La fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto y necesitamos explicación histórica

Esta no es la primera vez en la historia que como sociedad nos vemos amenazados por un virus letal y contagioso. El Covid-19 nos vuelve a enfrentar a nuestros más antiguos miedos y nos reta a aplicar los conocimientos científicos y médicos acumulados para enfrentar la crisis desde la mirada de la salud pública. En esta columna, el historiador y Doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile, Marcelo Sánchez hace una revisión histórica de las epidemias que han afectado a los chilenos y chilenas; y los avances tecnológicos y culturales que nos han ayudado en el pasado a combatirlas

Por Marcelo Sánchez Delgado

En medio de la crisis sanitaria resulta difícil escribir algo que no resulte frívolo o autorreferente en términos disciplinares. Sin embargo, con cada día que pasa, el deseo de comprender la actual pandemia de Covid-19 en un contexto histórico se acrecienta. 

Ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI, nos pensábamos protegidos frente a los peligros epidémicos por los avances biomédicos, en el caso en que tuviéramos acceso a tales servicios. Pero la angustia está aquí, entre nosotros y nosotras; vuelven las ideas e imágenes de enfermedad y muerte. Lo reprimido, la fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto.

Hagamos un poco de historia. Las ideas sobre salud y enfermedad que han tenido mayor continuidad en Occidente son las hipocrático-galénicas, que se basaban en el equilibrio interior de cuatro humores (flema, bilis negra, bilis amarilla y sangre) con cuatro elementos del ambiente (fuego, aire, tierra y agua). En el caso de las epidemias, estas ideas buscaban su causa en los miasmas, esos efluvios que surgían de aguas estancadas y ambientes viciados. Este fue el enfoque de los médicos higienistas del siglo XIX. En esa misma época se dan dos procesos de importancia para entender la forma en que intentamos comprender y manejar los problemas que plantean las epidemias en la actualidad. 

Por una parte, el paso de la atención médica desde los individuos a los grupos sociales y la atención hacia las condiciones socioeconómicas, llevaron al surgimiento de la “medicina social”, perspectiva dentro de la cual la tarea del Estado y de toda la política es proteger, mantener, recuperar el buen estado sanitario de la población. Se suele reconocer al médico alemán Rudolf Virchow como el “padre” de la medicina social. 

El segundo proceso del siglo XIX que determina nuestra manera de entender las epidemias es el desplazamiento de las ideas hipocrático-galénicas e higienistas por un método estrictamente científico, cuyo ejemplo más conocido es la etapa heroica de la bacteriología. Con este nuevo enfoque, la medicina adquiere el carácter de “ciencia médica” y se desplaza el lugar del conocimiento médico desde el hospital al laboratorio experimental y se extiende una “revolución del laboratorio”.

Por su parte, el imaginario del microbio, bacterias y virus alentó la tendencia a prestar atención a las fuentes invisibles del mal y a las amenazas escondidas en personas y grupos aparentemente “normales” o amenazantes por alguna razón política o cultural. El combate contra el microbio fue usado desde entonces como una peligrosa fuente de metáforas sociales y políticas. Con el descubrimiento de los fagocitos y al calor de la investigación del cáncer se sumaron a esta tendencia las metáforas bélicas. 

Desinfectores trabajando hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, surgieron dos figuras de importancia: la del investigador a tiempo completo y la del estadístico, cuyos esfuerzos mancomunados dieron nueva fuerza a la epidemiología descriptiva y más tarde a la epidemiología clínica y a la medicina basada en la evidencia. Después del éxito del Proyecto del Genoma Humano surge la epidemiología genética. Los grandes éxitos clínicos de estas metodologías, que buscan esencialmente determinar los factores de riesgo, sumado al despliegue biotecnológico nos brindaban en parte esa imagen de seguridad inexpugnable que la epidemia actual ha derrumbado con insólita facilidad.

En Chile, durante las últimas décadas, el mutuo reforzamiento entre una medicina enclaustrada sobre sí misma y la política neoliberal, llevaron a una desestimación tanto por esa otra cara de la moneda que ya mencionamos, la salud pública gestionada por el ente colectivo esencial, el Estado; como por el conocimiento y las experticias forjadas en los laboratorios universitarios

Así, nos encontramos en este momento de angustiosa espera, bombardeados por las más insólitas teorías, aguardando el ritual de la estadística acumulada -que reduce el drama a la contabilidad- y algún éxito de los laboratorios experimentales cuyo norte global es el lucro, a excepción de algunos pocos recintos estatales y universitarios. En medio de la crisis se están planteando problemas urgentes en la atención de salud así como otros cuestionamientos de mediano y largo plazo que incluyen el rol de lo público en salud, la educación cívica y sanitaria, el financiamiento de la ciencias, las discriminaciones y estigmas que afectan a los grupos con menos acceso a los servicios públicos, como migrantes y otras identidades minoritarias.

Chile y sus epidemias 

Las epidemias nos acompañan desde antes del encuentro de las poblaciones originales con los europeos, pero fue sin duda con la dominación colonial que se produjeron eventos epidémicos que han sido llamados el primer Holocausto moderno por las cifras de mortandad, cuyo cálculo estimado para algunas regiones está en torno a 30 millones de personas muertas. No podemos olvidar que entre las víctimas de las epidemias en diversos contextos geográficos y temporales están los pueblos colonizados, con casos extremos como el de la dominación hispano-portuguesa en América, el de la dominación inglesa en India y el de las distintas empresas de dominación colonial en África.

Durante el periodo colonial se sucedían brotes epidémicos que se nombraban con el lenguaje medieval castellano, como el tabardillo o tabardete, el malesito; o bien en lengua mapuche como el chavalongo. Sarampión, tifus exantemático, fiebre amarilla, fiebre tifoidea, viruela, convivían periódicamente con la población chilena. En el paradigma de las ideas hipocrático-galénicas algunas medidas antiepidémicas eran la huida, la cuarentena y algunas acciones sobre el aire como intentar moverlo a cañonazos o quemando hatos de hierbas en cada esquina de la ciudad, estas últimas aplicadas varias veces en el periodo colonial. 

Tanto en el periodo colonial como en el republicano, una respuesta habitual a los brotes epidémicos era la construcción de lazaretos, edificaciones transitorias, generalmente aisladas, en las que se brindaba lecho y alimentación a los enfermos y poca o ninguna atención médica. El lazareto era un lugar para morir

Fue la alta mortalidad de las epidemias de cólera en la década de 1880 lo que llevó a implementar un Consejo Superior de Higiene y en 1892 el Instituto Superior de Higiene, primera piedra en la salud pública, entre cuyas dependencias principales estaba el desinfectorio público y la policía sanitaria, encargadas de luchar contra las epidemias. 

Desinfectorio público hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

En el siglo XX no fueron pocos los eventos epidémicos vividos en Chile. Peste bubónica al despuntar el siglo, dos brotes de gripe española en 1918 y 1957, tifus exantemático con diferentes intensidades entre 1910 y 1949. 

A fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, junto a los cordones sanitarios y las cuarentenas se fueron afianzando las tecnologías de desinfección. Existían unidades móviles tiradas por caballos o que se desplazaban en locomóvil, que podía trasladarse a diferentes puntos de la ciudad a practicar desinfecciones. Era habitual la desinfección de trenes, tranvías, barcos y también de personas, como ocurrió en Chile en la epidemia de tifus exantemático de 1929-1935, cuando una de las principales medidas sanitarias fue la “Casa de Limpieza”, edificaciones repartidas por la ciudad en las que de forma obligatoria se ingresaba a los ciudadanos y ciudadanas pobres para un corte de pelo (rapado total), un baño y la desinfección de sus ropas.

En 1918, el primer Código Sanitario da fuerza legal a reglamentaciones y prescripciones sanitarias para todo el país. En 1924 se crea el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social y la Caja del Seguro Obrero. Ambos hitos dan cuenta de una tradición local de medicina social que protagonizaron los médicos formados en la Universidad de Chile y sus profesores; entre otros, Alejandro del Río, Lucas Sierra, Exequiel González, Eduardo Cruz-Coke, Luis Calvo Mackenna, Eloísa Díaz, Salvador Allende. 

La Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, creada a fines de la década de 1940, fue uno de los espacios en que se hicieron propuestas de salud pública en nutrición, epidemiología, estadística sanitaria, entre otros temas. Este proceso culmina de alguna manera con el primer Ministerio de Salud en 1952, cuya acción y fortalecimiento paulatino va dando alguna respuesta a los problemas de salud pública más dramáticos del siglo XX: el alcoholismo, la falta de una buena alimentación y de higiene, la lucha antituberculosa y antisifilítica, la alta mortalidad infantil, entre otros.

El cólera en Chile en la Colección Lira Popular del Archivo Central Andrés Bello.

Historia de la medicina. Una disciplina olvidada

La historia de la medicina fue un dispositivo muy útil a fines del siglo XIX para legitimar la unión definitiva de los títulos de médico y cirujano. Así, entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, conoció días de esplendor en la universidad europea y norteamericana. En Chile, si bien tenía cultores en el siglo XIX y a principios del siglo XX, como Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Lautaro Ferrer y Juan Marín, es en la segunda mitad del XX que se va desplegando la acción decisiva y la producción de Enrique Laval, Ricardo Cruz-Coke, Gunther Böhm y Sergio de Tezanos Pinto, entre otros, en el campo de la historia de la medicina. 

Aproximadamente entre las décadas de 1950 y 1970, este grupo logró consolidar un museo, una sociedad, una cátedra universitaria, una revista, congresos y un pequeño, pero muy activo campo historiográfico. Junto a estos logros notables hay que decir también que se trataba de médicos historiadores que tendían a una cierta defensa gremial y a un relato heroico de la historia de la medicina, exenta de conflictos y de consideración hacia la experiencia del paciente y la pluralidad conflictiva de ideas médicas. Desde la década de 1980 hasta la actualidad, ante el aumento de la exigencia y carga curricular, la historia fue desalojada progresivamente de las Escuelas de Medicina hasta su completa desaparición en ese espacio.

Desde otra vereda, para muchos historiadores e historiadoras, la historia de la salud y la enfermedad es algo que sienten alejado y secundario para entender la “verdadera Historia”. La historia de la medicina, como vemos en el contexto actual, aporta una perspectiva temporal, indispensable para comprender los procesos de salud y enfermedad. Finalmente, como se preguntaba el historiador francés Alain Corbin, ¿es posible comprender el siglo XIX y el XX sin tener en cuenta el darwinismo, la bacteriología, la higiene, la eugenesia, el racismo, por ejemplo?

Peligros y advertencias

En el contexto actual de lucha contra la epidemia de Covid-19 puede que muchos vean apropiado acudir a metáforas bélicas y que se validen las ideas de inmunidad y salud. Cuando la tormenta pase, deberemos enfrentar el peligro subyacente a seguir leyendo la sociedad y sus conflictos en esa misma clave. Ya sabemos cómo el nazismo trataba a los judíos como bacterias, bacilos, peligro para la salud de la nación. Ciertas ideas de salud y pureza han implicado graves consecuencias para grupos de la diversidad sexual. Por ejemplo, el prestigioso médico y ensayista español Gregorio Marañón pensaba en 1929 que la homosexualidad también podía propagarse como brote epidémico y por contagio social. Y en la historia chilena resuena trágicamente la metáfora del cáncer marxista.

Tampoco será prudente pensar que superar el Covid-19 nos liberará de mirar hacia las otras epidemias, enfermedades y problemas de nuestro tiempo, como la obesidad, la diabetes, la depresión y la depredación ambiental implícita en el capitalismo sin ética. Otro peligro subyacente a esta crisis puede ser la renovación de la confianza irresponsable en esa frase optimista de “la ciencia encontrará la respuesta” a cualquiera de nuestros problemas ecológicos.

Nuestra fragilidad, nuestra indefensión frente a la muerte, han regresado, pero junto con el malestar cabe pensar también que es justamente atendiendo a esa fragilidad que puede surgir una respuesta constructiva socialmente hablando; en palabras de Habermas, una envoltura jurídica y normativa, protectora contra las contingencias a las que se ven expuestos el cuerpo vulnerable y la persona. 

Si la bacteriología de fines del siglo XIX activó una solidaridad interclasista, ya que el mal podía atacar a cualquiera -como en la actualidad-, puede que de la actual crisis emerja un nuevo compromiso comunitario, una nueva ética y un proceso de fortalecimiento de lo público en salud. Como escribió el Dr. Salvador Allende en 1939, “la higiene social, la salubridad pública, la medicina, no admiten transacciones”.

Abusos de confianza

«¿En quién confiar? ¿En instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?”

Por Óscar Contardo

Durante treinta años el futuro consistía en lograr crecimiento económico y poco más que eso. Era un ábrete sésamo que cada tanto los dirigentes políticos y los economistas nos recordaban, como una tarea pendiente que nunca se acababa y que dependía de todos mantener al día. Debíamos confiar, ellos sabían, ellos habían recuperado la democracia, ellos habían transformado un país pobre y castigado por una dictadura severa, en un modelo de hacer dinero. 

Váyanse a sus casas, dejen todo en nuestras manos, aquí vemos cómo nos vamos arreglando, apártense. Eso fuimos haciendo, tal como nos sugirieron, fuimos mirando desde lejos, como niños que contemplan a los adultos discutir a la distancia sobre cosas de grandes; regresamos a casa, prendimos la televisión, descubrimos los centros comerciales, estrenamos las tarjetas de crédito, compramos lo que nunca antes pudimos y nos aturdimos con un entusiasmo ajeno que brillaba en el fulgor de las tasas de crecimiento anunciadas en las páginas económicas que informaban día a día de un despegue que nos elevaría hasta ver nuevos horizontes. En eso confiábamos, en montarnos en un cohete impulsado por las torres de oficinas que se levantaban en Apoquindo, se amontonaban en el Bosque Norte, trepaban hacia el oriente en un rastro de riqueza que se hacía un lugar en los nuevos barrios, los comerciales de las grandes tiendas y, en el mejor de los casos, las alzas periódicas del precio del cobre. Eso era lo único que nos convocaba a todos por igual. El resto, importaba poco, casi nada. Había que dejar hacer. 

El escritor y periodista chileno Óscar Contardo. Crédito de foto: Felipe Poga.

La lógica del crecimiento económico demandaba deshacer nudos, diluir los puntos de encuentro, separar la paja del trigo y establecer un precio a las puertas de ingreso al porvenir. Una nueva lengua de oferta y demanda le pondría un valor monetario a cada aspecto de la vida; era el idioma que debíamos hablar, qué duda cabe. Cada quién en su dialecto, cada oveja con su pareja. Habría chilenos y chilenas de liceo público, de copago, de colegio privado y colegio de élite. Los habría indigentes, de Fonasa y de Isapre, de micro, colectivo y autopista; chilenos de condominio, de casas chubi, de villas emergentes y barrios narcos; de contrato, contrata, boleteo y ambulantes. Un laminado fino que nos iba separando, fundiendo la convivencia en un magma de irritación y disgusto. Pero había que confiar.

Tanta fue la insistencia en la unanimidad, en el valor de los consensos, que le fuimos perdiendo el gusto al acto de votar. Si en 1988 el tramo de ciudadanos entre dieciocho y veinticuatro años inscritos en los registros electorales alcanzaba el 20% del total, en las parlamentarias de 1993 descendió al 13%. El 2001, los inscritos en el mismo tramo de edad llegaban sólo al 3,4%. La participación se fue desplomando en la medida en que la desconfianza en las instituciones crecía. Sin embargo, pese a todas las señales, el discurso oficial era que en Chile las instituciones funcionaban. Eso nos repetían a los que ya éramos mayores y a los más jóvenes. 

“Las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó”

No dejaban espacio para nuevas causas y la crítica era descalificada por peligrosa. Chile no estaba preparado para nada más, para ningún otro objetivo que no fuera el crecimiento y la observación estricta de un evangelio económico con interpretaciones bien acotadas, que vertiginosamente se fue revelando como una trama en la que el elenco protagónico era reducido y tenía trato directo con los guionistas. La gran mayoría de los chilenos eran sólo figurantes anónimos sobre quienes recaía la parte más cruda del relato. Pero había que confiar, no por nada el país había logrado entrar al club de las naciones más ricas, la OCDE, el mismo grupo que en cada informe nos arrojaba las cifras de nuestra realidad en todos esos ámbitos que sobrepasaban una mera cifra de crecimiento.


Chile podía exhibir datos macroeconómicos de excepción, pero tenía los peores índices en educación, productividad, innovación y un sinnúmero de aspectos que remataban, además, en el peor índice de confianza interpersonal entre los países de la OCDE. Porque confiar en Chile se había transformado en un asunto restringido al ámbito de lo doméstico, lo privado, y en contadas oportunidades algo que se extiende hacia el ancho mundo de lo público, en donde la mayoría serían simples desconocidos, seguramente tratando de sacar provecho. ¿Cómo no pensar así? Mal que mal, en eso consistía la experiencia diaria: someterse al trato abusivo, sobreponerse a los cobros indebidos y prepararse para una larga maratón que remataría en una jubilación de miseria. ¿En quién confiar? ¿En  instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En la policía que desfalca? ¿En las Fuerzas Armadas que se juegan los gastos reservados en el casino? ¿En los datos de un censo fallido? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En los candidatos financiados ilegalmente? ¿En un presidente que no paga las contribuciones pero que le exige a los ciudadanos cumplir con sus deberes? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?

Nos dijeron que tomáramos distancia, que dejáramos que los entendidos hicieran su trabajo. Eso fue ocurriendo. En las elecciones presidenciales de 2017 votó menos de la mitad del padrón. La disminución de participación en Chile no sólo era una de las más bajas de los países OCDE, sino también “una de las más agudas a nivel mundial”, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Ahora, poco después del estallido de octubre, una pandemia arrasa nuestra forma de vida y las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó.

Replegados a los interiores: Chiloé resiste

Tras el primer caso de Coronavirus confirmado en la isla, el pasado 25 de marzo, varias comunidades se manifestaron en el canal de Chacao, exigiendo levantar una barrera sanitaria que controlara el flujo de vehículos y visitantes, la que finalmente se aprobó. La poeta y profesora chilota Rosabetty Muñoz, ganadora de los premios Pablo Neruda y Altazor, relata en esta columna cómo vive el aislamiento y en medio del miedo, atisba una luz al final del túnel.

Por Rosabetty Muñoz

Parece una exageración afirmar que se borran los hitos temporales en este encierro que lleva un par de semanas en modo abierto y sólo unos días con el Canal de Chacao cerrado a todo tránsito que no sea esencial. Nos sorprendemos preguntando en qué día estamos, qué fecha es. Costumbres tan arraigadas que son parte de nuestra materia cárnea como tomar mate, se ha vuelto un atentado contra la salud. El círculo virtuoso del fuego, la conversación y el artefacto compartido no son una pérdida menor porque su falta es también la pérdida de  las costumbres que son pilares sobre los que se sostiene la construcción de nuestras vidas. 

Vivir suspendidos en este presente sólido, pesado, vigilando el instante como protagonista absoluto, es aterrador. Tal vez eso empuja a intentar vivir como siempre, la idea de no pensar en el porvenir. 

La poeta y escritora chilota Rosabetty Muñoz. Crédito foto: Fabiola Narváez.

Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas. Nuestro sistema de salud no cubre, en tiempos normales, la demanda de una población desperdigada por canales e islas pequeñas, menos frente a esta pandemia. Por eso, tenemos claro que el no contagio es prioritario; en esa dirección fueron desde el principio las demandas ciudadanas. La barrera sanitaria que se consiguió por medio de movilizaciones vecinales y firmeza de los dirigentes, es vigilada también por representantes de las comunidades. Llamará la atención este doble control, pero todos sabemos hasta qué punto ha llegado la desconfianza entre gobernados y gobernantes. En dos oportunidades se ha intentado romper el cerco de protección por acuerdo entre las autoridades regionales y las empresas salmoneras.

 La indignación de los ciudadanos por las decisiones de autoridades ha borrado la mansedumbre característica de nuestra gente y se ha instalado, en su lugar, una ira antigua por la postergación y abandono. Así como el virus vino a cambiar nuestros modos de habitar el territorio, también dejó al descubierto la crudeza de nuestra precariedad. Hay, por lo menos,  dos mundos claramente delimitados. Uno que habla de teletrabajo, que presiona a las familias por permanecer en las casas y despliega ante los confinados, series de televisión, programas de convivencia a  distancia, abre salas virtuales para que los niños continúen con su formación desde las casas; y otro, que no cuenta con internet en los domicilios, que no tiene señal de telefonía o que es discontinua, que no tiene agua potable.

«Cada vez hay más islas dentro de la isla», dice Rosabetty Muñoz. Crédito de foto: Juan Galleguillos

Una buena cantidad de estudiantes de Chiloé pertenecen a los sectores   rurales e incluso muchos de los urbanos, si no tienen el colegio abierto y comunicación directa con el aparato educacional, quedan aislados, porque la forma de sobrevivir ha estado siempre ligada al contacto con el otro, a las redes comunitarias, a la solidaridad que es difícil transmitir por medio de la tecnología. Cada vez hay más islas dentro de la isla. Ayer, sin ir más lejos,  muy temprano en la mañana, en las esquinas de Avenida La Paz y Caicumeo, se veían tan entumidos como siempre, en grupos, los turnos de trabajadores de las pesqueras y procesadoras de mariscos esperando a que los buses los pasen a buscar. No están siendo prudentes, podría decir un continental, porque la prudencia tiene en cuenta el futuro.  

Los chilotes nos resistimos a ser engañados por el aparato informativo. Hemos visto, otra vez, cómo el discurso de la autoridad habla de la seriedad de la situación, mientras en las poblaciones de las grandes ciudades la gente debe salir a trabajar y los privilegiados de siempre saben que, si se enferman, allí estarán los espacios de lujo ya equipados, en sus barrios, con una celeridad inaudita por el sistema de salud estatal. En el archipiélago sabemos que no contamos con esa posibilidad, por eso a la entrada de la isla grande se instaló un cartel que dice “Bienvenidos a Chiloé” y en letra más pequeña “Sólo a los residentes”: sacrificamos la ancestral vitalidad del encuentro con los otros en pos de resguardar nuestra salud.

«Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas»

Hoy es urgente actuar coordinados. Urge permanecer despiertos a lo más y menos evidente. No se puede vivir con miedo ni aceptando las decisiones de quienes protegen sus intereses económicos y/o políticos. Lo único que puede ayudar es la anuencia de los propios ciudadanos, la colaboración entre comunidades y quienes toman decisiones que afectan a todos. 

“Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: dentro de poco, volvieron a resucitar, despertando de la letargia jóvenes y pletóricos de fuerzas, así como la mariposa sale del gusano”. Esta cita del mito Quenos, nos ilumina para decir que no todo es oscuro en este presente suspendido sobre nosotros;  nos ofrece también señales que queremos aprender a leer. Volvieron las enormes mariposas blancas que le dieron nombre al sector donde vivo y hacía por lo menos veinte años que no llegaban. Casi todas las tardes aparecen bandadas de choroyes rompiendo el silencio y en la ventana del baño, lleva dos días posado un coleóptero de largas alas transparentes como cola de ropaje regio, con manchas oscuras en los bordes. 

¿Seremos otros cuando esto acabe? Quiero creer que sí. Que  cada uno de nosotros está haciendo un necesario acopio de valor, raspando la memoria para encontrar formas de vivir más humanas. Que nuestra fortaleza comunitaria, esa férrea manera de solucionar los problemas considerando a los otros, compartiendo la suerte de todos, será el escudo frente a los días venideros.

Zoom: un indiscreto y poco confiable nuevo amigo

En el contexto actual de teletrabajo, millones de personas se han volcado al uso de diferentes plataformas a fin de continuar con reuniones de equipo y, en casos más sensibles, atención médica y psicológica de pacientes. Sin embargo, estas herramientas presentan serios riesgos para la ciberseguridad que deben ser considerados. En esta columna, Daniel Álvarez y Francisco Vera abordan los cuidados más cruciales que hay que tener con Zoom, la más popular de ellas.

Por Daniel Álvarez y Francisco Vera

Por razones que todos conocemos, en pocas semanas Zoom se ha transformado en la aplicación más descargada a nivel mundial y en Chile se ha incrementado considerablemente su utilización desde la declaración del estado de excepción constitucional por Covid-19. Su facilidad de uso y una versión gratuita han permitido a una cantidad importante de personas alrededor del mundo trasladar sus actividades laborales, educacionales y de entretención a sus respectivos hogares.

En el caso de Chile, Zoom se está usando masivamente, ya sea porque instituciones de educación superior como nuestra Universidad de Chile la están empleando como plataforma para la realización de clases en línea; porque organizaciones públicas, empresas u organismos privados lo están utilizando para sus videoconferencias internas o porque profesionales como abogados, psicólogos, periodistas, o incluso, médicos, la están utilizando en sus consultas o labores profesionales.

Lamentablemente, desde el punto de vista de la privacidad y la ciberseguridad, Zoom resultó ser un nuevo amigo indiscreto y bastante descuidado. Veamos por qué.

Al revisar sus políticas de privacidad, Zoom, básicamente, nos dice que puede hacer (casi) cualquier cosa con nuestros datos personales, la información de nuestros contactos y con el contenido de las videollamadas en que participamos. Si bien Zoom declara que cumple con diversos estándares en materia de privacidad, en particular el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR), la legislación del Estado de California, Estados Unidos, y que cuenta con la certificación Privacy Shield que le permite transferir data desde la Unión Europea y Estados Unidos, dichas regulaciones constituyen un piso mínimo, y sus políticas de privacidad dejan mucho que desear.

Debido a las diversas controversias en que se ha visto involucrada Zoom en el último tiempo, se han visto forzados a actualizar su política de privacidad en al menos dos ocasiones en el último mes, siendo la última versión la publicada el pasado 29 de marzo de 2020.

Sin perjuicio de ello, Zoom ha recibido importantes críticas por eventuales usos invasivos, tratamiento desproporcionado de datos personales y por su política de compartir información recolectada de sus usuarios con terceras partes. Profundicemos en algunas de estas críticas:

Preocupante manejo de datos personales

Varios especialistas han criticado la excesiva ambigüedad de las políticas de privacidad de Zoom, ya que en la práctica impiden que el usuario tenga un conocimiento efectivo sobre el tipo de información que se recolecta, cómo se procesa y con quiénes y con qué periodicidad se comparte. En similar sentido, Zoom no ofrece claridad sobre el plazo de retención de datos y su política de gestión de cookies y recopilación pasiva de datos son extremadamente amplias.

La empresa también ha sido objeto de importantes críticas por sus prácticas y políticas de comunicación de la información personal de sus usuarios con terceras partes, que incluyen compañías tecnológicas, de avisaje y marketing y redes sociales como Facebook, entre otros. En este último caso, investigadores de seguridad advirtieron que Zoom intercambia información con Facebook incluso cuando los usuarios de la plataforma no tienen cuenta en esa red social. La compañía aclaró que eliminaría esta funcionalidad en la siguiente actualización de la aplicación.

La plataforma de videoconferencias Zoom se ha vuelto una de las más populares en Chile en medio de la pandemia de Coronavirus.

Zoom también ha sido fuertemente criticada por el amplio proceso de recolección de datos de sus usuarios, que incluye información técnica de los dispositivos utilizados, información sobre geolocalización, contenido de las sesiones grabadas, información sobre las prácticas de los usuarios al momento de usar la aplicación, que incluye información sobre atención de los asistentes durante la videoconferencia, trackeo de clicks y actividad del escritorio del usuario, todas cuestiones no fácilmente advertibles para sus usuarios.

Así, desde el punto de vista de la privacidad y la protección de datos personales, el uso de Zoom puede significar un riesgo importante para sus usuarios, ya que permite la recolección desproporcionada de datos personales de los mismos, tiene políticas y prácticas de intercambio de información con terceros extremadamente amplias y sus políticas de privacidad resultan ambiguas y abusivas. Y algunas de esas características no parecen ser un defecto de la plataforma a ojos de la empresa, sino parte de su diseño.

Falta de cifrado punto a punto

Desde el punto de vista de la ciberseguridad y a pesar de su publicidad, Zoom no ofrece encriptación punto a punto de las sesiones de videoconferencia, lo que permite que la empresa efectivamente pueda acceder a las sesiones, arriesgando además la interceptación de los contenidos que los usuarios generan. Esto es particularmente grave para profesionales como abogados, médicos y psicólogos que, además de las obligaciones legales de secreto profesional que deben respetar, suelen manejar información extremadamente sensible para sus clientes y pacientes, respectivamente. Lo mismo sucede para aquellas compañías que utilizan esta plataforma para discutir o compartir información comercial o estratégica sensible. 

Lamentablemente, muchas de las opciones que ayudarían a mejorar la seguridad de las conversaciones, como dificultar el acceso de terceros mediante su aprobación o el uso de contraseñas, a la fecha de este artículo se encontraban desactivadas por defecto y requieren de cierta experiencia del usuario para reconfigurarlas adecuadamente. 

Problemas de seguridad de las aplicaciones móvil y de escritorio 

También se han encontrado diversas vulnerabilidades y prácticas cuestionables respecto a los clientes de Zoom para Windows y MacOS, respecto de las cuales, sin embargo, la compañía ha tenido una actitud bastante proactiva, adoptando compromisos específicos respecto a la seguridad de sus productos y suspendiendo el diseño de nuevas funcionalidades hasta que esos problemas sean abordados adecuadamente.

Daniel Álvarez es académico de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y experto en Derecho Informático.

¿Qué hacer entonces?

Con todo lo expuesto, queda claro que Zoom adolece de varios problemas en torno a su manejo de datos personales y la ciberseguridad de su plataforma, por lo que sería fácil recomendar que no se use en ninguna circunstancia. Sin embargo, la realidad es más compleja y requiere entender los usos que hacemos de Zoom y hacer una adecuada identificación y gestión de los riesgos involucrados, según el tipo de información que comuniquemos.

Zoom sigue siendo un importante competidor en algunos segmentos, como la realización de reuniones o webinars masivos, dada la estabilidad y disponibilidad de su plataforma, y el bajo consumo de recursos de sus clientes. Además, en estos casos, la competencia viene de parte de plataformas como Webex o Meet, que tienen sus propios problemas. Por otra parte, la elección de plataformas no es realmente una opción para los usuarios, sino para los administradores de sistemas, que evalúan aspectos adicionales como la posibilidad de integrarlo a sus sistemas existentes, su precio, disponibilidad, y si pueden asumir ciertos riesgos.

Distinto es el caso de videoconferencias donde se discutan aspectos de la vida privada de las personas, consultas médicas o psicológicas, comunicaciones sensibles, confidenciales o secretas de los órganos de la Administración del Estado o con información comercial sensible para empresas, entre otros casos. En estos casos, existen soluciones con opciones más robustas de seguridad, tales como Signal o Wire para usuarios particulares, y soluciones especializadas para organizaciones, especialmente en lo relativo al cifrado, por lo que el uso de Zoom en esas instancias no es recomendable en esos casos.

De cualquier forma, es importante estar informado adecuadamente de los riesgos que involucra el uso de cualquier plataforma. Hoy Zoom se encuentra bajo intenso escrutinio, pero muchas de las preocupaciones discutidas a propósito de esta aplicación también son aplicables a otras plataformas.

Es importante tener claridad sobre qué necesidades necesitan cubrirse con el uso de una herramienta, teniendo presentes los aspectos de privacidad y ciberseguridad ya mencionados, tales como las políticas de recolección y uso de datos, su transferencia a terceras partes, y aspectos de seguridad tales como el uso de cifrado y la seguridad de los clientes utilizados. 

También vale la pena tener presente si las aplicaciones son de código libre (indicador usual pero no infalible de mayor seguridad y transparencia), y los modelos de negocios involucrados en las plataformas. Como dice el dicho en Internet: cuando algo es gratis, pasa que no eres el cliente, sino que el producto.

Esta columna fue escrita por Daniel Álvarez y Francisco Vera Hott. Network Lead, Privacy International.

Cría cuervos

Y matar, además y especialmente el ojo, puntualmente cada ojo, pues uno solo es sarcástico, folclórico, agorero, matar, pues, sin asco los dos ojos y todo el ojo, porque el ojo es el hombre, es la parte del ser que contiene más cantidad del hombre.

Carlos Droguett. Los asesinados del seguro obrero (1940)

Por Faride Zerán

Nada parece ser suficiente si se trata de aplacar, doblegar, disciplinar al Chile que emergió luego del estallido.

Ni las cerca de 400 heridas oculares según cifras del Indh, corroboradas luego en las 30 páginas del documento de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Onu, que acusaba graves violaciones de derechos humanos en Chile, agregando a los 26 muertos en el contexto de la protesta, entre el 18 de octubre y el 6 de diciembre, ejecuciones extrajudiciales y la detención de más de 28 mil personas, entre otras cifras destinadas a consignar la brutalidad.

Tampoco parece ser suficiente el horror sufrido por 192 personas que denunciaron haber sido víctimas de violencia sexual. Horror expresado en las 544 querellas por torturas y tratos crueles presentadas sólo por el Indh.

Porque al uso de balines con componente de acero utilizados indiscriminadamente en contra de los manifestantes se sumó luego la denuncia del contenido de soda cáustica en el chorro de los carros lanza-aguas de la policía, ambos hechos negados por los altos mandos uniformados y por el gobierno hasta que los análisis químicos demostraron lo contrario.

Y pese a que todos los informes de organismos de derechos humanos sobre Chile luego del estallido son similares (Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Comisión Interamericana de Derechos Humanos) y coinciden en la gravedad de tales violaciones, existe una diferencia que apunta a la palabra sistemática, que alude a responsabilidades políticas del gobierno, cuyo discurso ha sido traspasar dichas responsabilidades a Carabineros y Ejército, este último durante el Estado de Emergencia decretado por Piñera a horas del estallido social.

En este marco, diversos sectores y organizaciones de DD.HH. de la sociedad civil encabezadas por la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile han llamado a “un gran acuerdo por los derechos humanos”. En él se plantea el cese de la represión, de los discursos de confrontación y empate, y el establecimiento, mediante la justicia, de responsabilidades penales y administrativas, así como políticas. También se recomienda la creación de una Comisión de Verdad, Justicia y Reparación no sólo para establecer un relato compartido y confiable sobre esta grave crisis de DD.HH., escuchando a las víctimas y proponiendo medidas de reparación, sino también para contribuir en la búsqueda de antecedentes de primera fuente que documenten el horror.

Porque sin duda el debate en torno al término sistemático —que no es sólo semántico— lo tendrá que dilucidar la justicia luego de investigar caso a caso donde están las responsabilidades políticas y penales de quienes, ejerciendo las más altas funciones del Estado, por acción u omisión permitieron estos atropellos, al igual que la de aquellos que torturaron, abusaron, violaron o les arrancaron los ojos no sólo a casi 400 personas, en su mayoría jóvenes, sino simbólicamente a toda una generación. Una generación que creció sin miedo y que, a diferencia de sus padres o abuelos, no está disponible para habitar un futuro basado en la impunidad.

Una impunidad expresada también en el hecho de que las Fuerzas Armadas y de Orden no están obligadas, como sí lo está el resto de los organismos públicos, a entregar al Archivo Nacional una copia de sus documentos. Esto, gracias a la Ley 18.771, vigente desde el mes de enero de 1989, promulgada por Pinochet, que les permite a las instituciones armadas destruir archivos o documentación sensible sin violar la ley.

Al respecto, no resulta sorprendente el robo de computadores que contenían archivos de testimonios y denuncias de violación de DD.HH. desde las dependencias de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, dado a conocer por el presidente de esta entidad a mediados de diciembre, como tampoco las amenazas de muerte a líderes sociales y de DD.HH. ocurridas en las últimas semanas.

La crisis de derechos humanos que atraviesa hoy el país tiene su base en la impunidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura.

El estallido social iniciado el 18 de octubre último demostró no sólo el cuestionamiento de una sociedad ante un sistema socioeconómico que estaba acabando con la dignidad de todo un país sino que, junto a ello, hizo evidente que las agrupaciones de DD.HH. tenían razón cuando declaraban que la promesa del Nunca Más no era tal y que el Chile de las últimas décadas se había construido sobre la base de la impunidad y del fortalecimiento de discursos negacionistas ante los crímenes de lesa humanidad.

Por ello la urgencia de un acuerdo transversal sobre derechos humanos en Chile que realmente garantice que estos hechos que hoy conmueven a la opinión pública nacional e internacional no volverán a repetirse nunca más.

Esta es la base de cualquier proyecto de futuro. Sin este pacto, los cuervos seguirán arrancándonos los ojos ante cada crisis social y política que enfrente el país.  

Varado en Bordeaux, me llegan correos

Desde el 13 de marzo, el muralista fundador de la histórica Brigada Ramona Parra se encuentra en el sur de Francia debido una exposición de sus obras y varios proyectos de murales, sin embargo, la crisis del Coronavirus lo tiene confinado y sin poder regresar a Chile. Aquí, el artista relata su situación actual y envía un mensaje a sus compañeros de pinceles y a la sociedad en general sobre la gravedad de la pandemia y la importancia del aislamiento.

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para: Mono Gonzalez <mxxxxx@gmail.com>

fecha: 18 mar. 2020 18:30

asunto: Saludos Desde Chile

Hola Mono

Cuéntame cómo estás por allá?

Estás bien?

Por acá recién entrando a guardarse para hacer cuarentena por voluntad propia.  Probablemente se desate el caos dentro de algunos días con el virus ya que las autoridades tratan todo el rato de minimizar los efectos y aún se ve mucha gente x la calle. Yo me traje el taller para la casa mientras pase todo.

Te mando un abrazo y espero que te encuentres bien.

Saludos.

El artista Alejandro «Mono» González preparaba murales para ejecutar en Francia, España e Italia, todos suspendidos por la pandemia.

de: Mono Gonzalez <mxxxxx@gmail.com>

fecha: 19 mar. 2020 10:30

asunto: Saludos desde Francia

Hola maestro 

¡Enciérrense!

-Acá llevo desde el lunes 16 confinado en casa de unos amigos (aperado con mis remedios).

-El viernes 13 marzo pasado inauguré mi exposición y alcance a vender 5 de 22 obras que tuvimos que dejarla instalada por dos meses en la galería en espera que la situación se «normalice». Está restringido el tránsito por las calles y ya nadie camina por la ciudad.

-Cuando salí de Chile -antes que sucediera esto que estamos viviendo- tenía el presentimiento de que esta gira no iba a ser como las anteriores (tuve la tincada de no viajar… pero ya la habíamos programado desde hacía un año y había mucha gente involucrada…) teníamos muchas ideas y proyectos para hacerlas todas a la vez.

LE MUR- un mural de 3 x 9 metros que se ejecuta cada mes, esta bocetado, pero suspendido
En Madrid un muro sobre Violeta Parra que estoy bocetando para el futuro (…¿cuándo?)
Visitar y pintar en Nápoles, para después, lo mismo con unos talleres de gráfica urbana, también
suspendidos…

-No me falta comida ni abrigo pero estoy sin salir a la calle, solo una vez en la semana para abastecerme, con permiso especial. Igual los músculos se me atrofian de no moverme, pero hay que cuidarse. Acá todo está parado, solo funciona lo indispensable y la gente lo respeta, él que no lo hace son 300 euros de multa, la situación es grave.

-Con todas esas restricciones, que la gente respeta, se estima igual que los puntos más altos no han llegado eso será por los primeros días de abril subiendo hasta mayo, los franceses son más introvertidos, pero en Italia con todas las medidas hoy hubo 600 muertos, así que ¡cuídense!

– Incluso jóvenes de 35 a 50 años están ingresando a los hospitales en Italia y a mayores de 70 años no le están aplicando respiradores artificiales, los dejan a su suerte, están prefiriendo a menores por falta de equipos.

-Ahora estoy encerrado viendo películas por internet y he boceteado como dos nuevos murales, uno para Francia y otro para Madrid, los que tenía que haber pintado en esta gira y ahora están suspendidos.

Murales del «Mono» González que se expondrían hasta abril en la galería Magnetic Art Lab de Bordeaux, cerrada ahora por el Coronavirus.

-Quiero regresar a Chile y trabajar en mi taller, “confinado” (encerrado como siempre), pero no me puedo mover…

-En el consulado chileno en  Bordeaux no contestan llamadas ni correos, no existen.

-Miro por las ventanas y no circula casi nadie… toque de queda y guerra sanitaria decretada por el Gobierno francés, y el Presidente Macron, que en su mensaje a la nación dijo: «La salud no puede estar sujeta a las leyes del mercado. Es el Estado el que va a poner todos los recursos materiales y financieros, cueste lo que cueste”.

-A las medidas sanitarias en Chile no les han tomado el peso que tienen, esto no va en baja, sino todo lo contrario.

-Sin asustarse le aconsejo: Enciérrate y prepara mercadería, trabájate psicológicamente y prográmate para hacer todo aquello que tenías atrasado.

-Quiero regresar a Chile. Se que aquí estoy más seguro, pero me falta mi espacio … mis herramientas y trabajar en mis cosas.

-Ahora, más hipocondríaco que nunca, con remedios por si acaso- para el resfriado y termómetro para controlar la temperatura en todo momento- y dolores de cuerpo que no se me pasan, me las creo todas.

-Me falta la adrenalina del trabajo y me falta Chile y su Despertar y el ejercicio de los muros, el sudor de la jornada y la cercanía de los compañeros.

-Me aterra la tranquilidad de esta ciudad (vengo de un Despertar de Chile en movimiento) y aquí, es como si el mundo se hubiera detenido a causa de una peste amenazante, casi de ciencia ficción. Albert Camus está presente en el aire. Son tiempos del siglo XXI.

-Espero estén bien de salud y con paciencia que este mundo será distintos después de  esto. Empezamos con el despertar de nuestra patria y ahora se suma esto globalmente…donde como siempre los más pobres y  débiles seremos los más perjudicados.

un abrazo

del Mono González

desde Bordeaux-Francia

PD: -esta es la única forma por el momento de estar conectados. ¿y te imaginas si a esto se suma la caída de internet ?

No es un cuento de ciencia ficción. Estamos viviendo una realidad donde el hombre es culpable de exterminarse.