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Iván Navarro y la memoria sonora del under

Es uno de los artistas visuales chilenos más internacionales y desde hace 20 años cultiva una segunda pasión: la de investigador y editor musical del sello Hueso Records, donde ha ido al rescate de la música contracultural de los 80 en Chile publicando en vinilo a Pinochet Boys, Cleopatras e Índice de Desempleo. Desde este sábado en el GAM, ambas facetas se reúnen en la muestra Penumbra, que incluye esculturas lumínicas, videoclips, performance y el lanzamiento del disco María Sonora 1988.

Por Denisse Espinoza Aravena | Crédito foto principal: Felipe PoGa

Cómo llegó el cassette a sus manos no está del todo claro. Las fechas exactas están borroneadas por el tiempo, así como los nombres de la mayoría de las bandas que fue a ver tocar en lugares hoy también desaparecidos. Lo cierto es que para 1986, el adolescente Iván Navarro (Santiago, 1972) ya estaba metido de lleno en el ambiente del punk santiaguino y atesoraba como pocos ese cassette pirata de los Pinochet Boys, único registro que quedó de la provocadora banda que ese mismo año se disolvió, después de que allanaran su sala de ensayo y de que una lluvia de botellazos hiciera terminar abruptamente su última tocata en barrio Bellavista, antes de escapar a Brasil.

Los Pinochet Boys nunca más volvieron a tocar, pero al menos tres de los cuatro integrantes siguieron con otros proyectos musicales hasta hoy reconocidos. Miguel Conejeros trabajó en Parkinson y luego adoptó el pseudónimo de Fiat600, Daniel Puente se mudó a Europa y formó el aclamado trío Niños con Bombas, y Sebastián (Tan) Levine colaboró con varios grupos, entre ellos, Electrodomésticos y Supersordo.

Veinticinco años después, Iván Navarro se convirtió en uno de los artistas visuales chilenos más internacionales de su generación y desde 1997 vive en Nueva York. Fueron los cortes de luz durante la dictadura y la electricidad usada como instrumento de tortura lo que más tarde inspiró su trabajo. Sus esculturas lumínicas hechas con tubos fluorescentes, neones y espejos conquistaron tanto al público como a la crítica, las galerías y los museos de arte, y pronto comenzó a ser invitado a exponer en ciudades como Reino Unido, París, Roma y Madrid. En 2009 ganó un Premio Altazor y fue el encargado de inaugurar el primer pabellón de Chile en la Bienal de Arte de Venecia.  Sin embargo, en 2005 empezó a desarrollar en paralelo su segunda pasión: la música. A través del sello Hueso Records comenzó a editar en vinilo proyectos musicales experimentales de músicos y artistas contemporáneos como Maestro, Nutria NN, Makaroni y Catherine Purdy. En 2012 haría un giro en esa línea curatorial al encontrar su antiguo cassette de Pinochet Boys. “En ese momento ni siquiera recordaba cuáles eran los títulos de las canciones, pero varias personas tenían grabados los mismos temas y luego descubrí que eran las únicas dos canciones que se habían registrado. A través de un amigo artista contacté a Conejeros —Fiat600— y le ofrecí hacer un vinilo con los mismos dos temas, pero bien hechos. Aceptó”, cuenta Navarro. 

Se hicieron 500 copias del vinilo con los originales de esas dos únicas pistas grabadas en estudio en 1984 gracias al aporte de Carlos Fonseca, material que los miembros de la banda mantuvieron en reserva por casi 30 años. Ese lanzamiento dio paso a una nueva línea en el sello, la del rescate del underground chileno en dictadura. “Fue increíble, porque a los Pinochet Boys fue a los únicos que contacté para editarlos, pero luego comenzaron a llegar de a poco propuestas de otros músicos de esos años como Pequeño Vicio, Índice de Desempleo; incluso Jorge González me llamó y con él editamos su proyecto Leonino”, cuenta el artista.

Hoy, Navarro está festejando los 20 años de Hueso Records con una exposición que trae por primera vez a Chile un despliegue de sus dos facetas, la de artista visual y curador musical. En el marco de la 17° Bienal de Artes Mediales se presentará Penumbra, del 11 al 26 de octubre en la Sala de Artes del GAM, que albergará esculturas, objetos, videoclips e instalaciones lumínicas como Linterna: No soy de aquí, ni soy de allá (2006), Enterrar y callar (2013), Farándula de charlatanes (2013), Break, Crack, Crash, Crush, Hit, Kick, Knock, Scratch, Smack (cymbal) (2017), el video Tierra sin tierra (2023), la instalación The Music Room IV (2017), en colaboración con su pareja, la artista Courtney Smith, y la colección de Hueso Records Compilation 1 (2023). Además, en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende se expondrá la escultura Caravana del amor realizada por la dupla Konantü, conformada por Navarro y su esposa, la artista Courtney Smith.

Enterrar y Callar (2013),  una de las esculturas lumínicas presentes en Penumbra

“Hace bastante tiempo que quería unir estos dos cuerpos de obras y que en las exposiciones se mezclara todo, el arte y la música. Hay varias obras que no he mostrado en Chile, por ejemplo Compilation 1, que exhibí en Brasil y Estados Unidos, o Music Room, que reúne mi colección de discos de música revolucionaria”, detalla Navarro.

La gran primicia, eso sí, es el lanzamiento de María Sonora 1988, el proyecto musical de María José y Tan Levine, que a fines de los 80 irrumpió con un sonido totalmente opuesto al punk de protesta y que fusionó ritmos latinoamericanos y norteamericanos como hip-hop, funk, raggamuffin, cumbia y rock con letras alegres y llenas de color.

El álbum fue grabado en Santiago entre 1989 y 1990, y al año siguiente el sello japonés King Records los invitó a pulirlo en una de sus salas en Tokio, a la que fueron junto a Carlos Cabezas como coproductor. De vuelta en Chile, sin embargo, se encontraron con una industria nacional en declive, que no le hizo espacio a una propuesta de “cumbia electrónica” demasiado adelantada a su época. Treinta y seis años después, este LP inédito es finalmente presentado por Hueso Records con los temas originales remasterizados y con una portada de disco especialmente diseñada por el artista brasileño Nelson Leimar.

“Estaba todavía en la escuela de arte cuando vi a María Sonora por primera vez tocar en 1994, en el hall del Museo de Bellas Artes. Era su concierto de despedida. Recuerdo que lo que más me impactó, además de su música, fue que tocaron sin escenario. Primera vez que veía a una banda tocar a nivel de piso, como poniéndose a la misma altura con el público, en una relación horizontal. Poder presentar por primera vez su disco editado es un orgullo”, dice Navarro. 

María Sonora se volverá a reunir en vivo en un concierto en GAM el 24 de octubre a las 18 horas, el que estará precedido por el lanzamiento de un nuevo videoclip de Cleopatras, otra de las bandas rescatadas en 2016 por Hueso Records, conformada por Patricia Rivadeneira, Tahía Gómez, Cecilia Aguayo y Jacqueline Fresard. Aquí presentarán “Peonía roja”, una antigua canción compuesta por Jorge González incluida en la segunda edición de su disco, que esta vez tiene portada de la artista argentina Liliana Porter.

¿Cómo enfrentas este nuevo rol de ser artífice del regreso de todas estas bandas?

—En un comienzo fue muy loco, porque todo empezó a agarrar fuerza solo. A mí lo que me interesa es hacer estas ediciones en vinilo y no transformarme en manager de las bandas. Eso al principio desilusionó a algunos, pero no me quiero meter en el rollo de hacer conciertos para ganar plata. Con esa línea de trabajo bien establecida ha sido supersatisfactorio. Cecilia Aguayo de Las Cleopatras me decía que después de que hicimos el disco en 2015, ellas retomaron la banda, la revitalizaron e incluso ahora,para la segunda edición del disco, grabaron otra canción que tocaban en vivo en los 80, pero que estaba inédita. Esas cosas dan gusto: que el arte transforme a la gente. También me interesa que haya cruces con grupos de la escena actual que, de una u otra forma, están influenciados por estos referentes. Por eso también invitamos a tocar a Planta Carnívora.

¿Hay un dejo de nostalgia en esta predilección por el vinilo?

—Más que eso, lo esencial es que me gusta mucho el sonido que tiene. Si lo cuidas bien, el vinilo te puede durar muchos años. Los CD y los cassettes son de un material muy frágil, que se autodestruye. En cambio, si tienes un vinilo y nunca lo abriste, aunque tenga 40 años va a sonar idéntico, y la tecnología ha cambiado muy poco. Uno puede seguir reproduciendo discos que se editaron hace 50 años en un tocadiscos nuevo. Es un sistema que funciona demasiado bien y que no hay para qué cambiar ni meterle parafernalia más moderna. Eso asegura la eternidad de lo que estamos haciendo., con la sociedad alrededor. Para alimentar la propia obra.

En este camino de “arqueología musical”, aparecieron nuevos socios interesados en la aventura de Hueso Records. Desde este año, el Institute for Studies on Latin America (ISLAA) de Nueva York se interesó en apoyar la edición de estos discos, y tanto el vinilo de Cleopatras como el de María Sonora se enmarcan en un proyecto de investigación mayor que Navarro está trabajando con la periodista Marisol García sobre las bandas surgidas durante las dictaduras de los países latinaomericanos, que fueron parte de la Operación Cóndor, una campaña de represión política y terrorismo de Estado llevada a cabo por varios países de la región desde 1975 y que fue respaldada por Estados Unidos.

¿Cómo avanza esa investigación y a que bandas ya han detectado?

—Es un proceso lento, pero fascinante. Comenzamos con estos dos primeros discos chilenos que ya teníamos investigados y ahora mismo estamos trabajando en el siguiente, que queremos que sea de Diana Nylon, una artista argentina que en su momento fue conocida y luego quedó olvidada. Su disco es de 1984 y es un poco más rockanrolero, así como la música argentina, y con letras muy antidictadura. Ya estamos en conversaciones con la familia para la edición.

En comparación con la escena under musical de los 80, ¿habrá también tesoros que rescatar de la escena de las artes visuales?

—Sí, de todas maneras. Ahora mismo el Museo de la Solidaridad va a inaugurar una muestra curada por Amalia Cross, quien hizo una investigación del archivo donde aparecieron cosas totalmente desconocidas. Por temas familiares [antes del golpe, su padre Mario Navarro fue Secretario Nacional de Extensión y Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado, hoy USACH], sé que dentro de la gráfica chilena hay un montón de cosas muy interesantes; afiches, volantes, panfletos que tenían un gran nivel artístico, pero que en su momento no se valoraron y todavía hay gente que las tiene guardadas. Sé también que en la Pinacoteca de Concepción hay un archivo musical de los años 50 y 60 superimportante y todavía nadie se ha metido allí a investigar.

En el caso de las artes visuales, lo que más se conoce y ha tenido proyección internacional de la época de dictadura es la Escena de Avanzada, pero ciertamente hubo muchos más artistas produciendo en ese momento.

—Sí, de todas maneras. El caso más claro es el de Cecilia Vicuña, a la que durante los 80 y 90 no pescaron nada. Yo creo que la Escena de Avanzada era superelitista y dictatorial. Tenían muy poca multiplicidad en la forma de ver las cosas. O sea, era un arte chileno que hablaba de la dictadura, pero con una filosofía y estética europea, porque Nelly Richard es francesa. Entonces tenía esa impronta, pero no era algo que se reconociera. Los músicos under la tenían clara, asumían que venían de una mezcla de estilos. En cambio, los artistas visuales hacían como si hubieran inventado la rueda. Si buscas lo que los artistas europeos de los 70 estaban haciendo y lo comparas con lo que hacían los chilenos, era muy parecido. Te diría que la Escena de Avanzada no era tan de vanguardia, más bien era una Escena de Atrasada.

En una entrevista, Arturo Duclos decía que el arte tenía más vitalidad en los 80 que ahora. ¿Compartes esa visión?

–Concuerdo con él en varias cosas. En esos años, la gente trabajaba en lo que fuera para juntar plata y hacer arte, había grandes cosas colaborativas, como tocatas con varias bandas o pinturas gigantes que no se pensaban vender. Ahora, en cambio, como la mayoría piensa primero en cómo vender la obra, los artistas terminan haciendo cosas más chiquititas, más modestas, quizás no tan buenas, pero que puedan vender. Hace 15 años parecía posible vivir del arte, porque hubo mucha gente que se transformó en coleccionista, también acá en Chile. Ahora es difícil, sobre todo después de la pandemia. La gente prefiere comprar una casa en la montaña en vez de invertir en pinturas. Creo que se dieron cuenta de que el arte no te salva la vida. No de manera práctica, al menos.