Desde el 18 de octubre, día en que comenzó el estallido social en Santiago y luego en el resto del país, los fotógrafos de la Universidad de Chile, Felipe PoGa y Alejandra Fuenzalida, han estado cubriendo lo que ha ocurrido en las calles de la capital. Ejercer el periodismo en estos tiempos no ha sido fácil: PoGa recibió balines en su mano y espalda mientras cubría las manifestaciones en Plaza Italia el lunes 21 de octubre. Este es un registro de algunas de sus imágenes.
Edición de Palabra Pública con más de 100 páginas dedicadas a la crisis social y política que comenzó el 18 de octubre de 2019, y en la que participaron más de 30 destacados escritores, académicos, periodistas y activistas con columnas, entrevistas y ensayos.
Si de algo sabe el sociólogo, académico y presidente de la Fundación Nodo XXI, es de crisis políticas. El descalabro actual, que encuentra al mundo político disgregado y enfrentando una muy baja credibilidad ciudadana, también afecta a su sector, el Frente Amplio, que, a su juicio, “no puede quedar atrapado en los procesos más recientes de descomposición de esa política de la transición”. A pesar de todo, Ruiz es optimista, y en esta entrevista plantea tener “la impresión de estar en una de esas raras situaciones históricas en que lo que se puede venir es un cambio de ciclo más largo”.
Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij
—¿Cuál es tu análisis breve de la situación actual?
Tengo la impresión de estar en una de esas raras situaciones históricas
en que lo que se puede venir es un cambio de ciclo más largo. Uno que se
proyecta para mediados de este siglo se está definiendo, y está en juego cuál
va a ser el Chile del 2050.
—La madrugada del 15 de noviembre ocurrió lo impensado y el mundo político logró un acuerdo, que a ratos
parece desarticularse, para trabajar en una nueva Constitución. ¿Cuáles son tus
expectativas frente a este proceso?
Lo primero que hay que decir es que esto no es un regalo,es algo que se obtiene a un costo
altísimo de la sociedad, son decenas de muertos, son miles de heridos, una
sociedad absolutamente conmocionada por todo lo que está pasando. Por lo mismo,
también es muy importante mantenerse movilizado, o sea, en ningún caso bajar
los brazos, porque esta es una situación que puede tener regresiones, es un
campo todavía muy lábil de correlaciones de fuerzas, por lo tanto, el tema es
seguir movilizados y de alguna manera presionar claramente hacia una
participación más determinante.
Es esa presión popular, me parece, la que logró sitiar a la política, es
decir, el 15 de noviembre responde a una especie de política sitiada, una casta
política sitiada por la asonada popular, de ahí que ofrecen iniciar un proceso
constituyente. Ahora bien, ahí agregaría que todavía es una cuestión muy
ambigua en muchos puntos, porque se produce en un momento de alta
desorganización, incluso en la derecha.
—Respecto al acuerdo para iniciar un proceso
constituyente, gran parte de la discusión se ha centrado en el mecanismo, pero
no se ha hablado tanto sobre los contenidos que debería incluir el cuerpo legal
a fin de cambiarlo estructuralmente y que dé respuesta a las demandas sociales.
¿Cómo deberíamos abordar el tema del tipo de país que
se construye a partir de una Constitución?
Una Constitución consagra un modelo de sociedad, un modelo socioeconómico, incluso, y creo que el agotamiento de la que actualmente nos rige es el agotamiento de estos modelos hoy existentes. Por lo tanto, pensar una nueva Constitución es la oportunidad de pensar un nuevo modelo de sociedad y un nuevo modelo socioeconómico. En estos momentos, son los sectores más rentistas del empresariado los que se repliegan y tratan de estrujar esa situación al extremo. Lo impresionante de lo que estamos viendo es que todos los sectores empiezan a movilizarse, o sea, incluso los sectores que tú menos hubieras pensado. Tenemos que preguntarnos qué Chile queremos para el 2050.
“A lo que ocurre en Chile yo le he llamado ‘neoliberalismo avanzado’ para compararlo con el caso brasileño y argentino, que son las otras dos analogías que utilizo en el libro, pero prácticamente no tiene equivalente universal”
—Y pensando en esta
oportunidad, ¿cuáles, a tu juicio, son las discusiones que deberíamos estar
teniendo respecto al carácter que debe tener la Constitución? ¿Quiénes deberían
estar participando en esa conversación?
Hay dos dimensiones. Una, la que tú mencionabas, es la de los métodos,
la discusión procedimental. Eso es muy importante y tiene que ver, sobre todo,
con garantizar la participación. Creo que esta es una sociedad que ha dejado
clarísimo que no quiere ser representada y que está exigiendo participar directamente
en esto. Por lo tanto, métodos como la asamblea constituyente y otros similares
están siendo muy demandados en estos días. Otra dimensión, que tiene que ver
más bien con el fondo y el contenido, ha sido un poco postergada, y me parece
que es muy importante tenerla en cuenta.
Por ejemplo, hasta ahora nos basamos en modelos de crecimiento en función de la explotación de recursos naturales, que es lo que se conoce como modelo extractivista o modelo primario exportador. Es muy sabido que esos modelos tienden a producir una enorme concentración de la riqueza porque explotan un trabajo muy precario, de muy poca capacidad de agregar valor a las exportaciones, porque lo que arrancan son las materias primas y las mandan en estado líquido, prácticamente, hacia afuera. Esas sociedades tienden a producir modelos de crecimiento que intrínsecamente producen una sociedad muy desigual, y contra esa desigualdad está estallando toda esta sociedad en este momento.
Crédito: José Miguel Méndez
—En tu último libro, La política en el neoliberalismo, trazas los orígenes y el desarrollo de este sistema hasta llegar a Chile, un caso que suele conocerse como el “experimento chileno”. Tomando la idea de que Chile fue el laboratorio del neoliberalismo, al parecer los tubos de ensayo de ese laboratorio explotaron. ¿Por qué crees que este estallido se produce justamente en nuestro país?
—A lo que ocurre en Chile yo le he llamado “neoliberalismo avanzado” para
compararlo con el caso brasileño y argentino, que son las otras dos analogías
que utilizo en el libro, pero prácticamente no tiene equivalente universal. Hay
dos ciclos de privatizaciones que se realizan en Chile: el primero es más o
menos común a diferentes países, que corresponde al remate de las grandes
empresas estatales, y es lo que relata María Olivia Mönckeberg en su libro El saqueo de los grupos económicos al Estado
chileno. Eso ocurre en Chile en la segunda mitad de los años 70.
Pero a partir del inicio de los años 80, años 81, 82, lo que empieza es la privatización de los servicios sociales, y eso no lo encuentras replicado, en la intensidad de la experiencia chilena, casi en ninguna parte. Bush hijo no quiso instalarla en Estados Unidos y Menem quiso establecerla en Argentina y tuvo que echarla para atrás a mediados de los años 90. Ha sido irreplicable en otras partes. Cuando tú privatizas eso, privatizas las condiciones de reproducción social de las personas: el individuo chileno tiene privatizadas sus condiciones de reproducción social a un nivel que prácticamente no existe en otras partes del mundo. Privatizar significa volver mercancía algo que no lo era antes, convertir en mercancía la salud, las pensiones, la educación. Ahí tienes un individuo que ha ido perdiendo más soberanía sobre su propia vida en nombre de la libertad, la libertad prometida, que es una libertad simplemente mercantil.
“Yo creo que lo único que tienen para defender sus intereses los dominados, los que no tienen grandes recursos de poder, es la política, es la democracia”.
—Y un mercado donde, como
lo has señalado, no hay competencia, ya que las empresas que ofrecen estos
servicios, que ya no son derechos, están subsidiadas por el Estado.
Y donde tienen condiciones monopólicas de explotación. Una clínica
privada “x” obtiene la concesión de tal o cual patología y no compite con nadie
más. La paradoja de eso es que está fuera del capitalismo, de la doctrina
neoliberal, entonces se empieza a convertir en una suerte, diría yo, de burguesía
norcoreana, porque a lo que se le tiene miedo es a la competencia y, por lo
mismo, se protegen estos nichos de acumulación regulados por el Estado, lo que
es una especie de capitalismo de servicio público. Por supuesto, esta no es la
realidad de todos los empresarios, hay otras empresas que viven en el mundo de
la competencia, sencillamente.
—El rol de la
izquierda, que ha estado dividida de cara a este acuerdo, ha sido bastante
criticado. ¿Por qué dirías tú que es tan difícil encontrar puntos en común
dentro de la oposición?
Creo que la izquierda chilena es parte de esa esfera política que está
anonadada, como hablábamos al comienzo, que ha sido superada de alguna manera
por esta rebelión de las masas. Aquí se reflejan varias décadas de derrotas, la
dificultad de poder reaccionar de una manera más o menos articulada. Lo que
viene es un periodo largo de reorganización muy fuerte de la política. Porque
lo que se ha acabado es la política en la cual se estructuró todo el proceso
político de la transición en adelante, ese sistema político se acabó. Lo que
podría llamar la atención en este sentido es que el Frente Amplio no viene de
esa historia y su gran dilema es que no puede quedar atrapado en los procesos
más recientes de descomposición de esa política de la transición.
—Basta estar en una
marcha para darse cuenta de que lo que falta en esta movilización son las
banderas de los partidos políticos, que están bastante deslegitimados en esta
vuelta. ¿Hay algún futuro para ellos en Chile de cara a esta crisis?
Los necesitamos. Nosotros no podemos prescindir de la política y creo que, al revés, si a algo hay que aferrarse como única salida es a la democracia. Yo he salido a las marchas y es absolutamente cierto, lo he comentado antes: no hay ninguna bandera de partido. En una marcha, estábamos acostumbrados a bloques de partido, y el militante que se metía en otro bloque estaba perdido. Eso queda absolutamente arrasado en este momento. Creo que tiene que ver, sobre todo, con un desborde completo de la política y, de alguna manera, la política reacciona anonadada, aturdida, se encierra, no sabe qué decir, tarda mucho. Esto lo he compartido con el sector con el que más me identifico, que es el Frente Amplio: ese intento de superar la política de la transición, que surge en 2011, tiene en este momento una gran demanda histórica sobre sus hombros, y si no le responde a esa demanda histórica, bueno, las sociedades son dinámicas y van a construir otro liderazgo. Lo que viene en adelante es un proceso de reorganización de la política que es necesario.
—Los partidos son
necesarios, pero ¿no crees que deberían buscar nuevas formas de organizarse que
no resulten tan verticales?
Yo te diría que esa fisonomía, esa forma de hacer de los partidos, ya está
agotada, y el que no se ha dado cuenta, se va a comenzar a secar. Esa utopía de
la política de los acuerdos que se generó está completamente eliminada como
posibilidad, porque con ella sólo se va a llegar a más estallidos.
Yo creo que lo único que tienen para defender sus intereses los
dominados, los que no tienen grandes recursos de poder, es la política, es la
democracia. En cambio, los otros, los poderosos, tienen una serie de recursos
para debilitar la democracia y con eso, debilitar la política. Una de las
transformaciones más complejas que hace el neoliberalismo como proyecto
histórico es cambiar el estatuto del lugar de la política en la sociedad: ya no
es el medio por el que se delibera, pues se cambia la política por el mercado.
Nosotros tenemos que reconstruir la política como el espacio donde delibera
racionalmente la sociedad. Y es ahí donde vamos a tener que construir. ¿Qué
tipo de expresiones políticas? Los partidos, o como quieran llamarles, van a
ser los que van a incidir en ese tipo de deliberación racional que es la
democracia.
—El neoliberalismo es
una ideología y muchos hemos sido educados en ella, lo que ha impactado en nuestras
formas de pensar, de trabajar, de habitar el mundo. ¿Crees que es posible
lograr un cambio de hábitos, de mentalidad en Chile? ¿Crees que podamos
reemplazar las formas de vida actuales por otras más comunitarias, más
colectivas?
Creo que una de las luchas más trascendentes que se ha dado en términos
de las formas de organización cultural de la sociedad, de los sistemas de
autoridad y de dominación que existen a nivel extendido en la base de la
sociedad, es la del feminismo. El neoliberalismo generó una modalidad de trabajo
que ya no existe en el espacio tradicional donde se realizaba, como la oficina
o la fábrica, sino que se hace en cualquier lugar, en la casa, en el camino, el
domingo y en cualquier horario. Eso significa que también se rompen los viejos límites
entre lo público y lo privado, es decir, lo que era la esfera privada ya no
funciona, y aquí se nos cae el viejo sustentador masculino. Empieza a florecer
otro tipo de organización de la vida social y la política está compelida hoy a
dar cuenta de todo ese gigantesco fenómeno. Creo que las demandas de los
movimientos feministas van a ser las más estructurantes. La política va a tener
que estar muy abierta a cómo se van a construir partidos para ese tipo de
situaciones.
Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 15 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
El acceso al agua y su desprivatización son los objetivos diarios del vocero de Modatima, que en el último año ha alcanzado notoriedad por los premios con que ha sido distinguido en el extranjero. Sin embargo, no pierde la oportunidad de vincular esa disputa cotidiana con las exigencias de la protesta social que partió en Chile el 18 de octubre de este año. No importa si habla de la depredación del agua o de las demandas por mayor justicia que aún mantienen a miles de personas en las calles, para Rodrigo Mundaca los responsables son los mismos: la inequidad y políticos que no han estado a la altura del rol que deben cumplir.
Por Jennifer Abate C.
Desde siempre, en su casa, en La Ligua, Rodrigo Mundaca ha vivido una vida sencilla. Lava, plancha, sale a tomar un helado, recorre la plaza, vive tranquilo. Otra cosa ha sido su vida en los últimos meses. Como secretario general y vocero del Movimiento de Defensa por el Acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medio Ambiente (Modatima) ha puesto el tema de la depredación de los bienes naturales comunes (se rehúsa a llamarlos recursos naturales por la vocación extractivista del concepto) en el centro de la discusión internacional, una tarea que recientemente le valió ser distinguido con el Premio Internacional de Derechos Humanos de Núremberg por su lucha a favor del acceso al agua de todas las comunidades.
El costo no ha sido sólo la fama que hoy lo hace protagonizar debates y ser invitado a programas de televisión, lo que sin duda le ha quitado el carácter sencillo a sus días. Mundaca ha recibido querellas de parte de connotados políticos por injurias y calumnias, hace unos meses tuvo que encarar el horror de la circulación en redes sociales de una foto suya que simulaba un disparo en la cabeza, y recientemente tuvo que poner un recurso de amparo contra el General Director de Carabineros tras enterarse de que se había convertido, junto con otros dirigentes y figuras del mundo político y académico, en “blanco de interés” de la inteligencia policial. Más desconocido aún es que tuvo que enfrentar la amenaza de secuestro de uno de sus hijos como consecuencia directa de su activismo medioambiental.
Crédito: Alejandra Fuenzalida
¿Por qué seguir, entonces, en una senda que trazó hace 25 años, cuando llegó como ingeniero agrónomo a trabajar con los campesinos de Petorca? “Porque era un imperativo ético, moral, porque era de sentido común. Era lo que había que hacer, mi deber ético era eso, no podía hacer otra cosa, no podía asesorar a ricos a costa de dejar a la gente sin agua. Yo creo que hay un punto en la vida de las personas en que uno tiene que tomar decisiones y a veces son correctas o erradas, pero uno tiene que estar tranquilo con uno mismo. No me arrepiento en lo absoluto de lo que decidí”.
—La movilización que
tiene lugar hoy en Chile se ha atribuido al descontento de la ciudadanía por
las condiciones de privatización de derechos básicos. ¿Cuál es tu análisis de
las causas del estallido?
Una semana antes del famoso 18 de octubre, los estudiantes secundarios,
particularmente aquellos estudiantes que estaban siendo fuertemente reprimidos —estoy
pensando en el Instituto Nacional y la conducta criminal que ha tenido el
alcalde de Santiago, Felipe Alessandri—, levantaron una consigna que se llamó
“evadir, no pagar, otra forma de luchar”. Creo que esa acción fue la gota que
rebalsó el vaso y que provocó que ese día miles de personas a lo largo de todo
el país salieran a la calle, muy inorgánicamente, por cierto, porque son más de
30 años en que la elite política y económica se ha enriquecido a costa de las
personas, se ha enriquecido a través de las privatizaciones de los trabajadores,
de la privatización de la salud, de la educación, a costa de la privatización
de la vivienda digna, a costa de la privatización de los bienes comunes, del
agua y la tierra en particular. Creo que estamos viviendo una sublevación
nacional y desde el 18 en adelante nos hemos dado cuenta de cómo se estaba incubado
en la sociedad criolla un profundo descontento con el modelo de fondo.
—¿Cómo evalúas el
acuerdo del mundo político para iniciar un proceso constituyente?
Es un acuerdo que se toma con partidos políticos que tienen
representación parlamentaria, un acuerdo que se toma a espaldas del movimiento
social, un acuerdo que, en la práctica, lo que hace es darle un salvavidas al
gobierno, que hasta ese momento estaba totalmente deslegitimado y que marcaba
un 9% de adhesión, que tenía un record increíble en materia de violaciones a
los DD.HH. Ahí hay un porcentaje de la casta que es directamente responsable
del modelo de despojo que existe en nuestro territorio, una casta que ha
administrado el Estado ocupando altos cargos como ministros y subsecretarios, y
una vez que han salido del Estado han pasado a administrar cargos en los fondos
de pensiones, en las Isapres, en las hidroeléctricas, en las forestales, una
casta que se ha caracterizado por las sillas musicales, una casta que no ha
dado respuesta a las demandas reales de la ciudadanía.
—¿Y qué vía te parece
que debería haber tomado el mundo político para intentar buscar una salida a la
crisis?
Lo que hay que señalar es que quienes corrimos el cerco más allá de lo posible
somos el movimiento popular. ¿Qué esperamos? Sin duda, seguir corriendo el
cerco, y creo que lo que se requiere también es que el movimiento social
protagonice. Porque el movimiento social, lo social y lo político, no están
divorciados, el movimiento social es profundamente político. Nosotros luchamos
por el agua, que es una demanda profundamente política y que tiene que ver con
terminar con la Constitución política del 80.
—¿Tienes expectativas en
que los acuerdos alcanzados permitan cambiar las lógicas de la política que
criticas?
Si bien es cierto que recuperar los fondos de pensiones de los
trabajadores es tremendamente importante, así como regular la salud y la
educación como derechos, aquí hay temas que no se han instalado con la fuerza
suficiente, como que el origen de las desigualdades en el país tiene que ver
precisamente con la apropiación de los recursos naturales comunes. Yo creo que
hay un divorcio absoluto con la casta, creo que hay un segmento de la casta
política que hoy definitivamente tiene que dar un paso al costado, y lo van a
dar porque nosotros finalmente vamos a correr el cerco de lo posible. Ellos hoy
no pueden marchar, ellos no pueden salir a las calles. A mí me daría una
profunda vergüenza ufanarme de ser parte de la casta política o ser parlamentario
y no poder salir a la calle. Es una contradicción absoluta porque se supone que
estás en política porque estás velando por el bien común y no puedes salir a la
calle porque te golpean, te escupen, porque la política está en un nivel tal de
descrédito que da vergüenza. Lo voy a decir en términos populares,
sencillamente: se tienen que ir a la chucha, hay un sector de la casta política
que vale hongo, que vale callampa, que son los responsables de lo que sucede en
nuestros territorios.
—A propósito de los
problemas que afectan a los territorios, hablemos sobre tu tema, el agua. ¿Por
qué has planteado que lo que ocurre en comunidades como Petorca se explica por
el saqueo y no por la sequía?
La provincia de Petorca es el epicentro nacional de la violación del
derecho humano al agua, todo el mundo conoce lo que ocurre en esa localidad, en
Núremberg, en París, en Madrid, en todas partes se dan cuenta de que en la
provincia de Petorca hoy es más importante la producción de paltas que la vida
de las personas. En esa provincia, a 140 km de la capital, más del 70% de la
población toma agua de camiones aljibe, los ríos no existen, no hay
escurrimiento superficial de los ríos hace más de 15 años. Una pléyade de
políticos conspicuos y empresarios llegaron en la década del 90 a instalarse en
nuestra provincia y desmontaron toda la flora y la fauna nativa de los cerros y
empezaron a cultivar paltas. ¿Se puede hacer eso en Chile? Sí, porque no hay
ordenamiento del uso agrícola de los suelos, por tanto, un empresario o político
bien conectado a los centros neurálgicos del poder puede destruir toda la flora
y la fauna nativa del cerro Santa Lucía o el San Cristóbal en Santiago y poner
paltos.
—A tu juicio, ¿hay
algo de la actual crisis de acceso al agua que se explique por el impacto de la
sequía?
Si la sequía fuera real y no motivada por el cambio climático ni la
intervención del hombre, sería pareja, estaríamos todos afectados. Pero cuando
tú caminas por los territorios te encuentras con grandes plantaciones de
paltos, de uva de mesa, rebosantes de agua, y con predios y territorios
completamente secos, depredados, principalmente de campesinos que han perdido
la tierra y el agua en el último tiempo.
—¿Cuál es la salida
para esto? En Valparaíso estás vinculado a la Mesa de Trabajo por el Agua, que
reúne a integrantes del mundo social y político, una experiencia no muy usual.
En la quinta región tenemos una experiencia que es bastante inédita. Construimos una mesa regional que ha recorrido toda la región levantando iniciativas desde los territorios para la recuperación democrática del agua. Tenemos un texto largo que diagnostica lo que sucede en todos los territorios y que levanta demandas que son lógicas, como eliminar el artículo 19, numeral 24 de la Constitución política (que consagra la propiedad privada del agua), construir un acuerdo popular de aguas, restituir la propiedad del agua en el dominio en la tierra, construir una nueva institucionalidad hídrica, establecer prioridades de uso, etc. Pero yo he llegado al convencimiento, y a lo mejor voy a correr la frontera de las declaraciones, de que si no hay una revolución en el país, un cambio cualitativo y radical del patrón de despojo que existe en el país, si no hay un cambio cualitativo o radical protagonizado por los sectores populares, por el pueblo pobre y el pueblo sencillo, vamos a caer en las mismas políticas gatopardistas de siempre en América Latina: todo va a cambiar para que todo siga igual.
Durante 47 años, el autor de libros como Poesía de la banda posmo y Maquinaria Chile y otras escenas de poesía política nunca se durmió y por eso hoy no tuvo que despertar. Sus poemas urbanos, políticos, sociales, han recogido el habla popular durante décadas para escenificar en las calles de Chile el dolor, la impunidad, la ira, el amor, la incredulidad. Pepe Cuevas nunca se acomodó ni arrimó a nada, y quizás por esa razón hoy, cuando se ha roto el dique, sigue caminando libre entre los pliegues de un Santiago que se vuelve metáfora y esperanza de un tiempo crítico.
Por Ximena Póo Figueroa
Todo es retazo por estos días, retazos que se van uniendo a través de un hilo conjurado mediante la columna vertebral de la Alameda. Es mediodía en Santiago de Chile y hay ruido, silencio, cerrojos, ira y risas en los recovecos de las torres San Borja. Ha pasado algo más de un mes desde que se rompió el dique. Sobran los motivos para encontrarnos. José Ángel Cuevas (1944) se acuerda algo de mí, de los 90, de mis 20 años y esa pulsión por buscar las letras de una resistencia retratada en hojas roneo, clandestinas. Yo lo recuerdo como si los 90 hubiesen sido los años del miedo posterior al gran miedo; los años del escaparate y “la medida de lo posible”. Quizás por eso él nunca se durmió y de ahí que hoy, “cuando Chile despertó”, los insomnes como él y como tantos y tantas, caminantes, invitan a mirar de reojo los sueños perdidos para imaginar un futuro cuya salida demanda imaginación y tozudez.
Pepe Cuevas,
premiado y seguido por una juventud emancipada, nació en Rosas 1314, recubierta
de tranvías, ropa colgada, cotilleo de esquinas. Aprendió a reparar máquinas de
escribir antes de tener doce años, junto a un padre estricto y “arribista” y
una madre a la que recuerda ahora que vive en Puente Alto, arropado por las
montañas cuando no baja a La Vega y al centro que conoce tan bien desde los
años del Bar La Unión, el City, el Bosco. Su poesía es urbana, política y
social. Hay que vivir para escribir y no al revés, pareciera decir.
“La mentalidad mía
es la misma y trato de escribir un habla, una poesía centrada en un habla
popular, porque las transformaciones que he temido yo y nuestros compañeros han
sido tremendas; vamos hacia un camino popular revolucionario que es masacrado
por la dictadura, asesinado, y el mar está lleno de muertos. Eso fue algo
aborrecible que pasó en nuestro país al intentar hacer una revolución”, dice
con la lucidez que da el tiempo invertido entre lecturas, papeles sueltos,
garabatos en servilletas voladoras, volantines oscuros sobre una ciudad
capturada, distraída y densa.
“Mi poesía está
totalmente mezclada con la vivencia del empuje popular y por el crimen y asesinato,
y después de 17 años de dictadura horrible, de sapos por todas partes, de
horror, que jamás había ocurrido en nuestra historia, esa poesía se vuelca al olvido,
los autos, los malls, que tienen a la gente engatusada. Hoy es una maravilla
saber que los cabros chicos están recogiendo el origen, el fundamento, que es
el pueblo de Chile”. Esos adolescentes le han mostrado a Chile la ruta para
madurar un proyecto en el que se pretende que el Estado se haga responsable, la
vida se abra paso en libertad, los feminismos muestren el sentido de un lugar
común de códigos solidarios y libertarios. Esos “cabros y cabras chicas”
saltaron torniquetes y se cayó un muro fraguado hace tanto, justo 30 años
después de los amarres de una transición que para Pepe Cuevas significó ni
perdón ni olvido, y justo 30 años después de la caída de los bloques de cemento
en un Berlín lejano.
“Más poesía, menos
yuta”, leemos en una pared de esas que van desde la Plaza de la Dignidad hasta
La Moneda. Nicomedes Guzmán transformó en literatura “la sangre y la esperanza”
y eso pareciera cubrir hoy el paisaje del “acontecimiento”. “La poesía está en
la kalle” cuelga sobre tela roja desde los muros cerrados de la Biblioteca
Nacional, y “La Revolución será feminista o no será” toma el pulso de la calle
desde el frontis del GAM. Se ha acabado para siempre esa idea de la vida que se
limpia a diario con aguarrás. Esos retazos sorprenden a Pepe mientras se pone
su sombrero para capear el sol, cargando preguntas en hojas sueltas esparcidas en
un maletín de cuero que cuelga de su hombro. Se saca la chaqueta café y
caminamos despacito. Promete que irá a esa Plaza de la que se habla, que se
cuidará del guanaco, las lacrimógenas, los balines, las molotov, el fuego.
Tiene calle desde sus años en el Pedagógico de la Universidad de Chile, hasta
donde llegó luego de un paso sin sentido por la Facultad de Derecho. Ahí pasó “años
inolvidables”, llenos de una revolución intentada entre lecturas de una
filosofía que siempre se ha negado a abandonar, ya sea a ras de suelo, por los
tejados europeos o en una América Latina que, como él, tributa a la existencia
insomne, sobre todo en Buenos Aires, acota.
En el “exilio
interno” vivió de la escritura, la música, el taller, y por eso, hoy sus ojos
brillan al pensar en la lucha de la juventud cansada de la bancarización de la
vida, los abusos, el abandono; una juventud cansada de ver a sus abuelos,
abuelas, madres y padres no llegar a fin de mes. De ahí que para resistir la
desesperanza también cuajada hasta estos días, se ha develado que son buenos
tiempos para la lírica. El quiere creer que este es sólo el comienzo en medio
de una posmodernidad que nos empujó a formas fragmentadas que no dejaban ver
esos hilos discursivos apuntalados en la gran historia. Hilos que hoy despuntan
como las arpilleras hechas de hilachas: “Esto que ha ocurrido desde el 18 de
octubre es un acontecimiento impagable e inesperado, que esa juventud vaya
recuperando el sentido de la primera parte del 70 es una magia que nadie se
esperaba, es histórica. No murieron esos tres años maravillosos, sino que viven.
Si nos centramos en la derrota no llegamos muy lejos, pero al recoger de otra
manera esos tres años de los trabajadores chilenos no podemos pensar en derrota”.
Un presente continuo
No hay derrota posible cuando son millones lo que repudiaron a quien un día en un mall de La Dehesa gritaba: “¡Váyanse a su población, rotos de mierda!”. Pepe abre sus ojos claros para enfatizar que ese solo grito de odio, conectado con la Colonia interminable, dio cuenta de por qué es vital enrostrar que la desigualdad perpetúa la violencia, el dolor y la impunidad. Lo dice mientras nos acercamos a las cuatro de la tarde, cuando la Alameda comienza su metamorfosis, pasando lista a las banderas que reemplazan a micros, taxis, autos, oficinistas. La escena es, para el poeta, como retomar un presente continuo bordado por una resistencia al neoliberalismo y las condiciones objetivas de un sistema que parecía impenetrable para quienes prefirieron los salones y el terciopelo del simulacro, la cocina.
Crédito: Alejandra Fuenzalida
“Los partidos políticos no están a la altura. Deben trabajar desde abajo. Nosotros hicimos eso en las poblaciones y es algo que aprendí a partir de largas conversaciones, cuando viví siendo adolescente en Las Condes, y nos juntábamos con personas tan inteligentes como mi amigo Ricardo Pincheira, que era estudiante de Medicina, socialista y del GAP, y que cuando tenía 26 lo sacaron de La Moneda y nunca más se supo de su paradero”, recuerda. Por eso, insiste, hay quienes se han quedado fuera de los acomodos desde siempre, como él o Enrique Lihn, Jorge Teillier —su gran amigo—, Rodrigo Lira, Pablo de Rokha, Juan Luis Martínez o Rosabetty Muñoz, recordada por Pepe cada tanto mientras busca la crónica de estos días en que la sangre ha estado teñida de torturas, ojos cegados, muertes, y la esperanza se ha pintado en carteles, grafitis, bailes: “No son 30 pesos, son 30 años”, “Lucha como Marta Brunet”, “Falsa calma”, “Con bastidor y aguja, con cacerola y cuchara, seguiré luchando”, “No + Sename”, “Piedra contra la bala”, “Milico asesino, tu hijo es mi compañero de clase”, “Recuperamos la palabra pueblo”.
Desde la
publicación Treinta poemas del ex-poeta José Ángel Cuevas, de
comienzos de los 90, ha pasado mucho y, sin embargo, este expoeta no ha dejado de escribir para que nada pase de largo.
“Estoy escribiendo un libro sobre lo que está pasando; mira, te leo algo: Vivo en una pieza mugrienta, con un chal colgado en la
ventana y qué, más allá se ve el cuadro de un pueblo del sur, palos parados que
afirman mi cama solitaria, todo está lleno de libros viejos (…), sueño y sueño,
que salgo por las cordilleras nevadas con todos mis amigos, y que vamos volando
por la inmensidad”. Para seguirlo sólo basta leer algunos de sus libros,
rastreando ese viaje: Efectos personales y dominios públicos (1979),
Canciones rock para chilenos (1987), Cantos amorosos y
patrióticos (1988), Poesía de la comisión liquidadora, (LOM,
1997), Diario de la ciudad ardiente (LOM, 1998), Autobiografía de un
ex tremista, (La Calabaza del Diablo, 2009),Poesía del American
Bar (Hebra Editorial, 2012), Maquinaria Chile: Y otras escenas de poesía
política (LOM, 2012).
Conciencia callejera
Pepe Cuevas se
aferra al lienzo rojo, marco de un retrato necesario. Pareciera que va a salir
volando, como esa imagen que le da por perseguir en sus letras postoctubre. “Comencé
a pensar en este libro inmediatamente, en forma inconsciente, cuando los jóvenes
sacan esta voz. La voz de los jóvenes está recuperando la historia, porque la
historia estaba muerta, la historia fue borrada, la taparon; toda la gente ha
estado preocupada por consumir, del mall, los autos. Es complicado comprenderlo
todo. Los medios manejan muy bien las noticias de los delincuentes y están los
indiferentes, pero está también esa gran mayoría de hijos y nietos de los que
lucharon e hicieron los años maravillosos del gobierno de la UP. Y aquí puede
pasar algo muy importante, que se abra la luz. Uno pensaba que nunca iba a
pasar esto, uno pensaba que el gol estaba metido y había un distanciamiento
total”, dice para reírse con sus ojos y hablar de sus tres hijos.
Es en ese momento donde leemos Los desarrapados, publicado en Poesía de la comisión liquidadora (LOM, 1997), un poema para el final de un tiempo: “Viajan los desarrapados del capitalismo salvaje/a la luz de los grandes letreros/que nadie lee/ni las puertas abiertas/de los Shopping Mall/como nichos del Mal/el mundo revirtió acá/nuestro mundo/cordillerano/guarnición zapato de hierro/Ey,/No pregunten nada”. Y es que, reconoce,“creo que he sido uno de los pocos poetas que ha luchado por mantener en la conciencia nacional la conciencia de los trabajadores, el crimen y el asesinato tremendo de nuestro sector, a pesar de que luego vino la modernidad y la posmodernidad. ‘Pepe sigue con la misma, me tiene cabreado’, decían muchos, pero no callé”.
Crédito: Alejandra Fuenzalida
Y no lo hizo nunca, como en el poema «El hijo de puta Mondaca», en Poesía de la banda posmo (La Calabaza del Diablo, 2019): Oye, ¿qué le pasó al mundo? Nada. Solo que la URSS cayó definitivamente, sí, sí/y el proletariado/con Lelin/Stalin/Zinoviev./La Invencible Revolución de Octubre/que le decían./Obrero/Campesina: Unión Soviética. ¡Ey! Cayó./Sin pena ni gloria. Hoz y martillo rojos como la sangre./¡Ay qué bello es el mundo/Con sus calamidades/ y desastres!/ Chile que está en la línea de las Altas Montañas,/cayéndose al Pacífico y también le pasó, lo que le pasó…,/querían socialismo los perlas, estatitizar la Banca y los 91/monopolios al Estado/1/2 litro de leche. Quitar fundos a los ricos/del Sur. Disolver los Grupos Económicos Matte/Vial/Yarur/Cruzat/Edwards/Larraín./¡Ay, ay, ay!/Los ricos les sacaron la cresta y media, colgados/de unos fierros/metiéndoles corriente en los testículos,/y los soldados de la Patria/casi veinte años, hicieron/el trabajito sucio”.
Son las cinco y en la Plaza de la Dignidad se anticipa la escena para un Chile de incertidumbre, de tanto, tanto ruido, que alcanza un país entero. Lo alcanza para que no se duerma y para que cuando acabe el piqueteo de latas y cemento no se pierda la huella que ha dejado. La ciudad es una metáfora, coincidimos. José Ángel Cuevas baja las escalinatas de la Biblioteca Nacional y el lienzo rojo se detiene un segundo; ahí es cuando nos cruza un viento extraño, uno que él agradece para así poder seguir, dice, su camino, sin rendición posible, hacia la plaza de la historia.
Las últimas semanas han inquietado al economista, Chicago boy disidente y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. No sólo lo ha impresionado la creatividad de la protesta y lo ha conmocionado la violencia, sino que también lo ha interpelado la respuesta de la política, que hasta ahora mantiene la inercia que le ha “sacado los choros del canasto” a ciudadanos y ciudadanas que hoy claman por el cambio del modelo económico. ¿Se pueden hacer reformas estructurales al neoliberalismo? Es perfectamente posible, dice el Doctor en Economía.
Por Jennifer Abate C.
—¿Cuáles son sus reflexiones tras estas semanas de estallido social en Chile?
Primero, estoy impactado por la intensidad y la variedad de las
manifestaciones y de las profundas virtudes que tienen para que Chile mejore en
el futuro, e impresionado por la cara negra de la destrucción, que está dañando
a la mayoría de los chilenos y mucho más a los vulnerables. La segunda
reflexión es que veníamos acumulando insatisfacciones, con varios colegas
estábamos advirtiendo hace tiempo que hay que acelerar ciertos ritmos para que
Chile avance hacia el desarrollo, que implica un buen empleo, buena situación
en el hogar, mejoras persistentes a través del tiempo. Esto había sucedido en
alguna proporción muy positiva en algunos años desde el retorno a la democracia,
pero después se había ido debilitando y hemos ido perdiendo fuerza.
—El jueves 28 de
noviembre, un grupo de economistas, entre los que está Roberto Zahler, Carlos
Ominami, Claudia Sanhueza, Andras Utthof y usted, entregó una serie de propuestas
para potenciar la agenda social en Chile. ¿A qué tipo de medidas apunta este
texto, que pone el acento en pensiones, salud y empleo?
Somos un grupo de economistas de centroizquierda decididos a aportar
para ayudar a que mejoremos el futuro en vez de empeorarlo. Nos hemos centrado
en el crecimiento. ¿Qué significa crecimiento? Es mejorar situaciones de
empleo, posibilitar el aumento de los salarios. Es un tremendo error pensar que
sólo los neoliberales quieren crecimiento. Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura
no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco
concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y
empobrecimiento de la mayoría del país.
—O sea, buscan que la idea del crecimiento económico no sea sólo
patrimonio de la derecha.
Es patrimonio de la centroizquierda: los primeros nueve años de democracia crecimos a más del doble de la velocidad de la dictadura, mejoraron los salarios, las cifras de pobreza se redujeron a la mitad. Nosotros sabemos hacer eso mucho mejor que la derecha, pero en estos últimos veinte años hemos perdido velocidad. Ampliamos el espacio de lo posible y no lo estamos aprovechando. Estamos entregando ciertas herramientas que debería usar la autoridad económica y que han sido entregadas al mercado. La autoridad no puede ser un súbdito de los caprichos del mercado, sobre todo cuando se trata del mercado especulativo. Un buen país no puede vivir, no puede mantenerse si está en las manos de la especulación financiera.
Crédito: Alejandra Fuenzalida
¿De qué manera se relaciona la especulación financiera de la que habla con las crisis del modelo neoliberal?
La globalización pasa por las exportaciones, la inversión extranjera crece mucho cruzando fronteras, y en los últimos 20 años lo que creció abrumadoramente fueron los flujos financieros. ¿Qué es esto? Plata de algunos entes inversionistas en Nueva York, California o Londres que se comienzan a invertir en la bolsa chilena, en la bolsa argentina, etc., y entran a comprar acciones, les prestan plata a las empresas de distintos países y le compran bonos. Eso se llama flujo financiero internacional. El problema es que esas platas son muy volátiles, llegan a veces con mucho entusiasmo y de repente se van para otro lado. Si uno se acostumbró a esa plata, ¿qué sucede cuando no llega? El dólar se abarata porque llega la moneda extranjera, hay más importaciones de bienes de consumo (las platas financieras no van a la inversión productiva, van al consumo de lo importado) y lo importado no lo producimos nosotros, lo producen otros. Si uno empieza a comprar muchos productos importados está castigando a los productores chilenos, se empieza a reemplazar una cosa por otra y se va produciendo este fenómeno que nos deja con escasez de algo a lo que nos habíamos acostumbrado. Eso produce desempleo, baja de salario y ha sucedido muy frecuentemente. En los últimos 20 años ha ocurrido cuatro, cinco veces en América Latina y en Chile.
“Los neoliberales han sido malazos en el crecimiento, la dictadura no dio crecimiento para la mayoría de los chilenos, dio poquito; poco concentrado en pocos, lo que significó enriquecimiento de unos y empobrecimiento de la mayoría del país”
—De alguna manera
deberíamos salir del paradigma de que el mercado “sabe” y que puede decidir por
cuenta propia. Lo que hemos visto en los últimos años es precisamente eso, que
la política dejó de tomar decisiones que quedaron sólo en manos del mercado. En
ese contexto, ¿qué posibilidades reales tenemos hoy de que se instale con fuerza
la disputa por el modelo económico que nos rige?
Bueno, el tema no sólo está en Chile, todos estamos pensando con qué se
reemplaza el neoliberalismo. La decisión no es entre “mercado y no mercado”,
sino sobre qué mercado y quién manda en lo estratégico, y ahí están las políticas
públicas, un conjunto de políticas públicas que deben empujar una transformación
productiva. Tenemos una torta chica y hay que agrandarla creciendo en los
sectores bajos y medios y reduciendo la volatilidad y la informalidad. ¿Son
estas cosas posibles? Claro que es posible. Lo hicieron en su época los
europeos en la posguerra con una economía destruida. Reconstruyeron un sistema
de manera inclusiva, con participación muy importante de los trabajadores. Son
cosas posibles y no hay que creer eso de que “en estos tiempos no se puede
porque está la globalización”.
O sea, ¿no se trata
de un camino sin salida?
Tenemos que corregir la globalización. No podemos cambiar la
globalización del mundo, pero podemos manejar lo que entra a nuestro mercado
interno; no podemos manejar qué les pasa a nuestras exportaciones afuera, va a
depender de lo que pase en el mercado de demanda del cobre, qué se yo, pero
adentro podemos hacerlo, lo hicimos entre el 90 y el 96.
—Y en términos
concretos, ¿cómo se cambia un modelo político y económico?
Tenemos que corregir la Constitución, que daba algunos espacios, pero
quitaba otros. Pudimos avanzar en los 90 con esa Constitución, pero te ponía
trabas. La nueva Constitución no debería poner esas trabas, debería abrir
espacios.
—Usted suele hablar de
gradualidad y respecto a la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” ha dicho
que las últimas tres décadas no han sido homogéneas en nuestro país, que ha
habido avances y retrocesos, pero que definitivamente no enfrentamos el mismo
panorama que teníamos cuando se derrocó la dictadura.
Sí, decir que no pasó nada en 30 años es un profundo desconocimiento de la realidad y cuando uno desconoce la realidad se dispara a los pies, es un suicidio. De partida, los 30 años perdonan a la dictadura, y los 17 años de la dictadura dejaron profundas huellas regresivas y una torta mediocre, lo que se llama el PIB, el Producto Interno Bruto. Durante los primeros años de la democracia crecimos, la torta se agrandó, aumentó el empleo, la desocupación disminuyó y se acortó la brecha de salarios entre hombres y mujeres. En los 90 controlamos los mercados financieros, el Banco Central puso barreras a los flujos especulativos, subió los impuestos, les puso impuestos a las empresas, pero tuvimos que esperar otros 20 años para la reforma que hizo la presidenta Bachelet. Tuvimos que esperar 24 largos años y deberíamos haber hecho reformas tributarias cada diez años, razonables, graduales, que van preparando el terreno. Hacer eso en el momento oportuno hace una gran, gran diferencia.
“(Sobre la crisis)Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario, inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones”.
—¿Cree que lo que
estamos viendo actualmente tiene que ver con una acumulación de insatisfacción
producida por todas esas medidas que no se tomaron a tiempo?
Creo que lo que sucedió es que se iban detectando problemas y se iban
tirando para adelante. Hubo inercia en educación, inercia en el Sename, inercia en lo tributario,
inercia en la capacitación laboral, inercia en las pensiones. Recién en 2008
tuvimos una gran reforma con la presidenta Bachelet y eso fue un salto
cuántico, significativo, pero no llegó a la meta, la meta estaba más adelante.
—Ha mencionado en
varias ocasiones a la presidenta Bachelet y hace algunos meses se refirió a las
críticas que ella recibió por su manejo económico a pesar de que sus cifras no
habían sido tan escuálidas. ¿Cree que el actual estallido pudo haberle ocurrido
a la presidenta Bachelet o a otro presidente antes que ella o tiene que ver con
las características del gobierno del presidente Piñera?
Me saca mucho de mi ámbito de entrenamiento. Creo que ha habido un cúmulo
de errores en los proyectos de reforma, partieron mal, varios de ellos sacaron
los choros del canasto y después hubo inercia para responder oportunamente. Como
he repetido en los años 96 y 97, “cuidado con seguir abusando de la paciencia
de la gente”. Todos los gobiernos, desde el actual hasta finales de los 90,
fueron deficientes en el manejo macroeconómico, no tomaron medidas
suficientemente adecuadas para librarnos de estas fluctuaciones, de esta
especulación proveniente del exterior. Nos abrimos de brazos frente a eso.
Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 29 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
La etapa postdictatorial chilena se ha caracterizado por un continuo de violación a los derechos humanos de mujeres y niñas, lo que se refleja en dos situaciones constantes y sistemáticas. Por un lado, la violencia política sexual (VPS) y, por otro, la impunidad en crímenes cometidos en contra nuestra. Ambas realidades se retroalimentan en una ordenación neoliberal y patriarcal que sólo puede ser desestructurada por nuestra propia acción.
La VPS ha sido definida como aquella acción
violenta de carácter sexual o sexista, dirigida contra las mujeres por el hecho
de serlo, y que busca desanimarnos de participar en política, como señaló en
2016 el National Democratic Institute, menoscabando o anulando nuestros derechos.
Al extender el análisis, podemos señalar que la VPS cumple un doble objetivo: castigar
a las mujeres, jóvenes, niñes y disidentes sexuales por su participación
pública, eliminándoles de la misma, y permitir con ello que los grupos
privilegiados dominen a los pueblos, con un especial ataque a las etnias, razas
y clases consideradas peligrosas, y en específico a las mujeres pertenecientes
a tales identidades. Como consecuencia de esta agresión, no sólo se logran tales
objetivos, sino que además se impide que mujeres y niñas podamos influir en el
foro público y que aportemos con nuestras propuestas políticas a la eliminación
de las estructuras de dominación y opresión.
“Si ante el temor que nos genera la violación nos protegemos restándonos de los espacios en que puede ocurrir, ¿cómo podremos participar en el debate y las acciones sobre nuestro futuro como sociedad?”
Las razones por las que el castigo político durante conflictos armados ha sido dirigido hacia el cuerpo-mujer se encuentra en la significación que se le da a nuestra sexualidad y nuestra posición como género en la sociedad (Catherine MacKinnon). Es el peligro que representamos como extensión de la vida y resistencia a la muerte lo que se intenta anular. Y es por ello también que la VPS puede abarcar a cuerpos identificados con aquello que difiere del cuerpo-varón hegemónico (blanco, heterosexual y rico), a fin de castigarles por su feminización, o bien feminizarlos para otorgarles el menor valor que el patriarcado asigna al cuerpo femenino. Así, la VPS en conflictos con alto grado de violencia, como el que estamos viviendo desde el 18 de octubre en Chile, se realiza a través de actos colectivos, públicos y no aislados, muchas veces asociados a otras humillaciones específicas dirigidas contra aquella otra identidad desvalorada que la persona agredida posee. La VPS revela, entonces, un modus operandi en su masividad y asociación a otras formas de violencia. Por eso no es de extrañar que en Chile los ya al menos 70 casos de VPS denunciados al Indh vayan aparejados de ya más de 250 mutilaciones oculares a manos de Carabineros.
Crédito: Amanda Aravena – Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres
No obstante, lo más complejo para mujeres y niñas no es que la VPS se trate de una estrategia dirigida en nuestra contra. Se ha documentado que en acciones de guerra, como las ocurridas en Vietnam, los soldados, tras violar y asesinar a mujeres, al ser interrogados indicaban que habían recibido órdenes de matar pero no de violar. Esto implicaría que la VPS como tipo penal internacional puede cometerse como estrategia (bajo órdenes) o como una práctica tolerada por el contexto social (Elizabeth Jean Wood). Pero más allá de los tipos penales, lo preocupante es que, siendo la VPS una práctica tolerada por la estructura social, lo sea en cualquier tiempo y no sólo en tiempos de guerra o crisis. He ahí el carácter político per se de la violación sexual, “un proceso consciente de intimidación por medio del cual todos los hombres mantienen a todas las mujeres en un estado de temor” (Susan Brownmiller). Si ante el temor que nos genera la violación nos protegemos restándonos de los espacios en que puede ocurrir, ¿cómo podremos participar en el debate y las acciones sobre nuestro futuro como sociedad? Por ello, que la VPS ocurra permanentemente en tiempos de la llamada “paz”, como demuestran las 284 denuncias de violencia sexual cometidas contra mujeres pertenecientes a las Fuerzas Armadas y de Orden chilenas entre 2010 y 2018 (El Desconcierto), y el 44,4% de parlamentarias a nivel mundial que han recibido amenazas de muerte, violación o palizas (Unión Interparlamentaria), es altamente peligroso. La impunidad, así, está asegurada.
«La persistencia en nuestra lucha, que nos ha permitido nombrar la VPS cometida por el Estado, hoy más preocupado de la destrucción del capital que de la vida, nos permitirá seguir saliendo a las calles a mujeres y niñas»
Finalmente, el ciclo de impunidad se cierra en VPS cuando hombres del mismo grupo atacado participan en las violaciones, como se documentó respecto de Sendero Luminoso y Tupac Amaru en tiempos de Fujimori en Perú. Si la basurización de nuestros cuerpos (Rocío Santiesteban) es confirmada por nuestros propios “aliados”, la expulsión de nuestras vidas del debate político se sella. Entonces, que no sepamos las cantidades exactas de agresiones sexuales en conflictos como el de Guatemala (1.400 a 9.400) o Yugoslavia (14.600 a 60.000) o que sólo se haya llegado a una miserable condena en Chile por tortura “con connotación sexual” durante la dictadura de Pinochet, es parte de la misma VPS como práctica socialmente tolerada.
Crédito: Amanda Aravena – Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres
En este escenario, sin embargo, la politicidad de las mujeres ha sido fundamental para denunciar la impunidad, que impide tanto castigar a todos los violadores de DD.HH. tras 1973 como conocer las razones de las muertes de muchísimas mujeres catalogadas por el Estado como “hallazgo de cadáver” o incluso suicidio, pese a ser encontradas flotando en ríos, con bolsas plásticas en su cabeza, quemadas o envenenadas (Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres). La persistencia en nuestra lucha, que nos ha permitido nombrar la VPS cometida por el Estado, hoy más preocupado de la destrucción del capital que de la vida, nos permitirá seguir saliendo a las calles a mujeres y niñas. Nos permitirá encontrar los cuerpos de Tanya Aciares de Copiapó y Paola Alvarado de Curacautín, asesinadas por violadores y femicidas antes del estallido social, y que el Estado de Chile se niega a buscar. Nos permitirá, en definitiva, seguir construyendo nuestra propia justicia.
A menudo se piensa que la contradicción fundamental del debate constituyente en educación está entre Estado y mercado. Sin embargo, la verdadera contradicción es entre mercado educativo (Estado subsidiario) y democracia educativa (Estado garante). Sólo entonces podemos imaginar una nueva educación pública. Veamos.
Durante el siglo XX Chile
optó por un Estado Docente que nos dio un merecido prestigio. Sin embargo,
nunca fue universal ni igualitario. Tuvo un desarrollo incompleto, segregado e
inorgánico. Además, como escribió Gabriela Mistral, sufrió de vicios de
centralismo y falta de democracia.
Por ello el cultivo de la
vida individual y social se dio principalmente en instituciones no
democráticas. La familia patriarcal (muchas veces monoparental) o el
inquilinaje en el agro formaron a la mayor parte del pueblo chileno hasta
mediados del siglo XX.
Por eso, en los sesenta,
la sociedad chilena estaba disconforme. No es casualidad entonces la Reforma Agraria
o la planificación familiar. Menos que recién con la reforma escolar del 65, la
ENU de la UP —que no era un proyecto de adoctrinamiento marxista,
como se dijo— y la reforma universitaria del 67, se discutieran
seriamente las bases de una educación pública, moderna y democrática.
Chile empezaba de verdad a ser una República. Al mismo tiempo que el familismo patriarcial era cuestionado, se planteó la necesidad de abrir la educación estatal a la nueva sociedad que surgía en esa convulsa década. Fue el inicio de una interesante democracia docente.
Como se sabe, este proceso
fue interrumpido en 1973, y los avances descritos serían revertidos con la idea
de subsidiariedad: las “familias” tendrían que elegir opciones en el mercado
educativo. De un lado, esto permitía reponer el control de la familia
patriarcal; y de otro, abriría un mercado educativo bajo la promesa de más calidad
—por la competencia— e igualdad —por el acceso.
Bajo este arreglo, que
profundizaron los gobiernos civiles, el mercado expandió la educación formal
incluso más rápido de lo previsto. Pero el precio a pagar fue la construcción
de un sistema segregado, caro y de baja calidad promedio. La educación funcionaría
más como explotación rentista que como enseñanza-aprendizaje. De ahí la ironía
de una sociedad sobre-escolarizada y sub-educada.
“El mercado expandió la educación formal incluso más rápido de lo previsto. Pero el precio a pagar fue la construcción de un sistema segregado, caro y de baja calidad promedio”
Si se mira el problema
globalmente, el agotamiento del Estado Docente en los sesenta pudo haber sido
dirigido tanto a proyectos de expansión de la democracia —reformas de los sesenta— como de mercado —reforma dictatorial. El Estado puede ser base de procesos de
mercantilización o servir a procesos de democratización. Estado no se opone a
mercado, necesariamente.
Lejos de sus ideologismos,
la educación privada en Chile sólo ha sido viable gracias al Estado: universidades
de transnacionales reclaman dineros estatales por su “rol público” pues
atienden a públicos “focalizados” y “vulnerables”. Este es el Estado
subsidiario del que tenemos que salir, incluida su maraña de justificaciones
tecnocráticas y loas al management como
falsa base científica de política pública.
Dicho esto, resulta
impracticable un retorno al viejo Estado Docente, dado que sus supuestos socioculturales
—el pacto familia/escuela— ya han sido superados. Hay que ir más allá, apropiándonos hoy
de la discusión de los sesenta.
Caminamos a una época en
que muchas funciones individuales de la parentalidad y maternidad tenderán a socializarse
como responsabilidad colectiva por las nuevas generaciones. Emergen nuevas
formas de familia, así como también nuevas formas de amor y de creación de la
vida. Enhorabuena que así sea.
También es cada vez es más difícil diferenciar aula y sociedad. La cooperación humana que permiten las nuevas tecnologías, el acopio y uso directo de los saberes humanos —de lo que Marx llamara intelecto social—han cambiado para siempre la relación entre individuo y cultura. Hoy la sociedad completa es el aula.
Crédito: Felipe PoGa
La tarea de la educación pública en el siglo XXI no es volver atrás: es liderar estas tendencias para que sean espacio de libertad y no el simple “extractivismo de humanidad” que ha hecho el neoliberalismo. No es casualidad que coincidan lucha feminista y lucha por la educación: en ambas se anuncia un concepto más universal de libertad humana. Una nueva relación entre individuo, familia y sociedad.
Hay que repensar desde su
núcleo el hecho pedagógico y el sentido de la universidad. Salir de la jaula
tecnocrática del managementpara entender que no se trata de aislar el “contexto escolar”
del “efecto escuela” para producir más Simce,
sino que es precisamente en ese “contexto escolar” donde se produce el
aprendizaje y la vida. Ese contexto escolar se llama “sociedad” y allí debe
enfocarse una nueva pedagogía para una nueva democracia.
Hemos de inventar un nuevo
concepto de educación pública: uno que desborde el aula y atraviese de punta a
cabo la vida social, en estrecha relación con un nuevo proyecto de desarrollo
país. Que articule salud, educación y tiempo libre en instituciones abiertas y
que nos acompañen a lo largo de toda la vida. Sólo entonces el actual apartheid educativo será superado por
una vida en común más rica.
En Chile no existe la
educación pública, malamente podríamos “fortalecerla”. Existe educación estatal
subvencionada. La educación pública debe ser fundada y qué mejor oportunidad
para hacerlo que la nueva constituyente.
El Estado subsidiario debe
dar lugar a un Estado garante. Los edificios de la nueva educación pública deberán
ser patrimonio de todos al mismo tiempo que sus trabajadores deberán ser funcionarios
públicos. El financiamiento a la demanda debe ser reemplazado por aportes
basales.
Pero, con todo, no reside
en el Estado el carácter público de la educación, sino sólo su condición de
posibilidad. Democracia docente implica entender la democracia como una característica
de la sociedad más que del Estado y, por lo mismo, asumir la educación pública
como un proceso libre de autoconstrucción social y cultural.
En definitiva, las principales páginas en la historia de la educación pública chilena no están en el pasado, están en el futuro. Chile ha sido tierra de experimentos. Llegó la hora de que el pueblo chileno inicie uno nuevo: el del fin del neoliberalismo y la construcción de una idea más avanzada de democracia.
El 15 de noviembre el mundo político celebró: finalmente existía un acuerdo para un proceso que discutiría desde cero una nueva Constitución. Pero casi enseguida comenzaron las dudas. ¿Qué significa la hoja en blanco? ¿Qué ocurrirá cuando la convención constituyente o mixta no llegue a acuerdos que abarquen a dos tercios de sus integrantes? ¿Cuál será el rol de la comisión técnica? ¿Cómo deberían enfrentar esto los ciudadanos y ciudadanas? Bárbara Sepúlveda, abogada, profesora de Derecho Constitucional y directora ejecutiva de Abofem (Asociación de Abogadas Feministas), y Javier Contesse, abogado, académico del Departamento de Ciencias Penales de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y uno de los coordinadores de la Defensoría Jurídica de la Casa de Bello, responden estas y otras dudas, pero también manifiestan su preocupación por las señales del gobierno respecto a los informes internacionales que hablan de violaciones a los derechos humanos.
Por Jennifer Abate C.
—Javier, quisiera partir por lo más contingente. Eres uno de los coordinadores de la Defensoría Jurídica de la U. de Chile, fuiste a Quito a la audiencia pública de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que analizó las violaciones a los derechos humanos en Chile. ¿Cómo evalúas la respuesta de las Fuerzas Armadas y del gobierno al informe de Amnistía Internacional, que señala “que los derechos humanos se están violando en Chile a través de ataques generalizados, usando la fuerza de manera innecesaria y excesiva con la intención de dañar y castigar a la población que se manifiesta?”
Primero, quisiera puntualizar que la Defensoría Jurídica de la U. de Chile es, ante todo y desde un inicio, una iniciativa estudiantil. Respecto a lo ocurrido con el informe de Amnistía Internacional y las diversas reacciones del mundo político y castrense, creo que la situación es bien preocupante por distintas razones. Uno puede discutir el mérito, el contenido del informe o si se formuló de manera apresurada, pero es fundamental entender que proviene de una organización internacional que tiene una legitimidad en el mundo de la protección de los DD.HH. que es irrefutable. Entonces, que la actitud sea, de inmediato, prácticamente de denostación del informe, es por ese solo hecho, grave.
—Además, las Fuerzas Armadas se manifestaron públicamente, deliberando.
Javier: exacto, es bien inédito lo que acabamos de ver.
—¿Cuáles son los riesgos de la negación inmediata del contenido de este tipo de informes? Ya ocurrió una vez en nuestra historia que la institucionalidad política no reaccionó a tiempo ante la ocurrencia de violaciones a los derechos humanos, lo que forzó a las familias de las víctimas de la dictadura a buscar justicia por su cuenta.
Javier: En este tipo de circunstancias siempre aparece el riesgo de impunidad. Ese riesgo es menor, claramente, que en el periodo de la dictadura. Además, existe un riesgo inverso para el propio gobierno. Con los compromisos internacionales asumidos por el Estado de Chile y sobre todo con el compromiso asumido a nivel de derecho penal internacional, mientras el gobierno se mantenga en esta política de dificultamiento de la obtención de información por parte de organizaciones internacionales, cada vez se acerca más a la posibilidad de cumplir una eventual responsabilidad penal, y eso vale para quienes están a cargo de las fuerzas de seguridad y de orden, pero también vale para la autoridad política.
Bárbara: hay que decir que esta es una irresponsabilidad bastante grave de parte del gobierno, ya que es un deber internacional adquirido por la ratificación de todos los tratados que ya hemos firmado en Chile sobre DD.HH. Hace un par de semanas vimos cuál fue la presentación del Estado de Chile ante la CIDH y bueno, fue un papel bastante vergonzoso.
—Entrando en el proceso constituyente anunciado por el mundo político, ¿podrían decirnos qué significa la aprobación del texto constitucional con acuerdos de dos tercios y hoja en blanco? Se los pregunto porque inicialmente nos convencimos de que esto implicaba partir desde cero, lo que esta semana ha sido refutado por, entre otros, el senador Andrés Allamand.
Javier: Los dos tercios tienen mala prensa para los dos lados porque, como quórum para una reforma constitucional, operan efectivamente como un cerrojo. Pero eso cambia radicalmente cuando se trabaja sobre una hoja en blanco, porque cuando esto ocurre, y eso es lo que Allamand está tratando de desfigurar, por así decirlo, aquello que no alcanza los dos tercios, no entra a la Constitución. La trampa de Allamand es decir que ahí permanece lo estipulado en la Constitución anterior. Pero si uno lee el acuerdo completo se da cuenta de que no es necesario que exista una regla que diga expresamente que si no se alcanzan los dos tercios el desacuerdo no queda en la Constitución, porque cuando se analiza sistemáticamente el cuerpo del texto, es claro que si no se alcanza el quórum, lo que resulta no forma parte del texto constitucional.
Bárbara: mira, yo creo que de todas maneras hay que hacer varios matices sobre lo que dice Javier, en particular, porque si bien el quórum de dos tercios ha sido utilizado en otros procesos constituyentes, hay otros tipos de acuerdo que cumplen con los mismos requisitos, como los tres quintos. Siento que hoy se da una suerte de blanqueamiento de los dos tercios. Estuvimos toda la vida criticándolo y parece que ahora no es tan malo. Pienso que es mucho más saludable tener un quórum de tres quintos, ya hemos visto ejemplos a nivel internacional de que funciona y hoy su aplicación significaría tener un equilibrio de las fuerzas políticas.
Javier: un sector de la derecha va a iniciar una campaña por tratar de desconocer el acuerdo por todas partes, pero el punto es que ese paso se dio y ahora hay que defender la consagración de la hoja en blanco.
Bárbara: estoy de acuerdo contigo en que es muy importante lo de la hoja, pero yo no utilizaría la expresión “ir a defender”, sino que hay que ir a exigir la hoja en blanco porque si no, de qué proceso constituyente estamos hablando. A pesar de que este es un acuerdo que está escrito, que firmó la mayoría de los partidos políticos, queda un gran actor que sigue siendo reemplazado y eso no podemos dejar de decirlo, sobre todo yo, que represento a la sociedad civil en esta instancia.
—Ya fue nombrada la comisión técnica que definirá aspectos clave del proceso. ¿Qué les parecieron los nombres de las y los convocados?
Bárbara: Más los que las. Y van a definir cuestiones cruciales a pesar de que es una instancia que más o menos replica la idea del binominal, mitad y mitad, oposición y oficialismo. Cuando esto llegue al Congreso, no podemos llegar y cerrar las puertas, o sea, ahí habrá personas, representantes de la sociedad civil, representantes de la ciudadanía electos popularmente, que también tienen cosas que decir, y eso es una instancia bastante democrática para incorporar las voces que hoy en día están siendo continuamente desplazadas.
—¿Qué es lo que va a definir esa comisión técnica?
Javier: Por ejemplo, el modo. Vamos a tener que elegir constituyentes, representantes, pero hay una serie de cuestiones que hay que discutir. Por ejemplo, una cuestión de extrema relevancia es el tema de paridad. Esa pelea no la podemos dejar de dar, como el problema de representación de los pueblos indígenas. Ellos no pueden quedar fuera de la discusión pública. La comisión va a tomar decisiones muy importantes que van a confirmar o refutar las sospechas que razonablemente tiene la sociedad civil frente a este acuerdo.
—¿Cuál es el rol de la sociedad civil, de las instituciones, de nosotros y nostras, en tanto ciudadanos y ciudadanas, de cara al proceso que vivirá nuestro país?
Javier: la sociedad civil tiene un rol fundamental, es EL actor. Por supuesto, la sociedad civil es un actor que no tiene una forma tan clara, se manifiesta de múltiples maneras, pero lo que ha estado pasando hasta el día de hoy, esto es, que la sociedad se movilice, que se reúna en asambleas autoconvocadas, en cabildos, que discuta, es algo que tiene que seguir pasando. Quisiera señalar, además, el tema de la impunidad. Estamos tratando de luchar contra eso y vamos a seguir inclementemente en esa tarea. Nada de lo que se decida puede inviabilizar lo que está pasando en materia de violación de los derechos humanos en nuestro país.
Bárbara: el llamado a la ciudadanía es a informarse, a seguir discutiendo, a presentar ideas y a no tener miedo de soñar un nuevo país. Eso es importante, porque estamos acostumbrados a hacerlo dentro de una cajita con límites impuestos, pero hoy tenemos la oportunidad histórica de poder definir las propias reglas del juego que nos vamos a dar, con nuestros principios, nuestros valores, con los derechos sociales y todo lo que queremos incorporar en la nueva Constitución, así que a seguir avanzando con alegría y con esperanza, que esto no se ha terminado.
Bárbara Sepúlveda, directora ejecutiva de Abofem
Javier Contesse, académico de la Facultad de Derecho de la U. de Chile
Esta entrevista es una breve síntesis de la que se realizó el 22 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
Con distintos énfasis, Azun Candina y Fernando Pairican, doctores en Historia y académicos de la U. de Chile y la Usach, respectivamente, parecen coincidir en una de las consignas con las que inició el movimiento social el 18 de octubre de este año: “no son 30 pesos, son 30 años”. Y quizás más, muchos más. La especialista en historia de las clases medias y el investigador del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas se refieren en esta entrevista a los detonantes y a potenciales salidas para la crisis.
Por Jennifer Abate y Evelyn Erlij
—Varios representantes del mundo político han dicho que nadie fue capaz de ver que esta crisis venía. Sin embargo, en 2017 Azun entrevistaba, para la revista Palabra Pública, al Premio Nacional de Historia Julio Pinto, quien advirtió: “hay una noción de que para que un Estado pueda existir y seguir funcionando debe contar, al menos, con el consentimiento de aquellos a quienes gobierna. Cuando la población o la sociedad deja de sentir que eso está ocurriendo, el Estado, el régimen político pierde legitimidad y creo que eso es lo que estamos experimentando hoy en Chile”. ¿Por qué creen que los tomadores de decisiones eligieron no ver lo que venía?
Azun: los estallidos sociales no tienen fecha agendada, pero lo que está ocurriendo no es ni inexplicable ni irracional ni imposible de prever. Si uno ve la gran movilización por la educación pública, la de los pueblos originarios, la del movimiento No+AFP, la del movimiento Andha Chile, se podría decir que todas involucraban una crítica de fondo a un modelo individualista, agobiante, subsidiario y no solidario, y todas apuntaban a lo que vemos ahora como la gran propuesta de esta movilización: un nuevo marco constitucional, un pacto diferente con el Estado y políticas públicas solidarias y redistributivas.
Fernando: uno no podía señalar cuándo iba a ocurrir esto, pero sí podía darse cuenta de que algo no estaba siendo normal, había síntomas de descontento. Para mí, lo más interesante de esto es la capacidad de las personas de autogobernarse inmediatamente y organizarse en sectores barriales, estudiantiles o del trabajo, lo que habla de una experiencia social acumulada y la capacidad de organizarse rápidamente para poder afrontar lo que está sucediendo. Lo que uno puede ver es que hay un cambio de lógica política: vas a la Plaza Italia y ya no vas a ver los escenarios con los líderes, eso ha cambiado.
—En esta lógica de movilización que no responde a una articulación tradicional, ¿quién canaliza las demandas?
Azun: una de las cosas que más me conmueve, que en lo personal me hace sentir parte de este movimiento y que me encanta de él es que no es de líderes personalistas, líderes carismáticos, líderes que encarnan todas las aspiraciones del pueblo. ¿Dónde está el líder acá? Somos todos líderes. Esta es una movilización que demuestra que la sociedad civil y sus organizaciones, tanto a nivel local, regional, de los distintos segmentos de la sociedad, estudiantes, barrios, la gente que se reúne en los municipios, no necesitan un padre que les dé órdenes.
Fernando: agregaría que esto se relaciona con la experiencia política del movimiento mapuche en su lógica de autonomía, que era una de las críticas que normalmente se le hacía. ¿Con quién dialogo? ¿Con quién hablo? Y uno tenía que explicar que había una forma política distinta de llevar adelante una movilización. Lo que uno ve en América Latina desde la década del 2000 es la irrupción de movimientos sociales, por lo menos en Brasil, Argentina y Bolivia, donde se van a lograr entender estas autonomías para poder conducirlas hacia una nueva forma política.
“Una de las cosas que más me conmueve, que en lo personal me hace sentir parte de este movimiento y que me encanta de él es que no es de líderes personalistas, líderes carismáticos, líderes que encarnan todas las aspiraciones del pueblo” (Azun Candina)
—Los estallidos sociales no son aislados en la historia de Chile y varios de ellos tuvieron como gatillo el alza de la tarifa de transporte. ¿Creen que esta crisis se parece a otras del pasado? Y si es así, ¿cómo se resolvieron en esos casos?
Azun: frente a un tipo de Estado que pone en primer lugar el control y el orden antes que el bienestar de los ciudadanos y la justicia social, no es de extrañar que en algún momento las sociedades estallen como ocurrió en las décadas de 1920, 1940 y 1950, sólo para hablar del siglo XX. Lo que parece no entender el gobierno actual es que esa estrategia represiva no le está funcionando. Si ustedes hablan con cualquier especialista en conflicto, violencia social, control, delincuencia, les va a decir que más mano dura, más cárceles y más policías no solucionan la conflictividad social, lo único que hacen es controlarla en el momento, pero hacen que el conflicto o la violencia se vuelvan más grandes.
Fernando: la experiencia de Bolivia, de las revueltas de 2001 y después de 2003, desembocaron en una asamblea constituyente y una nueva Constitución, y se abrieron las puertas para que llegara un gobierno con rostro indígena, que es la figura de Evo Morales. Hay una frase que a mí me gusta mucho, que es “de transitar de una República propietaria a una República comunitaria”. Me parece que eso le falta a Chile porque no hay horizonte. La clase política no tiene un relato, no hay un futuro, no sabe lo que quiere construir, te hablan del tema del trabajo, de la producción económica, las cifras, pero no hay un horizonte, y en ese sentido, lo de Bolivia me parece atractivo.
—La bandera mapuche ha estado muy presente en las movilizaciones. ¿A qué creen que se debe?
Fernando: yo creo que los jóvenes en este país han sido muy golpeados desde el 2011 por el Estado chileno, que ha ocupado la violencia contra los estudiantes secundarios en forma permanente, y por lo tanto tienen una niñez que ha sido violentada. Esa misma niñez o adolescencia en 2011 mostró que la bandera mapuche los representaba en distintos aspectos, porque hay un símil: el movimiento mapuche vivió unos diez años de dura represión, cárcel política y resistencia. La bandera de los mapuche parece un emblema que tal vez unifica las distintas negaciones de parte del Estado chileno. Investigué el siglo XIX para mi tesis doctoral y ahí ves a los militares que estaban a cargo de la ocupación de La Araucanía muy en el inicio, en el año 50, cuya violencia se reproduce posteriormente en la sociedad chilena. El Estado chileno es racista y luego se convierte en un Estado antiplebeyo y, por tanto, reprime de la misma manera al bajo pueblo.
Azun: es interesante, porque uno analiza los disturbios desde el estallido actual, pero el discurso estaba desde antes. Me refiero a esa estrategia discursiva que es muy propia de los gobiernos autoritarios, que es tratar de dividir a la población: están los buenos ciudadanos o buenos chilenos, y eso se parece mucho al discurso pinochetista. Esos chilenos, que son los buenos chilenos, están escandalizados, dolidos y afectados con todo esto que está pasando. Y están los malos chilenos, que son los vándalos y delincuentes. Una de las cosas que me sorprende es la valentía de la gente de este país, el valor; yo crecí en dictadura, le tengo miedo a los militares con metralleta, lo reconozco: cuando leí en las noticias que iban a sacar a los militares se me encogió el corazón, pero hoy las personas se enfrentan a los militares con una cacerola y una cuchara de palo y realmente me emociona hasta las lágrimas.
—¿Cuáles son las posibles salidas para esta crisis social? ¿Cómo debería encausarse una potencial solución en un contexto de ausencia de líderes tradicionales?
Fernando: los historiadores nunca le atinan a la salida, hacemos buenos diagnósticos, somos buenos doctores, pero no tenemos la inyección. Los movimientos sociales tienen líderes colectivos que los representan en algún momento y creo que a lo mejor, como en Bolivia en la crisis del 2000 y 2003, habría que convocarlos y convocarlas a la conversación. Si uno escucha al movimiento estudiantil, tiene soluciones; el movimiento mapuche viene proponiendo soluciones a la crisis desde hace 20 años, el movimiento feminista también, entonces creo que hay que convocar a los múltiples liderazgos para conversar sobre esto.
Azun: estoy de acuerdo con Fernando, no es que no haya liderazgos o no haya proyectos, sino que son liderazgos colectivos. Tengo muy pocas esperanzas en este gobierno, lo único que espero es que disminuya los niveles de represión y que sea capaz de abrirse a este Chile que tenemos que construir. Sabemos que no lo van a hacer ellos porque a la derecha no le interesa construir este Chile, pero me importa que paren de reprimir y que abran una puerta para quienes queremos —que somos muchos, la mayoría— un país más justo y solidario.
Esta entrevista es una breve síntesis de la conversación que se realizó el 8 de noviembre de 2019 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.