Replegados a los interiores: Chiloé resiste

Tras el primer caso de Coronavirus confirmado en la isla, el pasado 25 de marzo, varias comunidades se manifestaron en el canal de Chacao, exigiendo levantar una barrera sanitaria que controlara el flujo de vehículos y visitantes, la que finalmente se aprobó. La poeta y profesora chilota Rosabetty Muñoz, ganadora de los premios Pablo Neruda y Altazor, relata en esta columna cómo vive el aislamiento y en medio del miedo, atisba una luz al final del túnel.

Por Rosabetty Muñoz

Parece una exageración afirmar que se borran los hitos temporales en este encierro que lleva un par de semanas en modo abierto y sólo unos días con el Canal de Chacao cerrado a todo tránsito que no sea esencial. Nos sorprendemos preguntando en qué día estamos, qué fecha es. Costumbres tan arraigadas que son parte de nuestra materia cárnea como tomar mate, se ha vuelto un atentado contra la salud. El círculo virtuoso del fuego, la conversación y el artefacto compartido no son una pérdida menor porque su falta es también la pérdida de  las costumbres que son pilares sobre los que se sostiene la construcción de nuestras vidas. 

Vivir suspendidos en este presente sólido, pesado, vigilando el instante como protagonista absoluto, es aterrador. Tal vez eso empuja a intentar vivir como siempre, la idea de no pensar en el porvenir. 

La poeta y escritora chilota Rosabetty Muñoz. Crédito foto: Fabiola Narváez.

Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas. Nuestro sistema de salud no cubre, en tiempos normales, la demanda de una población desperdigada por canales e islas pequeñas, menos frente a esta pandemia. Por eso, tenemos claro que el no contagio es prioritario; en esa dirección fueron desde el principio las demandas ciudadanas. La barrera sanitaria que se consiguió por medio de movilizaciones vecinales y firmeza de los dirigentes, es vigilada también por representantes de las comunidades. Llamará la atención este doble control, pero todos sabemos hasta qué punto ha llegado la desconfianza entre gobernados y gobernantes. En dos oportunidades se ha intentado romper el cerco de protección por acuerdo entre las autoridades regionales y las empresas salmoneras.

 La indignación de los ciudadanos por las decisiones de autoridades ha borrado la mansedumbre característica de nuestra gente y se ha instalado, en su lugar, una ira antigua por la postergación y abandono. Así como el virus vino a cambiar nuestros modos de habitar el territorio, también dejó al descubierto la crudeza de nuestra precariedad. Hay, por lo menos,  dos mundos claramente delimitados. Uno que habla de teletrabajo, que presiona a las familias por permanecer en las casas y despliega ante los confinados, series de televisión, programas de convivencia a  distancia, abre salas virtuales para que los niños continúen con su formación desde las casas; y otro, que no cuenta con internet en los domicilios, que no tiene señal de telefonía o que es discontinua, que no tiene agua potable.

«Cada vez hay más islas dentro de la isla», dice Rosabetty Muñoz. Crédito de foto: Juan Galleguillos

Una buena cantidad de estudiantes de Chiloé pertenecen a los sectores   rurales e incluso muchos de los urbanos, si no tienen el colegio abierto y comunicación directa con el aparato educacional, quedan aislados, porque la forma de sobrevivir ha estado siempre ligada al contacto con el otro, a las redes comunitarias, a la solidaridad que es difícil transmitir por medio de la tecnología. Cada vez hay más islas dentro de la isla. Ayer, sin ir más lejos,  muy temprano en la mañana, en las esquinas de Avenida La Paz y Caicumeo, se veían tan entumidos como siempre, en grupos, los turnos de trabajadores de las pesqueras y procesadoras de mariscos esperando a que los buses los pasen a buscar. No están siendo prudentes, podría decir un continental, porque la prudencia tiene en cuenta el futuro.  

Los chilotes nos resistimos a ser engañados por el aparato informativo. Hemos visto, otra vez, cómo el discurso de la autoridad habla de la seriedad de la situación, mientras en las poblaciones de las grandes ciudades la gente debe salir a trabajar y los privilegiados de siempre saben que, si se enferman, allí estarán los espacios de lujo ya equipados, en sus barrios, con una celeridad inaudita por el sistema de salud estatal. En el archipiélago sabemos que no contamos con esa posibilidad, por eso a la entrada de la isla grande se instaló un cartel que dice “Bienvenidos a Chiloé” y en letra más pequeña “Sólo a los residentes”: sacrificamos la ancestral vitalidad del encuentro con los otros en pos de resguardar nuestra salud.

«Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas»

Hoy es urgente actuar coordinados. Urge permanecer despiertos a lo más y menos evidente. No se puede vivir con miedo ni aceptando las decisiones de quienes protegen sus intereses económicos y/o políticos. Lo único que puede ayudar es la anuencia de los propios ciudadanos, la colaboración entre comunidades y quienes toman decisiones que afectan a todos. 

“Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: dentro de poco, volvieron a resucitar, despertando de la letargia jóvenes y pletóricos de fuerzas, así como la mariposa sale del gusano”. Esta cita del mito Quenos, nos ilumina para decir que no todo es oscuro en este presente suspendido sobre nosotros;  nos ofrece también señales que queremos aprender a leer. Volvieron las enormes mariposas blancas que le dieron nombre al sector donde vivo y hacía por lo menos veinte años que no llegaban. Casi todas las tardes aparecen bandadas de choroyes rompiendo el silencio y en la ventana del baño, lleva dos días posado un coleóptero de largas alas transparentes como cola de ropaje regio, con manchas oscuras en los bordes. 

¿Seremos otros cuando esto acabe? Quiero creer que sí. Que  cada uno de nosotros está haciendo un necesario acopio de valor, raspando la memoria para encontrar formas de vivir más humanas. Que nuestra fortaleza comunitaria, esa férrea manera de solucionar los problemas considerando a los otros, compartiendo la suerte de todos, será el escudo frente a los días venideros.

Zoom: un indiscreto y poco confiable nuevo amigo

En el contexto actual de teletrabajo, millones de personas se han volcado al uso de diferentes plataformas a fin de continuar con reuniones de equipo y, en casos más sensibles, atención médica y psicológica de pacientes. Sin embargo, estas herramientas presentan serios riesgos para la ciberseguridad que deben ser considerados. En esta columna, Daniel Álvarez y Francisco Vera abordan los cuidados más cruciales que hay que tener con Zoom, la más popular de ellas.

Por Daniel Álvarez y Francisco Vera

Por razones que todos conocemos, en pocas semanas Zoom se ha transformado en la aplicación más descargada a nivel mundial y en Chile se ha incrementado considerablemente su utilización desde la declaración del estado de excepción constitucional por Covid-19. Su facilidad de uso y una versión gratuita han permitido a una cantidad importante de personas alrededor del mundo trasladar sus actividades laborales, educacionales y de entretención a sus respectivos hogares.

En el caso de Chile, Zoom se está usando masivamente, ya sea porque instituciones de educación superior como nuestra Universidad de Chile la están empleando como plataforma para la realización de clases en línea; porque organizaciones públicas, empresas u organismos privados lo están utilizando para sus videoconferencias internas o porque profesionales como abogados, psicólogos, periodistas, o incluso, médicos, la están utilizando en sus consultas o labores profesionales.

Lamentablemente, desde el punto de vista de la privacidad y la ciberseguridad, Zoom resultó ser un nuevo amigo indiscreto y bastante descuidado. Veamos por qué.

Al revisar sus políticas de privacidad, Zoom, básicamente, nos dice que puede hacer (casi) cualquier cosa con nuestros datos personales, la información de nuestros contactos y con el contenido de las videollamadas en que participamos. Si bien Zoom declara que cumple con diversos estándares en materia de privacidad, en particular el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR), la legislación del Estado de California, Estados Unidos, y que cuenta con la certificación Privacy Shield que le permite transferir data desde la Unión Europea y Estados Unidos, dichas regulaciones constituyen un piso mínimo, y sus políticas de privacidad dejan mucho que desear.

Debido a las diversas controversias en que se ha visto involucrada Zoom en el último tiempo, se han visto forzados a actualizar su política de privacidad en al menos dos ocasiones en el último mes, siendo la última versión la publicada el pasado 29 de marzo de 2020.

Sin perjuicio de ello, Zoom ha recibido importantes críticas por eventuales usos invasivos, tratamiento desproporcionado de datos personales y por su política de compartir información recolectada de sus usuarios con terceras partes. Profundicemos en algunas de estas críticas:

Preocupante manejo de datos personales

Varios especialistas han criticado la excesiva ambigüedad de las políticas de privacidad de Zoom, ya que en la práctica impiden que el usuario tenga un conocimiento efectivo sobre el tipo de información que se recolecta, cómo se procesa y con quiénes y con qué periodicidad se comparte. En similar sentido, Zoom no ofrece claridad sobre el plazo de retención de datos y su política de gestión de cookies y recopilación pasiva de datos son extremadamente amplias.

La empresa también ha sido objeto de importantes críticas por sus prácticas y políticas de comunicación de la información personal de sus usuarios con terceras partes, que incluyen compañías tecnológicas, de avisaje y marketing y redes sociales como Facebook, entre otros. En este último caso, investigadores de seguridad advirtieron que Zoom intercambia información con Facebook incluso cuando los usuarios de la plataforma no tienen cuenta en esa red social. La compañía aclaró que eliminaría esta funcionalidad en la siguiente actualización de la aplicación.

La plataforma de videoconferencias Zoom se ha vuelto una de las más populares en Chile en medio de la pandemia de Coronavirus.

Zoom también ha sido fuertemente criticada por el amplio proceso de recolección de datos de sus usuarios, que incluye información técnica de los dispositivos utilizados, información sobre geolocalización, contenido de las sesiones grabadas, información sobre las prácticas de los usuarios al momento de usar la aplicación, que incluye información sobre atención de los asistentes durante la videoconferencia, trackeo de clicks y actividad del escritorio del usuario, todas cuestiones no fácilmente advertibles para sus usuarios.

Así, desde el punto de vista de la privacidad y la protección de datos personales, el uso de Zoom puede significar un riesgo importante para sus usuarios, ya que permite la recolección desproporcionada de datos personales de los mismos, tiene políticas y prácticas de intercambio de información con terceros extremadamente amplias y sus políticas de privacidad resultan ambiguas y abusivas. Y algunas de esas características no parecen ser un defecto de la plataforma a ojos de la empresa, sino parte de su diseño.

Falta de cifrado punto a punto

Desde el punto de vista de la ciberseguridad y a pesar de su publicidad, Zoom no ofrece encriptación punto a punto de las sesiones de videoconferencia, lo que permite que la empresa efectivamente pueda acceder a las sesiones, arriesgando además la interceptación de los contenidos que los usuarios generan. Esto es particularmente grave para profesionales como abogados, médicos y psicólogos que, además de las obligaciones legales de secreto profesional que deben respetar, suelen manejar información extremadamente sensible para sus clientes y pacientes, respectivamente. Lo mismo sucede para aquellas compañías que utilizan esta plataforma para discutir o compartir información comercial o estratégica sensible. 

Lamentablemente, muchas de las opciones que ayudarían a mejorar la seguridad de las conversaciones, como dificultar el acceso de terceros mediante su aprobación o el uso de contraseñas, a la fecha de este artículo se encontraban desactivadas por defecto y requieren de cierta experiencia del usuario para reconfigurarlas adecuadamente. 

Problemas de seguridad de las aplicaciones móvil y de escritorio 

También se han encontrado diversas vulnerabilidades y prácticas cuestionables respecto a los clientes de Zoom para Windows y MacOS, respecto de las cuales, sin embargo, la compañía ha tenido una actitud bastante proactiva, adoptando compromisos específicos respecto a la seguridad de sus productos y suspendiendo el diseño de nuevas funcionalidades hasta que esos problemas sean abordados adecuadamente.

Daniel Álvarez es académico de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y experto en Derecho Informático.

¿Qué hacer entonces?

Con todo lo expuesto, queda claro que Zoom adolece de varios problemas en torno a su manejo de datos personales y la ciberseguridad de su plataforma, por lo que sería fácil recomendar que no se use en ninguna circunstancia. Sin embargo, la realidad es más compleja y requiere entender los usos que hacemos de Zoom y hacer una adecuada identificación y gestión de los riesgos involucrados, según el tipo de información que comuniquemos.

Zoom sigue siendo un importante competidor en algunos segmentos, como la realización de reuniones o webinars masivos, dada la estabilidad y disponibilidad de su plataforma, y el bajo consumo de recursos de sus clientes. Además, en estos casos, la competencia viene de parte de plataformas como Webex o Meet, que tienen sus propios problemas. Por otra parte, la elección de plataformas no es realmente una opción para los usuarios, sino para los administradores de sistemas, que evalúan aspectos adicionales como la posibilidad de integrarlo a sus sistemas existentes, su precio, disponibilidad, y si pueden asumir ciertos riesgos.

Distinto es el caso de videoconferencias donde se discutan aspectos de la vida privada de las personas, consultas médicas o psicológicas, comunicaciones sensibles, confidenciales o secretas de los órganos de la Administración del Estado o con información comercial sensible para empresas, entre otros casos. En estos casos, existen soluciones con opciones más robustas de seguridad, tales como Signal o Wire para usuarios particulares, y soluciones especializadas para organizaciones, especialmente en lo relativo al cifrado, por lo que el uso de Zoom en esas instancias no es recomendable en esos casos.

De cualquier forma, es importante estar informado adecuadamente de los riesgos que involucra el uso de cualquier plataforma. Hoy Zoom se encuentra bajo intenso escrutinio, pero muchas de las preocupaciones discutidas a propósito de esta aplicación también son aplicables a otras plataformas.

Es importante tener claridad sobre qué necesidades necesitan cubrirse con el uso de una herramienta, teniendo presentes los aspectos de privacidad y ciberseguridad ya mencionados, tales como las políticas de recolección y uso de datos, su transferencia a terceras partes, y aspectos de seguridad tales como el uso de cifrado y la seguridad de los clientes utilizados. 

También vale la pena tener presente si las aplicaciones son de código libre (indicador usual pero no infalible de mayor seguridad y transparencia), y los modelos de negocios involucrados en las plataformas. Como dice el dicho en Internet: cuando algo es gratis, pasa que no eres el cliente, sino que el producto.

Esta columna fue escrita por Daniel Álvarez y Francisco Vera Hott. Network Lead, Privacy International.

Cría cuervos

Y matar, además y especialmente el ojo, puntualmente cada ojo, pues uno solo es sarcástico, folclórico, agorero, matar, pues, sin asco los dos ojos y todo el ojo, porque el ojo es el hombre, es la parte del ser que contiene más cantidad del hombre.

Carlos Droguett. Los asesinados del seguro obrero (1940)

Por Faride Zerán

Nada parece ser suficiente si se trata de aplacar, doblegar, disciplinar al Chile que emergió luego del estallido.

Ni las cerca de 400 heridas oculares según cifras del Indh, corroboradas luego en las 30 páginas del documento de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Onu, que acusaba graves violaciones de derechos humanos en Chile, agregando a los 26 muertos en el contexto de la protesta, entre el 18 de octubre y el 6 de diciembre, ejecuciones extrajudiciales y la detención de más de 28 mil personas, entre otras cifras destinadas a consignar la brutalidad.

Tampoco parece ser suficiente el horror sufrido por 192 personas que denunciaron haber sido víctimas de violencia sexual. Horror expresado en las 544 querellas por torturas y tratos crueles presentadas sólo por el Indh.

Porque al uso de balines con componente de acero utilizados indiscriminadamente en contra de los manifestantes se sumó luego la denuncia del contenido de soda cáustica en el chorro de los carros lanza-aguas de la policía, ambos hechos negados por los altos mandos uniformados y por el gobierno hasta que los análisis químicos demostraron lo contrario.

Y pese a que todos los informes de organismos de derechos humanos sobre Chile luego del estallido son similares (Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Comisión Interamericana de Derechos Humanos) y coinciden en la gravedad de tales violaciones, existe una diferencia que apunta a la palabra sistemática, que alude a responsabilidades políticas del gobierno, cuyo discurso ha sido traspasar dichas responsabilidades a Carabineros y Ejército, este último durante el Estado de Emergencia decretado por Piñera a horas del estallido social.

En este marco, diversos sectores y organizaciones de DD.HH. de la sociedad civil encabezadas por la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile han llamado a “un gran acuerdo por los derechos humanos”. En él se plantea el cese de la represión, de los discursos de confrontación y empate, y el establecimiento, mediante la justicia, de responsabilidades penales y administrativas, así como políticas. También se recomienda la creación de una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación no sólo para establecer un relato compartido y confiable sobre esta grave crisis de DD.HH., escuchando a las víctimas y proponiendo medidas de reparación, sino también para contribuir en la búsqueda de antecedentes de primera fuente que documenten el horror.

Porque sin duda el debate en torno al término sistemático —que no es sólo semántico— lo tendrá que dilucidar la justicia luego de investigar caso a caso donde están las responsabilidades políticas y penales de quienes, ejerciendo las más altas funciones del Estado, por acción u omisión permitieron estos atropellos, al igual que la de aquellos que torturaron, abusaron, violaron o les arrancaron los ojos no sólo a casi 400 personas, en su mayoría jóvenes, sino simbólicamente a toda una generación. Una generación que creció sin miedo y que, a diferencia de sus padres o abuelos, no está disponible para habitar un futuro basado en la impunidad.

Una impunidad expresada también en el hecho de que las Fuerzas Armadas y de Orden no están obligadas, como sí lo está el resto de los organismos públicos, a entregar al Archivo Nacional una copia de sus documentos. Esto, gracias a la Ley 18.771, vigente desde el mes de enero de 1989, promulgada por Pinochet, que les permite a las instituciones armadas destruir archivos o documentación sensible sin violar la ley.

Al respecto, no resulta sorprendente el robo de computadores que contenían archivos de testimonios y denuncias de violación de DD.HH. desde las dependencias de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, dado a conocer por el presidente de esta entidad a mediados de diciembre, como tampoco las amenazas de muerte a líderes sociales y de DD.HH. ocurridas en las últimas semanas.

La crisis de derechos humanos que atraviesa hoy el país tiene su base en la impunidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura.

El estallido social iniciado el 18 de octubre último demostró no sólo el cuestionamiento de una sociedad ante un sistema socioeconómico que estaba acabando con la dignidad de todo un país sino que, junto a ello, hizo evidente que las agrupaciones de DD.HH. tenían razón cuando declaraban que la promesa del Nunca Más no era tal y que el Chile de las últimas décadas se había construido sobre la base de la impunidad y del fortalecimiento de discursos negacionistas ante los crímenes de lesa humanidad.

Por ello la urgencia de un acuerdo transversal sobre derechos humanos en Chile que realmente garantice que estos hechos que hoy conmueven a la opinión pública nacional e internacional no volverán a repetirse nunca más.

Esta es la base de cualquier proyecto de futuro. Sin este pacto, los cuervos seguirán arrancándonos los ojos ante cada crisis social y política que enfrente el país.  

Varado en Bordeaux, me llegan correos

Desde el 13 de marzo, el muralista fundador de la histórica Brigada Ramona Parra se encuentra en el sur de Francia debido una exposición de sus obras y varios proyectos de murales, sin embargo, la crisis del Coronavirus lo tiene confinado y sin poder regresar a Chile. Aquí, el artista relata su situación actual y envía un mensaje a sus compañeros de pinceles y a la sociedad en general sobre la gravedad de la pandemia y la importancia del aislamiento.

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para: Mono Gonzalez <mxxxxx@gmail.com>

fecha: 18 mar. 2020 18:30

asunto: Saludos Desde Chile

Hola Mono

Cuéntame cómo estás por allá?

Estás bien?

Por acá recién entrando a guardarse para hacer cuarentena por voluntad propia.  Probablemente se desate el caos dentro de algunos días con el virus ya que las autoridades tratan todo el rato de minimizar los efectos y aún se ve mucha gente x la calle. Yo me traje el taller para la casa mientras pase todo.

Te mando un abrazo y espero que te encuentres bien.

Saludos.

El artista Alejandro «Mono» González preparaba murales para ejecutar en Francia, España e Italia, todos suspendidos por la pandemia.

de: Mono Gonzalez <mxxxxx@gmail.com>

fecha: 19 mar. 2020 10:30

asunto: Saludos desde Francia

Hola maestro 

¡Enciérrense!

-Acá llevo desde el lunes 16 confinado en casa de unos amigos (aperado con mis remedios).

-El viernes 13 marzo pasado inauguré mi exposición y alcance a vender 5 de 22 obras que tuvimos que dejarla instalada por dos meses en la galería en espera que la situación se «normalice». Está restringido el tránsito por las calles y ya nadie camina por la ciudad.

-Cuando salí de Chile -antes que sucediera esto que estamos viviendo- tenía el presentimiento de que esta gira no iba a ser como las anteriores (tuve la tincada de no viajar… pero ya la habíamos programado desde hacía un año y había mucha gente involucrada…) teníamos muchas ideas y proyectos para hacerlas todas a la vez.

LE MUR- un mural de 3 x 9 metros que se ejecuta cada mes, esta bocetado, pero suspendido
En Madrid un muro sobre Violeta Parra que estoy bocetando para el futuro (…¿cuándo?)
Visitar y pintar en Nápoles, para después, lo mismo con unos talleres de gráfica urbana, también
suspendidos…

-No me falta comida ni abrigo pero estoy sin salir a la calle, solo una vez en la semana para abastecerme, con permiso especial. Igual los músculos se me atrofian de no moverme, pero hay que cuidarse. Acá todo está parado, solo funciona lo indispensable y la gente lo respeta, él que no lo hace son 300 euros de multa, la situación es grave.

-Con todas esas restricciones, que la gente respeta, se estima igual que los puntos más altos no han llegado eso será por los primeros días de abril subiendo hasta mayo, los franceses son más introvertidos, pero en Italia con todas las medidas hoy hubo 600 muertos, así que ¡cuídense!

– Incluso jóvenes de 35 a 50 años están ingresando a los hospitales en Italia y a mayores de 70 años no le están aplicando respiradores artificiales, los dejan a su suerte, están prefiriendo a menores por falta de equipos.

-Ahora estoy encerrado viendo películas por internet y he boceteado como dos nuevos murales, uno para Francia y otro para Madrid, los que tenía que haber pintado en esta gira y ahora están suspendidos.

Murales del «Mono» González que se expondrían hasta abril en la galería Magnetic Art Lab de Bordeaux, cerrada ahora por el Coronavirus.

-Quiero regresar a Chile y trabajar en mi taller, “confinado” (encerrado como siempre), pero no me puedo mover…

-En el consulado chileno en  Bordeaux no contestan llamadas ni correos, no existen.

-Miro por las ventanas y no circula casi nadie… toque de queda y guerra sanitaria decretada por el Gobierno francés, y el Presidente Macron, que en su mensaje a la nación dijo: «La salud no puede estar sujeta a las leyes del mercado. Es el Estado el que va a poner todos los recursos materiales y financieros, cueste lo que cueste”.

-A las medidas sanitarias en Chile no les han tomado el peso que tienen, esto no va en baja, sino todo lo contrario.

-Sin asustarse le aconsejo: Enciérrate y prepara mercadería, trabájate psicológicamente y prográmate para hacer todo aquello que tenías atrasado.

-Quiero regresar a Chile. Se que aquí estoy más seguro, pero me falta mi espacio … mis herramientas y trabajar en mis cosas.

-Ahora, más hipocondríaco que nunca, con remedios por si acaso- para el resfriado y termómetro para controlar la temperatura en todo momento- y dolores de cuerpo que no se me pasan, me las creo todas.

-Me falta la adrenalina del trabajo y me falta Chile y su Despertar y el ejercicio de los muros, el sudor de la jornada y la cercanía de los compañeros.

-Me aterra la tranquilidad de esta ciudad (vengo de un Despertar de Chile en movimiento) y aquí, es como si el mundo se hubiera detenido a causa de una peste amenazante, casi de ciencia ficción. Albert Camus está presente en el aire. Son tiempos del siglo XXI.

-Espero estén bien de salud y con paciencia que este mundo será distintos después de  esto. Empezamos con el despertar de nuestra patria y ahora se suma esto globalmente…donde como siempre los más pobres y  débiles seremos los más perjudicados.

un abrazo

del Mono González

desde Bordeaux-Francia

PD: -esta es la única forma por el momento de estar conectados. ¿y te imaginas si a esto se suma la caída de internet ?

No es un cuento de ciencia ficción. Estamos viviendo una realidad donde el hombre es culpable de exterminarse.

El capitalismo globalizado y América Latina

Por Grínor Rojo

El capitalismo globalizado está teniendo que lidiar en estos momentos con una crisis prolongada que podría ser la más grande de toda su historia. No soy yo el primero en detectarla, por supuesto. Destacados investigadores y filósofos, como Givanni Arrighi, Immnuel Wallerstein, Terence Hopkins, Slavoj Zizek y otros la han descrito con un vasto acarreo de argumentos y de pruebas. Es una crisis que cumplió ya cuatro décadas y que hoy se presenta abastecida con todos los elementos que se requieren para convertir al planeta en una nube de cenizas cósmicas. Desde 1971, que fue el año en que Richard Nixon puso fin en Estados Unidos al patrón oro para el dólar, a lo que se añadió en 1973 y 1974 un aumento de los precios del petróleo, las dificultades a que aquí me refiero no han hecho más que multiplicarse. Entre 1982 y 1989 sobrevino la llamada “crisis de la deuda”, la que aun cuando impactó a los países latinoamericanos principalmente, amenazaba internacionalizarse, desestabilizando como consecuencia de ello a la totalidad del sistema; en 1997 se desató en el sudeste asiático el dominó de las devaluaciones, ominosas estas asimismo, para las operaciones del capitalismo internacional, reproduciéndose a todo lo largo y ancho del globo terráqueo; luego se produjo el caos financiero de 2007, cuando Lehman Brothers fue el primero dentro de un grupo de grandes bancos estadounidenses que se declararon en quiebra; el de 2008, cuando se produjo el estallido de la burbuja inmobiliaria española; el de 2012-2013 en toda la eurozona, que dejó 24.7 millones de personas sin trabajo; así como el de 2015-2016, con una caída en picada de los precios de las materias primas, como los chilenos pudimos experimentar en el caso del cobre y los venezolanos, mexicanos y ecuatorianos en el del petróleo. Cuando redacto esta página, Paul Krugman, Premio Nobel de Economía de 2008, ha anunciado una nueva debacle para el 2020 y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece estar haciendo todo lo posible por darle la razón. Tales son sólo los hitos mayores de una curva descendente que ha durado más tiempo del que los capitalistas están dispuestos a tolerar.

Dado este estado de cosas, los capitalistas hacen lo que siempre han hecho en circunstancias análogas: se embarcan en una campaña de reacumulación del capital y lo hacen expandiendo territorialmente sus operaciones hacia comarcas del globo que no habían sido incorporadas hasta ahora dentro de la órbita de sus actividades o que no lo habían sido suficientemente, al mismo tiempo que profundizan la capacidad de extracción de plusvalía al interior de las comarcas que ya se encuentran bajo su dominio. Por más que no lo parezca, el enriquecimiento obsceno del decil más alto de la distribución mundial del ingreso, que según los cálculos de Thomas Piketty varió desde 30-35% a fines de la década del cuarenta a 50% en 2010, es un dato sistémico y no una consecuencia de la pura codicia.

“Desde mediados de los setenta, cuando los Chicago boys consiguen la oreja de Pinochet, la fórmula neoliberal empezó a implementarse en este país con un ímpetu que ha superado incluso al que se observa en las economías capitalistas metropolitanas”.

Respecto de la expansión territorial contemporánea, como sabemos, ella tiene lugar sobre todo en el Oriente Medio, en Irak, Libia y Siria, aunque la presa futura, a la que las transnacionales miran con avidez suprema, es Irán. El argumento del presidente George W. Bush, quien en 2003 puso en marcha la segunda guerra del Golfo Pérsico (la primera la había emprendido y perdido su papá en 1991) con la intención de “liberar” a la humanidad de la “amenaza nuclear” de Saddam Hussein y a los iraquíes de su “tiranía”, y de abrirle paso de esa manera a la formación de un “Medio Oriente democrático”, no fue más que un pretexto mentiroso para enmascarar un despliegue expansionista cuya finalidad era no sólo apoderarse de los pozos iraquíes de petróleo, lo que es obvio, sino “abrir” íntegramente esa región a los apetitos del deprimido sistema económico mundial a la vez que se le daba con ello un nuevo impulso a la producción de armamentos. Porque si por un costado la producción de armas es la que ha hecho posible la mantención de una hegemonía política estadounidense en franco declive, por el otro, es esa misma producción la que oxigena a un sistema económico que también lo está. Para pelear las guerras de Irak y de Afganistán, George W. Bush aumentó el gasto militar de Estados Unidos en un 11%. En 2017, Donald Trump lo hizo crecer de nuevo, esta vez en un 9% y por un total de 54.000 millones de dólares. Leo, además, en una noticia del 2 de agosto de 2019, que el actual presidente de Estados Unidos decidió poner fin al acuerdo con Rusia sobre control a la proliferación de armas nucleares, el que se hallaba en vigencia desde hace cincuenta años. Más que atribuir ese desatino a su irracionalidad belicista y a la aún más pronunciada de sus asesores, yo tiendo a creer que la motivación de fondo no ha sido otra que favorecer a la industria de armamentos.

Por otro lado, si ahora volvemos la mirada hacia adentro y nos fijamos en el espacio que el capitalismo ya controla, la sobreexplotación de los recursos naturales y la del trabajo humano —poniéndose en acción en este segundo frente toda clase de métodos mañosos, entre los que se cuenta el de la infame “flexibilidad laboral”—, así como la mercantilización de un conjunto de prácticas que hasta no hace tanto tiempo se mantenían libres o semilibres de contagio, como las que dicen relación con el deporte y la cultura, descubriremos ejemplos ostensibles de la estrategia a la que en su propio reducto el capitalismo global está recurriendo para salir del atolladero en que se encuentra metido. Y todo eso sin contar con el incesante bombardeo mediático por obra del cual se les crean a los buenos vecinos necesidades nuevas y se nos induce a precipitarnos en la borrachera consumista del mall.

Dos años antes de la primera Guerra del Golfo, el llamado “consenso de Washington” había puntualizado uno por uno los objetivos del proyecto. En el papel, por lo menos, el consenso de marras tuvo como su punto de partida el informe que en 1989 presentó en Washington el economista inglés John Williamson a especialistas de diez países latinoamericanos convocados por el Instituto de Economía Internacional con la intención expresa de ordenar la conducta financiera de los organismos crediticios respecto de las naciones “en desarrollo”, de preferencia, por cierto, las de nuestra región del mundo. Terminar de una vez por todas con la discusión ociosa acerca de los distintos “modelos de sociedad”, admitir que sólo existe uno y que con ese uno se deben adoptar las medidas que sean las más apropiadas para hacer que él dé todo de sí.

Los diez temas sobre los cuales, según escribe Williamson, habría acuerdo “en Washington” (¿acuerdo entre quiénes? me pregunto yo. Mi sospecha es que los “temas” de Williamson eran más bien lugares comunes ya instalados que circulaban por los corredores del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos), eran los siguientes: disciplina fiscal, reordenación de las prioridades del gasto público, reforma tributaria, liberalización de las tasas de interés, tipo de cambio competitivo, liberalización del comercio, liberalización de la inversión extranjera directa, privatización de las empresas estatales, desregulación para distender las barreras al ingreso y salida de productos, lo que estimulaba la competencia, y derechos de propiedad garantizados. No hace falta ser un especialista en economía para concluir de la lectura de este decálogo que los que iban a sacarle una tajada a su aplicación no eran los países subdesarrollados de América Latina o los de otras de las muchas áreas pobres del mundo, sino el capitalismo global. Se transformaban de este modo, en 1990, las que todavía eran un haz de prácticas dispersas en una política económica precisa.

La ideología neoliberal (la ideología y no la economía, ya que si queremos evitar malos entendidos se ha de nombrar a las cosas por su nombre. La economía es, no ha dejado de ser, la economía capitalista, sólo que ahora atrapada en una coyuntura de crisis y de intento de recuperación de su maltrecha salud recurriendo a una ortodoxia tecnocrática que justifica y promueve la exacerbación de tendencias curativas y paliativas radicales, pero que formaban parte desde siempre de su botiquín de remedios. De más está decir que lo de “postcapitalismo” no es más que un distractor para espíritus noveleros) es la que suministra el libreto de instrucciones “científicas” para estas maniobras.

En América Latina, la novedad neoliberal hizo su estreno en la década del setenta. Cierto, los golpes de Estado de los militares empezaron antes, en el 54 en Guatemala, y siguieron en el 64 en el Brasil y, aun cuando también sea verdad que el capitalismo global y, a la vanguardia del capitalismo global, el interés económico de Estados Unidos, tuvo más de algo que ver con tales atentados, así como con los que les dieron continuidad durante la década del setenta, no lo es menos que su razón de ser última fueron la insurgencia guerrillera posterior a la Revolución Cubana y una interpretación de esa insurgencia acorde con los parámetros paranoicos de la Guerra Fría.

El factor económico era aún, a esas alturas, de gravitación menor. Existían, entre los militares que se entronizaron entonces en el poder, nacionalistas coherentes, defensores del modelo económico previo, el que favorecía la industrialización nacional y la sustitución de importaciones. Las políticas económicas de los generales brasileños que abrieron ese país a la inversión extranjera, Castelo Branco, Garrastazu Médici y hasta el menos despótico Ernesto Geisel, no perdieron de vista ni el desarrollo económico de origen doméstico ni la supremacía regional del Brasil, que ellos avizoraban como una consecuencia forzosa del mismo. Más al sur, en la Argentina de la “Reorganización Nacional” el fracaso de las políticas neoliberales del ministro José Alfredo Martínez de Hoz constituye también una prueba fehaciente de que a fines de los sesenta e incluidos los setenta el nacionalismo económico seguía formando parte del imaginario hegemónico entre quienes conducían los destinos de ese país e independientemente de su origen, a veces muy poco agradable (aludo a los resabios corporativistas). Los militares brasileños y los militares argentinos fueron anticomunistas rabiosos, eso nadie se los puede mezquinar, guardianes juramentados de la “cultura occidental y cristiana” y fieles adherentes por eso a la doctrina de la “seguridad nacional”, admiradores boquiabiertos del american way of life y listos para pelear una “guerra interna” contra su propia gente para implantarlo en los espacios nacionales respectivos, con todas las atrocidades que según hay constancia cometieron, pero a pesar de todo eso continuaron creyendo en la posibilidad de un desarrollo industrial propio.

La excepción fue Chile. Desde mediados de los setenta, cuando los Chicago Boys consiguen la oreja de Pinochet y lo convencen de que su propuesta de “El ladrillo” era la mejor alternativa para sacar al país de su “ruina socialista”, la fórmula neoliberal empezó a implementarse en este país con un ímpetu que ha superado incluso al que se observa en las economías capitalistas metropolitanas. Es el caso de la privatización casi total de las pensiones, que no obstante múltiples tentativas, no ha logrado imponerse ni siquiera en Estados Unidos.

El camino que Chile se adelantó a seguir a mediados de los setenta es el mismo que entre el término de los ochenta y principios de los 2000 se procurará replicar en otros países de la región. Para anotar aquí sólo siete ejemplos tópicos: en México, desde el mandato de Carlos Salinas de Gortari (1948- ), entre 1988 y 1994; en Venezuela, durante la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez (1922-2010), de 1989 a 1993, y la segunda de Rafael Caldera (1916-2009), de 1994 a 1999, grandes amigos ambos del FMI; en Colombia, a partir de la presidencia de César Gaviria (1947- ), entre 1990 y 1994; en Brasil, con Fernando Collor de Melo (1949- ) y Fernando Henrique Cardoso (1931- ) entre 1990 y 2003; en Perú, sobre todo durante el periodo que sigue al autogolpe de Alberto Fujimori (1938- ), entre 1995 y 2000; en Bolivia, desde el fin del cuarto gobierno de Víctor Paz Estenssoro (1907-2001), en el 89, y especialmente durante el segundo gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1930- ), hasta la huida del Goni a Estados Unidos en 2003; y en Argentina, al principio durante Carlos Menem (1930- ), entre 1989 y 1990 (esa, una segunda intentona que como la de Martínez de Hoz no prosperó y dejó a Argentina sumida en el peor de los marasmos. En Argentina, un país productor de alimentos como no hay muchos en el mundo, ¡se registraron en esos años episodios de desnutrición!), luego con Fernando de la Rúa (1937-2019), quien después de endeudarse con el FMI en 38 mil millones de dólares en el 2000, debió huir en el 2001 desde la azotea de la Casa Rosada en helicóptero, y desde 2015 con Mauricio Macri (1959- ), quien ha estado rehaciendo el camino de Menem y de la Rúa y precipitando a su país en un marasmo aún peor.

En el Brasil de Michel Temer, hundido este hasta el cuello en una recesión económica feroz (con una caída del Pib de -3,8% en 2015, de -3,6 en 2016 y de 0,4 en 2017, según las cifras de la Cepal), el neoliberalismo empleó todas las medicinas que recomienda la ortodoxia para la recuperación del enfermo. Era el tratamiento del doctor Williamson casi en su integridad: reducción del gasto fiscal, liberalización del comercio, las finanzas y la inversión extranjera, privatización de las empresas estatales, etc. Con este mismo espíritu de reformas neoliberales, la Propuesta de Enmienda Constitucional (Pec) 55 y el Proyecto de Reforma de la Educación Media, ambos convertidos en ley por el Parlamento brasileño en 2016 y 2017, establecen la primera un congelamiento del presupuesto educacional por un plazo de veinte años (también el de salud), y el segundo un conjunto de medidas dizque pedagógicas, las que van desde el alza de la jerarquía (a asignatura obligatoria) y el tiempo (mayor) destinado en el currículumde la enseñanza media a las matemáticas y al uso instrumental de las lenguas portuguesa e inglesa, únicas que logran jerarquía de obligación, al rebajamiento de la jerarquía (a asignatura opcional) y el tiempo (menor) que se les otorga a las disciplinas artísticas, las humanísticas y a las ciencias sociales (a no ser que se trate de ciencias sociales “aplicadas”). Si en el Brasil de Temer con una mano el congelamiento presupuestario en la educación pública brasileña le dejaba la puerta libre a los privados, para robustecerse y acabar a corto o mediano plazo dictando las reglas del juego para todos los que entran en esta cancha, con la reforma curricular lo que se buscó fue cerrarle la puerta a las manifestaciones de la disconformidad.

Eso que Brasil le estaba mostrando a Latinoamérica en 2016 era el proyecto neoliberal llevado, en la periferia y en medio de una coyuntura de grandes penurias económicas, hasta el extremo de la caricatura. Un proyecto atroz y que ha tenido después, en el año y medio de la presidencia de Jair Bolsonaro, una continuidad que lo es más aún. En nombre del crecimiento capitalista, Bolsonaro está quemando la Amazonía, dejando a cientos de miles de indígenas despojados de sus tierras y poniendo en peligro la existencia misma del globo terráqueo. Pero el asalto no lo inició él. Por eso, no debiera extrañarnos que entre 2015 y 2016 Brasil haya aumentado sus emisiones de carbono en un 8,9% y que esto haya ocurrido no en los estados urbanos e industriales, como pudiera pensarse, sino en Pará y Mato Grosso, donde los latifundistas ganaderos y los productores de soja son los responsables por la deforestación, muchas veces a causa de incendios deliberados. Mientras tanto, Bolsonaro reduce una vez más los presupuestos educacionales y, sobre todo, con saña indisimulada, los que dicen relación con el cultivo de las ciencias sociales, las humanidades y las artes.

Y para volver a Argentina, el empresario futbolero Mauricio Macri ha hecho allí también lo suyo. En menos de cuatro años en la Casa Rosada, procurando imponer a su país un régimen neoliberal, los resultados son un Pib que se contrajo en un 5,8% sólo en el primer trimestre de 2019, una inflación del 60%, un desempleo por sobre el 10%, una deuda reciente con el Fmi de 57.000 millones y, según cálculos no oficiales (los oficiales son impensables), un 30% de la población subalimentada. Entre tanto, las otrora excelentes universidades argentinas languidecen.

En todos estos casos, el proyecto y su fundamentación son idénticos: el neoliberalismo hace en y para el país lo que hay que hacer. Es la “ciencia económica” la que así lo determina.

Pero la ciencia neoliberal no es una solución para América Latina. Los costos que involucra su implementación son comprobadamente mayores que los beneficios si es que nosotros estamos pensando en quienes sufren las artimañas reacumulativas y no en aquellos que obtienen ventaja de ellas. Para decirlo con las palabras de Atilio Borón, el neoliberalismo no es más que el último episodio de la reiterada incapacidad del capitalismo para enfrentar y resolver los problemas y desafíos originados en su propio funcionamiento. En la medida en que el sistema prosiga condenando a segmentos crecientes de las sociedades contemporáneas a la explotación y todas las formas de opresión —con sus secuelas de pobreza, marginalidad y exclusión social—, y agrediendo sin pausa a la naturaleza mediante la brutal mercantilización del agua, el aire y la tierra, las condiciones de base que exigen una visión alternativa de la sociedad y una metodología práctica para poner fin a este orden de cosas seguirán estando presentes.

Que el viernes 18 de octubre de 2019 el pueblo chileno haya salido a protestar en las calles, a todo lo largo de nuestro país, que un mes después la protesta siga viva y sin que la “clase” política sepa reaccionar como debiera o, mejor dicho, sin que la clase política se muestre dispuesta a tener en cuenta a la gente y a adoptar las medidas que a gritos reclama, no tiene por qué sorprendernos.

Sobre el acuerdo y el momento constituyente actual: ¿podrá ser reconocido?

Por Fernando Atria | Fotografía: Felipe Poga

I

En normalidad, las normas (las decisiones institucionales) son la medida de los hechos. Esto quiere decir algo simple y obvio: la infracción de una norma no muestra un problema con ella, sino con la acción infractora, que es “ilícita”. Discutimos las normas porque de ellas depende lo que ocurra en el mundo de los hechos. Las normas son dictadas por poderes constituidos, es decir, por poderes también creados por normas, y así especificados, regulados, limitados, relativizados, etc. Esto vale también para las normas que crean y regulan esos poderes: ellas son la medida de los actos de ejercicio de esos poderes; si los violan, actúan ilícitamente y sus actos son nulos, etc.

Todo esto cambia cuando irrumpe, como lo hizo el 18 de octubre, una fuerza social cuyo contenido es inicialmente negativo: no al orden actual. Esa fuerza social que irrumpe negando las condiciones de vida actual (en este sentido, demandando unas nuevas) es lo que la teoría constitucional llama «poder constituyente».

Este no es conferido por normas y por tanto no aparece limitado, regulado y relativizado. No tiene competencias delimitadas ni se ejerce a través de procedimientos preestablecidos. Es irrelevante que su acción sea calificada de «ilícita», y lo que produce no puede ser «nulo». No es una norma, es una magnitud real.

Cuando un poder constituyente irrumpe, la relación entre hechos y normas que caracteriza a la normalidad se invierte. Las normas dejan de ser la medida de los hechos y los hechos devienen la medida de las normas.

II

Una analogía puede explicar este punto. Las instituciones en condiciones de normalidad operan como quien diseña un canal de regadío hecho para que el agua llegue de un punto a otro. La velocidad y dirección en que fluye dependerá del modo en que él sea construido. Al diseñarlo, tomaremos en cuenta las áreas que conviene que sean regadas; algunas autoridades harán cálculos sobre las ventajas que obtendrán por satisfacer a unos en vez de otros: habrá intereses particulares que buscarán «capturar» el diseño del canal en su beneficio. Eso es política normal.

Las cosas cambian si lo que estamos diseñando es un canal para prevenir un posible aluvión. Ahora se trata de que el canal sirva de cauce a una fuerza enorme cuando esta se manifieste. La cuestión ya no es si queremos que el agua llegue a un determinado lugar o a otro por consideraciones de política, sino que el canal sirva para contener la fuerza que se manifestará. Si no sirve, el agua no fluirá por el canal. Pero esto no quiere decir que no fluirá, sino que lo hará por donde sea, causando un daño muchísimo mayor del que habría causado si el canal hubiera servido para contenerla.

La diferencia es fundamental: en un caso discutiremos dónde queremos que llegue el agua y esta fluirá según las decisiones que tomemos. En el otro, la cuestión ya no es a dónde llevaremos el agua, sino construir el canal para que pueda contener la fuerza que se manifestará.

Si los ingenieros que construyen un canal aluvional malentendieran su función y asumieran que construyen un canal de regadío, el resultado sería trágico. Y eso es exactamente lo que parece que estamos presenciando en el caso del acuerdo constitucional.

III

El acuerdo parecía mostrar que la política institucional había entendido la exigencia de un momento constituyente, la inversión de la relación entre hechos y normas. La derecha aceptó un plebiscito constitucional al que se había negado siempre y que ese plebiscito pudiera llevar a una convención elegida para discutir una nueva Constitución desde una hoja en blanco.

Es decir, parecía abrirse un camino hacia el poder constituyente, lo que podría llevar a una genuina nueva Constitución.

Poco después, sin embargo, el senador Andrés Allamand negaba que el acuerdo fuera constituyente porque su contenido permitiría cambiar sólo lo que la derecha estuviera dispuesta a modificar (esa es, por cierto, la enorme diferencia que hay entre 2/3 para una reforma constitucional y 2/3 desde una «hoja en blanco»). Ahora, con el trabajo de la comisión técnica aparecen nuevos condicionamientos, relativizaciones, normas y limitaciones escritas con una lógica propia de lo constituido más que de una conducida por la necesidad de crear un camino reconocible para el poder constituyente.

Esto es un error: el acuerdo tiene sentido desde la óptica constituyente de canalizar un poder que existe y busca manifestarse. Si lo canaliza, ese poder podrá constituir limitando el daño o la disrupción que producirá. Si no lo logra, también se realizará constituyendo, pero lo hará de cualquier modo, causando mucho más daño y disrupción.

¿De qué depende que lo logre o no? Por cierto, no de que una norma se lo ordene. Así como Chile no necesitaba la autorización de una norma para despertar, el poder constituyente no está vinculado a normas que le impongan el deber de manifestarse a través de ciertos mecanismos en vez de otros. El poder constituyente, con la magnitud que irrumpió en la política nacional el 18 de octubre, no es del tipo de cosas que están normadas.

El acuerdo logrará canalizar al poder constituyente si este ve en él un camino adecuado. Fracasará si se percibe como un intento de neutralización, una forma en que la «clase política», «los políticos», «los partidos», buscan, mediante la «letra chica», evitar la nueva Constitución. Para lograr esto, la política institucional comienza cuesta arriba. Porque su credibilidad está en sus mínimos históricos y cualquier cosa que acuerde será en principio vista con sospecha. Esto hace todo más difícil.

Hoy lo único que puede legitimar ese camino es su contenido. Y en eso el plebiscito de abril y la posibilidad de una nueva Constitución desde una hoja en blanco fueron fundamentales.

IV

Con el trabajo de la comisión técnica aparece un intento de introducir reglas, de normar, limitar, relativizar. La sospecha de estar ante un intento de neutralización aumenta.

Un ejemplo es el modo de elección de los miembros de la convención constitucional. El acuerdo decía que se elegirían aplicando el sistema electoral vigente para la Cámara de Diputados. Si fuera así, la convención no tendría paridad de género ni representación adecuada de pueblos originarios, y sólo estaría compuesta por convencionales elegidos en asociación a un partido político. Esto último es más que un problema con «los independientes». Como hoy los partidos políticos están notoriamente deslegitimados, una elección en que sólo los candidatos vinculados a ellos tengan opciones reales excluiría de hecho a buena parte de la ciudadanía social y políticamente movilizada.

La cuestión es si la convención será un reflejo de la política contra la cual Chile ha despertado o responderá a un intento visible de anticipar la política que viene. La respuesta a esta pregunta es apta para acreditar o desacreditar todo el camino constituyente del acuerdo.

V

En condiciones de política normal, las cuestiones se discuten y deciden atendiendo al modo en que afectarán a los grupos que participan de la discusión y decisión. Aquí no hay nada novedoso, así es la política normal.

Pero en momentos constituyentes, la óptica para actuar cambia. Ahora lo que importa es que ese camino sea reconocido como apto y útil, de modo que la fuerza que ha emergido lo reconozca y lo use para manifestarse con la menor disrupción y daño adicional posible. Pero la política constituida se resiste a reconocer lo especial del momento constituyente y adoptará la primera perspectiva si puede; así, buscará introducir una regla que disponga que el plebiscito de entrada sea con voto voluntario para disminuir el rechazo a la Constitución de 1980; o una cláusula ambigua en cuanto a si los 2/3 son necesarios para cada norma o adicionalmente para una decisión final, porque eso puede crear una oportunidad para defender la Constitución de 1980 en la hora nona; o un sistema electoral orientado a maximizar las posibilidades de tener resultados favorables.

El riesgo, por cierto, es que esto lleve a que el acuerdo sea visto como un «negociado», un arreglo de «los políticos» al que sería ingenuo reconocerle una genuina dimensión constituyente. Entonces el poder constituyente no lo reconocerá ni lo recorrerá.

¿Podemos esperar que la política constituida abandone la óptica que le es natural y asuma la perspectiva constituyente? Esto parece ingenuo; parece significar que los grupos políticos no buscarán sus propios intereses, sino el interés del país. No parece realista esperar que la UDI esté dispuesta a hacer la pérdida respecto de la Constitución de 1980 y a dejar de buscar cualquier oportunidad para que ella sobreviva.

Esto no es ingenuidad, sin embargo, porque es dicho con plena consciencia de que es altamente improbable. Es improbable que la misma política constituida entienda que se encuentra en un momento constituyente en el que la relación ente hechos y normas se ha invertido, que por eso exige una acción totalmente distinta a la habitual. Por eso, las nuevas Constituciones no suelen ser dadas a través de mecanismos establecidos por lo poderes constituidos de la política que busca ser superada.

VI

Dos caminos se abren ante nosotros. Si la política institucional logra, a pesar de lo improbable que parece, reconocer la exigencia especial del momento constituyente, podrá canalizar adecuadamente la crisis actual, que entonces podrá ser superada pacífica y democráticamente mediante la dictación de una genuina nueva Constitución; si ella actúa con la lógica de lo constituido, lo que haga no será reconocido como un camino adecuado por el poder constituyente. El poder social que ha irrumpido el 18 de octubre, entonces, se manifestará de cualquier modo, en lo que podría llevar a una crisis política que afecte el desarrollo del país por una generación.

Este es el momento en que cada uno deberá asumir su responsabilidad ante la historia.