El ingenioso de la voz ronca: adiós a Marcos Mundstock, figura clave de Les Luthiers

El narrador y guionista histórico del grupo humorístico argentino falleció el miércoles a los 77 años de una enfermedad diagnosticada el año pasado. Con más de cinco décadas de exitosa trayectoria, el humorista será sobre todo recordado por su querido personaje Johann Sebastian Mastropiero, el compositor ficticio en el cual se basan muchas de las rutinas más brillantes del conjunto, que hoy pierde a otro de sus fundadores.

Por Denisse Espinoza

Estaba anunciado hace meses en el sitio oficial de Les Luthiers: el próximo 16 de mayo, el grupo de humor argentino más famoso del mundo, estrenaría su espectáculo número 38, en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Se titula Más tropiezos de Mastropiero y en él ya no figuraba el nombre de Marcos Mundstock, uno de los integrantes clave del grupo, quien hace un año estaba aquejado de problemas de salud. Si bien la obra ya había sido postergada por el contexto del Covid-19, hoy cualquier espectáculo de Les Luthiers tendrá el tono de  homenaje póstumo para Mundstock, el comediante que falleció este miércoles, creador justamente de Johann Sebastian Mastropiero, el icónico personaje que le brindó tantas veces el aplauso unánime del público.

Marcos Mundstock oficiaba siempre de presentador en las rutinas de Les Luthiers gracias a su natural voz de locutor.

Nacido en Santa Fe en 1949 -de padres de origen polaco- y radicado en Buenos Aires desde los 7 años, Marcos Mundstock tuvo una infancia marcada por la música. Soñó con ser pianista, pero ante su autodeclarada falta de talento, decidió cultivar una voz de bajo inspirada en los cantantes que solía escuchar de niño por la radio, entre ellos Beniamino Gigli y Tito Schipa. Más tarde esa voz grave sería uno de los sellos más icónicos de Les Luthiers, el grupo de humor musical que formó en 1967 junto a sus amigos Jorge Maronna, Daniel Rabinovich y Gerardo Masana, y con quienes llevaba una trayectoria incombustible de 53 años. Fue en 1968 que creó a su personaje más entrañable: Johann Sebastian Mastropiero, una satírica mezcla de compositores clásicos protagonista de sus más hilarantes guiones. El grupo siempre presentaba su reputación con esta frase: “Toda vez que -por necesidades económicas- Mastropiero se vio obligado a componer música a pedido o por encargo, produjo obras mediocres e inexpresivas. Por el contrario, cuando sólo obedeció a su inspiración, jamás escribió una nota”.

Con Mundstock se apaga otro de los pilares fundamentales de Les Luthiers, quienes ya en 2015 habían perdido a Daniel Rabinovich a causa de una enfermedad cardíaca, y quien se desempeñaba como guitarrista, violinista e intérprete de toda clase de instrumentos informales que el grupo era famoso por inventar. Así, de los integrantes originales del conjunto sólo quedan dos, Jorge Maronna y Carlos López Puccio. Sin embargo, Les Luthiers ha seguido renovando sus elencos y hoy cuenta con la participación suplente de Horacio Turano -incorporado en 2000-, Martín O’Connor -desde 2012- y Roberto Antier, último en sumarse en 2015 y quien había sido el encargado de reemplazar a Mundstock en el estreno del espectáculo Gran Reserva en 2019, debido a que ya estaba aquejado de la enfermedad que lo tenía paralizado de una pierna. Les Luthiers Gran Reserva se presentaría en Chile, en el Teatro Nescafé, el pasado noviembre, sin embargo, debido al contexto social su presentación se movió para julio de este año, la que aún no ha sido oficialmente cancelada.

Más allá de la su natural voz de locutor, Marcos Mundstock fue uno de los guionistas más ingeniosos del grupo y era reconocido por sus juegos de palabras y su elevado uso de técnicas humorísticas que tienen que ver con el uso del propio lenguaje español y de la pragmática, la rama de la lingüística que se interesa por cómo el contexto influye en la interpretación del significado. Todas estrategias que invariablemente hicieron desternillarse de la risa al espectador y que convirtieron el humor mordaz, inteligente y sensible de Les Luthiers en uno de los favoritos de Hispanoamérica. Entre los éxitos de Les Luthiers están Serenata intimidatoria, Ya no te amo, Raúl, Dilema de amor (cumbia epistemológica) o Perdónala. Casi todo su material está disponible en su canal de Youtube, Les Luthiers.

Debido a sus problemas de movilidad, Mundstock participó a través de un video en el último Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Córdoba, Argentina, en abril de 2019, donde leyó un texto en el que justamente exaltaba su oficio de malabarista del lenguaje e instaba a la Academia a valorar el habla popular. “Propongo”, dijo, “que un lo que canta un gallo equivalga a dos santiamenes y a cuatro periquetes. Y que un me pareció un siglo sea igual a la cuarta parte de una eternidad o a un 0,33% de ya no veo la hora”. También se preguntó: “Cuando alguien dice me importa un comino, ¿en qué está pensando?: ¿En más o en menos que me importa tres pepinos?… ¿O en medio pimiento?”, leyó provocando las risas de los asistentes.

Foto de Les Luthiers de 1985, en una formación de sexteto, donde aparecen varios integrantes originales. En la fila atrás: Jorge Maronna, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock. Fila de adelante: Carlos Núñez Cortés (retirado en 2017), Ernesto Acher (quien dejara el grupo en 1986) y Daniel Rabinovich (fallecido en 2015).

El origen de Les Luthiers tiene su historia a mediados de los años 60 en el coro sinfónico de la Universidad de Buenos Aires, donde los estudiantes de distintas carreras se reunían a ensayar y crear obras musicales. En esos años Mundstock estudiaba ingeniería, aunque luego se dedicaría a la locución, publicidad y finalmente de lleno a su trabajo en Les Luthiers. En 1965, durante el VI Festival de Coros Universitarios de la ciudad de Tucumán, un grupo de jóvenes liderados por Gerardo Masana y en el que estaba Marcos Mundstock, presentó la obra musical de humor Cantata Modatón, una sátira de las cantatas barrocas inspirada en La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, pero donde las letras estaban tomadas del prospecto de un conocido laxante. La incorrección y estilo original de la pieza la convirtió en un éxito rotundo y al grupo lo comenzaron a llamar de diferentes lugares para presentar el espectáculo que luego se rebautizó como Cantata Laxatón, para evitar problemas con el laboratorio creador del medicamento.

Dos años después el coro se dividió en dos facciones, sobreviviendo la que se llamó Les Luthiers, que no se separó jamás, a pesar de que Masana, su ideador y líder, falleció en 1973 de una enfermedad a la sangre. Hoy el grupo suma en su historia giras por más de 14 países, presentaciones en televisión, ediciones de libros, DVDs y varios premios internacionales, incluidos el Grammy Latino a la excelencia musical y el Princesa de Asturias. A la creación de sus obras en vivo se suma la invención de decenas de instrumentos informales -de ahí el nombre de Les Luthiers- elaborados con latas, mangueras, cartones, globos, etc., y bautizados con los más extravagantes nombres como bass-pipe a vara, contrachitarrone da gamba, chelo legüero, glamocot, nargilófono o alambique encantador.

El humor de Les Luthier jamás ha apelado al golpe bajo ni al chiste fácil, y aunque a veces se han referido a temas políticos, siempre lo han hecho entre líneas, de forma que sus rutinas tengan la capacidad de la vigencia eterna. Mundstock se refirió a eso en una entrevista de 2018 para CNN, a propósito de su obra La Comisión, donde un grupo de políticos es sobornado para modificar el himno nacional. “No es algo buscado, pero es lo que nos ha permitido hacer antologías con números de hace 30 y 40 años atrás y que no han perdido vigencia. Ese número de los políticos que modifican el himno se hizo en 1996, cuando en Argentina estaba Menem y los políticos que habían son los que se ven ahí, pero lo estamos haciendo ahora y en otros países y no han cambiado nada, lo cual es una mala noticia, porque los tipos son unos corruptos y unos tramposos, y claro, en ese sentido como humoristas estamos contentos de esa vigencia, pero como ciudadanos, dudamos”.

Admirador del humor absurdo de los ingleses de Monty Phyton, de la autoironía de Woody Allen y de los juegos de palabras de su coterráneo, el dibujante Roberto Fontanarrosa -con quien Les Luthiers colaboró en varias ocasiones, Mundstock participó también en cine y televisión. En 2011 fue parte de la película Mi primera boda, de Ariel Winograd, en el papel del Padre Patricio. También locutó la voz del ermitaño en Metegol (inspirada justamente en un cuento de Fontanarrosa) y actuó en El cuento de las comadrejas, una remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico dirigido por Juan José Campanella.

“Nos quedará el recuerdo de su voz, única e inconfundible. Y de su presencia sobre el escenario, con su carpeta roja y frente al micrófono, que cautivaba al público antes de decir una sola palabra. Nos quedará su profesionalismo. Su autoexigencia, su ética de trabajo y su respeto extremo por el público, valores que todos compartimos y que él defendió desde el momento de la creación misma de Les Luthiers», escribió el grupo en una nota sobre el deceso de su compañero publicada ayer.

No faltaba entrevista donde les preguntaran cuál era la receta para el éxito de Les Luthiers. Mundstock respondía en una ocasión así: “Mirando hacia atrás, podría decir que hicimos un humor lo suficientemente abstracto y sin localismos para que no tenga fecha de caducidad. Voy a ser inmodesto. Creo que inventamos un estilo. Sin ser una cosa de otro mundo, no nos parecemos a nadie. Chistes con conceptos, ese jugar con las palabras, ahí está nuestra originalidad. Algo eficaz para hacer reír a dos mil personas en un teatro con la historia absurda, por ejemplo, de un tipo que se duerme en la conferencia de un semiólogo”.

La muerte de Daniel Rabinovich, en 2015, le golpeó fuerte. “Se nos fue un hermano. Nos dio tristeza, bronca, como había ocurrido en el 73 con la muerte de Gerardo Masana. Pero nos propusimos seguir, aunque para el público y para nosotros fuera un desgarro durísimo”, dijo Mundstock unos años después sobre una pérdida que ahora se replica con su propia partida. De una u otra forma, la muerte del comediante es la confirmación de que todo tiene fecha de término, menos las risas inagotables que aún nos brinda Les Luthiers.

Maisa Rojas: “La pandemia y el cambio climático manifiestan la misma crisis humana”

La climatóloga y directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile analiza el lugar que ha tomado hoy la crisis medioambiental en medio del desafío que supone enfrentar la expansión del Covid-19 y advierte que si no se toman las medidas adecuadas, una recesión económica podría agudizar la emisión de gases de efecto invernadero.

Por Denisse Espinoza

Todo hacía esperar que la discusión sobre el cambio climático fuera la gran protagonista del 2019 y que Chile tuviera un lugar principal como sede de la COP25, a la que asistiría la adolescente activista Greta Thunberg, elegida como persona del año por revista Time. Sin embargo, el estallido social que comenzó el 18 de octubre cambió radicalmente el escenario. El gobierno debió enfocar sus prioridades hacia la contención de las manifestaciones y el gran encuentro mundial del cambio climático se movió hacia la ciudad de Madrid al mismo tiempo que el barco que traía a la joven sueca se desviaba hacia el Atlántico. 

Claro que eso no fue todo. La aparición del Covid-19 y su rápida expansión volvió a cambiar las prioridades, ahora mundiales, y la urgencia del calentamiento global deberá otra vez esperar su turno en la lista de desastres inminentes.

La climatóloga, académica y directora del CR2, Maisa Rojas. Crédito foto: Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile. 

Para Maisa Rojas, climatóloga y directora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, ambos fenómenos no dejan de estar relacionados. “Tanto la pandemia como el cambio climático son manifestaciones de la misma crisis humana, son el resultado de la mala relación que tenemos con el planeta”, afirma. “Si comparamos el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad con la pandemia, nos parecerán crisis menos agudas, porque nada antes nos había obligado tan drásticamente a pararlo todo en un mes, ni en la película de ciencia ficción más mala lo habríamos imaginado, pero la crisis del cambio climático también el año pasado nos estaba mostrando eventos extremos muy dramáticos y evidentes, como los incendios en Australia, que fueron el infierno, y las olas de calor. Llevamos 10 años con una mega sequía en la zona centro-norte de Chile, entonces, claro, comparado con la pandemia, esto nos parece algo lento, pero hoy tenemos claro que esos eventos extremos que ya hemos presenciado se van a intensificar tanto en duración como en frecuencia y magnitud. Es esencial que actuemos desde ya”.

La académica del Departamento de Geofísica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas fue quien lideró el comité científico en la COP25, detrás de la ministra Carolina Schmidt. La instancia tuvo un desarrollo complejo, con resultados que fueron calificados de insuficientes. “Mi evaluación de ese encuentro es que la negociación internacional es súper compleja y lo hubiese sido para cualquier país que hubiese tomado la presidencia, No creo que Chile lo haya hecho particularmente mal, en rigor, si lees los diarios después de cualquiera de estos encuentros, la evaluación siempre es más bien negativa, porque finalmente no hemos logrado resolver el problema. Hoy la situación es aún más compleja, porque la prioridad es ahora resolver la pandemia, aunque la convención marco del cambio climático sigue activa. Al mismo tiempo, aún no tenemos claro cuándo va a ocurrir la COP26, aunque en principio se fijó para inicios de 2021”, cuenta la académica sobre el evento que se realizaría en noviembre de este año en Glasgow, Reino Unido.

-De cara a ese nuevo encuentro, ¿en que posición se encuentra Chile hoy?

Los países tienen que actualizar sus compromisos, los que deben ser más ambiciosos con respecto a los que ya entregaron en 2015. El compromiso era entregarlos durante el 2020 y antes de la COP26, y como ahora la COP26 se movió, no está claro si se alargará el plazo para entregar estos nuevos compromisos, pero dentro del plan de trabajo los países tienen que actualizarlos y elaborar estrategias de largo plazo con miras al 2050. Chile está muy bien, de hecho, porque logró, a fines de marzo, entregar ese documento tal y como lo había anunciado en diciembre. Además, el documento es ambicioso y ha sido muy bien evaluado a nivel nacional e internacional por una serie de elementos que apuntan a lograr altos índices de carbono neutralidad. 

La llamada Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), documento que menciona Rojas, tiene como uno de los compromisos centrales la meta de la carbono neutralidad para el 2050 en seis ejes de acción: industria y minería sostenible (25%), producción y consumo de hidrógeno (21)%, edificación sostenible de viviendas y edificios públicos-comerciales (17%), electromovilidad, principalmente de sistemas públicos (17%), retiro de centrales a carbón (13%), una de las principales medidas habilitantes, y otras acciones de eficiencia energética (7%). En mitigación, Chile se comprometió a un presupuesto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que no supere las 1.100 MtCO2eq (medida de dióxido de carbono) entre el 2020 y 2030, con un máximo de emisiones (peak) de GEI al 2025, y a alcanzar un nivel de emisiones de GEI de 95 MtCO2eq al 2030. Además, propone una reducción de al menos un 25% de las emisiones totales de carbono negro al 2030, con respecto al 2016.

«La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso es la «descarbonización de la economía».

-En el último Congreso Futuro de enero pasado, donde usted participó con una ponencia, remarcó la urgencia de mantener el aumento de temperatura por debajo del 1,5° con la reducción de gases de efecto invernadero. ¿Cómo afecta esta pandemia el cumplimiento de esa meta?

Bueno, es evidente que lo primero ahora es concentrarse en el control del virus, pero cuando eso se resuelva, lo más crucial es que la recuperación económica post pandemia esté alineada con los objetivos de sustentabilidad económica y de cambio climático, ya que es un hecho que durante las crisis económicas que hemos tenido en el pasado se emiten menos gases de efecto invernadero, pero el tema es que cuando nos recuperamos hay un importante aumento de esos gases. Fue lo que nos sucedió tras la crisis financiera del año 2008 y 2009, donde los índices se dispararon. Eso es lo que debemos evitar. Y no tiene que ver con que una desaceleración de la economía sea buena para el medioambiente, sino que debemos lograr que nuestra economía se desacople del uso de energías que producen gases de efecto invernadero, eso es la “descarbonización de la economía”. La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso ha ocurrido bastante en un montón de países, pero en Chile aún no. Por ejemplo, ahora, con la pandemia, muchos negocios han pasado de vender en sus tiendas a hacer servicio de delivery, estamos comprando mucho más online, desde la comida hasta cualquier cosa que necesites, un computador, un refrigerador, etc., y lo haces por delivery, por ende hay una demanda mucho más grande de transporte. 

Entonces, imagínate que pudieramos dar algún subsidio e incentivar que ese transporte sea eléctrico y no de diesel, seguiríamos activando la economía, pero de un transporte eléctrico que no emite gases de efecto invernadero. Son ese tipo de decisiones las que habría que tomar ahora, y eso es bien importante porque, por ejemplo, si tengo una pequeña empresa y necesito comprar uno o dos camiones para reparto a domicilio, eso es algo que voy a usar por los próximos 10 años, entonces no es trivial si compro diesel o eléctrico, la consecuencia de esa decisión de hoy va a durar por 10 años más.

-Usted también ha hablado de incentivar una economía circular. ¿De qué forma ayuda esa estrategia a enfrentar el cambio climático?

En el fondo, es cambiar la mirada. Avanzar hacia una economía circular nos va a ayudar porque es otra la manera en que se produce. Normalmente, tú necesitas algún recurso base para producir algo y luego lo produces, lo vendes y hasta ahí llegas, no más. Eso sucede en una economía lineal, mientras que en una economía circular, respecto a cualquier producto que quieras generar, tienes que preocuparte de que la materia prima a partir de la cual lo produces no genere un daño ambiental y de que el producto no sea desechable, sino que se pueda volver a utilizar, sea fácil de reciclar o que tenga una vida muy larga, que te preocupes de todo el proceso, no sólo de la elaboración de tu producto en sí. Es un concepto muy distinto.

Maisa Rojas, directora del CR2, durante el Congreso Futuro de enero pasado

-¿Qué hace falta entonces para que Chile dé el paso a este cambio de visión y tome decisiones que consideren el cambio climático?

Mira, creo que la buena noticia es que es cosa de voluntad, más que nada, de mirar las cosas con esa perspectiva, porque algunas cosas no se podrán hacer, pero si por lo menos tengo la perspectiva instalada, ante dos opciones que me cuestan quizás lo mismo, yo elijo la que me va a producir un menor uso de combustibles fósiles, pero habría que tenerlo en mente. Para eso es esencial que el Ministerio de Hacienda asuma el rol en esta activación, y lo bueno es que nuestro ministro, Ignacio Briones, lidera la Coalición de Ministros de Finanzas por la Acción Climática, que es una coalición internacional, así que en teoría él debiera estar muy sensibilizado en el tema. Esperemos que no sólo lidere esta instancia a nivel internacional, sino que aplique sus resultados a Chile, dado que el Ministerio de Medio Ambiente también tiene un plan de trabajo que está inscrito en este compromiso. Deberíamos estar confiados. En el fondo, lo que estamos pidiendo es que todos estos instrumentos que ya existen se apliquen y guíen nuestras decisiones para la reactivación de mañana.

-Durante los primeros días de la pandemia y el consecuente confinamiento de las personas en su casa para evitar contagios se vio que muchas ciudades bajaron sus índices de contaminación. Se viralizó incluso una foto del regreso de cisnes a los canales de Venecia, ya que habían vuelto a limpiarse. ¿Cuánto hay de cierto en que la pandemia ha contribuido a limpiar el planeta?

Es así, no es un mito, pero hay que distinguir dos temas, uno es la contaminación local de las sociedades, que está muy asociada a transportes y que tiene efecto en la salud de las personas, y otra cosa muy distinta es la contaminación por gases de efecto invernadero que tiene efecto en el cambio climático. Por transporte hablamos del material particulado y de otros gases que no tienen ningún efecto en el cambio climático, algunos sí, pero cuando hablamos de que limpiamos el agua, el aire y de que bajaron contaminantes, estamos hablando de contaminantes asociados a nuestra actividad humana individual en ciudades. Esa es una limpieza bastante instantánea que igual es impresionante. Siempre imaginamos qué pasaría si parábamos la circulación de autos en Santiago por dos días. Bueno, ese experimento, digamos, se hizo ahora, y lo que vimos fue que Santiago se descontaminó y cualquier persona en un segundo o tercer piso podía ver la nitidez del aire y el silencio que había. Esos son cambios instantáneos, pero que en cuanto la ciudad vuelva a funcionar, se van a ir también rápidamente. Para el cambio climático necesitamos dejar de emitir esos gases que no están asociados a la contaminación local, y lo tenemos que hacer para siempre. 

-En ese sentido, ¿qué decisiones como individuos podemos tomar para contribuir al cambio climático?

No siempre, pero a veces se puede tomar una decisión sobre cómo uno se transporta, tomar la opción de utilizar un transporte que no contamine, como la bicicleta, o caminar o usar scooter eléctrico, qué sé yo. También hay una importante cantidad de gases que se emiten por la cantidad de comida que se pierde o se bota, es un poco menos de un tercio de las emisiones globales, así que es importante. Tengo poco que decir en lo que suceda entre el campesino y el supermercado, pero por lo menos lo que yo compro y lo que yo boto, eso sí lo puedo manejar, y esa es una decisión que uno puede tomar muy fácilmente: lo que yo compro no lo boto. También hay otros hábitos de consumo. En otros países uno puede decirle a su AFP o a su banco que no quiere que invierta el dinero que uno tiene guardado en combustibles fósiles, por ejemplo, y eso todavía no lo podemos hacer acá, pero deberíamos avanzar en eso, y lo otro super importante es votar. La verdad es que vivimos en un país donde afortunadamente no hay grandes negacionistas del cambio climático, como ocurre en Brasil, EE.UU. o Australia, pero lo cierto es que con mi voto yo también puedo obligar a que se tomen ciertas medidas sobre otras. En ese sentido, votar por una nueva Constitución también nos brindará una gran oportunidad de darnos esas reglas básicas de convivencia que sean del siglo XXI, y el siglo XXI tiene de gran telón de fondo el cambio climático, así que definitivamente debe ser incorporado en una nueva Constitución.

Avisa cuando llegues: la calle como escenario de guerra

El libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys reúne un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, que se caracterizan por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas.

Por Patricia Espinosa
Avisa cuando llegues, editorial Bifurcaciones, $12.500 en librerías.

“Avisa cuando llegues” es una frase comúnmente dirigida a las mujeres que nos habla del temor y la incerteza de arribar a un destino seguro. La realidad es que el simple hecho de desplazarse por el espacio público ya es un peligro porque, como sabemos demasiado bien, la calle es un territorio peligroso para las mujeres. “Avisa cuando llegues” es ese cotidiano informe con el que decimos que llegamos sin daño, que logramos, por esta vez, escamotear la violencia sobre nuestros cuerpos, porque la calle es para las mujeres una zona de guerra y su cuerpo un botín para el patriarcado. 

Avisa cuando llegues (Talca, Editorial Bifurcaciones, 2019) es también un libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys quienes han reunido un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, en su mayoría, en torno a la mujer y la violencia. La curatoría es impecable, no solo porque permite dar cuenta de un espectro amplísimo de autoras de diversas edades y estilos, sino por la gran calidad de sus escrituras. 

El volumen se caracteriza por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas. Este último aspecto me parece destacable, estamos frente a voces de mujeres que no se dan por vencidas aunque estén situadas en contextos donde en apariencias no hay salida. 

La escritora Alia Trabucco participa con el relato Go home.

Así, pegadas a lo real, a la materialidad de los cuerpos, surgen estas escrituras ancladas en una política de confrontación a la violencia. Esto implica una subjetividad en resistencia, que no evita el peligro, que no se enclaustra ni quiere abandonar el espacio para público. Es recurrente en estas narraciones que el momento mismo de la agresión física aparece en contadas ocasiones; los relatos tienden a ocurrir en el momento previo o el posterior, cuando el daño se ha  concretado.

Aun cuando resulta difícil entre tanto relato destacable, mencionaré solo nombres y textos a modo de una pequeña ruta de lectura. Alia Trabucco y su crónica Go home nos aproxima a la represión policial que vive una mujer francesa-musulmana por su cabeza cubierta por un pañuelo. La segregación religiosa pega fuerte en este relato. La exclusión, esta vez por el hecho de ser mujer, se advierte en el relato de Mónica Drouilly. Insert Coin se centra en la relación de dos hermanos diestros en un videojuego; particularmente la chica. Es, a fin de cuentas, su talento, aquello que la condena y que resulta imperdonable para su hermano y el grupo de chicos del barrio que la agrede. 

En un estilo más directo, incluso rudo, se encuentra el relato de Marcela Trujillo, Época punk. Nuevamente una mujer sola, de noche, esta vez violada en un parque en pleno centro de la ciudad. El temor resulta inamovible en cada una de estas protagonistas. Así también podemos verlo en la narración de Carmen García, Llamada imaginaria donde una mujer aterrorizada por el acoso sexual de un taxista genera diversas tácticas de defensa para demostrar al hombre que no está sola. 

Daniela Catrileo sorprende con e texto Kutral sobre su infancia sobreprotegida.

La marginación y la soledad son dos términos que se reiteran en estas historias. Daniela Catrileo sorprende con un texto narrativo titulado Kutral. La narradora aborda su infancia sobreprotegida y el aprendizaje de códigos de sobrevivencia urbana en paralelo a la búsqueda de la emancipación. La calle es también el tema privilegiado por la gran poeta, Elvira Hernández, quien elabora en esta ocasión un ensayo: No nos falta calle es una reflexión sobre la condición subalterna de la mujer en diversos periodos de nuestra historia. Su relato es intercalado con recuerdos autobiográficos donde, tal como en el texto de Catrileo, las niñas eran resguardadas en el espacio doméstico ante los peligros del espacio público. La educación sexista, al igual que la inserción de la mujer en el trabajo, sometida a inequidades de salario, son algunos de los temas que aborda Hernández mediante un estilo cercano, vigoroso, como un gran llamado de alerta a generar cambios en las mujeres. 

Dentro de los textos más originales se encuentran los de Lina Meruane y Verónica Jiménez. El primero es una ficción-crónica notable. A partir de un diálogo de mujeres surge la cita a Camille Paglia, feminista estadounidense de derecha, quien asevera que el costo de salir de casa es la violación y que las mujeres tendrán que asumirlo como un peaje. Este juicio macabro da lugar a una discusión con dos posiciones contrapuestas: responsabilizar a las mujeres de sus propias violaciones o asumir una política de exigencia a “no ser violada ni agredida ni abusada cuando vamos solas”. Jiménez, por su parte, una de las voces más importantes de la poesía chilena, se orienta a reconstruir la enigmática figura de la gran Rosa Araneda, poeta de fines del siglo XIX, quien a través de su escritura desafió sin resquemores los cánones machistas de la época. La prosa de Jiménez conjuga fineza con una mirada ruda excepcional. 

La poeta Elvira Hernández contribuye con un ensayo titulado Nos nos falte calle.

La lectura de este excelente libro permite identificar desde donde están escribiendo las mujeres chilenas hoy. Para mí, escriben desde el lugar de la denuncia a la violencia de género, a la guerra material y simbólica que el patriarcado y el neoliberalismo despliegan contra la mujer emancipada o en vías de emancipación. Estas voces se alzan generando una denuncia y múltiples prácticas de resistencia a la violencia que intenta devolverlas al espacio doméstico. Estamos, nada más y nada menos, que ante la plenitud de una política de segregación que sin duda estas escrituras rechazan, demostrando que la única batalla perdida es aquella que no se da…y las mujeres la estamos dando. Desde todo punto de vista, un libro imprescindible.

Carlos Ruiz: “Es peligroso que se use esta pandemia para que los ricos aumenten sus caudales”

El sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile y presidente de la Fundación Nodo XXI, analiza el comportamiento de la ciudadanía y el rol que debería jugar el Estado en medio de la pandemia, sin dejar de lado el contexto de estallido social, que es abordado en su último libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, que acaba de arribar a librerías. Ruiz plantea la aparición de un nuevo sujeto político que viene a reinventar el movimiento social y sugiere que en el pensamiento feminista de autoras como Rita Segato y Judith Butler se pueden encontrar las claves para reformular una izquierda del siglo XXI.

Por Jennifer Abate

-¿Qué te ha parecido el manejo que el gobierno ha hecho de la pandemia en cuanto a su agenda de prioridades? He visto que has sido bastante crítico y que públicamente has instalado la idea de una “lucha por la vida” que se debería anticipar a toda medida, incluso económica.

Nosotros entramos a la situación de pandemia, de peste, en el contexto de un abismo muy fuerte entre política y sociedad. Tenemos una de las sociedades con una de las más bajas tasa de participación, en torno a un 40%, en un contexto en el que esa baja adhesión política no va de la mano de una especie de apatía, sino, por el contrario, se produce en una sociedad con alta propensión a la movilización, que se evidenció en el octubre chileno. La incapacidad e ineptitud gubernamental de trabajar el ensayo y error nos legó una sociedad más activa, que demanda más información, más informada, más social, más solidaria, y eso se ha vuelto uno de los capitales principales para poder manejarnos ante esta nueva situación. No es casual que la sociedad releve otros liderazgos, incluso, unos muy distintos a las esferas más tradicionales como el Poder Ejecutivo o Legislativo, sino que los encuentra en los alcaldes o en el Colegio Médico, en la figura de Izkia Siches. Ese es un capital tremendo que en estos momentos ha tenido no poco impacto, lo que no implica que haya que seguir presionando a la política, y he ahí la otra discusión. Las agendas que se tenían antes de esto, creo que hay que posponerlas, en su gran mayoría. En el caso nuestro, te hablo desde la izquierda, agendas de transformación. Sé que ha sido polémico el que haya que posponer las fechas del proceso constituyente, y estoy de acuerdo con que no hay condiciones para hacerlo, pero con lo que no estoy de acuerdo es con que haya una derecha que se aproveche para intentar desvirtuar el proceso constituyente con el hecho de posponerlo. Estamos posponiendo su realización, pero de ninguna manera vamos a suspenderlo. Y se creó una situación, y quiero decirlo de una manera bien directa, porque creo que lo evitamos, donde el tema que está presente es la muerte. Hemos visto cómo esto ya se ha descontrolado en países desarrollados, donde existe algo que se puede llamar sistema de salud, que dista mucho del sistema chileno. Al desmantelamiento del viejo sistema de salud pública sobrevino un enjambre de clínicas privadas que viven de subsidios estatales, del crecimiento del presupuesto o del gasto estatal, eso lo he abordado en algunos de mis libros. La salud, así como la educación, fue a parar a oferentes privados que son competidores entre sí, por lo tanto, no forman parte de un sistema articulado. Ya lo dijo Macron (presidente de Francia) y lo tuvo que reconocer Boris Johnson: la única forma de reaccionar ante una pandemia de este tipo es con una política pública, y si no tienes los instrumentos de política pública, ¿qué pasa? Si te fijas, están las famosas ofertas de planes de contingencia que ha estado teniendo el presidente Piñera, pero prácticamente no se habla de políticas sanitarias; el problema es la economía, nada más. Estoy de acuerdo con que hay resolver el tema de la economía y amortiguar a los que están más desprotegidos porque eso puede agravar el tema de la pandemia, pero de políticas sanitarias no hay nada en esa ofertas, muy poco, es un delta muy pequeño que incorpora eso. Están subordinando, abiertamente, la preocupación sanitaria a la preocupación por la economía. 

El sociólogo y presidente de Fundación Nodo XXI, Carlos Ruiz. Crédito de fotos: Alejandra Fuenzalida.

-Existe un miedo gigantesco dentro de la población que está más desprotegida y que tiene empleos más precarios. ¿Cómo se debería apoyarlos en este escenario?

Ahí hay que reaccionar y presionar, hay que reaccionar y presionar, construir propuestas, insistir desde los distintos flancos, desde los instrumentos que manejan distintos actores, academia, intelectualidad. Las fundaciones podemos hacer una cosa y la política de los parlamentarios puede hacer otra. Mi llamado es a hacer un frente común de lucha por la vida en este momento.

-La pandemia por Coronavirus ha golpeado fuerte todos los aspectos de la vida de las personas y por supuesto puso en pausa la movilización social, en las calles, al menos, que se venía dando desde el 18 de octubre. En este contexto, ¿sigues creyendo que lo que viene para Chile es “la construcción de un nuevo pueblo”, como planteas en tu libro?

En mi libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, intento trabajar la idea de ese nuevo pueblo de una manera que no sólo apele a una idea de voluntarismo o de deseo. En Chile tenemos la experiencia inédita de que vamos para casi medio siglo de neoliberalismo. Yo lo he dicho otras veces: en el resto de América Latina se instaló más tarde, en la década del 90 con Menem, Cardoso, Fujimori. Aquí el año 75, cuando los Chicago Boys se toman la dirección económica de la Junta Militar y desplazaron a los llamados neodesarrollistas como Fernando Léniz. Pero de ahí hasta ahora llevamos medio siglo ininterrumpido, entre otras cosas, de desmantelamiento de los viejos servicios públicos y de una profundización de las formas de privatizar la formas de vida cotidiana de la gente y de crearles zonas de incertidumbre que en otras partes del mundo no existen. Frente a eso, se desarmaron también los viejos sujetos sociales, sobre todo los de una clase obrera industrial y también la vieja clase media desarrollista, el empleado público del Estado, profesional, etc., debido a que todos esos servicios fueron desmantelados, fueron expulsadas del Estado. 

Esos dos grandes grupos sociales eran los íconos socioculturales y políticos de los procesos del siglo XX y con ellos se constituyeron, de alguna manera, las identidades populares que alimentaban la política, eso se acabó, lo borró el neoliberalismo y en su lugar plantó a este otro sujeto. Un sujeto que venía reventando por ríos separados, digamos, por ríos que tienen que ver con las pensiones, problemas de género, problemas ambientales, de privatización de la educación, hasta que el 18 de octubre todo eso se junta en un solo gran caudal. Ese es el gran cambio de esto, y ahí lo que se empieza a configurar, al decir “nuevo pueblo”, es un nuevo sujeto histórico, un nuevo protagonista de las décadas que vienen hacia delante. Eso puede estar en este momento suspendido, en un momento en que el tema es la lucha por la vida. Entonces es difícil que, además, la historia de más larga duración vaya a cambiar por ese proceso, como dicen algunos historiadores. La posibilidad de que esto se vaya a reanimar después de que terminemos la lucha por la peste y la pandemia no la puedo anticipar. Sería irresponsable adivinar la forma en que esto se va a reconstruir, pero yo sí diría que tengo la sospecha muy cierta de que nos vamos a reencontrar de nuevo en la famosa plaza donde se va a buscar dignidad.

«Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.»

-Desde diversas fuentes, incluso medios de comunicación más conservadores como el estadounidense Financial Times, se ha propuesto la inevitable necesidad de revisar el rol del Estado en la manera de conducir las naciones, sobre todo en países neoliberales como el nuestro. ¿Qué piensas que va a suceder con el Estado?

Es una discusión que está dando vueltas en todos lados, y es impresionante cómo acá seguimos encerrados sin dejarla entrar. Es increíble cómo, acá, el grueso del paquete de contingencia que se va a otorgar para las Pymes es básicamente poner ese capital como aval en la banca privada y sin control de las tasas de interés que la banca vaya a entregar a los supuestos emprendedores. Los puede entregar con tasas de interés inaccesibles o bien con ese fondo y esos avales; eso incorporarlo en el lucro propio, porque decide trasladarlo al famoso riesgo. Lo que quiero decir es que el Estado se abstiene completamente de movilizar sus instituciones de fomento. Podríamos haber hecho todo a través de Corfo, Indap, cooperativas de ahorro y crédito, pero nada de eso. Entonces lo que me preocupa es que estas políticas pueden terminar ahondando en la desigualdad ahora que entramos a la crisis. Por un lado, porque se va a tender a regresar a la pobreza de los sectores con las economías familiares más precarias, y son los que dependen sobre todo de la pequeña empresa. Entonces es muy peligroso que usemos esta pandemia en un momento de riesgo, cuando debemos estar en una lucha por la vida, como una especie de oportunidad para que los ricos aumenten más sus caudales. Es decir, si se dan procesos que tienden a la concentración, eso va a redundar en más conflictos.

-En ciertos sectores hay una visión positiva de lo que puede traer esta crisis, un cambio para mejorar esta sociedad, pero lo que tú planteas es que si la política no es activa en este momento, el futuro podría ser incluso peor y se podría profundizar la brecha y el enriquecimiento inédito de los más ricos en este país.

Creo que nosotros no deberíamos conformarnos pasivamente con lo que vaya a suceder de manera inevitable. Somos una sociedad más activa, más informada, que puede buscar sus distintos canales, presionar a los representantes para que actúen, generar propuestas, denunciar este tipo de cuestiones. Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos sencillamente diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Es una locura y, además, sin regulación de las tasas de interés. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, somos la versión más ortodoxa, más extrema de este asunto. Es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.

Muchas veces en la historia se había ninguneado el rol de los Estados, pero ahora aparece la necesidad, desde parte de la ciudadanía, de que sea el Estado quien fije, por ejemplo, el valor de los productos prioritarios, que sea el Estado el que asegure los empleos y el flujo de salarios. Incluso algunas empresas privadas han empezado a solicitar salvataje al propio Estado.

En ese sentido, salvemos a la gente y no a los empresarios. Aquí hay una producción política de la desigualdad, es falso decir que esta desigualdad la esté produciendo el mercado, esta desigualdad está siendo estructurada desde las esferas políticas, es decir, hay una constricción de las oportunidades para producir privilegios que están determinados políticamente, que están dictados políticamente para que esos sectores acumulen más, entonces no es cierto que es la mano invisible del Estado. Hay ciertos tipos y formas de desigualdad, sobre todo patrimonios de tipo financiero más que de tipo físico, que están determinados, que están concebidos de manera política, por lo tanto ahí el conflicto que tenemos que enarbolar en función de eso es eminentemente político, y este es un momento en que la política tiene que reaccionar y volver a vincularse con la sociedad ante una situación como esta y dejar de discutir en planos sobreideologizados. Lo que acaban de hacer, la verdad, es entregar todos los fondos a una especie de banca del segundo piso de La Moneda. Entonces no sólo es oprobioso sino que es muy peligroso lo que están haciendo, no sólo por el contexto sanitario sino también porque la manera en que va a agudizar el conflicto social.

-¿La crisis social que estalló cinco meses antes de la pandemia cambia nuestra manera de reaccionar frente a las acciones que está tomando el gobierno en esta crisis sanitaria y social?

Durante la segunda mitad de los años 90 nosotros éramos mostrados como una sociedad que era ícono del individualismo y el consumismo, yo creo que aquella sociedad y esta hubieran reaccionado de una manera completamente distinta a lo que está ocurriendo hoy. Ahora mismo se me viene la discusión entre Tomás Moulian y Eugenio Tironi en los años 90. Entonces, me parece que la sociedad tiene que buscar las formas, con todas las ataduras de manos que tengamos, así está pasando todo hoy, y exigir por distintas vías que lo que son recursos de todos nosotros, sean usados para proteger a la sociedad.

¿Se necesita entonces un cambio estructural y radical de nuestro sistema? ¿Basta sólo con el cambio constitucional?

Hay en el mundo una sensibilidad que se empieza a abrir a ciertos temas que hace 10, 15 años estaban vetados. Me parece que Chile sigue siendo muy cerrado, dominado por la élite, hay que seguir quebrando ese cascarón elitario, se empezó quebrando recién en octubre y yo creo que va a seguir haciéndolo, pero hay que seguir empujándolo y ahí hay que ensanchar el horizonte de la política, esa política tan restringida que nos heredó la transición, en condiciones muy excepcionales, con una política muy aislada, cerrada, respecto de la sociedad, muy poco transparente. Hay que tratar de abrir todo lo que permita esta situación extraordinaria en la que estamos y, saliendo de esto, hay que entregarse al proceso constituyente.

-En el debate internacional ha habido divergencia de miradas. El esloveno Slavoj Zizek pronostica que el virus es un golpe mortal al sistema capitalista y el surcoreano Byung Chul Han cree que más que a la solidaridad, el Covid-19 nos va a llevar a una condición de aislamiento. ¿Qué opinas sobre esta discusión?

No soy el primero que lo va a decir, varios intelectuales y académicos de nuestra alma máter lo han hecho. Yo creo que estos tipos están afectados por un virus de la ansiedad, que empiezan a sacar conclusiones de dimensiones epocales ante una situación extraordinaria. Creo que opinan con mucha más calma Judith Butler o Rita Segato desde el feminismo, y tengo mucha delicadeza para hablar de feminismo porque estoy aprendiendo, pero creo que ellas van adelantándose en concebir una nueva relación entre Estado e individuo que es fundamental para pensar una izquierda del siglo XXI. Me parece que ellas marcan algunas de las puntas de vanguardia que no están resueltas y que son mucho más interesantes que los otros autores que mencionaste.

Este es un extracto de la entrevista realizada el 10 de abril de 2020 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.

No es la primera vez: la esperanza en tiempos de pandemia

Hagamos memoria. A comienzos del siglo XX, Chile tenía una de las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo y enfermedades como el tifus, el cólera y la viruela hacía estragos en la población. No fue únicamente los que llaman “los avances de la medicina” o “de la ciencia” lo que ayudó a salvar la crisis; el horror fue abordado también por políticas públicas y una mayor intervención del Estado. La fórmula parece ser la única que podría volver a salvarnos hoy del Covid-19.

Por Azun Candina Polomer
La historiadora y académica Azun Candina. Crédito de foto: Felipe Poga.

Sin ser personal de salud ni recolectores de basura, y tampoco trabajadoras de mercados y almacenes, algunos intelectuales giran alrededor de su encierro computarizado y últimamente se han dedicado a tareas como predecir el fin del capitalismo o su fortalecimiento, o a repetirnos —versión pandemia— lo que ya sabíamos: el mundo es una colmena, y lo que  afecta a unos, termina llegando a todos. Más que a la empresa nostradámica de la predicción, me interesa en estas líneas referirme a lo que sí parece un fenómeno claro: las catástrofes son el recordatorio agudo de las carencias de lo cotidiano y lo normal, y tal vez su único lado bueno es que pueden ayudarnos a no convertirnos en o a no seguir siendo un presente que deviene en el futuro indeseado de un pasado. 

A comienzos del siglo XX, Chile era uno de los países con las tasas de mortalidad infantil más altas del mundo y enfermedades infecciosas y epidémicas como el tifus, el cólera y la viruela, entre otras, hacían estragos en la población. Si esa situación paulatinamente cambió a lo largo del siglo, no fue únicamente por eso que llaman “los avances de la medicina” o “de la ciencia”. En términos de salud pública, esos avances significan muy poco cuando están disponibles solamente para una minoría que puede pagarlos, y cuando las condiciones de vida de la mayoría —que involucran vivienda, agua potable y otros servicios— son lamentables. El horror de un pueblo chileno permanentemente enfermo y cuyos niños morían en las cunas,se superó porque ese mismo horror fue abordado con políticas públicas que, como estudió en profundidad la historiadora María Angélica Illanes, a quien cito, se avanzó hacia “una mayor responsabilidad organizativa frente a la caridad asistencial”; es decir, una verdadera política de salud fiscalizada por el Estado.

«Las catástrofes son el recordatorio agudo de las carencias de lo cotidiano y lo normal, y tal vez su único lado bueno es que pueden ayudarnos a no convertirnos en o a no seguir siendo un presente que deviene en el futuro indeseado de un pasado». 

 Los médicos, como voz profesional autorizada y como gremio, tuvieron un papel central en esa instalación que salvó miles de vidas. Sus organizaciones profesionales —como el Sindicato de Médicos de Chile (1924), la Asociación Médica de Chile (1931) y finalmente el Colegio Médico de Chile (1948)— se pronunciaron y trabajaron a favor de una medicina de amplia cobertura y financiada por el Estado. En 1952, finalmente, se creó el Servicio Nacional de Salud (SNS), organismo centralizado que asumió las obligaciones y funciones de las anteriores instituciones de salud pública existentes en el país. Fueron parte de este esfuerzo, también, las asistentes sociales (visitadoras, en la época) que caminaban por los barrios viendo la pobreza y el desamparo y elaboraban los informes que apoyaban la toma de estas medidas; las profesoras primarias que enseñaban a los niños a lavarse las manos (sí, como ahora), y los cientos de enfermeras, paramédicos y funcionarios del Estado que participaron en las campañas de vacunación masiva y obligatoria o de educación para evitar los contagios en la vida cotidiana, por dar sólo algunos ejemplos.

Valga insistir, entonces, en que no fueron sólo los avances científicos y médicos, sino también los esfuerzos de sucesivos gobiernos, asociaciones profesionales, maestros, activistas y funcionarios  fiscales, los que hicieron que esos avances llegaran, no a todos ,por cierto, pero sí a grupos cada vez más amplios de la población. El Covid-19, a pesar de su técnico nombre, evoca esas historias del monstruo milenario que de pronto se liberó desde una grieta olvidada del pasado, rompió el sortilegio que lo mantenía prisionero e invadió el presente. Trae así de regreso ese pasado que ninguno de nosotros vivió: el de una humanidad que debía luchar, una y otra vez, contra las enfermedades epidémicas y sin cura. Fueron los avances de la medicina y fueron los gobiernos, Estados y sociedades que actuaron desde la comunidad y la solidaridad los que cambiaron el rostro del dolor. Porque sí, se puede cambiar: como escribió la historiadora Arlette Farge en Lugares para la Historia, “el sufrimiento triza tanto como une, pero, desde luego, es la recepción que se le organiza a ese sufrimiento lo que lo torna sórdido o generador de movimientos”. Ojalá estemos a la altura.

Las épicas de un tejedor de memorias: Luis Sepúlveda muere a los 70 años por Coronavirus

El escritor nacido en Ovalle y formado en la Universidad de Chile fue el primer caso de Covid-19 detectado en Asturias el 29 de febrero. Radicado en España hace más de 20 años, el autor de El viejo que leía novelas de amor falleció hoy, dejando una exitosa carrera literaria caracterizada por su mensaje comprometido con las causas populares y los derechos humanos. “Creo en la fuerza militante de las palabras”, sostenía.

Por Denisse Espinoza

“La buena novela a lo largo de la historia ha sido la historia de los perdedores, porque a los ganadores les escribieron su propia historia. Nos toca a los escritores ser la voz de los olvidados”, dijo en una ocasión el escritor chileno Luis Sepúlveda, resumiendo así el espíritu de lo que fue su carrera literaria, repartida en una veintena de novelas, crónicas periodísticas y guiones de cine -como su propio largometraje Nowhere, que recibió el premio del público en el Festival de Marsella 2002, o el guión que co-escribió para la película Tierra del Fuego, dirigida por Miguel Littín.

Algunas de sus novelas también fueron llevadas a la pantalla grande, como Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar, dirigida por el italiano Enzo D’Alò, o Un viejo que leía novelas de amor, del australiano Rolf de Herr. Mientras, en sus crónicas periodísticas retrató la realidad mundial y sobre todo local, porque a pesar de haber salido hace más de 30 años de Chile -primero rumbo a Alemania y luego a España, donde estaba radicado hace 23 años-, nunca cortó vínculos con nuestro país y se mantenía como integrante del equipo estable de Le Monde Diplomatique.

El escritor Luis Sepúlveda estaba radicado en España hace 23 años, a fines de febrero fue diagnosticado con Covid-19.

Allí, sus últimas columnas las dedicó a la crisis social que estalló el 18 de octubre, donde siguió transmitiendo un mensaje comprometido con las causas populares y los derechos humanos. “La paz del oasis chileno estalló porque las grandes mayorías empezaron a decir no a la precariedad y se lanzaron a la reconquista de los derechos perdidos. No hay rebelión más justa y democrática que la de estos días en Chile”, publicó en diciembre pasado en una crónica titulada El oasis seco. Dos meses después, tras participar en el festival literario Correntes d’Escritas, celebrado en Póvoa de Varzim, en Portugal, comenzó a sentir los síntomas del Covid-19. Fue ingresado el 29 de febrero al Hospital Universitario Central de Asturias, donde luchó contra el virus durante semanas. Falleció hoy, a los 70 años.

“Nos conocimos a fines de los años 80 cuando yo estaba en revista Análisis y él ya vivía en Alemania, luego nos encontramos en Francia en los 90 y desde entonces hemos sido muy amigos. Ha sido un golpe duro e inesperado”, dice Víctor Hugo de la Fuente, director de la edición chilena de Le Monde Diplomatique. “El era un tipo muy cariñoso y comprometido, nos apoyó desde el comienzo con textos y cuando inauguramos nuestra editorial en 2001 nos cedió sus derechos de autor, con los que publicamos nueve pequeños libros con sus crónicas”, agrega de La Fuente.

Su esposa Carmen Yáñez, a quien Sepúlveda conoció en 1971 y con la que vivía radicado en Gijón, España, desde 1997, también presentó los síntomas de la enfermedad y estuvo hospitalizada en una pieza separada, sin embargo, nunca dio positivo al test. “Fue extrañísimo, los médicos suponían que se trataba de Coronavirus, pero nunca hubo pruebas. En el caso de Luis, él estuvo en coma desde el principio y luego conectado a ventilador, nunca se recuperó”, cuenta el periodista.

Más que realismo mágico

Nacido en Ovalle en 1949, hijo de un militante comunista chileno y una enfermera de origen mapuche, Luis Sepúlveda se crió en el barrio San Miguel en Santiago y estudió en el Instituto Nacional, para luego formarse en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile como director. Claro que desde siempre lo suyo fue la escritura. Sus primeros poemas los publicó a los 17 años y cuando era sólo un veinteañero se integró como corresponsal policial del diario Clarín, según él mismo contaba, gracias al contacto de un amigo de su padre. Desde entonces la escritura no lo soltó más.

Imagen de la película El viejo que leía novelas de amor del australiano Rolf de Herr, basada en el libro homónimo de Sepúlveda.

Formado con los discursos antiimperialistas de los años 60-70, Sepúlveda fue un admirador del gobierno de Salvador Allende, miembro del GAP y trabajó además en la publicación de libros a costos populares en la editorial Quimantú. “Soy rojo, profundamente rojo”, decía. Tras el golpe de 1973 fue tomado preso, logrando salir al extranjero gracias al brazo alemán de Amnistía Internacional. Tuvo un periplo largo, que lo llevó a pasar temporadas en Uruguay, Brasil, Paraguay y Ecuador, donde vivió con una comunidad de indígenas shuar. También en 1979 fue parte de las brigadas internacionales de la guerrilla en Nicaragua, donde participó de la Revolución Sandinista.

A Sepúlveda le gustaba reunir aventuras que de a poco iba plasmando en novelas. El viejo que leía novelas de amor, por ejemplo, nació de su paso por la selva amazónica. Publicado en 1988, el libro le trajo fama internacional: fue traducido a 60 idiomas y vendió más de 18 millones de ejemplares, y afianzó su contrato con la editorial Tusquets. “Nos ha entristecido profundamente. Luis era un escritor muy querido. Activo en la comunidad literaria en la Semana Negra de Gijón, en las jornadas de literatura iberoamericana que se organizaban cada año en Asturias. Es terrible constatar que este virus mata”, señaló al diario El País Juan Cerezo, editor de Tusquets.

Tras ese apabullante éxito, vendrían otras novelas igualmente populares como Mundo del fin del mundo (1994), que recoge su viaje en un barco ballenero; Patagonia express (1995), su intento por seguir las huellas de Francisco Coloane, uno de sus escritores favoritos; e Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar (1996), suerte de fábula que de alguna forma recoge la vida y experiencias del propio Sepúlveda por el mundo. Su última novela, publicada el año pasado, fue Historia de una ballena blanca, donde el narrador toma la voz del propio cetáceo para describir la lucha que libra la naturaleza contra la destrucción humana. Un libro que sin duda recoge su lado ambientalista, cultivado desde que fuera corresponsal de Greenpeace entre 1983 y 1988.

«Me aterra una parte de la época que nos ha tocado vivir en la que se imponen los olvidos, se impone la amnesia como una razón de Estado o de la mercadotecnia que intenta suplantar los recursos éticos y estéticos, que son los que debieran mover a la sociedades y a los seres humanos. Vivo la literatura como un recordatorio”.

dijo luis sepúlveda sobre su trabajo

Sin embargo, hubo una experiencia que el escritor nunca llevó a la literatura: su detención política en una cárcel de Temuco tras el golpe de Estado de 1973. “No es que mi memoria lo tapara, sino que escribir sobre esas cosas era un tema demasiado delicado que no admitía ningún tipo de ligereza, ningún tipo de coquetería y además tenía demasiado pudor”, le confesó a la periodista y Premio Nacional Faride Zerán en una entrevista recogida en el libro Desacatos al desencanto, ideas para cambiar de milenio, de 1997. Sepúlveda podía ser generoso pero también implacable en sus opiniones, y arremetió en esa misma entrevista contra la llamada “literatura en el exilio” o lo que él calificó como “quejas plañideras que desde la perspectiva de la literatura no decían absolutamente nada”. “Hago sólo una excepción que es Hernán Valdés, que fue capaz de escribir un libro para mí fundamental que fue Tejas verdes, luego se escribió una cantidad de basura sin el menor criterio literario”, sentenció.

Por sus novelas, que mezclan fantasía y memoria propia, se intentó categorizar a Sepúlveda como un cultor del realismo mágico, pero él tenía clarísimo que no seguiría las etiquetas y que su literatura tampoco defendía límites geográficos. “Yo soy un escritor latinoamericano porque conozco muy bien mi continente, porque amo mi continente y porque me saqué la basura del patrioterismo de encima (…) Chile es un país lamentablemente condenado a estar prisionero: la cordillera, el mar, el desierto y el polo sur. Lo que hay en medio es hermoso, pero no basta”, dijo en la misma entrevista. En España, donde vivía desde 1997, se convirtió en fundador y director del Salón del Libro Iberoamericano de Gijón, que se celebraba todos los años durante la segunda semana de mayo.

La última novela de Sepúlveda fue Historia de una ballena blanca, lanzada en 2019 por Tusquets.

En ese contexto fue que trabó amistad con Ramón Díaz Eterovic, escritor de novela negra, con quien mantuvo contacto siempre. “No éramos de comunicarnos todo el tiempo, pero nos unía una fuerte amistad basada en el cariño y en el respeto mutuo por lo que escribíamos. Nos hacíamos guiños en nuestros libros. Él mencionó una novela mía en un par de novelas suyas, y en una novela de mi autoría puse un diálogo entre Heredia (el protagonista de varias de mis novelas) y el detective Washington Caucamán, personaje de Luis en la novela Hot line. Eran pequeños juegos en clave que nos divertían”, cuenta el autor de El hombre que pregunta y La cola del diablo. Además destaca la diversidad de temas y género que abordó Sepúlveda. “En la mayoría está presente la vida latinoamericana, con sus brillos y sombras. Bebió del realismo mágico para hablarnos de América Latina y sus eternas luchas sociales, abordó la novela negra en títulos como Nombre de torero y Hot line, donde dio vida al policía de origen mapuche Washington Caucamán; escribió dos estupendas crónicas sobre la Patagonia, fruto de viajes realizados con su amigo, el fotógrafo Daniel Mordzinski. Su obra debe ser motivo de orgullo y reconocimiento para los chilenos. Sus libros nos proyectaron por todo el mundo, hablando de nuestra historia, costumbres y personajes”, afirma Díaz Eterovic. 

Aunque nunca volvió definitivamente a Chile, Sepúlveda pasó años visitando el sur durante los veranos. Así lo recuerda el escritor Yuri Soria, quien fue gran amigo del autor de Patagonia express, a quien conoció a través del escritor uruguayo Mario Delgado, con quien Sepúlveda escribió el libro Los peores cuentos de los hermanos Grimm. “Lo conocí hace unos diez años y nos hicimos muy amigos. El se compró un departamento aquí en Puerto Montt y por varios años estuvo viniendo, luego lo vendió y cuando venía se quedaba en mi casa. La verdad es que yo lo conocí en mi juventud leyendo El viejo que leía novelas de amor y de inmediato me capturó ese estilo directo, franco, pero al mismo tiempo emocional que tenía de escribir”, dice Yuri. “Todos sus amigos escritores, que somos muchos, estamos muy golpeados con la noticia de su muerte, aunque hace días sabíamos que ese iba a ser el destino, porque ya no había mucho más que hacer. Es un pérdida, él reunía algo que no se da muy seguido, que es el éxito literario y la sencillez, él era un tipo sencillo, que leía a los más jóvenes, los ayudaba, nunca se le subieron los humos a la cabeza”, agrega Soria.

Cada tanto, Luis Sepúlveda definía su motor como escritor: “Me he preocupado de que mi escritura sea una larga cadena de homenajes, porque homenajear es un ejercicio de la memoria, y si algo define mi quehacer como escritor es justamente ser un perseverante de la memoria histórica. Me aterra una parte de la época que nos ha tocado vivir en la que se imponen los olvidos, se impone la amnesia como una razón de Estado o de la mercadotecnia que intenta suplantar los recursos éticos y estéticos, que son los que debieran mover a la sociedades y a los seres humanos. Vivo la literatura como un recordatorio”.

Izkia Siches: “El gobierno sigue funcionando en la tesis pre 18 de octubre”

En medio del auge de liderazgos de mujeres, la presidenta del Colegio Médico de Chile se posiciona como la figura con mayor credibilidad del momento. Su capacidad para generar consensos, pero también para criticar las medidas y el manejo de cifras respecto de la crisis sanitaria por parte del gobierno de Sebastián Piñera, la ha consolidado como una líder indiscutible en la esfera pública. Desde la Revolución Pingüina hasta el estallido social de octubre de 2019, pasando por las masivas marchas feministas, Izkia Siches representa una generación forjada en el fragor de los últimos años de ascendentes movilizaciones.

Por Bárbara Barrera Morales

“En nombre de dios y la patria, se abre la sesión”. La cámara fotográfica captura los últimos segundos de pie de los principales expositores de la jornada. El foco lo concentra Izkia Siches, llamando la atención por las antiparras que usa sobre su cabeza. Horas más tarde, ese gesto posicionaría su nombre en los titulares de la prensa al igual que en 2017, cuando asumió como la primera mujer presidenta en los 72 años de historia del Colegio Médico de Chile.

Es 19 de noviembre de 2019 y sesiona la comisión encargada de analizar la acusación constitucional contra el ex ministro del Interior, Andrés Chadwick, por su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el estallido social. Las exposiciones comienzan con otro detalle que no pasa desapercibido: la doctora Izkia Siches está sentada junto al doctor Jaime Mañalich, ministro de Salud y otrora médico de cabecera del presidente Sebastián Piñera.

En veredas políticamente opuestas, ella, 34 años, mujer y de izquierda, se encuentra ahí para denunciar el uso excesivo y desproporcionado de la fuerza por parte de Carabineros de Chile, que a un mes exacto del estallido social dejaba un total de 222 personas con heridas oculares; él, 65 años, primer ministro de Salud del primer gobierno de derecha tras el retorno a la democracia, entrega antecedentes sobre los hechos y el registro de heridos elaborado por su propia cartera.

Cinco meses más tarde, la propagación del Covid-19 sacude al planeta con más de 140 mil personas fallecidas y más de dos millones de contagios a nivel mundial. En Chile, en poco más de un mes el virus ha cobrado la vida de más de 100 personas, mientras los contagios crecen sobre los ocho mil. Y por si fuera poco, la crisis sanitaria se instala en medio de un descalabro institucional marcado por la desconfianza en las autoridades y la baja aprobación del gobierno de Sebastián Piñera. En este escenario, Izkia Siches se erige como la figura pública con mayor credibilidad.

Crédito: Colegio Médico de Chile

Falta de transparencia en la entrega de datos

A Izkia Jasvin Siches Pastén la medicina le interesó desde que era niña. Con una mamá tecnóloga médica a la que acompañaba al trabajo los sábados, Izkia se divertía corriendo por los pasillos, jugando con los médicos y revelando radiografías. Al momento de elegir una carrera universitaria no lo pensó dos veces: Medicina en la Universidad de Chile o nada. Allí comenzó su carrera política como concejera Fech y luego como presidenta del Centro de Estudiantes de Medicina, desde donde encabezó la difícil misión de reencantar al estudiantado con la política universitaria e impulsó las movilizaciones en el marco de la Revolución Pingüina.

Al pensar en un momento de aprendizaje y madurez política, recuerda cuando en 2010 asumió como representante estudiantil del Senado Universitario. Su rol ya no sólo se reducía a resolver problemáticas con estudiantes; ahora tenía que saber dialogar con autoridades, decanos y premios nacionales. En ese momento probablemente no lo imaginaba, pero 10 años más tarde tendría que dialogar y disentir también con ministros.

«Hay dos hipótesis: que el gobierno no tiene esos datos o lisa y llanamente no los quiere entregar para seguir teniendo la pelota y no poder adelantarnos a las medidas o criticar con propiedad las acciones que se están tomando»

Las discrepancias entre el Colegio Médico de Chile y el Ministerio de Salud respecto a la transparencia de las cifras de contagios fueron tempranas. «Los datos aportados a la fecha son incompletos, inconsistentes y tienen una tremenda falta de transparencia que no se había visto en la historia institucional de la salud pública chilena», sostuvo Izkia Siches en un punto de prensa el 20 de marzo. Declaraciones de la experta que constituyeron “una opinión más” para Jaime Mañalich.

Ese mismo día, La Moneda confirmó la creación de la Mesa Social Covid-19, conformada por los ministros de Salud e Interior, el Colegio Médico, asociaciones de municipalidades, expertos y rectores de las principales universidades del país. La doctora Siches valoró la iniciativa del gobierno de crear un espacio de diálogo “para que todo sea esfuerzos de Estado” y dio por superadas las controversias en pos de trabajar de forma colaborativa.

Pero a casi un mes de creada la instancia, los resultados son desalentadores. La presidenta del Colegio Médico asegura que, a la fecha, el gobierno aún no ha querido entregar datos pormenorizados para hacer un seguimiento efectivo a la curva epidemiológica y así poder adelantarse en la toma de decisiones respecto de las medidas a implementar.

“Hay dos hipótesis: que el gobierno no tiene esos datos o lisa y llanamente no los quiere entregar para seguir teniendo la pelota y no poder adelantarnos a las medidas o criticar con propiedad las acciones que se están tomando. Me parece que ambas serían gravísimas y es por eso que nosotros hemos sido tan enfáticos en que para poder manejar una pandemia, en el ‘abc’ está la transparencia de la información”, asegura Izkia Siches.

“Sobre todo en Chile –agrega–, donde después del estallido social hay muchos ciudadanos que no confían solamente en que el ministro le diga que lo que se va a hacer se está haciendo bien. Nosotros le entregamos y le ofrecimos nuestra colaboración al presidente, pero obviamente teniendo más acceso a la información, y desde el montaje de la mesa social a la fecha, todavía no tenemos esa disponibilidad de información, no tenemos los detalles o los argumentos de las medidas y creo que esa es una falencia súper relevante que otros países ya han resuelto”.

Crédito: Colegio Médico de Chile

“Queremos un Colegio Médico feminista”

Fue como estudiante de posgrado de la Universidad de Chile que comenzó a surgir la alternativa de postular al Colegio Médico. “A mí me ha tocado ser la eterna candidata”, cuenta entre risas, recordando cuando con su equipo lograron la presidencia del Consejo Regional de Santiago en 2014. Tres años después se lanzó a la carrera por la presidencia y con el triunfo hizo historia al interior del gremio.

En medio de un Chile cuyo relato nacional se ha construido sobre el clasismo y el racismo, Izkia Siches se define como «mujer joven, morena, de ojos chinos y rasgos aimara». Características que la mayoría de la población en este país esconde más que resalta, sobre todo cuando el hemisferio norte es el que se mira como ideal de progreso y desarrollo.

“Cuando estábamos haciendo campaña, nos burlábamos un poco de esta incertidumbre de si íbamos a ganar o no, de qué le iba a ocurrir a este gremio si ganaba una mujer como yo que era de izquierda, morena, que no era hija de nadie, que no era de los grupos más tradicionales en una institución que todavía tiene relevancia nacional. Iba a ser un poco desestructurante para esa gente mucho más tradicional”, cuenta.

Lo “desestructurante” del nombramiento de Izkia como presidenta de un gremio históricamente asociado a una elite masculina se condijo con el desarrollo de un proceso de movilizaciones sociales feministas. Mayo de 2018 quedó en la retina como el mes de la “ola feminista”, mientras que el 8 de marzo de 2019 hizo historia por su masividad, inédita en democracia hasta ese momento.

La presidenta del Colegio Médico de Chile profundiza en su análisis sobre la actitud del gobierno en el manejo de ambas crisis y asegura que se trata de la misma disposición de ser «poseedores de la verdad absoluta, de que las protestas o críticas no eran más que intentos de daños infundados»

Desde su llegada al Colegio Médico, la doctora Siches ha impulsado una agenda feminista que permitió levantar un Departamento de Género, aumentar la participación de las mujeres dentro del gremio y abordar la violencia de género en el ámbito de la salud, cuyas principales manifestaciones son el acoso, el abuso de poder, la violencia obstétrica, el trato desigual entre hombres y mujeres –los hombres son doctores, las mujeres, “señoritas”– e incluso la disputa por el uso de la palabra “médica”.

Si bien estas transformaciones no han sido fáciles, el pasado 8 de marzo constituyó un nuevo hito para el gremio: el Colegio Médico de Chile participó por segunda vez en la marcha de conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. “Eso fue un triunfo de nuestro departamento, antes marchábamos como mujeres, pero ahora logramos sacar a nuestro colegio. Nosotras queremos que nuestro colegio se transforme en un colegio feminista”, afirma.

Manejo de crisis: la lección que el gobierno no aprende

De alguna manera, el vertiginoso desarrollo de las movilizaciones sociales en Chile, desde la Revolución Pingüina en adelante, ha obligado a Izkia Siches a posicionarse y actuar. Octubre de 2019 no fue la excepción y como cabeza del Colegio Médico participó activamente en la construcción de propuestas y alternativas para salir de la crisis. Junto al rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, elaboraron una propuesta de nuevo acuerdo social con el objetivo de aportar a la búsqueda de soluciones a las demandas sociales.

“Como Colegio le solicitamos al rector Vivaldi acudir a modo de colaboración para poner la pelota en el piso, tranquilizar un poco el ambiente, quitar la ansiedad en la ciudadanía de que las soluciones y propuestas no estaban pasando solamente en la reforma constitucional que ya se había destrabado cuando esto partió, sino también en una agenda social de corto y mediano plazo que sí diera respuesta a cosas sustantivas, porque si no iban a seguir siendo el caldo de cultivo del descontento que nos podía provocar más quiebre social”, explica la doctora.

Respecto al inicio de esta crisis sanitaria, reconoce que imaginó una conducción distinta. “Chile venía de un estallido social en donde existía poca credibilidad y un porcentaje importante de los ciudadanos estaban descontentos por las formas en las que se tomaban las determinaciones”, asegura, agregando que como Colegio Médico hicieron un llamado a colaborar con el gobierno pensando que Sebastián Piñera iba a tomar decisiones con mayor participación, apertura y transparencia.

“Yo hoy día veo que no hay marchas, que la gente dejó de concentrarse en Plaza de la Dignidad, o sea, los sectores que estaban en pleno estallido en miras al plebiscito sí pusieron de su parte. Nosotros nos reunimos con algunos de ellos para solicitar no poner en riesgo a la ciudadanía, pero veo que el gobierno sigue funcionando en la tesis pre 18 de octubre y esta conducción de la pandemia debería ser la oportunidad no para reivindicar al gobierno, sino para demostrar que quieren hacer las cosas de una manera diferente”, sostiene.

La presidenta del Colegio Médico de Chile profundiza en su análisis sobre la actitud del gobierno en el manejo de ambas crisis y asegura que se trata de la misma disposición de ser “poseedores de la verdad absoluta, de que las protestas o críticas no eran más que intentos de daños infundados”.

“Nosotros estábamos molestos por la falta de información, pero la respuesta, en vez de abrirla y transparentarla, ha sido ‘bueno, ustedes son una oposición infundada, están diciendo puras tonteras’. Hemos visto esa respuesta y creo que eso no permite encontrar una contraparte que quiera realmente resolver los problemas, sino que más bien quiere acallarlos”, afirma. Sin embargo, sostiene que es precisamente esa actitud la que “no les dio resultado después del 18 de octubre y no les va a dar resultado tampoco en el manejo de esta pandemia”.

Crisis… ¿sanitaria? ¿Qué es lo que verdaderamente está en crisis?

Por Sonia Pérez

Detengámonos en esta experiencia: de un día para otro, nuestra movilidad espacial se ve reducida; palpamos la amenaza de una afección física e incluso la muerte de algún familiar, propia o de algún conocido; el trabajo de los pequeños emprendedores y productores es amenazado en su continuidad; la televisión nos bombardea con información atemorizante; no sabemos lo que pasará en una semana más ni al día siguiente; las informaciones oficiales son cambiantes y confusas; se activan las redes sociales con mensajes cuya fuente no conocemos; tenemos que preocuparnos de cómo ajustar nuestras modalidades de trabajo para no perder ingresos económicos; las escuelas dejan de funcionar; el futuro es incierto y no se sabe cuándo se retornará a la normalidad; y nos enfrentamos a priorizar qué es lo verdaderamente importante para sustentar nuestra vida cotidiana ante tanto cambio.

¿Coronavirus?

Sí y no, porque este escenario puede perfectamente relatar lo que ha experimentado Chile en alguno de los frecuentes desastres socionaturales de su historia reciente o incluso durante lo vivido después del 18 de octubre de 2019.

La académica y doctora en Psicología Social, Sonia Pérez. Crédito: Alejandra Fuenzalida.

Lo que está sucediendo con el Covid-19 hoy es, sin duda, una situación histórica a nivel mundial por su magnitud imprevista y sus múltiples impactos, pero en nuestro país no es la primera vez que nos enfrentamos a tanta vulnerabilidad. Cualquier medida que tomemos como país debe entonces considerar las particulares características de nuestro sistema social y nuestra cultura. En Chile, la brutal desigualdad en la que se anidan los problemas sociales –y ahora sanitarios– nos ha enseñado, con dureza, cuatro cosas:

1. Que las catástrofes no afectan a toda la población por igual. La experiencia actual de la cuarentena devela sendas diferencias con las que hemos convivido –y hasta hemos naturalizado– por muchas décadas. Mientras unos pueden cuidarse quedándose en casa, otros deben aún asistir a sus puestos de trabajo, exponiéndose al contagio. Mientras unos pueden cambiar su trabajo a modalidad remota, otros no tienen acceso a Internet ni a computadores. Mientras algunos han podido pagar seguros de salud, otros están indocumentados y en completa indefensión. Mientras algunos mantienen su salario, otros son desempleados o pierden la fuente de ingresos por la que se han esforzado durante largo tiempo. Mientras algunos encuentran en la cuarentena la posibilidad de usar el tiempo de manera creativa y laboriosa, otros ven agudizados sus conflictos relacionales y terminan expuestos a mayor violencia y maltrato. Mientras algunos pueden contar con redes de apoyo para abastecimiento y distribución de labores domésticas y productivas, otros concentran multifunciones en tiempos y espacios reducidos. Mientras algunos pueden refugiarse en propiedades con áreas verdes, otros deben encerrarse en sectores históricamente contaminados. Mientras algunos acceden a cumplir penas en sus casas, otros son aislados en insalubres y hacinadas cárceles. Mientras algunos se acompañan con las redes sociales, otros están aislados digitalmente. Mientras algunos pueden lavarse las manos frecuentemente, otros no tienen acceso a agua potable en sus hogares. Mientras para unos el acceso a la atención médica puede resolverse de manera privada, otros saben con angustia que no serán atendidos en caso de necesidad. Mientras algunos pueden seguir financiando la continuidad de tratamientos y espacios de contención psicológica, para otros el desgaste emocional abruma. Peor aún: mientras algunos disfrutan de todas estas primeras condiciones, otros se encuentran viviendo, a la vez, todas las segundas. La crisis de equidad y justicia está estructuralmente a la base de la crisis sanitaria. No se puede enfrentar una si se mantiene la otra.

2. Que las emergencias se vuelven desastrosas cuando no somos capaces de reducir los riesgos de manera integral. Las políticas sociales, de educación, de trabajo, de habitabilidad, económicas y de salud, siguen estando desarticuladas, entre sí y en relación con los territorios que pretenden beneficiar. La emergencia produce una crisis multidimensional que las personas no pueden resolver dimensión por dimensión de vida de manera secuenciada, por lo que la desarticulación de planes y programas es mucho más que un problema de gestión: es un problema de participación y validación de las necesidades que enfrentan las comunidades. En Chile, las personas están en riesgo de manera crónica y superpuesta: riesgo a perder el trabajo, a tener un trabajo precario e inseguro, a no tener una vida sustentable, a no contar con educación de calidad, a no ser atendidas como corresponde cuando se requiere de asistencia física o psicológica, a no poder cuidar como merecen a sus niños/as o abuelos/as, a ser discriminadas por discapacidades, a ser excluidas por su origen. Cuando todo se da al mismo tiempo, las personas terminan por priorizar la resolución de un problema, sabiendo angustiosamente que con ello profundizan los otros. Un sistema social garante del buen vivir no puede dejar tal responsabilidad a cada persona. La crisis política de desarticulación e insuficiente articulación con las comunidades sólo se puede enfrentar con soluciones colectivas y participativas, presentes en todos los territorios, integradas, que no prioricen las necesidades macroeconómicas por sobre las demás, sino que validen las estrategias y propuestas que las comunidades conscientes han levantado a partir de sus propias experiencias y proyecciones.

“Un país como el nuestro, que vive acostumbrado a evaluar sus éxitos y fracasos según la capacidad competitiva, entra en crisis al ver que la vida de unos depende del cuidado de otros, que la subsistencia aislada requiere del contacto físico, que la sobrevivencia precisa de respeto mutuo y responsabilidad compartida”.

3. Que la desconfianza incrementa el miedo y el control social. La ambigüedad y falta de claridad de una política de protección, junto a la percepción de abusos e injusticias, ponen en crisis la confianza y sentido de pertenencia a un sistema social. El miedo a enfermar puede ser tan grande en Chile como el miedo a no ser protegido cuando ello ocurra. Al mismo tiempo, la incertidumbre respecto al límite temporal que tendrá la emergencia convive con lo incierto que resulta el futuro del país en un proceso constituyente o el lugar social que ocuparemos en la sociedad que se construya. Estos miedos se sustentan en la desconfianza de las personas respecto a las instituciones, instalada ya por décadas en el seno de nuestra experiencia social. En dirección complementaria, la desconfianza amenaza con crecer entre las mismas personas, lamentablemente, a raíz del persistente disciplinamiento que han desplegado los medios de comunicación, desde donde se nos ha enseñado a temer al vecino. El saqueador de supermercados de octubre es presentado ahora como el acaparador en cuarentena en los mismos supermercados; el evasor, el violento callejero, es evocado hoy en el inconsciente como un portador del virus que camina por las calles. En ambos, la indisciplina es motivo de desconfianza, por tanto, fuente de miedo y, en consecuencia, una amenaza que debe ser controlada. El control del contagio ha perdido importancia en servicio del control social, lo que claramente no contribuye al sentido de tejido social que es tan relevante construir en estos momentos. Reconstruir las confianzas sociales que sustenten el desarrollo social y humano es una tarea de validación y reconocimiento de las capacidades sociales que se han puesto en juego tanto para hacer frente a esta amenaza sanitaria como a otras, de otro tipo, que se han vivido previamente. La crisis de confianza no puede abordarse sólo a través del control social, sino que debe considerarse, además, la protección, lo que implica, entre otras cosas, la regulación de abusos laborales y la especulación de los precios en bienes y servicios, por mencionar algunos. 

4. Que la vulnerabilidad es mayor cuanto más individualismo hay en el sistema social. La experiencia subjetiva de vulnerabilidad impacta incluso psicológicamente cuando seguimos pensando, casi de manera automática, que los problemas se resuelven a través del esfuerzo individual. Un país como el nuestro, que vive acostumbrado a evaluar sus éxitos y fracasos según la capacidad competitiva y el mérito con que se gana un beneficio, entra en crisis al ver que la vida de unos depende del cuidado de otros, que la subsistencia aislada requiere del contacto físico, que la sobrevivencia precisa de respeto mutuo y responsabilidad compartida. Aprendimos a sentirnos vulnerables no cuando somos vulnerados en nuestros derechos, sino cuando no somos capaces de aguantar la vida que nos tocó. Por fortuna, hay unos pocos momentos en la historia, como el que estamos viviendo en cuarentena, que nos enseñan que la vulnerabilidad no podemos enfrentarla solos. Tal vez esta sea la crisis más beneficiosa: la crisis del individualismo atraviesa el cuerpo, las creencias y las prácticas, reportándonos a la necesidad de una conexión que vaya más allá de la competencia, a una subjetividad en donde reconocernos como seres “socio-naturales” en un lugar común. Hoy hasta el individualismo siente miedo de quedar solo.

En suma, la situación de Chile ante el virus no presenta los mismos desafíos que en otros países, pues no es un problema exclusivamente sanitario. Se requiere una plataforma de estrategias integradas a nivel social y económico que garantice la supresión de las desigualdades en la exposición a la amenaza sanitaria, que distribuya equitativamente las herramientas de prevención y protección, y que sea garante de los derechos humanos.

El modelo de sociedad, tal como lo hemos venido experimentando, con pilares de inequidad, injusticia, desarticulación, desconfianza, miedo, vulnerabilidades, individualismo, muestra su crisis ante la emergencia sanitaria del Covid-19, un virus que vino a interpelar con fuerza la sustentabilidad y la dignidad con que lo enfrentamos. El virus podrá ser controlado, pero luego de su paso nuestra sociedad ya no puede –ni debe– ser la misma de antes.

Diego Matte: “Ceac TV reconecta y crea audiencias para la música clásica”

Si bien el proyecto del canal web llevaba años incubándose, su lanzamiento en diciembre pasado vino a hacer frente a la crisis social y luego sanitaria del Covid-19. Allí se transmiten semanalmente y en rotativo conciertos y presentaciones de la Orquesta Sinfónica, el Banch, la Camerata Vocal y el Coro Sinfónico. El abogado y director del Centro de Extensión Artística y Cultural de la U. de Chile, Diego Matte, explica los alcances de esta plataforma y describe cómo ha sido para los cuatro elencos artísticos nacionales sobrevivir sin poder contar desde hace un año con su sede, el Teatro Baquedano.

Por Denisse Espinoza

El primer cierre fue logístico. En marzo pasado, el Teatro Universidad de Chile cerró sus puertas debido a los preparativos para la construcción del proyecto Vicuña Mackenna 20, el futuro complejo universitario de esa casa de estudios, que incluye una moderna sala de conciertos. Con el teatro cerrado, el Centro de Extensión de la U. de Chile (Ceac) se quedó sin sede y sus cuatro elencos, la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro Sinfónico, la Camerata vocal y el Ballet Nacional Chileno (Banch), sin escenario para presentarse. Lo que sería una situación temporal se prolongó, primero por el estallido social del 18 de octubre, que concentró sus manifestaciones en Plaza Italia, y ahora por la llegada del Covid-19 a Chile, que tiene a toda la red cultural de salas en ascuas. 

El abogado y director del Ceac, Diego Matte Palacios.

Durante un año, Diego Matte, director del Ceac, ha sorteado cada crisis con ingenio y sin perder la esperanza de poder recuperar el espacio. “Efectivamente, ha sido difícil, veníamos trabajando muy bien con los elencos y es frustrante no poder llevar el ritmo creativo y artístico que queremos, pero también, por otro lado, son momentos históricos y ese trabajo previo y positivo que veníamos haciendo ha rendido frutos ahora para aguantar la crisis. Personalmente, también ha sido agotador intentar reinventarnos, buscar alianzas con otros teatros y soluciones que nos mantengan vivos”, reconoce el abogado, quien fuera antes director del Museo Histórico Nacional entre 2012 y 2014.

En enero, Matte dio a conocer parte de la programación de la orquesta y el ballet, cuerpos que se presentarían en diversos escenarios. El 9 de abril, por ejemplo, el director Francisco Rettig dirigiría el Réquiem de Mozart, uno de los clásicos de Semana Santa, en el Teatro Caupolicán. Este fin de semana, invitado por el Ceac, el célebre pianista Peter Donohoe tocaría el Concierto N°1 de Tchaikovsky en CorpArtes, y por estos días el Banch remontaría Giselle en el Teatro Municipal de las Condes. “Quedó todo cancelado por el Coronavirus y, claro, es difícil reprogramar sobre todo las visitas internacionales. La verdad, estamos reevaluando el programa para volver el segundo semestre, tenemos las alianzas activas y nos ilusionamos con volver al teatro para celebrar algo del año Beethoven”, adelanta Matte.

Lo cierto es que ya en diciembre pasado el centro puso en marcha una de sus grandes apuestas digitales y que en estas semanas se ha vuelto fundamental para sortear el aislamiento producto de la pandemia. Ceac TV es un canal cultural musical que transmite de forma rotativa el registro de los conciertos y puestas en escena de elencos nacionales de los últimos cuatro años, además de las entrevistas del programa radial Con Cierto Oído, que desde 2019 conduce el concertino de la Orquesta Sinfónica, Alberto Dourthé, y que transmite todos los lunes, a las 18 horas, la Radio Universidad de Chile. Y aún más: la idea es sumar eventualmente al canal documentales y películas relacionadas con la música docta y la danza contemporánea. Para la próxima semana, Ceac TV renovará su parrilla con un programa familiar pensando en las vacaciones escolares, adelantadas por el Coronavirus. El repertorio contará con obras como Pedro y el Lobo de Serguei Prokofiev, dirigida por Jorge Rotter, la Sinfonía de los Juguetes de Leopold Mozart y un concierto de Mazapán Sinfónico, con la orquesta dirigida por Francisco Núñez.

La Orquesta Sinfónica de Chile presentando el Réquiem de Mozart, con la dirección de Ola Rudner. Crédito de foto: Ceac.

¿Cómo nace la iniciativa de Ceac TV?

Cuando llegué, hace cuatro años, al Ceac me llamó la atención la existencia de muy pocos registros históricos audiovisuales de los elencos, la mayoría de hace unos 30 o 40 años, pero hasta ahora había un gran vacío. Tampoco había una biblioteca sistematizada con el material, entonces lo que empezamos a hacer fue generar ese archivo. Porque lo cierto es que nosotros generamos mucho contenido, hay semanas en que hacemos dos conciertos, una puesta en escena de danza, se presenta el coro, etc. Desde que empezamos a grabar hasta ahora, tenemos unos 300 grabaciones de conciertos, cerca de 15 programas distintos de ballet y unas 20 presentaciones de conciertos de piano y otros registros del coro y la camerata. Con todo ese material, además del programa de radio Con Cierto Oído, formamos una parrilla programática; no queríamos simplemente colgar archivos a la web como si fuese YouTube, sino que hacer una propuesta cultural que se va renovando cada una o dos semanas.

Aún en marcha blanca, Ceac TV transmite desde las 9 a las 20 horas y para esta Semana Santa, por ejemplo, programó obras como Stabat Mater (1950) del francés Francis Poulenc, el Réquiem (1791) de Mozart y Tierra Sagrada (2018) del autor local Nelson Vinot. Matte cuenta que la idea a futuro es poder transmitir en streaming y todos los viernes desde el Teatro Baquedano, además de ofrecer contenido cultural durante la semana.

En este periodo de cuarentena por la pandemia se han fortalecido los canales digitales y muchos han empezado a impulsar la cultura en Internet de forma gratuita. ¿Te parece que puede ser eventualmente riesgoso profundizar la idea de que la cultura debe ser gratis?

Creo que el riesgo existe, pero yo no le tendría miedo. Hay una falsa sensación de que Internet es exhaustivo, de que allí puedes encontrarlo todo y no es tan así. Google va priorizando las búsquedas según la popularidad de los contenidos, entonces al final los contenidos culturales se van acotando, y cuando tú buscas más especificidad, versiones de calidad no las encuentras, en el caso de las películas es lo mismo: el cine arte queda de forma muy marginal en Internet, de hecho. Por un lado eso, y por otro lado, la experiencia de escuchar un concierto o un disco por Internet es infinitamente distinta a ir al teatro. Asistir al teatro es una experiencia física, intelectual y emocional incomparable. Cuando uno está en el teatro siente las vibraciones de los instrumentos, las cuerdas en las maderas, los bronces. Para nosotros, el Ceac TV nos reconecta con un público que quizás le ha perdido la pista a la orquesta por el tema de la crisis, pero también nos permite crear nueva audiencia para la música clásica. Estas plataformas digitales pueden generar una primera inquietud en un público que luego los lleve a asistir al teatro y esa es la apuesta. Romper con esa idea de que la música docta o la danza es para una elite o es complicada, y poder mostrar lo que verdaderamente hacen nuestros músicos, cantantes y bailarines.

El Banch en escena con Giselle. Contrapunto y revisita, de Mathieu Guilhaumon. Crédito de foto: Ceac.

¿De qué forma este año de crisis que ha vivido el Ceac, alejado de su teatro, ha sido una oportunidad para reformularse?

La prioridad del centro y mi trabajo siempre ha sido generar las condiciones necesarias para que los conjuntos desarrollen su labor artística, poder crear, estrenar obras y presentarse a público. En ese sentido, ha sido complejo, pero la idea siempre ha sido buscar alternativas, adaptarse. Ahora, en cuarentena, simplemente no podemos hacer funciones, pero la vocación de ser una institución cercana a la gente nunca ha cambiado, siempre ha sido esa, desde la política de precio accesible que tenemos hasta el lugar en el que estamos ubicados, en plena Plaza Italia. En este año hemos logrado crear alianzas con otros espacios para seguir tocando y, de hecho, antes de la pandemia hicimos giras internacionales muy importantes e históricas para nuestros elencos. Con la Orquesta Sinfónica fuimos a Lima, se presentaron en el Teatro Nacional de Perú, que es un teatro maravilloso y al que la orquesta hace más de 30 años que no asistía, y también fuimos a Buenos Aires. Aunque parezca increíble, era la primera vez que la orquesta se presentaba en esa ciudad. Tocaron en la sala La Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner, que es una maravilla y que es un poco el modelo de sala que queremos lograr acá en términos acústicos. Además, el Banch hizo una histórica gira por cinco ciudades de Francia, con un tremendo éxito, y también estuvimos con ellos en la Bienal de Cali, en Colombia. Entonces, en ese sentido, fue un año super bueno, pero desde la llegada de la pandemia el contexto es otro, más dramático.

En contexto de cuarentena, el ritmo de músicos y bailarines queda suspendido. ¿Cómo se están haciendo cargo de ese problema?

Eso es lo más complejo, porque nuestra prioridad siempre son los artistas y buscar los espacios y las instancias para que se sigan desarrollando. Reunirse a ensayar para una orquesta es vital, al igual que para los coros y los bailarines del Banch; estar parados mucho tiempo les significa un deterioro físico y emocional. Ellos son artistas y necesitan de esa contención emocional también. Como equipo hemos estado preocupados de eso, de monitorear la situación de cada uno, de brindarles apoyo y tranquilidad sobre sus puestos de trabajo, de seguir pendientes de la situación económica de la institución, etc. La verdad es que después de tanto problema que hemos tenido, se ha creado una verdadera hermandad en torno a la desgracia.

Sabemos que el futuro es difícil de predecir, pero ¿qué está proyectando el Ceac en su regreso?

Esperamos en el segundo semestre retomar la celebración de los 250 años del nacimiento de Beethoven, que más bien será el cierre. Nuestra idea es hacer presentaciones masivas y gratuitas, algunas de ellas en espacios públicos de la Novena Sinfonía. Además vamos a transmitir a través del Ceac Tv un ciclo de todas sus sinfonías y haremos conciertos educativos en torno a la figura de Beethoven. En agosto vamos a conmemorar los 60 años de la venida de Igor Stravinsky a Chile, quien estuvo en 1960 tocando y trabajando con nuestra Orquesta Sinfónica. Ese fue uno de los grandes hitos de nuestra institución y existe un registro que queremos editar, acompañado de un seminario sobre la gran influencia que tuvo su visita en el panorama artístico chileno.

Covid-19: ¿una nueva encrucijada para la ciencia ficción?

Desde siempre la literatura de ciencia ficción ha intentado anticipar el futuro de la humanidad. Julio Verne elucubró inventos extraordinarios como el helicóptero y el submarino antes del 1900 y H.G. Wells escribió sobre un arma capaz de acabar con miles de vidas usando radioactividad en 1914, 30 años antes de que se desarrollara la bomba atómica. El género también ha hablado de ataques extraterrestres y virus letales que han amenazado con la extinción de la especie. En su momento, todas han parecido historias fantásticas en mundos imposibles, pero si miramos más allá, la ciencia ficción nos ha otorgado reflexiones profundas sobre los dilemas de la ciencia y los límites del ser humano. ¿Qué hace la literatura cuando la realidad misma se vuelve ciencia ficción? Ahora que vivimos en medio de una pandemia global que aún no ha sido controlada, escritoras y escritores locales, cultores y amantes (y no tanto) del género, intentan responder a esta pregunta.

Por Denisse Espinoza A.

En un futuro no muy lejano, un virus mortal y contagioso sale desde un mercado de comida callejera en China y se comienza a propagar con rapidez en el planeta, matando a miles de personas. Los gobiernos de las potencias mundiales ordenan a sus científicos buscar frenéticamente una cura y le recomiendan a la población encerrarse en sus casas para evitar los contagios y que más personas sigan muriendo. Esta no es la premisa de un thriller de ciencia ficción, sino un resumen de lo que ha venido sucediendo en el mundo en estos últimos tres meses y medio, desde que el Covid-19 se transformó en la mayor pandemia en lo que llevamos de siglo.

En la película Contagio de 2011 Gwyneth Paltrow es la paciente cero de una enfermedad muy similar a la del Covid-19.

Eso sí, en 2011 la película Contagio, de Steven Soderbergh, planteó un panorama similar a lo que vivimos hoy. En ella, un virus originado en Hong Kong mata a Gwyneth Paltrow (la paciente cero) en los primeros 15 minutos; la enfermedad se propaga con rapidez por todo el mundo y termina con una epidemióloga de la OMS como rehén para hacer un intercambio de las primeras vacunas. Un final no muy alentador para los tiempos que corren.

El autor de Logia, Francisco Ortega.

Si bien sorprende que el guión original de Scott Z. Burns hubiese vaticinado hace once años lo que nos ocurre hoy, lo cierto es que desde siempre la ciencia ficción se ha dedicado a anticipar los posibles destinos de la humanidad. Sin embargo, el hecho de que hoy nos encontremos viviendo en una especie de distopía, con el Covid-19 amenazándonos, ¿cambia de alguna forma los paradigmas del género? Para el escritor Francisco Ortega (1974), autor de Logia y El verbo Kaifman, los engranajes de la ciencia ficción seguirán su rumbo, pero es probable que el tratamiento del tema de las pandemias se modifique. “De ahora en adelante, la perspectiva será ultra realista. Cuando se escriba sobre las pandemias, no vamos a ver más movimientos de ejércitos ni presidentes heroicos ni tipos corriendo solos, sino que todo va a ser bastante más parecido a lo que sucede hoy”, augura. “Lo mismo ocurrió con los viajes espaciales, en los años 40 o 50, donde los viajes eran terriblemente intrépidos y las naves se movían como un avión, pero cuando empezaron las reales exploraciones espaciales, la ciencia ficción comenzó a ser más realista, los viajes duraban horas, días y meses. Con esto va ser lo mismo, habrá una representación realista del contagio, de las pandemias, vamos a dejar de lado las súper invasiones de zombies y la lectura militarista del tema”.

Antes del Covid-19, la humanidad ya se había enfrentado a epidemias, aunque menos globales. Una de las más devastadoras fue la peste negra en el siglo XIV, que arrasó con la mitad de la población europea, pero también tuvimos la gripe española de 1918, el cólera que se extendió en el siglo XIX y más recientemente la influenza AH1N1 en 2009, que de hecho fue la inspiración para el filme Contagio. Con estos antecedentes, la literatura de ciencia ficción, por supuesto, ya ha ahondado en el tema en novelas tan disímiles como La máscara de la muerte roja de Edgar Allan Poe, Pandemia de Wayne Simmons, La amenaza de Andrómeda de Michael Crichton o Tiempos de arroz de Kim Stanley Robinson, las que podrían ser una lectura recomendable en estos días. Una de las más recientes es The end of october, de Lawrence Wright, que se lanza este mes en EE.UU. y que incluso queda desfasada debido a las estrechas correlaciones que entabla con la realidad del Coronavirus. 

En The end of october, un epidemiólogo de la OMS viaja a Indonesia para investigar la muerte de siete personas por una desconocida fiebre hemorrágica, pero llega tarde, ya que un infectado se dirige a la fiesta anual del Hajj en Arabia Saudita, poniendo en riesgo a miles de fieles que van a La Meca. El mismo autor se refirió al tema en una columna publicada el 12 de marzo en el New York Times: “Mi libro no es profecía, pero su aparición en medio de la peor pandemia de la memoria viva tampoco es casual. Comenzó con una simple pregunta del cineasta Ridley Scott, que había leído la novela postapocalíptica de 2006 de Cormac McCarthy, La carretera, y me preguntó: ¿qué pasó? ¿Cómo podría la civilización humana llegar a estar tan rota? ¿Cómo podríamos dejar de preservar las instituciones y el orden social que nos definen cuando nos enfrentamos a algo inesperado, una catástrofe que, en retrospectiva, parece casi inevitable?”, escribió Wright sobre el origen de su libro.

No era primera vez que una obra suya tenía aires proféticos. En 1998, el mismo Wright co-escribió el guión de la película The Siege, donde Denzel Washington y Annette Bening se enfrentan a unos islamistas radicales que estaban detrás de unos ataques terroristas en Nueva York. La cinta fue un fracaso de taquilla, pero después del ataque a las Torres Gemelas volvió en gloria y majestad a los blockbusters.

Jorge Baradit debutó en la literatura con Ygdrasil (2005), una novela ambientado en un México futurista. Crédito: Andrés Figueroa.

De alguna forma, la ciencia ficción tiene la capacidad de estar anclada en el presente para poner ojo crítico en cuáles serán las consecuencias de los actos del ser humano. “La ciencia ficción siempre es una flecha apuntando hacia lo desconocido, con la certeza de que lo imposible simplemente es lo posible esperando por suceder”, dice la escritora Francisca Solar (1983), autora de Prohibido entrar y amante del género. Lo mismo opina el escritor Jorge Baradit (1969), que partió en la ciencia ficción con libros como Ygdrasil y Synco, pero que en los últimos años se sumergió a explorar en los hechos pasados, volviéndose un superventas con Historia secreta de Chile. “La ciencia ficción es el género más realista de todos y generalmente da cuenta, a la manera de metáfora, con más precisión de lo que ocurre a nuestro alrededor que otros géneros. A veces me parece que es un símil al mundo de los sueños, que a través de imágenes y metáforas, refleja narrativamente el estado de nuestra psique”, lanza Baradit.

Francisco Ortega va más allá y plantea que la ciencia ficción merece una mayor valoración como hoja de ruta de la humanidad y que no sería mala idea comenzar a mirarla con ojos más serios. “La ciencia ficción siempre ha tenido una función social, pero no nos damos cuenta. Se ha adelantado a todo, desde lo tecnológico hasta lo social. A fines de los 70, lo que hizo el cyberpunk fue proponer un futuro donde prácticamente no iba a haber fronteras, no iba a haber países sino que todo iba a estar gobernado por mega corporaciones con una visión mercantil y neoliberal descontrolada, y eso es justo lo que hay hoy en Occidente, y es lo que estamos pagando. Si hubiésemos puesto mucho ojo en la literatura de William Gibson o de Philip K. Dick, hubiéramos estado preparados para lo que está pasando ahora en la economía, por ejemplo. Ahora han surgido varias novelas sobre la proliferación de movimientos fascistas en Occidente o el alzamiento del Islam en Europa, que está en una novela de Michel Houellebecq (Sumisión), o, por supuesto, el tema de la inteligencia artificial”. Habría que estar atentos.

Los cierto es que en el último tiempo la ciencia ficción está proveyendo cada vez menos utopías y muchas más distopías. Es difícil augurar un futuro esperanzador para la raza humana teniendo en cuenta situaciones extremas como el cambio climático o viviendo ahora mismo en medio de una pandemia global. “Mucho han intentado las editoriales cambiar el aire sombrío de la ciencia ficción. Cada cierto tiempo anuncian al autor ‘que dará fin a la ola distópica de la ciencia ficción’, pero la ola sigue avanzando y con muy buena salud, porque es la expresión de un conflicto no resuelto de nuestro paradigma productivo social tecnológico industrial”, dice Jorge Baradit, y apunta: “Hace unos días el representante del gobierno salió con mascarilla a decir por TV que había una guerra mundial por los respiradores y las mascarillas, lo que había desatado una ola de piratería internacional por insumos médicos. Entonces, una misión secreta de la Fuerza Aérea despegaría para rescatar las máquinas que le permitirán vivir a los enfermos crónicos que mueren en nuestro país. Si eso ya no es ciencia ficción o thriller tecnológico, no sé para qué ahondar en el asunto”.

El cronista y escritor Rafael Gumucio.

Rafael Gumucio, quien no es precisamente un escritor de ciencia ficción ni tampoco un asiduo seguidor del género, repara en que hoy está siendo complejo emprender cualquier escritura en medio de esta crisis mundial. “Para mí, la ciencia ficción se acabó, cualquier cosa que uno imagine después de esta pandemia va a ser poco. Lo que pasa es que yo creo que la ciencia ficción ha quedado muy averiada en términos de imaginar un futuro, todo en adelante será distópico y quienes escribimos del presente también lo tenemos difícil”, confiesa el autor de Nicanor Parra, rey y mendigo. “Imagínate, yo siempre he querido ser intérprete de lo que ocurre, contar lo que está pasando y dar una respuesta a eso, pero ahora apenas escribo algo sobre lo que está pasando, está pasando otra cosa. Entonces hay un regreso al yo, a lo que me pasa a mí, a lo que yo estoy viviendo, lo que es muy triste, porque al final la novela clásica importante tiene como gracia extender el yo, pero esa capacidad abarcadora de la humanidad ya no es posible. Nos pasó a todos quienes escribimos sobre el estallido social, tengo un libro sobre el tema que debería aparecer ahora y la verdad es que no sé si tiene mucho sentido, es casi impublicable, se ha convertido en libros de ficción, en novelas”, señala Gumucio.

Baradit también comparte la idea de que la velocidad frenética con que está operando el presente impide asir la realidad y que es ese, justamente, uno de los desafíos de la ciencia ficción hoy. “Antiguamente, la ciencia ficción era algo que ocurría en un lejano futuro, pero desde William Gibson (considerado el padre del cyberpunk) la ciencia ficción se puede tratar de aquello que ocurre a escasos minutos del hoy. Más que nunca, existe una especie de literatura de anticipación ya casi en términos periodísticos. Un mañana literalmente mañana”, dice el autor de Héroes.

El día después de mañana

El término ciencia ficción fue acuñado en los años 20 y algunos dicen que en español es una mala traducción de science fiction y que debería ser llamada “ficción científica” o “ficción sobre ciencia”, lo que se ajustaría más a la función de ser un género especulativo que se sustenta en el campo de la ciencias naturales y sociales para generar mundos imaginarios, pero con un alto nivel de verosimilitud. Otros dirán, sí, que ciencia ficción va más acorde a su espíritu libre. La primera obra considerada como ciencia ficción fue escrita por una mujer: en 1918 Mary Shelley publicó Frankenstein o El moderno Prometeo. A partir de allí la corriente tomó diferentes aristas: desde la creación de robots y cyborgs hasta historias de alienígenas que invaden la Tierra, pasando por viajes espaciales y mundos apocalípticos donde los regímenes políticos son la clave.

En 1968 Stankey Kubrick llevó a la pantalla grande el clásico de ciencia ficción 2001, odisea en el espacio de Arthur C. Clarke.

Se habla de la edad de oro, que va entre fines de los 30 y fines de los 40, cuando se consagran maestros como Isaac Asimov (Yo, robot), Arthur C, Clarke (2001, odisea en el espacio) o Robert A. Heinlein (Estrella doble), y la ciencia ficción gana estatus de género literario. Tanto es así, que otros autores que no se dedicaban al género comienzan a incorporarlo en sus producciones como Karel Čapek, Aldous Huxley, C.S. Lewis y Jorge Luis Borges. Chile se sumó a la ola también de la mano del escritor Hugo Correa, periodista y escritor nacido en Curepto, quien en 1951 publicó Los Altísimos -en la que el protagonista hace un viaje estelar al planeta Cronn- la que fue traducida a 10 idiomas, antologada en la prestigiosa revista The Magazine of Fantasy and Science Fiction y elogiada por el mismo Ray Bradbury.

Tras la Segunda Guerra Mundial, vendría la edad de plata hasta 1965, donde aparecen libros fundamentales como 1984 de George Orwell, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, El hombre en el castillo de Philip K. Dick, Duna de Frank Herbert y La naranja mecánica de Anthony Burgess. En todas ellas se cuela la crítica social y política a los modelos imperantes y se vaticina una época cada vez más distópica. Además se crea el Premio Hugo, máximo galardón del género, bautizado así en homenaje a Hugo Gernshback, fundador de la revista de ciencia ficción pionera, Amazing stories, en 1926.

Entre el 65 y 70 se produce una nueva ola de gran experimentación con autores como William Burroughs (Ciudades de la noche roja) y JG Ballard (Crash), que se sumergen en temas menos explorados como la consciencia, los mundos interiores y los dilemas morales. La década de los 80, en tanto, dio paso al nacimiento del llamado cyberpunk, del que no hemos vuelto a escapar y que se caracteriza por una visión pesimista y desencantada de un futuro dominado por la tecnología y con un capitalismo desatado. De allí son las cosechas de autores como William Gibson, Bruce Sterling y Neal Stephen. Este último, en 1994 lanzó Snow crash, la primera novela catalogada como postcyberpunk, una corriente que suele tener una visión más positiva de las computadoras e Internet. Claro que de ahí en adelante los subgéneros con el apellido punk son abundantes, como el steampunk, de contenido retrofuturista porque suele mirar con ironía épocas pasadas, o el biopunk, donde la trama se centra en los avances de la biotecnología, ya sea en el futuro o en el pasado.

La autora de Ríos y provincias, Romina Reyes. Crédito: @cuteamateurphoto

“La verdad es que no soy experta en ciencia ficción, nunca me ha llamado mucho la atención, pero justo hace unos días hice una encuesta por redes sociales para que me recomendaran cosas y me llegaron un montón de respuestas. Me recomendaron mucho ver la serie West world y me retaron porque nunca había visto Blade runner”, cuenta la autora de Reinos, Romina Reyes (1988). “Creo que en la medida en que sentimos todo mucho más apocalíptico, sentimos también una cercanía mayor con la ciencia ficción. A mí me pasa que tal como el estallido social, lo de la pandemia nos vuelve a poner en un clima de incertidumbre total, ni siquiera sabemos si esta situación se va a acabar o simplemente esta es la nueva realidad. Siento que la literatura está en pana y no sé si mis amigos, compañeres, editores, libreres saben qué hacer, yo espero que sí. En mi caso, no pensaba escribir un nuevo libro, pero con la cuarentena creo que sí lo haré, y creo que le incorporaré por lo menos un poquito de distopía, quizás no tanto por la pandemia, pero sí por el sistema neoliberal, que hace rato está en jaque”, agrega Reyes.

El escritor Diego Zúñiga es uno de los fundadores de la editorial Montacerdos.

Sin tampoco ser un fanático, el escritor, periodista y editor Diego Zúñiga (1987) llegó a la ciencia ficción por lecturas laterales y quizás no tan evidentes, como las novelas del argentino Marcelo Cohen, que crea universos temporales difíciles de definir, y los ensayos culturales del británico Mark Fisher, donde mezcla política radical y cultura. “Estos autores me hicieron pensar en cómo la ciencia ficción y otros géneros afines hablaban del presente mejor que muchas novelas que se pretendían actuales. Hay una libertad en el género que les permite a ciertos escritores abordar lo político de una manera más inteligente. En ese espacio de libertad, la imaginación se desborda y puede pensar otras formas de relacionarnos política, social y afectivamente”, dice el autor de Racimo y Niños héroes. “Creo que justamente un contexto como el que estamos viviendo puede hacer que los lectores y escritores más afectos al ‘realismo’ puedan descubrir que la ‘realidad’ era más compleja de lo que pensaban, y que muchas de esas complejidades ya las habían trabajado hacía años autores como Philip K. Dick o J. G. Ballard. Me gustaría pensar que un escenario como el que estamos viviendo, al menos desde el lugar que estamos comentándolo, abrirá la cabeza de quienes escriben y leen”.

Armando Rosselot es autor de la tetralogía de ciencia ficción 8128. Este año lanza su libro final.

Sin duda, la ciencia ficción siempre ha sido el terreno fértil para la apertura de cabeza y como expresión artística que es, no está precisamente obligada a servir de brújula ni menos a encontrar las soluciones a las crisis existenciales de mujeres y hombres. En cuanto a lo que vivimos hoy, que es la aún inevitable propagación del Covid-19, los escritores apuestan por cómo seguirá actuando la ciencia ficción en un contexto de crisis, la que puede volverse incluso parte de la normalidad. “Hay un abanico enorme de posibilidades. Se puede profundizar algo más en lo del Covid-19, en posibles cambios o mutaciones, pero también es factible, y a mí personalmente me atrae más, que se puedan agregar nuevas problemáticas a nivel de género, como en el biopunk o postbiopunk, en donde la raza humana aprendió con dolor lo que sucedió, tomando medidas de todo tipo, o que la tragedia quede en el olvido y volvemos a lo mismo otra vez”, plantea el escritor de ciencia ficción Armando Rosselot (1967).

En 2018, él mismo abordó el tema en su novela El orden: tras una pandemia programada, el mundo sucumbe y se abre un portal en el espacio tiempo donde se establece un nuevo orden en manos de seres alienígenas. “Lo principal de la historia es la redención y sacrificio del personaje principal: un hombre lleno de dudas y miedos”, explica Rosselot, quien este año publica El laberinto de Margot y Eva, el final de su tetralogía 8128, ambientada en un futuro ultra tecnologizado y protagonizada por un niño que tiene poderes telepáticos. “Para mí, lo lógico es que en esta nueva era se ahonde más en el resultado de los grandes cambios que en su proceso, en cómo ha cambiado la manera en que los seres humanos piensan y viven, si es que ellos van estar dentro de la trama, de su interacción con lo que los rodea, el vínculo con lo divino, su fragilidad como organismo viviente (y también en lo social) y los nuevos horizontes; tal vez sea una especie de nueva new age”, dice Rosselot. 

La escritora y periodista Francisca Solar.

Más que vaticinar, la escritora Francisca Solar prefiere esperar y sorprenderse con lo que la ciencia ficción pueda deparar, sin embargo, apuesta por más libros sobre pandemias, seguro. “Las plagas, epidemias y catástrofes sanitarias siempre han sido un tema atractivo en la ciencia ficción y seguirán siéndolo. Sin duda, habrán muchos queriendo contar experiencias extraordinarias vinculadas al Coronavirus, pero como la crisis de Covid-19 ya es una realidad presente, deja de ser territorio de la ciencia ficción, que se preocupa por el futuro. A la rápida pienso que veremos bastante de nuevas enfermedades y otros tipos de control de población, nuevas dinámicas sociales a partir de reglamentos sanitarios mundiales, cambios drásticos en los ecosistemas y los siempre bien ponderados escenarios pre y postapocalípticos”, agrega Solar.

“Quizá qué libros irán a surgir después de esta crisis”, dice Diego Zúñiga. “En todo caso, si logramos sobrevivir a la pandemia, no hay que olvidarse de que ya estábamos en una crisis brutal, entonces creo que desde antes había que pensar en qué libros se escribirían ahora, después de lo que estábamos viviendo”.

Es cierto, Chile vivía su propia crisis social desde el 18 de octubre pasado, que nos había puesto a reflexionar sobre la sociedad que hemos estado construyendo. La pandemia sólo vino a agudizar este panorama, y eventualmente la literatura –y, cómo no, todas las artes- acudirá, tarde o temprano, al llamado, ya sea en formato de novela, ensayo histórico, filosofía dura o ciencia ficción, de intentar entender hacia dónde nos dirigimos y qué podemos aún solucionar como sociedad.

“No se trata, por supuesto, de que ahora uno tenga que escribir ‘la novela sobre el estallido social’ o ‘la novela sobre la pandemia’”, dice Zuñiga. “Sólo creo que estas experiencias que hemos vivido en los últimos meses inevitablemente nos han cambiado como personas, y eso, inevitablemente, se traducirá de alguna u otra forma en lo que escribimos, en lo que pensamos, en la forma en que leemos”.