Para el 2020 se estima que se graduarán más de mil estudiantes de doctorado al año en Chile. Muchos de ellos han estudiado en el extranjero y otros en Chile gracias al apoyo del programa Becas Chile. Sin embargo, hay una cláusula clara en el contrato: deben retribuir al país lo invertido en ellos trabajando en instituciones chilenas durante varios años para aportar en investigación e innovación. El problema es dónde.
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El periodista británico lleva una década investigando e informando sobre el tráfico de drogas y el crimen organizado. Es autor de dos best sellers, El Narco: en el corazón de la insurgencia criminal mexicana y Caudillos del Crimen. De la Guerra Fría a las narcoguerras, investigaciones rigurosas en las que Grillo construye un relato con cifras, personajes y escenas –como el descubrimiento de una narcofosa, una tumba del narcotráfico en el estado de Guerrero, México- de la guerra criminal que asola actualmente a los países de Centro y Latinoamérica.
Por Ana Rodríguez | Fotografías: Gentileza de Ioan Grillo
Ioan Grillo (1973) llegó a vivir a México a fines del 2000. Su intención era estar un par de años, pero ya suma 17. Cuando arribó, un día antes que Vicente Fox tomara el poder, Grillo tenía una idea un poco romántica sobre las disputas entre izquierda y derecha y las guerras civiles de Centroamérica en los ochenta. Pero en esa época la realidad era que la guerrilla de izquierda estaba muy disminuida y el rumbo en general iba hacia la democracia.
El choque con el tema del narcotráfico vino después, cuando Grillo empezó a ver el problema de las drogas muy cerca suyo; la cocaína y “piedras” moviéndose en las calles cercanas. En el periódico The News, que publica en inglés en México, comenzó a especializarse en crimen y narcotráfico. Años después escribió para The Houston Chronicles, de Texas, y para la agencia AP, además de medios como Time Magazine, entre otros. A casi diez años de la llegada de Grillo a México, el problema de las drogas estaba adquiriendo otras dimensiones.
-De repente no era una historia o una nota policiaca, sino una cuestión de seguridad nacional. No sólo de seguridad pública. También un problema de derechos humanos, con miles de refugiados, con fosas con más de doscientos cadáveres. Y ahí perdió esta cuestión romántica para volverse una cuestión terrorífica, de mucho horror y dolor de la gente- dice.
En tu primer libro El Narco hablaste de México, pero en el segundo, Caudillos del Crimen, cruzaste la frontera y abarcaste el resto de la región, con países como Jamaica y Brasil. ¿Cómo operan los cárteles en el resto de los países?
-El narcotráfico y el crimen organizado son dos cosas conectadas pero que son distintas. En México, cuando hablan de “el narco” hablan en general del crimen organizado. Mucho de lo que hacen no tiene que ver con las drogas. Están robando petróleo, extorsionando, secuestrando. Si hablamos del narcotráfico y el crimen organizado en América Latina encuentras diferencias en cada país, pero también cosas en común importantes. Cuando comparo en el libro un cártel en México, que son los Caballeros Templarios, una pandilla en Centroamérica, una en Jamaica, y el Comando Vermelho en Brasil, encuentras cosas en común: todos tienen un uso de violencia muy fuerte, basado en un reclutamiento masivo de jóvenes de zonas pobres que son pagados y entrenados y siguen órdenes para matar. También todos tienen un control del territorio y tienen – en México les dicen “halcones”- personas que vigilan quién entra y quién sale. Es un control territorial relativo, en que el Estado sigue entrando en estas zonas, pero con problemas. Otra cosa interesante es la forma en que los grupos tienen un sistema de justicia alterna. Si alguien en el territorio por ejemplo viola a una mujer y no tiene permiso, muchas veces ellos tienen sus juicios y castigos alternos. Lo ves en Jamaica, México, Centroamérica, Brasil. También hay diferencias muy grandes. En México los cárteles ganan miles de millones de dólares traficando la droga hasta Estados Unidos. Los MS13 en Centroamérica tienen recursos bajos, principalmente de extorsión, de negocios chicos. En Brasil tienen sus recursos principalmente de la venta de cocaína y marihuana a nivel local.
Chile es un país que tradicionalmente parecía estar fuera de este panorama. Siempre se cree que estamos un poco marginados de los problemas latinoamericanos y de a poco nos damos cuenta de que sí hay corrupción y sí también tenemos narcotráfico. Hace poco tiempo salió en la televisión chilena un reportaje que hablaba de cómo un gobierno comunal estaba corrupto por el narcotráfico. Era algo sabido. ¿Cuáles crees tú que son las primeras señales de que el narco está entrando en un sistema?
-Cuando estaba reporteando América Latina, buscaba pará- metros un poco más claros para entender este fenómeno; cuándo llega esa narcoguerra a México, cuando se pasa un cierto nivel de homicidios; cuando llegas a Honduras y tienes más de 50 homicidios por 100 mil habitantes; o por los tipos de violencia, cuando empiezan a usar, por ejemplo, lanzacohetes, cuando empiezan a tener 50 personas peleando en un momento, masacres con 25 víctimas. Es muy difícil y no hay académicos tampoco que hayan puesto parámetros muy claros para entenderlo. Es el problema con estos conflictos, que no son como las guerras tradicionales. Pero yo creo que podemos ver etapas y niveles. En América Latina y el Caribe encuentras unos diez países que tienen una situación crítica con crimen organizado o narcotráfico. Y luego encuentras otros países que no tienen un nivel crítico pero sí tienen rasgos de eso. Por ejemplo Ecuador o Perú. Que sí encuentro narcotraficantes, sicarios pagados, pandillas grandes, policías corruptas, pero no tiene el nivel crítico como lo tienen partes de México u otros lugares. En México los sicarios llegan a un nivel que puede ser 500 sicarios enfrentando a 2000 policías federales. Que pueden tener un lanzacohetes, que pueden tumbar un helicóptero militar. Si llegan al nivel en que pueden tener más de 250 víctimas en una fosa, sabes que es una tendencia muy peligrosa. Y si empieza a haber en un país sicarios armados, equipados, creciendo, tienes que atender, dar atención. Es mucho más difícil en México, o en lugares donde ya la situación es crítica, resolverlo, que cuando ya está la situación creciendo. No conozco la situación de Chile profundamente, pero cuando el tema está creciendo es cuando sí hay chance todavía de responder a este fenómeno y evitar que llegue al nivel de otros países.
Decías que el control territorial en muchas ciudades de Latinoamérica todavía está en manos del Estado, que todavía podía entrar a ciertos territorios. ¿Qué pasa cuando los gobiernos locales, -hablando del caso chileno- podrían estar corruptos?
-El control territorial del narco es relativo, o el control del Estado es relativo. El narcotráfico es muy diferente a cómo opera una guerrilla como el Estado Islámico o con el Che Guevara en América Latina, que empieza a tomar territorio en el campo y van ampliando mientras ellos controlan y no dejan entrar al Estado. Es más como una guerrilla urbana que se esconde en las casas y a veces ataca y a veces se esconde. Quiere tener el monopolio del narcotráfico, de las extorsiones, los secuestros. Luego ofrecen un sistema alterno de justicia, que normalmente es monopolio del Estado. También tienen las policías locales corruptas y controladas por ellos. Pasa muchas veces, sobre todo en México, que las policías locales empiezan a ser sicarios trabajando para ellos. Luego los alcaldes. Otra cosa que a ellos no les importa es, por ejemplo, brindar educación en las escuelas. No tienen una visión ideológica, como el Estado Islámico; ellos dejan que las escuelas trabajen y a veces cobran a los maestros. Dejan que el Estado venga a quitar la basura, dejan que cobren la luz. Al ejército o las fuerzas federales de México los dejan entrar y se esconden. Y cuando se van, vuelven a la calle. Entonces es un control relativo. Es una amenaza muy fuerte al Estado, que no controla cuándo los grupos operan.
La tesis de tu primer libro, el narco, fue que en México hay una insurgencia criminal.
-Usé la cuestión de la insurgencia para decir que esto es mucho más que crimen, que lo que estás viendo en México es más un conflicto armado, al nivel que parece muchas veces una insurgencia, y la forma en que los grupos operan se puede comparar con insurgentes. Aunque también hay muchas diferencias. Su táctica es muy parecida a una insurgencia o guerrilla tradicional, atacando, emboscando, pero su estrategia es diferente: no buscan tener poder en la presidencia y controlar el país, sino defender sus intereses criminales. Y otra diferencia fuerte es que no tienen ideología marxista, nacionalista, religiosa. A veces tienen pseudoideologías, como los Caballeros Templarios, el Comando Vermelho en Brasil, que mezcla cuestiones como que están peleando por los pobres. Tienen códigos, símbolos, una cultura. Yo creo que en México es un poco sensible una comparación con insurgentes porque aquí son los héroes nacionales, los que pelearon contra España. En México en los últimos diez años la violencia está muy alta y tristemente no ha habido una estrategia buena del gobierno para vencer eso. Mi primer libro El Narco apareció el 2011, que fue en aquel tiempo el año más violento. Hoy podría decirse que el 2017 fue incluso más violento que todo el 2011. El gobierno federal no quiere hablar de conflicto armado en México porque es muy sensible para su imagen internacional, para el tema de la inversión, del turismo y también cuestiones legales. Yo pienso que sí hay un conflicto armado en México, lo que pasa es que no es como una guerra civil tradicional.

¿Crees que este conflicto armado permanente puede desembocar en una crisis humanitaria?
-Pues sí, ya ha sido en partes de México una crisis humanitaria. No sabemos bien el número de muertos por parte del narcotráfico. En diez años se habla de más de cien mil homicidios, más de 30 mil desaparecidos. Miles de personas que han huido de sus casas, cambiado de residencia o ido a Estados Unidos. Podemos hablar de un desastre humanitario en estas zonas. Hubo mucho miedo el 2011, cuando publiqué el primer libro, vimos una escalada de violencia muy fuerte que iba a llegar a una crisis más profunda todavía, que podría ser desestabilizadora del país. Y no llegó a eso. Fue una zona en particular, lo vemos en Michoacán, en algunas partes, pero no se convirtió en una cuestión general. Pero sí ha sido un conflicto endémico, que crece año a año, que no tiene un fin claro ni objetivos claros, en que sigue habiendo más sicarios, combatientes, más Estado reprimiendo, más negocios y se sigue peleando.
Estructura y narcocultura
En Caudillos del crimen explicas que buscas las causas estructurales, políticas, económicas, que llevan al narco a prosperar. ¿Con qué te has encontrado, cómo te vas explicando el fenómeno del narco en Latinoamérica?
– América Latina es la zona en el mundo donde más droga se produce de forma ilegal. Tiene casi el monopolio de cocaína, también un gran porcentaje de heroína, metanfetamina, marihuana. Y tiene el mercado más grande que es Estados Unidos, más Canadá y Brasil, que es el segundo país en consumo de cocaína después de EEUU. La ONU piensa que son más de 30 mil millones de dólares que cada año genera el narco en México. Si lo ves en diez años, son 300 mil millones de dólares; en treinta años son casi un trillón. Hay muchos países con desigualdad y pobreza, pero es también muy fuerte en América Latina y lo ves en la historia de zonas pobres, como en Brasil las favelas, muy emblemáticas de eso. Muchos de estos lugares hoy en día ya no son como antes, un paso para buscar algo mejor. Hay mucha gente que nace ahí, sus papás y sus abuelos nacen ahí, y el futuro que ven para ellos es ahí mismo, donde además hay grupos muy fuertes. Por último están los sistemas de justicia, que en la mayoría de los países son disfuncionales. No está funcionando en México, Brasil, El Salvador, ni Honduras.
También son países que se han neoliberalizado desde los ‘80 a la fecha. Se le da quizás más valor al dinero fácil o se mitifican figuras de narcotraficantes, como grandes rockstars, tal como hablas en tu libro, versus figuras más tradicionales latinoamericanas, de los revolucionarios que lucharon por justicia.
-Sí, yo creo que eso es un factor. En mis libros intento darle peso a la cultura como un factor que explica, pues lo veo muy interesante. Llama la atención el tema de las telenovelas, cuántas son de narcos. El patrón del mal, La reina del sur, El señor de los cielos. En México, a las horas más populares, cada canal tiene algo del narcotráfico. En el tiempo de Calderón intentaron hacer una novela sobre policías, meter el género de las policías, pagando y todo, que se llamaba El Equipo, que no tuvo éxito. Para mí es interesante la figura del Che Guevara y del Chapo Guzmán. Los dos son “Ch-Gu”. El Chapo se ha convertido en una figura reconocida a nivel mundial. En Estados Unidos la cantidad de gente que conoce quién es Guzmán es impresionante. En México, si le preguntas a un niño de ocho años quién es Chapo Guzmán, va a saber. Si preguntas quién es Che Guevara, no lo van a saber. Digo esto como figuras tan diferentes en todos aspectos: Chapo Guzmán, que viene de la pobreza y llega a la riqueza, es visto como un antihéroe.
¿Cómo definirías la narcocultura?
-Narcocultura es la cultura que usa el ambiente del narcotráfico. Pero también se convierte en una subcultura vendible, que otras personas que no están en esto les gusta y quieren imitarla. En México esto sucede sobre todo en Sinaloa, que tiene una narcocultura más clara, porque el narcotráfico lleva cien años ahí. Está definido por la música de los narcocorridos, todo un género en que muchas veces los narcotraficantes pagan a los músicos para hacer canciones sobre ellos. Y esta cultura también se ve en la ropa que usan, que combina cosas de vaquero más tradicional con lo moderno. Las mujeres, a quienes muchas veces quieren pagarles sus cirugías plásticas; ropa que las muestra impresionantes, así ellos se sienten más “chingones”. Hay mujeres que también son jefas y sicarias; hay otras que ven positivo ser la novia del traficante o la esposa. Es un camino de riqueza y poder. También las casas son ostentosas. Toda la narcocultura es ser ostentoso, rebelde al mismo tiempo. Una cosa que me llama la atención: estaba viendo la colección de armas de un narcotraficante, que tienen armas con diamantes y varias cosas. Y tenía un arma que tenía una imagen de Pancho Villa, otro que tenía la imagen de Versace. Entonces al mismo tiempo les gusta identificarse como un rebelde, contra el sistema, y con un ícono de la moda y la riqueza. Es una cosa rara que se expresa muchas veces en la narcocultura.
Este problema, que ya es estructural, ¿se puede combatir? ¿Sirven las políticas públicas a estas alturas, cuando ya está el poder corrupto? ¿Es un camino la legalización de las drogas?
-Lo dijiste en la pregunta, es uno de los retos más fuertes. Uno quiere que el sistema político resuelva eso, pero cómo puede resolverlo, si el sistema está corrupto. Si hablamos de soluciones, yo lo veo en tres áreas. Una es la reforma de la política de la droga. Hace diez años muchas personas dijeron que era imposible hablar de legalizar la marihuana. Y ya está legalizada en varios estados de Estados Unidos y otros países como Uruguay. No necesariamente legalizarlo todo. Hay que legalizar una parte e intentar reducir el mercado negro, para que el narcotráfico en su conjunto sea menos rentable de lo que es ahora. Segundo, qué políticas públicas realmente pueden ayudar al problema de la pobreza y los marginalizados. Y tercero es cómo hacer un sistema de justicia que funcione. Es difícil cuando el mismo Estado es corrupto, pero tiene que tener una presión ciudadana de buscar sistemas de justicia que funcionen. En México la sociedad civil es fuerte en algunos lugares. Tenemos que criticar pero además proponer.
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Barbara Cassin es conocida por haber dirigido una monumental obra filosófica, en la que concurrieron durante doce años cerca de 150 especialistas de unas 15 lenguas actuales y antiguas: el Vocabulario Europeo de Filosofías (Seuil-Robert, 2004), también llamado ‘Diccionario de Intraducibles’. Galardonada con la mayor distinción para filósofos de su país (Grand Prix de Philosophie de l’Académie Française, 2012), Cassin también sabe moverse fuera de tierras académicas.
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Cuando Eduardo Engel encabezó el Consejo Asesor Presidencial contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la Corrupción, que se constituyó el 2015 para crear un marco que regulara el financiamiento de la actividad política, lo hizo convencido de que las crisis son oportunidades reales para hacer modificaciones que mejoren la calidad de las instituciones y la confianza hacia éstas. A dos años de ese trabajo, en conversación con el también académico de la Facultad de Economía y Negocios, Daniel Hojman, destaca que las reformas aprobadas “tomarán tiempo en rendir todos sus frutos, pero pueden cambiar el equilibrio político de una sociedad y llevar a una mejor democracia”.
Por Daniel Hojman | Fotografías: Alejandra Fuenzalida
Existe una tradición intelectual y académica importante en temas de corrupción y transparencia, que enfatiza el rol de la calidad de las instituciones para el desarrollo económico y político. ¿Hasta qué punto son amenazas u oportunidades para nuestro desarrollo?
– La primera decisión que tomamos en la comisión fue concebir los escándalos que motivaron la creación de la comisión como manifestaciones de debilidades institucionales. Fue así como enmarcamos el informe que preparamos dentro de una larga tradición en ciencias sociales respecto de la importancia de las instituciones para el desarrollo de los países. Las propuestas que hicimos apuntaron simultáneamente a los síntomas de estos problemas y a sus causas más profundas. Además, si uno mira la experiencia comparada, la mayoría de los grandes avances para fortalecer las instituciones democráticas suceden luego de escándalos de corrupción que se aprovechan para impulsar una buena agenda de reformas. Esto vale tanto para países desarrollados como para países en desarrollo. Así que la manera de entender la importancia de esta agenda es que se trata de aprovechar una oportunidad de hacer reformas del Estado que, bien hechas y manteniéndose en el tiempo, pueden hacer una diferencia muy grande, un antes y un después en el desarrollo de Chile. Son reformas que toman tiempo en rendir todos sus frutos, pero que pueden cambiar el equilibrio político de una sociedad y llevar a una mejor democracia.
Cuando uno leía estadísticas hace unos 10 ó 15 años, Chile siempre aparecía entre los 25 mejores países del mundo en los índices de Transparencia Internacional y ciertamente por lejos el mejor de la región. Desde un punto de vista comparado, ¿hasta qué punto lo que estamos viviendo en Chile es algo distinto, especial? ¿Podríamos decir que Chile sigue siendo un país poco corrupto con respecto al resto de la región, del mundo?
-Se comenzó a construir indicadores para medir corrupción hace poco más de 15 años. En esos indicadores, efectivamente Chile desde un principio estaba muy por encima de lo que sugería su ingreso per cápita, el gran misterio era por qué Chile no era más desarrollado dados los buenos indicadores que teníamos en las distintas dimensiones de gobernanza, entre ellas el control de la corrupción. Eso no ha cambiado después de los últimos escándalos. A la gente le cuesta creerlo, pero Chile sigue con indicadores que, junto a Uruguay, lo sitúan muy por encima del resto de América Latina, en tercer lugar viene Costa Rica, claramente por debajo de Uruguay y Chile, y después otro salto grande para pasar al resto de la región. Lo anterior no quita que los desafíos que tenemos en esta etapa de nuestro desarrollo sean más complejos que aquellos que enfrenta el resto de América Latina, que se encuentra en una etapa anterior de desarrollo. Estamos mucho más cerca de ser un país desarrollado que el resto de la región, salvo Uruguay, con pocas experiencias en que inspirarnos, dado que muy pocos países han hecho la transición que queremos hacer en los últimos 50 años. En ese contexto, tener una democracia mucho más representativa, donde los ciudadanos sientan efectivamente que quienes han sido elegidos representa sus intereses, puede ser un elemento central para contribuir a encontrar las políticas que necesitamos y lograr que tengan la legitimidad que haga posible que se lleven a la práctica con éxito.

Lo que aparece como parte de estas agendas tiene un componente democratizador bien importante.
– Sí, y es un fin en sí mismo porque la calidad de vida de uno depende de la calidad de la democracia en la que uno vive, pero también es un medio para avanzar en temas que tenemos pendientes como sociedad. La manera en que se originan las políticas en los tiempos que estamos y que la gente las perciba como legitimas detereminan si una democracia funciona bien o no.
Ciudadanía y delación compensada
– En suma, en materia de corrupción, Chile seguiría estando en un nivel relativamente de avanzada en la región, pero hay cierta decadencia que aparece como crítica en esta etapa de desarrollo. Al mismo tiempo, los escándalos florecen en otros países América Latina. ¿Por qué ahora? ¿Nos jodimos o es un fenómeno más global? Una hipótesis es que hay cambios culturales asociados a una ciudadanía que no está dispuesta a tolerar impunidad, que está más alerta y más educada. Tal vez la tecnología, el acceso a Wikileaks, Panamá Papers o los propios requerimientos de transparencia crecientes hacia el Estado, hacen que estemos más conscientes de cosas que pasaban igual, pero no conocíamos. Una historia sería que no nos jodimos, que éramos igual de corruptos, pero ahora nos damos cuenta más de la cosas. Otra, es que las formas de funcionar de nuestro capitalismo reciente se asocian con prácticas más corruptas. ¿Hasta qué punto hay fenómenos que nos han llevado a tener mayores grados de corrupción? ¿O somos igual o menos corruptos, pero los cambios culturales y tecnológicos hacen la corrupción más visible y menos tolerable que antes?
– Partamos por lo que está pasando en América Latina. Si uno mira el indicador de control de la corrupción del Banco Mundial, que es el que más me gusta, hay seis países de 20 en la región –un 30%- que están en su peor momento. En cambio, en el resto del mundo sólo un 9% está en su peor momento, entonces hay algo en América Latina que es distinto. Para tratar de explicarlo postulo una combinación de dos factores. Primero, un factor a nivel mundial es que hoy es mucho más fácil para la ciudadanía movilizarse que hace 15 ó 20 años, porque con las redes sociales y nuevas tecnologías de la información el costo de la acción colectiva es mucho más bajo que antes. Basta con ver lo que pasó en Chile cuando se anuncia que se ha aprobado el Proyecto Barrancones el 2010 y a las pocas horas hay miles de personas protestando en la calle, tomando por sopresa a todo el mundo político. Por otra parte, está el costo de reprimir, que es mucho más alto que antes porque cada manifestante es un periodista en potencia, que con su celular puede fotografiar a un policía que lo está reprimiendo. Más fácil coordinarse, más difícil reprimir y es así como en el 2011 tenemos manifestaciones masivas en todo el mundo.
De hecho, el personaje del año de la revista Time del 2011 fue el manifestante.
– Efectivamente. Me acuerdo que para una columna que escribí en La Tercera revisé todas las ediciones del Economist de 2011, y hubo más de 40 países que aparecían con manifestaciones multitudinarias ese año. La primavera árabe, los estudiantes en Chile, los indignados en España, etc. Ahora al segundo factor, particular de América Latina. En tiempos recientes emerge una clase media que ha crecido notablemente, que es más educada y más exigente con la calidad de los servicios que provee el Estado y la calidad de la política. El rol de la prensa y el sistema judicial también contribuye. Antes, cuando había escándalos, muchas veces no los conocíamos porque había menos periodismo de investigación. También, en algunos países como Brasil y Chile, fueron importantes reformas del sistema procesal penal, que llevan a sistemas judiciales más autónomos y con más herramientas. Un ejemplo de lo anterior es la incorporación de la delación compensada como herramienta jurídica.
Eso ha sido muy importante en Brasil y en la colusión acá.
– Cuando fueron las manifestaciones masivas del 2013 en Brasil, justo antes del mundial, Dilma Rousseff intenta una serie de reformas y una de las pocas que aprueba el Congreso es aquella que incorpora la delación compensada. Esta fue clave para conocer todo lo que sabemos en el caso Petrobras. En Chile, hace diez años, cuando se supo que había colusión en el mercado de los pollos, quienes estaban involucrados durante cinco años negaron su participación y cuando la Corte Suprema los declara culpables ya casi nadie está siguiendo el tema; en cambio cuando se destapa el caso del papel tissue se conocen de inmediato los detalles de lo que sucedió y los involucrados no pueden legarlos, ya que dichos detalles los han provisto ellos como parte de un acuerdo de delación compensada, para reducir sus penas y sanciones. Concretamente, el mismo día que conocemos del caso de colusión del papel tissue sabemos que hubo laptops arrojados al Canal San Carlos, partes de matrimonio ficticios que contenían los listados de precios de la colusión, etc. En este escenario el grado de indigación que provocan estos escándalos es mucho mayor.
Muchas veces la gente ve en casos de colusión que, a partir de la delación compensada, al momento de las penas hay ciertas dudas: la condena no parece ir de la mano de la falta. Queda una sensación de impunidad que puede ser desmoralizadora y generar desconfianza y deslegitimación de las elites e instituciones. ¿Piensas que las penas de cárcel pueden ser algo útil tanto en los delitos económicos como en casos asociados a faltas de probidad pública y política?
-La ley chilena en temas de competencia es un ejemplo interesante de cómo, a punta de casos notorios de colusión, fuimos avanzando, lentamente, para llegar a una legislación que está a la altura de las mejores del mundo, incluyendo la posibilidad de que en los casos más graves hayan penas de cárcel. A la gente involucrada en estos escándalos no les duelen las multas porque son gente de muy alto patrimonio. En cambio, la posibilidad de ir a la cárcel sí les importa; aunque sean periodos cortos como seis meses o un año, el efecto disuasivo es muy potente. El motivo para tener penas de cárcel es que los acuerdos colusorios causan un daño enorme a toda la economía, mucho más allá de los consumidores afectados, porque deslegitiman un sistema que bien regulado tiene las mejores posibilidades de llevar al desarrollo de un país.
Me da la impresión de que hay un tremendo potencial para la sociedad civil, desde las ONG hasta la educación, la educación cívica en la escuela o ampliar el razonamiento moral en la formación universitaria.
-La gran paradoja es la siguiente: la ventana de oportunidad para estas agendas se da luego de escándalos de corrupción, pero quienes deben liderarla están debilitados precisamente por los mismos escándalos que abren la ventana. Aunque tengamos actores clave en el Ejecutivo y el Legislativo, estos tienen poco capital político para sacar adelante la agenda de reformas, porque se encuentran debilitados por los escándalos de corrupción. La sociedad civil es siempre importante y ahora mucho más todavía porque puede contribuir a empujar la agenda con fuerza, compensando la debilidad de otros actores. Y eso es lo que ha pasado en Chile: un círculo virtuoso entre líderes claves del mundo político y la sociedad civil. A lo cual agregaría el rol de la prensa, denunciando los escándalos e informando cada vez que la agenda se empantanaba, logrando así remover las trabas.
Porque esta agenda no es un tema en que estemos divididos los chilenos, el 99% de las medidas son apoyadas por el 99% de los chilenos, entonces el tema es cómo lograr que la ciudadanía pueda hacerle seguimiento y manifiestar su apoyo.
Entre los proyectos de ley y una serie de medidas administrativas aprobadas como parte de la agenda de probidad y transparencia del gobierno, destaca el regreso de la educación cívica a las escuelas. El rol de la educación es contribuir a que los cambios que conllevan los cambios legales se transformen, con el paso del tiempo, en cambios culturales. Y esos proyectos de ley aprobados, donde queremos que eventualmente lleven a cambios culturales, incluyen exigencias mucho mayores de transparencia y democracia interna para los partidos políticos, nuevas regulaciones de financiamiento de la política, declaraciones de intereses y patrimonio de las autoridades con mucho más información que en el pasado y que serán fiscalizadas, y una reforma importante del Sistema de Alta Dirección Pública, entre otras.
¿Cuál crees tú que puede ser el rol de los académicos en discusiones de política pública relevante para nuestro país?
Lo primero que les digo a mis colegas jóvenes es que no participen en la discusión pública antes de tiempo, la tentación es muy grande porque el impacto de una línea de investigación ambiciosa toma años en ser reconocido. Dicho lo anterior, creo que en este mundo de la posverdad es más importante que nunca que los académicos participemos en la discusión de temas públicos, contribuyendo a acotar los disensos y mejorar los consensos, promoviendo, por ejemplo que las propuestas se basen en la mejor evidencia disponible.
Una batalla contra la ignorancia
El siguiente texto corresponde a la presentación que el astrónomo y Premio Nacional de Ciencias Exactas 1998, José Maza Sancho, realizó para su libro Somos Polvo de Estrellas. Cómo entender el origen del cosmos, con ocasión de su lanzamiento la noche del 7 de abril pasado en el Sky Costanera.
Yo creo que Chile es un país en guerra y no nos hemos dado cuenta. Yo no he escuchado nunca a nadie hablar con esa crudeza, pero esta guerra es contra la ignorancia y llevamos 200 años perdiendo la guerra. Se han dado muchas batallas en esta guerra contra la ignorancia. Pero en el siglo XIX ésta siempre ganó. Yo creo que Chile ha tenido el récord del país más ignorante del planeta en el siglo XIX. Y después, en el siglo XX, en 1920, 110 años después de la declaración de independencia, hay una ley de instrucción primaria obligatoria que dice que no va a ser legal ser analfabeto. Porque el 70 u 80 por ciento de analfabetismo que teníamos en el siglo XIX no le extrañaba a mucha gente. Esa fue una de las pocas batallas que le hemos ganado a la ignorancia.
En esta lucha, Andrés Bello, Pablo Neruda, Ignacio Domeyko, Gabriela Mistral, Nicanor Parra, han sido los generales que han ido tratando de vencer este océano de ignorancia que baña nuestras costas y que amenaza nuestros valles como una especie de vaguada costera que se mete y le va nublando el cerebro a todo el mundo. Y de repente nos aparecen tsunamis que nos traen horóscopos, nos traen tarot y nos traen una serie de reality shows, como para poner en duda a los que ya están más o menos convencidos de que la cultura es importante, la ignorancia nos ataca con nuevos métodos. Y cada vez que creemos que ganamos una batalla vuelven otros ataques de este océano de ignorancia.
Este libro es un pequeño rayo de luz para disipar esta neblina mental; es un granito de arena frente al océano de la ignorancia.
Pero cuando el 50% de los ciudadanos en Chile cree en fantasmas, y cuando más del 50% no es capaz de resolver una operación aritmética, -25 menos 30, ¿cuánto es? Eso no lo contesta nadie en el Transantiago- es obvio que estamos muy lejos de ganar esta guerra. Y parafraseando a Churchill, diré “esto no es el final de la guerra, no es ni siquiera el comienzo del final”. Yo creo que es, con suerte, el final del principio de la guerra contra la ignorancia.
Así que nos quedan muchas batallas y en estas batallas ciertamente yo me iré para el otro mundo, si es que hay otro mundo, haciendo un aporte, un granito de arena. Y este libro va en esa dirección.
Elegimos este día porque Júpiter está en oposición al sol. Si no hubiera nubes se debería ver Júpiter muy bonito, el más capo del sistema solar, el más grande de los planetas, entonces es un homenaje. Júpiter en otra época era el dios de todo; Júpiter antes se llamaba Zeus, que es más impresionante.
En el libro indico los porcentajes del cuerpo humano que son materia. Si yo pesara 70 kilos, el oxígeno de mi cuerpo serian 45 kilos, el 65% del cuerpo: la molécula del agua tiene un oxígeno y ese oxígeno está en todo el cuerpo. 12,5 kilos de carbono, siete kilos de hidrógeno, dos kilos de nitrógeno. El cuerpo nuestro es oxígeno, carbono y nitrógeno. En este libro cuento que, como corresponde, todos tenemos un padre y una madre, pero, en este caso, varias madres. El padre es el Big Bang: cuando todo se originó hace 13.800 millones de años, en el Big Bang, lo único que aparece es hidrógeno y helio. Por suerte eran tres cuartas partes de hidrógeno y un cuarto de helio.
El helio es el elemento más tonto de la tabla periódica. Es un gas noble, no se mete con nadie. Y el hidrógeno, aburrido, le metía conversa al helio, pero no pasaba nada: el helio realmente mantiene su filosofía de ser autista. En ese universo, que surgió hace 13.800 millones de años, no hay ninguna posibilidad de que jamás hubiera habido vida. Y el universo se expandió, se expandió, no hallaba qué hacer. Los átomos de hidrógeno se aburrían porque no tenían ningún amigo, el helio andaba por otro lado. Y sin embargo, cuando se aglutinan las nubes de gas –porque el universo inicial es todo gaseoso- empiezan a formarse grupos de estrellas.
Y las estrellas son la gran maravilla, porque en su interior apelotonan todo y lo dejan bien calentito, y empiezan a hacer reacciones nucleares. Y las estrellas, en vez de hacer conversar al hidrógeno con el helio, lo primero que hacen son reacciones que al hidrógeno lo transforman en más helio. Pero por ahí no está pasando nada en ese universo, está todo fome.
Eso fue hace 13.800 millones de años, tal vez 12.500 millones de años, cuando empiezan a formarse las primeras estrellas. Y cuando las estrellas agotan el hidrógeno en el centro, los átomos de helio que no hacían nada se empiezan a achurruscar, porque ahí queda toda la parte central de la estrella de helio puro. Y el helio de repente sacaba a bailar a otro helio; le proponía matrimonio, pero era un matrimonio que duraba menos que un Candy, porque dos helios forman un berilio 8: separación express, una centésima de millonésima de segundo más tarde estaban separados. Y ahí, cuando la temperatura del centro de la estrella llega a como 100 millones de grados, arman un trío y ese trío es estable: tres atomitos de helio se agarran de las manos, producto de que la estrella estaba tratando ahí de que algo pasara, y forman un átomo de carbono. Ahí viene la maravilla y de ahí vamos a salir nosotros.
El helio no servía para nada, pero en tríos forman carbono. Y el carbono de puro aburrido se come un canapé de helio y hace un átomo de oxígeno. No a todos los carbono les gusta el canapé de helio, así que se comen dos protones y forman un nitrógeno 14. Entonces en el corazón de una estrella, Fonasa nivel 1, va a quedar un cuesco de carbono, con un poquito de oxígeno y un poquito de nitrógeno. Y los átomos de carbono, que son bien sociables, de repente se toman de las manos con cuatro hidrógenos y forman una molécula de metano, un CH4. Y el oxí- geno, para no ser menos, se agarra a dos hidrógenos y forma un H2O, más conocido como agua. Y el nitrógeno, que es el tercero en el trío, agarra tres hidrógenos y forma una molécula de amoníaco, NH3. Y muchos átomos de carbono se toman de la manito y hacen una cadena y forman un granito de polvo, una partícula de grafito. Así que el título del libro no es metáfora.
El polvo que se forma en el interior de una estrella sale volando al espacio. En esa micro se van moléculas de agua, de amoníaco, de metano. Y ese polvo se mezcla con las nubes. Esto ocurre durante 9.000 millones de años. Y ahí de repente, en un lugar cuyo nombre no quiero acordarme, se forma el sol con sus planetas. Y en este planetita, el tercero, hay carbono, hay nitrógeno, hay oxígeno y todo el resto de los elementos. Las estrellas Fonasa Nivel 1, como el sol, forman carbono, nitrógeno y oxígeno; pero las estrellas grandes, las ABC1, de más de ocho masas solares, al final explotan como supernova. Y en el interior de la estrella y en la explosión de la supernova se generan todos los elementos químicos: los elementos que están más allá el hierro se forman en la supernova. Y los que llegan hasta el hierro se forman tranquilamente en el interior de la estrella.
Qué les puedo decir. Somos polvo estelar diluido con un poquito de hidrógeno. Quiero decirles a todos que los extraterrestres existen. Los extraterrestres somos nosotros. Porque de la cabeza a los pies no tenemos nada que no venga del cosmos. Y a los niños les cuento que ellos son igual de viejos que yo, porque no tienen ningún átomo del cuerpo que sea menor a 5000 millones de años. Y yo tampoco. Así que a nivel atómico somos igual de viejos. Y parafraseando un cuento de Bradbury, donde un niño preguntaba, ¿y dónde están los marcianos?, al final el papá lo lleva y lo pone a mirar en un espejo de agua y le dice “los marcianos están ahí”. Yo les digo, esta noche vayan a verse a un espejo y verán al extraterrestre más cercano.
Proyecto de ley de universidades estatales: Reacciones ante los vacíos de la nueva ley
El reciente anuncio del gobierno del proyecto de ley que regirá las universidades estatales gatilló la inmediata reacción de parte de la comunidad universitaria. Los reparos están en la propuesta de estructura de gobierno universitario, que iría en detrimento de la autonomía alcanzada por la U. de Chile desde la reforma de sus estatutos, la precarización de la situación laboral del personal de colaboración de la institución y la insuficiente propuesta de financiamiento a la educación pública superior, que dejaría a las universidades del Estado nuevamente a merced de la búsqueda de autofinanciamiento.
Seguir leyendoJulio Pinto, Premio Nacional de Historia 2016: “No se va a resolver la crisis de verdad si no se hacen transformaciones profundas»
La historiadora Azun Candina conversó con el Premio Nacional 2016 Julio Pinto para analizar el momento actual que atraviesa el país. La desconfianza en las instituciones y quienes las dirigen, los movimientos sociales, las nuevas generaciones, los viejos temores y las posibles salidas políticas que se vislumbran para el futuro, a la luz de escenarios similares que se dieron en nuestro pasado republicano.
Por Azun Candina | Fotografías: Felipe Poga y Sofía Brinck
–Desde la perspectiva de la historia contemporánea reciente, ¿crees que lo que estamos viviendo es un fenómeno de crisis a nivel institucional, partidario o de política social?
–Creo que si definimos una crisis como un estado en que el sistema deja de funcionar como debería -no quiero decir bien, porque a veces hay sistemas que están diseñados para funcionar malestamos en una crisis política. Hay una deslegitimación de las instituciones, de la clase política en general, en términos de su capacidad conductora, y una dificultad que hasta aquí se ha expresado como incapacidad para que surjan propuestas alternativas que aprovechen la crisis para realizar cambios más de fondo.
–Cuando tú hablas de crisis de legitimidad de la política, ¿a qué te refieres específicamente?
–Hay una noción de que para que un Estado pueda existir y seguir funcionando, debe contar por lo menos con el consentimiento de aquellos a quienes gobierna. Consentimiento no significa necesariamente entusiasmo, adhesión doctrinaria. Significa “confiamos en que las autoridades van a hacer lo que deben hacer, que es conducir la cosa pública de una forma aceptable”. Cuando la población o la sociedad deja de sentir que eso está ocurriendo, el Estado, el régimen político, pierde legitimidad. Y creo que es eso lo que estamos experimentando hoy en Chile.
–¿En qué tipo de fenómenos tú dirías que esto se muestra o tiene una emergencia en lo público? A partir de la emergencia de los presidenciables, que parecen aumentar y aumentar, ¿tú dirías que allí hay una relación con la crisis de la política?
–Uno de los síntomas de la crisis de la política es un desconcierto generalizado respecto de para dónde va este país en términos de proyectos, de conducción, de nociones de futuro. En una parte de la sociedad hay un descontento que no es nuevo, que viene de bastante atrás, respecto de las características del modelo que nos rigió desde la dictadura hasta acá. Estoy pensando en el modelo en su fase económica, individualista, ultra mercantilizado, donde las vidas personales se rigen por el éxito material y donde cada cual tiene que defenderse con sus propios medios. Hay un descontento respecto de esa forma de concebir la convivencia social. Y se expresa en demandas como las del movimiento estudiantil, el sistema previsional, se expresa todavía un poco inorgánicamente también respecto del sistema de salud. No estoy tan seguro de que ese descontento se traduzca automáticamente en la búsqueda de un modelo radicalmente distinto; no creo que de este descontento vaya a emerger plenamente formado el socialismo. En muchos casos hay un descontento porque el sistema no les está dando todos los retornos que supuestamente les prometió. Yo creo que muchos de los que apoyan el movimiento NO + AFP, su problema es que sus propias pensiones van a ser muy bajas, no el principio que estructura el sistema, que es el de la capitalización individual.
–¿Tú crees que esta crisis se parece a otras crisis del siglo XX, que significaron cambios de rumbos, cambios de modelos políticos, de modelos sociales? Estoy pensando en lo que pasó por ejemplo en los años ‘20, en lo que pasó en la década del ‘50 con la llegada de Ibáñez al poder, con un populismo que se cuela en medio de un sistema de partidos.
–Crisis económicas y políticas ha habido a lo largo de toda la historia de Chile y de la humanidad. Tú lo sabes bien como yo, la historia no es un continuo de armonía y menos de progreso ininterrumpido. Es una alternación entre momentos de auge, de cambio, momentos de estabilidad y crisis. Y en ese sentido los dos momentos que tú nombras, la crisis de fines de los años ‘20 y de principios de los ‘50, fue frontal crisis política, que tuvieron salidas distintas. En los años ‘20 lo que entró en crisis fue el sistema político y económico, que es lo que sustentaba lo que actualmente se llama la república oligárquica o salitrera y que se llamaba antes el Chile parlamentario. Ahí hubo una profunda crisis de ese sistema que en un momento permitió incluso entrever la alternativa revolucionaria como una salida posible. Por algo la izquierda de Chile nace en esa coyuntura, porque hay un momento en el cual hay personas dentro de Chile, las más castigadas, las más descontentas respecto a ese sistema, que vislumbran la posibilidad de un recambio más profundo, de la forma de convivencia social que hay. Esa no es la resolución que finalmente se impone. El sistema no se hunde, pero sí tiene que experimentar una cirugía profunda. El sistema político y económico que emerge de la crisis de los años ‘20 va a ser bien distinto al oligárquico parlamentario salitrero, aun cuando los que los conducen tal vez sigan siendo muchos de ellos los mismos. Pero el libreto al cual se ciñen es otro. A principio de los años ‘50 ese sistema tiene un momento de crisis, en que parece agotarse. Y se traduce un poco como ahora, en un escepticismo generalizado, una desconfianza respecto de las instituciones y los partidos políticos que habían conducido ese proceso. Y ese vacío permite que irrumpa una alternativa que era un poco extra sistémica, como es lo que tú llamas el populismo ibañista, aunque Ibáñez es el gestor de este modelo en alguna medida.
–Pero que se presenta como tal: “yo vengo de afuera”, la política de la escoba, yo no soy parte de este mundo.
–Pero a la larga el experimento ibañista no lleva a nada, no transforma radical ni siquiera medianamente el modelo que se venía desplegando desde principios de los ‘30. Y lo que viene después es una continuidad de ese sistema, donde se instala con mucha más fuerza un horizonte revolucionario. Parte de la izquierda de esos años dice: “la verdad es que ninguna crisis del sistema imperante en Chile se va a resolver del todo si no es mediante una revolución”. Y ahí se incuba la experiencia de la Unidad Popular, que es otro momento de crisis en el siglo XX.
–Hay un historiador que nos miró desde afuera. Alan Angell, en su libro “Chile, desde Alessandri a Pinochet, en busca de la utopía”, una de sus tesis centrales es que estos cambios de proyectos políticos desde los ‘50, pasando por Alessandri, luego el experimento de la Democracia Cristiana, la Unidad Popular, Pinochet; cada uno de ellos se explica porque promete ese cambio estructural profundo, ese salto al desarrollo. No lo logra y viene el modelo siguiente. Yo podría decir, porque Alan Angell llega solamente hasta Pinochet, que la Concertación también hace esa promesa: “salimos de la dictadura, ahora sí vamos a superar la pobreza”. Y actualmente nos encontramos otra vez con el desencanto de esas promesas incumplidas.
–El diagnóstico que se haga de la Concertación tiene que partir del profundo trauma que viven los conductores de ese proyecto, justamente a propósito del desenlace que habían tenido estos experimentos sociales de los años ‘60. Si vemos a la Concertación como una alianza entre la Democracia Cristiana y sectores más “moderados” de la izquierda, creo que lo que ambos comparten, habiendo estado en trincheras distintas el año ‘73, es la noción de que con la política y la sociedad “no se juega” y que el intento de instalar grandes diseños sociales lleva a la catástrofe.
–Terminó en el horror y la muerte
–Exacto. Entonces creo que es imposible entender a la Concertación sin ese diagnóstico detrás. En función de ese diagnóstico y contrariamente a lo que había sido una crítica bastante fuerte de estos sectores al modelo que instala la dictadura, el modelo en sus rasgos esenciales se mantiene. El propósito es, “vamos a humanizar este modelo que hasta aquí ha funcionado de manera salvaje”. Entonces hay un poco más de sensibilidad hacia los grandes dramas sociales que se heredan de la dictadura, se le confiere al Estado una función un poco más protectora que antes. Mirado en términos globales, la propuesta de la Concertación no es de grandes cambios en la política. Apuestan a “nosotros redemocratizamos el país y valorizamos la democracia en sí misma, no como un instrumento en función de otra cosa. Y vamos a hacer lo que sea para que la democracia no vuelva a hundirse en Chile”. Lo cual, quienes vivimos la dictadura, sabemos que no es algo menor, no es indiferente que uno pueda salir a la calle a marchar y no terminar torturado en una mazmorra o muerto. No quiero minimizar ese componente de la política concertacionista. Pero no veo que haya una agenda de cambios más profundos en esa apuesta.
Conducciones visionarias
–Usaste un concepto clave, que es el de trauma, como este elemento incapacitante; un golpe tan fuerte, que colapsa la capacidad de reacción y muchas veces provoca actitud defensiva y de miedo, de no dar ese paso siguiente. ¿Qué pasa con las nuevas generaciones, que superan este trauma y se integran de otra manera a la política?
–Estas generaciones nuevas no cargan con la mochila de cosas que no vivieron y de las cuales no fueron responsables, lo cual les da una postura más valiente, más desprejuiciada y más frontal para hacerse cargo de los problemas que a ellos les va a tocar resolver como generación.
–Hay una entrevista que diste el año pasado, donde te preguntaban para qué servía la historia como disciplina. Y tu respuesta fue: la historia, su gran utilidad, es que de alguna manera desnaturaliza aquello que se considera que es así. Y de hecho usaste el ejemplo del que va a la marcha contra las AFP. Alguien que sale a la calle a protestar en contra de un sistema que está instalado hace cuarenta años es alguien que cobra conciencia de la historicidad, que actúa sabiendo que la historia existe y las cosas son de cierta manera, pero pueden ser cambiadas también.
–El tema de las AFP es algo muy central porque no es algo que se vaya a resolver muy fácilmente. Porque en las AFP no solo está comprometido el tema de la previsión personal de cada uno de nosotros, sino que sobre ellas descansa en gran medida el modelo económico. Entonces meterse con eso implica provocar reacciones muy fuertes de los más poderosos, que no van a desentenderse de esa estructura así, tan fácilmente. Claramente para lo que se creó ese sistema, discursivamente, que fue para mejorar nuestras pensiones, no está ocurriendo, más bien al contrario. Estas generaciones más jóvenes dicen, “bueno, si no está funcionando hay que cambiarlo”. Y se atreven a decirlo con mucha más fuerza y prestancia de lo que tal vez tendrían si cargaran con el peso del trauma de la dictadura. Las motivaciones son muy distintas. No es yo quiero arreglar mi propia situación previsional, sino que “yo quiero arreglar el país”. Y eso tal vez implique meterle mano a engranajes mucho más serios que lo que se podría hacer a través de cambios cosméticos.
–Sé que los historiadores no estamos para hacer predicciones. Pero no tanto como predicción, sino como análisis: ¿cuáles podrían ser las posibles salidas para el momento en que estamos ahora? ¿Una salida populista, revolucionaria, o una reformulación de este sistema y estos grupos en el poder?
–Una de las características fundamentales de la historia es que uno nunca sabe lo que va a pasar mañana ni menos pasado mañana. Hay una anécdota maravillosa de Herbert Hoover, el presidente norteamericano en 1929, que el día antes de la quiebra de la bolsa de Nueva York decía: “el capitalismo está más fuerte que nunca y el futuro va a ser de miel sobre hojuelas hasta donde puede ver la predicción humana”. Y al día siguiente quiebra la bolsa y entra el capitalismo en una de sus crisis más prolongadas. Uno nunca sabe lo que va a pasar. Uno puede imaginarse escenarios en función de lo que ha pasado anteriormente, yo creo que todos esos son posibles, tal vez menos el revolucionario en este minuto. Hay un escenario, el más catastrófico, de caos total: que el sistema entre en una especie de empate catastrófico de largo plazo y caigamos en situación de desgobierno y desintegración político y social aguda. Que es un escenario posible y con el cual los sectores gobernantes asustan a la población. Está el escenario populista, que es muy peligroso porque uno no sabe en qué puede terminar. Por definición no tiene una propuesta programática clara.
–Y tiende a definirse por la negación. Vamos a terminar con la corrupción, pero ¿por qué la vamos a reemplazar?
–Y se asocia a figuras carismáticas que concentran mucho poder y es bien peligroso. Yo tirito todos los días cuando veo lo que está pasando en Estados Unidos. No hay cómo prever lo que puede hacer el gobierno de Trump. Está la salida más sistémica que es decir “vamos a parchar algunas de las cosas que están funcionando más mal, pero sin comprometer los pilares fundamentales del sistema”. Que es un poco lo que ocurrió en los ‘20 y los ‘30. Cuando uno usa la palabra parche puede sonar un poco peyorativa, pero esos fueron parches importantes y que funcionaron. Para asumir esa salida se requieren conducciones bastante más visionarias que las que estamos viendo actualmente en nuestro país. Finalmente lo que pasó en los ‘20 y los ‘30 fue que hubo grupos que fueron capaces de decir, “si queremos resolver esta crisis en serio, tenemos que exponernos a un cierto grado de pérdida y dolor. Y vamos a tener que enfrentar intereses creados muy poderosos que se van a defender”. Esas conducciones más visionarias yo no las veo en este minuto en la política chilena. Lo que veo como más remoto, y desde mi punto de vista es triste, es la salida revolucionaria. Porque en una revolución se tira toda la carne a la parrilla y eso implica que segmentos grandes de la sociedad estén dispuestos a emprender esa aventura. Si en Chile hubo una experiencia como la de la UP, que contó con apoyo social masivo, fue en parte porque muchas personas se creyeron el cuento y dijeron, “esto sí puede pasar y por lo tanto yo me la voy a jugar”. Y se sumó a eso que lo que Allende prometió fue que la revolución se iba a hacer sin grandes costos, se iba a hacer pacíficamente y por la vía institucional.
–¿Qué opinas de estos nuevos grupos políticos que tienen antecedentes de los años noventa, como la SurDA, pero que han venido a hacer relecturas del escenario político, que no se identifican con el duopolio y que están tratando de levantar alternativas de izquierda? ¿Crees que puedan tener un rol relevante en esa crisis?
–Me alegro que existan esos grupos y se esté debatiendo en serio en este país la refundación de la política, que es la única forma por la cual vamos a salir de la crisis. En una crisis hay que tomar el timón y moverlo hacia algún lado, si no vamos a seguir dándonos vuelta en lo mismo. Lo que me gusta a mí de estos nuevos grupos es que no priorizan esa visión tecnocrática de la política, sino que aprovechan la crisis para profundizar en su crítica. Es bueno que se empiece a plantear en serio que hay un modelo que tiene ciertas características que no son saludables para la convivencia social, por lo tanto no se va a resolver la crisis de verdad si no se hacen transformaciones profundas. Y que eso se empiece a debatir y a hablar en serio creo que es de las pocas cosas positivas que vemos en el momento político del país.
Rodrigo Márquez, sociólogo del PNUD: “A las comunidades territoriales les falta pasar de la resistencia a los proyectos”
Mientras los sucesivos alzamientos territoriales les complican la vida a las industrias emblemáticas del Chile exportador, obligando a un debate sobre los costos sociales y ambientales del modelo, Rodrigo Márquez, coordinador del Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidades para el Desarrollo (PNUD), prepara junto a su equipo un nuevo informe que se pregunta por el potencial político de este fenómeno.
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