El dominio que te concierne

Tal vez en esa sensación de lo efímero, en ese arranque de vida que es un recuerdo, en esa cosa informe que es la memoria, se juegue esta permanencia en la inmovilidad. Todo pareciera mezclarse en la memoria caóticamente, como fragmentos de cuerpos entrelazados, como si también hubiese caído una bomba sobre Viña del Mar, y la vida se detuviese como lo ha hecho desde hace ya un año, situando a todos al borde de un cráter, arriba de escombros, copa en mano, dispuestos a brindar por la catástrofe que, pese a todo, aún los mantiene con vida.

Por Claudio Guerrero Valenzuela

Escrito está en tus páginas
que poesía y principio de propiedad
dos fuerzas son que se repelen,
pero escrito está también
que la poesía es infinita y divina,
no hay tiempo preciso ni lugar,
y el dominio que te concierne
verdadero, eterno, único es,
imperio sobre el universo todo.
Sergio Raimondi, Poesía civil

A nuestro alrededor los cuerpos se alzaban de la piedra
formando grupos compactos, enredados entre sí como
si una explosión los hubiera reducido a fragmentos.
Peter Weiss, La estética de la resistencia

No sé por qué, esos aviones me parecían más naturales
que las pequeñas luciérnagas volando a ras del piso las primeras noches calurosas de la última primavera.
Sergio Chejfec, Modo linterna

Llegue, pues, el oficio segundón, a la hora de la crisis, cuando el tedio
ya aparece en su fea desnudez; venga cualquier cosa nueva y fértil,
y ojalá ella sea pariente de la creación, a fin de que nos saque del atolladero.
Gabriela Mistral, El oficio lateral

Hay en alemán una palabra para designar este sentimiento de bienestar
que provoca el estar a salvo en un espacio cálido e inexpugnable: gemütlichkeit. La gemütlichkeit no es tan sólo confort o comodidad, es sobre todo refugio, depuración,
la sensación de hallarse en el propio nido, lejos de las complicaciones externas.
Fabio Morábito, También Berlín se olvida

Escucha a Sergio Raimondi en un podcast de la Deutshe Welle y le oye decir que ha escrito un poema a las grúas de Berlín como parte de su estancia en la ciudad durante un año, gracias a una beca de la DAAD. El entrevistado le sugiere a la entrevistadora, de acento rioplatense como él, que se fije en que en esta ciudad siempre hay un edificio en construcción. Ella pronuncia la palabra grúa en alemán, pero no alcanza a retenerla y prontamente lo olvida, mientras continúa con el aseo dominical de su casa en Viña del Mar, afanado en limpiar un WC que se propone dejar prístino, como recién comprado. En el último tiempo se ha habituado a cocinar o a realizar la limpieza con un parlante de mano que hace rebotar los sonidos de canciones, las noticias de la radio o podcast de todo tipo. En el último tiempo, la pandemia ha traído de vuelta la escucha.

Prestar oído le ha devuelto algunas sensaciones, algunos silencios, algunas imágenes de aquella ciudad. Durante un tiempo pensó que tras los treinta días que duró su estadía en la capital alemana gracias a una beca bastante más modesta que la del poeta de Bahía Blanca, hace ya casi tres años, nada interesante podría escribir sobre ella más que anécdotas absurdas, detalles inoficiosos, impresiones sesgadas y comparaciones propias de turista latino habituado al caos de las sociedades del tercer mundo. Si traiciona ese imperativo soberanamente autoimpuesto se debe más a ciertos misterios difíciles de desentrañar que a una actitud lógica o extremadamente racional frente a la escritura. Esperanzado, también, en apuntar algo más que una simple idea del viaje, o motivado, quizá, por este encierro pandémico que revuelve los tiempos, diluye las acciones y confunde los espacios activando la imaginación, se atreve a ensayar algo, a retomar incluso un diálogo imaginario con el poeta argentino, continuación del comenzado hace unos años a partir de la lectura de su libro Poesía civil, y que ha girado particularmente en torno a las relaciones entre poesía, creación y comunidad, así como al lugar de la escritura en el contexto de una crisis continua que parece predominar hoy en todos los ámbitos de la vida.

Leyó hace poco un tratado sobre el pensamiento apocalíptico —si hay algo que la pandemia trae a escena es la posibilidad cierta de un final— donde el autor citaba un verso de Wallace Stevens, expresando algo así como lo que sigue: “La imaginación se encuentra siempre en el final de una era”. Si hay algo que ha aprendido a hacer en este último tiempo es a convivir con la incertidumbre, las urgencias y las necesarias propuestas tentativas para una pregunta que se ha hecho recurrente: cómo seguir viviendo juntos, cómo pensar un futuro distinto.

El virus mutante ha generado otro orden de cosas. Ha acelerado la exigencia de la escritura hasta un punto insospechadamente vital, como si escribir pudiera, en parte, apaciguar la angustia de las imprecisiones del tiempo presente. Pero también ha impuesto otra manera de comunicarse con las personas, quizás una más prístina, sincera y directa. En el último año ha conversado más seguido con sus antiguos amigos de colegio y de universidad que hasta antes del confinamiento. También, entremezclado con las labores de aseo, cocina, preparación y realización de clases, ha acompañado las tareas de la más pequeña o escuchado las hazañas acometidas en los juegos en línea por el más grande, y se da el tiempo para conversar por videollamada con uno de sus cuñados quien, literalmente, ha regresado de la muerte. Después de permanecer intubado por alrededor de un mes y medio, ha regresado a casa. Andrés le cuenta con detalle algunos de sus viajes alucinatorios, encuentros imposibles con su abuelita en una antigua mansión, la certeza de hallarse en Temuco y no en Santiago, paisajes eternos con gente caminando como zombies sin dirección alguna. Pero de todas esas pequeñas historias, una le ha quedado resonando: ha llegado hasta un lugar que parece registro civil y se siente compelido a mostrar su carnet de identidad. El funcionario que se lo exige le pregunta: ¿y usted qué hace aquí?, si usted está muerto.

……

Por aquel entonces hacía calor en Berlín. Un calor húmedo de verano que despertaba unas ganas tremendas de tomarse una cerveza diaria, o una Club Mate, siempre refrescante, que compraba al paquistaní del negocio de la esquina cada mañana, cuando salía en dirección a la estación de tren que lo llevaría hasta Postdamer Platz, donde se hallaba la biblioteca del Instituto Iberoamericano, lugar en que debía revisar una serie de documentos y papeles que no viene al caso mencionar y que solo le produce fatiga en este momento. Motivado por el entusiasmo de lo nuevo, los días debían ser intensos y solo debía agotarse por el extremo cansancio.

Extrema fascinación causaba la idea de un muro fantasma que dividía la ciudad en dos: pesquisar sus huellas, contrastar el Este con el Oeste, definir criterios arquitectónicos que separaban un lado del otro. Sumado a los bombardeos y destrucciones de antiguas guerras, cada rincón de la ciudad parecía un hecho histórico ineludible que causaba escozor descubrir: aquí en la Plaza de la Ópera fue la famosa quema de libros; por acá en un lugar difícil de precisar, muy cerca de la Puerta de Brandenburgo, se hallaba el búnker de Hitler; por este camino de Pankow ingresó el ejército ruso; en esta estación de trenes llamada Anhalter Banhof, que hoy conserva apenas su grandiosa puerta, deportaron a miles de judíos hacia la muerte; en la arquitectura del estadio Olímpico es posible observar gran parte de la megalómana estética nazi; en la cúpula del Reichstag los rusos izaron la bandera con la hoz y el martillo. Cada espacio contaba su propia historia, del mismo modo que lo haría La Moneda o el Estadio Nacional para un extranjero. Pero como espacios mentales visitados previamente por la lectura, el hecho de que ahora se erigieran como lugares reales, con volumen, olores y colores, le parecía un asunto estimulante.

Una ciudad habitada por estos espectros, construida en base a las vías ferroviarias que constituyen las venas de Europa, y que expresan una conciencia modernizadora voluntariosa, una ciudad que mezcla palacios con edificios de cristal, donde se pueden encontrar los centros corporativos de las empresas más grandes del mundo, rodeada de enormes parques y bosques, de sempiternos ciclistas que se desplazan de un lado a otro con ordenado frenesí, todo revuelto con la vocación de quien sabe habita un espacio único, todo eso le permitía figurársela como un teatro inacabable, imposible de cartografiar en tan solo un mes y al mismo tiempo como algo inútil de capturar.

Todas las ciudades conservan las huellas de un pasado horrible, aunque no se dejen ver con transparencia. Hace casi una década, cuando llegó a vivir a la costa desde la capital, entre las muchas cosas que le llamaron la atención del balneario que hasta entonces le parecía más conocido por su vocación turística, algo así como una Acapulco del Pacífico Sur, fue notar la casi total ausencia de centros de memoria que hablaran del pasado reciente. La dictadura, iniciada aquí y vigente apenas unas décadas atrás, había sido borrada por completo de la ciudad. Casi por casualidad descubrió que un edificio frente a la Estación Miramar ocupaba el mismo lugar de lo que fue un centro de tortura de la policía secreta. Cercano a su casa, también, tardíamente descubrió una casona, por Agua Santa arriba, que formó parte de la clandestinidad de la muerte y que ahora parece estar habitada por una familia. ¿Sabrán ellos de los gritos ahogados de los torturados que aún emergen de las habitaciones?

Algo similar pasaba con esta otra ciudad colmada de historia, donde la resonancia de antiguas bombas se mezclaba con otras historias cruzadas, tanto o más fascinantes: en esta casa que hoy es una farmacia pasó sus primeros años de infancia Walter Benjamin. En esta esquina mataron a Rosa Luxemburgo. La Alexanderplatz sigue siendo casi la misma que descubrió con emoción retratada en la película Goodbye Lenin. Junto al río Spree es dable sentarse a escuchar música y tomar cerveza después de visitar el Berliner Ensemble de Bertolt Brecht. Por otra parte, Jennifer, la anfitriona que le abre las puertas de su casa y le acoge con entusiasmo, le explica que en la ciudad todo está regulado, que cruzar la calle fuera del espacio peatonal destinado exclusivamente para aquello puede constituir la más terrible afrenta y una muestra de incivilidad, y que la ciudad está marcada por este tipo de actitudes y comportamientos que se deben aprender.

Conviven la historia y un presente que no exhibe huellas ni expresiones regulares de su pasado, pero que en ocasiones se percibe con una tensión contenida. Jennifer y su marido chileno, Tato, trabajan en una escuela con inmigrantes, con niños, niñas y adolescentes que generalmente han padecido las cosas más terribles antes de llegar hasta Alemania. Hacen notar que la inmigración es un problema importante para los alemanes. Ellos lo perciben a diario y forman parte de una primera línea de atención y contención, emocionalmente agotadora. No todos en el país están realmente abiertos a su acogida y, como en otras partes del continente, es en los espacios rurales donde existe mayor resistencia. Berlín es una Babilonia repleta de turcos, sirios y latinoamericanos, y a veces se tiene la impresión de estar en cualquier otra parte del mundo. En cierta oportunidad se dirigen a la piscina pública de Charlottenburg, construida, se enteró hace poco, hace ya más de un siglo. Una piscina enorme, profunda, donde los niños y jóvenes pueden lanzarse clavados desde tres o cinco metros de altura, con absoluto desenfado. Conforme transcurría la tarde, se producía un singular recambio en el color de la gente y en el ruido reinante: lo blanco y lo rubio que predominaba a primera hora daba paso a la tez morena de la inmigración del medio oriente. Y la tranquilidad y el silencio inicial era reemplazado por un bullicio de gritos, risas y discusiones en elevado tono que hacía pensar en una inminente gresca. Hermosas musulmanas con burkinis marca Adidas que cubrían todo su cuerpo, y enormes mocetones en zunga, de pronto se gritaban de un lado a otro y copaban el espacio. Se notaba cierta tensión en los guardias. Le pareció, en algún minuto, que la piscina municipal se parecía a cualquier otra piscina municipal en donde se expresa lo público en todo su esplendor, un lugar adonde llegan personas de toda clase, y donde la felicidad se manifiesta libremente, pero le sorprendió y le pareció simbólico que a determinada hora de la tarde lo germánico se hubiera retirado, haya abandonado el lugar de modo tal que la inmigración pudiera encontrarse de pronto a sus anchas, ya dueños del espacio. A la inversa, como muestra quizás de las relaciones transculturales siempre inciertas entre dos o más culturas, cuando se encuentra con Diego, un exalumno chileno que cursa un postgrado en la ciudad, y se dirige con él a los bares de Kreuzberg para beber cerveza y conversar durante horas acerca de la vida, la historia y la poesía, y se entera de que cierto puesto de dönner kebab es considerado el mejor de la ciudad, constata que este se llena de alemanes que no tienen problema en hacer una fila de media hora para atiborrarse gustosos con este plato foráneo, casi del mismo modo como en Viña del Mar los autos taconean la calle frente al Casino a la espera de una hamburguesa McDonald’s.

Hay un equipo de la Bundesliga en Berlín: el Hertha, de camiseta azul. El otro, el Unión Berlín, con indumentaria roja, juega en la segunda división. Los azules son del oeste y los rojos del este. Los primeros son más ricos y los segundos un club pequeño de la parte industrial de la ciudad, pero cuyo estadio se encuentra en medio de una zona boscosa, de esas que abundan por todas partes. Va a ver al Unión Berlín. Demora hora y media en atravesar la ciudad, combinando el tren con un tranvía repleto de hinchas cerveza en mano. Le parece que esto podría ser lo más cercano a una idea inconclusa y sinsentido de lo germano. La alegría desborda, un repertorio contagioso de canciones es entonado festivamente, enormes banderas que se doblan como mariposas, y como se diría en Latinoamérica, predomina el colorido de la fiesta futbolera. El estadio se encuentra repleto de gente, con veinte mil personas en las tribunas, todas de pie bien apretadas, porque no hay butacas. De pronto se ve compelido a saltar y a cantar también, aunque no entienda ni media letra de lo que se entona. Los coros resuenan fuertes, muy graves, y no sabe por qué piensa que las canciones del ejército alemán invadiendo terreno enemigo deben haber sonado parecido a esto. Antes, durante y después del partido, la gente toma cerveza y acompaña con una currywurst bien aliñada o una weisswurst generosa. Las familias van con sus niños en bicicleta; de hecho, hay un enorme aparcadero de bicicletas, casi no circulan autos, y todo le parece una hermosa fiesta de mediodía coronada con una victoria del local por dos a cero. De vuelta a su casa al otro lado de la ciudad, decide tomarse una última cerveza y caminar el trecho que antes realizó en tranvía. El paisaje de fábricas, de enormes bloques de edificios y calles desiertas de domingo se le aparece más real que el circuito próximo al casco histórico. A un costado, el enorme río se ha vuelto mucho más ancho y caudaloso, y un barco transita apacible llevando alguna carga cuyo destino ignora y que tampoco se da el trabajo de imaginar.

……

Todo se mezcla en la memoria, todo concurre simultáneamente en este tiempo detenido impuesto por el virus, en este día gris asolado por una vaguada costera que extiende una red durante días enteros, todas las imágenes se mezclan descentrando la experiencia, tanto, que podría dar casi lo mismo dónde tiene lugar, porque pareciera ser siempre una misma y única experiencia de asombro ante el silencio que impone la reclusión, la detención del tiempo que propone la lectura, o el mismo ritmo cotidiano de tareas hogareñas que sustentan la limpieza, la alimentación o el orden. Pero también cansado ya de los encuentros virtuales vía Zoom con familiares y amigos tanto o más cansados, de los chats por Whatsapp, o de las terapeúticas llamadas telefónicas que recuerdan que allá afuera existe otro, la escritura se vuelve un reservorio propicio para la contención, y un modo de encauzar el enorme tráfago de ideas que llega de todos lados como noticias de tristes presagios.

Tal vez en esa sensación de lo efímero, en ese arranque de vida que es un recuerdo, en esa cosa informe que es la memoria, se juegue esta permanencia en la inmovilidad, esta detención obligada que hace que todas las calles sean las mismas, más allá de la impertinencia de la comparación, y que todos los espacios parecieran confluir en uno solo y al mismo tiempo, en un punto concentrado del universo. Adónde lo llevan estos trenes de la S-Bahn que circulan hacia lo infinito, se pregunta, como en un eterno círculo que desvanece el tiempo. Los árboles del Tiegarten se podría decir que se asemejan a los de la Quinta Normal. Allí tomó de la mano a una ninfa esquiva, allí también el mármol emerge del pasto seco y proyecta sombras por todos lados. Bajo esta misma lógica, ya no sabe si a la salida de la estación del subterráneo se encontrará con un palacio cuyo invernadero es idéntico al que alguna vez observó en el Parque de Lota. Y las estatuas podrían ser las mismas del Parque Lezama de Buenos Aires, o del Parque Italia de Valparaíso. La calle de Viña del Mar donde vive, por su parte, se parece al camino que recorrieron a caballo los soldados libertadores bajando por Putaendo. Todo pareciera mezclarse en la memoria caóticamente, como fragmentos de cuerpos entrelazados, como restos de cuerpos destrozados y unidos unos a otros por costuras invisibles, como si también hubiese caído una bomba sobre Viña del Mar, y la vida se detuviese como lo ha hecho desde hace ya un año, situando a todos al borde de un cráter, arriba de escombros, copa en mano, dispuestos a brindar por la catástrofe que, pese a todo, aún los mantiene con vida.

……

La bibliotecaria, una española algo mayor y que residía desde hace unas cuantas décadas en Alemania, intrigada y tal vez orientada por la lista de libros que a diario solicitaba revisar, un día le regala un libro: La estética de la resistencia, de Peter Weiss. Le dice que cuando tenía su edad leyó aquel libro con devoción, y que su lectura le había permitido una comprensión bien particular de lo que significa la creación artística en contextos históricos angustiantes. Entre otras cosas, el libro había significado un acompañamiento vital para sobrellevar, a través de la sublimación del arte, cierta distancia elitista que promueve el circuito de arte europeo, una cuestión muy lejana, casi inalcanzable para cualquiera que no contara con las credenciales sociales que como autor lo habilitaran para participar activamente de ese circuito. El libro le había entregado una dimensión ética de la creación que guardaba relación, además, con el compromiso con una época, con la pasión por cambiar un panorama establecido, cierto statu quo, al menos desde la comprensión de la propia subjetividad como ente creador, para desde allí resistir a todo tipo de hegemonía. Y le recalca esto último, como advirtiéndole que cada vez son más sustantivos los recortes a la cultura por parte del Estado benefactor, que ella lo ha constatado con su hijo violinista miembro de la Orquesta Filarmónica, y que el fantasma del neoliberalismo también acecha sobre Europa, que ya atraviesa a los países con vocación socialdemócrata, promoviendo las lógicas de la oferta y la demanda por sobre cualquier otra, aun en el espacio de la cultura.

Apremiado por otras lecturas que se le imponen, el libro no será leído sino bastante tiempo después, lejos de allí, bajo otras circunstancias, como si cada obra, como este mismo escrito, tuviera un propio tiempo que se debe respetar, como si no hubiese en verdad tiempo preciso ni lugar, como si su imperio estuviese fuera del tiempo. Por entonces, la urgencia investigadora lo situaba en revistas de principios de siglo veinte difíciles de hallar en otra parte, así como también en aquellas historias que intentaban articular el significante traumático constituido por el holocausto. La memoria circulaba por todas partes en una ciudad que aprendió a administrar la historia de manera culposa, después de haber desencadenado una de sus tragedias más grandes. Los museos, los memoriales, las placas recordatorias se le aparecían por todos lados como parte de un pasado todavía presente, todavía hiriente, recordándole al espectador que forma parte de una cadena ineludible de acontecimientos y que estos, a menudo, se presentan de manera circular, en algo así como un eterno retorno, pero del cual es imperativo extraer lecciones, modificando con variaciones el nuevo estatus del infinito. La imagen le recordó ciertas composiciones que atribuía a Johann Sebastian Bach: la idea de fugas y contrafugas, que en su modo alternado o trenzado de expresión constituían variaciones sobre un mismo tema, deformaciones de un objeto o simples desvíos que de todas formas impedían un extremo alejamiento de la nota detonante. La cultura de la memoria, siempre abierta, siempre en disputa, siempre conflictuada, se parecía en algo a eso: a un ir y venir, a un desplazamiento incierto sobre un campo más o menos delimitado, a un espacio restringido por la historia, dominado por la historia, marcado con sangre por la historia, que es el pie forzado, in media res, de todo comienzo. Pero al mismo tiempo la memoria se le imponía como un camino a desandar, un tránsito con lógicas propias, imprevisibles y a veces dolorosas. Un desplazamiento de signos que había que aprender a leer para estructurarla y darle forma.  

Cuando retoma la lectura de La estética de la resistencia, en la parte de abajo de la última página, como si fuese una continuidad de la historia, un más allá del punto final, lee, escrito con letra manuscrita, un nombre: Fca Roldan. Nada más. Sin punto, sin tilde, apenas un registro de una pertenencia que optó por diluirse para compartir, en otro tiempo, la experiencia de la memoria.

……

El silencio que se instala actualmente en las ciudades regidas por cuarentenas y restricciones de movimiento ha puesto frente a los ojos la idea de naturaleza, y una reflexión acerca de los alienantes modos de vida que predominan en las grandes urbes. Le pareció que Berlín tenía una extensión similar a la de Santiago. Se podría decir que su superficie, lo que se demoraba en recorrerla de un punto a otro era más o menos la misma, pero con una notable diferencia: tenía la mitad de los habitantes. Tal vez porque era verano y seguramente la gente migraba hacia diversos lugares de descanso, la ciudad le pareció muy silenciosa. Cómo será en invierno, entonces, cuando el frío y la nieve cubre todo como con un manto y la gente se manda a guardar. Ese silencio no lo volvió a sentir sino tiempo después, cuando obligados por la reclusión, el barrio viñamarino se volvió callado y los autos dejaron de pasar con la frecuencia acostumbrada, y las bocinas frenéticas de las micros, como de tren histérico, dejaron de sonar alarmantemente. El silencio impuesto en las noches ha opacado también las risas estruendosas que solían escucharse rebotando en la quebrada, esas cuya procedencia resultaba inoficiosa definir. El eco las hacía dirigirse de un lado a otro como una pelota sobre dos muros equidistantes, de acá para allá, envolviendo la quebrada donde vive en una atmósfera de alegría que no resultaba para nada molesto, en especial cuando las carcajadas se volvían contagiosas, o cuando dicho jolgorio se daba en el propio hogar. El toque de queda como excepción regularizada ya lleva más de un año, y a partir de las siete u ocho de la tarde se grava una quietud que transforma la ciudad en un pueblo, como cuando sus tías de Rengo, un poblado minúsculo situado a unos 120 kilómetros al sur de Santiago, sellaban las puertas de la casa con unas enormes vigas de madera que parecían durmientes arrancados de alguna vía férrea, clausurándola por completo para los asaltantes de gallinas y los borrachos impertinentes. Entonces solo cabía la posibilidad del peso de una noche densa e infranqueable.

El retorno a la naturaleza ha sido documentado con esperanza por ambientalistas, ecocríticos y algunos estudiosos del antropoceno. Dicho regreso ha morigerado el pesimismo frente al estado de destrucción del planeta, volviendo a poner en el tapete los efectos del cambio climático. Se han escuchado reportes de aves que volvieron a sus antiguos hábitats, de pumas y cóndores que bajaron de la precordillera y fueron vistos merodeando las casas del sector alto de Santiago, de los bajos niveles de smog de Beijing, de la mejor calidad de vida que llevan las mascotas gracias a los bajos índices de ruido en las grandes urbes, o de la caída en los niveles de emisión de carbono debido al menor volumen de vuelos comerciales. Como contrapartida, el encierro ha gatillado un aumento de la violencia intrafamiliar, y preocupantes indicadores de alteraciones en la salud mental de niñas y niños, entre otras muchas consecuencias respecto de las cuales habrá que indagar de qué modo y hasta cuándo perdurarán en el tiempo.

Llevar un huerto es algo que aprendió de Gabriela Mistral. Ella le llamaba el oficio lateral a esto de ser huertera: mantener una ocupación paralela al oficio principal. Ella se dirigía principalmente a los instructores, mal pagados, agobiados, y que pronto comenzaban a mirar con desdén su propio oficio. Pero también lo aplicaba para su propia labor principal: la escritura. Su oficio lateral le proporcionaba la energía renovadora, cierta suspensión de la temporalidad que le permitía mantenerse lo más alejada posible de la racionalidad y del trabajo físico que impone el escribir, de modo de llenar el alma con otra cosa, por el simple placer de hacerlo. Mistral eligió el huerto, el cuidado de plantas, frutas y arbustos, como cualquier otra persona elegiría la carpintería, la herrería o algún deporte. Mistral optó por el despeje mental que traen aparejados los tiempos de siembras y cosechas, que dan las podas y las manos con barro, las tijeras y el combate contra la hierba mala que quita fuerza y vigor a las plantas. El cuidado y el cariño por una pequeña porción de tierra que acompaña y nutre la actividad humana. Un cuarto propio afuera de la mesa de escritura. Un cuarto propio que es un afuera y al mismo tiempo una extensión del acto de creación.

El concepto utilizado por Mistral, vitalista y desalienante, cobró sentido para él cuando empezó a ejercer la pedagogía, hace dos décadas. Resultaba algo casi de vida o muerte, por propia sanidad mental, cultivar un pasatiempo que permitiese dejar de lado las presiones que supone la docencia. Pero cuando conoció en Berlín los kleingärten, unos pequeños jardines que los berlineses cultivaban lejos de sus hogares, a la vuelta de la esquina, cruzando la calle, a menudo próximos a la línea ferroviaria, y que resultaban ser jardines comunitarios muy cuidados, a veces con pequeñas casas en miniatura que ofrecían algo de sombra y hacían más agradable la estancia en verano, se le ocurrió, desde su ignorancia, que esta costumbre tal vez tuviera relación con una economía de guerra, de subsistencia, que permitiese asegurar una alimentación mínima cuando el trabajo agrícola tuviese que parar por razones de fuerza mayor. Se le figuró que aquellos kleingärten, que proliferaban por todas partes de la ciudad, constituían pequeños refugios para las atormentadas almas de los berlineses, agobiados por los escombros de su propia historia.

Estos jardines que a veces ocupaban una manzana entera, y a los que nunca se atrevió a entrar, proporcionaban un sustento seguro para las crisis, de allí saldría el tomate o la lechuga con que hacer frente a la fragilidad de la vida en guerra. En el oficio de cultivar estos pequeños terrenos, por tanto, también se jugaría de modo extremo una salida a lo precario, a cierta inestabilidad que entraña la vida moderna, una posibilidad de ponerle fin al quietismo improductivo, a la lasitud que conduce al nihilismo y al tedio, dando pie alegremente, de modo regenerador, como lo pensaba Mistral, a la posibilidad de crear un refugio, un espacio propio que resultase significativo, revitalizante y placentero, pariente de la creación como alternativa al atolladero. Pero no de manera individual, sino que en perspectiva comunitaria, como una opción a escala menor frente a las lógicas del capital, que promueve la competencia, la atomización y el debilitamiento de las redes organizativas sociales. Piensa que tampoco se trata de romantizar estos espacios, porque en verdad poco o nada sabe de ellos, pero le gusta la idea de imaginarlos como huertos comunitarios similares a los que existen en muchas ciudades latinoamericanas, al menos como potencia creativa, como posibilidad de un orden distinto que se pueda reproducir, aunque sea en el espacio de la miniatura micropolítica. Las pequeñas construcciones que acompañan estos huertos se le aparecían, por lo demás, como casitas de muñeca, pequeños palacios de descanso cuyo único horizonte es el bienestar y la posibilidad de realizar una quimérica vida imposible de vivir fuera de allí, una estancia utópica más allá del frenético paso de los trenes que remece las pequeñas estructuras. Esta idea se le ocurre ahora, con el encierro: los kleingärten como una puesta en abismo de una imposible realización mayor, nacida como resistencia ante el agobio de lo real, como nidos o bunkers a ras de suelo.

……

Hace muchos años había comenzado a llevar un huerto con cierta devoción, actividad que se intensificó durante el periodo de la pandemia. Ya no bastaban otros oficios paralelos igual de nutritivos como el fútbol, cada vez menos relevante desde que los clubes se habían vuelto sociedades anónimas, se había implementado la así llamada política vigilante de Estadio Seguro, y las butacas individuales con estándar FIFA habían terminado por borrar la antigua sociabilidad de la gradería popular, lugar de encuentro colectivo que también permitía una suspensión momentánea de la realidad. Poco a poco, guiado por el confinamiento obligado, de pronto la familia comenzó a nutrirse con mayor frecuencia de acelgas, tomates, cebollas y una que otra papa que surgía sin previo aviso. Lo demás consistía en cuidar el generoso limón que regularmente ofrecía sus frutos durante todo el año, en darle forma al jazmín que recordaba al de la casa de su infancia, en cuidar las rosas, o regar con abundante agua el helecho que la antigua dueña de la casa había hecho plantar, traído de no sabe dónde, aunque es un árbol que se da con frecuencia en el sur de Chile, en sectores como Valdivia o Puerto Montt. Cada fin de semana del último año destinaba parte importante de su tiempo a embellecer el jardín, que ahora había pasado a ser objeto de observación y cuidados cotidianos, que entregaba calma y tranquilidad en medio de las agobiantes noticias de muerte que diariamente transmitía la radio a la hora en que se dedicaba a preparar el almuerzo.

La tarea de embellecerlo todo de pronto se volvió moneda corriente. Para sobrellevar lo más amigablemente posible el encierro, ahora que pasaba todo el tiempo en casa, se hizo necesario preocuparse también por otros espacios cotidianos. Es así como el paisaje del patio trasero visto desde la cocina, donde la familia pasaba una gran parte del tiempo, le resultó cada vez más molesto, incluso insoportable. Bastó un movimiento de piezas para terminar con la molestia y el desagrado. Hizo traer un par de maceteros de gran tamaño desde el otro lado de la casa, unos hermosos maceteros de greda que habían comprado hace unos años en Pomaire, y el par de arbustos que contenían resultó suficiente para cambiar la fisonomía triste del paisaje, invadido por el muro de piedra que sostiene al cerro que irrumpe por detrás. Lo propio ocurrió con la tremenda pared blanca de la casa del vecino, que también se incriminaba como parte de la misma molestia, como una ominosa blancura insoportable. Una pareja de muralistas, cercanos a Crishea y Rosario, dos amigas del barrio que se dedican a la música y que también practican un oficio lateral, pintaron con motivos marinos ese espacio, y ahora todo lo invade un azul intenso que llena de vida y permite olvidar a menudo las amenazas del exterior.

La modificación del espacio cotidiano ha resultado un pasatiempo edificante, en el amplio sentido del término, en distintos sectores del barrio. La terapia ocupacional que se despliega trae consigo golpeteos de martillos y zumbidos de galletas. Muchos de los vecinos de la cuadra, con dineros frescos sustraídos a las pensiones de la futura jubilación, dada la posibilidad de retirar el 10% de lo acumulado, aprovechó de reparar algún techo, construir un nuevo baño, reponer el piso de la cocina o volver a pintar la fachada de su casa. El silencio cotidiano del encierro se ve interrumpido por este régimen de sonidos que de manera más o menos regular se despliega desde hace meses, de nueve de la mañana a seis de la tarde, como si la pandemia obligase a reparar el descuido cotidiano, como si de pronto los habitantes de la ciudad, en un acto trágico de reconocimiento, se hubiesen percatado de que algunas de sus condiciones materiales de existencia podían modificarse. Algunos, los que pudieron hacerlo, los que no estaban endeudados, tuvieron tiempo para fijarse en las manchas de la cocina, en lo sucia que estaba la pared, en lo bueno y sano que sería adquirir un living nuevo, sobre todo ahora que se pasará todo el tiempo en casa, en especial cuando el hogar es ahora el centro de todo, el refugio, el nido, lejos de las complicaciones externas. Un vecino que aprovechó de montar un gimnasio en la parte trasera de su vivienda comenta que los materiales de construcción se han encarecido y que son cada vez más escasos, que en una oportunidad tuvo que llegar hasta una ferretería de Concón para conseguir unos listones de madera, y que prácticamente fue él quien terminó por llevarse los últimos que quedaban. Su construcción está ahora detenida a la espera de los materiales que terminarán por darle forma a sus afanes deportivos.   

……

Si hay algo que quizás la pandemia ha acelerado irremediablemente es la añoranza por momentos de vida que ya no pueden reeditarse. Al recordarlos, trae de vuelta como bofetón en el rostro una realidad imposible de recuperar. Conectado a su computador en su escritorio de trabajo, asiste a la presentación de un libro de la poeta argentina Alicia Genovese, publicado en Chile por Ediciones Inubicalistas. Escucha atentamente sus poemas y luego se abre una conversación en base a preguntas, respuestas, contrapreguntas y apertura a nuevos aspectos de su poesía, diálogo que se interrumpe abruptamente cuando Alicia se va de la conexión y no vuelve más. Un compatriota de la poeta señala que una tormenta asola Buenos Aires en esos momentos, y que probablemente no regresará. De pronto, la gente de California, de Santiago o Talca se ve compelida al retiro, y esa charla que antes, en el tiempo de la presencialidad, se prolongaba largamente junto a un vaso de vino, termina fríamente cuando el retiro perfomático de la estrella principal del evento resulta como un imperativo de la huida, un triste sonido de trompetas que indica que todo debe llegar hasta ahí para retornar a las sombrías vidas del encierro. Con el sabor amargo de boca se retira de la conexión de Zoom, y el paisaje rutinario le cae encima para alejarlo, quizás por cuánto tiempo, de las amigas y amigos poetas con los que acostumbraba a compartir cada vez que un nuevo libro aparecía sobre el escenario de Valparaíso. El enclaustramiento se le vuelve otra vez algo insoportable, algo que debe ser contrarrestado, una angustia cada vez más difícil de sobrellevar.

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Día a día el periódico le trae las noticias que no quisiera leer ni escuchar. Con el paso del tiempo la segunda ola de la pandemia se ha vuelto una amenaza más real, y ahora no solo han subido considerablemente los contagios, sino que le pareciera que se acerca a su barrio, a su casa como un algo informe, ominoso, como la alegoría que expresa la película La cosa, de John Carpenter. A la espera, todavía, de una vacuna que no llega, se entera de gente cercana, de la misma edad, incluso niños, que han contraído el virus y que lo han pasado muy, pero muy mal. No quiere pasar por eso. No está preparado emocionalmente para ninguna enfermedad de este tipo. Los días se le figuran como un agotador acto de resistencia que comienza cada mañana a las ocho, cuando las labores escolares de los niños y las propias suyas obligan a un despertar rápido, ejecutivo, en la autoimpuesta economía de guerra y de supervivencia, que consiste en levantarse, ducharse, vestirse, tomar desayuno y tender las camas, todo en un razonable lapso de tiempo, y preocuparse de que todos cumplan con el régimen de sanidad mental, para luego comenzar las obligaciones propias que hacen el día amable y llevadero. Entonces cada uno se va a lo suyo, pero siempre alguien debe quedarse con la más pequeña, que con cinco años todavía requiere de gran atención por parte de sus padres. El sistema de turnos, al cabo de unas semanas, resulta bien aceitado, pero intenso. Oficiar de profesor o profesora de enseñanza básica no es algo para lo que se ha preparado, y a menudo, en mitad de la jornada, es como si ya hubiese transcurrido un día entero.

A veces se pregunta respecto de cómo afectará esto a los niños. Están felices de permanecer junto a sus padres todo el día, no cabe duda, pero el espacio de la adultez, cada vez más estrecho, a veces necesita de otro tipo de respiración. Cuando llega la noche y los niños se acuestan, es como si empezara otra vida, otra versión del día con una energía nueva, insospechada, que intenta poner en movimiento motores engrasados, demasiado usados. Con frecuencia, el cambio de foco resulta adecuado y así se puede esperar algo renovados los avatares del día siguiente. Pero también, como nunca, se ha visto a sí mismo implorando que pronto todo esto acabe, que los niños puedan volver al colegio y que cada uno pueda tener su espacio propio de soledad, por al menos dos o tres horas seguidas sin que nadie lo interrumpa.

Quizá los mejores momentos le resultan aquellos en que debe salir a la calle a comprar algo de primera mano, algo concreto como el pan, y la calle desierta y el sol y el aire viñamarino lo llena de vida, las casas relumbran y el cielo se muestra como si fuese descubierto por primera vez. Entonces, no debe soñar con ninguna otra ciudad, porque el presente se le muestra como algo verdadero, algo que se puede tocar. A menudo, estas breves salidas tienen por objeto llevar a la más pequeña a sus clases de música, en la academia situada a dos cuadras de su casa, porque se ha convenido que estas no serán suspendidas, porque es una necesidad del alma, tanto para Crishea y Rosario, las profesoras, como para la niña y sus padres. A veces va y vuelve, y en otras ocasiones se queda allí leyendo lo que dura la sesión. La alegría de la niña cuando sale de sus clases le devuelve el aire y piensa que con eso debiera ser suficiente. Crishea le cuenta que al terminar la clase acostumbran a tomar té juntas. Emilio, otro de los profes de la academia, poco antes de que termine la hora prepara una bandeja con sus respectivas tazas, y cuando la clase ya ha terminado les espera para que tutora y estudiante compartan un té de jazmín. La última vez que va para allá, presencia la escena. Crishea le sirve a la niña y la niña sorbetea gustosa, como si estuviese en el salón principal de algún palacio. Su mano toma con elegancia la taza y exige que el ritual se cumpla con el decoro necesario y la disposición de ánimo que el acto requiere. Pocas veces en el último tiempo le ha visto relumbrar el rostro como lo puede apreciar durante los cinco minutos que dura el ritual del té, antes de que Crishea se vaya a su próxima clase. Esos pocos minutos de felicidad son suficientes para volver a la vida.

Comunicación de calidad en tiempos de pandemia

La libertad del actuar periodístico y de los medios de comunicación es extremadamente relevante en el contexto de la pandemia de covid-19, y la necesidad de que la ciudadanía tenga acceso a información veraz y a un liderazgo político y mediático ético es evidente. Para las y los profesionales periodistas no solo se trata de un asunto de curatoría, verificación y chequeo de información, sino también de la posibilidad de ejercer libremente y de forma segura la tarea informativa.

Por Lionel Brossi y Ana María Castillo*

El año pasado, varias académicas y académicos de la Universidad de Chile publicaron el documento “Bases para una comunicación de calidad en tiempos de pandemia”, en el que se abordaron diversas temáticas relacionadas en torno a dos ejes. Por un lado, se desarrollaron orientaciones respecto a los criterios para una comunicación efectiva frente a una crisis sanitaria, económica y social, y por otro, se abordó la responsabilidad editorial en la cobertura de la pandemia. En este último apartado se menciona, entre otras advertencias, que con el aumento de la desinformación que circula en contexto de pandemia hay más propensión a tomar decisiones de riesgo o a dejar de cumplir con lo que las autoridades sanitarias recomiendan. En el documento se sostiene que lo anterior, sumado a una creciente desconfianza en las instituciones por parte de la población, al agotamiento físico y psicológico, y al agravamiento de los problemas económicos, termina por generar condiciones poco propicias o incluso contraproducentes para afrontar la pandemia.

En ese sentido, la labor ética de los medios, entendidos como líderes de opinión organizacionales, es crucial. La campaña de vacunación es un hito de esta nueva etapa de la pandemia en el país, que ha sido manejada con éxito en términos de velocidad y de adquisición y distribución de dosis en la población. Sin embargo, al estar acompañada de declaraciones que por momentos aluden a exitismos parciales por parte de un sector de la clase política y que son ampliamente difundidas por los medios, se ha creado una sensación de seguridad ficticia que tiene el potencial de promover el agravamiento de los contagios y muertes en el país, en un momento en que los índices siguen siendo mayores que en la llamada primera ola.

Es en este contexto que el acceso a información de calidad se constituye como un derecho vital. Por un lado, está la desinformación intencional propagada por los líderes de opinión, ya sea por falta de transparencia, por aprovechamiento político o intereses económicos, entre otros, y por otro, aquel tipo de desinformación que se genera a partir de sesgos cognitivos, que terminan por distorsionar los hechos con el potencial de causar enormes daños, especialmente al tratarse de temas relacionados con la salud pública.

Desde que el líder de la Organización Mundial de la Salud acuñó el término infodemia para referirse a los enormes volúmenes de desinformación que circulan más rápido que un virus, seguimos viendo muchos titulares y contenidos que desinforman, que espectacularizan la desgracia, que estigmatizan, que continúan utilizando un vocabulario de guerra y que, en definitiva, no cumplen o ignoran las bases mínimas para una comunicación de riesgo efectiva.

En una situación de crisis sanitaria y de desconfianza en los medios de comunicación, las redes sociales y los sistemas de mensajería han tomado una mayor relevancia en el contexto de confinamiento. Los medios tradicionales de comunicación se mantienen como una fuente relevante, pero se suma la influencia de las redes sociales y otros sistemas que pueblan y diversifican el ecosistema informativo. Es así como las piezas de información ya no solo provienen de fuentes periodísticas, sino también de los contactos y el entorno cotidiano de las personas. Esto genera una tensión entre la calidad de la información y la confiabilidad de la fuente. Un ejemplo es que existe una tendencia a confiar en quien envía la información —especialmente si proviene de círculos cercanos— y a no verificar la misma, aumentando el alcance del problema.

Libertad de expresión y de prensa

Satisfacer el mandato de la salud pública es un enorme desafío en momentos en los que el escepticismo o el cuestionamiento sobre las vacunas se mantiene vigente en parte de la población. 

La libertad del actuar periodístico y de los medios de comunicación es extremadamente relevante en el contexto de la pandemia de covid-19, y la necesidad de que la ciudadanía tenga acceso a información veraz y a un liderazgo político y mediático ético es evidente. Para las y los profesionales periodistas no solo se trata de un asunto de curatoría, verificación y chequeo de información, sino también de la posibilidad de ejercer libremente y de forma segura la tarea informativa.

Desde octubre de 2019 y actualmente en el contexto de pandemia, hemos visto en el país los inaceptables casos de ataques, amedrentamiento y espionaje a periodistas. El derecho a la libre expresión, a la libertad de prensa y el derecho a la comunicación deben ser protegidos en tanto son derechos fundamentales para la vida en sociedad, promoviendo la comunicación abierta y transparente por parte de las autoridades, los medios de comunicación independientes y la alfabetización mediática.

Redes sociales y sistemas de mensajería

Las redes sociales organizan la información de acuerdo a nuestros gustos y preferencias, ya que constantemente monitorean nuestras acciones, preferencias, deseos y monetizan nuestra atención, personalizando los contenidos a los que accedemos. En este sentido, interactuamos con algoritmos cuya tarea es mantenernos constantemente conectados a las plataformas y, por ende, a contenidos publicitarios. Estos algoritmos alimentan y refuerzan los sesgos cognitivos y también tienen el poder de amplificar las posiciones extremas, alimentando así la circulación de desinformación, de teorías conspirativas y de contenidos contrarios a la promoción de la salud pública. 

Comprometerse con el propósito de diseminar información de calidad requiere equilibrar la intersección entre el derecho a la libertad de expresión y acceso a la información con la necesidad de evitar la propagación indiscriminada de desinformación o información de baja calidad. Para ello, deben existir medidas y acciones, tanto por parte de las empresas de redes sociales como emanadas de mecanismos regulatorios, que contribuyan a reducir considerablemente la circulación de la desinformación y la incitación al odio. Deben promoverse la diseminación y acceso a información de calidad (verificada, transparente, independiente y plural), así como estrategias comunicacionales y educativas para que la ciudadanía adquiera las herramientas críticas, analíticas y de manejo de información adecuadas, especialmente en relación a los entornos digitales como redes sociales y sistemas de mensajería.

Responsabilidad comunicativa

Decíamos en los párrafos iniciales que desde el comienzo de la pandemia por covid-19 la desinformación ha impactado áreas enormemente relevantes para la toma de decisiones relacionadas a la salud de las personas. El mal tratamiento de las fuentes de información y la propagación de información falsa o no verificada, provoca la implementación de medidas y toma de decisiones erradas o inefectivas para enfrentar a la pandemia y promover la salud pública. En ocasiones, este tipo de información de mala calidad se puede considerar como válida por gran parte de la población cuando es discutida y recomendada públicamente por autoridades y líderes de opinión pública que niegan el alcance de la pandemia y que, en definitiva, ponen en riesgo a la población. Lo mismo ocurre en el caso de la desinformación sobre la vacunación. Cuando a través de los medios de comunicación y plataformas digitales no se promueve información clara y de calidad sobre la vacunación, se da espacio para versiones alternativas que pueden confundir y obstaculizar la salud pública, pese a lograr cifras alentadoras de alcance y despliegue de recursos.

Asimismo, deben establecerse los mecanismos de protección en relación al uso de información sensible de las personas, que de hacerse pública pueda afectar sus derechos u oportunidades. El incremento de sistemas de rastreo y vigilancia pueden constituirse en una amenaza a la privacidad de las personas y al derecho de protección de datos personales.

En el contexto de los grandes desafíos económicos que viven los medios de comunicación en el país, se han adoptado nuevos modelos de negocio, por ejemplo, de acceso a contenidos mediante pago por suscripción. En ese sentido, es importante velar por que aquella información que sea relevante para la salud pública, como en el caso de la pandemia de covid-19, sea de acceso gratuito y abierto.

Por el momento, y dadas las experiencias que se han vivido en el país desde que comenzó la pandemia, una de las principales prioridades para enfrentarla debe ser determinar qué implica una respuesta eficaz a la misma y en qué ámbitos. Atención sanitaria universal, mayores esfuerzos para enfrentar las persistentes desigualdades estructurales, transparencia en las políticas públicas y toma de decisiones, colaboración multisectorial, una comunicación de riesgo efectiva y con foco en la ciudadanía, son algunos de los desafíos que deben abordarse en el contexto actual y con miras a futuro. Asimismo, urge fomentar una distribución de recursos equitativa, incentivar las inversiones para reforzar la resiliencia de los servicios de salud y atender a los diversos contextos situados, con perspectiva de género y de derechos humanos.

La comunicación de calidad, entendida como un bien público, cumple un rol central y de suma relevancia para enfrentar nuestra situación actual de pandemia, para abordar de forma efectiva la campaña de vacunación y lograr promover un compromiso de responsabilidad colectiva con los desafíos por venir.

* Directores del Núcleo Inteligencia Artificial y Sociedad, Instituto de la Comunicación e Imagen (ICEI), Universidad de Chile.

Eduardo Engel: «Uno estaba mucho más seguro en Santiago a fines del año pasado, sin vacuna, que ahora, con vacuna»

Sin vacilaciones, el profesor titular de la U. de Chile y director de Espacio Público sindica al Gobierno como el responsable de una crisis sanitaria que, a su juicio, puede manejarse de mejor manera para evitar más contagios y muertes. Si bien admite el buen trabajo que se hizo con la adquisición de vacunas, reconoce que “no hay algo que me lleve realmente a entender cómo se puede cometer un error de política pública de esta magnitud” para referirse a las que considera señales confusas de normalidad de parte del Ejecutivo en medio de un tercer brote significativo de casos y muertes por covid-19.

Por Jennifer Abate C.

El profesor titular de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile y director del centro de estudios independiente Espacio Público ha sido, desde el inicio de la pandemia, una de las voces más críticas frente al manejo del Gobierno de la crisis sanitaria. En los primeros meses, promovió las cuarentenas totales cuando el Ejecutivo insistía en el concepto de confinamientos dinámicos y hoy, con cifras alarmantes de contagio, que hace pocos días alcanzaron casi nueve mil en todo Chile, llama a un cambio urgente de estrategia basado en la transparencia de la información disponible y la convocatoria amplia de expertos y expertas interesadas en colaborar con la gestión de la crisis.

Eduardo Engel

¿A qué factores se debe la difícil situación de contagio de covid-19 en la que nos encontramos hoy?

—Creo que se debe a un error de diagnóstico, a no haber escuchado lo que decían expertos muy diversos, a un grado importante de obstinación por parte del Gobierno. El Gobierno ya cometió un error importante a comienzos de marzo, cuando estaba convencido de que se evitaría una segunda ola, un segundo incremento importante de casos, gracias al programa de vacunación. Las evidencias eran claras: los tiempos no calzaban. La vacuna, siendo muy importante —es bueno aclararlo desde el comienzo—, siendo una enorme ayuda y algo muy positivo que hayamos vacunado relativamente rápido comparado con la mayoría de los otros países, igual no iba a servir para detener una segunda ola. Por lo tanto, no se podía llegar y relajar las medidas de reclusión todavía, había que buscar la mejor forma de hacer un último esfuerzo, dar esas seis semanas adicionales que requería la vacuna para tener una protección masiva.

En semanas recientes, el error de diagnóstico, la falta de análisis, la negación de la realidad del Gobierno era que podíamos tener una situación en la cual, a pesar de que subían los contagios, bajaría la cantidad de gente que llegaría a ocupar las UCI o a morir, y que, por lo tanto, gracias a la vacuna no importaba mucho que subieran los contagios. Ese análisis, que era el leitmotiv del Gobierno, estaba equivocado, y ahora se está revelando que estaba equivocado. Esto no fue mala suerte o que el virus los traicionó; simplemente eran errores no forzados y un afán de no querer escuchar a expertos muy diversos que estaban diciendo lo mismo: “no haga lo que está haciendo”.

¿Tiene una lectura de por qué el Gobierno se niega a escuchar a esos expertos y expertas?

—Es muy complicado especular sobre por qué la gente hace las cosas, ¿no? En el grupo que seguimos la pandemia en Espacio Público comentamos mucho esto y uno especula, digamos, tratando de entender qué lleva a alguien a cometer errores tan grandes. Puede ser que el Gobierno quiera apelar al cansancio pandémico que tenemos todos, pero no se da cuenta de que cuando se empiece a ver la cifra de contagiados, como ahora, va a tener que echar pie atrás de nuevo y la derrota política va a ser aún mayor de lo que fue. Esa hipótesis, que es parte de lo que está pensando el Gobierno, creo, tampoco es una buena hipótesis, porque significa que calcularon mal. No hay algo que me lleve realmente a entender cómo se puede cometer un error de política pública de esta magnitud por segunda vez en menos de tres meses.

¿Se ha puesto el suficiente énfasis en la transparencia y claridad de la información sobre el impacto de la pandemia?

—El acceso a datos ha sido una pelea muy grande del mundo científico, de las políticas públicas. Evidentemente hoy tenemos muchos más datos que en abril del año pasado, sin embargo, el Gobierno sigue no haciendo públicos datos que deberían ser públicos y que usa a sus anchas. Uno a veces tiene dudas de si estará eligiendo la parte que le conviene. Los datos más importantes en este momento, en los últimos dos o tres meses, que debieran ser públicos y que el Gobierno se niega sistemáticamente a publicar, son el desglose de todas esas estadísticas que da el ministro [Enrique] Paris tres veces por semana en conferencia de prensa y que aparecen diariamente en los reportes del Gobierno, pero separadas por vacunados y no vacunados. Los números de hoy (viernes 28 de mayo), con casi 9 mil nuevos casos de contagio, por ejemplo. Quiero saber cuánta de esa gente está vacunada y cuántos no están vacunados. De la gente que está en la UCI, cuántos están vacunados y cuántos no están vacunados. La gente que muere cada semana, cuantos están vacunados y cuántos no están vacunados. El número de vacunados y no vacunados que están en la UCI, con rango etario, además, eso es muy importante, y lo mismo para los que mueren, los contagiados y hospitalizados. El Gobierno tiene una tendencia a esconder esa información, pero a aprovecharla cuando le conviene para argumentar a su favor.  Cuando uno tiene información pública, todo el mundo de las políticas públicas, todo el mundo científico puede ir aportando ideas, muchas veces viendo cosas que el Gobierno no ve y alertando cuando está en esta visión de túnel, creyendo cosas equivocadas, lo que ayuda a construir mejores políticas públicas.

¿Qué opina sobre la comunicación de riesgo que ha realizado el Gobierno a lo largo de la crisis sanitaria?

—El Gobierno ha tenido una muy mala comunicación de riesgo, esa es la verdad. Yo creo que todos compartimos el objetivo del Gobierno, de que los rezagados en todos los grupos etarios se vacunen, eso es muy importante: si alguien lee esto, por favor, vacúnese. Pero el Gobierno tiene que comunicar el riesgo correctamente y no enviar mensajes contradictorios como el que dio con este pase [de movilidad] que se aprobó la semana pasada. El mensaje debería decir que tenemos un brote tremendo y que hay que volver a cuidarse. Hay un objetivo válido, que es que la gente rezagada tenga más incentivos para ir a vacunarse, pero la política es equivocada, había muchas otras formas de incentivar a esa gente, se pueden pensar muchas cosas que no dan el mensaje negativo de que estamos en la normalidad. Esto está ayudando a que la gente vaya a vacunarse, pero a un costo enorme, porque más gente se vuelve a contagiar porque cree que estamos en la normalidad y claramente no estamos en la normalidad. Con los niveles de contagio que hay en este momento, la probabilidad de morirse es alta, uno estaba mucho más seguro en Santiago a fines del año pasado, septiembre, octubre del año pasado, sin vacuna, que ahora, con vacuna.

A eso se agrega que si tenemos un sistema hospitalario colapsado, si me enfermo, mis chances son mucho peores vacunado o no vacunado, porque la calidad de la atención que recibo no es la misma. En las UCI están haciendo un esfuerzo enorme, hay que aplaudirlos, valorarlos y apoyarlos en todo lo que uno puede, pero en ese nivel de estrés la calidad no es la misma que si fueran números más normales. Es lo que los médicos llaman, con cierto eufemismo, “adecuación del esfuerzo terapéutico”, que en buen castellano significa que hay gente que en épocas normales de la UCI se salva, pero como estamos en crisis hospitalaria, ya no hay UCI para ellos y los mandan para la casa y se mueren. Es una situación de la que se habla poco, cuesta decirlo, pero está sucediendo bastante en estas semanas y va a seguir en las que vienen.

Hay que decirle a la gente que tenga mucho más cuidado, el riesgo se comunica cuando uno tiene mensajes claros, consistentes, que no es lo que está haciendo el Gobierno, que le echa la culpa a la gente.

Como usted plantea, el Gobierno ha puesto énfasis en la responsabilidad individual de las personas en el aumento de los contagios. Si usted tuviera que atribuirle un porcentaje a la responsabilidad, ¿cuál sería el que les corresponde a las personas y cuál el que les asignaría a las autoridades que toman las decisiones políticas y sanitarias?

—No puedo responder a esa pregunta, pero puedo decir que este no es un problema individual. Todos tenemos una responsabilidad en no tomar riesgos innecesarios. Hemos aprendido durante la pandemia que podemos hacer muchas cosas con riesgos muy, muy bajos, no estamos en abril del año pasado, cuando el mensaje era “no haga nada”, hoy se puede salir y caminar al aire libre, hacer deporte al aire libre; hasta ir a un restorán al aire libre es algo de muy bajo riesgo si se toman las precauciones del caso, ahora eso está comprobado. En cambio, estar en espacios cerrados y sin mascarilla, con bastante gente, es buscarse enormes problemas. Pero los riesgos que asumo no solo dependen de mí, también dependen del nivel de circulación general del virus, y eso depende de la conducta de todos. Todos estamos en esta, en el país, en la ciudad, en el planeta.

Pero necesitamos un liderazgo que convoque. ¿Qué hace un Gobierno si la gente no confía en él? La respuesta es obvia: busque a gente en la que las personas confíen para que dé el mensaje. Para el Gobierno ha sido muy importante tratar de aprovechar la pandemia para resucitar políticamente, sacar provecho político, y no ha dejado que la gente que tiene credibilidad, personas civiles de diverso tipo en las que la gente sí confía, actúen, no ha querido que esas personas tomen el liderazgo porque pierde presencia política.

Después de un requerimiento de transparencia del Colegio Médico, el Gobierno confirmó que la Mesa Asesora Covid-19 no tiene funcionamiento formal ni actas de sus reuniones. ¿Qué opina sobre esta forma de funcionamiento en una instancia clave para la toma de decisiones sobre el manejo de la pandemia?

—A ver, yo no soy experto en derecho administrativo para decir si cada instancia, sobre todo una instancia exclusivamente de Gobierno, tiene que dejar en acta cada decisión, pero lo que sí veo acá es un patrón de comportamiento de este Gobierno, en que a aquel que trata de criticar se le descalifica en vez de contraargumentar. En países más avanzados, muchas veces quedan grabaciones sobre estas reuniones para que la historia pueda juzgar y aprender las lecciones del caso, y la única manera de aprender de los errores es saber lo que estaba pasando. Aquí hay una inquietud legítima del Colegio Médico y la respuesta es no responder a la legítima pregunta, y eso desgraciadamente se ha vuelto una constante en la forma de comunicar del Gobierno cuando alguien osa criticarlo en el tema de la pandemia. Cada vez que el ministro Paris recibe alguna crítica, responde que se está criticando a todo el personal médico, cosa que es totalmente falsa: se está criticando al ministro porque hace mal las cosas y no al personal médico, y siempre está el victimizarse o el descalificar a quien critica en vez de responder con argumentos que uno esperaría desde la sociedad civil.

El médico internista Juan Carlos Said publicó en Ciper una columna en la que argumenta que la vacuna Sinovac no ha sido suficientemente efectiva para cortar el contagio de covid-19 y que por eso Chile debería avanzar en la vacunación con el mayor número de vacunas altamente efectivas, como Pfizer, Moderna o Sputnik. Para la realidad de nuestro país, ¿fue un error privilegiar la vacuna con Sinovac?

—Me parece que lo que dice la columna de Said es un tanto distinto. No teníamos otra, y haber tenido la Sinovac es muchísimo mejor que no haber tenido nada. La regla en ese momento era “vacune con lo que tenga”, y la Sinovac no tiene la efectividad de la Pfizer ni de la Moderna, pero tiene una efectividad muy, muy valiosa, y puede salvar, está salvando y va a salvar miles de vidas. El problema es que el Gobierno ha exagerado la efectividad. La efectividad es un concepto relativo, que dice cuánta gente menos se contagia gracias a la vacuna comparada con la que se hubiera contagiado sin vacuna. Se compara a los con y sin vacuna, pero no me dice cuántos hay en total en cada grupo, hay que explicarlo porque la mayoría de la gente no lo entiende. Si yo digo que, por ejemplo, la Sinovac tiene una efectividad del 60% en prevenir el contagio sintomático y asintomático, eso significa que, si sin vacuna hubiese tenido cien contagios, tengo solamente cuarenta con vacuna, porque hay sesenta que se dejan de contagiar, pero también significa que si hubiese tenido diez mil sin vacunar, tengo solo cuatro mil. La pregunta es: ¿cien y cuarenta o diez mil y cuatro mil? Y esa diferencia depende de las restantes medidas que se estén tomando.

La Sinovac ha evitado un número importante de contagios y lo más importante es el 80% de efectividad para evitar muertes. Donde hubiesen muerto cien personas sin vacuna, han muerto solamente veinte y ochenta se salvaron, pero nuevamente, la pregunta es: ¿cien contra veinte o diez mil contra dos mil? Nuevamente miles de personas terminarán muriendo a pesar de este programa de vacunación activo. Entonces, entre no vacunar o vacunar muy poquito, como pasa en Argentina, no cabe duda de que en Chile vacunar con Sinovac ha sido mucho mejor. Dicho eso, no se debió decir nunca lo que dijo el ministro Paris, que está por escrito y lo está diciendo hasta abril: “la efectividad de Sinovac en prevenir muertes es del 100%”.

Eso lo desmintió el primer estudio de seguimiento de personas que se habían vacunado con Sinovac en Chile…

—Efectivamente, ese informe lo hicimos Alejandro Jofré, Juan Díaz y yo. Volviendo al 100% que informaba el ministro Paris, este se basaba en un estudio del Institutio Butantan con aproximadamente 10 mil personas, donde hubo siete casos graves entre los no vacunados y ninguno entre los vacunados. Y donde no hubo muertos, ni entre los vacunados o los no vacunados. Existe un concepto en el mundo de la bioestadística que todo buen médico conoce: intervalo de confianza. Dados los resultados de este estudio, la transmisión correcta de riesgo era decir que un intervalo de confianza para la efectividad en prevenir muertes estaba entre 55% y 100%. Eso es lo que uno podía decir responsablemente, pero el Gobierno decidió decir 100%. Una persona que comunica bien los riesgos se pone a la mitad del intervalo y dice 80%, pero no se pone en 100%, que era el escenario ultra, ultraoptimista. Ya habían empezado los rumores en marzo: “oye se murió esta persona y tenía la vacuna y habían pasado dos semanas”, y salía el caso en el diario, porque evidentemente iba a ser noticia cuando muriera gente que estuviera vacunada, pero el esfuerzo inicial era dar a entender que eran personas muy débiles y muy enfermas. Ni siquiera tienen la capacidad de elegir estrategias comunicacionales que no se evidencie en el tiempo que están equivocadas. Es algo realmente muy difícil de entender.

¿Funcionan las cuarentenas en la manera en que las estamos manteniendo o es el momento de pensar en otras medidas que ayuden de manera más efectiva a disminuir los contagios?

—Las cuarentenas son las medidas de último recurso, cuando la pandemia se sale de control y cuando no hay nada más que hacer. Lo que uno quisiera es nunca tener que recurrir a cuarentenas y hay muchas cosas que se pueden hacer para ojalá no recurrir nunca a la cuarentena, como, por ejemplo, mejorar la trazabilidad, que es un tema en el que seguimos al debe y en que el Gobierno no se ha puesto las pilas de verdad. Llevamos muchos meses bastante estancados en el tema trazabilidad, ese es el tema en el que se podría avanzar mucho. Hay otro tema también, las estrategias para prevenir contagios en empresas y colegios, que cuestan plata, pero no tanta, un poquito de plata. Esos son los temas que evitan tener que recurrir a cuarentenas. Pero en el escenario en que estamos ahora, a niveles altísimos, con el sistema hospitalario al borde del colapso, hay momentos en que la cuarentena pasa a ser la única medida, pues, aunque baje solo un 20% la movilidad, eso ayuda mucho. Podrían ser mucho más efectivas las cuarentenas, claro que sí, podrían ser más efectivas, pero cuando el Gobierno se las cree. Cuando el Gobierno invoca la cuarentena después de demonizarla, quién diablos le va a creer. En comunicación de riesgo, la primera cuestión es un mínimo de consistencia en el tiempo. En segundo lugar, se han dado tal vez demasiados permisos que no son bien usados. Cuando parten cien mil familias a la playa para el 21 de mayo, está claro que esa gente no tenía un funeral, que esa gente no se iba a su casa a trabajar; se fueron a su casa de veraneo y punto, hay un problema de fiscalización. Y tercero, pero con este gobierno creo que es imposible, se podrían hacer buenas encuestas. Yo creo que se ha instalado la idea de que las cuarentenas no sirven, pero podríamos decirle a una empresa de encuestas independiente que haga un estudio bien en serio, con focus group, a la gente, viendo lo que realmente quiere.

Hay una pregunta en la última encuesta del CEP, una pregunta que le pide a las personas que elijan entre un mundo en el cual priman las libertades y cada uno se mueve lo que quiere, y un mundo donde se restringe mi libertad y no me deja moverme para nada, todo en un contexto de pandemia. La pregunta está formulada de manera muy sesgada porque la ideología del CEP es pro libertad por encima de cualquier otro derecho. A pesar de lo sesgada que está formulada la pregunta, el 70% se inclina por la frase que está planteada de una forma que parece del Gran Hermano, una frase que indica que básicamente yo quiero que me restrinjan para revertir la pandemia. El Consejo para la Transparencia también hizo una encuesta en diciembre y enero, en la cual les pregunta a las personas por medidas concretas y hay cinco medidas bien restrictivas. El Consejo para la Transparencia está preocupado del tema de la privacidad y, claramente, si a la gente no le preocupa la privacidad, entonces hay más herramientas para contener la pandemia. En las dos encuestas que han hecho preguntas, dos instituciones cuya agenda estaba en la onda de que la gente no quiere medidas restrictivas, en el caso del CEP porque es de derecha, en el caso del Consejo para la Transparencia porque están muy interesados en liderar el tema de la protección de datos personales, la gente dijo que estaba dispuesta a que no haya libertades con tal de que esto baje más rápido.

¿Qué es lo que podríamos esperar en este año 2021 y 2022 respecto a un potencial regreso a la normalidad?

—Es muy difícil hacer proyecciones y eso depende no solamente de las dinámicas del virus, sino que de las dinámicas que va tomando la autoridad, cómo logra convocar o no convocar a las personas. Un escenario optimista es un Gobierno que revierte el norte equivocado, que hace algo de lo que he dicho recién, que es convocar. Así, de acá a finales de julio, principios de agosto, podría esperarse que bajen drásticamente los contagios. Un escenario intermedio es que el Gobierno no revierta rápidamente, que se requieran varias semanas más para que se dé cuenta de su error. En ese caso, tendríamos que en septiembre y octubre, con la ayuda de la llegada de la primavera, podríamos alcanzar valores más bajos. Pero es difícil hacer proyecciones, es una pena, porque el programa de vacunación es bueno, en parte porque el Gobierno se consiguió las vacunas y en parte porque Chile tiene una larga tradición de vacunar bien, pero cantaron victoria antes de tiempo dos veces y con eso se perdió la oportunidad de haber salido de esta pandemia bastante antes.

Miguel Allende: “Si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión en ciencia tiene que ser distinta, no hemos aprendido nada”

El académico de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile es uno de los integrantes del Programa de Vigilancia Genómica convocado por el Gobierno, una suerte de equipo de detectives científicos empeñados en desentrañar las características esenciales del virus y de las nuevas y temidas variantes. Una carrera contra el tiempo, pues solo en la medida en que la ciencia descifre la marca de fábrica de cada una de ellas podremos saber si las vacunas serán efectivas y de qué manera nos afectará este u otros virus que nos atacarán en el futuro. “Después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos es tener mejor conocimiento de la naturaleza”, advierte.

Por Jennifer Abate C.

En los laboratorios de la investigación genómica no hay lupas ni polvo para encontrar huellas dactilares, tampoco bolsas plásticas con pruebas que permitan dar con la identidad de un sospechoso. En la naturaleza no hay buenos ni malos. No hay culpables, aunque sea fácil pensar en esos términos del covid-19, una enfermedad que ha cobrado casi tres millones de vidas en el mundo y que en Chile ha causado más de treinta mil muertes. Lo que buscan los investigadores genómicos, una suerte de detectives científicos, es dar con la identidad de los organismos biológicos, describir todas sus características, saber cómo interactúan con el ambiente y, en el caso de los virus como el Sars-Cov-2, determinar cómo impactarían sobre las personas.

Su larga trayectoria en este tipo de investigaciones llevó al doctor Miguel Allende, profesor titular del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde realiza investigación fundamental en el área de la genética molecular y el desarrollo, al Programa de Vigilancia Genómica que integran el Ministerio de Salud, el Ministerio de Ciencia, el Instituto de Salud Pública y algunas universidades. Allende, doctor en biología molecular, coordinador del Consorcio Genomas CoV2 y director del Centro de Regulación del Genoma, forma parte del equipo que hoy trabaja para resolver una duda crucial: ¿responderán las nuevas variantes del covid-19 detectadas en Chile a las vacunas que ha aprobado nuestro país?

Hay alarma pública por las nuevas variantes del virus. Desde el punto de vista científico y desde la respuesta sanitaria, ¿por qué es relevante desentrañar el genoma del covid-19 y analizar las variantes que circulan en nuestro territorio?

—El virus, al igual que todos los demás organismos de este planeta, basa su herencia en el material genético que tiene, el que va cambiando con el tiempo y es lo que permite la evolución de las especies. Este virus no es distinto, es decir, evoluciona, y al evolucionar, lo que está haciendo es tratar de mejorar sus capacidades de replicarse, perpetuarse y eso, lamentablemente para nosotros, conlleva que esas mejoras, esos avances genéticos, puedan conducir a un aumento de la transmisibilidad, por ejemplo, o de la capacidad de contagiar personas o de la severidad de las enfermedades que produce. Por eso es muy importante estar monitoreando permanentemente esos cambios genéticos, saber si el virus está sufriendo cambios que puedan generar más dificultades para nosotros en el control de la propagación de la pandemia o en la severidad de las enfermedades que este produce.

Miguel Allende – Crédito: Alejandra Fuenzalida

En la discusión pública sobre el tema suele ponerse énfasis en el monitoreo del avance del virus y en las medidas sanitarias para enfrentarlo, pero no en la vigilancia genómica, que usted señala como fundamental. ¿Por qué?

—Supongo que eso tiene dos causales. Primero, no tenemos experiencia en tiempos recientes de una pandemia de esta magnitud y no habíamos tenido oportunidad de ver un virus que evoluciona en tiempo real, es decir, que está cambiando frente a nuestros ojos y, por lo tanto, no habíamos tenido la experiencia de hacer vigilancia genómica a esta escala y con esta velocidad de un organismo patogénico para los humanos. El otro problema es que como esto es una pandemia, el virus está extendido por todo el mundo e infectando a millones de personas simultáneamente. Esto le da al virus una oportunidad para evolucionar más rápido. La aparición de estas variantes, en el fondo, la hemos creado nosotros, al permitir que el virus se expanda en esos números: le damos la oportunidad para que evolucione rápidamente y se adapte a las defensas que le estamos poniendo al frente, como las vacunas y los aislamientos.

¿Qué tan en riesgo podría estar la inmunidad esperada de las vacunas aprobadas en nuestro país ante la aparición de las nuevas variantes del covid-19?

—Es lo que más nos preocupa en este momento, es decir, creo que parte de la razón por la que hay que hacer vigilancia en el más corto plazo posible es que estamos en un escenario donde estamos empezando a vacunar, Chile tiene un avance sustancial en eso, pero tenemos que saber si las variantes que están apareciendo han ido adquiriendo un nivel de resistencia a los efectos, primero, de la vacuna, y segundo, de las infecciones en el caso de las personas que se contagiaron en la primera ola. Uno esperaría que ellas hayan generado inmunidad y puedan resistir una segunda infección, pero eso vale siempre que la segunda infección sea con un virus idéntico o muy parecido al primero, Si cambia, es una infección absolutamente nueva y estaremos enfrentados a una segunda pandemia, como lo dijo la canciller alemana hace unos días.

Hemos visto artículos periodísticos que citan a expertos y expertas internacionales que hablan de presagios que van desde una pandemia por covid-19 que se mantendría por varios años hasta la emergencia de otras pandemias, por otros virus. ¿Qué nos dice la ciencia sobre lo que podemos esperar para los próximos años?

—No tenemos tanta experiencia. La experiencia de pandemias que tenemos es de hace un siglo o más hacia atrás, y todas, de alguna manera, se extinguieron o se fueron, no siguieron afectando a la humanidad para siempre, esto no va a ser eterno. Dicho eso, estamos en un mundo que tiene características distintas a las de hace un siglo o más, y una de esas características es que estamos en un ambiente globalizado en el cual hay muchísimo intercambio de personas entre países, lo que ayuda a la propagación de los patógenos. Además, la población mundial sigue siendo muy alta, lo que es un campo fértil para cualquier patógeno que tenga alguna capacidad de infectar rápidamente a la población. Si bien esos escenarios medio apocalípticos que dicen que el virus podría no irse nunca o durar muchísimos años son plausibles, creo que, a diferencia de pandemias anteriores, ahora también tenemos herramientas mejores para defendernos contra ellas, y esas herramientas no son solo las vacunas, sino que son factores como la vigilancia genómica, las medidas que podemos aplicar, las drogas que podemos dar a las personas seriamente enfermas. Además, al igual que los patógenos evolucionan, nosotros también evolucionamos en nuestras capacidades científicas y tecnológicas para enfrentarlos. La segunda parte de la pregunta es la más relevante, pues el Sars-Cov-2 no es el último virus que va a infectar a las personas. Ahí, de nuevo, la vigilancia entra a jugar un rol, porque nos habían advertido en 2007 que había un virus en los murciélagos, del tipo coronavirus, que tenía la susceptibilidad de saltar al humano y nadie tomó muy en cuenta eso a pesar de que habíamos tenido episodios como el Mers y el Sars-Cov-1, que eran indicios de pandemia. Creo que es importante mirar en la naturaleza y ver cuáles son los potenciales peligros en términos de virus, sobre todo, y anticiparnos un poco al traspaso a los humanos de esas especies, mirar cosas relacionadas con cómo convivir con la naturaleza y qué tipo de intervenciones estamos haciendo y cómo prepararnos con nuevas vacunas para cosas que aún no existen.

A su juicio, ¿cuáles han sido los principales errores y aciertos en el manejo científico de esta catástrofe sanitaria?

—Es difícil decirlo y es difícil hacer una evaluación mirando hacia atrás y criticando cómodamente desde esa posición. En los países que lo hicieron bien, en general hay una correlación con haber “hecho caso” a la comunidad científica. Uno piensa en Nueva Zelanda, en algunos países de oriente como Japón y Corea, pero todos tuvieron sus cosas, y países con mucho desarrollo tecnológico, como Estados Unidos y Reino Unido, tuvieron gran expansión del virus. En el caso chileno, diría que en general ha sido razonable, pero no importan las medidas que adopte el Gobierno: tiene que haber un convencimiento general de la sociedad de que esto es importante y todos deben actuar en consecuencia, y eso necesita, de parte de los gobernantes, un altísimo nivel de legitimidad, es decir, si un Gobierno está en duda en otras cosas, es difícil que al comunicar pueda convencer a la gente, simplemente no es creíble el mensaje. Desde el punto de vista de la ciencia misma, creo que han hecho las cosas razonablemente bien, desde el lado científico hubiera querido ver más recursos, más rapidez, faltaron cosas, pero no puede ser todo malo. En el tema de las vacunas fuimos bastante visionarios y en eso felicito al Ministerio de Ciencia y a los colegas que trabajan en el tema, porque vieron que esto se venía para largo y que había que actuar rápido para asegurar la llegada de estos materiales.

¿En qué momento del desarrollo científico y valoración de la ciencia nos encontró la pandemia? ¿Hacia dónde deberíamos avanzar urgentemente en esta materia?

—Creo que ahí hay un problema, más que del Gobierno, del Estado. El tema del porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología y la relevancia y prioridad que se le da a la ciencia, que es muy baja, no es un problema de ahora, sino que viene arrastrándose por décadas, y creo que ha habido poca capacidad de la comunidad política de darse cuenta de esto y quizás poca capacidad de la comunidad científica de convencer a la comunidad política de que esto es claramente un requisito para hacer un salto al desarrollo. El modelo chileno ha sido uno claramente extractivista, de aprovechamiento de las ventajas que nos dio la naturaleza en términos de recursos naturales, pero no ha habido una apropiación de esa riqueza para aprovecharla a largo plazo, aprovechar las alternativas, talentos y cerebros que tenemos aquí. Si bien durante la pandemia ha habido algunos aciertos y, como dije antes, el Gobierno, en términos científicos, lo hizo relativamente bien, si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión tiene que ser distinta, entonces no hemos aprendido nada. Tiene que haber un salto, un incentivo para que los jóvenes entren al mundo de la ciencia, y también debe haber una mejora en la comunicación y educación científica de la población: no puede ser que en el siglo XXI la gente dude si las vacunas funcionan, eso es inaceptable en una sociedad que esta teóricamente avanzando hacia su desarrollo y aprovechando el conocimiento que ha adquirido la humanidad hasta hoy. Si se hubiera invertido en programas de anticipación en el tema de las pandemias, nos habríamos ahorrado mucha plata y esa plata hubiera sido recuperada ampliamente. No hay que pensar en un gasto, pues es una inversión, una póliza de garantía de que las cosas van a ser mejores en el futuro.

Ilustración: Fabián Rivas

Usted lidera el Plan Nacional de Genómica, conocido como Mil Genomas, que tiene como objetivo secuenciar el genoma, la identidad genética de diferentes especies, incluida la humana, en nuestro país. En el contexto de la pandemia por covid-19, ¿hay conocimientos emanados de ese grupo de trabajo que hayan servido para comprender el comportamiento del virus en Chile?

—Yo diría que no directamente, pero sí sirvió, pues nos pusimos al día tecnológicamente, recibimos los equipos, entrenamos a las personas que los usan, desarrollamos toda el área de la bioinformática, ya que es muy importante manejar los datos que se generan a partir de información genética y genómica. También creo que nos está preparando un poco para lo que viene. Y lo que viene, como he estado insistiendo, es que después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos mejor es tener mejor conocimiento de la naturaleza. ¿Qué nos rodea? Mil Genomas tiene esa intención. Nuestro proyecto tiene una aspiración grande, ser una caracterización grande y profunda del entorno. Creo que esto va a cobrar relevancia no solo después de la pandemia, pues ya veníamos con el tema del cambio climático y el efecto que está teniendo el hombre sobre las características del medio ambiente en términos del clima y de las temperaturas, y eso también está afectando a los organismos. Este catálogo se hace más necesario que nunca para poder remediar, compensar o impedir esos cambios.

En 2005 comenzó el trabajo del Atlas del Genoma del Cáncer, cuyo objetivo es secuenciar esta enfermedad para prevenirla o encontrar una cura. Este proyecto acarreó una enorme expectativa, pero hasta la fecha no ha tenido resultados que cambien radicalmente el panorama. ¿Por qué no se puede avanzar más rápido en iniciativas de este tipo? ¿Cuáles son los desafíos que se enfrenta el trabajo en genómica?

—Creo que los desafíos vienen básicamente por la dificultad de los problemas. La biología es compleja, no es como la física y la química, que tienen leyes y cosas más robustas en términos de que son más reproducibles. La biología tiene mucho de azar, tiene además el tema de que todo es muy en chico, microscópico, las moléculas son difíciles de manejar individualmente. Todos esos problemas inherentes a la disciplina hacen que los avances sean más bien lentos y muy dependientes de avances tecnológicos y también de avances conceptuales. El avance en el cáncer es una piedra en el zapato porque ha sido muy difícil de resolver y básicamente tiene que ver con que todos los cánceres son individuales, únicos. Hay cosas que comparten, lo que los causa, pero los orígenes son multifactoriales. Creo que por ahí van los desafíos, y si bien estamos avanzando y hay herramientas que se están desarrollando, estamos hablando de muchos años, espero que no décadas, para tener solución para cosas como el cáncer. Y si bien en 2001 se secuenció el primer genoma humano y en 2005 inició este programa de investigación del genoma del cáncer, todavía faltan años para decir que eso dará frutos. Estamos en camino, es lamentable que sea tan lento, pero desde el punto de vista de la humanidad, son pocos años en términos de un desarrollo tan crítico como resolver un problema de salud tan amplio como el cáncer.

Cerebros perplejos: Un paseo neurocientífico por el octubre chileno y la pandemia

Más allá de nuestras diferencias, todos tenemos un cerebro, y es con él que cada uno de nosotros vivió el estallido social y vive hoy la crisis del covid-19. Dos eventos que irrumpieron en nuestras vidas, haciéndonos transitar desde aparentes certezas a confusas incertezas y que nos tienen desconcertados. Una pregunta común a ambos eventos es ¿por qué “no lo vimos venir”? ¿Por qué tanto el 18 de octubre como la llegada y rápida propagación del covid-19 en Chile nos tomó por sorpresa?

Por Andrea Slachevsky

En uno de los tantos memes sobre el buque que encalló hace poco en el Canal de Suez, el barco fue bautizado como “comportamiento” y la excavadora a la orilla del canal como “neurociencias”. Un meme que usó el contraste entre el imponente carguero Ever Given y la diminuta excavadora para ridiculizar las explicaciones exclusivamente neurocientíficas de la conducta humana sin tener en cuenta la necesidad de otras disciplinas. 

Cualquier intento de analizar exclusivamente desde las neurociencias la conducta humana y, con mayor razón, los fenómenos sociales, debe leerse desde la perspectiva de ese meme: las neurociencias son solo una entre muchas disciplinas que permiten estudiar la conducta, y toda explicación que se limite a las neurociencias carece de seriedad científica. En los últimos años han emergido múltiples “neurodisciplinas”, supuestamente basadas en conocimientos neurocientíficos, que pretenden explicar diversos aspectos del comportamiento humano y entregar soluciones o “recetas”: neuroeducación, neuromarketing, neurobusiness, neuroliderazgo o neuromanagement, entre muchas otras. Kurt Fischer, investigador de la Universidad de Harvard y fundador de la International Mind, Brain and Education Society, decía lo siguiente sobre ciertas iniciativas educativas promocionadas como neurocientíficas: “Las neurociencias se relacionan con la mayor parte de los métodos educativos supuestamente basados en las neurociencias a través de una manera única y sutil: la afirmación de que los estudiantes tienen un cerebro”. 

Ciertamente, el cerebro no está solo en la cabeza de los estudiantes. “Es un extraño giro del destino: todos los hombres cuyos cráneos fueron abiertos tenían un cerebro”, escribía el filósofo Ludwig Wittgenstein en su obra póstuma Sobre la certeza (1969). Un cerebro con el cual percibimos, le damos significado al entorno e interactuamos con él. No parece descabellado, entonces, intentar analizar acontecimientos sociales desde la perspectiva de lo que conocemos del funcionamiento del cerebro, siempre que no limitemos nuestro análisis a este enfoque. Al final y al cabo, la excavadora, aunque ridiculizada en tantos memes, es uno de los tantos engrenajes de la historia del carguero varado en el Canal de Suez.

La foto del buque varado en el Canal de Suez que inspiró memes en todo el mundo – Crédito: Canal Suez Authority.

Es con ese cerebro que cada uno de nosotros vivió el octubre chileno y la pandemia del covid-19. Dos eventos con semejanzas y diferencias que irrumpieron en nuestras vidas, haciéndonos transitar desde aparentes certezas a confusas incertezas y que nos tienen perplejos, llenos de interrogantes que, con un mínimo de humildad intelectual, debemos evitar responder de manera categórica. Una pregunta común a ambos eventos es ¿por qué “no lo vimos venir”? ¿Por qué tanto el 18 de octubre chileno como la llegada y rápida propagación en Chile del covid-19 nos tomó por sorpresa?

El octubre chileno fue para muchos un evento totalmente inesperado. Basta recordar algunas de las reacciones más médiaticas: “cabros, esto no prendió” o el audio filtrado sobre la “invasión alienígena”. En el caso del covid-19, quizás creíamos que la pandemia que causaba estragos en China y Europa no traspasaría las fronteras chilenas.  El destacado filósofo italiano Giorgio Agamben, que irónicamente desarrolla su obra en torno a entender la evolución de la sociedad, escribió en febrero de 2020, en un artículo titulado “La invención de una epidemia”, que la situación en Italia no era tan grave ni el virus tan virulento como para justificar “las frenéticas, irracionales y del todo injustificadas medidas de emergencia para una supuesta epidemia debida al coronavirus”. Cito a Agamben no para denigrarlo, sino para mostrar que todos, incluso los más preparados de entre nosotros, podemos errar. “Sería bueno aprender a equivocarse de buen humor (…). Pensar es ir de error en error”, escribía en 1932 el filósofo francés conocido como Alain en su obra Charlas sobre la educación.

Una y otra vez pareciéramos presos de la misma ceguera: incapaces de percibir lo imprevisto. En 1957, Leon Festinger propuso la teoría de la disonancia cognitiva, cuya premisa es que las personas necesitan mantener una “coherencia cognitiva” entre sus pensamientos, emociones y conductas.  La teoría de Festinger surgió desde el campo de la psicología social, pero desde 1964 sus investigaciones lo llevaron hacia los procesos perceptivos, indagando cómo las personas concilian las inconsistencias entre lo que perciben visualmente y los movimientos oculares para ver imágenes coherentes.

La teoría de Festinger es consistente con lo que sabemos de los mecanismos cerebrales de percepción y representación del mundo. Nuestro cerebro elabora una imagen coherente y sensible del mundo que percibe, un poco como lo intuye el escritor Albert Cohen en Libro de mi madre (1954) al rememorar su infancia en el puerto de Marsella: “Yo estaba un poco chalado. Estaba convencido de que todo lo que veía estaba verdadera y realmente, de verdad, pero en pequeñito, en mi cabeza. Si estaba a la orilla del mar, estaba seguro de que este Mediterráneo que veía estaba también en mi cabeza, no la imagen del Mediterráneo, sino que este mismo Mediterráneo, minúsculo y salado (…). Yo estaba seguro de que en mi cabeza, circo del mundo, estaba la tierra verdadera con sus bosques, todos los caballos de la tierra pero muy pequeños, todos los reyes en carne y hueso, todos los muertos, todo el cielo con sus estrellas y hasta Dios extremadamente monono”. Esa capacidad de recrear mundos coherentes se lleva al extremo en las vivencias de personas con el Síndrome de Charles Bonnet, que creen oír música a pesar de estar sordas o creen ver imágenes detalladas y coloridas a pesar de estar ciegas.

La ciudad estadounidense de San Luis, Missouri, se enorgullece de la ilusión óptica más grande construida: el Arco Gateway, de 200 metros de alto y de ancho. No importa de dónde se mire ni que sepamos que es una ilusión: siempre lo vemos más alto que ancho. “Las ilusiones ópticas son creadas así: los ojos ven lo que ven, aunque sepamos lo que sabemos”, escribe el lingüista y cientista cognitivo Massimo Piattelli-Palmarini en su libro Inevitable Illusions: How Mistakes of Reason Rule Our Minds (1993).  Las ilusiones y otros errores perceptivos muestran que no percibimos el entorno explorándolo cuidadosamente y construyendo un mapa mental. Percibimos prediciendo el entorno sobre la base de información incompleta y de nuestras expectativas y conocimientos previos. Los mecanismos perceptivos facilitan la construcción de un mundo coherente con lo que esperamos.

“La percepción nunca está puramente en el presente; tiene que basarse en la experiencia del pasado (…). Todos tenemos recuerdos detallados de cómo se veían y sonaban las cosas anteriormente, y estos recuerdos se recuerdan y mezclan con cada nueva percepción”, escribía Oliver Sacks en Musicofilia (2007). Pero las ilusiones no son exclusivas de la percepción: existen también las ilusiones cognitivas. Si bien somos capaces de un pensamiento deductivo en que nos planteamos hipótesis que intentamos verificar, frecuentemente pensamos usando lo que Piattelli-Palmarini denomina atajos o “túneles” mentales, o usando sesgos cognitivos. Solemos usar la palabra sesgos para referirnos a prejuicios, pero en 1971 los psicólogos Amos Tversky y Daniel Kahneman introdujeron la expresión “sesgo cognitivo” para describir uno de los procesos fundamentales del pensamiento: la existencia de errores sistemáticos del pensamiento que lo desvían de la racionalidad. 

Crédito ilustración: Fabián Rivas

Se han descrito múltiples sesgos cognitivos, como establecer asociaciones espurias o el pensamiento mágico, o el sesgo de confirmación, en el que descartamos información que entra en conflicto con decisiones y juicios pasados. Estudios recientes han contribuido a dilucidar las bases neurales de algunos de estos sesgos.  En un estudio publicado en 2019 en la revista Nature Neurociences, Andreas Kappes y colaboradores de la Universidad de Londres mostraron que el sesgo de confirmación se asocia a una variabilidad de la representación neural de las opiniones emitidas por otros: la representación es más importante cuando confirma nuestras opiniones. Las ilusiones perceptivas y cognitivas quizás son uno de los mecanismos que permiten explicar nuestra sorpresa frente a acontecimientos que, sin embargo, muchos especialistas predecían.

Pero entonces surge otra pregunta que queda abierta, relacionada con nuestra vivencia del covid: ¿por qué hemos perdido el asombro? A un año del inicio de la pandemia, parece que nos hemos acostumbrado a esta realidad inesperada y escuchamos sobre más de 100 muertes diarias en Chile o más de 4.000 en Brasil con cierta indolencia. Como dijo Stalin, “la muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de millones es una estadística”. Incómoda pregunta, porque sugiere que nos cuesta concebir lo inesperado, pero a la vez naturalizamos rápidamente nuevas realidades y nos insensibilizamos ante el dolor ajeno.

Volviendo a nuestro meme:  así como es absurdo pretender explicar el barco de la conducta solo con la excavadora de las neurociencias, es también absurdo pretender explicar fenómenos sociales como el estallido social o nuestra respuesta a la pandemia basándose solo en el estudio de cerebros aislados. Pero el conocimiento de las trampas del cerebro y nuestros sesgos cognitivos que proviene del análisis del cerebro es esencial para abrirnos a información que pueda estar en conflicto con nuestras creencias y experiencias. Como replicó Jean al rey Salomón en La angustia del rey Salomón, de Emil Ajar: “Debemos esperarnos a todo, y especialmente a lo inesperado, Sr. Salomón”.

Martín Hopenhayn: “La academia convirtió en un gesto propio no abrir vasos comunicantes con la política”

Con Multitudes personales (Ediciones UDP) recientemente publicado bajo el brazo, el intelectual, filósofo y escritor chileno-argentino, que durante años trabajó como investigador de temas sociales en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se aventura con un análisis del Chile que hemos construido y habla del rol de su generación frente a los cambios que vienen: “tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir”.

Por Jennifer Abate C.

En un texto que publicó en la revista Nexos en octubre del año pasado, decía que su respuesta más honesta frente a la pregunta por el desenlace del movimiento social era: no tengo la menor idea. Casi un año después, ¿tiene más luces sobre lo que ocurrirá con la movilización que comenzó el año pasado y que fue detenida por la pandemia?

Yo creo que hoy es tanto o más enigmático en la medida en que la pandemia fue sofocada no por una razón política. No tuvo un desenlace, no tuvo una resolución, lo único que hay en el horizonte es el plebiscito que se viene. El estallido, para mí, es una revuelta, no una revolución, la revolución termina con un asalto al poder y la revuelta termina en una especie de desplazamiento del eje del centro, es decir, lo que era en algún momento considerado como statu quo, se corrió a la izquierda. El eje se corrió primero en algunas concesiones en términos de política, después, sobre todo, en la iniciativa de convocar a un plebiscito para trabajar en una nueva Constitución.

El filósofo y escritor Martín Hopenhayn.

Se trata de un sentido común compuesto, por un lado, de una visión crítica respecto de los gobiernos de la Concertación, es decir, de los gobiernos de la democracia, del programa que se desarrolló y del modelo de país que se planteó. Creo que se generalizó una cierta homologación entre neoliberalismo a secas y lo que ha sido Chile en los últimos 30 años. Es curioso; yo no estoy de acuerdo con esa homologación, por lo menos de manera total, es decir, esta especie de indiferenciación entre los Chicago Boys y el modelo “progresista”.

Se refiere a la frase “no son 30 pesos, son 30 años”.

Claro, en las marchas se notaba esa visión. Por otro lado, creo que hay dimensiones que tienen mucho que ver con el poder en la vida cotidiana, que ya estaban puestas sobre el tapete en las movilizaciones sobre abuso de género en el año anterior, en 2018, que al estallido llegaron en la última parte, sobre todo con Lastesis y todo lo que significó. Creo que el tipo de cuestionamiento que se planteó en 2018 era muy profundo y tiene bastante que ver con el estallido social, es decir, con perderle temor a asumir posiciones más radicales frente a un tema. También se conjugan o convergen temas que tienen que ver, por un lado, con los viejos temas sociales, distributivos, con una clara conciencia de que los indicadores del triunfo, los indicadores del oasis chileno del cual habló el presidente pocos días antes, no representan la realidad de la gente o la gente no se siente para nada representada en esos indicadores. Lo que ocurría por debajo de todo eso era una sensación muy grande de vulnerabilidad y de vulnerabilidades cruzadas, vulnerabilidad en el campo de la salud, en el campo de la seguridad social y las pensiones, la sensación de una ciudadanía de primera, segunda y tercera clase según el tipo de educación al cual accedías, el tipo de trato que tenías en el trabajo, el tipo de redes, de relaciones que te permitían aprovechar tu capital humano en retornos laborales.

Es interesante el correlato que hace con el movimiento feminista de 2018, cuando, como durante el estallido, llamaba la atención la inexistencia de un liderazgo tradicional. ¿Cree que están emergiendo nuevas formas de movilización?  

El movimiento feminista rebasaba cualquier tipo de lógica partidaria, era rizomático, aparecía por todos lados. Creo que ahí se marcó un precedente superfuerte, mucho más todavía de lo que se podía haber marcado en la Revolución de los Pingüinos el 2006 o la de los universitarios el 2011 o la protesta contra las represas el 2012. Ahí había algunos liderazgos, pero en esta idea no hay liderazgo, hay una especie de espontaneísmo de las masas, como se decía antes. Ahora, no digo que el 2018 sea la causa del 2019, a lo mejor ya el movimiento del 2018 estaba dentro de una forma de funcionar que estaba arrastrándose, que explota ahí.

Usted ha descrito una disconformidad que viene de muchos lugares. Hoy estamos a punto de enfrentar un plebiscito. ¿Cree que un potencial cambio en la Constitución ayudaría a subsanar esas disconformidades o de todas maneras hay que conducir otro tipo de procesos sociales que ayuden a aliviar la sensación de desigualdad creciente?

Creo que no sería malo que la nueva Constitución lograra tener esa nueva fuerza para nuclear todas las energías, las energías críticas, emancipatorias, contra la desigualdad, porque habría, de alguna manera, algún tipo de encuentro entre la lógica de la revuelta y la reflexividad compartida, una especie de proceso deliberativo a nivel nacional. Si los procesos deliberativos se mantienen divorciados de los procesos de movilización, yo no sé hacia dónde se llegaría, es como una especie de toparse con un callejón sin salida. No digo que el proceso de la Constitución desmovilice a la sociedad, yo no sé cuánto tiempo puede permanecer una sociedad movilizada como lo estuvo durante cuatro meses, pero de alguna manera debiera vincularse la movilización social con la deliberación pluralista, por llamarla de alguna manera, una deliberación abierta, ampliada.

En medio de la pandemia, diferentes teóricos y teóricas han postulado alternativas de cambio de nuestra vida social después de la pandemia. ¿Qué piensa usted? ¿Cree que estamos en condiciones de anticipar si la pandemia va a producir cambios permanentes en nuestra manera de relacionarnos socialmente?

Yo creo que la pandemia ha traído una especie de desfile de proyecciones utópicas y distópicas muy interesante, porque se han ido modificando a medida que la pandemia y las medidas de confinamiento duran más. Al principio apareció una especie no de euforia, porque no podemos hablar de euforia ante una pandemia, pero una expectativa de que íbamos a encaminarnos hacia una ética de la frugalidad; la pandemia era la señal que la naturaleza le daba al capitalismo, a la modernidad y a la globalidad, de que no podíamos seguir con esta forma de producir, consumir y de habitar, y que por lo tanto se venía un cambio paradigmático. Y también apareció la expectativa utópica de la emergencia del rol social del Estado, sobre todo en América Latina. La gente pensó: “este es el fin del capitalismo financiero”. Creo que ahora hay un momento de incertidumbre en este juego de naipes de utopías y de distopías dinámicas que se han dado a lo largo de los últimos meses. Uno de los grandes problemas, que es mas simbólico, tiene que ver con la crisis política durante el estallido y la pérdida profunda de apoyo, aprobación y legitimidad prácticamente en casi toda la clase política y el sistema. ¿Cuál va a ser la voz desde la política que invite, convoque, a la sociedad a estar juntos para enfrentar esta situación crítica?

¿Cuál es su respuesta frente a esa pregunta?

El problema es que no hay voz. Las dos personas que apuntan más fuerte en las encuestas son Lavín y Jadue, y no creo que ninguno de los dos pueda hacer esa convocatoria, salvo que se junten, pero no lo creo. Tiene que haber una voz que convoque, creo que la voz tiene que convocar a unirnos en un cierto sacrificio, que es lo que ocurre durante las guerras. Roosevelt tuvo la capacidad de hacerlo durante la guerra; de alguna manera se desgastó, pero Fernández en la Argentina lo pudo hacer, una voz convocante. Pero la voz convocante tiene que ser, a la vez que una invitación al sacrificio, muy clara también en una invitación a distribuir los sacrificios según las capacidades, el lugar que ocupa cada uno en la sociedad. Si uno invita al sacrificio, y al mismo tiempo vamos a discutir en serio el impuesto a los superricos, tiene más sentido, pero invitar así, de manera vacía, a que todos nos sacrifiquemos sin hacer distinciones, sabiendo que hay personas que quedaron muy mal paradas, no tiene ningún sentido.

Multitudes personales

En su libro (una compilación de ensayos, crónicas y aforismos publicados a lo largo de su vida) habla de la generación del 55, su generación. ¿Cuál cree que es su rol a la hora de pensar y actuar frente a los cambios propuestos desde el estallido social y hoy por el plebiscito constitucional?

Una generación no significa que todos los que nacieron el 55 estén más o menos cortados por una sensibilidad homogénea, ese texto lo publiqué en la revista Apsi el año 86, cuando yo tenía 31 años, y produjo mucha identificación en pares. La del 55 es la generación de la Reforma Universitaria del año 67, la que después ocupó puestos de poder durante la Concertación. Es una generación que se perdió la fiesta [de las revoluciones en el continente] y que, al perdérsela, la mitificó también; es decir, el vacío de una fiesta a la que llegó tarde lo compensó llenando ese vacío con lírica y épica que ninguno vivió del todo. ¿Qué es lo que yo creo que pasa ahora con esta generación? En términos de propuestas, yo creo que no es fácil, o sea, terminó siendo muy heterogénea esa generación, la misma gente que formó parte de una sensibilidad más o menos convergente en los años setenta u ochenta, en los años noventa empezó a abrirse en distintas ramas: gente que se dedicó a hacer plata de frentón, gente que se metió en la política con vocación, gente que se metió en la política como gran bolsa de trabajo bien remunerada, gente que se cuadró con el “progresismo” de manera muy fuerte y con poca apertura, gente que se mantuvo en una especie de izquierda incondicional e hizo de su propia condición de outsider una bandera, un motivo de autoreivindicación. Creo que es una generación que tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir, tiene que ver cuál es el valor de la experiencia, cuál es el valor de haber transitado por distintas perspectivas, qué se puede aportar. Tiene que ser servicial.

Multitudes personales. Ensayos, crónicas y aforismos (2020), Martín Hopenhayn, Ediciones UDP.

—Es relevante eso, pues si bien hay una necesidad de revitalizar la política, cambios profundos como los que exige la sociedad no van a ser construidos solamente por personas jóvenes o muy jóvenes.

Sí, ahí hay aspectos frente a los que a la generación mía le cuesta mucho tomar posiciones, y a mí también. Por ejemplo, ahora que se ha dado lo que se llama “las políticas de cancelación”, esta especie de, a como dé lugar, llegar a lo políticamente correcto. A mí me cuesta mucho pronunciarme frente a eso, me cuesta mucho. Mi corazón, mi adhesión espontánea, y yo creo que además a conciencia, porque me tocó vivir la dictadura, es el sentido común del pluralismo. O sea, renunciar al pluralismo ideológico, al pluralismo en valores, ya es imposible.

La reflexión académica y la investigación habían encendido muchas alertas sobre el malestar en Chile. Usted lleva años en eso, el informe del PNUD de 2017 hablaba sobre las tensiones sociales. ¿No es un poquito decepcionante que las decisiones en materia de políticas públicas estén tan divorciadas de lo que propone el mundo de la investigación y la reflexión crítica?

Sí, pero creo que hay responsabilidad en ambos lados. Es un desperdicio total, es decir, pienso en países europeos y en Estados Unidos, donde hay mucho más flujo entre estos mundos. Yo creo que hay una responsabilidad, por un lado, claramente desde la política, por regirse mucho más por ritmos electorales y por programas para captar audiencias. Hay una especie de anquilosamiento de la clase política, de pérdida de apertura, de estar como enfrascados en una especie de Club de La Unión de la política, pensando que lo real es lo que se conversa entre ellos. Desde el lado de la academia, sí ha habido algunos esfuerzos, pero desde la academia se convirtió en un gesto propio, casi un gesto de epistemología política, no abrir vasos comunicantes con la política, una especie de purismo en el cual podría haber casi un efecto de contaminación. La academia también ha tenido sus propias reglas del juego, que son las reglas del paper, las reglas de las becas, las reglas de los rankings, que son las reglas, sobre todo, de la investigación.

¿Hay alguna posibilidad de reencontrar esos mundos hoy?

Yo creo que sí. Hay algunos referentes académicos, pero son muy pocos, o sea, no sé, en sociología, Carlos Ruiz, Tomás Moulian ya no lo es como lo fue en su momento, por un tema de generaciones, y puede haber dos más, tres más, pero son muy pocos. Además, son como islotes, porque incluso dentro del mundo académico hay mucha atomización, es decir, los profesores están cada uno cuidando su parcela, su tienda.

Conversación: el rol del conocimiento en la transformación del modelo de desarrollo en Chile

La atención mundial que ha concitado la generación de una vacuna que ponga a raya el Covid-19 y los anuncios de los organismos internacionales sobre cómo se propaga la enfermedad, cómo se trata y cómo creamos estrategias que nos permitan superar las crisis social y política tras la pandemia nos han mostrado como nunca hasta qué punto dependemos del conocimiento. ¿Cuál es su lugar en la sociedad actual? ¿Quién lo genera? ¿Nos sirve para cambiar lo que somos como comunidad? Esas son algunas de las preguntas que el vicerrector Flavio Salazar, la académica Adriana Bastías y el académico Claudio Gutiérrez se hicieron en esta conversación registrada el pasado 7 de octubre.

Por Jennifer Abate C.

¿De qué manera deberíamos comenzar a pensar el desarrollo del conocimiento y cuál es el rol que este debe jugar en una sociedad que pretende avanzar hacia el desarrollo? 

Flavio Salazar: durante la última etapa, en el desarrollo del sistema capitalista que se produjo después de la Revolución Industrial, el conocimiento no sólo ha sido un elemento de cultura o de bienestar general, sino que se ha transformado también en una mercancía y se ha insertado, como todas las acciones del trabajo humano, en la lógica del sistema capitalista que hoy impera. Llevándolo al plano actual, no existen sociedades que hayan avanzado, desde el punto de vista del progreso general, sin tomar en cuenta el tema de la generación de conocimiento. Desde el siglo XX en adelante, todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities. En eso hemos tenido un desarrollo muy potente, una industrialización muy importante en ciertos ámbitos como la extracción mineral, el bosque, la pesca, etc., pero con un impacto en la naturaleza y en las comunidades que es muy grande y sin un retorno y diversificación de la economía. Lo que hoy uno se plantea es una discusión en la cual podamos poner el conocimiento dentro de un plan de desarrollo nacional y que sea uno de los pilares que permita una sociedad distinta.

Flavio Salazar es vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile.

Adriana Bastías: como dice Foucault, todo saber, todo conocimiento implica poder, y de alguna forma son dos caras de la misma moneda. Estamos hablando de conocimientos, no solamente del conocimiento. Nuestra producción de conocimiento se basa en índices, en índices que son publicaciones internacionales que muchas veces no consideran la realidad local ni tampoco la realidad regional, por lo tanto, se alejan de una ciudadanía que valore lo que nosotros hacemos o la generación de conocimientos. Para quienes somos de regiones, esto es más evidente, porque la generación de conocimientos o la valoración del conocimiento suele concentrarse en ciertos sectores, en ciertas universidades a las que acceden ciertos grupos sociales. Esto se va replicando y va generando una endogamia académica donde las mismas personas se autopublican y van, de alguna forma, generando una máquina de reproducción de papers. Este paperismo no tiene muchas veces que ver con la realidad o con la necesidad social de la generación de conocimiento para el bienestar social de todas las personas. 

Claudio Gutiérrez: enfatizo en lo que decía Adriana: hay que hablar de conocimientos, no de conocimiento. Los conocimientos son parte de lo que nosotros vamos adquiriendo en la medida en que hacemos cosas, en todas las direcciones. Cuando uno habla de desarrollo, está hablando de una manera de ser, una manera de hacerse, una manera de construir una comunidad, una sociedad en la que participan las personas. El desarrollo tiene que ver mucho con ser sujeto, con entender qué somos, tiene que ver nuestra identidad como comunidad, como personas. En general, cuando uno habla de desarrollo, inmediatamente piensa en el desarrollo económico, porque ese es un sesgo brutal que tenemos hoy, equivocado para los tiempos que vivimos; no funciona. Pero el desarrollo es más amplio que ese ordenamiento, esa mirada económica. Hoy, por lo menos el PNUD y pensadores como Manfred Mac-Neef y Amartya Sen tienen una noción de desarrollo mucho más marcada en lo humano. 

“Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades”. Claudio Gutiérrez 

Para entender dónde estamos, quiénes somos, cuál es nuestra identidad, hacia dónde vamos, necesitamos conocimientos de todo tipo, necesitamos conocimientos de la disciplina, necesitamos conocimientos de la naturaleza, necesitamos conocimientos de nuestros vecinos y necesitamos conocimientos de cada una de las personas y de las comunidades; no estamos hablando del conocimiento que se produce en el noratlántico y baja y llega a través de las grandes ciudades y se distribuye a la población, como pensaban conservadores como Bello. No, los conocimientos vienen desde abajo también, están en las comunidades de diferente tipo. Es un tremendo desafío: cómo juntamos estas dos variables de los conocimientos con el desarrollo de una sociedad. 

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelo de desarrollo? ¿Por qué es relevante tener una conversación sobre qué es y hacia dónde debe ir en momentos de crisis como el que enfrentamos actualmente no sólo en Chile, sino que en todo el mundo? 

Flavio Salazar: concuerdo en que durante todo el siglo XX y parte del siglo XXI se ha posicionado una visión bastante estrecha, basada solamente en el crecimiento económico, y ya sabemos por experiencia propia e internacional que el crecimiento tiene dos elementos: por una parte, no garantiza el bienestar de todos, puede garantizar el bienestar de una minoría; por otra, genera daños de sustentabilidad ecológica que pueden amenazar incluso la supervivencia de la humanidad. Cuando nosotros planteamos un nuevo modelo de desarrollo, se trata de uno que se haga cargo de esas carencias y esas brechas, que sea beneficioso para la mayoría de las personas y que, de alguna manera, garantice los derechos mínimos que gran parte de la ciudadanía está solicitando, que no sea depredador. Chile, en las últimas décadas, ha desarrollado muy fuertemente el modelo neoliberal, que ha penetrado con lógicas de mercado todo el ámbito de la vida de las personas, por eso tenemos una salud de mercado, una educación de mercado, tenemos todos los elementos que constituyen una sociedad de mercado. Creo que uno no puede prescindir de un análisis de la realidad actual, no puede prescindir de tomar en cuenta las fuerzas que operan, los intereses que existen, las oposiciones, porque si uno no lo hace de esa manera, entonces es muy difícil establecer una propuesta que tenga viabilidad. Una vez identificados esos elementos que mencioné, que son los elementos básicos, podemos proponer un modelo que pueda generar la adhesión de una mayoría ciudadana que permita que esto se haga realidad.  

Adriana Bastías es Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile.

Adriana Bastías: creo que hablar de un modelo de desarrollo implica decir que hay ciertos lineamentos que buscan el desarrollo de una nación, un territorio. Nosotros ahora ya sabemos que, dada la crisis climática, debiésemos hablar de un desarrollo sustentable, que no solamente involucre el aspecto económico, sino que también el ámbito social, político y cultural. Los sistemas de protección social están muy relacionados con los modelos de desarrollo que históricamente han tenido lugar. ¿Por qué en un momento de crisis es necesario pensar en un nuevo modelo? Básicamente, porque uno se da cuenta, frente a una crisis social, a un estallido social que casi cumple un año, de que el modelo se agotó. Frente a una economía de mercado con una fuerte desigualdad que podemos ver en el índice de Gini o en otros índices, es necesario pensar en un nuevo modelo de desarrollo que podemos generar a través del proceso constitucional, más allá de que en la práctica sea difícil por los altos quórum.  

Claudio Gutiérrez: cuando uno habla del modelo de desarrollo, debería pensar más globalmente en qué queremos como país. Para la época de Pedro Aguirre Cerda estaba bien el “pan, techo y abrigo”, pero hoy necesitamos más que eso. ¿Qué queremos? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cómo queremos insertarnos en el mundo? Quiero poner un ejemplo sobre esto. Recuerdo un foro, hace un año, discutiendo con otro colega sobre la academia uruguaya, sobre la Universidad de la República, y me acuerdo de cómo se reían de mí cuando yo les decía: “habría que mirar de otra manera esa universidad, que no aparece en ninguno de esos rankings que nos encantan, y preguntarse cuál es el rol que juega esa universidad que produce el conocimiento y los profesionales que ese país pequeño necesita”. Estoy esperando encontrarme con esa gente de nuevo para mostrarles que Uruguay tiene sólo 49 muertos por Covid, 49 muertos en total, nosotros llevamos 60 al día o algo por ahí. ¿Cómo esa sociedad pudo hacer eso? Ese resultado no depende del número de papers publicados, no depende de los enganches que uno tenga con los grandes centros mundiales para traer o no la vacuna. Depende de una población educada, depende de un sistema de salud sólido, depende de una infraestructura sistemática. Uruguay tenía un modelo de desarrollo distinto, donde la universidad cumplía una función distinta a la de acá. ¿De dónde salieron los médicos uruguayos que lograron esos niveles de detección del Covid? ¿De dónde salió ese sistema de salud? ¿De dónde salió la población educada que hizo lo que había que hacer? ¿De dónde salieron los economistas que ordenaron el país de esa manera? Ahí hay una idea de lo que puede ser un modelo de desarrollo y de educación enganchado con una visión de país diferente.  

“Todos los países que han tenido cierto éxito y progreso han basado sus capacidades en la ciencia, pero no ha sido así en países como el nuestro, donde el elemento central del modelo de desarrollo o del modelo económico ha sido la explotación de las ventajas comparativas, que son los recursos naturales o commodities”. Flavio Salazar 

De sus palabras se desprende que consideran que es necesaria una nueva forma de pensar Chile. Pero, para aterrizar, ¿cómo se cambia el modelo de desarrollo de un país 

Flavio Salazar: es complejo. En cierta medida, concuerdo con varios de los aspectos que se han tocado acá, pero hay matices, y esos matices son importantes porque uno de los elementos claves, yo lo mencioné, es lograr un consenso en nuestras visiones, porque no se trata de pensarse como iluminados que van a generar una solución. Para mí, el tema económico sigue siendo uno de los temas centrales, sobre todo en un país que no ha alcanzado el nivel de desarrollo y que no ha alcanzado a cubrir las necesidades básicas de su población. No es lo único, sin duda, pero es crucial. Lo que hemos tenido en estos últimos años es una exacerbación de los elementos económicos y en eso estoy absolutamente de acuerdo. Cualquier idea de cambio va a encontrar necesariamente férrea oposición de quienes hoy han sido beneficiados de forma absoluta por este modelo, y que cuentan no sólo con el respaldo de un número de individuos, sino que también con el respaldo de los medios de comunicación, de las Fuerzas Armadas. Creo que hay que centrarse en romper la hegemonía del modelo económico neoliberal, generar una forma de relacionarnos que sea distinta, que releve la importancia de lo público. 

Claudio Gutiérrez es profesor titular de la Universidad de Chile e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos.

Adriana Bastías: creo que el actual modelo se caracteriza por una alta concentración del ingreso y del poder económico, que va ignorando unas desigualdades bastante generalizadas. Pensando en la crisis ambiental, específicamente, somos altamente dependientes del carbono, hemos depredado nuestros recursos naturales. Lo que estamos produciendo requiere una baja tecnología porque estamos extrayendo recursos: no hemos creado un valor agregado a lo que estamos produciendo. Me gustaría mencionar que el modelo de desarrollo que se discuta y sobre el cual se llegue a acuerdo debería generar mecanismos de participación democrática por parte de los territorios, actualmente son casi inexistentes y creo que es necesario descentralizar las decisiones. Sin duda, tenemos que discutir el término del derecho a la propiedad, que en la actual Constitución está muy arraigado y ve al agua como propiedad. Tenemos que discutir para ver si llegamos al consenso de que eso no debiese ser así y que debiese ser considerado un bien universal, un bien de todas y todos. 

Claudio Gutiérrez: para cambiar el modelo se necesita, decía bien el vicerrector, mayorías, se necesita una conciencia generalizada de los cambios. Mi impresión es que el 18-O es exactamente esa conciencia generalizada de la gente, que dijo “no va más”. Si no tenemos eso, no hay posibilidad siquiera de cambiar nada. ¿Qué cambios se quieren? Aquí hay dos tipos de cambios, bueno, hay muchos, pero voy a insistir en dos tipos de cambios: de demandas materiales, querer mejorar los sueldos, querer otro tipo de salud, querer otro tipo de educación; y otro ámbito de demandas fundamentales que tienen que ver con la dignidad. En Chile, cuando te encuentras con alguien, lo jerarquizas, está arriba tuyo o está abajo; si está arriba tuyo, le hablas despacio, si está debajo, le gritas. Yo no olvidaría, cuando hablamos de cambiar el modelo, de esos dos bloques: los cambios materiales y los de dignidad de las personas. Desgraciadamente, no tengo la varita mágica para decir cómo hacerlo, pero creo que la clave acá son mayorías y convencimiento de que los cambios hay que hacerlos. Creo que lo fundamental ahora es convencer a la gente de que esos cambios son posibles. 

Adriana Bastías: una última cosa. Sin duda, la desigualdad de género es algo que se ha hecho patente y se ve con fuerza en Chile y en el mundo, no es casualidad que un movimiento como Lastesis haya surgido en Chile y se haya replicado en el mundo. Ahí hay una desigualdad y una molestia generalizada que es evidente y que también debiese considerarse, y esperamos que se tome en cuenta en el proceso constitucional. Eso va generando cambios, cambios que ojalá se vean y sean evidentes en un modelo de desarrollo que sea menos desigual o que genere menos desigualdad de la que se ha creado en Chile. 

Quiénes son

Flavio Salazar. Vicerrector de Investigación y Desarrollo y Profesor Titular de la Universidad de Chile. Director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia. Ha participado en diversas sociedades científicas y es ex presidente de la Sociedad Chilena de Inmunología y ex presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociedades de Inmunología. 

Adriana Bastías. Doctora en Ciencias mención Ingeniería Genética Vegetal de la Universidad de Talca y bioquímica de la Universidad Austral de Chile. Docente de la Universidad Autónoma de Chile. Actualmente es la presidenta de la Red de Investigadoras, una asociación que promueve la equidad de género en la investigación en todos los ámbitos del conocimiento.  

Claudio Gutiérrez. Profesor titular de la Universidad de Chile en el Departamento de Ciencias de la Computación e investigador senior del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos. Es Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Chile, Magíster en Lógica Matemática de la Universidad Católica de Chile y Ph.D. en Computer Science en la Wesleyan University, Estados Unidos. 

Cómo la pandemia agudizó la crisis de los cuidados (y por qué puede ayudarnos a enfrentarla)

Históricamente, las mujeres han asumido en mayor medida el trabajo reproductivo y de cuidados. Una labor invisible, poco valorada, pero central. La pandemia evidenció el agotamiento del modelo que se sostiene únicamente sobre los hombros de las mujeres y aceleró la discusión sobre la corresponsabilidad social de los cuidados.

Por Pamela Barría Osores  

Una isapre le rechazó la licencia médica a Ariadna y ella no entiende cómo es posible después de todo lo que ha pasado. Para apelar tuvo que someterse a un peritaje psiquiátrico. Le explicó al especialista que no, que si bien no ha pensado en el suicidio, sí necesita descansar y reorganizar su vida, que está triste y agotada. Y cómo no, hace apenas dos meses murió su padre, a quien bañó, vistió y alimentó hasta sus últimos días.  

Desde marzo, producto de la pandemia, asumió sola su cuidado, también el de su madre adulta mayor y el de su hija, de nueve años. Para reducir los riesgos de contagio, la persona que la ayudaba con los quehaceres domésticos, otra mujer, no siguió trabajando en su casa. El papá de la niña estaba en cuarentena total hasta hace poco, y no siempre había permisos disponibles para padres separados en Comisaría Virtual. “Tenía tres jornadas laborales: la de mi trabajo, la del cuidado de mi papá y la de acompañar en el colegio a mi hija”, dice.  

La experiencia de Ariadna no es única. Histórica y globalmente, son las mujeres las que han asumido en mayor medida el trabajo reproductivo y de cuidados, es decir, todas aquellas tareas cotidianas destinadas a sostener la vida y atribuidas culturalmente a las mujeres. Un trabajo agotador como cualquier otro, pero invisible y no remunerado, una sobrecarga muchas veces brutal, justificada bajo el supuesto de un inagotable amor.  

Lorena Flores es economista y directora ejecutiva del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile.

Esta realidad, en el actual contexto de pandemia, persiste con una magnitud preocupante. Así lo han advertido organismos como ONU Mujeres y Cepal, que en el informe Cuidados en América Latina y el Caribe en tiempos de COVID-19: hacia sistemas integrales para fortalecer la respuesta y la recuperación (agosto 2020), señalan que la crisis “ha demostrado la insostenibilidad de la actual organización social de los cuidados, intensificando las desigualdades económicas y de género existentes, puesto que son las mujeres más pobres quienes más carga de cuidados soportan y a quienes la sobrecarga de cuidados condiciona, en mayor medida, sus oportunidades de conseguir sus medios para la subsistencia”.  

Para Lorena Flores, economista y directora ejecutiva del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, lo más preocupante de esta crisis es el retroceso en la participación laboral femenina. “En marzo se notó un impacto inmediato en las mujeres. El 16 de ese mes cerraron los establecimientos educacionales, entonces la mujer que perdió el empleo se declaró inactiva, dejó de buscar trabajo, y eso tiene que ver con estar a cargo de los cuidados de otros y del hogar”, explica.  

La tasa de participación laboral de mujeres cayó 7,6 puntos, llegando a un 45%. “Es una cifra similar a lo que existía en 2004. En estos meses se ha retrocedido 16 años en participación laboral femenina y no sabemos cuánto va a durar, sobre todo porque la reactivación que se ha anunciado se dará en sectores que son mayoritariamente masculinos, como la construcción, logística y transporte. Los establecimientos educacionales tampoco están abriendo y eso hará que la decisión de las mujeres sea quedarse en la casa, que no salgan a buscar empleo si no está resuelto el tema del cuidado”, advierte Flores.  

Mujeres en primera línea 

“Las mujeres siempre somos carne de cañón en las crisis”, dice la doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Carolina Franch. “Con el cierre de colegios, las madres hoy han tenido que ser coadyuvantes de la educación de sus hijas e hijos, una carga que no existía antes. Además, tuvieron que asumir tareas como la alimentación y la limpieza de la casa, domesticidad que un porcentaje de mujeres tenían resuelta a cargo de otra mujer de otra clase social”, describe.  

Precisamente, las trabajadoras de casa particular, quienes han reclamado por años el reconocimiento de sus derechos laborales, representan uno de los sectores altamente feminizados que se han visto más golpeados por la pandemia. La Coordinadora de Organizaciones de Trabajadoras de Casa Particular estima que se han perdido unos 120 mil empleos, correspondiente al 40% de los puestos de trabajo. Sin embargo, recién el 9 de septiembre, a medio año de iniciada la crisis, lograron que se aprobara el proyecto de ley que las incorpora al Seguro de Cesantía. “Es un sistema completo el que desvaloriza todo el quehacer femenino”, complementa Franch.  

La antropóloga apunta a otro factor, la corresponsabilidad. “Tras la pandemia no ha existido una corresponsabilidad en la redistribución de trabajo. Muchas veces ocurre que los hombres cierran la puerta de la pieza en la mañana y la abren a las 6 de la tarde, cuando terminan su jornada laboral. Mientras tanto, las mujeres no hicieron eso: tuvieron que abrir el computador desde la cocina, acompañaron a los hijos en el estudio, hicieron funcionar una casa a la vez que intentaban mantener un ritmo laboral. En los trabajos de los hombres también se asume que ellos pueden encerrarse y no atender nada más que el trabajo”, agrega.  

“El derecho al cuidado desde que naces hasta que mueres debe incluirse en los principios de la nueva Constitución, porque se debe organizar la economía y la sociedad en torno a la reproducción social de la vida”, asegura Teresa Valdés, coordinadora del Observatorio de Género y Equidad. 

Sin embargo, el problema está lejos de ser sólo individual y puertas adentro. La invisibilización de la división sexual de los cuidados compromete incluso la contención de la pandemia, porque está afectando a la primera línea de resistencia del Covid-19.  

“Más de un 70% de la fuerza laboral en salud son mujeres. Por los estereotipos de género que persisten, para las trabajadoras de la salud ha sido especialmente dura la pandemia, por la sobrecarga de cuidados y porque han debido mantener sus trabajos con mucha más carga asistencial. Nosotras hemos hecho una defensa de las médicas y, en colaboración con otros gremios de la salud, hemos empujado algunas alternativas legales, como por ejemplo que algunas de las trabajadoras que tienen hijos e hijas pequeños puedan acogerse a teletrabajo si es que no tienen a nadie con quien dejarlos”, cuenta Francisca Crispi, encargada de género del Colegio Médico de Chile.  

“La autoridad sanitaria ha sido bien ingrata con las trabajadoras de la salud. Hasta ahora, han entregado nulo apoyo a los cuidados, pese a que lo solicitamos. Nos dieron la opción de salvoconducto para cuidadoras y cuidadores, pero ha funcionado muy mal, tenemos más de 20 casos en que simplemente no se les respetó el salvoconducto”, detalla Crispi.  

Por otro lado, está el problema de los recursos. “Las médicas, en general, van a poder pagar a un tercero que cuide, pero es superimportante identificar qué integrantes de los equipos de salud no pueden costear en este minuto y dar un bono compensatorio para asegurar los cuidados, y también flexibilidad para adaptar los horarios laborales”, complementa.   

Un cambio obligado  

Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo del INE, de 2015, en el Chile prepandémico las mujeres dedicaban 5,89 horas al trabajo no remunerado por día, superando en más de tres horas a los hombres, quienes destinaban 2,74 horas a las mismas labores.  

En junio de este año, un estudio del Centro de Economía y Políticas Sociales de la Universidad Mayor, a cargo de la economista Claudia Sanhueza, determinó una pequeña variación en esa brecha en cuarentena: las mujeres dedican dos horas más por día que los hombres a las tareas domésticas. Mientras ellas suman 5,6 horas, ellos lo hacen 3,8 horas. 

Irma Palma, es doctor en Psicología, académica de la Universidad de Chile e investigadora principal del estudio “Vida en Pandemia”

La doctora en Psicología, Irma Palma, académica de la Universidad de Chile, está a cargo del estudio longitudinal Vida en Pandemia, que está monitoreando la forma en que la crisis sanitaria impacta a distintos grupos de la población en diversos temas.  

El segundo informe de la investigación, explica Palma, tiene el siguiente eje. “Cuando se iniciaba la crisis se formulaba una hipótesis -fundada en la experiencia histórica de crisis humanitarias y desastres naturales- que decía que con el cierre de escuelas se profundizaría la desigualdad entre hombres y mujeres en el trabajo no remunerado. Puestos en la desestabilización de la vida cotidiana, cuyo orden estaba basado en la desigual distribución de estas labores en perjuicio de las mujeres, ¿es que los hombres no asumirían nada o poco de la nueva carga debido a la crisis de más trabajo doméstico en los hogares, de cuidado de la niñez y del inédito trabajo educacional?”. 

Se les preguntó a hombres y mujeres cuánto habían hecho en las últimas dos semanas, si “mucho menos”, “menos”, “igual”, “más” o “mucho más” que en las primeras semanas de marzo. Entre los resultados, el 69% de las y los entrevistados hace “más” o “mucho más” en la crisis de las actividades como cocinar o hacer limpieza en su casa. No obstante, las mujeres han incrementado en mayor medida que los hombres la cantidad del trabajo doméstico que realizan: 52% de mujeres y 37% de hombres declaran hacer mucho más que en el pasado inmediato a la crisis. 

El informe también reporta que existe una brecha de género en la distribución del trabajo de cuidado infantil, en favor de los hombres, y que al mismo tiempo ha aumentado la cantidad de hombres que durante la crisis asumieron el trabajo de cuidado infantil. En cuanto al trabajo educacional en casa, también existe una diferencia de género: 67% de madres y 43% de padres, respectivamente, acompaña a niñas y niños en la educación en casa todos los días de la semana. 

“Observamos un hecho nuevo, un aumento del trabajo por parte de los hombres, y a esto hay que atender en el futuro, pues en las crisis multidimensionales, complejas y diferenciadas, emergen formas nuevas de hacer, de relacionarse y de pensar, y puede que esto vaya a ocurrir en el plano de la división sexual del trabajo no remunerado”, asegura Irma Palma. 

Un dato llamativo es que existe una diferencia entre lo que los hombres informan sobre su propia participación y aquella que sobre ellos declaran las mujeres. Sólo 23% de mujeres dice que el padre acompaña en la educación en casa todos los días de la semana, no 43% como aseguran los hombres, y 31% de mujeres informa que el padre no hace nunca acompañamiento, no 9% como declaran los hombres.  

En cambio, mujeres y hombres coinciden en el alto nivel de trabajo educacional de las madres: 65% de los hombres dice que la madre acompaña en la educación en casa todos los días de la semana, prácticamente lo mismo que dicen las mujeres sobre las madres (67%). 

“Es necesario explorar de qué modo en las nuevas condiciones de la vida cotidiana se reorganiza el trabajo no remunerado, si permanece intacta la división histórica o ésta misma se desestabiliza. No se trata de cómo se comportan las brechas en la crisis, aunque sea injusta, por cierto, la posibilidad de que crezcan. Observamos un hecho nuevo, un aumento del trabajo por parte de los hombres, y a esto hay que atender en el futuro, pues en las crisis multidimensionales, complejas y diferenciadas, emergen formas nuevas de hacer, de relacionarse y de pensar, y puede que esto vaya a ocurrir en el plano de la división sexual del trabajo no remunerado”, asegura Irma Palma. 

Los cuidados al centro 

“Pienso que estamos en un tránsito, en un momento de inflexión. O avanzamos hacia que los cuidados son responsabilidad de todos o reafirmamos el modelo anterior”, plantea Camila Miranda, directora de la Fundación Nodo XXI, quien apunta a algunas medidas urgentes e inmediatas para enfrentar esta crisis, por ejemplo, una encuesta nacional que se aplique a la brevedad. 

“Hay varios países que por ley realizan encuestas para visibilizar la división sexual del trabajo. Eso en Chile no está. La última es la del INE del 2015, sobre uso del tiempo, y ese tipo de cuestiones son importantes de producir, tanto para visibilizar el tema como para comprenderlo con exactitud”, explica. 

Camila Miranda, directora de la Fundación Nodo XXI

La directora de Nodo XXI también propone que desde ya se comience a articular un sistema integral de cuidados, en el que participen los ministerios de Salud, Educación, de la Mujer y Equidad de Género y de Desarrollo Social, “todas las institucionalidades que pueden apoyar en este momento en que no existe una institucionalidad central que se encargue de los cuidados, esa es otra pelea más a largo plazo”. 

Finalmente, la investigadora apunta al endeudamiento femenino derivado de los cuidados, por cuestiones básicas como la alimentación. “En ese sentido, se puede proponer la condonación de deudas por este concepto o un aporte basal que está en la lógica de la renta básica universal, y que se podría discutir en lo inmediato”, plantea. 

“Las políticas públicas deben ir hacia cómo se logra la corresponsabilidad social en el cuidado, tanto en el espacio privado como en el público, pasando por la comunidad. Se tiene que asumir que esa tarea no es de las mujeres ni es exclusiva de las familias, sino que la reproducción social es tarea común de la sociedad”, fundamenta la socióloga y coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés. 

Una tarea que el feminismo ya ha puesto sobre la mesa de cara al debate constitucional que se aproxima. “El derecho al cuidado desde que naces hasta que mueres debe incluirse en los principios de la nueva Constitución, porque se debe organizar la economía y la sociedad en torno a la reproducción social de la vida”, agrega Valdés.   

¿Es el libro un artículo de primera necesidad?

Un debate entre cartas al director planteó un tema que vuelve cada cierto tiempo: qué tan necesarios son los libros y la lectura en Chile. La experiencia y fracaso del Maletín Literario, iniciativa del primer gobierno de Michelle Bachelet, dejó en claro que el acceso a libros no es el único problema sino también la mediación. Distintos actores en torno al libro discuten en esta nota los variados alcances del complejo problema lector en Chile.

Por Florencia La Mura

“La caja de alimentos en poblaciones y barrios pobres de todo Chile a consecuencia de la pandemia puede incrementarse con un ingrediente que, para muchos, resulta indispensable. Hay un alimento fundamental que falta: un libro”. Así comenzaba la carta de Felipe de la Parra y Federico Gana, periodistas y escritores, en El Mercurio el 13 de agosto. A esta idea le respondió raudo Pablo Dittborn, quien ha sido parte de las editoriales Quimantú, Ediciones B y Random House Mondadori y, actualmente, La Copa Rota. “No. Por favor, no nuevamente. La idea de incluir libros en las cajas de alimentos me parece el peor error que podríamos volver a cometer”, postuló tajante el editor, aludiendo al proyecto Maletín Literario I y II, ambos del primer gobierno de Michelle Bachelet y que consistió en entregar cajas con 16 clásicos literarios de García Márquez, Neruda y Mistral, entre otros, además de una enciclopedia.

Más de 400 mil colecciones se repartieron entre 2008 y 2010, sus libros muchas veces terminaron vendiéndose en la feria y los resultados nunca tuvieron seguimiento. Los 7 mil millones de pesos invertidos en la campaña han sido criticados desde entonces por distintos actores del mundo del libro y la lectura. La discusión se actualiza ahora en medio de la crisis sanitaria y su impacto en la economía, luego de la entrega de las cajas de alimentos. En los tiempos que vivimos, ¿corresponde igualar la necesidad de comida a la de un libro?, ¿vale la pena regalarlos sin mediar en su acercamiento? Distintos escritores y editores contrastan sus visiones al respecto.

Libro-objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

El eterno problema

En Historia del libro en Chile (LOM, 2010), Bernardo Subercaseaux analiza cómo las razones económicas -el hecho de importar la mayoría de los libros y la baja producción e interés por publicar en Chile- marcaron la historia del siglo XIX. Desde la creación de la patria los libros fueron un bien escaso y solo accesible a las élites. Durante el siglo XX, la historia no cambió mucho, afirma el Doctor en Lenguas y Literaturas Romances de la Universidad de Harvard e integrante del consejo asesor del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile. Bajo ese escenario fue que el proyecto de Maletín Literario parecía una buena idea, pero mientras un sector quería impulsar la lectura, otro dejó en claro que no basta solo con tener qué leer.

“El proyecto del Maletín Literario, aunque tenía una intención loable, fue un fracaso”, sentencia Subercaseaux, añadiendo que “masificarlos en cajas de alimentos probablemente tendría un resultado similar. Lo que puso de relieve es que, en cuanto a políticas públicas, el tema que requiere una solución definitiva es el de libros escolares y materiales vinculados a la educación”. Para Roberto Rivera, presidente de la Sociedad de Escritores Chilenos (SECH), la idea de sumar libros a las cajas de alimentos se diferencia del Maletín Literario, la que cataloga como “una iniciativa descolgada en tiempos de bonanza y mall”. Por otra parte, “un libro entre los alimentos, cuerpo y espíritu, simbólicamente entrega otro mensaje”, opina Rivera, quien señala que, en tiempos de encierro, sin paseos ni distracciones, sumado a la monotonía de la televisión, “el libro que no se va a la despensa junto al arroz y las legumbres, queda por ahí, a la mano de quien lo pueda hojear”.

Para Rivera, el libro es un artículo necesario, que lleva décadas peleando por ese espacio. “Se viene luchando hace 47 años contra la quema de libros, contra su invisibilidad, su menosprecio, sus enemigos neo ignorantes, contra las ficciones de la quiromancia y la cartomancia de economía y negocios que llenan páginas y páginas inútiles y pese a ello su poder sigue vigente”.

El ecosistema del libro

La importancia que Rivera le otorga a la lucha del libro contra el modelo de negocios juega un rol clave en la configuración de las editoriales nacionales y del acceso a la lectura. “Vivimos en un país con un presupuesto de 0,4% del PIB para artes, cultura y patrimonio, y sueldos promedio de alrededor de 500 mil pesos, cuando sólo el desplazamiento al trabajo se lleva un 18% y el IVA a la primera necesidad otro 19%. Pensar que en estas condiciones alguien pueda comprar un libro es descabellado”, explica Rivera, contextualizando un país donde predominan los grandes conglomerados extranjeros, con mayor acceso a producción, tirajes altos y distribución de libros.

Para Paulo Slachevsky, director y cofundador de LOM Ediciones, parte de la Asociación de Editores Independientes, Universitarios y Autónomos – Editores de Chile y miembro del consejo del Observatorio del Libro y la Lectura de la Universidad de Chile, pensar en el libro como un objeto no prioritario es legado de la dictadura. “Se relaciona con un país donde pensar, criticar, era incómodo, peligroso”, fundamenta, agregando que “revertir ese quiebre de la sociedad con el libro requiere un impulso público mayor, una real voluntad de que exista participación popular”.

Una iniciativa recordada como gran ejemplo del libro pensado para el pueblo, fue la del gobierno de la Unidad Popular, quecompró en 1971 la entonces Editorial Zig-Zag, transformándola en Editorial Quimantú,para editar desde obras clásicas universales hasta historietas locales y venderlas en quioscos a precio accesible. Al año de estar activa llegó a imprimir 500 mil ejemplares mensuales, una cifra muy superior a los 500 ejemplares que un 60% de las editoriales nacionales imprime de un libro, de acuerdo al informe anual 2019 de la Cámara Chilena del libro.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux.

“La tarea de hoy es evaluar esa política que duró 5 años y formular una nueva  que sea participativa, realista, amplia y descentralizada, que tenga en cuenta a toda la cadena del libro y que favorezca la producción local de editoriales nacionales”, señala Bernardo Subercaseaux, quien en Historia del libro en Chile destaca que Chile siempre ha tenido una baja edición local de libros y con bajos tirajes, lo que aumenta su precio de producción y, por ende, de venta, en relación a otros países con tanto mayor compra de libros como mayor cantidad de habitantes, como Argentina.

Bajo una mirada distinta, y que pone el foco en la creciente escena local de editoriales independientes, Slachevsky cree que el mismo anhelo democratizador de lo que fue Quimantú se puede dar bajo modelos diferentes, “donde más que el gran tiraje, se apueste por la bibliovidersidad. Los cambios tecnológicos favorecen que podamos tener miles de pequeñas Quimantú a lo largo de Chile, miles de libros diferentes en tirajes pequeños y medianos”.

Iniciativas populares

Constanza Figueroa, diseñadora gráfica, parte de Editorial Piña Ruda y Revista Yasna, y Pablo Castro, director de la feria de arte impreso IMPRESIONANTE, decidieron trabajar con la idea del hambre y la caja de alimentos del Gobierno, haciendo con esta un libro-objeto que recoge frases de Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Clarisa Hardy, entre otras escritoras. Por esos días llegaron a distintas redes solidarias y en paralelo a la publicación «Hambre + Dignidad = Ollas Comunes», donde Hardy “determina lo poderosa que es la organización social en torno a la provisión de alimentos, en contraposición a la indiferencia de la clase gobernante”, relata Constanza.

Constanza y Pablo, cuyo trabajo se desenvuelve principalmente en torno al arte, la visualidad y la publicación independiente, encauzaron su energía y durante el cuarto mes de aislamiento fue que estuvieron “armando esta publicación con lo que teníamos disponible, política y materialmente”, explican. El pasado octubre, ambos quedaron con la inspiración que les dejó el estallido social. “Necesitábamos seguir produciendo imágenes románticas para atacar a una institucionalidad opresora que nos priva de todo incluso el amor”, reflexiona la pareja, quienes a la hora de pensar en objetos de primera necesidad, no piensan en el libro, lo que no le quitaría importancia. “El libro, la publicación independiente y el arte impreso, tienen la posibilidad de ser dispositivos superpoderosos, aunque reconocemos que es de un alto nivel de privilegio estar familiarizados con estos formatos”.

Libro objeto, de Constanza Figueroa y Pablo Castro.

Quienes no tienen duda en considerar el libro como un artículo de primera necesidad son las integrantes del colectivo Autoras Chilenas (AUCH), quienes promovieron la acción Libros por la vida, como una forma de reunir libros para donarlos a las distintas ollas comunes que surgieron en la capital. El proyecto comenzó en junio pasado como “una acción literaria y una manera de repensar la literatura como parte de un movimiento político no solo fuera de los círculos literarios capitalistas”, explica Mónica Barrios, escritora, académica y parte de AUCH. Para ella, esta acción responde a una necesidad no cubierta ni por el sistema capitalista ni por el Estado. “Pensamos la potencialidad de la literatura como la creación de un espacio de economías no-capitalistas, de intercambios de cariños y cuidado, para poner en marcha una red comunitaria que ha estado en funcionamiento a las sombras del Estado desde hace tiempo”, agrega.

Esta iniciativa puede verse como un reflejo de la idea que De la Parra y Gana proponen en su carta, esta vez trabajada con enfoque feminista y de manera independiente al Gobierno. Para AUCH, esta es una forma de relevar la importancia que debiese tener el libro, poniendo la cultura en un lugar indispensable. “Los alimentos nos permiten vivir. Los libros nos ayudan a entender la vida, a darle un sentido”, reza la carta adjunta a cada lectura entregada. Mónica también deja claras las diferencias que esta iniciativa tiene con el Maletín Literario. “Creo que los libros tienen múltiples formas de leerse y usos, y que las lecturas deben ser diversas en cuanto a cuerpos y lo que sacan de los libros. El interés que provocó esta donación entre las comunidades dice tanto más que el fracaso del Maletín Literario”, asegura.

Si bien las realidades materiales actuales en Chile se utilizan como una justificación para pensar en el acceso a la cultura como algo no urgente, la pandemia dejó en claro la precarización de la cultura en Chile y cuánto necesita un sostén económico permanente. Por otro lado, y en particular desde la literatura, las editoriales nacionales han debido reinventarse en el contexto actual y en muchos de los casos, también han liberado libros haciéndolos de acceso gratuito en momentos complejos.

De acuerdo a Paulo Slachevsky, la pandemia ha revelado de forma clara como no solo la lectura, sino el arte en general, sostienen la vida. “Salvador Allende insistía durante la Unidad Popular en la importancia de tener una biblioteca y un jardín infantil en cada población. Los bienes de primera necesidad no pueden pensarse sólo desde la individualidad, sino también desde la comunidad. Y allí, la cultura, los libros en particular, son vitales”, insiste. “Es hora de pensar y actuar colectivamente para cambiar el estado de las cosas, liberándonos de las lógicas de mercado y del colonialismo cultural que concentran y excluyen, potenciando un ecosistema propio y diverso, poniendo al centro el sentido cultural y liberador del libro y la lectura”, sostiene Slachevsky. De esta forma, un libro gratis nunca estaría demás.

La responsabilidad de la esperanza

Por Victoria Guzmán

“Lo más maravilloso del mundo es, por supuesto, el mundo mismo”.
Robert Zemeckis

“El mundo es demasiado para nosotros”.
William Wordsworth

“Todos somos astronautas de una nave espacial llamada tierra”.
Buckminster Fuller

No fue sólo la pandemia. Llevamos por lo menos desde octubre del año pasado identificando el veneno. Asignando nombre, causas y consecuencias a los problemas. Pero también apuntándonos con el dedo; buscando culpables. Con el estallido social, el binarismo se fue acentuando a medida que los ambientes se enrarecían. O estás con nosotros, o estás contra nosotros, parecía ser el mensaje imperante en todos los espacios. A ratos, casi podías escuchar el tejido social rasgándose en la noche.

Pero el virus diluyó ese “marzo caliente” tan temido como ansiado, y los meses de confinamiento, por unas semanas, nos unieron bajo una meta común: aplanar la curva, cuidar a quienes nos rodean, hacer lo posible por ayudar. Sin embargo, recientemente hemos visto un rebrote del gol fácil y el golpe bajo, una vuelta a la ironía, la burla y el desprecio por las propuestas que no vienen del bando propio. Y hemos sido espectadores, en tiempo dolorosamente real, de lo mal que le hace a un país y sus comunidades la incapacidad de sus gobernantes de pedir ayuda, de escuchar, y trabajar transparente y colaborativamente.

Creo que la mayoría vivimos días de profunda impotencia y frustración. Algunos se organizan para ayudar; otros queman barricadas para acusar la urgencia del problema; quienes pueden escriben columnas y cartas al director; y unos pocos trafican con el terror, circulando videos en redes sociales que amenazan, por un lado, un nuevo golpe de la derecha dictatorial, y por otro, una inminente subversión de la izquierda que busca quemar todo. Cada uno proyectando sus miedos en el espejo. En ambas advertencias hay semillas de verdad, pero caen en generalizaciones que nos ahogan en disquisiciones binarias, que apuntan a un «enemigo» imaginario, abstracto y simplista, e invisibilizan formas de resolver los problemas que no sean a través de la violencia.

Los cimientos de esta época, hija del modernismo, hace rato se estremecen bajo nuestros pies. El cambio de paradigma se aparece como inevitable, tanto a nivel social, económico y ecológico, como valórico, laboral y legal. En Chile, una tras otra, importantes instituciones han ido perdiendo legitimidad social, base fundamental de una democracia sana: se desmorona la fe en la Constitución, el sistema de pensiones, el sistema de salud, la forma en que elegimos a nuestros gobernantes, cómo construimos y nos movemos en nuestras ciudades, el uso del espacio público, el trato a las minorías. No es algo específico a nuestro país: hace décadas que instituciones inamovibles han vivido un proceso de deconstrucción tal, que no sería extraño preguntarse si siguen siendo lo mismo, o ya algo totalmente nuevo y distinto. El género ya no se considera binario, o ligado indisolublemente al sexo biológico; la familia tradicional y sus rígidos roles han sido profundamente cuestionados; entendemos que los medios de información no son instituciones objetivas o despolitizadas; que la raza no es una cualidad biológica sino que una construcción social. La iglesia católica, antes guía moral, hoy a duras pena resiste sus escándalos internos; la democracia como forma de gobierno ha ido quedando reducida al uso desnudo del poder; y la universidad se interesa más por formar trabajadores modelos que personas con capacidad crítica y analítica.

De a poco, unos antes, otros después, hemos comprendido que existen otras formas de vivir en el mundo de las que la modernidad naturalizó y cimentó – muchas veces con violencia tanto explícita como implícita. Pero no son días fáciles. No es fácil vivir en un tiempo líquido, en que se habla del fin de la historia, de la doctrina del shock, en que vivimos sumidos en un eterno presente a causa de una pandemia global. Entre tanto terremoto, es difícil transitar hacia soluciones, especialmente cuando todavía estamos discutiendo sobre el pasado y barajando ideas tan distintas respecto del futuro. Están quienes se aferran a lo que hay, por muy pobre, insuficiente y dañino que sea. Soslayar el problema, esperar a que desaparezca. Hay otros que ven en quemar y destruir la solución, esperando que del derrumbe, como por acto de magia, nazca una sociedad justa e igualitaria. Solo de leerlo suelto un suspiro. Es una dialéctica agotadora y que nos atrapa: nos quita soluciones, nos despoja de nuestra agencia.

Es una falsa dicotomía, por lo demás. La desesperanza no es inevitable; no somos impotentes. No estamos despojados. Sí, es difícil bajar los brazos (y las armas) y escuchar al otro. Es difícil pensar en medio de una pandemia, en medio del hambre, la injusticia. Es difícil tener fe cuando vemos a los políticos y sus declaraciones, su desconexión absoluta. Cuando vemos (y vivimos) el machismo, el clasismo, el racismo en carne propia. ¿Pero se puede? Se puede.

La peste negra que asoló a Europa en el siglo XIV marcó el fin del oscurantismo de la Edad Media y el comienzo de algo nuevo: el Renacimiento. “Después de la Peste Negra, nada fue lo mismo”, afirma Gianna Pomata, experta en la historia de la medicina. Los efectos de la plaga fueron como un soplo de aire fresco, una bocanada de sentido común. Cuando experimentamos tan brutalmente la fragilidad de la vida, se da una maravillosa respuesta humana: pensar de maneras nuevas. El Renacimiento fue quizás la época de mayor efervescencia científica y artística de la civilización occidental: los artistas recuperaron antiguas técnicas para dibujar, como la perspectiva; los músicos retomaron la melodía; la medicina se sacudió de encima el dogma de la religión. Miguel Ángel, Da Vinci, Palladio, Brunelleschi, Boccaccio, Petrarca, Maquiavelo y Dante Alighieri se convirtieron en los cimientos del pensamiento europeo. Los exploradores italianos ampliaron el mapa de su mundo. Galileo estableció el método científico. Si las crisis tienen el poder de ser el punto de partida de transformaciones radicales, ¿qué efectos podría tener la crisis sanitaria actual?

Cuando experimentamos tan brutalmente la fragilidad de la vida, se da una maravillosa respuesta humana: pensar de maneras nuevas.

Este fin de semana leí una entrevista que hizo Elisa Balmaceda a Yayo Herrera para la revista Endémico. Un tema que tocaron me marcó profundamente: ¿Qué consideramos sagrado? La antropología dice que lo sagrado es aquello que hay que mantener y proteger, pues sostiene -a veces de forma casi invisible- la posibilidad de que una comunidad perdure en el tiempo. Es lo fundamental: el límite que no podemos cruzar, aquello que no podemos profanar. En las últimas décadas el dinero ha ocupado el espacio de lo sagrado. Bajo la lógica del progreso económico como valor absoluto, todo puede ser merecedor de ser sacrificado en pos de las bolsas, las inversiones y los capitales. Cuando lo sagrado es el dinero, justificar el sacrificio de otros bienes se da naturalmente: los bosques, las montañas, los glaciares, los ríos, las personas, la salud.

En tiempos de cuestionamiento y deconstrucción, entonces, tal vez debiéramos empezar por preguntarnos: ¿qué es, para nosotros, la riqueza? ¿Qué tiene, hoy, la calidad de tesoro? ¿Qué entendemos por dignidad, y qué rol debe jugar en una sociedad? ¿Qué es para nosotros el éxito?

¿Qué tendríamos que declarar sagrado para avanzar? ¿Qué sacralidades podemos rescatar y volver a centrar, qué ritos, espiritualidades y afectos?

Es difícil hacer predicciones sobre como será el mundo post-coronavirus, pero me arriesgaré con algunas. Empezando por el turismo: no es descabellado imaginar que vuelos más caros y complejos tendrán un impacto en la facilidad de viajar a otros países (y para qué decir continentes), gatillando un interés por el turismo local. Pues bien: ¿cómo nos afectará, como sociedad, movernos curiosamente por nuestros propios territorios? ¿Cómo nos cambiará valorar nuestra naturaleza, historia, cultura y habitantes? ¿Qué nuevos lazos afectivos surgirán hacia ellos? ¿Cómo será experimentar el efecto nocivo del turismo en nuestras tierras: la gentrificación, la contaminación, la erosión, el exceso?

Sin duda ocurrirán transformaciones quizás sutiles, quizás invisibles, cuando en vez de visitar y venerar viejos museos europeos, nos conectemos con el riquísimo patrimonio que tenemos en nuestro país y en nuestra América. Me pregunto cómo cambiarán ideas preconcebidas sobre nuestro arte, nuestros artistas, nuestra historia y nuestro pasado. Me pregunto cómo será reconectar con la sabiduría de las cosmovisiones de nuestros pueblos originarios, en vez de seguir encandilados con los griegos, los romanos, los europeos. Descubrir los secretos incaicos que pueblan Santiago, por ejemplo: sus templos, sus plazas, sus avenidas procesionales que miraban a la cordillera, honrando la salida del sol y el comienzo de un nuevo día. Asombrarnos con los ritmos sabios del We Tripantu, esa larga noche que contiene en sí el germen de la primavera, y sus ritos afectivos en que las comunidades se reúnen durante el fuego durante la noche, purificándose en el río al romper el nuevo amanecer.

Un tema ineludible es el de la ecología. Espero que tras meses de encierro y pantalla podamos considerarnos no solo como habitantes de este planeta, sino que como parte de ecosistemas vivos, complejos y maravillosos, que requieren cuidado, compromiso y atención. Hemos contemplado, pasmados, cómo las aguas que solían ser turbias hoy son transparentes; con sorpresa cómo los animales – pumas, jabalíes, monos- se pasean libremente por la ciudad. El aire está limpio; el mundo está más limpio. Hemos atesorado la ausencia del rugido del tráfico en la ciudad; la imagen de ciclistas entusiasmados por las calles; el canto de los pájaros, nuevamente audible. En Punjab, India, por primera vez se pudieron ver los Himalaya, después de décadas de estar velados por smog. Las estrellas son, súbitamente, más visibles – más límpidas y nítidas.

Sé que todo lo anterior ha sido a costa de economías colapsadas. Sé que el tráfico, el petróleo y los aviones volverán. Pero me pregunto si la experiencia gloriosa de vivir con menos contaminación, aunque haya sido momentánea, permanecerá en nuestra conciencia como un destino realizable – y un recordatorio de que sí son posibles grandes transformaciones. Lo sagrado da la medida (la mesura) de nuestras acciones: nos señala una hoja de ruta hacia adelante. Si buscamos lo sacro en ideas menos economicistas, tal vez podamos entender que la economía es un subconjunto de la naturaleza, y no al revés. Que somos interdependientes, y que la riqueza de nuestro patrimonio cultural no se reduce a “recursos naturales”, mecánicos y utilitarios. Que hay una banalidad inherente al consumo; que, en realidad, no necesitábamos tantas cosas.

Por otro lado, espero con fiereza que estos días de encierro, en que nos han salvado de la locura libros, películas, música, conciertos, series, dibujos, teatro, sepamos dar un valor real al arte y la cultura. No sólo nos han ayudado a sobrevivir: también han sido herramientas para procesar y pensar esta pandemia. Lo mismo respecto del espacio público y las comunidades. Como señala Zadie Smith en su lúcida colección de ensayos “Feel free», la importancia de las bibliotecas públicas va más allá de los libros; son un espacio en el que no necesitamos consumir para justificar nuestra presencia ahí. Son espacios que permiten encuentros, reflexiones, diálogos. Al igual que los parques; al igual que las universidades. Son las caras, los gestos, los abrazos. Las tardes tocando guitarra, tomando cerveza, y divagando sobre cómo cambiar el mundo. Son los flechazos, las campañas universitarias, las formas de vivir el estrés compartido, las caminatas por el barrio conociendo sus rincones, sus antros, sus plazas.

Esta pandemia puede ser el golpe de gracia a un sistema que ya no se soporta: injusto, desigual, e insostenible. La normalidad ya era una crisis.

Por último, espero que esta pandemia de una vez por todas nos haga conscientes de la profunda desigualdad de nuestro país. Espero que tras ella ya nadie pueda, con un mínimo de responsabilidad, decir que no conoce las condiciones en que viven grupos de personas: la pobreza, la violencia, el hacinamiento, la necesidad, el hambre. Espero que nos empuje a construir nuevos paradigmas para una nueva época: nuevos monumentos, sistemas y leyes. En que se valoren los procesos, las digresiones, las derivas.

A finales de marzo, cuando la crisis sanitaria se extendía por Chile, muchos compartieron un sombrío mensaje: «nosotros somos el virus». Pues no. Tenemos la capacidad de cometer las peores atrocidades. Pero también el poder de encarnar grandes actos de belleza, de generosidad, de solidaridad. Como escribía con tanta lucidez Mariana Matija: “cuando nos despreciamos, despreciamos una parte de la naturaleza y nuestra propia capacidad de proteger(nos) y también de regenerarla(nos).” Reforzar la idea de que somos una plaga sólo nos permite revolcarnos en el veneno. Nos roba nuestra potencia transformadora; la indiferencia neutraliza ese impulso por cambiar las cosas. Lo entiendo. Estamos cansados. A ratos es más fácil aceptar el estatus quo: requiere poco esfuerzo hundirse en las aguas espesas de la desesperanza. En cambio, movilizarnos hacia cambios sí que requiere trabajo. Es estar ahí para las conversaciones difíciles; es practicar el acto radical de escuchar y comprender; es abrazar lo distinto; es ceder poder cuando es necesario; reconocer el valor de experiencias que son ajenas, y los conocimientos y sufrimientos que éstas engendran. Aceptar la complejidad, por frustrante que sea. La complejidad de nuestras emociones, de nuestros ecosistemas, de otros seres humanos, de la crisis, de las soluciones que se requieren. La complejidad del dolor de otros.

Solo despierta el que ha soñado, como decía Pedro Prado. Tenemos la responsabilidad de la esperanza. De avanzar de las distopías presentes a posibles utopías; de dejar atrás el veneno que ya identificamos y empezar el proceso de nutrición; de pasar de centrarnos en el problema a dibujar las soluciones. Dejar de tener miedo a las ideas del otro. Si no entiendes cómo alguien podría creer algo a tus ojos tan estúpido, es más probable que esto sea una falta de comprensión de tu parte, que una falta de razón suya. Una buena democracia no es una donde escasean los problemas; es un sistema de gobierno en el que los políticos y demás actores pueden canalizar los intereses y tensiones que cruzan a la sociedad. Es muchísimo más fructífero salir de lo binario en que unos ganan y otros pierden: reconocer los puntos válidos de quienes no están en nuestro bando. Pasar de oídos sordos que prefieren “ganar” una discusión en vez de, bueno, tenerla. Dar paso a una escucha atenta, intencional. Repensar esta sociedad enferma implica un esfuerzo de imaginación y creación ciclópeo, colectivo.

Esta pandemia puede ser el golpe de gracia a un sistema que ya no se soporta: injusto, desigual, e insostenible. La normalidad ya era una crisis. Podemos empezar por plantearnos el horizonte de lo posible. La crisis hoy es sistémica, y eso requiere una multiplicidad de respuestas que estén a la altura. Un horizonte ético que nos conmueva y seduzca. Las grandes crisis traen profundos cambios sociales, para bien o para mal: la historia nos ofrece lecciones mixtas. La plaga de Atenas llevó a un largo período de desorden e inmoralidad, de desconfianza en la democracia. Pero las guerras mundiales aceleraron la integración de la mujer en el espacio y discurso público. La pandemia será como una especie de ácido, disolviendo y liquidando. Pero también, una oportunidad para reformular a partir de ello. Pomata describe las pandemias como «un acelerador de la renovación mental […] escuchamos más, quizás. Estamos más listos para hablar entre nosotros». El futuro es lo único ineludible. ¿Manos a la obra?