En el libro Tu pregunta es mi respuesta, la investigadora y artista Camila Estrella reconstruye la visita del artista estadounidense —figura central del pop art y activista por los derechos humanos—, quien llegó a Chile con más de doscientas obras en plena dictadura. Su paso por el Museo Nacional de Bellas Artes fue recibido con recelo por una escena local dividida entre la resistencia y la sospecha hacia el arte extranjero. A partir de ese episodio, Estrella indaga en los ecos políticos, simbólicos y materiales de esa exposición. Compartimos el texto de la presentación del libro, realizada en el MNBA.
Por Alejandra González Celis | Imagen principal: Robert Rauschenberg, Caryatid Cavalcade I / ROCI CHILE, 1985. Tinta de serigrafía y acrílico sobre lienzo 138 1/2 x 260 3/4 pulgadas (351,8 x 662,3 cm). Fundación Robert Rauschenberg, Nueva York. ©Robert Rauschenberg Foundation (reproducción del libro Tu pregunta es mi respuesta)
No soy una experta en arte contemporáneo, y me parece importante hacer esta aclaración, ya que las personas se hacen expectativas y pueden creer que yo formo parte de ese campo y que por ende mis palabras y mi apreciación de Tu pregunta es mi respuesta tendrán a su haber un conocimiento a priori del artista al que pertenece la exposición que aborda el libro y que se realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes hace cuarenta años atrás.
Muy lejos de eso.
Yo no tenía idea de quién era Rauschenberg y no habría sabido jamás sobre él y la historia que a su alrededor se armó si no hubiera sido porque a Camila se le ocurrió hacer esta investigación, obsesionarse e irme entusiasmando a mí, que ahora podré compartirles mis propias derivaciones sobre estas derivaciones: de este libro que Camila ha armado como si fuera otra exposición.
Que yo no pertenezca al campo y que no hubiera sabido quién era este artista no es solo un dato anecdótico, sino más bien una posición que es necesario indicar, de la misma forma en que se toma una posición cuando se aprecia una escultura, una fotografía, una creación visual. Una se acerca, se aleja, se rodea y se agudiza la mirada para ver eso que ahí aparece revestido de fisura en lo real. Y es que me parece que este libro transita (o nos hace transitar) por unos bordes mucho más interesantes que las certezas que suelen estar en los pilares de las diferenciaciones disciplinarias. Yo aquí estoy en la posición de poeta, y en tanto poeta, si hay algo que me interesa es precisamente la fisura, el resquebrajamiento de lo real, puesto que lo real es cruel y aplasta cualquier proceso de subjetivación. Me interesa el espejo resquebrajado, esos espejos que muestran que eso que se observa no es lo real. Ese alivio. El alivio y la posibilidad de otro tipo de deseo.
Este libro bordea esas certezas tan aparatosamente armadas, y en ese trabajo invita al lector a participar en la construcción de su propia estética, que se vuelve al mismo tiempo una posibilidad política e ideológica.
Tu pregunta es mi respuesta, además, es el resultado de un proceso de investigación que también ha debido realizarse bordeando fondos, patrocinios académicos y resistiendo a las lógicas de investigación neoliberales que insisten en reproducir un conocimiento que no incomode, es decir, que esté al servicio de la reproducción del mundo, o que se acomode a aquello que tiene que ser de interés ya que tiene un valor en el mercado. Camila decide hacer un libro, un gesto que yo valoro como resistencia.
Eso es lo que me interesa del libro: su potencial disruptor, su capacidad de desorden, de provocación, de caos; un libro que sea una herramienta.

Mauricio Redolés me comentaba hace varios años —y da lo mismo si a esta altura está arrepentido o no— que no le gustaba mucho ir al cine, porque siempre pensaba que si una película se podía contar, entonces era resultado de la flojera: para eso mejor que hagan una novela o un cuento y se den el trabajo de escribirla, “déjenle eso a la literatura”, decía. Las buenas películas son pocas y no se pueden contar, se sienten.
Mario Montalbetti ha repetido más de una vez que lo que le interesa es lo que el poema le hace al lenguaje, haciendo una diferenciación, disruptiva también, entre eso que llamamos literatura y eso que es el lenguaje. El poema bombardea el lenguaje, el poema constituye una otra experiencia —indicaré yo en el prólogo que hice a una edición de su libro Quasar—, el poema está por sobre el instrumental experiencial y se constituye como otra experiencia; se ama aun cuando nunca se haya amado. El buen poema, claro está, es el que no está siendo pensado solo desde la literatura, esa de bordes gruesos e infranqueables, esos que no se pueden vivir.
Cine, poema y este montaje que Camila arma desordenando, permiten producir otro tipo de pensamiento y eso, a mi modo de ver, contribuye a ejercitar la esperanza.
¿A quién le puede interesar lo que sucedió hace 40 años atrás en este museo? ¿Por qué la exposición desata un movimiento que puede retumbar hoy en esta sala nuevamente? ¿Qué conexiones hay entre esa serie de acontecimientos/opiniones/obras y este presente que con pesada materialidad foucaultiana parece aplastar la posibilidad de crearnos un presente otro?
Camila arma un montaje muy coherente, diría yo, con la pretenciosa ambición con que Rauschenberg viaja a Chile. Consistente no porque intente replicar su grandilocuencia, sino porque, casi en un juego de dialéctica negativa, reversa ese movimiento y hace emerger una polifonía de sonoridades que, como satélites, generan sus propias órbitas alrededor de este artista, órbitas que van mostrándonos lo que allí pasó o se quiso que pasara o nunca gustó que hubiese sucedido. Todo se puede ir tejiendo en un canon en el que es usted, yo, es decir, el lector, deberá tomar posición. ¿A quién le cree usted? ¿Quién es usted?
Este libro no es sobre la obra de Rauschenberg, sino sobre lo que pasó con la obra de Rauschenberg, y para eso tenemos que abrir a Chile y preguntarnos una y otra vez (porque esa puerta no puede estar cerrada, porque no debería haber ni puerta) qué pasó con nuestra dictadura, qué implicaba vivir en una dictadura día a día, que consecuencias diferentes tenía esa dictadura entre nosotros y cómo el arte, este museo —el Museo Nacional de Bellas Artes—, sus protagonistas, antagonistas y también quienes estaban fuera de él (queriendo estar adentro o esperando que lo que había acá adentro hablara con ellos) hacían cosas, vivían, discutían, pelaban, resistían y competían.
Yo nací en 1976; en 1985 tenía 9 años. Recuerdo perfectamente ese año porque fue la primera vez que viví un gran terremoto. Un terremoto sobre el otro terremoto de la dictadura que era Chile. Un país en el suelo, donde los muertos estaban tibios, donde se torturaba y se encarcelaba y donde al mismo tiempo se iba al cine, se pintaba, se escribía y este museo decidía montar esta exposición colosal.
Yo nací en dictadura y nunca conocí el otro Chile por mis propios ojos, pero lo he conocido a partir de todo lo que poetas, artistas, escritores y cineastas me han mostrado y me han hecho experimentar. Este libro, este objeto libro, le permite a una estar en esa exposición y al mismo tiempo estar en la cabeza de las personas que están viendo la exposición y al mismo tiempo quizás en la cabeza del propio Rauschenberg y en sus obras.
Camila además acompaña el libro con una generosa página web que nos permite ver las obras y seguir leyendo una novela policial incompleta porque no tiene ningún sentido completarla, porque la completitud implicaría cerrarla y entonces tendríamos certezas y no necesitamos ninguna certeza. Lo que necesitamos es explorar ese sentido común que parece ir abriéndose paso en esas entrevistas, en esos diálogos, en un Rauschenberg medio enojado, medio tostado, que no entiende o que se hace el gringo también. Un gringo que no habla español en una masa de chilenismos, un gringo que quiere arriesgarse, un gringo que podría haber sido espía de la CIA porque eso era totalmente probable.
Una exposición a la cual muchos decidieron no ir, asumiendo lo anterior como un acto político y de resistencia. Una exposición ante la que muchos otros van y se dejan impactar y dicen: nunca se había visto algo así; la explosión de una experiencia y al mismo tiempo la suspicacia de la apropiación cultural.
Las obras fueron puestas en un museo que se mandó a pintar para que estuviera a la altura de este invitado extraterrestre, una metáfora que aparece repetidamente: un extraterrestre que desarma el espacio, que contrae el tiempo fusionando épocas disímiles, lenguajes que no han convivido.
El libro, a mi parecer, plantea una serie de implicancias que escapan con creces de esa idea de encapsular el arte en lo que ocurre dentro de un marco (algo que el propio Rauschenberg pone en duda). También nos muestra el movimiento mismo de ese encapsulamiento, al punto de anular su propia metáfora. Esto es literal, no un decir: la única obra de Rauschenberg que queda de esa exposición en Chile duerme en un pasillo del Congreso y solo aparece cuando algún parlamentario decide dar una conferencia de prensa. Cuando la política se espectaculariza, ahí está el cuadro como parte de la escenografía. La ruptura, entonces, se sella. Y ahí queda, invisible, tanto, que ni siquiera yo, que vivo en la región de Valparaíso, tenía la más peregrina idea de que esa obra se encuentra en ese edificio funesto que nos quitó un hospital.
Las derivaciones de esta exposición son el eco de Chile. Y Chile produce y reproduce tanto de lo que aquí vemos, que esos 40 años parecen haber durado un segundo. La intención del artista, la ambición del arte, su vibración al golpear el contexto que lo acoge, la sospecha, la sumisión, la resistencia, la espectacularización, la pleitesía ante el arte blanco y extranjero, y también su condena anticipada.
Rauschenberg, creo, estaría muy contento: su exposición desbordó mucho más que el museo completo.
Este texto fue leído en la presentación de Tu pregunta es mi respuesta, que tuvo lugar el 19 de julio de 2025 en el Museo Nacional de Bellas Artes.
