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El infierno y la perplejidad de hoy

«Si el teatro es ese laboratorio de la experiencia social, el lugar donde podemos volver a pensar en común la artificialidad de una comunidad provisoria (la de los espectadores), entonces esa función de ágora vuelve en Estampida humana, una obra para pensar cómo hacer de la perplejidad un poder, cómo atravesar el infierno luego de la catástrofe», anota Mauricio Barría sobre el último montaje teatral de la Compañía Bonobo.

Por Mauricio Barría

El 4 de septiembre de 2022 algunos vivimos el cierre inesperado de un proceso constituyente que había surgido también de forma inesperada. Desde el estallido de 2019 (poniendo entre paréntesis la pandemia) hasta el plebiscito de 2022, pasando por la elección de la Convención Constitucional, el retorno de la izquierda al gobierno, hasta el plebiscito del 2022, vivimos una especie de momento utópico. Muchos montajes teatrales habían acompañado el malestar de forma sintomática haciéndose cargo de eso que finalmente sucedería en la gran arena de la política.  El sociólogo francés Jean Duvignaud decía que el teatro era necesario en los momentos previos a la revolución; una vez sucedido el asalto al poder, el teatro dejaba de ser central, porque era la política misma la que se convertía en una gran puesta en escena de la emancipación. Más allá de concordar o no, lo cierto es que el fracaso del proceso constituyente nos impactó y nos sumió en una suerte de estado de perplejidad.   

En enero de 2025 se estrenó Estampida humana, el cuarto montaje de la Compañía Bonobo. Como en sus anteriores trabajos, los directores Pablo Manzi y Andreina Olivari nos ofrecen una lectura sobre los fantasmas que acechan a la sociedad chilena actual. A través del humor y la parodia sutil, van tramando una reflexión sobre la disposición anímica que nos define hoy. Estampida humana tiene la magistral capacidad de apuntar al centro del malestar a través de un lúcido argumento sobre el miedo, entendido como el suelo sobre el que se levanta la convivencia social. La obra no solo asume y denuncia la facticidad del neoliberalismo que nos constituye, sino que comprende que este sistema requiere del miedo para producir sujetos individualistas e incapaces de imaginar futuros que no sean trágicos. La vida en común deviene así en un simulacro en el que lo administrativo toma el lugar del proyecto colectivo.   

La obra se articula desde tres historias que se van entrelazando hasta la escena final, en que convergen de forma catastrófica. Por un lado, encontramos a los vecinos de un condominio representados por lo miembros de un Comité de Vigilancia que deben decidir qué hacer ante la instalación de un grupo de okupas que se toman la plaza del barrio. No sabemos si son migrantes, gente de la calle o simplemente el detritus empobrecido de una economía en crisis. Por otro lado, el directorio de una tienda de decoración al borde de la quiebra elucubra posibilidades para impedir su fin y, finalmente, una facción clandestina de izquierda al interior de Carabineros planifica su primer atentado, para anunciar su adhesión al proyecto de transformación del país, el que busca hacer en las dependencias de la tienda. La parodia rezuma por todas partes. Los vecinos, en apariencia diversos, representan posiciones éticas muy reconocibles. Una pareja de izquierda progresista que siente culpa por creer que hay que expulsar o desterrar a los migrantes, un migrante acomodado que vela solo por sus intereses, la madre de un progresista que resulta bastante más radical, pero que al mismo tiempo guarda una suerte de sabiduría ancestral (o sentido común no mediático). Entre todos ellos, hay un señor viejo que busca el amor verdadero, una suerte de espíritu natural premoral que no puede sobrevivir en un mundo como el actual.  

Estampida humana 
Dirección: Andreina Olivarí y Pablo Manzi  
Dramaturgia: Pablo Manzi  
Elenco: Carlos Donoso, Paulina Giglio, Gabriel Cañas, Gabriel Urzúa, Guilherme Sepúlveda, Coca Guazzini 

A diferencia de sus anteriores montajes, en Estampida humana los directores deciden trabajar con medialidad. Todas las escenas del directorio suceden como una filmación, cuyas tomas complejizan visualmente las situaciones. Hay parodia otra vez: un negocio familiar en decadencia y en el que se esconde un secreto familiar, la presencia de otro linaje que viene a ensuciar la presunta pureza de clase, raza y género. Por último, las secuencias más divertidas y al mismo tiempo cáusticas, como la historia de un movimiento antisistema integrado por carabineros que deciden poner una bomba en las oficinas de una tienda para matar a los miembros del directorio, representantes de la explotación.  

Cuando examinamos el arco completo de la dramaturgia comenzamos a notar que el asunto de la obra es una lectura del “Chile post”. Post proceso constituyente, post estallido social, post pandemia y la perplejidad ante la evidencia de que el sueño utópico de la transformación y de los proyectos colectivos terminaron siendo eso, un sueño.    

Se trata de una dramaturgia brillante no solo por la inteligencia de su construcción, sino porque, como pocas obras hoy, logra generar un resplandor de luciérnaga en la oscuridad anímica de estos tiempos. Una propuesta que se atreve a transvalorar los sentidos comunes de esta sociedad aletargada, con vistas a producir otro espacio crítico, esta vez también de orden afectivo y no solo argumentativo. Como cruzar la perplejidad. Como cruzar el infierno. Pero no es solo la dramaturgia. La escenografía y el diseño integral de Juan Andrés Rivera y Felipe Olivares, económico y preciso, logra articular el espacio de forma narrativa y dramática, constituyéndose también en un personaje. También destaca el notable trabajo con el audiovisual a cargo de Alex Waghorn, que se incorpora en el espacio escénico con toda naturalidad y consistencia. Un trabajo delicado, en el que el sentido de lo teatral nunca se desvanece y que genera un plano de profundidad. Lo mismo respecto del diseño sonoro de Daniel Marabolí. Las actuaciones, a su vez, son soberbias. La integración de Coca Guazzini a este elenco ya consolidado le da un nuevo matiz. Ya no es solo el intercambio ágil de textos inteligentes, ahora también aparece lo contemplativo. El silencio, el vacío, la quietud inquieta del cuerpo en la intemperie. El trabajo actoral de Carlos Donoso, Paulina Giglio, Gabriel Cañas, Gabriel Urzúa y Guilherme Sepúlveda logra de forma magnífica mantenerse en el límite del estereotipo, jugando con esa contención neurótica de los cuerpos chilenos que sintomatizan esa impotencia del deseo. Vemos la consolidación de una compañía en la que las autorías terminan por diluirse. 

Estampida humana es una obra que, luego de aplaudir con intensidad, uno simplemente agradece. El cuarto montaje de Bonobo —luego de su potente trilogía conformada por Donde viven los bárbaros (2015), Tú amarás (2018) y Temis (2022)— supo ir más allá de lo que ya habían logrado, desplazándose incluso de los marcos que articularon ese proyecto a través de estructuras temporalmente diversas y de un trabajo con lo audiovisual que no rompe lo teatral.   

Si el teatro es ese laboratorio de la experiencia social, el lugar donde podemos volver a pensar en común la artificialidad de una comunidad provisoria (la de los espectadores), entonces esa función de ágora vuelve en Estampida humana, una obra para pensar cómo hacer de la perplejidad un poder, cómo atravesar el infierno luego de la catástrofe.