Elisa Loncón: “Se habla tanto del racismo en Estados Unidos, pero no se habla del de Chile”

Doctora en Lingüística de la U. de Leiden en Holanda y profesora de Estado mención inglés por la U. de La Frontera en nuestro país, la académica Elisa Loncón Antileo es especialista en mapudungun y educación intercultural bilingüe, y actualmente es académica del Departamento de Educación de la U. de Santiago de Chile. En esta entrevista, la también coordinadora de la Red por los Derechos Educativos y Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de Chile aclara la noción de interculturalidad, distinta de multiculturalidad, que deberíamos adoptar para el reconocimiento de todos los pueblos dentro de nuestra nación. Además, se refiere a la situación de abandono que vive el pueblo mapuche, que hoy se ve agravada por la pandemia, y a la importancia de contar con una Constitución que haga valer los derechos y saberes de todas y todos los habitantes de Chile.

Por Jennifer Abate

—Hace poco, usted decía: «Todos vimos el eclipse el año pasado y nos impresionó, la mucha emoción de vivirlo nos cautivó y muchos no reflexionamos sobre la advertencia de mal augurio transmitido en la tradición oral mapuche». Lo sumo a lo que planteó el integrante de la Comunidad Historia Mapuche Andrés Cuyul, quien escribió recientemente una columna para Palabra Pública donde decía: “Antes que el Covid 19 llegara, la crisis ya había sido leída a través de signos que muestra la naturaleza, entre ellos, floreció la quila, se secó el coligüe en la mata, hubo un eclipse y viene otro. Cuando la naturaleza muestra estos signos hay que prepararse para lo peor”.¿Qué significan estos signos?

La académica y especialista en mapudungun y educación cultural bilingüe, Elisa Loncón Antileo.

Para comprender esto hay que ponerse en un paradigma diferente, que no es el paradigma de cómo se construye el saber occidental. Es un paradigma de los pueblos originarios, la filosofía de los pueblos originarios, que tiene todo un fundamento, una base, y nosotros comprendemos, aprendimos de nuestros antepasados a convivir con la naturaleza, a leer lo que está en ella. Sabemos, por tradición oral, que en épocas de guerra, por ejemplo, floreció la quila. Estuve trabajando mucho el año pasado y con el estallido social fui a las comunidades y me encontré con lonkos que me advirtieron y me dijeron: “mira cómo se secó el coligüe” y, claro, por el camino veía que se secaba el coligüe y la quila, que no florece, había florecido, y sólo lo hace para entregar malos augurios. Para los mapuche, el eclipse es un momento en que el sol muere. Muere el sol, una energía valiosa, la mejor energía que el mapuche recibe es la del sol y hay todo un ceremonial para recibirla. Imagínate que el sol es el astro que entrega la energía y en un momento se detiene, se oscurece, ese es un mal anuncio para la comunidad. Nos llegó eso, sabíamos, y la autocrítica que nos hacemos, sobre todo nosotros, que estamos más vinculados a la cuestión académica, es que tenemos el conocimiento, pero tenemos que ser capaces de actuar políticamente frente a ese saber. Dentro de la investigación Fondecyt que estoy haciendo fui a conversar con un lonko de la zona pehuenche en el Alto Biobío y él me dijo en febrero: “me soñé con el sol, me soñé con la luna y me soñé que había que sembrar granos de larga duración”. ¿Qué granos? Bueno, la quinoa, el trigo centeno y otros granos más bien firmes. Y me dice: “eso es porque viene hambruna”. Él ya tenía su almácigo e incluso había hecho un almácigo de pehuén. Nosotros aprendimos a convivir con la naturaleza y a leer en la naturaleza signos referidos al futuro, y eso está en la tradición oral de nuestros pueblos.

-¿De qué forma se actúa políticamente a partir de ese conocimiento? 

En el caso del lonko, él estaba actuando políticamente, porque dice “me soñé esto y este es mi sembrado y esto hay que sembrar”, y me mostró y llevó a su huerta. Políticamente, hay que tener un cambio de actitud porque ya te avisaron, ese es el aviso que te exige un cambio de comportamiento. Entonces, ¿cuándo uno no actúa políticamente? Cuando uno se queda solamente con esa emoción, yo lo viví con el eclipse, que me emocionó. Estaba con los estudiantes mirando el eclipse y me paralizó, porque por un lado sabio era la señal, pero desde el mundo occidental, desde el mundo de la academia, esa señal no tiene valor. ¿Cómo lo hacen las comunidades? ¿Cómo lo están haciendo ahora? En el campo, ellos están actuando con ese saber. 

Ahora, ¿qué pasa con el diálogo? El tema intercultural implica un diálogo entre saberes y la sociedad. Nosotros, como sociedad chilena, no tenemos eso, porque no le damos el mismo valor al conocimiento de la academia que a los conocimientos originarios. Falta todavía mucho trabajo de valoración y reconocimiento de estos saberes porque también son válidos, porque también son científicos y también vienen de la observación. Hay un problema fuerte, es un problema político que tiene que ver con la poca valoración del mundo indígena y el no reconocimiento de sus derechos.

Según cifras de la encuesta Casen, la pobreza indígena alcanza un 14,5%, mientras que la de no indígenas es de 8%, una brecha que aumenta en el caso de la pobreza multidimensional, que impacta a 30,2% de la población indígena versus el 19,7% de la población no indígena. ¿En qué pie encuentra la pandemia por Covid-19 a las y los mapuche, sobre todo a los que viven en la ruralidad?

Bueno, ese índice muestra la brecha en que estamos y esa brecha es multidimensional porque pasa por la falta de reconocimiento de derechos de los pueblos originarios. Ahora, que se habla tanto del racismo en Estados Unidos, no se habla del racismo que está aquí en Chile. Es racista que un sistema le dé todas las posibilidades a la educación en español mientras a otros pueblos los posterga y no les da la posibilidad de que su educación sea en su lengua, porque favorece a una sociedad del conquistador, la sociedad que quedó y después se llamó chilena. La pandemia nos pilla en un desamparo político y de valoración, todavía hay mucho racismo y colonialismo y poco avance en el reconocimiento político y de los derechos territoriales, porque si existe la pobreza en el sur, en las comunidades, es debido a que la gente vive de lo que produce, y cuando no, son temporeros en las forestales. Hay muchos mapuche que trabajan en las forestales y que traen el dinero a las casas, y muchos de los aportes los hacen las mujeres hortaliceras, que además de producir los alimentos para los hijos, también generan un ingreso familiar para compras menores. Todos esos oficios no son identificados como oficios de vida. Entonces, los índices de pobreza están también basados en indicadores que no reflejan las maneras en que vive ese pueblo. El trabajo informal es una de las prácticas que tiene la mayoría de las familias en el sur y de eso está viviendo la gente. 

Acá en la ciudad la situación es distinta, porque la gente que se ha venido forma parte de los barrios marginales, recibe, qué sé yo, un trabajo salarial y a veces también informal, es un trabajo que realizan a diario, pero que no tienen por medio de una contrato. Ellos mismos generan sus ingresos y, en ese contexto, la pandemia también nos encuentra a todos con un problema de salud profundo, hay muchas enfermedades que se han vuelto endémicas, como la diabetes o el cáncer.

Lo que hoy experimentamos es una crisis sanitaria ocasionada por un virus. ¿Le parece que esto puede interpretarse como parte de una crisis mayor? 

Yo he sostenido, y también lo he leído de sociólogos e historiadores, que esta es también una crisis de la civilización, una crisis mayor, una crisis que no es sólo sanitaria, es una crisis económica, alimentaria, ecológica, de los migrantes, es una crisis de la situación de las mujeres, es una crisis generalizada y el virus, lo que ha hecho, es mostrar esta gran crisis. Nosotros, como académicos, estamos en privilegio porque mantenemos el sueldo y seguimos trabajando, pero hay personas que no tienen casa para hacer la cuarentena, no tienen dónde hacer el resguardo, no tienen alimentación, están hacinadas, y esa es una gran parte de nuestra población. 

La crisis de la civilización tiene que ver con la apuesta que hizo la sociedad occidental, una promesa en función del desarrollo y del futuro, donde todos íbamos a ser desarrollados. Esa fue la historia que seguimos y hoy día estamos en ese no futuro, no somos capaces de tener una vacuna para una enfermedad que mata a millones. En el fondo, es la crisis de la apuesta que hizo la sociedad occidental, una filosofía que le dio la espalda a la naturaleza, que privilegió la acumulación de la riqueza económica a partir de la explotación del ser humano y de la naturaleza. Así es como tenemos gente muy, muy rica, y gente pobrísima. Esta forma de vivir de espaldas a la naturaleza nos está cobrando todo, porque el virus también se generó entre el contacto de animales y seres humanos, que es un contacto demasiado fuerte. Nuestro pensamiento tiene vigencia porque se da en términos de entender que en este mundo nosotros no podemos tener de enemiga a la naturaleza, no podemos destruir a la naturaleza..

¿Es usted optimista respecto a los potenciales cambios en la noción de desarrollo que tiene actualmente nuestra sociedad? 

Yo creo que sí, porque si uno ve el contexto de Chile y ve el contexto de Estados Unidos, ellos en este momento están librando la otra crisis, que es el tema del estallido social: el racismo y la desigualdad para los afroamericanos y los latinos allá es como con los mapuches acá. Acá los más pobres son los indígenas, allá los más pobres son los afrodescendientes, los más discriminados y los que tienen más posibilidades de morirse, porque son atacados por la policía. Y aquí, ¿quién tiene mayor posibilidad de morir? Los mapuche, y la gente está diciendo “basta”. Nosotros venimos de un estallido social con una demanda política muy concreta, que es el cambio de la Constitución. La gente ahora está haciendo la cuarentena, pero tenemos la esperanza de cambiar la Constitución. Imagínate que ahora están hablando del acuerdo nacional y se han ido todos los partidos políticos a hablar con el presidente, pero ahí hay racismo, porque no están los pueblos indígenas. Hablemos de plurinacionalidad, somos el 12% de la población y hemos estado históricamente marginados, discriminados, sin derechos, y hasta hoy siguen las mismas barbaridades coloniales.La gente se está dando cuenta y a través de la escuela uno puede hacer mucho. 

En Finlandia, por ejemplo, hubo un gran problema por el tema de la obesidad, porque los jóvenes se iban a vivir solos y no sabían cocinar, y se estaban gastando mucha plata en salud. Para sanar eso, se hizo un cambio curricular para enseñarles, desde niños, las propiedades alimenticias de los alimentos y a prepararlos. Eso hizo que la gente valorara cocinar y comer sano. Podríamos hacer lo mismo acá, con los profesores, en la próxima reforma curricular. Incorporar justamente relaciones distintas con la naturaleza, de manera recíproca, aprender a cuidar las flores, las plantas de olores, las que usamos en la casa, sembrar una papa. Imagínate cuánto nos hace falta hoy tener eso en la casa y la gente no sabe. Si queremos que la gente empiece a valorar estos temas, tenemos que enseñarles, hay una gran tarea de reforma educativa.

¿De qué manera han cambiado en este tiempo las costumbres rituales y cotidianas mapuche? Estoy pensando en prácticas comunitarias y colectivas que tienen que ver con espacios de reunión, de compartir comida, un mate. ¿Qué pasa con esas costumbres en tiempos de distanciamiento social?

Es un gran quiebre para la práctica comunitaria, porque uno anhela eso y sobre todo ahora, que viene junio y viene el Wiñol Tripantu, el año nuevo de los pueblos originarios. Este es un mes de sanación, de ceremonias de la tierra, y no lo vamos a tener, es trágico y duro. Una de las cosas que me impresionó profundamente en el mes de marzo, cuando empezó la pandemia, fue que una machi que conozco, de Traiguén, apareció en sus redes haciendo una oración. Una oración donde pedía para todos y todas, que la epidemia no llegara a nuestras comunidades, que lloviera lo suficiente y que los frutos llegaran lo mejor posible. Yo tomé la información y la publiqué, y entonces hubo gente que me dijo “¿cómo estás haciendo eso? La machi no debe ser grabada en ninguna parte”. Y yo les respondí que la machi no actúa por ella, la machi tiene un poder espiritual y ese poder espiritual entrega conocimiento, y si ella lo hizo, es porque ese poder espiritual le indicó que lo hiciera. Yo sé plenamente que ella estaba haciendo lo correcto y eso para mí fue el punto de partida para decir “sigamos utilizando las redes sociales lo que más podamos, en canto, música, conversatorios”.  

Es verdad que no podemos estar en la ceremonia directamente en la naturaleza, pero la palabra también es ceremonial. Es una palabra que también recibimos de nuestros antepasados. Una vez los antiguos me enseñaron que mientras hablemos nuestra lengua mapudungun, la tierra va a estar más amigablemente respirando. Nos queda la palabra. Es verdad que con la pandemia no podemos compartir cosas, pero la palabra la podemos llevar por todas las redes sociales, en las reuniones que uno hace y con los familiares que están lejos. Podemos seguir armando nuestras propuestas, nos queda mucho que hacer para la nueva Constitución, los indígenas tienen que estar ahí y los derechos lingüísticos tienen que ser constitucionales. Estamos separados, pero no estamos incomunicados, hay que darle fuerza a nuestras demandas.

Usted mencionaba lo que está sucediendo en Estados Unidos, el clímax de una crisis racista que se arrastra hace décadas y que estalla ahora a partir del asesinato de George Floyd a manos de la policía. En la televisión vimos la imagen de una bandera mapuche en las protestas, la misma que vimos muchas veces durante el estallido social en Chile. ¿Por qué cree que este emblema convoca las luchas por los derechos de las personas?

Imagen de la manifestación durante el estallido social y la bandera mapuche en alto sobre el monumento al General Baquedano.

A mí me llena de orgullo ver la bandera donde sea, es un símbolo que lleva mucha fuerza porque representa una lucha histórica por el reconocimiento de los pueblos originarios. Es un símbolo de resistencia, que busca un reconocimiento de esos pueblos pisoteados, discriminados. Cuando la hicimos, se creó como un símbolo político, es una bandera política, para exteriorizar la identidad mapuche y para exteriorizar la lucha de los pueblos originarios. En ese entonces, cuando se discutía por la bandera, yo participé del proceso y decía que si los equipos de fútbol tienen su bandera, la iglesia y los partidos políticos, ¿por qué nosotros vamos atrás de las banderas políticas? ¿Por qué no generamos una bandera? Y así se hizo. 

Usted mencionaba los derechos lingüísticos y la discusión sobre la plurinacionalidad como parte del debate constituyente. ¿Cuáles cree que son los temas que no pueden quedar fuera en esa conversación?

La plurinacionalidad, la paridad, creo que son elementos fundantes, garantizar los derechos de la naturaleza, garantizar el tema de la alimentación sana, porque de eso depende la vida de las futuras generaciones. La intervención genética de los alimentos significa que a cada semilla le están colocando venenos y son los que están causando las enfermedades que tenemos. Hay que pensar en la soberanía alimentaria, que los derechos del agua sean para todos, que la posibilidad de disfrutar de la naturaleza la tengamos todos; no es posible que se siga llenando de bosques de monocultivos. Hay elementos que son de la época actual y que tienen que ver con toda la crisis alimentaria y la crisis ambiental. Obviamente, el derecho a la salud va a ser un tema prioritario después del Covid-19, va a ser imposible que la gente no participe en definir un sistema de salud público de calidad que en este momento no tenemos.

Es indispensable la paridad para los pueblos originarios, no podemos pasar a la otra etapa si no se garantizan nuestros derechos. Somos más del 10% y no es posible que se edifique la democracia marginando a ese porcentaje. Además, hay una historia, fueron los pueblos originarios los que dieron sustento para que se creara esta nación, Chile.

¿Qué diferencia hay entre lo intercultural y lo multicultural? ¿Por qué hay una crítica hacia lo multicultural?

La interculturalidad implica el reconocimiento político de los pueblos originarios, el reconocimiento epistémico de los pueblos. El paradigma intercultural exige que los derechos de los pueblos originarios sean reconocidos. Los derechos colectivos a la lengua, a la cultura, al territorio, a la autonomía, a la representación política. Si tú hablas de interculturalidad, tienes que garantizar que si alguien tiene todos esos derechos, el otro tiene que tener los mismos derechos. En una sociedad intercultural a eso se aspira, en cambio, en una sociedad multicultural no importan los derechos del otro, importa que exista la diferencia, simplemente. Es lo típico en los países multiculturales, Canadá o Estados Unidos, donde los afrodescendientes viven en un sector, los chinos en otro sector y entre ellos no hay diálogo, no hay una relación política y cultural, cada uno vive en el sistema como puede. En cambio, el sistema intercultural exige ese diálogo, exige que este núcleo epistémico reconozca los saberes de todos los pueblos.

Extracto de la entrevista realizada el 5 de junio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Bárbara Silva: “Buscamos certezas en la ciencia, como antes se hacía con la religión”

La Doctora en Historia, que acaba de presentarse en el Festival Puerto de Ideas, reflexiona sobre el valor que le damos a la ciencia en un contexto que nos empuja, más que nunca, a exigirle certezas, olvidando que es una actividad humana como cualquier otra.

Por Florencia La Mura

En 1998, el médico británico Andrew Wakefield presentó una investigación en la prestigiosa revista médica The Lancet que en sus resultados preliminares relacionaba la vacuna del sarampión -conocida como MMR en inglés- con casos de autismo en niños. Esta aseveración, planteada sólo como hipótesis, bastó para que comenzaran a bajar los índices de vacunación, primero en el Reino Unido y luego en el mundo. Una investigación posterior develaría que el médico tenía un conflicto de interés y que su intención era posicionar una vacuna distinta a la MMR para el sarampión. Fue la misma publicación, The Lancet, que diez años después, desmintió los resultados del estudio, los que Wakefield había adulterado para su propio beneficio, según recuerda la BBC. Aún así, hasta el día de hoy hay un amplio número de personas que defiende la relación entre vacunas y autismo en niños, citando el cuestionado estudio. 

La Doctora en Historia de la Ciencia y acádemica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva.

Ejemplos como este hacen preguntarse ¿es la ciencia incuestionable? Para Bárbara Silva, Doctora en Historia, especializada en Ciencia y Tecnología y académica del Departamento de Historia en la Universidad Alberto Hurtado, la gente no parece querer debatir con la ciencia, no existe una mirada crítica y eso se debe a que ni siquiera la entendemos. En el marco del Festival Puerto de ideas, Silva presentó la conferencia titulada La ciencia y las enfermedades o la historia de las (in) certezas, donde reflexionó sobre el desconocimiento de nuestra propia historia, además del de la ciencia -plantea la académica- lo que nos lleva a olvidar que la incertidumbre es una constante en el mundo. Es aquí donde aparecen las comparaciones con otras enfermedades similares, con el fin de buscar respuestas.

Bárbara Silva (40), llegó a la historia de la ciencia por casualidad y se quedó ahí. Ha editado seis libros de historia, siendo los más recientes -sobre divulgación científica- Estrellas desde el San Cristóbal. La singular historia de un observatorio pionero en Chile, 1903 – 1995 (Catalonia, 2019) y El sol al servicio de la humanidad. Historia de la energía solar en Chile (Ril, 2019) en coautoría con Mauricio Osses y Cecilia Ibarra. Además, trabaja como investigadora FONDECYT y su interés por la historia de la ciencia se mueve por el cruce entre saber cómo se generaba conocimiento y los contextos políticos y sociales que los rodeaban. “Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo”, plantea Silva en esta entrevista, donde ahonda en los factores sociales que se entrelazan con lo científico, recordando que la ciencia es una actividad humana, como cualquier otra. 

-¿Cómo decidiste especializarte en Historia de la Ciencia y qué valor tiene para tí esta área en particular?

Surgió a partir de un proyecto en Historia de la astronomía. No fue un plan elaborado de antemano, sino que fue una investigación histórica la que me fue llevando hacia la historia de la ciencia. Ahí me di cuenta que era un área fascinante porque se trata de entender cómo los seres humanos conocían, como generaban su proceso de producción de conocimiento en una época pasada y me parece muy interesante y fundamental para entendernos a nosotros mismos. Así es como llegué al área y se me abrió un campo además muy atractivo. Me parece que hay mucho por hacer, para mí tiene un valor enorme, porque creo que a través de la Historia de la ciencia no solo se sabe cómo se generaba el conocimiento en el pasado sino que te hace converger distintos aspectos. Uno no puede hacer Historia de la ciencia sin saber Historia política o Historial cultural, cuáles eran las mentalidades de la época y las formas de vincularse. Se conectan distintas realidades del pasado.

-Planteas una mirada de tiempo y mirada histórica como dos posturas distintas ¿podrías explicar las diferencias?

No lo planteo como dos cosas absolutamente distintas, sino que parte de esa mirada temporal tiene una dimensión histórica, por tanto vamos hacia el pasado. Pero viéndolo más ampliamente, es cómo nos situamos en una relación entre distintos tiempos. Estamos hoy día en este presente que resulta tan difícil de abordar y estamos relacionándonos con distintas temporalidades, estamos yendo hacia el pasado a buscar experiencias de otras pandemias, pero también estamos yendo hacia el futuro al preguntarnos cuándo va a terminar, cuándo esto va a tener solución, cuándo la ciencia va a tener respuestas que espero que tenga, etc. No son dos cosas distintas, sino que la mirada histórica es parte de la mirada temporal, diciendo que a pesar que estamos viviendo en el hoy, estamos permanentemente relacionándonos con otras temporalidades.

-En la actualidad se refuerza la especificidad de las profesiones y se deja de lado lo interdisciplinario ¿De qué forma la historia de la ciencia ayuda en este aspecto, al no aislar a la ciencia como un elemento aparte?

Por el propio proceso que ha tenido la producción de conocimiento, estamos cada vez más superespecializados. Uno no puede saber todo con el volumen de conocimiento que existe y por eso nos especializamos. La historia de la ciencia aporta justamente en eso, en tender redes, en generar estos espacios de conexión para que el conocimiento se vincule, porque si tenemos áreas cada vez más compartimentalizadas, también vamos a tener un problema. Creo que la historia de la ciencia hecha de manera interdisciplinaria, aporta en generar un diálogo entre historia y ciencia.

Hoy ha quedado demostrado que financiar la investigación científica es algo crucial en el incierto mundo en que vivimos.

-En la charla mencionaste que tomamos lo que nos diga la ciencia como verdades absolutas, ¿por qué se produce esto?

Viene de la necesidad nuestra de tener algo a lo que aferrarse, que te pueda dar certezas y esa confianza de que va a estar todo bien. Me parece que habla de la naturaleza humana, pero se nos olvida que nosotros buscamos esas certezas en la ciencia, como en otra época pudo haber sido la religión. Se nos olvida esta cualidad tan asombrosa de la ciencia que es que siempre se corrige a sí misma. El conocimiento científico no tiene una meta, no es una fe, sino que tiene su propio dinamismo y está en permanente movimiento y a nosotros se nos olvida eso, por nuestra propia necesidad de tener una certeza.

¿Por qué no tenemos una mirada crítica a la ciencia como sí sucede con las humanidades?

Puede tener que ver con la formación científica que tenemos, no solamente en el espacio escolar, sino que hemos hecho que esa producción de conocimiento sea cada vez más hermética, en el sentido de que el lenguaje y las prácticas que usamos se quedan en el espacio de nuestros expertos, entonces mis colegas me pueden entender pero salir de esos espacios es difícil. En el fondo, creo que se ha abierto una brecha entre la producción del conocimiento y su dimensión social. Cuando estás en el campo de las humanidades y las ciencias sociales, si bien también existe esa brecha, es un poco más factible que sea comprensible por un amplio público. Pero si estamos en el terreno de la ciencia o uno hace un esfuerzo consciente de superar esa brecha o se vuelve tremendamente hermético. Por ahí pasa esto que no tengamos una mirada crítica, porque ni siquiera lo entendemos.

¿Qué se puede entender desde otras profesiones y áreas de estudio así como desde la sociedad civil respecto a una mirada crítica de la ciencia?

Creo que es fundamental tener una mirada crítica, no para que uno cuestione todo aquello que diga la ciencia, sino para poder entenderlo. Hoy lo estamos experimentando de manera muy cotidiana. Los seres humanos buscamos explicaciones, si no entendemos el por qué me están diciendo que me quede en mi casa, es difícil hacer caso y contribuir a superar la situación que estamos viviendo hoy día. Más allá de eso, tenemos que entender que la actividad científica es una actividad humana como cualquier otra, tiene sus tiempos y procesos. No porque yo quiera que me de certezas voy a demandarlas, transgredir esos tiempos que son fundamentales para tener resultados científicos confiables.

«Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica».

La salud pública tomó relevancia en Chile luego de diversos brotes de enfermedades ¿qué hemos olvidado de otras pandemias y cómo cambia la forma de enfrentar una desde este momento en particular?

Todas esas experiencias son muy diversas. Si hablamos de pandemia, tenemos que entender que es la unión del agente infeccioso más la reacción social que se genera, no solo un virus actuando solo, por lo tanto, cada experiencia de pandemia es distinta. Ahí hay varios temas, por supuesto que los brotes de enfermedades han tenido un impacto directo en cómo se entiende y qué es lo que se hace en salud pública, entendiendo también que la salud pública es históricamente nueva, reciente. En el siglo XIX no existía como concepto, estaba en manos de la caridad, la beneficencia. Sobre la experiencia de pandemia propiamente tal, creo que se ha olvidado bastante, me parece que moviliza en un miedo tan primigenio, que se tiende a olvidar, a suprimir. 

También eso se vincula con esta frase que hemos escuchado tanto sobre que «esta es la peor pandemia que hemos vivido». No sé si mejor o peor son categorías que aplican en la medida en que la sociedad que se hace cargo de un brote de esta magnitud es muy distinta de la que pudo haber existido en algún pasado. Hay mucho mensaje apelando al miedo y el miedo no lo han inventado los políticos, pero sí ese mundo político se justifica diciendo que es la «peor pandemia» y que no han podido hacer más porque es la peor, pero eso es no tener conciencia histórica. No saber que son categorías muy difíciles de aplicar en términos históricos, por la cantidad de variables que influyen.

En las últimas décadas muchos problemas se han ido solucionando a través de la tecnología ¿cómo influye esto respecto a la visión sobre el coronavirus?

Se nos está mostrando precisamente que por mucha tecnología que tengamos -que es fantástica- de igual manera un virus ha detenido el mundo y la única manera de reacción se basa en el comportamiento humano y no en esa tecnología, porque no sirve para resolver el problema de una vez. Mientras no podemos resolverlo -desarrollando una vacuna u otro método- tenemos que confiar en el comportamiento humano: distanciamiento social, lavarse las manos, etc.

Un tema importante en el desarrollo de la ciencia es el financiamiento y claramente ahí se cruzan muchos tipos de intereses ¿puede la ciencia ser social considerando el contexto neoliberal actual?

En términos de investigación científica, es muy difícil, porque lo que valida el sistema es un modelo de éxitos y de resultados inmediatos. Y la ciencia, medicina incluida, no funciona de esa manera, entonces me parece que es un tema super importante y que viene como desafío a futuro. Hoy día una «buena» investigación científica es la que tiene resultados exitosos rápidamente. Los procesos de investigación se están midiendo en torno a los resultados que equivale a decir «cuánto publicaste» y no se refieren al proceso de investigación. Eso la Historia de la ciencia lo muestra, de investigaciones a veces salen resultados no programados, que no estaban planificados y a veces son más importantes que aquello que se había diseñado en un comienzo. No hay espacio para ese fracaso, entendiéndolo no como algo de lo que se deba estar avergonzado, sino como parte del proceso de conocimiento. Si empezamos a entender esa investigación científica de otra manera, incluído su financiamiento, creo que hay hartas cosas que se deben cambiar. 

La crisis en la que estamos hoy día también lo muestra: cortar los financiamientos a la investigación científica parece que no es una buena idea, en tanto de pronto sucede algo que lo que necesita es investigación científica, es la única manera que tenemos para resolver la situación actual. Pero ese trabajo no se genera de un día para otro, ni de un mes para otro, ni responde a contingencias. Como no podemos predecir el futuro, no sabemos para qué vamos a necesitar investigación científica mañana, parece que no es muy buena idea estar cortando los presupuestos de ciencia porque en la medida en que tenemos esa investigación activa podemos tener muchas más herramientas para enfrentar una situación como la de hoy en día.

Transformación editorial: crisis y reinvención en tiempos de pandemia

Tras meses de librerías cerradas en el contexto del estallido social, la crisis sanitaria ha sido otro golpe importante para la cadena del libro. Editoriales independientes, distribuidoras y librerías se han visto obstaculizadas en su trabajo, en medio de un creciente interés de lectores que ven en el libro a un aliado infalible para pasar el tiempo del encierro.

Por Victoria Ramírez Mansilla

Imaginemos, por un momento, un mundo sin librerías. Uno donde sólo existen despachos a domicilio, donde las recomendaciones del librero son un recuerdo, así como las novedades en las vitrinas. Lo cierto es que el Covid-19 ha cambiado la forma de relacionarnos, entre ellas la manera de acceder a los libros, su circulación y difusión. La última feria que alcanzó a realizarse en Santiago fue la tradicional Furia del Libro en el Centro Cultural Gabriela Mistral, en diciembre pasado. En medio del calor del estallido, se celebraron dos días de intenso intercambio literario. Algo había cambiado en Chile. Quizá alcanzó a ser el último alivio ante la pandemia que vendría y obligaría a adaptar toda la cadena del libro. 

La décima edición de La Furia del Libro se realizó en diciembre pasado en el GAM, como ya es tradición.

Actualmente, gran parte de las librerías permanecen cerradas —al menos en la capital— y se han cancelado lanzamientos y ferias, lo que ha enfrentado a librerías, distribuidoras y editoriales a pérdidas económicas importantes, en un sector que ya venía con preocupantes saldos. “Creo que esta urgencia pone en riesgo el modo en el que veníamos haciendo las cosas. Desde el tipo de libros, las cantidades y el sentido que estos tenían para nosotros, hasta el modelo de editorial que queríamos ser”, confiesa Juan Manuel Silva, cofundador de la editorial Montacerdos.

Hoy, prácticamente todas las editoriales pequeñas y medianas han tenido que reinventarse, crear o mejorar sus tiendas virtuales, cambiar sus estrategias de difusión y vender por Internet. “En estos tres meses hemos tenido que meter toda nuestra cabeza en la tienda web. Era un complemento y ahora es la única herramienta”, dice Álvaro Matus, editor de Hueders. Afortunadamente, pudieron adelantarse a lo que venía: en marzo la editorial firmó con la distribuidora Big Sur un plan con miras a transformar su tienda web en librería, donde ofrecerán títulos de otras editoriales afines.

Por su parte, Ediciones Overol hace algunas semanas abrió su tienda web. “Ha sido muy importante para mantener los libros en circulación y tener un trato más directo con los lectores”, señalan sus editores, Daniela Escobar y Andrés Florit. Algo similar ocurre en Alquimia, que está en pleno proceso de renovación de su página y ya ha subido el 85% de su catálogo a Amazon. “Estamos vendiendo un 46% menos en librerías. La venta directa ha paliado como un 25% o 30% de eso”, precisa el editor Guido Arroyo. 

En efecto, la mayor parte de las editoriales consultadas coinciden en que ha sido significativo el aporte de los ingresos por venta directa para sobrevivir a la pandemia. “Las ventas de Internet corresponden al 80% del ingreso mensual”, señala Jorge Núñez, que junto a la escritora Claudia Apablaza dirigen la editorial Los Libros de la Mujer Rota. Subraya, además, que han sido claves las redes sociales en este proceso: “Te permiten dar a conocer tu catálogo de forma cercana. Esa base, más la página con carro de compras, han permitido mantener el calendario de publicaciones”.

En el caso de Edicola, editorial chileno-italiana, han logrado publicar tres títulos en Italia, entre ellos la versión traducida de la novela finalista del Premio Herralde El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, que tendrá su lanzamiento vía Facebook Live. “Debemos abrirnos a las posibilidades tecnológicas, que seguirán ampliándose, para favorecer este anhelo continuo de entregar historias y cultivar la lectura”, dice Raúl Hernández, uno de los editores. 

Como esta, ya hay distintas experiencias de actividades en la web, algunas incluso entre editoriales que han trabajado colaborativamente. Es el caso de Overol con Los Libros de la Mujer Rota, que acaban de cumplir cinco años y para celebrarlo hicieron durante tres días una serie de conversatorios, talleres y lanzamientos en conjunto, todo online. “La gente agradece estas instancias de comunicación en vivo y a nosotros nos hace bien en medio del encierro”, dicen Florit y Escobar. 

Daniela Escobar y Andrés Florit de la Editorial Overol.

De igual modo, Cuadro de Tiza celebró su décimo aniversario y para conmemorarlo liberaron un tercio del catálogo en su página web. “La mayoría de esos títulos estaban descontinuados hace años, cuando hacíamos las plaquettes artesanalmente, y nos pareció importante que volvieran a estar disponibles”, explica uno de sus editores, Nicolás Labarca. 

En cuanto a las actividades futuras, Alquimia lanzará a fines de junio el libro Poeta en prosa, 29 entrevistas a María Luisa Bombal. Asimismo, la editorial Pez Espiral lanzará en septiembre el libro Los Tres Unplugged 30 años, escrito por Marisol García. “Experimentaremos por primera vez cómo es un lanzamiento online, con concierto incluido”, indica su director, Daniel Madrid. 

Respecto a las actividades en Internet, Juan Manuel Silva cree que es valioso que se experimente antes de definir protocolos. “Es una situación inédita para nosotros, porque la aparición de los celulares o de Internet fueron fenómenos en varias etapas; parece ser que este acontecimiento es más violento, como la aparición del cine o la fotografía”, remata.

Asimismo, las distribuidoras también se han pasado a lo digital. “La oferta hoy es tanto física como electrónica”, apunta Claudia Aguirre, directora de La Komuna, quien admite que gracias a la página web han podido soportar la crisis. En el caso de Liberalia Ediciones, se ha sentido fuertemente la pandemia. “Afrontamos la suspensión de pagos de bibliografías, así como la paralización de los trámites y órdenes de compra debido al cierre de las universidades”, explica su directora, Berta Concha.

Pirita, otra distribuidora más pequeña, ha apostado por sus redes sociales. Al inicio de la pandemia sostuvo la campaña #quédateencasa, donde parte de los autores del catálogo hicieron un video promoviendo el cuidado ante el Covid-19. Junto a ello, han ofrecido el servicio de distribución de libros digitales. “La pandemia ha cambiado radicalmente la función de la distribuidora. Potenciamos la venta directa, cumpliendo un rol de librería virtual”, explica su directora, Emiliana Pereira.

Un año remando contra el viento 

Otra de las consecuencias de la pandemia en el mundo editorial ha sido la significativa disminución de las novedades 2020. Con las imprentas funcionando de manera intermitente y el cese de librerías, las editoriales han tenido que recalendarizar títulos o, de plano, asumir que no podrán ser publicados. En el caso de Alquimia, que tenía un plan de 19 novedades, este año sólo publicará 12 de ellas. Hueders, por su parte, acostumbrada a un promedio de 28 libros anuales durante los últimos tres años, sacará únicamente cuatro títulos. “Nos hemos ido apretando el cinturón, porque tendremos poco tiempo para vender en librerías, octubre y noviembre, esperemos”, reflexiona Álvaro Matus. 

Algo similar sucedió en Pez Espiral, Librosdementira y Montacerdos. “Lamentablemente, nuestras autoridades no han estado a la altura de esta crisis y resulta complejo pensar en vender libros cuando hay tanta muerte y sufrimiento en el país. Tuvimos la oportunidad de parar y esperar a que pase el chubasco”, explica Luis Cruz, editor de Librosdementira

Por otro lado, Cuadro de Tiza, Komorebi, Libros del Cardo, Los Libros de la Mujer Rota y Edicola mantuvieron los títulos planificados para este año, algunos gracias a fondos estatales previamente ganados. “Aplazamos el calendario de novedades, seguimos trabajando, aunque más pausado, y tenemos varios títulos listos para imprenta”, dice Nicolás Labarca, de Cuadro de Tiza. 

Imagen de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV) que tuvo su primera versión virtual en mayo pasado.

A pesar del difícil panorama, parte de las editoriales consultadas dicen aún no sentir en riesgo la diversidad del sector. “Las editoriales independientes no tienen tanto capital para invertir. Lo que sí está en peligro es la publicación de algunos libros. Hay editoriales que no se quieren arriesgar y con justa razón”, señala Jorge Núñez. En el caso de Komorebi, editorial valdiviana, han podido mantener la publicación de los seis títulos propuestos para 2020 gracias a fondos estatales. “El riesgo habitual se ha acentuado, pero pese a todo no tenemos noticias de que algún sello independiente amigo haya bajado la cortina por esto, sino que vemos mucha creatividad para afrontar la situación”, señala Pedro Tapia, uno de sus editores.

En tanto, en la editorial porteña Libros del Cardo también han podido mantener los títulos planificados. “No tenemos un fondo estatal ni grandes tirajes, así que haremos estos libros y los lanzamientos digitales. Nuestro plan es acotado”, explica su editora, Gladys González, quien además es gestora de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV), que este 23 y 24 de mayo pasado se celebró de manera digital, convirtiéndose en la primera Feria del Libro Virtual del país. 

Transmitida a través de Facebook Live, se realizaron cápsulas teatralizadas, laboratorios didácticos para niños, además de una programación centrada en temas como literatura y pandemia, espacios domésticos, feminismo y encierro. “La iniciativa nace a partir de los altos niveles de cesantía de nuestros artistas y como una manera de continuar instancias de reflexión y asociatividad”, remarca Gladys González.

Asimismo, frente a la adversidad, han surgido propuestas novedosas, como la de Montacerdos, que vende parte de su catálogo en una botillería de Providencia, propiedad de la familia del editor Juan Manuel Silva. “La recepción ha sido muy buena, así que esperamos que sea una posibilidad para ubicar libros en lugares poco habituales”, explica. Otra iniciativa ingeniosa ha sido Librería Pedaleo, que desde sus inicios, en 2017, se planteó como una librería virtual con despacho a domicilio, enfocada en poesía y narrativa latinoamericana. “Vendo libros que a mí me gustaría leer”, especifica el escritor Carlos Cardani, cuando se le pregunta por el catálogo.

Si bien Pedaleo funcionó bastante tiempo con visitas de los lectores a la librería —que es también la casa de Cardani— ahora funciona sólo con despachos que realizan él y un grupo de amigos en bicicleta —todos escritores— que cubren casi todo Santiago, provistos con mascarillas, guantes y cascos.

Digitalización y nuevos lectores

Desde 2013 existe la Biblioteca Pública Digital, dependiente del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, que ofrece libros en formato Epub, PDF y Mobi, prestados por un plazo limitado para leer en computadores, tablets y celulares, junto a más de 800 audiolibros disponibles. La idea es promover la lectura digital y la producción editorial local, y a su vez respetar los derechos de propiedad intelectual. Las editoriales, por su parte, cobran por las descargas o venden el material. “Ha sido una de las mejores noticias para el mundo editorial independiente y para los lectores. Asumo que se debe a que es gente que ama los libros y que por ser un espacio nuevo todavía no ha sido cooptado por los tiburones editoriales”, señala Luis Cruz de Librosdementira.

El sitio web de la Biblioteca Pública Digital tiene gran oferta de libros digitales y audiolibros.

En tanto, Los Libros de la Mujer Rota, Edicola, Overol y Alquimia también han digitalizado parte de su catálogo para la biblioteca, pensando en que cada vez hay más lectores mixtos, que escogen tanto el papel como lo digital. Para Los Libros de la Mujer Rota, el desafío es digitalizar todo el catálogo: “Algunos leen nuestros libros desde esa plataforma y luego compran en físico”, precisa Núñez. 

Sin embargo, frente a la masiva digitalización, hay quienes todavía defienden los atributos del libro en papel. “Creo que el libro es un objeto único, hay un romanticismo y una historia en torno a la producción artesanal”, opina Gladys González. Algo similar sostiene Berta Concha, de Liberalia: “En estos largos meses de cuarentena frente a las pantallas, profesores y estudiantes confiesan la nostalgia y necesidad de libros impresos, su comodidad y su increíble funcionalidad”. Por su parte, Juan Manuel Silva, de Montacerdos, cree que aún es pequeño el espacio del e-book, aunque es previsible que su importancia aumente y que, en contraste, el libro en papel vuelva a un estatuto de lujo y excepcionalidad. 

En el caso de Pez Espiral, una editorial que se inspira en el libro como objeto poético, la materialidad es muy relevante. Así lo explica Daniel Madrid: “El libro físico es vital para nuestros objetivos. La idea del e-book la estamos recién experimentando, liberando gratuitamente algunos títulos”. De hecho, en tan sólo dos meses la editorial ha tenido en promedio tres mil descargas, luego de haber liberado un libro de Daniela Catrileo y otro de Gladys González. 

Paralelamente, ha pasado algo interesante en la venta de los catálogos, donde libreros y editores notan la inclinación del público lector por clásicos de la literatura. “Me atrevería a decir que la gente está ocupando el tiempo en libros pendientes que sienten el deber de leer. Desde Virginia Woolf, Susan Sontag y Nicanor Parra hasta contemporáneos que están sonando, como Mariana Enriquez, Selva Almada, Chimamanda Ngozi, principalmente autoras”, dice Carlos Cardani de Pedaleo. 

En la misma línea, desde Alquimia han notado que el público se interesa inusualmente por títulos de poesía. “La gente tiende más al fondo editorial que a la novedad”, reflexiona Arroyo, y cree que ahora hay cierta tendencia por los clásicos, quizás a partir “de una pulsión por salir de la contingencia”. Álvaro Matus comparte este diagnóstico, pues cree que se ha revalorizado al libro en un escenario de teletrabajo y encierro. “Se convierte en un panorama, sobre todo cuando ya has estado ocho horas conectado a la pantalla. Es necesario distraerse y el libro puede que esté en esa frontera”, explica el editor de Hueders. Al mismo tiempo, cree que muchas veces la elección recae en un clásico al momento de gastar dinero: “Una sandía calada. Esos libros que te hablan como si no hubiera pasado el tiempo”.

Lola Larra: “Como ciudadanos debemos exigirle al gobierno que proteja el bien común y en este tiempo, aún más”

Su nombre es Claudia Larraguibel, pero en el ambiente literario se la conoce como Lola Larra. Máster en Periodismo y escritora, Lola ha sido redactora y editora en medios como El País y Vogue, y en Chile es conocida por ser autora de las novelas Reír como ellos, Reglas de caballería, Al sur de la Alameda, una novela ilustrada por la que ha recibido varios reconocimientos, y Sprinters: los niños de Colonia Dignidad. En la siguiente entrevista, la escritora habla de sus procesos creativos, evalúa cómo se está enfrentando la pandemia, y se refiere a la escena editorial independiente, de la que es parte con Ekaré Sur, editorial dedicada a producir libros para niños, niñas y adolescentes.

Por Jennifer Abate

—¿Cómo has vivido estos meses de pandemia en Chile en términos personales y profesionales? 

Estoy en mi casa desde el 15 de marzo, aproximadamente, con mi hijo, y bueno, todos estamos viviendo una época excepcional, un tiempo irrepetible, que es terrible y maravilloso a la vez, terrible por todo lo que está ocurriendo a nivel sanitario, a nivel humano, a nivel de la precariedad que está viviendo mucha gente, y también maravilloso porque es una oportunidad única para muchas cosas, no sólo para que el planeta se regenere. Es un tiempo muy raro y yo espero que salgamos habiendo tenido el tiempo para reflexionar y plantearnos cambiar de alguna manera, tanto a nivel personal como más general. Mucha gente dice que sería demasiado bello que cambiara todo; demasiado optimista. Creo que va a venir una tremenda recesión que se va a sentir mucho en el mundo de las editoriales, así que vamos a ver qué pasa.

La escritora, autora de Al sur de la Alameda y editora de Ekaré Sur, Lola Larra. Crédito de foto: Lisbeth Salas

—A propósito de editoriales y de estos tiempos de cuarentena, en Ekaré Sur liberaron tu libro Al sur de la Alameda, con el que ganaste muchos premios, como el premio a la edición de la Cámara Chilena del Libro 2014, el de mejor novela juvenil de 2014 de Babelia, el Marta Brunet a literatura infantil y juvenil 2015 y en 2019, el premio Andersen. En ese libro abordas la realidad de las tomas de los colegios a comienzos de la Revolución Pingüina, que fue la revuelta estudiantil de 2006 en Chile. ¿Cómo llegaste al formato de novela gráfica?

Ese libro se publicó a fines de 2014, pero ha tenido larga vida y ojalá siga viviendo, es muy difícil en estos tiempos en que las novedades duran tres meses y después se olvidan, porque se publica mucho. Vicente (Reinamontes) y yo hemos tenido la grandísima suerte de que ese libro vuelve una y otra vez, ahora está a punto de llegar la quinta edición a Chile. Ya en 2014 se veía un interés en el mundo editorial por la novela gráfica y la ilustración, había surgido galería PLOP!, había un boom de ilustradores muy importante en Chile que estaban sonando y resonando fuera. Cuando yo empecé a escribir, en 2008, no lo pensé como una novela ilustrada. Al releerlo y dejarlo reposar, me di cuenta de que le faltaba una segunda voz, una segunda historia, y por casualidad estaba leyendo los libros de Brian Selznick, autor de La invención de Hugo Cabret, y me maravilló esa fluidez que había entre texto e imagen, imágenes que contaban otras cosas que no estaban en el texto, y entonces se me ocurrió hacer una segunda historia que le diera contrapeso a la primera, que es el diario del chico adolescente que está en toma, Nicolás. Y en Ekaré Sur lo hicieron. Ellos dieron con Vicente Reinamontes, que era muy jovencito, tenía como 21 años cuando empezamos a trabajar, acababa de terminar de estudiar Diseño y no había hecho ningún libro antes, pero era ilustrador de revistas, hacía afiches. Era perfecto, porque él también había sido parte de la Revolución Pingüina, o sea, lo había vivido de cerca. Fue un camino nuevo y me encantó, ojalá se repita.

¿Por qué decidieron liberar este libro en medio de la pandemia?

Fue una decisión muy rápida. Estábamos teletrabajando y llevábamos una semana confinados, y en la reunión de pauta dijimos “hay que hacer algo”. Había varios libros agotados, como Al sur de la Alameda, porque no nos habían llegado las reimpresiones, nos pasó lo mismo con otros libros que forman parte de textos complementarios de las escuelas y nos escribía gente que tenía que comprarlos. Entonces decidimos liberarlos. No podemos dejar que la gente no los lea cuando los tiene que leer, y liberarlos fue una decisión que tomamos con todo el equipo de manera unánime. Por los derechos de autor, consultamos con todos los autores y estuvieron de acuerdo. Me han dado mucha esperanza todas las iniciativas en torno a la cultura de liberar contenidos porque es un tiempo excepcional. Obviamente, defiendo los derechos de autor y el concepto de que el libro tiene que venderse, que cuesta, pero en momentos excepcionales hay que hacer cambios excepcionales, y los libros seguirán liberados hasta que termine esta situación excepcional. 

¿Cómo nace la idea de generar un proyecto editorial dedicado a niños, niñas y adolescentes?

Ekaré surge en Venezuela en el año 1978 y lo fundó Verónica Uribe, mi madre, editora. Surgió al alero del Banco del Libro, una institución que todavía existe a duras penas con la situación en Venezuela, una instancia de promoción de la lectura que tenía bibliotecas en barrios muy vulnerables de Caracas. Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden trabajaban ahí, en el Banco del Libro, y se dieron cuenta de que apenas había libros para niños latinoamericanos, había algo de producción de Argentina y de México, pero todo llegaba de fuera, no había historias que contaran la vida de los niños latinoamericanos, que es muy distinta a la vida de niños anglosajones, europeos, etc., quienes se enfrentan a realidades distintas, viven de distinta manera, tienen niveles de lectura distintos. Decidieron fundar Ekaré para hacer libros latinoamericanos. De hecho, empezaron con leyendas indígenas, pero con calidad, belleza y cuidado editorial en el diseño e ilustración. Así surgió Ekaré y poco a poco, a lo largo de todos estos años, se ha hecho un nombre y es una editorial muy prestigiosa. Cuando Verónica volvió a Chile, distribuía los libros de Ekaré y seguía su trabajo editorial. Cuando yo vine, fundamos Ekaré Sur. No es una filial, son empresas distintas, editoriales separadas, pero hermanas, porque trabajamos codo a codo en la parte editorial y porque ellos nos distribuyen afuera y nosotros acá. Entonces es una mezcla de minitransnacional, microtransnacional.

¿Cuáles son los principales desafíos de sostener una editorial destinada a este público?

A los editores de literatura para adultos no les gusta que diga esto, pero me parece mucho más divertido ser editora de libros para niños, porque los proyectos siempre están a medias. Si a ti te llega un manuscrito, una novela, obviamente lo editas, haces un trabajo de edición importante, conversas con el autor, cómo lo vas a promocionar, pero el libro está ahí, casi listo, lo amononas un poco, piensas en la portada. En cambio, en el caso de los libros para niños, es un medio libro el que te llega. Editorialmente, es un trabajo mucho más creativo, en el que se involucra mucha más gente, un trabajo colectivo en el que hay un autor, editor, diseñador gráfico, en el que hay un trabajo de producción editorial que tiene que ver con las texturas del libro, el formato, que no es el formato típico; en los libros para adultos los formatos son todos iguales y no tienes que pensar en eso cuando te llega un manuscrito. En cambio, a nosotros nos llega un manuscrito y tenemos que pensar el formato del libro, porque tampoco va en una colección, cada libro es de su padre y su madre, es distinto. Entonces hay un trabajo creativo de mucho tiempo, que es muy interesante, desafiante, a diferencia del trabajo editorial más tradicional.

Una página de Al sur de la Alameda con las ilustraciones de Vicente Reinamontes.

—Una de las conclusiones de la Feria de Bolonia, a la que asististe el año pasado, fue que la literatura infantil y juvenil chilena está bien posicionada. ¿Qué procesos crees tú que han permitido que hoy nos destaquemos en este tipo de oferta literaria?

Sí, estamos en ese panorama. Creo que es interesante lo que ha pasado en los últimos diez años en el contexto chileno. La industria editorial chilena de libros para niños era inexistente hasta hace poco más de diez años, estaba Ekaré Sur, estaba Amanuta, Pehuén, que hacía algunas cosas, y de pronto empieza a haber un boom, que empezó con ilustradores muy interesantes que estaban trabajando incluso para editoriales de fuera. Empezaron a surgir editoriales pequeñitas muy buenas y yo admiro a varias, es un panorama editorial rico, interesante, y todos hemos conseguido nuestra propia personalidad. No nos pisamos, no nos repetimos, estamos buscando, es un panorama que está cada vez más competitivo y vamos a ver qué pasa después del Coronavirus, porque vamos a salir golpeados, seguramente. En la Feria de Bolonia, pasamos de no tener ningún stand de Chile, de estar en un stand multipaís, a tener un stand. Todo el trabajo que ha hecho el Consejo de la Cultura, Pro Chile, no sólo para tener un buen stand que exhiba bien los libros, sino que para llevar a una delegación grande, es rarísimo. Todos los editores de otros países dicen “pero ¿cuántos representantes de Chile hay?”. Como 20, 26, entre agentes, ilustradores, y eso no es común, no es común que un gobierno invierta en llevar a tantos a una feria. A mí me parece bien, porque ha puesto a las editoriales, autores, ilustradores chilenos, en el panorama mundial y ha permitido que se hagan traducciones de libros que jamás habrían salido de Chile. También me parece que ha sido un salto importante para la profesionalización de los editores pequeños que empezaron a surgir hace diez años y han visto cómo se mueve la industria editorial del libro infantil, que es muy grande y muy interesante. Han podido tener contacto directo con eso y son mucho más profesionales que hace diez años, ya saben cómo vender afuera. En la Feria de Bolonia te reúnes con editoriales de países inesperados. Irán, por ejemplo, tiene unas producciones maravillosas. Bueno, este año no hubo Feria de Bolonia, sino que una telemática, entonces nadie sabe qué va a pasar el 2021.

El panorama ha sido complejo desde el estallido social y ahora se suma la pandemia. ¿Cómo es tener una editorial independiente en estas circunstancias?

Muy difícil, primero por la incertidumbre en la que siempre hemos vivido los editores pequeños y medianos. En Ekaré somos siete personas, entonces tenemos que pensar en cómo nuestra pequeña plantilla va a sobrevivir; estamos vendiendo el 7% de lo que vendíamos antes. Afortunadamente, nosotros tenemos una web y las ventas web han subido mucho, pero también la distribución nos plantea un montón de desafíos que hasta hace tres meses no teníamos, ni siquiera con el estallido, que fue una revisión para las conciencias y para las formas de trabajar. Es como volver a lo más pequeñito. ¿Cómo lo hacemos? Afortunadamente, la web es buena para vender y la cambiamos hace poco, hay editoriales que no tienen web para vender online.

Además, queríamos que la web tuviera mucho contenido, entonces hay entrevistas a los autores, hay artículos de fondo interesantes, sobre ferias, sobre el libro álbum, hay reflexiones de especialistas, reseñas. Siempre quisimos que no fuera sólo una tienda, sino que fuera un espacio de reflexión, de propuestas de actividades para hacer con los libros al momento de la lectura. En cuanto al tema de las ferias, es tremendo, porque la Primavera del Libro y La Furia del Libro eran muy importantes para los editores medianos y pequeños, y esas no se van a dar. Sí creo que la manera de escribir no va a cambiar con la pandemia, o sea, vamos a seguir leyendo y escribiendo igual, a diferencia de otras áreas culturales que están afectadas, como el teatro, el cine; cómo se hace un rodaje de una película, de una serie. Esos sectores culturales sí que van a tener un remezón tremendo, como el que nosotros tuvimos cuando salieron los libros electrónicos y cuando rasgamos vestiduras. Ese remezón estructural de cómo se escribe, cómo se lee, cómo se publica, cómo se edita, ya lo tuvimos, entonces estamos más pertrechados en la industria editorial para enfrentar esto, tenemos ventas online, tenemos ebook, audiolibros.

De acuerdo a los números y encuestas, en Chile se lee poco y se entiende poco lo que se lee. Es una realidad que se opone de alguna manera a la pujante escena editorial independiente de la que hablamos. ¿Cuál es tu mirada sobre esa contradicción como escritora y editora?

Yo siempre soy optimista. Esas cifras terribles, es verdad, son así, son irrefutables, pero creo que vivimos en un país con muchas ventajas. Hay países que no tienen bibliotecas públicas, como Perú, que tiene una que donó Vargas Llosa y otras que viven a punta de donaciones. Tener una biblioteca pública puede ser excepcional y ayuda. En España no hay dotación de grandes compras públicas como se hace aquí, que cada año se abren licitaciones de compras del Mineduc, lo que era la Dibam antes, desde el comienzo de la democracia en Chile se empezó a gestar una red importante de bibliotecas y la idea de que el libro es importante.

Al sur de la Alameda, de 2014, ya va por su quinta edición en 2019 ganó el Premio Andersen que se entrega en Italia

Soy optimista porque creo que se ha invertido mucho en que tengamos una buena red de bibliotecas. Hay fundaciones que tienen bibliotecas públicas que son maravillosas. La Fundación La Fuente, por ejemplo, las Bibliotecas Vivas, son un panorama interesante del que tenemos que sentirnos agradecidos. Eso no quita que esté en desacuerdo con cómo se compra, qué se compra, cómo se lleva a los colegios, con que se compren libros muy apegados al currículum. Pero vivimos en un país que tiene un sistema de bibliotecas públicas y escolares que es envidiable y que se está dotando cada año y actualizando. Como editoriales pequeñas, tenemos que sentirnos muy responsables. Siempre digo que hay una responsabilidad del editor de libros para niños, mucho más que del editor de libros para adultos. Los libros para adultos nadie los lee obligado, cada quien los compra si lo quiere; pero puede que por un azar maligno un libro malo llegue a los niños y sea una lectura obligatoria. Como editorial de libros para niños, no puedes hacer libros malos. Si eres editor de libros para niños, haz tu trabajo lo mejor posible, no puedes editar una tontería, un libro mal hecho, con errores ortográficos, no puedes. 

Todo eso no quita que yo esté muy preocupada. Soy optimista, trato de ver la taza medio llena, pero eso no quita que estemos ante una situación que puede ser catastrófica, porque en este ecosistema del libro, siempre son las librerías y editoriales pequeñas e independientes las que se van a fracturar. Eso hay que apoyarlo y tiene que haber medidas urgentes en esto. El Estado se ha tardado demasiado en reaccionar, debe haber medidas urgentes para que las editoriales y librerías pequeñas e independientes no quiebren después de la cuarentena.

Lola, tú naciste en Chile, pero has vivido muchos años en Venezuela y otros tantos en España. Como habitante de otras latitudes, ¿cuál es tu interpretación de lo que ha pasado en nuestro país en los últimos meses desde el estallido social que comenzó el 18 de octubre?

Me siento una privilegiada de haber vivido estos años en Chile, porque creo que lo que ocurrió en octubre pasado venía desde el 2006, el primer ejemplo lo dieron los pingüinos el 2006. No sé si los estudiantes que saltaron el torniquete en octubre pasado sabían o no que eso venía de antes, pero hay una corriente de espíritu y de disconformidad de los estudiantes chilenos que a mí me maravilló y de la que agradezco haber sido testigo. Me parece un momento interesantísimo y pasó con las protestas feministas de 2018, o sea, estamos en una efervescencia que hay que aprovechar y, claro, fue un parón esto del Coronavirus, ha sido como un coitus interruptus terrible, no sé cómo se va a retomar. Toda esta discusión que teníamos, esa maravilla que hubo, lo que nos enseñaron finalmente los estudiantes del 2006 y los que saltaron el torniquete, es que hay una cosa que se llama bien común y que nos habían dicho que no servía para nada y que efectivamente sirve y tenemos que protegerlo. Nuestro deber como ciudadanos es exigirle al gobierno que proteja el bien común y en tiempo de Coronavirus, eso se nota más. Fue un momento tan bonito la revuelta, el estallido social, que nos llevó a volver al ágora, yo me maravillaba de estar en las plazas discutiendo con vecinos a los que nunca había saludado, discutiendo cosas importantes de por qué hay que cambiar la Constitución, de qué te gustaría que estuviese en la nueva Constitución, hizo que volviéramos todos a ser estudiantes. Espero que se retome cuando volvamos a estar a las puertas del plebiscito.

Extracto de la entrevista realizada el 29 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Mathieu Guilhaumon: “Ojalá que la crisis sirva para que el Estado apoye más a la cultura”

Varado en Francia desde marzo, el coreógrafo y director del Ballet Nacional Chileno (Banch) mantiene constante comunicación con su elenco, con quienes celebra por estos días los 75 años de vida de la compañía a través de la producción de una serie de videos y la transmisión de la obra Poesía del otro por Ceac TV. Aunque la compañía tuvo un 2019 difícil, sin poder pisar el escenario del Teatro de la U. de Chile debido a las manifestaciones sociales que se emplazaron en Plaza Italia, Guilhaumon pudo cumplir el sueño de llevar al elenco de gira por primavera vez a Francia, aunque hoy la pandemia mundial los tiene a todos lejos y recluidos en sus hogares.

Por Denisse Espinoza A.

La escena parecía sacada de una película de guerra y el protagonista era él, un bailarín intentando cruzar la frontera que lo separaba de su natal Francia. Era el domingo 15 de marzo y Madrid estaba desolado; sólo la policía, ayudada de drones, vigilaba las calles semivacías de personas, que en un moda que iba a imponerse en los próximos meses, cubrían la mitad de sus rostros con mascarillas. Mathieu Guilhaumon, uno de ellos, caminaba raudo con sus maletas en dirección a la estación Atocha, también fantasmal. “Me sentía como un exiliado del país, los helicópteros pasaban por encima, la ciudad desierta, fue una experiencia bien extraña y surrealista. Cuando llegué a Francia cerraron las fronteras definitivamente y comenzó la cuarentena, que nueve semanas después recién se empieza a levantar”, cuenta el bailarín, coreógrafo y director del Ballet Nacional Chileno (Banch), quien en febrero pasado dejó el país para acudir a una invitación del Teatro Real de España.

El coreógrafo y director artístico del Ballet Nacional Chileno, Mathieu Guilhaumon.

“El estreno de la producción sería a inicios de marzo, pero finalmente no se pudo hacer, interrumpimos los ensayos cuatro días antes del estreno, lo que fue una gran frustración, pero las cosas en España se habían puesto realmente malas con la pandemia y de un día para otro decidieron cerrar todo. Yo tenía mi vuelo a Chile una semana después, pero como iban a cerrar las fronteras decidí ir a Francia y quedarme en Perpignan, en la casa de mis padres”, cuenta.

Con un pasaje de avión aplazado varias veces, Guilhaumon mantiene desde la distancia el trabajo con su compañía en Chile, la que dirige desde 2013 y que en mayo cumplió 75 años de vida. Confiesa que al principio sufrió la paralización de la cuarentena y que de a poco, en un trabajo colaborativo, se ha ido organizando con sus bailarines para mantener el contacto con el público a través de su cuenta de Facebook y de la plataforma del Ceac TV, donde por estos días trasmite el montaje Poesía del otro, estrenada en abril de 2017, que narra la relación entre los escultores Auguste Rodin y Camille Claudel. También están produciendo una serie de videos que titularon Fuera de eje, donde comentan sus procesos creativos tras cada coreografía. Uno de ellos es la campaña ¿Bailemos? donde invitan a la comunidad a expresarse a través de la danza, enviando videos de máximo 20 segundos, hasta este viernes, que hayan sido inspirados por las creaciones del Banch y así generar un diálogo entre público y elenco. 

En estos tiempos en que está restringido el contacto físico e incluso el movimiento se limita a espacios reducidos de acción, el quehacer de la danza se pone en entredicho. “Es difícil pensar en lo que hacemos en este contexto, pensar en cómo poder quedar en contacto con nuestro público sin hablar de lo que está pasando y sin entrar en ese mensaje de ‘quédate en casa’, porque a veces para todo el mundo no es lo mejor estar en casa”, dice el coreógrafo.

¿Cómo ha funcionado para ti el proceso creativo en estos tiempos de encierro?

Es complejo, porque uno podría pensar que este es un gran momento para aislarse, crear, inspirarse, y la verdad es todo lo contrario. Primero hubo estupefacción con lo que estaba pasando, porque era primera vez que todos vivíamos algo así, era muy extraño todo, porque es un contexto impuesto, no es que yo haya decidido aislarme para crear, entonces la verdad es que no nace nada de esto. Creo que en general lo más complicado para nosotros, como seres humanos, es la falta de proyección, porque siempre estamos trabajando hacia el futuro y ahora todo es muy incierto. Y para los bailarines, en particular, el distanciamiento es algo muy absurdo, en la danza es necesario ese grado de intimidad entre nosotros y el público, está el tema del cuerpo, del movimiento, entonces sentirse así, viviendo todo el tiempo entre paredes, es super difícil. Hay quienes en el ballet me han dicho que se sienten como un hámster en una jaula, esa es la sensación. Pero de a poco, con la conversación y con un trabajo colaborativo, han ido surgiendo ideas como estas cápsulas donde compartimos nuestro quehacer creativo y que hemos llamado Fuera de eje, que es un término que se usa mucho en la danza contemporánea, porque al contrario del ballet clásico, donde todo siempre es muy estable, nosotros tendemos a salirnos del eje, y hoy vemos eso aplicado a este mundo en total desequilibrio.

Poesía del otro se transmite por estos días en el canal online Ceac TV.

¿Cómo han enfrentado el tema del entrenamiento físico que en la danza es esencial? ¿Es algo que te preocupa como director del Banch?

Tuvimos esa conversación y cada uno tiene una rutina para mantener, pero yo creo que tampoco hay que forzar las cosas: si hay que parar un tiempo, hay que hacerlo. Hay cosas más dramáticas en este momento y la verdad es que sólo llevamos dos meses sin bailar, lo que no es tanto. Todo bailarín ha conocido lesiones que lo han obligado a parar seis meses o varias mujeres de la compañía que en su momento han tenido embarazos, de los que luego han vuelto sin problemas, perfectas. No me preocupa tanto el estado físico de los bailarines como el mental y emocional. Cada uno tiene realidades distintas, problemas específicos con los que deben lidiar, también echamos mucho de menos hacer lo que hacemos, subir al escenario, compartir con el público, son esas cosas más emocionales de las que hay que preocuparse. Sé que hay muchas compañías que ya partieron con clases de entrenamiento online, pero hemos luchado todo el 2019 para que los bailarines puedan entrenar en buenas condiciones y no me veo ahora imponiéndoles que tomen una clase en sus casas, en la cocina, en el comedor, porque no todos tienen las condiciones para hacerlo.

En este momento, Francia está levantando sus medidas de confinamiento. ¿Cómo se está viviendo este regreso que aún no es del todo normal?

En Francia, los teatros siguen cerrados y todos los festivales de verano se suspendieron y están viendo la posibilidad de abrir en septiembre. Hay un regreso lento, por ejemplo, a las playas, donde se supone que tú puedes estar, pero siempre en una actividad dinámica y no recostado, pero hay mucha gente que no lo respeta, aunque en esos casos la policía es más permisiva y nos les dicen nada si la gente se porta bien. No puede haber aglomeraciones y sólo puedes compartir con un máximo de 10 personas. Ahora también aquí hay mucha incoherencia, porque mandan a trabajar a las personas en transporte público, pero les prohíben estar al aire libre. En los próximos días se espera que se empiecen a levantar las fronteras para empezar a activar el turismo y que la economía comience a revitalizarse, porque también el impacto ha sido alto. En el sur de Francia, donde estoy yo, no han habido tantos casos porque el confinamiento partió a tiempo y los hospitales nunca estuvieron saturados, creo que el virus no circuló mucho en esta región. Aunque seguíamos todas las medidas nacionales, no podíamos alejarnos de la casa a más de un kilómetro y debíamos usar salvoconductos.

En Chile, las medidas son aún muy estrictas y las cuarentenas han afectado a los trabajadores independientes. La cultura no es la excepción. ¿Qué te parece la ayuda que ha comprometido el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través de fondos concursables?

En Chile, la situación que viven los artistas independientes es muy grave, y son cosas que hay que resolver, no podemos dejar a la gente sin comer. En Francia, desde antes de la crisis existe un sistema para los artistas que es muy bueno, que les permite, cuando no están trabajando, seguir recibiendo una remuneración que es estatal. Obviamente, los artistas tienen largos periodos en los que están creando o ensayando para una nueva obra y no tienen ingresos, entonces este sistema les permite seguir recibiendo dinero, pero para eso tienes que estar dentro del sistema, tienes que trabajar, actuar, bailar, tocar, hacer funciones, y ahora que los teatros están cerrados, el Estado comprometió mantener ese ingreso mínimo para los artistas y también para los técnicos, durante un año, que es una especie de indemnización. Entonces, cuando me enteré sobre los fondos concursables en Chile, la verdad es que sin siquiera tener la experiencia francesa, me parece totalmente absurdo, es realmente desconocer, ignorar la realidad de un artista en Chile. Creo que la crisis sanitaria está poniendo luz en todo esto que ya estaba en el estallido social, pero que ahora es peor. Pienso que ha llegado el fin de algo, no podemos seguir como siempre.

Desde el 2013, claro, yo estoy bajo el techo de una institución, entonces es otra realidad, lo que no significa que no estoy consciente y al tanto de lo que pasa en la escena independiente, y ojalá la crisis, lo que vivimos ahora sirva para repensar todo esto y que el Estado se involucre aún más en apoyar la cultura, y con eso estoy hablando de un nivel económico. Es súper curioso, porque se siente que la cultura siempre es algo secundario, una frivolidad casi, pero durante el confinamiento, lo que ha hecho la gente es consumir cultura, sin embargo, los artistas no podemos vivir sólo del amor al arte. La gente tiene que darse cuenta también de que somos personas que necesitamos comer, pagar cuentas, ir al médico, etc. 

Estrenada en 2017, Poesía del otro esta inspirada en la relación pasional de la escultora Camille Claudel con su par August Rodin.

En ese sentido, los elencos estables del Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile, CEAC – donde además del Ballet Nacional Chileno, está la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, el Coro Sinfónico y la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, han hecho un llamado a unirse a la campaña ¡Toi toi! Apoyemos a nuestros artistas, donde se invita a hacer donaciones de dinero que irán directamente en apoyo a artistas, profesionales y técnicos de la escena independiente.

¿No te desanima seguir trabajando como coreógrafo en un país que no le da el mismo apoyo y valor a la cultura, lo que sí sucede en Francia?

Creo que no, si hubiese llegado hace un año a Chile quizás sería distinto, pero llevo siete años, conozco la realidad y tengo la capacidad de manejar estas circunstancias de otra manera. Llevar siete años con el grupo te permite tener una cohesión importante, estamos un poco en familia y eso es súper agradable, hay mucha confianza artística, no es como llegar a trabajar con alguien por primera vez, eso se valora mucho. Cuando entro en la sala para empezar una nueva creación, se nota de inmediato que estamos hablando el mismo idioma y no me refiero al español, sino al idioma de la danza, hay mucha fluidez y eso nos permite experimentar mucho más

Nacido y formado en Perpignan, Mathieu Guilhaumon comenzó sus estudios de danza a los seis años. Estudió en el Conservatorio Nacional de Danza de su ciudad y luego en la escuela de Martine Limeul y Matt Mattox, donde cursó ballet clásico, jazz y tap. Recibió una beca para el Alvin Ailey American Dance Center, de Nueva York, y a su regreso ingresó a la Escuela Rudra Béjart, en Lausanne (Suiza), y luego se integró el Groupe 13 formado por Maurice Béjart. En 2013 postuló a ser el coreógrafo del Banch, motivado por conducir un elenco propio de 22 bailarines. El proyecto que presentó para Chile fue ambicioso y tenía tres ejes principales: montar coreografías con su propio lenguaje e invitar a figuras internacionales; apuntar a un público más joven y realizar un trabajo interdisciplinario con profesionales de otras áreas creativas.

En estos siete años, Guilhaumon ha ido consiguiendo cada uno de esos desafíos. Ha puesto en escena exitosas coreografías como Añañucas, La hora azul, Alicia, Cuéntame la danza, Tengo más de mil años de recuerdos y Poesía del otro. En cuanto al público, el Banch puso en marcha una labor educativa a través de funciones especiales para colegios y talleres de verano para niñas, niños y jóvenes. Mientras, los cruces con otros elencos y disciplinas partieron con el Ballet de Santiago en obras como Cuarteto, Dos veces Bach y Noces, donde además ha recibido la colaboración de la dramaturga Millaray Lobos, el compositor clásico Sebastián Errázuriz y en 2019 tuvieron una exitosa presentación con los Power Peralta, con el montaje Hats off, quien fue el último antes de que el teatro cerrara sus puertas. Además, a inicio de octubre pasado, el coreógrafo cumplió el sueño de llevar a sus bailarines a los escenarios de Francia en su primera gira por ese país, visitando las ciudades Albertville, Amiens, Mulhouse y Vannes, presentando la obra ¿Puedo flotar? de la coreógrafa japonesa Kaori Ito, creada especialmente para la compañía.

El Banch llegó por primera vez a Francia con el montaje ¿Puedo flotar?, creado especialmente por la japonesa Kaori Ito.

A pesar de las complicaciones que tuvo el 2019, ese fue el año de la gira del Banch a Francia. ¿Cómo vivieron ese hito para la compañía?

Fue un desafío por lo que significa a nivel de gestión, de cómo armar una gira así, pero también un sueño, porque como francés obviamente quería llevar a la compañía a mi país. Fue un trabajo que partió hace varios años, desde mi llegada, de hecho, porque presentar a la compañía con mis contactos no era algo que se hiciera de un día para otro. Los bailarines estaban felices, entusiasmados y quieren volver, por supuesto, y de hecho, se nos abrieron puertas para otras invitaciones, pero luego vino el estallido social y se puso todo muy incierto e inestable, para la institución también. De hecho, los bailarines volvieron justo el día del inicio del toque de queda en octubre. Fue algo muy loco y que hicimos justo a tiempo; si hubiésemos esperado a este año, no lo habríamos podido hacer.

¿Este contexto te ha dado oportunidad para pensar en nuevas creaciones inspiradas en esta doble crisis?

La verdad es que no soy muy optimista en cuanto a eso, le temo al lugar común. Tengo la idea de que la creación no es algo inmediato, creo que hay que tomar distancia, entender lo que está pasando, porque se puede caer en esto de la representación, subir al escenario con mascarillas, reproducir el confinamiento y no es el modo en que yo lo veo. No es una fuente de inspiración en mi caso, creo que hay que sentir las huellas de lo que está pasando. Ha sido violento para muchas personas dependiendo de la realidad de cada uno, pero para mí la creación no tiene que ver con ilustrar una situación, sino justamente de lograr llevarlo a otro nivel. Soy muy cauteloso con ese carácter de profeta que a veces se le atribuye a los artistas, de salvar o iluminar el camino, no estoy seguro de si podemos ver mejor lo que está pasando, y no me atrevo a llevar un mensaje sobre la situación, prefiero actuar con prudencia y quedarme en algo más abstracto.

Parte de la inspiración pareciera que resulta también de la colaboración con otros. ¿Dirías que ese es uno de los sellos del Banch?

Sí, claro, ha sido parte de mi dirección hacer esos cruces de disciplinas con teatro, con otros estilos de danza, colaboraciones con otros artistas, con músicos, especialmente con Millaray Lobos, que sigue colaborando mucho, y creo que es muy interesante dialogar. Siempre hay algo que aprender del otro y abrir tu espacio al otro, y que también el otro abra su espacio al mío, de ahí siempre nace algo interesante y enriquecedor. La inspiración también ha nacido de esos encuentros artísticos. Con los Power Peralta fue impresionante porque pertenecen al mundo de la danza, pero tienen otros códigos súper fascinantes y ese fue todo un desafío, el cómo nos íbamos a encontrar para crear algo nuevo. Y ese diálogo también se replica dentro del grupo con los bailarines, donde su participación es muy activa. Para mí siempre ha sido importante dejar en claro que los bailarines no son meros ejecutantes de pasos, sino que también pueden desarrollar sus creaciones, como coreógrafos y también como docentes, que fue muy importante en las clases abiertas que dimos en diciembre y enero, porque claro, después del Ballet Nacional hay un futuro y hay que prepararse para eso.

Vale la pena en cuarentena

Libros

La trilogía Millennium del sueco Stieg Larsson. “Nunca los había leído y los encontré acá en casa de mis padres y es una lectura muy rápida y entretenida”.

Películas

“Vi La favorita (Yorgos Lanthimos), Parasite (Boon Joon Ho) y El irlandés (Martin Scorsese), y en series de enamoré de la española Las chicas del cable, que está en Netflix y es muy liviana y entretenida también.

Salidas de emergencia: pensando en pedagogías del acontecer en el encierro

Las pedagogías de las emergencias son pedagogías de ejercicio emancipatorio, que para la niñez y juventud se traducen por sobre todo en el juego, en las expresiones, en las creaciones, en “dejar ser” en sus lugares y acciones, escenas y escenarios, para buscar esas tan privadas libertades.

Por Viviana Soto Aranda

Ante el avance de la pandemia en el país y las medidas de confinamiento impulsadas por el gobierno, el espacio privado del hogar ha pasado a ser hoy el escenario principal de la actividad humana. ¿Qué es lo que ocurre con las vivencias en ese espacio?  El hogar se ha transformado en un híbrido, tomando algunas ideas de la “hibridación cultural” que señala Néstor García Ganclini, término que refiere a cruces, donde combina tradiciones, acciones, el cual puede surgir de la vida individual y colectiva. Híbrido de fusión o mezcla es lo que quiero distinguir y tomar este concepto para remirar nuestros lugares de vida y lo que vamos en ellos, identificando. 

La pregunta es ¿qué es lo que se ha ido mezclando?, y ¿qué fusiones?  Las relaciones los espacios, las rutinas, el estudio, el trabajo, las emociones, las sensaciones; la vida en confinamiento ha tenido encuentros y desencuentros. Por un lado, el confinamiento ha permitido vivenciar nuevas experiencias de acogida, también de resistencia, de soportar el estar dentro, porque tal vez para muchos es una experiencia insoportable. En torno a este concepto de lo insoportable, hay que recordar que muchas personas en nuestra sociedad viven en el encierro normalmente, me refiero a cárceles donde muchos cumplen condena o incluso instituciones de protección de niños, niñas y jóvenes, quienes también realizan sus actividades cotidianas bajo normas y vigilancia -según el concepto de “instituciones totales” de Goffman- en un campo híbrido de tensiones permanentes, generadas por la seguridad y resguardo versus el control.

Las escenas de la niñez confinada y en encierro están compuestas por especificidades similares y diferentes que transitan en lo híbrido. Cabe preguntarte: ¿qué de lo hibrido referido a cruces, de tradiciones, acciones, prácticas es compartido y diferenciado en el confinamiento? La idea es develar lo que acontece en nuestra vida, que coloquemos atención a las diferentes escenas y escenarios, porque hay allí lugares y acciones, pero también personas. 

Las pedagogías 

Nos acercamos a hablar sobre las pedagogías, por su dimensión política porque justamente pensar en esas hibridaciones es pensar en las fisuras, es pensar en lo que aparece y en lo no explícito, más bien en lo que aparece en los pliegues de los acontecimientos, lo cual implica ir más allá y desde una mirada crítica de ese acontecer. Pensar en las fisuras es pensar en los detalles. Al respecto, tiene mucho sentido y pertinencia detenerse en la pedagogía que llamaré del detalle, y que aparece resonante en las prácticas cotidianas humanas y muchas veces invisibilizada. Ese detalle aparece en la búsqueda, en la indagación, en la observancia y que devela lo que va a contrapelo de ese todo normalizado. La pedagogía del detalle implica sumergirnos en los matices de la aceptación y acogida de quienes nos rodean y abrir la escucha y comprensión a las acciones, al juego incesante de los niños y niñas, a las preguntas, y a las búsquedas y matices juveniles.  Ese detalle es implicarse con el otro y con lo que acontece; es un disponerse a estar con otros, enseñamos y aprendemos mutuamente y esa pedagogía va a contrapelo de ese todo normalizado instituido y jerárquico de estructura conservadora y dominadora del consumo de todo saber exigido bajo lógicas de control y exitismo educativo para insertarse en la sociedad. 

Es interesante poder ampliar la mirada, cuando nos encontramos en situaciones de crisis, ante las cuales buscamos como reacción, un escape: aquí las denominaré salidas de emergencia, que como bien sabemos significa cambiar de trayecto, no seguir el camino habitual, sino otro, lo que implica encontrar nuevas formas de organizarse, pensar para volver a emerger. Es preciso detenerse aquí, porque muchas de las salidas de emergencia la colocan los niños, niñas y los jóvenes; así lo hemos visto en el surgimiento de las demandas sociales del pasado 18 de octubre e incluso antes. Se han visto organizados, comunicando, buscando esos nuevos trayectos, buscando salidas de emergencia, esas voces audaces, criticadas por ser parte del problema, ese problema pensado desde la lógica adultocéntrica, errada por supuesto, eso está claro. 

«Lo que no podemos pensar es en una pedagogía que limite los acontecimientos e interponga aún más métodos de dominación, como el cuestionamiento a la romantización de la cuarentena: ‘quédate en casa, pero consume'».

En el confinamiento y en el encierro, ¿cuáles han sido las salidas de emergencia?, ¿ha habido espacio para esas salidas?, ¿cuáles han sido las emergencias dentro de la emergencia? es decir, ¿esas micro emergencias?  En situaciones de crisis muchas personas se organizan, hay colectivos, comunidades, espacios comunitarios y surgen iniciativas que se constituyen en esas llamadas pedagogías de las emergencias, que nos invitan a pensar en nuevos trayectos, desde una mirada crítica, que insta a buscar nuevos protagonismos en la niñez y de la juventud, que erradique el adultocentrismo y su dominación. Las pedagogías de las emergencias son pedagogías de ejercicio emancipatorio, que para la niñez y juventud se traducen por sobre todo en el juego, en las expresiones, en las creaciones, en “dejar ser” en sus lugares y acciones, escenas y escenarios, para buscar esas tan privadas libertades. 

Es preciso que reflexionemos, y a partir de lo descrito, que las pedagogías de las emergencias no busquen el discurso armónico de la modernidad, por ello es necesario la perspectiva crítica a nuestro vivir fundamental. Porque el ejercicio de la dominación del sistema capitalista neoliberal aparece impregnado y oculto en las prácticas cotidianas.   

Siguiendo con este relato y pensando en las pedagogías, recientemente el sociólogo Boaventura De Sousa Santos, publicó sus reflexiones en un libro titulado La cruel pedagogía del virus.  En él hace un abordaje sobre una lamentable realidad en la que el confinamiento de las familias en espacios reducidos, sin salidas, puede generar más oportunidades para el ejercicio de la violencia, y también para los que no tienen hogar, el confinamiento y encierro ¿no será también más grave?  Estos casos aluden también a que la pandemia muestra de forma cruel cómo el capitalismo neoliberal incapacitó al Estado para responder a las emergencias. 

Tensionando la Normalidad

En esta reflexión surge la pregunta sobre la normalidad, ¿queremos volver a la misma normalidad que teníamos antes de la pandemia, es más antes del estallido social?, Una normalidad que claramente nos ha llevado a pandemias y a la profundización de las desigualdades. ¿A qué queremos volver?, esa es la pregunta. Y es preciso conversarla para no reproducir las inequidades y las desigualdades que bien sabemos, como, por ejemplo, las desigualdades de género y las violencias hacia la mujer que se forjan en la niñez, en las prácticas cotidianas familiares. 

Debemos estar atentos, porque normalizar esta vida es peligroso. Incluso lo normal se puede traducir en una pedagogía de la crueldad, y parafraseando a Rita Segato, esta normalidad, en tanto violencia, no se pueda pensar por fuera de las estructuras económicas capitalistas, que necesitan de la falta de empatía para sostener su poder.

Es un imperativo crítico discutir lo que está aconteciendo en la vida, sin dejarse capturar por el control y los límites de las emociones, de las jerarquías y segmentaciones, y rescatar las pedagogías del acontecimiento, del pensar y de estar dispuestos a lo inesperado, abiertos a lo posible, como un quehacer rizomático, en que la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, sino que cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. Lo que no podemos pensar es en una pedagogía que limite los acontecimientos e interponga aún más métodos de dominación, como el cuestionamiento a la romantización de la cuarentena: “quédate en casa, pero consume”. 

En este confinamiento y encierro cotidianos, en ese híbrido de escena y escenarios, cabe significar, como señala Esteban Levin, que no podemos caer en trampas, no podemos dejar de sorprendernos, o pensar en que sabemos lo que va a pasar, eliminar nuestras dudas, los equívocos, el absurdo, eliminar lo inesperado, las dudas, los errores, para resguardarnos en la técnica, en el método de la pedagogización.  Porque si es así, lo que estamos eliminando es al sujeto que se hace del acontecer, del asombro, de la belleza, del descubrir, del equivocarse, y que es, ser niñes y jóvenes. Si eliminamos al sujeto, estamos limitando las posibilidades para las salidas de emergencia.

Las pandemias y el pueblo mapuche

El comportamiento actual del sistema de salud y de las instituciones estatales en tiempos de Covid-19, han sido el de una “ausencia programada” de la realidad sociocultural y epidemiológica mapuche en los contextos urbanos y rurales actuales. Existe un relegamiento de la existencia de conocimientos y prácticas de subsistencia material, terapéutica y espiritual mapuche, de su relacionalidad, así como de su situación de salud frente a la actual pandemia.

Por Andrés Cuyul Soto

El pueblo nación mapuche ha experimentado a lo largo de su historia moderna distintas epidemias que a su vez han tenido características pandémicas, y en su mayoría han estado socialmente determinadas por el contacto forzado con el Estado de Chile, que ha tenido una política de despojo de las condiciones materiales de existencia (territorio y ganado), arreduccionamiento territorial, marginación sociopolítica y falta de memoria inmunológica y desconocimiento de las enfermedades de tipo wingka que se han manifestado con el contacto occidental. Es necesario precisar que las enfermedades identificadas como mapuche kutran o endógenas no tienen capacidad epidémica y son más bien las enfermedades de tipo exógenas o wingka las que tienen capacidad epidémica y han diezmado a la población nativa desde el contacto español y, más recientemente, en los siglos XIX y XX, tras la instalación del Estado chileno en el otrora territorio independiente donde sucedieron epidemias de cólera (1867), tifus (1892) y viruela (1904-1906 y 1922). 

Machi tratando a un enfermo en una comunidad mapuche.

Situando las pandemias en su devenir histórico, podemos comprender el comportamiento actual del sistema de salud y de las instituciones estatales en tiempos de Covid-19, las que han optado por una “ausencia programada” de la realidad sociocultural y epidemiológica mapuche en los contextos urbanos y rurales actuales, es decir, por un relegamiento de la existencia de conocimientos y prácticas de subsistencia material, terapéutica y espiritual mapuche, de su relacionalidad, así como de su situación de salud frente a la actual pandemia. Esto se traduce, por ejemplo, en que a casi tres meses de iniciado el brote epidémico aún no contamos con información desagregada por pueblo indígena en el país, a pesar de que desde el año 2016 se ha actualizado la norma 820 del Minsal, que establece la inclusión de la variable pueblos indígenas en todos los registros de salud, incluyendo la notificación obligatoria de enfermedades transmisibles. 

Esta ausencia programada se ha manifestado también en la inexistencia de estrategias y acciones pertinentes para la prevención de contagio que consideren las formas de vida indígenas, tales como relaciones de reciprocidad y sociabilidad, procesos migratorios vigentes (Santiago–sur de Chile), entendimiento en el mapuzungun, explicación y tiempo para la comprensión del fenómeno pandémico, así como los alcances del confinamiento para el mundo indígena, toda vez que el mensaje de “quédate en casa” anula el sentido del ser che (persona) desde la relacionalidad recíproca en la vida mapuche comunitaria. Esta actitud de la política estatal la hemos llamado, desde la organización mapuche de salud Ta iñ Xemotuam, “la pandemia de la monoculturalidad”, donde una matriz cultural dominante acciona nuevamente sobre el “otro” y no atiende a formas de ser y estar culturalmente distintas. 

Al igual que las epidemias artificiales que se impusieron en el siglo XIX y siglo XX en el Wallmapu, la situación de empobrecimiento y vulneración de derechos que enmarca el desarrollo de esta pandemia sitúa a la población mapuche en particular e indígena en general como los colectivos históricamente más vulnerabilizados. De acuerdo a la última encuesta Casen, la pobreza en indígenas alcanza un 14,5%, mientras que en no indígenas es de un 8%, brecha que aumenta en el caso de la pobreza multidimensional, que vincula a la población indígena con un 30,2% respecto de un 19,7% de la población no indígena. Estudios recientes del Minsal dan cuenta de tremendas inequidades en mortalidad materno-infantil, enfermedades cardiovasculares y mortalidad por causas evitables para el pueblo mapuche. Por ejemplo, en la provincia de Arauco, la probabilidad de que un niño mapuche de menos de un año muera es 2.2 veces mayor que en la población no indígena; situación similar ocurre en comunas empobrecidas por la industria forestal, como Ercilla. Esta pandemia, por tanto, forma parte de un fenómeno mórbido colectivo que para el pueblo mapuche revitaliza la relación colonial impuesta por el Estado chileno, evidente en marginación sociocultural e inequidades socioeconómicas y sanitarias producto del racismo vigente en la agencia estatal y que se traducen en expresiones biológicas de la desigualdad en tiempos de pandemia. 

Desde un punto de vista cultural mapuche, esta pandemia se inscribe en una crisis civilizatoria enorme anunciada por nuestros mayores y agentes espirituales. Desde el año pasado, con el florecimiento del coligüe como indicador de catástrofes, se presentaba la crisis social desatada en Chile, la que junto a la desoladora sequía y la inminente plaga de roedores hizo comprender que esta pandemia es un efecto más de dicha crisis, para la cual en muchas comunidades y familias la preparación continúa junto con un replanteamiento de las relaciones que mantenemos como personas con la pluralidad de vidas con las que convivimos. Debemos reconsiderar la relación con nuestros espacios en términos de reciprocidad material y espiritual. Por ello, no es casualidad que en distintos territorios se estén desarrollando ceremonias espirituales mapuche como nguillatun a propósito de esta catástrofe, con la intención de reconectarnos con las vidas que nos constituyen como che, como personas. 

Frente a este contexto de agresión sistémica, el descuido de la forma de reproducción estatal de ocupación que nos afecta y de la crisis de la vida en los distintos mapu o espacios donde nos desenvolvemos, han emergido estrategias de inmunización colectiva en los territorios urbanos y rurales apelando a la memoria y solidaridad desplegadas con autonomía y a la pertinencia que da la acción propia. De esta forma, se han implementado cortes de camino para crear barreras sanitarias autogestionadas frente a posibles brotes en las provincias de Arauco y Cautín; se han elaborado mensajes propios de prevención y fortalecimiento del sistema inmunitario por parte de organizaciones mapuche de salud de la región Metropolitana y La Araucanía; se ha aumentado la cobertura de inmunizaciones y control de adultos mayores por parte de centros de salud gestionados por asociaciones mapuche como el Hospital Makewe en Padre Las Casas; las productoras y productores mapuche han donado verduras para campamentos de la ciudad de Temuco; y se ha puesto énfasis en los conocimientos y prácticas de salud mapuche en los hogares y comunidades de manera autónoma frente a la amenaza pandémica, todo lo cual ha revitalizado la importancia del conocimiento y la memoria para la proyección de la vida. A nivel agrícola, los cultivos tempranos, ayudados por las primeras lluvias de otoño, están generando inéditas siembras tempranas de granos de invierno por medio de la recuperación de semillas tradicionales casi desaparecidas, tales como el trigo colorado, libre de ensayos genéticos y que permite una siembra orgánica y libre de pesticidas y abonos químicos que parasitan la tierra. 

Frente a la no existencia epidemiológica del pueblo mapuche y la ausencia programada de nuestro conocimiento y realidad sanitaria en las acciones oficiales, la alternativa es reforzar las prácticas de salud propias y negadas en su integralidad por las políticas de salud monocultural; promover estrategias autonómicas del cuidado, como la autoatención doméstica con fines preventivos y curativos; fomentar el control epidémico–territorial; elaborar mensajes propios para el fortalecimiento inmunitario y la recuperación de alimentación tradicional; y crear organización para el cuidado de la vida en el lof y la comunidad, el cultivo temprano e intercambio de semillas, entre tantas otras estrategias que se están desarrollando y deberemos promover. Una política de salud mapuche autónoma que exprese el cuidado de la vida y de las distintas vidas que nos sostienen se hace urgente frente a la crisis civilizatoria que el mal vivir y la transgresión han desencadenado y de la cual no estamos ajenos. Tenemos memoria, territorio y cultura. Kizu zapiuküleafuyiñ (podemos cuidarnos solos).

Catalina Littin: “La gente ha tenido bienestar a costa del endeudamiento y eso hoy tiene un retroceso dramático”

Las primeras manifestaciones de pobladores de El Bosque y de otras comunas, quienes denunciaron estar pasando hambre debido a que la cuarentena no les permite conseguir el sustento diario, develaron la vulnerabilidad en que sigue viviendo gran parte de la población chilena, un porcentaje para el que el regreso a condiciones de pobreza está a la vuelta de la esquina. La periodista y Magíster en Gobierno, Políticas Públicas y Territorio, Catalina Littin, es actualmente la directora ejecutiva de la Fundación Superación de la Pobreza y en esta entrevista se refiere al trabajo que viene realizando la institución hace 25 años, y aborda por qué es tan urgente modificar las políticas públicas hacia una ayuda más descentralizada, directa y respetuosa de los saberes específicos y tradicionales de las comunidades.

Por Jennifer Abate

Tengo la impresión de que hace mucho tiempo que públicamente no escuchábamos hablar de hambre en nuestro país. ¿Te sorprendió escuchar nuevamente hablar de esta dramática realidad?

La directora ejecutiva de Fundación Superación de la Pobreza, Catalina Littin.

No sé si me sorprende porque es algo que veníamos advirtiendo desde hace semanas en las distintas instancias políticas y con sociedad civil en las que participamos. Era evidente que con la alta tasa de trabajo informal que tiene Chile, y que es agravada fuertemente por esta pandemia, todas las familias que se ganan el sustento diario iban a empezar a tener complicaciones importantes en ese sentido. Ahora, por supuesto que nos sorprende en términos históricos, porque era algo que habíamos dejado atrás, ya no era una manifestación principal de pobreza en el país. Eso nos da cuenta de lo vulnerables que somos y cuán vulnerables han sido los avances en estos 30 años en términos de pobreza monetaria. La gente ha conseguido un bienestar a costa del endeudamiento, ha tenido acceso a bienes, servicios que antes no tenía, y hoy eso tiene un retroceso bien dramático y que llega de un día para otro. Creo que eso es lo más impresionante, que se instala de un día para otro. Hay que actuar rápido, con mayor celeridad y con inclusión de todos los sectores en las decisiones que se van tomando.

El 22 de mayo comenzó la entrega de los dos millones y medio de cajas con alimento anunciadas por el gobierno, destinadas a paliar la grave situación que en este contexto enfrentan las personas más vulnerables. La medida se ha criticado, ya que otra alternativa posible era transferir el dinero directamente a las personas. También se ha cuestionado la falta de claridad inicial sobre el modo y fechas en que sería entregada la ayuda. Recién hoy sabemos que se le va a entregar sólo al 70% del 40% más vulnerable según el Registro Social de Hogares. ¿Qué opinas de esta estrategia?

Con la comunidad de organizaciones solidarias, que es donde estamos más de 240 instituciones de la sociedad civil que trabajan con temas de pobreza, vulnerabilidad y exclusión, presentamos hace semanas una carta a las autoridades políticas donde sostenemos que una transferencia monetaria es probablemente la manera más ágil y más digna para una familia que ha perdido su salario, ese ingreso diario que iba consiguiendo para poder hacerle frente en cierta medida a estos problemas. Pensamos que si hay dos mil millones disponibles, uno podría hacer una jugada distinta, pero no hubo acuerdo, la discusión política se enredó y enfrascó de tal manera, que no hubo forma de modificar el proyecto. Es evidente que la caja de alimentos es una ayuda humanitaria, de eso es de lo que estamos hablando y jamás diría que no es necesario; nosotros mismos hemos repartido cajas de alimentos en distintas partes del país en estas semanas. El punto es si acaso no es mejor hacer transferencias monetarias que permitan dinamizar los comercios locales, los pequeños negocios de barrio que están dentro de estas mismas comunas en cuarentena y que también se ven afectados. Las personas han perdido sus salarios, entonces ¿por qué no restituir aquello que se perdió? Creo que ahí hay un punto que uno pudiera analizar.

¿Por qué crees entonces que se optó por la alternativa de hacer entrega de cajas de alimentos, que además implica una logística gigantesca?

Es gigantesca. Bueno, porque estamos frente a un proceso muy dinámico, el ministro Briones dice que “es una película en desarrollo” y tiene toda la razón. Hace dos semanas hablábamos del futuro, y en el futuro, que ya llegó, hay hambre y desempleo, que se manifiesta de manera importante. Hay que tener una capacidad adaptativa y, en ese sentido, las cajas de comida forman parte de esa capacidad adaptativa. El punto es que, como tú bien dices, requiere de una logística tan inédita que ojalá tengamos la capacidad para llevarla a cabo y que lo antes posible las familias tengan esa ayuda, pero es indudable que el gobierno ya tiene que estar evaluando nuevas medidas que va a tener que empezar a ejecutar en las semanas que vienen. Lo que hemos tratado de instalar desde el 18 de octubre, básicamente, es la necesidad de entender que estamos enfrentando un país en el que está en jaque todo un modelo de desarrollo que se ha llevado a cabo en estos años y que no es un gobierno el que puede tomar las decisiones en solitario, porque es una responsabilidad en mayúsculas. Es la responsabilidad de muchos más sectores que sólo el gobierno y ahí nos gustaría mucho que hubiera un plan maestro que mirara el mediano y el largo plazo con responsabilidad, y que los sectores políticos, la sociedad civil, el sector privado pudieran hacerse responsables de ese plan. Esto, más allá del gobierno que esté a la cabeza, porque es evidente que no vamos a resolver todo lo que se manifestó en el estallido social, más todo lo que nos va a dejar esta pandemia, en seis meses ni en un año ni en dos, va a trascender a este gobierno, probablemente. Sentarse responsablemente a tomar decisiones y hacer un pacto fiscal, definir cuánto va a gastar Chile, cuánto está dispuesto a endeudarse, a qué le vamos a hacer frente, porque a esto le vamos a hacer frente todos, no sólo el gobierno. 

El Estado no llega a todas partes, Servicio País es una muestra de eso, nosotros estamos en territorios donde el Estado llega poquito y chiquitito, de alguna manera. Entonces, sabemos muy bien que se requieren alianzas estratégicas para poder hacerle frente a lo que estamos viviendo, no a lo que viene, a lo que estamos viviendo, porque cada vez va a sobreponerse más este futuro del que hablamos.

Vecinos de la comuna de El Bosque manifestándose por faltas de alimento en su población.

¿Crees que las formas de afrontar esta pandemia han considerado las diferentes condiciones de vida de las personas? Algunas no cuentan con una vivienda digna, con recursos como agua corriente, condiciones adecuadas de calefacción, acceso a salud, un trabajo estable que permita mantener la cuarentena.

Claramente, no, pero hay que decir que ni nuestro país ni el resto del mundo estaba preparado para enfrentar lo que se vino. Esta pandemia pilló al mundo entero en profunda desventaja y es evidente que en un campamento (lo ha dicho Sebastián Bowen, de Techo-Chile, de manera muy clara) el “quédate en casa” es imposible porque, primero, de ¿cuántos metros cuadrados estamos hablando? ¿De qué distanciamiento físico estamos hablando? ¿De qué medidas preventivas básicas estamos hablando cuando hablamos de un campamento? No hay agua, no hay servicios básicos elementales que permitan que esas personas se “queden en casa”, y si a esto sumamos que esas personas no pueden ir a trabajar, significa que no tienen alimentación, y ahí es donde tenemos que avanzar más rápidamente en soluciones en estos sectores que tenemos en cuarenta total. En El Bosque llevamos seis semanas de cuarentena obligatoria, una comuna con altos índices de pobreza, de hacinamiento. No es lo mismo poner en cuarentena total a Vitacura que a El Bosque y tal vez tendríamos que haber provisto de comida, implementos de seguridad, mascarillas, a esa población para que pudiera hacer esa cuarentena con propiedad, con un cierto grado de subsistencia, pero si no estamos preparados para eso, se hace bien difícil. Sabemos que hasta ahora la manera de salvaguardar la vida es el distanciamiento, la cuarentena es lo más efectivo, pero esa dicotomía es muy difícil de abordar en poblaciones vulnerables de manera tan masiva. Podríamos habernos preparado mucho mejor, seguramente.

¿Crees que al menos en el discurso público descuidamos la pobreza por preocuparnos de debates conceptualmente más sofisticados, como el de la desigualdad?

Sí, en parte, sí, pero lo que también es verdad es que las manifestaciones de la pobreza de los 90 a la fecha fueron variando de manera notable y estas expresiones más graves de la pobreza, como el hambre y la desnutrición, habían quedado atrás. Piensa que la pobreza por ingreso sólo ha disminuido de los 90 en adelante. Ahora, de manera tan inédita como esta pandemia, la pobreza va a subir, la pobreza por ingreso, más allá de cómo la midamos, es evidente que va a subir de manera importante, estamos hablando de un retroceso de décadas y para eso tenemos que trabajar muy duro, para que sea lo más transitoria posible. Hoy leía que no saben si la recuperación de Chile tendrá forma de V o de U, y que algunos expertos se estaban inclinando por la forma de U, es decir, que nos vamos a demorar más en la recuperación de lo que estaba pronosticado. 

Las fuentes laborales son quizás de las cosas más difíciles de recuperar, hay cuestiones a las que a lo mejor les puedes ir haciendo frente con distintas políticas públicas que permitan una recuperación de la economía, el crecimiento, pero cuando tú pierdes tu fuente laboral, cuando la fuente laboral es además suprimida, porque la empresa no existe, porque quebró, etc., el que vuelvas a recuperar ese puesto con ese nivel de ingresos que tenías inicialmente, demora muchos, muchos años.

—La Fundación para la Superación de la Pobreza es una institución con más de 25 años de trayectoria en Chile, que realiza un trabajo de análisis específico a lo largo de todo el país y que ha sido capaz de dar cuenta de los factores que más impactan sobre la vida de grandes y pequeñas comunidades, tanto urbanas como rurales. ¿Cuáles dirías que son los principales fenómenos responsables de la situación de pobreza de las personas en Chile?

Sin duda, tiene que ver con el agua, el acceso y la distribución de este recurso tan fundamental para las pequeñas agriculturas, para el desarrollo del mundo rural donde nos desarrollamos. Ahí hay distintas estrategias, pero por sobre todo hay una necesidad imperiosa de restablecer los derechos de agua y los usos de agua a nivel comunitario, algo que hoy no existe. Ahí hay un tremendo problema; en general, todo lo que tiene que ver con el uso del recurso natural es crítico para sectores rurales como aquellos en los que nosotros estamos. 

La falta de conectividad, en el sentido más amplio, no sólo estar o no conectado con una antena de Internet, sino también la conectividad a servicios básicos como la salud, educación, etc., es uno de los factores que determina este país desigual en el que vivimos. Creemos que hay que avanzar profundamente en generar posibilidades de vivir experiencias equivalentes en el mundo de la educación, en el ámbito de la salud, del bienestar en general, quizás ahí es donde radican las manifestaciones más importantes de pobreza e inequidad en nuestro país. Hay un montón de factores que se dan en el mundo rural que sugieren cómo, a través de ellos, se pueden implementar procesos de desarrollo inclusivo, desarrollo local, que sean pertinentes a los territorios, a los recursos naturales con que cuentan, saberes ancestrales o históricos que tienen las comunidades para salir adelante.

Hablabas del agua y pensaba en el cambio climático y la manera en que probablemente afecta a las comunidades de maneras más fuertes en la última década por los procesos de desertificación. El año pasado, por ejemplo, veíamos a pequeños agricultores, crianceros en el norte de Chile, que perdieron su fuente laboral por ese tema.

Claro, pero son más que fuentes laborales, son formas de vida, porque en torno a los crianceros no sólo hay una retribución económica de esa actividad, hay un saber, una tradición, un traspaso de conocimiento de generaciones. Entonces, trasciende lo monetario, y ahí uno ve que todo el efecto climático va destruyendo estos medios de vida que por años han estado presentes en su territorio y eso genera una crisis en lo económico, social y cultural. Vemos también cómo dramáticamente hay sectores que se van despoblando porque la educación está fuera del territorio; antes había allí una escuela donde se educaban, ahora esa escuela está en las grandes ciudades y los niños, a determinada edad, tienen que salir de los pueblos natales para acceder a la educación y por lo tanto, al futuro. Se empiezan a deteriorar fuertemente espacios de construcción comunitaria y de identidad tan importantes para los sectores rurales distribuidos en Chile. Es absurdo pensar que todos podemos vivir en las grandes ciudades, no es sustentable ni sostenible en el tiempo. Hay que atreverse a mirar distinto el país, mirar su diversidad y la fortaleza que existe en esa diversidad para generar políticas públicas distintas que incluyan, que hagan que la gente permanezca en esos lugares donde están todos los recursos. 

Por eso el proceso de descentralización es tan clave y tan urgente, sólo un proceso de descentralización va a permitir que a través del fortalecimiento, de las atribuciones de los gobiernos locales, se puedan generar políticas de nuevo cuño, políticas pertinentes a los nuevos territorios y regiones que forman parte del país y, eso es algo, insisto, urgente, a lo que debiéramos ponerle celeridad, porque además vemos que en momentos de crisis como el estallido social, la pandemia, contar con gobiernos locales fortalecidos hace que todo fluya de manera distinta y que las ayudas lleguen de manera oportuna a los territorios, genera diálogos y una inclusión distinta de la ciudadanía.

«Llevamos una década sosteniendo que hay que avanzar en políticas que miren el conjunto mayor de personas, el proceso de descentralización. Tenemos que avanzar en fortalecer los gobiernos locales y regionales e insertar prácticas propias de las economías locales en los circuitos de comercialización».

Catalina littin, directora ejecutiva de fundacion superacion de la pobreza

Servicio País vincula a jóvenes profesionales con las transformaciones socioculturales necesarias para solucionar la situación de pobreza en diferentes rincones del país. ¿Con qué se quedan estos y estas profesionales después de la experiencia?

Los y las profesionales son un verdadero puente con la estructura de oportunidades donde el Estado no llega, porque es centralista. Estos 260 profesionales que tenemos este año, por ejemplo, repartidos en cien comunas del país con altos niveles de pobreza monetaria, multidimensional, con altos índices de aislamiento, son una verdadera oportunidad para conectar con la estructura de oportunidades pública y privada disponible, se genera un círculo virtuoso que permite levantar cientos de proyectos cada año con pertinencia territorial, que son fundamentales para el desarrollo de esos lugares.

Estos profesionales son muy jóvenes, hombres y mujeres, y para ellos este puede ser su primer o segundo trabajo, son sus primeras experiencias laborales, reciben un plan de formación muy fuerte durante todo el año, un diplomado más toda la asistencia técnica que brinda el programa, y evidentemente el crecimiento profesional es enorme. De hecho, un porcentaje muy importante nutre el sistema público a lo largo del país, porque terminan trabajando en los distintos servicios públicos, muchos en las municipalidades en las que fueron destinados. Son un tremendo aporte porque no sólo llevan su profesión y experticia técnica, sino que además aprenden a trabajar con la comunidad; el respeto, la valoración, la dinámica y los tiempos que eso conlleva es lo que te forma como un profesional completamente distinto.

¿Hacia dónde deberían apuntar las políticas públicas y cuáles son las recomendaciones internacionales en las que deberíamos avanzar para la superación de la pobreza?

¿Cómo vamos a avanzar? Primero, vamos avanzar juntos, no es posible sin una articulación lo más sólida posible entre la sociedad civil, el Estado, el sector privado, eso como primera idea. Segundo, creemos que tenemos que insistir en una implementación de oferta pública que pueda promover la movilización de recursos comunitarios, es decir, que podemos avanzar en la modificación de mecanismos de focalización que trasciendan lo individual y que apunten más a lo comunitario. Hoy, la focalización de los recursos, las ayudas públicas, apuntan al individuo, a las familias, a veces, pero a lo comunitario no llegan, y lo que nosotros vemos desde los territorios en los que estamos es que justamente cuando una comunidad está asociada y tiene cohesión social y acuerdos conjuntos, enfrenta las crisis de mejor manera y sale de ellas bastante más rápido. En ese sentido, llevamos una década sosteniendo que hay que avanzar en políticas que miren el conjunto mayor de personas, el proceso de descentralización. Nos parece clave, creemos que eso construye el futuro de Chile de manera distinta. Tenemos que avanzar en fortalecer los gobiernos locales y regionales. En términos de política rural, creemos que hay que insertar prácticas propias de las economías locales en los circuitos de comercialización, ahí hay un componente cultural que es necesario relevar porque también es generador de ingresos.

Una comunidad como Socoroma, en el altiplano, con un riego de cada 38 o 40 días, genera uno de los oréganos más increíbles y que hoy está en el circuito del comercio justo, con denominación de origen. Bueno, ahí hay una comunidad que sabe hacer lo suyo. ¿Por qué no vamos a ir en apoyo de esas comunidades para que eso pueda seguir sucediendo muchos años más? La idea es mirar de manera integral, no sólo desde la macroeconomía y el crecimiento como única estrategia de desarrollo, sino pensar en cómo logramos sentar en una mesa a todas las partes que tienen que aportar en este diseño, que, insisto, tendremos que asumir con mucha responsabilidad todos los sectores. Chile no va a salir de esto si no es con todos y todas, poniendo a disposición lo que saben y que tienen sobre la mesa.

Extracto de la entrevista realizada el 22 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Carlos Ossa: “El único lenguaje que caracteriza al neoliberalismo es el de la guerra”

Conceptos como miedo, enfermedad y muerte toman matices distintos en un contexto que altera los rituales habituales. Carlos Ossa, Doctor en Filosofía y académico del Instituto de la Comunicación e imagen de la Universidad de Chile, analiza cómo la palabra y la memoria pueden ser discutidas en medio de la crisis sanitaria actual, que conlleva una crisis política, pero también del lenguaje.

Por Florencia La Mura

“Casi todo el tiempo no sé qué decir y constantemente me piden que diga algo”, dice Mariana Enríquez, la escritora argentina de terror más aclamada en la actualidad, en una columna titulada La ansiedad. “Como persona que trabaja con el lenguaje debería colaborar en la discusión pública. Pensando, escribiendo, interpretando. Pero cada día que pasa, pensar en esta pandemia se convierte en una neblina pesada: no veo, estoy perdida”, se lamenta Enríquez, en una búsqueda no sólo por su sentir, sino por las palabras para intentar nombrarlo. 

El doctor en Filosofía y académico del ICEI de la U. de Chile, Carlos Ossa.

Esta pandemia no es una historia de terror, dice Enríquez en su texto, es una distopía y en ella el virus es este “enemigo poderoso” del que se nos habla. Es un ente peligroso que ha traído de vuelta el lenguaje de la guerra. Para Carlos Ossa, académico del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile (ICEI), quien estudia la comunicación en la sociedad actual desde una mirada interdisciplinaria, este lenguaje es inherente al neoliberalismo, donde la palabra es presa de un sistema político que la vuelve meramente instrumental. Cifras y estudios aparecen como lo más relevante en un contexto que se mueve dentro de lo científico como una palabra incuestionable, pero esto deja fuera a todo aquello que no se mueva dentro de este lenguaje específico. 

¿Cómo entonces, sacamos a la palabra de la literalidad? ¿Cómo logra moverse en el confinamiento? Ossa, quien ha enfocado sus investigaciones en la estética y la política, opina que la discusión debiera enfocarse en hacerse preguntas respecto al presente para así pensar el futuro, tomando el lenguaje como el punto de partida para repensar el sistema político. Esa neblina que menciona Enríquez puede disiparse si sacamos a la palabra del espacio donde ha estado atrapada.

El lenguaje verbal es nuestra principal forma de comunicación, pero en momentos de incertidumbre cuesta verbalizar. ¿De qué manera podemos comunicarnos ahora que el habla es quizás lo más importante?

Estamos en una escena donde hay ausencia de cierto tipo de palabras y hay exceso de otras, que en un contexto normal podrían convivir en la contradicción y en el aislamiento, incluso separadas e indiferentes las unas de las otras. Pero en este marco combaten por querer darle visibilidad a una cierta explicación de las cosas que, independientemente de la forma y argumento, es insuficiente. La palabra está en una condición de conflictividad radical, ya que ha sido instruida al uso meramente instrumental, al ejercicio productivista, al carácter económico. No puede vislumbrar otro relato porque quedó encerrada en esta discursividad que por un lado la ahoga y por otro lado, esta crisis le pide que restituya un cierto verosímil. La única manera que tenemos de comunicar el sentido, de apropiarnos de él, y también de sentir su falta es a través del efecto de la palabra, de lo que esta pueda decir o no. Y a pesar de que estamos en un régimen altamente tecnológico y estamos usando tecnologías expresivas, a pesar de que pensemos que suspenden lo verbal, lo subordinan a lo iconográfico. Lo que más pedimos no es solamente que aparezca una palabra, sino que esta traiga con ella un cierto pacto, porque sentimos que el contrato social en que vivíamos se ha roto.

¿Cómo la idea del “enemigo externo” que plantea el gobierno reproduce esta radicalización de la palabra?

En el neoliberalismo, la palabra no puede ser plurisignificante porque eso distorsiona su valor productivo. Tiene que ser sumamente asertiva en lo que describe, porque no solamente transporta una cierta explicación, también transporta una economía de los cuerpos y las relaciones. Ese lenguaje ha sido muy exitoso para instalarse en el mundo médico, policial, político y educativo, logrando instalar un modo de comunicar que se funda en una dicotomía, hay un afuera y un adentro. En el contexto que vivimos y antes, con el estallido social, se ve obligado a homogeneizarse, a unirse en torno al único lenguaje que lo caracteriza, porque el neoliberalismo es una lengua de guerra. Cuando hablas de competencia y remites a toda la lengua que habitualmente circula por los medios, te das cuenta de que es así, que está sosteniéndose sobre la idea de una fragilidad que debe ser combatida y que gracias al conocimiento experto puede ser estabilizada. Por ende, ante los fenómenos que la alteran y la cuestionan, tiene que construir un otro imaginario que le permita cierta unidad semántica, un imaginario del nosotros que históricamente ha tenido mucho éxito cuando se metaforiza en la figura de un mal externo.

No es extraño que la lengua del «enemigo», de un afuera que amenaza la estabilidad del sistema, aparezca repetida en el discurso de distintos sistemas políticos y gobiernos, porque obedecen a la misma lógica semántica. Está asociado con lo que Kant llamaría ese binomio inseparable de la guerra y el comercio. Ahora estamos en guerra porque lo único que está amenazado es el comercio, entonces hay que salvar al comercio para eliminar la guerra y volver a la prosperidad. Es muy difícil que en un modelo semiótico como este la cuestión de la virulencia y los comportamientos no se relacionan necesariamente con la idea de competencia por capturar el significado. Pero para hacerlo tienes que desplegar una narrativa radical en la que le hagas sentir a la población que está inmersa en un peligro tan inmenso que solamente una lengua experta puede resolverlo. 

«No estamos en guerra», una de las frases que se popularizó en el estallido social del 18 de octubre. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Desde los medios hay un reflejo del discurso que en muchas ocasiones no contempla crítica o análisis más profundos. ¿De qué manera se mueve la literalidad de la palabra?

La tarea de los medios ha sido apoyar la estrategia de la reclusión y para ello han exacerbado, desde una vestidura científica, la estimulación del miedo como justificación de un comportamiento políticamente correcto, que no se presenta como ideología, sino como auxiliar de un relato científico que distribuye las normas para comportarse en una crisis sanitaria. En ese escenario, la única palabra que puede tener lugar es la de la ciencia y la policía. Ambos coinciden en copar el espacio enunciativo en la perspectiva del cuidado y la vigilancia. Son dos palabras que en un escenario de estas características no piensan ni examinan la intensidad o la estructura lógica de su discurso, sino que, al contrario, se sienten totalmente validadas y autorizadas porque representan lo “objetivo”. Cualquier otra enunciación queda fuera y los medios están reproduciendo en el nivel de la información, pero además -en las opiniones que circulan diariamente por ellos- los miedos satánicos de los que alimenta su poder la ultraderecha. 

Los medios se han anclado con ese relato del miedo como principio rector de la convivencia contemporánea, entonces el otro, en vez de volverse el horizonte del sentido, es restituido en esta figura de la desigualdad que trae consigo un mal y que debe ser combatido, alimentándose del lenguaje de la guerra. Tiene que demostrar que su palabra no está debilitada para poder resolver los problemas que ha generado un fenómeno que rompió todos los límites de la comprensión aparente, que excede nuestros rituales y ha puesto en tela de juicio toda nuestra modernidad que, con todo su desarrollo científico, no ha sido capaz de contener una situación sanitaria como esta. 

¿Cómo se modifica nuestra relación con la muerte en el contexto actual?

Todo el siglo XX fue un siglo mortal, el lenguaje fue usado para convocar la muerte, hay una relación con el lenguaje que ha estado ejerciendo y desarrollando su historia sin mayores cortapisas. Ahora miramos la muerte y hace seis meses atrás nos resultaba indiferente, no solamente aquella de los seres humanos, sino también de la flora y la fauna. De pronto vuelve a estar entre nosotros, reclamando no ser olvidada por la palabra y obligando a establecer los rituales que durante siglos hemos tenido con ella. En el contexto de esta necesidad política de ordenar lo que generó el neoliberalismo, el único efecto amedrentador, la única fuerza inhibitoria de una revuelta política, va a estar dada por esta idea de una enfermedad que puede ser mortal. Entonces, el estallido social que lleva la palabra a la calle, es sustituido por la pandemia, que lleva la palabra al espacio privado. Pasamos de un movimiento en que la palabra busca incrementar una escena emancipatoria en la ciudad a otra en la que la palabra restituye la fragmentación del individuo en relación a los otros, por lo tanto, la palabra no comunica, sólo informa. Solamente deja testimonio del suceso, pero no explica qué significado previo y posterior va a tener para nosotros. 

Una agrupación de escritores en Bélgica está regalando poemas a familiares de fallecidos por Covid-19. ¿Cómo analiza esta iniciativa desde la búsqueda del sentido?

Pensar en cuál es la palabra que domina y tiene la experticia mayor resulta un poco discutible, ya que en el fondo es la combinación de las experticias de las palabras, su capacidad de articular los mundos posibles que están en nuestra imaginación y necesidad de vida, lo que ayuda a resolver los problemas. Entiendo que las respuestas que vienen desde el punto de vista del arte tienden a hacerse cargo de algo que el escenario deforme de una palabra técnica no toma en cuenta ni de lo que se hace cargo, que es el duelo. La palabra y la imagen ayudan al duelo, permiten relacionarse con lo irrepresentable que ha dominado los últimos seis meses de la vida contemporánea con la figura de la muerte que, aunque no es excesiva, se ha vuelto impactante. Todas estas actividades artísticas, lo que buscan, a partir de la escena del duelo, es darle lo que siempre ha sido su trabajo, perder lo perdido. Poder aceptar que lo que ya no está es una ausencia a la que debemos conmemorar mediante un gesto de presencia que nunca nos devuelve nada, sino que profundiza y acrecenta que estamos sufriendo. 

«Cuando termine la pandemia, ¿vamos a salir más violentos, más fragmentados, más intolerantes? Es decir, casi iguales, ¿o vamos a salir más solidarios, igualitarios y deseantes? (…) Nuestra sociabilidad está en juego y es resultado de qué lenguaje usamos, qué palabras usamos y cuáles dejamos de usar para decir otras».

Entendiéndolo como el espacio político que es, ¿cómo se desarrolla la idea del enemigo y del contagio en los espacios digitales?

Lo digital opera aquí en el sentido anverso. Es el espacio de la neutralización que permite jugar caprichosamente con la palabra confín y confinamiento, ya que al estar recluidos damos forma a un fin: no seremos presa ni efecto de este contagio, liberamos en el mundo digital esa interacción que ya no podemos realizar en el mundo social. Es la palabra pública, que se intercambia materialmente, la que nos pone en peligro porque está contagiada, y en cambio, la palabra esterilizada del dispositivo digital nos hace mantener el intercambio cotidiano que antes hacíamos de la otra forma, pero liberado de la angustia y de la incertidumbre de poder ser víctimas de su toque. Ahí viene lo curioso, porque lo que hace funcionar a la palabra es que te toque. Con la lógica digital, la palabra más que tocarnos solamente nos pone en contacto, disminuye toda su potencialidad política agresiva y, al mismo tiempo, debilita toda la energía psíquica que gastamos cuando estamos interactuando con un otro. 

El régimen digital disminuye la tensión y nos permite contener más el tiempo, salir de la productividad acelerada, del estrés de una vida entregada a la producción y el consumo y poder encontrarnos con una dimensión del tiempo que nos estaba siendo excluida pero que solamente podemos comunicar de una forma que no sería la más idónea para poder dar cuenta de este momento distendido en el que la palabra se tiene que preocupar un poco de ti mismo. Ese es el primer mandamiento del neoliberalismo pandémico: cuídate a ti mismo porque de ese modo salvarás a los otros. Lo digital me proteje al mismo tiempo que me aisla. 

¿Qué rol juega la tecnología en la memoria, ya que ambas se intercalan en nuestro espacio íntimo?

La infraestructura tecnológica altera las reglas del tiempo, puesto que los rituales de muerte y de vida están suspendidos en su interacción simbólica. Las ceremonias de todo tipo pierden la temporalidad que les permitía colocar en lo cotidiano una obra distinta. En ese sentido, la memoria está más inclinada a un ejercicio de pregunta y al mismo tiempo de conexión con lo que falta en la vida, y por ende hay una especie de ensimismarse en el detalle del diario vivir, asumiendo que ese día a día puede ser inquietante debido a las distintas formas de ocuparlo. En muchos hogares ocurre la necesidad de convertirlo en un nuevo espacio de reflexión, de producción más alegórica, por lo tanto, deja de ser solamente el destino donde se va a descansar del trabajo y se puede volver una máquina industrial, una máquina poética o una máquina violenta. 

La memoria de cómo habitamos el espacio diario también está siendo conmocionada por este doble ejercicio, ya que la producción ha sido desplazada hacia lo privado y a través de la tecnología intentamos recuperar la comunicación que nos ha sido mermada por el confinamiento. La casa se está volviendo una extensión del mundo del trabajo, entonces nada cambia, sólo se modifica la configuración material. Hay una alteración del tiempo y de nuestra representación del espacio que también está trayendo consecuencias. Cuando termine la pandemia, ¿vamos a salir más violentos, más fragmentados, más intolerantes? Es decir, casi iguales, ¿o vamos a salir más solidarios, igualitarios y deseantes? Esa transformación está muy ligada a ese espacio privado que los críticos habían advertido que había sido desmantelado por esta racionalidad neoliberal que convertía todo a un valor de cambio. Nuestra sociabilidad está en juego y es resultado de qué lenguaje usamos, qué palabras usamos y cuáles dejamos de usar para decir otras. Durante décadas hemos sido obligados a usar un diccionario bastante restringido de palabras que obedecían a la lógica del intercambio y una palabra mayúscula atravesaba nuestra existencia personal como pública: la deuda. La pregunta es ¿mañana nuestra lengua tiene que seguir hablando la deuda o tiene que sustituir la deuda por otra palabra que nos permita imaginar algo diferente?

¿De qué manera podemos cambiar la búsqueda de sentido para dejar de pensar el lenguaje como una deuda?

Eso es parte de una política del presente, que ahora puede ser más imaginable que hace un tiempo atrás. La única racionalidad que podíamos aplicar era agotar la denuncia del sistema, sin pensar en otra ética. En cambio, creo que hoy se entiende que, como decía Raymond Williams, nunca va a haber un régimen que pueda repensar la vida. Siempre van a haber tensiones al interior del propio orden, no todo es claro y compacto. Hay una especie de quiebre en la temporalidad cerrada que veníamos experimentando y podemos pensar en una alternativa, pero hay que construirla políticamente. Lo que hay que aprovechar ahora, más que sugerir «políticas culturales», es imaginar cuáles son las conversaciones sociales de las que deberíamos hacernos cargo para entender que no sólo está en juego un modelo económico, sino que una manera de organizar la existencia que debe aceptar la diferencia, la diversidad, la heterogeneidad. 

La pregunta por cuál es el horizonte en el que queremos vivir los próximos 50 años es capital, ya no se trata del aquí y ahora. Cualquier trabajo del lenguaje, de la estética, de una economía alternativa a la que existe, tiene que fundarse en otra teoría del presente y en otro modelo de pensamiento crítico, que no se recicle en explicarlo con un nivel de detalle exasperante, cómo funciona el neoliberalismo. Tengo la impresión de que el mundo, no como un ente abstracto sino como el espacio de la habitabilidad, nos está haciendo preguntas decisivas y tenemos que sentarnos a pensarlas y discutirlas.

Bernardo Oyarzún: “El drama social es el mismo, agravado ahora por el confinamiento de la gente”

El artista visual, quien representó a Chile en la Bienal de Arte de Venecia en 2017, dejó el acelerado ritmo de Santiago hace un año y medio para vivir en la región del Biobío. Allí pasó el estallido social y ahora la pandemia que lo tiene recluido en labores propias del campo y haciendo trueque con sus lejanos vecinos para abastecerse. Reconoce que crear en estas circunstancias le ha sido casi imposible, hasta que hace 15 días comenzó un nuevo proyecto inspirado en el problema del agua.

Por Denisse Espinoza A.

Los motivos fueron más bien personales y familiares, dice Bernardo Oyarzún (1963). Hace un año y medio, el artista visual decidió poner fin a su vida en Santiago para emigrar al campo, a la región del Biobío, trayecto opuesto al que hizo su familia en los años 90, cuando con pocas posesiones decidieron probar suerte en la capital. Claro que sus lazos con esa vida campesina y con su origen mapuche calaron siempre hondo en su obra artística. A través de fotomontajes, videos e instalaciones, Oyarzún ha evidenciado problemáticas como la discriminación y la exclusión social. En Bajo sospecha (1997-1998) abordó el tema del racismo y clasismo local; en Cosmética (2008) ironizó con su propia imagen sobre los cánones de belleza occidentales; y en Ecosistema (2005) denunció como la propiedad privada ha destruido el paisaje de sus ancestros, maltratado por la deforestación, la agroindustria y la contaminación.

El artista visual, Bernardo Oyarzún.

Eso sí, su obra más destacada hasta ahora fue la que llevó al pabellón chileno de la Bienal de Arte de Venecia en 2017: Werken, una gran instalación con 1.300 máscaras tradicionales hechas por artesanos mapuche, además de 6.079 apellidos originarios como Huenulao, Catrilán, Curalaf, Hichapai, que corrían por una interminable franja LED roja, la que rodeaba e iluminaba el espacio en el Arsenale. La obra, que llamó la atención de los medios internacionales, buscaba “visibilizar la cultura mapuche y reivindicar su eterna lucha contra el Estado chileno”, dijo Oyarzún en esa ocasión.

Hoy, junto a su pareja, la artista Pamela Iglesias, y sus dos hijos, Bruno y Horacio, de 8 y 6 años, el artista retornó a vivir a la que fue la casa de sus padres, alejado por kilómetros de sus vecinos más cercanos e intentando continuar su carrera artística desde ese margen. Reconoce que tras el estallido social le fue difícil crear: “Me afectó muchísimo, estaba colapsado, tuve una sequía creativa”, dice. Eso sí, hace 15 días inició un nuevo proyecto, después de que el curador Tiago de Abreu Pinto lo invitará a participar de la muestra colectiva Al aire libre, donde distintos artistas en cuarentena exponen obras en su entorno cotidiano: el jardín, la ventana o el balcón de sus casas. En el caso de Oyarzún, usó su terreno para instalar 25 varas de madera de álamo de 8 metros de alto, que culminan en cántaros de greda, como ofrenda y petición a la naturaleza para que envíe agua del cielo.

-¿Cómo ha afectado el actual contexto de pandemia tu trabajo artístico?

Es muy fácil y entendible colapsar en estas condiciones, me parece natural y a mí me sucedió que tras el estallido social, la atmósfera tan triste de todo me aplastó. Ver la necedad y la irresponsabilidad de la gente que nos gobierna, ver toda la pobreza humana, toda esa atmósfera me tenía muy oprimido. Por eso mismo creo que no hay obligación de estar creando en este contexto, tiene que ser algo natural y no forzado. Creo que es importante mantenerse conectado con tus pares, con la gente, pero no nos sintamos culpables si no podemos hacer nada, extraño sería que fuésemos una fuente de creatividad inagotable. 

Ahora, hace sólo 15 días estoy trabajando en este proyecto que me tiene muy entusiasmado, invitado por el curador Tiago Abreu, la idea es incipiente, pero creo que tiene mucho futuro. Como tema central tomé el problema del agua. A pesar de que acá llueve muchísimo, mucho más que en Santiago, y hay sectores de regadíos muy verdes, hay otros sectores a los que les han quitado los canales y que están completamente secos. No es distinto a lo que pasa en Petorca y en otro lugares, porque desde aquí hacia el sur ya empieza la industria forestal, donde se densifica la deforestación de pinos, eucaliptos, entonces estas empresas se llevan todo el agua, se la roban. La idea fue hacer una especie de ritual metafísico, donde a través de estos cántaros, los metawes mapuches, alzado en estas largas, se ruega para que llueva. Ahora coloqué 25 varas, pero pienso en una instalación mayor, de unas 200 varas, quedaría muy bien al aire libre o bien en un museo.

Instalación hecha por estos días por el artista con 25 varas de álamo y cántaros de greda, bautizada provisoriamente como Metawe.

-El lugar donde resides ahora ya es bastante aislado. ¿El confinamiento ha cambiado mucho tu vida cotidiana?

En general, tenemos muy poco contacto con la ciudad, normalmente vamos cada 15 días al pueblo más cercano, que es Cabrero, que está a 20 kilómetros, y allí nos abastecemos. Hoy en el pueblo hay 25 personas contagiadas, 16 ya están recuperadas y sólo una está grave en la UCI, conectada a ventilador, pero no tengo más detalles. La verdad es que ahora vamos cada vez menos y se ha dado algo bellísimo por lo mismo, y es que se ha activado el trueque casi espontáneamente. O sea, entre los vecinos se evita incluso la transacción monetaria y nosotros ya hemos obtenido varias cosas por trueque, por ejemplo miel, productos de las huertas, nosotros a cambio tenemos varios árboles frutales, tuvimos castañas e higos, y ahora estamos llenos de manzanas. Para eso ha sido fundamental el uso del WhatsApp, donde hay como unas 50 personas que viven en los alrededores. Es bonito cómo se ha fortalecido el sentido de comunidad. Incluso ha habido gente que ha regalado cosas de sus chacras para quienes necesiten. 

El contraste de esto con lo que vivía en Santiago es total. O sea, yo vivía en una villa arribista de Puente Alto, y durante 23 años no conocí a prácticamente nadie, sólo dos vecinos a quienes saludaba y vivíamos a 10 metros, ahora conocemos a la gente que vive a diez kilómetros. Mis hijos van a una escuela que queda a 8 kilómetros en un sector que se llama Progreso y también nos hemos abierto a esa comunidad.

Las actividades que tenemos acá son muy huasas, la verdad. Suceden cosas graciosas, como que hace días que se nos metió una vaca que no es nuestra y tenemos miedo de que se coma nuestras plantas, entonces hay que armar un cerco para mantenerla alejada. Pamela mandó un mensaje al grupo de WhatsApp para que el dueño de la vaca venga a sacarla. Hacemos cosas que en Santiago no hacíamos, como hacer pan o separar la basura para poder hacer compost que nos ayuda a tener una tierra más fértil; ahora estoy construyendo un deshidratador de frutas. En este lugar lo ecológico se manifiesta muy naturalmente.

Detalle de Werken, la instalación con 1.200 kollones mapuche que Oyarzún llevó en 2017, a la Bienal de Arte de Venecia.

-De alguna forma, la pandemia y el confinamiento también han evidenciado las carencias del sistema económico, pero también cómo se daban las relaciones humanas. ¿Esto se vuelca también en tu trabajo?

Claro, en el caso de Chile la pandemia ha seguido aumentando la impotencia y la rabia que ya venía dándose con el estallido social y ahora se siente aún más la urgencia de que haya una cambio en el sistema y de la Constitución. El drama social sigue siendo el mismo, ahora agravado por el confinamiento de la gente. La pandemia te amarra, mantiene atado tu dinamismo a todo nivel, no puedes trabajar a nivel artístico en la escena, con tus pares, entonces todo es virtual. Creo que la carga negativa que estamos viviendo desde el estallido social no se ha apagado, por eso en mi último trabajo no hablé del virus directamente, sino sobre un problema político, el tema del agua privatizada, que es una de las grandes demandas que tenemos como país. A mí me siguen movilizando los grandes temas políticos y sociales de Chile y la pandemia simplemente se sumó.

Tienes mucha cercanía con las comunidades mapuche en Santiago y también en el sur. ¿Cómo están viviendo la pandemia? ¿Crees que se ha debilitado por esta contingencia la lucha que ellas mantienen por su cultura y territorio?

La comunidad con la que trabajaba en La Pintana es la Kiñe pu liwen, desde la que nació mi obra Werken, que llevé a Venecia. A ellos la pandemia les afecta exactamente igual como le afecta a la población más vulnerable en Santiago, y acá en el sur, lo mismo, ellos son los marginales en su propio territorio, en su propio Wallmapu. En Santiago, son los que están obligados a trabajar, porque la mayoría son obreros y no tienen el privilegio de encerrarse en sus casas, al igual que los pobladores de las comunas periféricas. Estas comunidades están muy ligadas a la medicina natural, entonces la mayoría mantiene la teoría de que el combate de la pandemia es una cuestión de fortalecer la inmunidad y eso está estrechamente ligado a alimentarse bien. El tema es que en las ciudades es difícil para ellos acceder a comida saludable si además no pueden salir a trabajar.

Ahora, la lucha que ellos están dando desde la época de la Colonia, que es una lucha contra el Estado, que no es otra cosa que el poder oligárquico, se va a seguir dando. La pandemia no va a detener esta revolución étnica que se ha estado dando y que quedó expuesta en mi obra Werken; son cientos de comunidades que han ido migrando en masa a las grandes ciudades y que están organizadas en la periferia. Es un fenómeno urbano que está ganando cada vez más fuerza, no creo que haya comuna en Santiago que no tenga una comunidad mapuche activa, organizada, la mayoría de ellas tiene hasta personalidad jurídica, entonces están absolutamente instaladas como centros culturales donde mantienen activa su cultura y la lengua. Yo creo que la pandemia no va a mitigar ese fenómeno.

De la muestra Funa, exhibida en el Museo de la Memoria en 2017.

-La comunidad artística también la está pasando mal con las dificultades que tienen para trabajar y exhibir sus obras. ¿Qué te parece la ayuda que entregará el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de $15 mil millones a través de fondos concursables?

Los artistas estamos acostumbrados a la rudeza económica. En mi caso, los ingresos bajaron a cero luego de que me trasladé de Santiago, porque dejé mi trabajo como montajista, que era mi principal ingreso, y ahora sólo recibo el arriendo por mi casa de Puente Alto y vivimos con nuestros ahorros. Es rudo por todos lados, hoy lo único que nos queda son las plataformas virtuales, que evidentemente no son la mejor forma de ver una obra de arte, pero es la única forma de seguir conectados y no quedarnos dormidos.

La verdad es que el tema de aplicar un sistema concursable para entregar ayuda a la gente en un escenario de emergencia me parece de una estupidez demencial. O sea, pedirle a la gente que está necesitada que concurse para acceder a una ayuda me parece una idea fatal, pero, como todo, esto también obedece al desinterés que tiene el Estado por el arte y la cultura, para este sistema económico la cultura es un gasto, no tiene ninguna importancia. Entonces no sé, yo creo que debería haberse generado una plataforma mucho más transversal en que se le diera ayuda directa a la gente y no fondos concursables, porque la gente tampoco está con la energía de hacer eso.

Tuve la experiencia, hace 10 años, de hacer una residencia en Stuttgart, Alemania, donde durante siete meses me pasaron un departamento para que trabajara, me daban mil euros mensuales y además dinero para producir obra. Pero la situación era tan ridícula que jamás me pidieron una boleta por gastos ni tampoco me exigían realmente producir obra, o sea, para ellos lo importante era la experiencia y lo que pudiese salir o no de eso. La verdad es que fue una de mis épocas más productivas, hice como cuatro obras diferentes que expuse en Alemania y luego en Chile, sólo porque yo quería hacerlas. Es una visión diametralmente opuesta a la que se tiene en Chile, allá cada ciudad tiene galerías estatales que son increíbles, de hecho, allá declararon la cultura como una necesidad de primer orden para el ser humano; acá, en cambio, lo que tenemos es una comunidad artística cada vez más empobrecida.