les decía en su cara el intelectual cubano ya fallecido, Alfredo Guevara, quien les enrostraba la frase “la revolución es lucidez”—, estaba el jurista e historiador Julio César Guanche, 46 años, doctor en Ciencias Sociales, profesor de la Universidad de la Habana por una década y visiting scholar y visiting professor en Harvard University, Northwestern University (Illinois) y Max Planck Institute for European Legal History (Frankfurt).

Julio César Guanche. Foto: Gabriela Calzada.

Guanche, quien trabajó por años en la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y ha publicado varios libros, no habla desde Miami, o desde quienes quieren derrocar al régimen cubano. Él, como tantos, asume que la crítica, el diálogo y la defensa de todas las libertades no pueden limitar con Miami sino con la esencia de toda revolución si de verdad -como decía Alfredo Guevara- “la revolución es lucidez”.

F.Z.—En un texto publicado en tus redes sociales titulado “La Cuba de anoche”, donde narras la manifestación frente al Ministerio de Cultura, escribes: “tenemos la obligación moral de entender la Cuba de anoche como algo que en ningún caso se trata de ‘una pandilla de contrarrevolucionarios haciendo causa común con terroristas’. El que sostenga y aliente esa narrativa tiene que saber que es culpable de proponer el escenario de futuro más horrible que podríamos tener por delante: el que asegura el espacio de ‘nosotros’ contra los demás”. Ese deseo no se está cumpliendo, pareciera que el Gobierno estaría cerrando filas en contra de los manifestantes y quienes los apoyan. Desde una óptica general, ¿qué está pasando en Cuba?

—La situación tiene algo de inédita y su origen puede leerse en varias claves. El actual escenario cubano expresa el cambio generacional, social y cultural que experimenta Cuba desde hace años. Expresa cómo la sociedad cubana comparte problemas y promueve agendas que están interconectadas con el entorno internacional, como lo son temas de derechos políticos y civiles, y demandas de clase, raza y género.

Ninguno de los que estuvo el 27N frente al MINCULT nació ese día a la vida política en Cuba, como tampoco los que protagonizaron las protestas del Movimiento San Isidro. Se trata de sujetos emergentes que no son iguales entre sí, pero comparten demandas que, en varios casos, son transversales. Estas, me parece, no se pueden reducir a una sola posición de izquierda o de derecha, y menos a la de “revolucionarios versus contrarrevolucionarios”.

Muchos de los presentes en el MINCULT estuvieron también en mayo de 2019 en la primera marcha independiente convocada en Cuba a favor del orgullo gay. Otros habían participado por años de un largo y problemático proceso de negociación con el Estado cubano en torno a la libertad creativa y el reconocimiento del cine independiente. Otros tienen militancia en organizaciones opositoras que niegan toda legitimidad al Estado cubano.

Unificar toda esa diversidad en una sola etiqueta no arroja luz sobre la situación.

En otros contextos, la diversidad de esas demandas ha encontrado representación en movimientos sociales o articulaciones gremiales autoorganizadas. Hasta el momento, todas esas formas son inexistentes en Cuba, un país cuya política oficial se sigue manejando en términos de partido único “de vanguardia” con el apoyo de “las organizaciones de masas”. En ello, ese discurso entiende que “revolucionario” es primariamente el hecho de participar de ese esquema.

Es muy peligroso unificar toda diversidad que pretenda expresarse fuera del Estado —o en combinaciones de dentro y fuera del mismo— como contraria al sistema político del país. Hacerlo es construir un arco “enemigo” que forme un espectro de casi 180 grados (izquierdas, derechas y variantes de cada una de ellas) a partir del hecho de recurrir a espacios de demanda y circulación de discursos alternativos a los aprobados por el Estado cubano.

Por ello, entiendo que lo que está sucediendo en la isla expresa el agotamiento, o al menos los gruesos límites, de los cauces de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones. En ello, aparece la pregunta por cuáles son las “mayorías” en Cuba, y sobre todo la pregunta de mayorías para qué. Es un hecho que una abrumadora mayoría aprobó la actual Constitución (2019) con el sistema socialista que consagra, pero es difícilmente aceptable que mayorías defiendan, por ejemplo, la política de construcción masiva de “enemigos” que, en nombre del “socialismo”, tiene consecuencias nefastas en términos de difamación, privación de puestos de trabajos por motivos ideológicos, recorte de derechos y exclusión política.

La actividad de la administración estadunidense para “capturar” la actual coyuntura a su favor se inserta en la larga historia de agresiones de ese régimen político contra Cuba y forma parte de la ecuación de análisis del presente. De hecho, en medio de la crisis de San Isidro y del 27N, la administración Trump ofreció grants por un valor de 1 millón de dólares para apoyar iniciativas de la sociedad civil frente al régimen político cubano. No es una cifra aislada: se suma a la de al menos 67 millones que en los últimos cuatro o cinco años han sido destinados a programas orientados a lograr la “libertad” de Cuba.

Ahora bien, el Estado y la sociedad cubanos, y todos los actores comprometidos con la soberanía nacional, tienen el compromiso de denunciar ese tipo de interferencia a la vez que el de reconocer la existencia de un espacio legítimo de confrontación dentro de Cuba. Ello debe llevar a identificar como manipulación política, de una moralidad inaceptable, el hecho de reconducir toda crítica realizada en Cuba a la “dependencia de la agenda imperialista”. No hacerlo forma también parte del agotamiento de los cauces de representación ofrecidos por el sistema político cubano y sus instituciones.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—Entonces, ¿no es una cuestión exclusivamente cultural lo que está en discusión? ¿Qué más crees que forma parte de esta coyuntura?

—La situación tiene un componente central de demandas de artistas e intelectuales, vinculadas a exigencias de libertades de expresión y de creación. Sin embargo, la “sentada” frente al MINCULT del 27N se comunica también con otros problemas nacionales. Esa es una clave para entender por qué la protesta de San Isidro, y luego la del MINCULT, se esparcieron del modo en que lo hicieron, más allá de las diferencias entre ellas, hasta llegar a convertirse en un tema de conversación nacional y de atención internacional.

Entre esos problemas nacionales se encuentran las preocupaciones y las contestaciones frente al rumbo económico tomado por el país, con el aumento de la pobreza y la desigualdad, la enorme carestía de la vida cotidiana y la abrumadora dificultad para resolver carencias de primeras necesidades. Esos problemas enfrentan un amplio campo de críticas frente al ritmo de la toma de decisiones económicas por parte del Estado y al perfil de varias de las medidas que ha adoptado, como por ejemplo la inversión, muy desproporcionada, en materia turística en detrimento de la inversión en agricultura y de la producción nacional de alimentos.

Lo sucedido frente al MINCULT expresa también la toma de conciencia y la elaboración propia de un lenguaje de derechos y de repertorios de contestación hasta hace poco desconocidos en Cuba. Confirma el desplazamiento de la oposición tradicional —que nunca estuvo en el centro del escenario— y hace más visible una nueva zona crítica, parte importante de la cual no se identifica como “disidente” —etiqueta que otorga un margen de maniobra muy controlado por el Estado—, al tiempo que posee una visión cuestionadora del desempeño estatal.

Esta es una zona que sí puede ganar enorme protagonismo en el debate y la construcción política nacional, y es la razón por la cual la maquinaria propagandística más conservadora de la ideología cubana la ha tratado de reducir, de modo delirante, a la condición de “mercenarios” o personas al servicio de la CIA.

F.Z.—¿Qué tiene de diferente lo que ocurrió el 27 de noviembre con otros momentos o situaciones donde el Gobierno ha sido interpelado a través de manifestaciones populares ¿Qué hace tan singular esto? ¿Cómo proyectas este momento político en Cuba hoy?

—En concreto, lo que ha pasado después del 27 de noviembre tiene de “más de lo mismo”, a la vez que posee también novedades.

Por un lado, la situación actual viene de un contexto en que ya se estaban usando prácticas difícilmente legales de detenciones exprés, interrogatorios por parte de la Seguridad del Estado e imposición de multas sobre la base de muy dudosos fundamentos legales contra personas no sólo “disidentes”, sino también contra aquellos con perfil crítico pero sin causa jurídica alguna contra sí. Ahora, además, se han reiterado prácticas abiertamente ilegales de control de movimientos (arrestos domiciliarios a personas sobre las que no pesa causa pendiente) y de privación de comunicaciones (retirada selectiva de los datos móviles a personas específicas del servicio de telefonía y acceso a internet). Lo antes dicho ha ocurrido lo mismo con personas relacionadas con el Movimiento San Isidro como relacionadas con el 27N.

También ha existido, en parte, cooptación estatal de iniciativas autónomas de izquierdas, básicamente juveniles, como lo ocurrido con la cobertura mediática realizada sobre la “Tángana” del Parque Trillo. Asimismo, se han realizado reuniones con público selectivo —con invitaciones de “a dedo”— para tener encuentros con las autoridades culturales del país y afirmar que así se continúa el diálogo prometido el 27N. (Mientras tanto, no es raro que varias de las intervenciones producidas en ese tipo de encuentros hayan mostrado agendas en común con el 27N). Además, han ocurrido intentos de “asesinatos de reputación” en los medios estatales contra personas con perfil crítico, a las que se acusa sin prueba alguna ni derecho a réplica de estar subordinados a agendas externas de subversión contra Cuba.

Todo esto es “más de lo mismo”.

Sin embargo, también hay novedades. Instituciones oficiales, como las secciones de la UNEAC y de la AHS de la Isla de la Juventud, intervinieron en el debate con una imaginación muy diferente a la que usaron los medios estatales para impugnar todo lo relacionado con el 27N. Iniciativas de izquierda, como el proyecto La Tizza se opusieron a permitir “que la espontánea iniciativa de un grupo de compañeros sea secuestrada por los temerosos custodios de una fe que consideran feudo…” y convocaron espacios de reflexión sobre la democracia socialista en instituciones oficiales —como el Instituto Juan Marinello, un viejo bastión del pensamiento crítico dentro del país. Organizaciones de la sociedad civil cubana reconocida por el Estado, como el Centro Martin Luther King Jr., declararon a favor de la necesidad del “diálogo enfocado en el bienestar colectivo, en la inclusión, en la cooperación, para recrear un proyecto de justicia, equidad, paz, dignidad y libertad.” A la vez, están naciendo nuevos proyectos de articulación ciudadana, como “Articulación Plebeya”, comprometidos con la soberanía nacional a la vez que con la democracia política, social y cultural para Cuba, al tiempo que se multiplican cartas y declaraciones sobre la actual situación, que con diversos perfiles ideológicos, movilizan opinión y alianzas (entre ellas, cartas de residentes en el exterior, cartas de académicos, declaraciones de feministas, etcétera). En todo esto, hay novedades.

Para mí, lo más nuevo que estamos viviendo es que la política —entendida como demanda por crear el orden y no sólo como el hecho de participar del existente— ha irrumpido en Cuba de modos que resultan para muchos no acostumbrados. Esos modos también “han llegado para quedarse”.

«Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un pésimo ‘favor’ a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella».

F.Z.—En esa línea, ¿por qué valores esenciales como los que contiene la libertad de expresión pueden estar reñidos con la revolución? ¿Acaso las izquierdas no deben ser esencial e irreductiblemente libertarias?

—Permíteme repetir algo que escribí al día siguiente de esa noche frente al MINCULT: “Este país, y el país de anoche, no es un país de mercenarios. Lo que sucedió ayer fue todo lo contrario. Viví miedo y alegría, viví solidaridad, viví ayuda mutua concreta, vi a gente conversando normal en medio de todo. Esos son valores revolucionarios. Cuando salieron los que estaban en la reunión, y se dijeron palabras que nunca se habían dicho así en público, en un recinto público, vi respeto y vi esperanza. Esa esperanza es sobre Cuba, sobre el mejor futuro del que somos capaces. El futuro que nos merecemos. El que quiera pensar que es solo sobre San Isidro, puede hacerlo, pero se equivoca. El que sienta que debe defender “la revolución” contra lo que sucedió ayer, que lo haga, pero también se equivoca. La Revolución no está en un lugar, en un parque, en un acto. Está donde quiera que haya convicción moral por la justicia y pasión política por la libertad”.

No hay contradicción entre defender la libertad de expresión y la revolución. Más bien, es lo contrario. Sin defensa de los derechos universales, sin compromiso con su carácter interdependiente, sin lucha para hacerlos social y políticamente accesibles para todos, no hay revolución posible ni deseable. Las izquierdas cubanas que no afirmen que la democracia —entendida como capacidad de producir libertad y justicia en lo político, lo social y lo cultural, y no sólo como un recurso institucional para el manejo de lo político— es el camino de nuestras soluciones, están haciendo un pésimo “favor” a la revolución, o incluso están, peor aún, oponiéndose a ella.

Manifestación del 27N frente al Ministerio de Cultura de Cuba, La Habana. Foto: Gabriel Guerra Biancini.

F.Z.—¿Es optimista Julio César Guanche con el futuro de su país?

—Déjame, por favor, volver un poco al principio. Te decía que el cambio generacional, social y cultural experimentado por la sociedad cubana no encuentra espacio en la forma de hacer política en el país. No se trata sólo de la edad de los actores institucionales, sino de cuáles son los códigos que manejan.

Esos códigos mezclan nuevas y viejas ideas en un todo que se parece más a la necesidad de acomodar entre sí las distintas imaginaciones de los sectores con más poder en Cuba. Entre ellos, algunos son muy conservadores y otros más “modernizantes”, pero conviven entre sí sin dar muestras públicas de sus divergencias y sin hacer visible frente a la ciudadanía que sus conflictos son una clave de la toma de decisiones actuales, que pasa por “los peligros que enfrenta el país” pero también por la lucha interna por controlar poder.

En lugar de ese complejo de ideas y prácticas contradictorias entre sí —en la que algunos han visto una manera de traducir a la cubana la idea de “un paso adelante y dos atrás”—, debería poder visibilizarse un esfuerzo consciente de elaborar un renovado horizonte de futuro para el país que ofrezca esperanza y confianza. Sin ambos —esperanza y confianza— es muy difícil producir optimismo.

En concreto, algunos contenidos del discurso oficial apuntan hacia adelante. La consagración del Estado socialista de Derecho y la provisión de nuevos derechos y garantías en la recientemente aprobada nueva Constitución (2019), es parte de ello. Ese hecho toma conciencia de que la clave de renovar la hegemonía en Cuba no pasa por la legitimidad del liderazgo histórico —que en 2021 abandonará el escenario definitivamente tras el próximo Congreso del Partido Comunista, contando ya con más de noventa años de edad —, sino en la calidad de su desempeño institucional y en su capacidad para producir justicia social y generar inclusión política.

En sentido contrario, otros contenidos del discurso oficial apuntan hacia atrás. Se mantienen formas discursivas y organizativas hace mucho tiempo agotadas, que poco o nada tienen que decir a muchos actores de la renovada sociedad cubana. Por ejemplo, la pretensión de reconducir toda la agenda de demandas hacia el cauce de las instituciones existentes, sin reconocer la trayectoria de desgaste que poseen, junto a la gran dificultad existente para crear nuevas formas asociativas, la recuperación de “actos de repudio” para contener la protesta —entre otros recursos que muchos consideran desde hace tiempo inaceptables—, y la pervivencia de discursos sobre el “derecho de la revolución a defenderse” que desconocen el marco constitucional que el propio Estado califica de revolucionario y al cual está obligado como requisito primero de su legitimidad.

Soy, en verdad, poco optimista sobre nuestro futuro. El optimista puede ser un pesimista bien informado, dice una vieja frase. Gramsci hablaba del pesimismo de la razón frente al optimismo de la voluntad. Desde la razón, hay muchos motivos para el pesimismo en y sobre Cuba. Desde la voluntad, el optimismo en el que puedo creer es el que provenga de la sabiduría patriótica colectiva cubana.

De poder abrirse paso ella en esta situación —lo que significa la apertura y el desarrollo de espacios para su organización y su expresión tanto como la extensión de los diálogos que pueda establecer con el Estado y consigo misma—, es de donde puede provenir el optimismo deseable, el que es sinónimo de lucidez, el que entiende que la revolución es el camino abierto a la esperanza de que una Cuba mejor, también, es posible.