El llamado covid prolongado es una condición sistémica, es decir, afecta a varios órganos a la vez, y por lo mismo su diagnóstico es complejo. Sin embargo, en países como Chile lo es aún más, ya que al primar un sistema de salud fragmentado, priman las consultas a los especialistas. Mercedes López, directora del Programa de Inmunología de la U. de Chile, profundiza en esta enfermedad y reflexiona sobre algunas de las enseñanzas que deberíamos aprender de la pandemia.
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El académico de la Facultad de Ciencias de la U. de Chile es uno de los integrantes del Programa de Vigilancia Genómica convocado por el Gobierno, una suerte de equipo de detectives científicos empeñados en desentrañar las características esenciales del virus y de las nuevas y temidas variantes. Una carrera contra el tiempo, pues solo en la medida en que la ciencia descifre la marca de fábrica de cada una de ellas podremos saber si las vacunas serán efectivas y de qué manera nos afectará este u otros virus que nos atacarán en el futuro. “Después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos es tener mejor conocimiento de la naturaleza”, advierte.
Por Jennifer Abate C.
En los laboratorios de la investigación genómica no hay lupas ni polvo para encontrar huellas dactilares, tampoco bolsas plásticas con pruebas que permitan dar con la identidad de un sospechoso. En la naturaleza no hay buenos ni malos. No hay culpables, aunque sea fácil pensar en esos términos del covid-19, una enfermedad que ha cobrado casi tres millones de vidas en el mundo y que en Chile ha causado más de treinta mil muertes. Lo que buscan los investigadores genómicos, una suerte de detectives científicos, es dar con la identidad de los organismos biológicos, describir todas sus características, saber cómo interactúan con el ambiente y, en el caso de los virus como el Sars-Cov-2, determinar cómo impactarían sobre las personas.
Su larga trayectoria en este tipo de investigaciones llevó al doctor Miguel Allende, profesor titular del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, donde realiza investigación fundamental en el área de la genética molecular y el desarrollo, al Programa de Vigilancia Genómica que integran el Ministerio de Salud, el Ministerio de Ciencia, el Instituto de Salud Pública y algunas universidades. Allende, doctor en biología molecular, coordinador del Consorcio Genomas CoV2 y director del Centro de Regulación del Genoma, forma parte del equipo que hoy trabaja para resolver una duda crucial: ¿responderán las nuevas variantes del covid-19 detectadas en Chile a las vacunas que ha aprobado nuestro país?
Hay alarma pública por las nuevas variantes del virus. Desde el punto de vista científico y desde la respuesta sanitaria, ¿por qué es relevante desentrañar el genoma del covid-19 y analizar las variantes que circulan en nuestro territorio?
—El virus, al igual que todos los demás organismos de este planeta, basa su herencia en el material genético que tiene, el que va cambiando con el tiempo y es lo que permite la evolución de las especies. Este virus no es distinto, es decir, evoluciona, y al evolucionar, lo que está haciendo es tratar de mejorar sus capacidades de replicarse, perpetuarse y eso, lamentablemente para nosotros, conlleva que esas mejoras, esos avances genéticos, puedan conducir a un aumento de la transmisibilidad, por ejemplo, o de la capacidad de contagiar personas o de la severidad de las enfermedades que produce. Por eso es muy importante estar monitoreando permanentemente esos cambios genéticos, saber si el virus está sufriendo cambios que puedan generar más dificultades para nosotros en el control de la propagación de la pandemia o en la severidad de las enfermedades que este produce.
En la discusión pública sobre el tema suele ponerse énfasis en el monitoreo del avance del virus y en las medidas sanitarias para enfrentarlo, pero no en la vigilancia genómica, que usted señala como fundamental. ¿Por qué?
—Supongo que eso tiene dos causales. Primero, no tenemos experiencia en tiempos recientes de una pandemia de esta magnitud y no habíamos tenido oportunidad de ver un virus que evoluciona en tiempo real, es decir, que está cambiando frente a nuestros ojos y, por lo tanto, no habíamos tenido la experiencia de hacer vigilancia genómica a esta escala y con esta velocidad de un organismo patogénico para los humanos. El otro problema es que como esto es una pandemia, el virus está extendido por todo el mundo e infectando a millones de personas simultáneamente. Esto le da al virus una oportunidad para evolucionar más rápido. La aparición de estas variantes, en el fondo, la hemos creado nosotros, al permitir que el virus se expanda en esos números: le damos la oportunidad para que evolucione rápidamente y se adapte a las defensas que le estamos poniendo al frente, como las vacunas y los aislamientos.
¿Qué tan en riesgo podría estar la inmunidad esperada de las vacunas aprobadas en nuestro país ante la aparición de las nuevas variantes del covid-19?
—Es lo que más nos preocupa en este momento, es decir, creo que parte de la razón por la que hay que hacer vigilancia en el más corto plazo posible es que estamos en un escenario donde estamos empezando a vacunar, Chile tiene un avance sustancial en eso, pero tenemos que saber si las variantes que están apareciendo han ido adquiriendo un nivel de resistencia a los efectos, primero, de la vacuna, y segundo, de las infecciones en el caso de las personas que se contagiaron en la primera ola. Uno esperaría que ellas hayan generado inmunidad y puedan resistir una segunda infección, pero eso vale siempre que la segunda infección sea con un virus idéntico o muy parecido al primero, Si cambia, es una infección absolutamente nueva y estaremos enfrentados a una segunda pandemia, como lo dijo la canciller alemana hace unos días.
Hemos visto artículos periodísticos que citan a expertos y expertas internacionales que hablan de presagios que van desde una pandemia por covid-19 que se mantendría por varios años hasta la emergencia de otras pandemias, por otros virus. ¿Qué nos dice la ciencia sobre lo que podemos esperar para los próximos años?
—No tenemos tanta experiencia. La experiencia de pandemias que tenemos es de hace un siglo o más hacia atrás, y todas, de alguna manera, se extinguieron o se fueron, no siguieron afectando a la humanidad para siempre, esto no va a ser eterno. Dicho eso, estamos en un mundo que tiene características distintas a las de hace un siglo o más, y una de esas características es que estamos en un ambiente globalizado en el cual hay muchísimo intercambio de personas entre países, lo que ayuda a la propagación de los patógenos. Además, la población mundial sigue siendo muy alta, lo que es un campo fértil para cualquier patógeno que tenga alguna capacidad de infectar rápidamente a la población. Si bien esos escenarios medio apocalípticos que dicen que el virus podría no irse nunca o durar muchísimos años son plausibles, creo que, a diferencia de pandemias anteriores, ahora también tenemos herramientas mejores para defendernos contra ellas, y esas herramientas no son solo las vacunas, sino que son factores como la vigilancia genómica, las medidas que podemos aplicar, las drogas que podemos dar a las personas seriamente enfermas. Además, al igual que los patógenos evolucionan, nosotros también evolucionamos en nuestras capacidades científicas y tecnológicas para enfrentarlos. La segunda parte de la pregunta es la más relevante, pues el Sars-Cov-2 no es el último virus que va a infectar a las personas. Ahí, de nuevo, la vigilancia entra a jugar un rol, porque nos habían advertido en 2007 que había un virus en los murciélagos, del tipo coronavirus, que tenía la susceptibilidad de saltar al humano y nadie tomó muy en cuenta eso a pesar de que habíamos tenido episodios como el Mers y el Sars-Cov-1, que eran indicios de pandemia. Creo que es importante mirar en la naturaleza y ver cuáles son los potenciales peligros en términos de virus, sobre todo, y anticiparnos un poco al traspaso a los humanos de esas especies, mirar cosas relacionadas con cómo convivir con la naturaleza y qué tipo de intervenciones estamos haciendo y cómo prepararnos con nuevas vacunas para cosas que aún no existen.
A su juicio, ¿cuáles han sido los principales errores y aciertos en el manejo científico de esta catástrofe sanitaria?
—Es difícil decirlo y es difícil hacer una evaluación mirando hacia atrás y criticando cómodamente desde esa posición. En los países que lo hicieron bien, en general hay una correlación con haber “hecho caso” a la comunidad científica. Uno piensa en Nueva Zelanda, en algunos países de oriente como Japón y Corea, pero todos tuvieron sus cosas, y países con mucho desarrollo tecnológico, como Estados Unidos y Reino Unido, tuvieron gran expansión del virus. En el caso chileno, diría que en general ha sido razonable, pero no importan las medidas que adopte el Gobierno: tiene que haber un convencimiento general de la sociedad de que esto es importante y todos deben actuar en consecuencia, y eso necesita, de parte de los gobernantes, un altísimo nivel de legitimidad, es decir, si un Gobierno está en duda en otras cosas, es difícil que al comunicar pueda convencer a la gente, simplemente no es creíble el mensaje. Desde el punto de vista de la ciencia misma, creo que han hecho las cosas razonablemente bien, desde el lado científico hubiera querido ver más recursos, más rapidez, faltaron cosas, pero no puede ser todo malo. En el tema de las vacunas fuimos bastante visionarios y en eso felicito al Ministerio de Ciencia y a los colegas que trabajan en el tema, porque vieron que esto se venía para largo y que había que actuar rápido para asegurar la llegada de estos materiales.
¿En qué momento del desarrollo científico y valoración de la ciencia nos encontró la pandemia? ¿Hacia dónde deberíamos avanzar urgentemente en esta materia?
—Creo que ahí hay un problema, más que del Gobierno, del Estado. El tema del porcentaje del PIB que se invierte en ciencia y tecnología y la relevancia y prioridad que se le da a la ciencia, que es muy baja, no es un problema de ahora, sino que viene arrastrándose por décadas, y creo que ha habido poca capacidad de la comunidad política de darse cuenta de esto y quizás poca capacidad de la comunidad científica de convencer a la comunidad política de que esto es claramente un requisito para hacer un salto al desarrollo. El modelo chileno ha sido uno claramente extractivista, de aprovechamiento de las ventajas que nos dio la naturaleza en términos de recursos naturales, pero no ha habido una apropiación de esa riqueza para aprovecharla a largo plazo, aprovechar las alternativas, talentos y cerebros que tenemos aquí. Si bien durante la pandemia ha habido algunos aciertos y, como dije antes, el Gobierno, en términos científicos, lo hizo relativamente bien, si esto no es la evidencia que faltaba para decir que la inversión tiene que ser distinta, entonces no hemos aprendido nada. Tiene que haber un salto, un incentivo para que los jóvenes entren al mundo de la ciencia, y también debe haber una mejora en la comunicación y educación científica de la población: no puede ser que en el siglo XXI la gente dude si las vacunas funcionan, eso es inaceptable en una sociedad que esta teóricamente avanzando hacia su desarrollo y aprovechando el conocimiento que ha adquirido la humanidad hasta hoy. Si se hubiera invertido en programas de anticipación en el tema de las pandemias, nos habríamos ahorrado mucha plata y esa plata hubiera sido recuperada ampliamente. No hay que pensar en un gasto, pues es una inversión, una póliza de garantía de que las cosas van a ser mejores en el futuro.
Usted lidera el Plan Nacional de Genómica, conocido como Mil Genomas, que tiene como objetivo secuenciar el genoma, la identidad genética de diferentes especies, incluida la humana, en nuestro país. En el contexto de la pandemia por covid-19, ¿hay conocimientos emanados de ese grupo de trabajo que hayan servido para comprender el comportamiento del virus en Chile?
—Yo diría que no directamente, pero sí sirvió, pues nos pusimos al día tecnológicamente, recibimos los equipos, entrenamos a las personas que los usan, desarrollamos toda el área de la bioinformática, ya que es muy importante manejar los datos que se generan a partir de información genética y genómica. También creo que nos está preparando un poco para lo que viene. Y lo que viene, como he estado insistiendo, es que después de esta pandemia van a venir otras, y la forma de prepararnos mejor es tener mejor conocimiento de la naturaleza. ¿Qué nos rodea? Mil Genomas tiene esa intención. Nuestro proyecto tiene una aspiración grande, ser una caracterización grande y profunda del entorno. Creo que esto va a cobrar relevancia no solo después de la pandemia, pues ya veníamos con el tema del cambio climático y el efecto que está teniendo el hombre sobre las características del medio ambiente en términos del clima y de las temperaturas, y eso también está afectando a los organismos. Este catálogo se hace más necesario que nunca para poder remediar, compensar o impedir esos cambios.
En 2005 comenzó el trabajo del Atlas del Genoma del Cáncer, cuyo objetivo es secuenciar esta enfermedad para prevenirla o encontrar una cura. Este proyecto acarreó una enorme expectativa, pero hasta la fecha no ha tenido resultados que cambien radicalmente el panorama. ¿Por qué no se puede avanzar más rápido en iniciativas de este tipo? ¿Cuáles son los desafíos que se enfrenta el trabajo en genómica?
—Creo que los desafíos vienen básicamente por la dificultad de los problemas. La biología es compleja, no es como la física y la química, que tienen leyes y cosas más robustas en términos de que son más reproducibles. La biología tiene mucho de azar, tiene además el tema de que todo es muy en chico, microscópico, las moléculas son difíciles de manejar individualmente. Todos esos problemas inherentes a la disciplina hacen que los avances sean más bien lentos y muy dependientes de avances tecnológicos y también de avances conceptuales. El avance en el cáncer es una piedra en el zapato porque ha sido muy difícil de resolver y básicamente tiene que ver con que todos los cánceres son individuales, únicos. Hay cosas que comparten, lo que los causa, pero los orígenes son multifactoriales. Creo que por ahí van los desafíos, y si bien estamos avanzando y hay herramientas que se están desarrollando, estamos hablando de muchos años, espero que no décadas, para tener solución para cosas como el cáncer. Y si bien en 2001 se secuenció el primer genoma humano y en 2005 inició este programa de investigación del genoma del cáncer, todavía faltan años para decir que eso dará frutos. Estamos en camino, es lamentable que sea tan lento, pero desde el punto de vista de la humanidad, son pocos años en términos de un desarrollo tan crítico como resolver un problema de salud tan amplio como el cáncer.
Mono González desde Italia: “El arte de la calle es una lucha popular, contra la cultura opresora hegemónica”
La pandemia del Covid-19 pilló al muralista y fundador de la histórica Brigada Ramona Parra en Francia, cuando inauguraba una muestra de grabados y carteles en Burdeos que terminó siendo cancelada. Por estos días, ya viviendo el desconfinamiento europeo, el artista se trasladó a Italia, donde ha estado pintando murales y haciendo talleres de grabado con académicos de la Academia de Bellas Artes y la comunidad. Siempre conectado con la contingencia, el artista opina del proceso social en Chile y adelanta que planea regresar en septiembre para trabjar por el plebiscito. “Los artistas tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar e involucrarnos con la realidad”, dice.
Por Jennifer Abate
Alejandro “Mono” González (Curicó, 1947) estudió en la Escuela Experimental Artística de Santiago y luego Diseño Teatral en la U. de Chile. En 1968 fue uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra, como parte de las Juventudes Comunistas. Dentro de sus trabajos más memorables, al menos en Chile, están los murales del Metro Parque Bustamante, el Hospital del Trabajador y El primer gol del pueblo chileno, realizado en La Granja, en 1971, junto a Roberto Matta. Además el año pasado, el artista fue candidato al Premio Nacional de Arte.
—El comienzo de la pandemia te pilló en Europa, a punto de iniciar una gira por Italia, Francia y España. Escribiste un texto que publicamos en revista Palabra Pública, donde contabas tu experiencia encerrado en Burdeos. ¿Cómo viviste esa experiencia tan lejos de casa?
Bueno, fue curioso, porque yo venía por un mes y con presupuesto para un mes, y eso cambió todo. Uno es bien patiperro y he viajado harto, y nunca pensé que en un viaje me iba a pasar una cosa de este tipo. El asunto es que inauguramos una exposición un día viernes y el día lunes o martes se cierra todo y se entra a la cuarentena, y ahí, por suerte, estaba en casa de unos amigos en Francia, muy solidarios, con los cuales me quedé prácticamente casi tres meses, en los cuales mes y medio, 40, 50 días, estuvimos en confinamiento. No salíamos, a lo más íbamos a media cuadra a proveernos de mercadería, pero una vez a la semana, en general yo lo hacía los jueves. Con todas las medidas de seguridad, logramos sobrevivir. Cuando salimos del confinamiento, con mucha timidez logramos hacer un mural que ya estaba comprometido en la parte de afuera de un colegio, con todas las medidas de seguridad, donde nadie se acercaba a uno, yo pinté solo y después fuimos relajándonos, saliendo más, y el colegio se entusiasmó mucho de que le pintáramos un mural dentro del colegio. Entonces organicé el mural para trabajar con los niños de lunes a martes, al final logramos perderle el miedo a la calle con todas las medidas de seguridad.
—En América Latina lo estamos pasando muy mal con el brote de Covid-19, que ha implicado no sólo contagios y muertes, sino también un drama social, pero de alguna manera habíamos visto lo que pasó en Europa. ¿Cómo fue para ti vivir esa experiencia antes que el resto del mundo?
Era muy curioso y terrorífico, al mismo tiempo, porque la pregunta, todas las mañanas, cuando uno se levantaba, era ¿cuántos muertos hay? ¿Cómo va la estadística? Además empezamos a preocuparnos por compañeros en París, en Burdeos, más viejos o de la edad mía. Por ejemplo, lo de Luis Sepúlveda, en España, yo lo sentí mucho. Ahí decíamos “esta cosa es muy fuerte”, y ahora estamos siguiendo lo que pasa en Chile. Siempre he pensado, hasta el día de hoy, que ahí hay un genocidio, porque aquí se comenta mucho el maltrato que ha tenido Chile, Brasil y los países de Latinoamérica, porque además los hospitales o la seguridad, la cosa sanitaria, el asunto de salud es ineficiente desde antes y, por lo tanto, las personas más vulnerables son las más afectadas. A mí me deprime, uno vive preocupado de la familia, de hecho, se murió una cuñada mía, que fue una de las que me fue a dejar al aeropuerto. Incluso cuando viajé ya se veía que algo no era normal, el avión venía más desocupado y en el aeropuerto ya venía gente que andaba con mascarilla, había más distanciamiento.
—¿Cómo afectó la pandemia tu trabajo artístico, que tú defines como colectivo?
Acá en Burdeos estuve en la casa de unos amigos, de Iván Quezada y su señora, dos personas ya jubiladas, en un departamento no muy pequeño, pero no muy grande. Encerrado en un dormitorio, me dediqué a hacer lo que nunca había hecho o a lo que no le había dedicado tiempo, a trabajar digitalmente, tratar de dominar los programas para dibujar en el computador. También me dediqué a hacer un cuento para niños, con ilustraciones coloreadas digitalmente, y después empecé a trabajar proyectos de murales y a ordenar mi computador, las fotos de los países, de los viajes, todas las cosas, para un futuro libro de murales. O sea, me di tareas para trabajar en un escritorio, sentado y encerrado. Obvio que empecé a engordar también, porque hacíamos pan, faltaba el ejercicio físico que nos da hacer murales. Entonces estaba preocupado de esas cosas, de hacer ejercicio, el día jueves era la vuelta a la manzana, caminar, relajarse, comprar y volver. Pero cuando llegué a Italia estaba la cosa más relajada y ahora estamos haciendo cosas más interesantes.
—Hace unos días participaste en un laboratorio de gráfica y grabado en Italia. ¿Cómo ha sido la experiencia de volver a trabajar luego del encierro?
Me estoy quedando en la casa de una pareja amiga, él es muralista y ella, fotógrafa, y lo primero que hicimos fue intervenir y pintar una fábrica gigante, donde yo fui asistente de brocha gorda. Pero lo segundo fue el trabajo de laboratorio y ahí lo más interesante fue el trato privilegiado que tuvimos. La Academia de Bellas Artes de Nápoles, que fue fundada en 1700, tiene un departamento de grabados que está cerrado por problemas del virus y alumnos, docentes viajaron al pueblo donde nosotros estamos, acá, cerca de Nápoles, y se instalaron a trabajar una semana en este laboratorio. Había profesores, alumnos y una cantidad de lugareños, pobladores. Hicimos este laboratorio y lo inauguramos en una semana intensa, surgió ahí una carpeta producto de este taller, que se guarda en la academia, y la otra carpeta viaja conmigo de vuelta a Chile, porque cuando yo regrese quiero hacer una exposición en la galería del Persa Biobío sobre la Academia de Bellas Artes de Nápoles y este laboratorio. Será como llevar el resumen de mi gira, una gira obligada por el virus. Lo segundo es que el taller que hicimos junto con la Academia de Bellas Artes dejó una prensa en este pueblo, materiales, gubias, y dejamos instalado para un taller de tallado en el pueblo, y mi idea es sacar provecho del tiempo que esté aquí para hacer grabados.
—En esos encuentros se enfrenta el trabajo desde una perspectiva solidaria, colaborativa, en la que se van generando afectos. ¿Cómo ha sido esa experiencia de ir generando lazos de afecto y trabajo lejos de Chile?
Es bien interesante, porque yo estoy acostumbrado a la cosa participativa y me interesó mucho la opinión del director de la Escuela de Bellas Artes de Nápoles, del Departamento de Grabado que vino el viernes al cierre del taller y dijo que era interesante lo que había resultado del taller, una mezcla latinoamericana y europea en la iconografía de los grabados que se hicieron, y ahí uno se da cuenta de que yo también fui alumno en este taller, también voy aprendiendo de ellos, estoy hablando de profesores de la academia que trabajan en grabado, con los alumnos y asistentes. Hubo murales y actividades que perdí, tenía que pintar un mural sobre la Violeta y tenía un proyecto para pintar en Nápoles que estaba financiado por las escuelas que están cerradas y eso se cayó, pero igual vuelvo a Nápoles a pintar de otra manera, entonces siempre hay una cosa, hay algo que se cae y algo que se levanta.
—¿Cómo crees que esta situación extraordinaria que nos ha tocado vivir impactará en el arte? Por lo menos acá, en el discurso, ha habido una revalorización del aporte que realiza el arte y la cultura a nuestra vida. ¿Crees que va a cambiar la manera de ver y producir arte?
Claro que va a pasar algo distinto y ya está pasando, y eso tiene que ver con cómo subsistimos los trabajadores del arte, cómo subsiste la gente que trabaja, los técnicos de teatro, por ejemplo, las multitudes que van al teatro. Al fin y al cabo, el primer mural que pinté en Burdeos lo hice solo, porque la gente pasaba y miraba desde lejos. A mí me gusta que la gente pinte, pero no se podía, entonces las cosas también van a cambiar en la forma del hacer, pero yo creo que tenemos un problema sobre todo con el financiamiento, porque tenemos que comer, vivir. ¿Cómo se pone el Estado? ¿Como se ponen, por último, las galerías? ¿Cómo venden sus productos? En eso vamos a tener que ser muy solidarios, vamos a tener que hacer una cadena solidaria de los trabajadores del arte para, en el fondo, remecer los Fondos de Cultura, y ahí tendremos que adaptarnos. Hay algo bien importante que estoy aprendiendo acá. Como estoy afuera, he visto que muchas veces algunos chilenos dan direcciones desde acá de lo que se debería hacer en Chile y eso me incomoda. Me incomoda porque hay que estar ahí, en el dolor, no verlo desde afuera. Yo veo a un montón de amigos artistas mirando hacia Chile y pienso cómo puedo ayudar. Ahora he ayudado de alguna manera, en lo que uno sabe hacer, he hecho cuatro videos sobre el plebiscito, otro sobre las ollas comunes y sobre el hambre, etc. Son como cápsulas animadas y no las hago solo, yo hago los dibujos y un amigo en París los anima, y así los subimos a las redes sociales. El video del hambre ha sido visto 16 mil veces. Ahora quiero hacer un video que ya tengo dibujado y debe estar por salir, que es cómo el pueblo se defiende con la solidaridad y la unidad, ese es el tema que se grafica con dibujos de manos que se empuñan, que se mueven, tampoco la idea es caer en el panfleto, sino que hacer las cosas de la manera más creativa posible.
—Y sin dictar cátedra de lo que está ocurriendo acá.
Exacto, exacto, sino cómo podemos ayudar, cómo podemos ser partícipes cooperando, la idea es estar con los pies puestos allá aunque no estemos allá.
—Durante el estallido social en Chile surgió una propuesta de arte callejero y de expresión artística en las calles que fue muy importante. ¿Cómo viste tú esa expresión en las calles de Chile en ese momento?
Esto es como la sangre que corre por las venas, que vibra, que palpita, que salta. Para el estallido social yo estaba pintando un mural para la Bienal de Arquitectura, que por primera salió de los espacios tradicionales como la Estación Mapocho, y se llevó al barrio Franklin, donde tenemos esta galería. Entonces la primera semana de octubre yo empiezo a pintar un mural en el metro estación Franklin y viene el estallido y tuve que pararlo, y lo seguí después, como a finales de octubre, principios de noviembre. En esos momentos también salimos a la calle, hicimos unas serigrafías, de hecho, en la exposición que traje a Burdeos había dos carteles que yo había pegado en Plaza de la Dignidad, “Por tus ojos venceremos”, y eran los que inauguraron la exposición que se llamaba “Dignidad” y que hicimos en marzo y que fue una presencia de este estallido social chileno acá en Francia. Estas cosas las llevamos en el corazón y en la cabeza también, esto va a seguir, esto no ha parado, el virus nos ha tenido detenidos, pero esto va a tener que seguir en marcha.
—¿Qué panorama ves tú respecto al plebiscito en Chile? ¿De qué manera te interesa trabajar en ese proceso?
La sensación que tenemos desde fuera de Chile, a la distancia, es que allá hay un gobierno que no gobierna o que gobierna de una manera que los beneficia a ellos, muy aislada de la realidad, incluso hay una opinión en Europa de que prácticamente no existe gobierno, se están dando palos de ciegos con respecto al control sanitario y ahora estamos hablando de que viene el plan de desconfinamiento. Yo he estado leyendo todas las informaciones sobre Chile y ¿cuál es la preocupación que tengo? Que de repente tiren para el lado lo del plebiscito. El plebiscito tiene que realizarse de acuerdo a los compromisos adquiridos, hay un problema claro, que tiene que ver con el confinamiento, con el virus, el virus en Chile no es una cosa que se va a cortar de la noche a la mañana. Entonces tenemos que ver cómo va eso, pero yo tengo organizado que la primera semana de septiembre termino mi trabajo acá y regreso a Chile, y la idea es que septiembre y parte de octubre lo voy a dedicar a pelear y participar en la campaña del plebiscito.
—¿ Y qué quieres hacer en la campaña?
Pintar en la calle, salir a pegar propaganda, movilizarme, de hecho, tengo algunos compromisos de recorrer un poco el país, o sea, la idea es estar en la calle, incluso estoy acumulando energías para eso. Es que es el momento de jugársela, porque Chile tiene que cambiar y las presiones sociales tienen que hacerlo cambiar, las injusticias no pueden seguir. La presión por el 10% de las AFP se está sintiendo, la presencia del pueblo en la calle, algo están escuchando, porque hasta ahora no han querido escuchar al pueblo o a este estallido o a esta realidad.
—Perteneces a una generación que se involucró activamente en luchas políticas. En los últimos años se ha dado una discusión fuerte en el mundo del arte y no queda claro si este debe o no tomar posición política. ¿Cómo te paras tú frente a esa discusión, habiendo dedicado tu vida a la militancia?
Yo siempre coloco el ejemplo de Goya, de quien siempre he dicho que ha sido el mejor militante para el pueblo. Él pintaba para el Rey, para el sistema, pero pintó el desastre de la guerra, pintó la serie negra, la realidad del pueblo, él estaba ahí, entonces los artistas no pueden separarse de la realidad, los grandes artistas nunca se han separado de la realidad. Ahora, sí existe un sistema que busca neutralizar esta realidad, estas denuncias, demandas, pintando cosas decorativas, que los muritos sean blancos en las calles, ya lo vimos en el estallido social. La gente tiene necesidad de opinar, de hablar, y hay que dejarla hablar. Hay leyes para contener esas palabras, para determinar lo que se coloca en las calles, los monumentos de los soldados, los guerreros y todas estas cuestiones. Ahora estaba leyendo un artículo sobre cómo, en todas partes del mundo, este tipo de monumentos han empezado a caer, hay una manifestación en contra de estas demostraciones del sistema, de fuerza, en el sentido de que la gente está buscando otros íconos.
—¿Por qué crees tú que el arte resulta subversivo para la autoridad?
Porque no lo pueden controlar, todo lo quieren controlar, todo lo quieren reprimir, y así Piñera ha logrado mantener la cantidad de armas, de represión, pero la discusión sobre el 10% de los fondos de las AFP es porque el sistema y el Estado no han logrado entrar a subsidiar, a ayudar, a abrir una brecha de soluciones económicas para el pueblo, y la gente está recurriendo a esos ahorros a los que no debería recurrir. Entonces nosotros, los artistas, tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar, involucrarnos con la realidad. Tenemos familia, hijos, nietos y tenemos que luchar por ellos. Es un sistema súper individualista y egoísta el que hay en Chile, y el estallido social ha abierto una brecha que tiene que ver con la solidaridad, con el sueño colectivo, el deseo de la justicia colectiva.
—El año pasado fuiste nominado al Premio Nacional de Arte. En ese momento dijiste que, más que ganar, te interesaba generar una discusión sobre el valor del arte urbano y callejero. ¿De qué manera el arte popular se relaciona con la historia de los países, de las comunidades y localidades?
Está pasando algo bien interesante, incluso este año con el Premio Nacional de Literatura y con el de Música, donde estaban postulando a Salinas de los Inti Illimani y en literatura a Elicura Chihualaf y a Patricio Manns, o sea, uno del sector mapuche, un Pato Manns músico, que viene del arte popular. El arte popular tiene que tener presencia, yo siempre me preguntaba por qué nunca a la Violeta se la pudo nominar al Premio Nacional. El arte popular es lo que está teniendo presencia porque es lo que está nutriendo a este país, es lo que fuera de Chile se ve. Ahora, en Italia, veo la importante huella que dejó Inti Illimani. El tema es cómo al pueblo le hacemos justicia respecto a su sentir, a su creación, a su cultura, yo siento que eso, de alguna manera, no sería un premio sólo a la persona, sino un premio a esa cultura popular.
—La ciudad es un elemento fundamental para tu trabajo. A ti te tocó, al menos en Santiago, una experiencia más colectiva durante la UP, luego la restricción de una ciudad militarizada durante la dictadura y hoy tenemos una ciudad que se caracteriza por la desigualdad territorial. ¿Qué opinas sobre la forma en que estamos organizando nuestras ciudades hoy en Chile?
La ciudad ha sido la expresión de la injusticia, eso está clarísimo. Uno lo ve en el diseño de una ciudad que está cortada por la mitad, siempre ha sido el barrio alto versus los barrios bajos o barrios periféricos, donde viven quienes les trabajan a estos ricos. Y la pandemia o el virus, donde se ha expandido más ha sido en estos barrios populares, en los sectores más vulnerables. A veces yo pienso si hay buena o mala intención con cómo se está dirigiendo el control del virus, no me imagino gente tan mala, pero todavía no se ha superado el virus y ya están pensando en desconfinar porque están preocupados de la cuestión económica, pero no están preocupados de la seguridad del ser humano y de la alimentación del ser humano. Lo que hizo Pinochet y la dictadura fue fundar ese individualismo, egoísmo e injusticia, que son los valores que se han instalado. Falta el valor de la solidaridad, de la unidad, y en estos momentos el estallido ha colocado esto en el tapete, lo del 10% de las AFP, del No + AFP, que es un sistema que viene de esa época, que nos prometió seguridad social para la vejez y al final terminamos con una migaja, menos del mínimo para poder vivir después de haber trabajado toda la vida. Y quiénes están manejando y lucrando de los fondos de los trabajadores son las grandes empresas, grandes consorcios, ese es el capital que están usando. O sea, utilizan el capital de la mano de obra en la explotación y después utilizan el capital de las reservas que el trabajador pudo haber acumulado para poder vivir en su vejez. Toda la vida han estado explotando y siguen explotando.
—Con respecto al muralismo que se apodera de los espacios públicos. ¿Cuáles serían las características de un muralismo chileno, si es que es posible hablar de una corriente de ese tipo?
Claro que es posible, el arte de la calle tiene que ver con una lucha cultural, popular, en contra de la cultura opresora o hegemónica, es una cultura liberadora. Todos los movimientos sociales, en la medida en que van progresando y avanzando, van dando fruto a una cultura popular, a su propia cultura. Cuando hablamos de la Violeta hablamos de cómo ella se nutre del canto, del canto popular, y cómo le da fuerza para hacer las creaciones que hizo. Eso es cultura nuestra y el mural de la calle tiene que ver con eso. Las brigadas, la conformación de los movimientos sociales, la propaganda, el rayado de las calles, la apropiación de ese muro es parte del diario vivir, de la bitácora social de cómo los titulares de los diarios se expresan en la calle, es nuestra cultura liberadora, y eso es una expresión muy importante porque se da en algo colectivo, anónimo, efímero, contingente, que incita, moviliza, educa, que proyecta y da ideas.
Extracto de la entrevista realizada el 24 de julio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.
Los desafíos que impuso el Covid-19 al modelo universitario
El paso súbito a la educación online de emergencia ha involucrado una serie de desafíos para las universidades a nivel global. En Chile, quizás, la principal dificultad está dada por la dependencia de los planteles del pago de aranceles, herencia del histórico manejo del financiamiento de la educación superior.
Por Antonia Orellana
Andrés (18) vivió un agitado proceso de ingreso a la educación superior: primero le tocó rendir la Prueba de Selección Universitaria en medio de las protestas en contra de ese sistema. Si bien pudo ingresar a una carrera científica en una universidad pública, no alcanzó a tener clases presenciales: el 16 de marzo, debido a la pandemia global del Covid-19, su universidad suspendió las clases y pasó completamente a la modalidad en línea. “La mayoría de mis compañeros son pantallas negras para mí. Sólo he hablado fuera de las clases con un par, pero no conozco a ninguno”, relata.
No es un problema local: en distintos momentos, escuelas y universidades de todo el mundo cerraron sus puertas, afectando a 1.570 millones de estudiantes en 191 países. A nivel global, una de las principales preocupaciones de las autoridades universitarias tiene que ver con el financiamiento. De acuerdo a la encuesta de Times Higher Education Líderes de la educación: ¿dejará el Covid-19 a las universidades en la UTI?, que entrevistó a 200 líderes universitarios de 53 países en los cinco continentes, un 42% de las autoridades teme que haya quiebras en instituciones educativas de su país. De acuerdo a la clasificación que sugiere la OCDE desde 2007, existen cuatro grandes tipos de modelos de financiamiento de la educación superior. Están los países con tasas de arancel nulas o bajas y sistemas generosos de apoyo para los estudiantes, donde se encuentran Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. También existen países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes bien desarrollados, que corresponde al caso de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos. Países con bajas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, como Australia, Bélgica, Francia, Italia, Suiza, República Checa, Irlanda, Polonia, Portugal o España. Y países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, donde se encuentran Chile, Japón y Corea.
Para el sociólogo Víctor Orellana, integrante del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile y del centro de estudios Nodo XXI, nuestro sistema universitario está en “alto riesgo”. “El sistema chileno de educación superior, a diferencia de otros en el mundo, depende mucho de los aranceles”, explica. “Los aranceles son una porción muy relevante del financiamiento a las instituciones, al grado de que en algunos casos pagan el funcionamiento completo de la institución».
Dificultad que hoy se expresa con toda su crudeza: de acuerdo al último Termómetro Social del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, publicado el 17 de junio, el 31,7% de las personas señala que algún miembro de la familia ha perdido su trabajo después del 16 de marzo, de ellos, casi el 80% es atribuible directamente a la pandemia, y el 13,6% como consecuencia indirecta.
De acuerdo a algunos cálculos, las universidades del Consejo de Rectores estarían recibiendo un 8% menos de ingresos de lo proyectado previo a la pandemia, porcentaje que se distribuye en forma desigual entre las instituciones, acentuándose en algunos planteles regionales. Entre estos menores ingresos se considera una inferior matrícula de primer año, menores ingresos por menor matrícula de cursos superiores, menos ingresos por deserción en el primer semestre y también por morosidad en el primer semestre.
Es por eso que durante mayo el Consorcio de Universidades Estatales de Chile (CUECH) solicitó al Ministerio de Educación habilitar un nuevo periodo en el Formulario Único de Acreditación Socioeconómica (FUAS) que permite la postulación a gratuidad, becas y créditos de arancel para la educación superior, y a los beneficios complementarios que JUNAEB otorga a las y los alumnos, además de no considerar el año 2020 para el cálculo de avance curricular de la gratuidad. Paralelamente, en el Congreso se han presentado tres mociones parlamentarias que intentan suspender el cobro de aranceles a los estudiantes, las que no han conseguido el apoyo suficiente para convertirse en ley o están fuera de admisibilidad por involucrar gasto fiscal. Además, el Consejo de Rectores de Universidades Chilenas (CRUCH) ha solicitado al Ministerio de Educación permitir el uso efectivo de los recursos excedentes del Fondo Solidario y también un plan financiero de emergencia. La respuesta de las autoridades ha sido negativa.
La solicitud de abrir nuevas líneas de apoyo estatal a los estudiantes tiene justificación: este año se matricularon al menos 11 mil alumnos menos y según el Sistema Único de Admisión (SUA), durante este primer semestre hubo una fuga de nueve mil alumnos en 17 planteles. Así, como parte del paquete de medidas dirigidas a la clase media, el presidente Piñera anunció una ampliación y postergación del Crédito con Aval del Estado (CAE), al que podrían acceder un universo de 130 mil estudiantes. De acuerdo a cálculos del Ministerio de Educación, la medida permitiría que ocho de cada 10 estudiantes de la educación superior cursen sus carreras con un apoyo del Estado para el año lectivo 2020. Adicionalmente, la propuesta incluye suspender las cuotas del Crédito con Aval del Estado, lo que beneficiaría a un total de 392.210 personas, incluyendo deudores morosos.
De acuerdo a Víctor Orellana, “en Chile los aranceles son tan altos que, para los estudiantes, las brechas que hay entre el arancel y las ayudas estudiantiles puede llegar a costar uno o dos meses de arriendo, por lo tanto, es de los primeros pagos que está en riesgo ante una dificultad económica”. Esta morosidad y la permanente diferencia entre el arancel de referencia del sistema de gratuidad y el arancel real de las universidades representa otra amenaza financiera para el sistema universitario.
“Lo que está haciendo con su propuesta de cambios de sistemas de crédito es lisa y llanamente provocar el quiebre de algunas universidades públicas. Yo diría que hay que tener una terapia rápida de disminución de la dependencia de los aranceles, y en el caso de las universidades privadas, el Estado debiera participar de la propiedad y la gestión. No es aceptable que en una situación de emergencia se rescate a los grupos económicos dueños de las universidades privadas. Para que eso se haga el Estado debe participar, no puede simplemente regalar su dinero”, advierte el investigador.
Vida universitaria online
Cuando se suspendieron las clases universitarias y luego las escolares en marzo, no había proyecciones claras sobre cuánto duraría esta fase de transición. El sistema de educación superior tenía muy poca experiencia respecto a la educación en línea: sólo el 4,41% del total de las y los matriculados en el sistema el año pasado lo hicieron a través de esa modalidad, según el portal Mi Futuro. Es por eso que algunos autores han llamado a distinguir entre la educación en línea o e-learning y la educación a distancia en emergencia, que es la que actualmente se desarrolla producto de la pandemia. Esto, ya que en la educación en línea el factor clave sería la planificación y análisis de las herramientas, cuestión que producto del Covid-19 no ha sido posible: fue un golpe súbito.
A esto se suma que Chile vivía bajo la ilusión de ser uno de los países con mayor penetración digital, pero las diferencias de cobertura, calidad y dispositivos de acceso han mostrado una vez más la desigualdad en el país. Según la publicación Desconexión y brecha digital en Chile durante la epidemia Covid-19 de Ricardo Baeza-Yates y Cristián Ocaña Alvarado, mientras que para el grupo ABC1 tener Internet es tan natural como el agua potable, tan sólo en el segmento C2-C3 ya hay 1.4 millones de personas que no tienen Internet. Luego, en el estrato socioeconómico D y E, que equivale al 50% de la población (más de nueve millones de personas), las restricciones son mayores, con sobre el 70% con móviles con prepago y 3,6 millones de personas sin Internet en sus casas.
Para sortear esa primera barrera, muchas universidades han entregado dispositivos electrónicos y también chips para la conexión de sus estudiantes con menos recursos. Otras alternativas han sido becas o beneficios de conectividad. De acuerdo a cálculos del CRUCH, en esto se han invertido al menos $16 mil millones, gastos no presupuestados que consideran apoyos en equipamientos y conectividad para los y las estudiantes, licencias y software para docencia virtual, y reforzamiento de infraestructura en TIC, entre otros, lo que implica un aumento de 13% a la fecha respecto al 2019.
¿Qué opinan los estudiante? Según la encuesta Pulso Estudiantil -aplicada a 2.650 estudiantes de más de 100 carreras en 15 regiones de Chile- el 60% declara estar insatisfecho con la respuesta institucional frente a la crisis, mientras que un 47% dice que su casa de estudios se ha preocupado por asegurarles recursos mínimos. En forma transversal, un 72% declara que su relación con las y los académicos ha disminuido. Aún más, 84% de los recién ingresados declara que la modalidad virtual no ha beneficiado su aprendizaje, lo que supera el promedio nacional de 78%.
“Fue complicado, porque la plataforma online no soportaba a tantos alumnos conectados al mismo tiempo”, cuenta Paula (19), estudiante de primer año de Arte en una universidad privada. “Hasta hoy no he generado relaciones reales con mis compañeros y en pocas ocasiones pudimos vernos con cámara durante el semestre. Tampoco he podido involucrarme en actividades extra a las clases por falta de comunicación general”.
Desde el otro lado, la experiencia tampoco ha sido fácil. Myriam Barahona , presidenta de la Federación de Asociaciones de Funcionarios de la Universidad de Chile, señala que “ muchas veces el sistema remoto nos hace estar en horarios extensos de trabajo, aislados y, principalmente lo que han expresado los trabajadores universitarios es que se han visto muchos trastornos de salud mental respecto a la incertidumbre”.
Desde la academia, la científica de la Universidad de Antofagasta, Cristina Dorador, llama a tener en cuenta las posibles brechas de género. “Este sistema ha sacado a relucir situaciones previas para las mujeres, de las que quizás no había conciencia, como las labores de cuidado de niños y otras personas mayores. También va a provocar que muchas académicas no logren completar sus planes académicos de este año, principalmente en lo que respecta a redacción de artículos, postulaciones a proyectos y otras actividades que son claves para la evaluación”, apunta.
De hecho, la revista Nature señaló en mayo que las mujeres estarían inscribiendo menos proyectos de investigación y entregando menos publicaciones a revistas especializadas, lo cual se traducirá en una profundización en la brecha de acceso a la carrera académica. “Si las universidades no reaccionan y realizan acciones afirmativas tanto para ponerse alerta a las brechas de género como contextualizarlas en pandemia”, señala Cristina Dorador. Sin embargo, para la especialista en microbiología hay algunos aspectos positivos en la educación online de emergencia: “reuniones que antes eran muy largas ahora ya no, y también ha servido para disminuir las brechas territoriales: ya no hay excusas para conectarse con colegas de otras ciudades e incluso países”.
La paradoja del recorte educativo
En la encuesta de Times Higher Education la mayoría de quienes dirigen universidades piensan que la ciencia tendrá una mayor prioridad para sus gobiernos el día después del Covid-19: un 62% cree que aumentará el financiamiento para investigación. En Chile podría ser una respuesta ante el debate que se ha venido planteando sobre la gran dependencia que tenemos de la producción extranjera de vacunas e insumos médicos, además de otros tipos de innovaciones que en el combate de esta pandemia se han vuelto cruciales.
Sin embargo, la batalla por el financiamiento de la ciencia local aún no está ganada e incluso hay iniciativas parlamentarias que exhortan al presidente Sebastián Piñera a destinar los fondos de las Becas Chile para ayudar a la clase media y las pequeñas y medianas empresas, lo que finalmente afectaría negativamente el perfeccionamiento de cientos de profesionales.
El 27 de abril, en tanto, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) informó que se sumará al recorte presupuestario. Así, durante lo que resta del 2020 se suspenderán las convocatorias en todas aquellas líneas de financiamiento destinadas a cooperación internacional. Esto significa que también se suspenden las convocatorias 2020 de Becas de Magíster en el Extranjero y de sus variantes: Áreas Prioritarias; Personas en Situación de Discapacidad; Profesionales de la Educación; Subespecialidad Médica en el Extranjero; y Postdoctorado en el Extranjero. Pero, en otro ámbito, la ANID adjudicó recientemente 63 proyectos del concurso rápido Fondo para Proyectos de Investigación Científica sobre Covid-19.
Según el investigador Víctor Orellana, “el alto grado de mercantilización de la educación superior ha hecho que esta pierda su eje. La pregunta debiera ser cómo ayudan sus estudiantes de medicina, los laboratorios, los recursos institucionales e intelectuales a bajar los contagios. ¿Por qué no nos estamos haciendo esa pregunta? Porque dependemos tanto de los aranceles, que las universidades se están preguntando cómo sobrevivir y no cómo aportar. Es decir, lo que debiesen hacer las autoridades es resolver rápidamente la cuestión de la supervivencia financiera para pasar a la verdadera discusión”.
Ollas comunes: lección de resistencia y solidaridad en tiempos de crisis
Dicen que siempre hay dos caras de la moneda y que siempre una crisis trae consigo una oportunidad. Autogestionadas, sin colores políticos y con mucho corazón, las ollas comunes vuelven a aparecer en Chile para combatir el hambre en medio de la pandemia, al igual que hace más de 30 años, durante la dictadura. Ellas son hoy el reflejo de un país más pobre de lo que hubiéramos querido creer y al mismo tiempo son ejemplo de la lucha de un pueblo que, unido, es capaz de organizarse por sí solo en la adversidad de su propia historia.
Por Denisse Espinoza A.
Ese 18 de mayo otra olla a presión explotó. Venía bullendo hace tiempo, vacía de alimentos, pero llena de necesidades, impotencia y desesperación. Fue en la comuna de El Bosque donde el brutal escenario quedó al descubierto, donde decenas de pobladores decidieron romper la cuarentena que el gobierno había decretado para salir con mascarillas y palos a gritar simplemente: ¡hambre! Fuerzas Especiales llegó a contener la protesta, a intentar acallar la furia de los pobladores, pero el mensaje ya había sido entregado. Tras las medidas de cuarentena obligatoria y el creciente desempleo, ya se instalaba una pandemia aún peor: la de la cesantía y falta de alimentos.
Así, luego de casi tres meses de confinamiento, las mismas multitudes que golpearon con cucharas de palo ollas y sartenes como instrumentos sonoros de protesta, hoy las sacan para darles de comer al pueblo. A lo largo de todo Chile son los propios vecinos de las poblaciones vulnerables quienes se organizan para compartir un plato de comida caliente que les permita seguir viviendo con dignidad. Según una encuesta del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, el desempleo marca un 15,6% en Santiago, la peor cifra en 35 años; y de acuerdo al INE, un 11,2% a nivel nacional en el último trimestre. La ecuación es simple y desoladora: el virus trajo la cuarentena, la cuarentena trajo cesantía y la cesantía trajo hambre. Así, como dos curvas paralelas en ascenso, se multiplican también los casos de contagiados (sobre los 300 mil) y fallecidos confirmados por Covid-19 (7.057, según cifras del DEIS). Frente a esto, el pueblo se organiza en una estrategia de resistencia y solidaridad que sólo se había visto con esta intensidad en los años 80, en plena dictadura y crisis económica. El flashback a esa época es inquietante y deja en el aire la pregunta: ¿qué tan cierto es que Chile ha superado la pobreza en estos 33 años de posdictadura?
“Tengo 57 años, soy diabética crónica, insulinodependiente, podría en este momento estar en mi casa, haciendo mis cosas, viviendo mi mundo, pero así me enfermaría más. Prefiero estar afuera, ayudando a mi vecino y lo hago de corazón. El Bosque va a salir adelante, vamos a salir victoriosos y el gobierno va a tener que darse cuenta de que hay mucha necesidad, nadie mira el bolsillo del pueblo”, dice María Valderas, vecina de El Bosque, de la calle Las Pataguas, quien trabaja de lunes a sábado en una olla común que entrega 360 colaciones al día. Debido a la pandemia y para evitar al máximo el contacto físico, levantaron un sistema de delivery, que permite a los vecinos que están inscritos recibir su almuerzo en casa. Además, los 30 trabajadores, entre cocineros, asistentes y repartidores, están equipados con guantes, mascarillas y mallas para el pelo. “Nos levantamos a las 8.30 de la mañana a poner agua a hervir y empezar a cocinar, hay vecinos que se llevan a su
casa unos sacos de papas o zanahorias para pelarlas y cortarlas, también hay gente para la limpieza y lavar los fondos, empezamos el día antes a adelantar las cosas. A las 12 ya estamos emplatando en los envases para que a las 12.30 se empiece a repartir”, explica María. “Estas son ollas autogestionadas, recibimos donaciones de vecinos y gente anónima que hace aportes. No hemos recibido ayuda del municipio ni la queremos, porque acá no hay colores políticos y no queremos avalar ningún proyecto de gobierno”, agrega.
La prontitud y eficacia con la que estas organizaciones se levantaron y están actuando en los territorios ha dejado corto al gobierno, el que ha sido dura y transversalmente criticado por la insuficiente ayuda anunciada el 17 de mayo pasado por el presidente Piñera: 2,5 millones de cajas de mercadería que irían sólo al 70% del 40% de la población más vulnerable de Chile, según el Registro Social de Hogares. Muchas familias aún esperan la caja que incluye cereal, legumbres, arroz, fideos, conservas, aceite, leche, detergente, jabón líquido y no mucho más.
Las redes sociales han sido clave para que estas organizaciones se levanten y funcionen pidiendo aportes voluntarios. Una de las primeras en Twitter fue @comunolla, que partió con 32 y ahora ya suma 345 en todo Chile. También se puede consultar el hashtag #elpuebloayudaalpueblo para obtener información detallada de dónde, cuándo y cómo ayudar; o acceder al sitio web ollasolidaria.cl, que tiene un registro de varias iniciativas y donde se puede donar en línea. En su mayoría, las organizaciones cuentan con su propia cuenta de Facebook e Instagram, donde van subiendo fotos de sus labores y campañas. Además, la Universidad de Chile e integrantes de la Fundación Vértice están elaborando un mapa virtual con todas las ollas comunes y campañas solidarias a lo largo de Chile.
Donde comen cuatro, comen 100
Celia Ramírez vivía en Conchalí, pero junto a su familia viajaba todos los veranos a Las Cruces, donde tenía un trabajo haciendo aseo en una residencial. Hasta que un día, la dueña le ofreció quedarse, le consiguió una casa y hoy Celia, junto a su marido Claudio Valenzuela y sus hijos Noemí de 24 y Lucas de 13, viven hace cinco años en el balneario. Les cambió la vida. “Jamás volveríamos a Santiago. En Conchalí estábamos en un sector con mucha delincuencia, droga, teníamos que vivir encerrados en una burbuja porque todos los fines de semana había balacera”, cuenta Celia, quien hoy va en ayuda de sus vecinos al liderar la olla del Comedor Solidario Las Cruces. “Como familia nos conmovimos porque supimos de muchos abuelitos que vivían solos y no tenían cómo alimentarse. Empezamos el 5 de abril, llevándoles almuerzo a 40 adultos mayores. Muchos creen que por no tener una situación económica buena no se puede ayudar, pero todos podemos hacer algo”, dice Celia, quien hoy está entregando, junto a su familia, 160 almuerzos los martes, jueves y sábados. Los domingos hacen desayunos para los niños u onces que también llegan a toda la comunidad y también han realizado actividades vendiendo empanadas a $1.000 para recaudar fondos. También en este último mes pasaron de cocinar en la casa de Celia a ocupar la sede del Club de Pesca y Caza Los Halcones de Las Cruces.
Detrás de cada olla común hay historias de vida unidas no sólo por la necesidad de alimentarse sino también la de encontrarse con otros que comparten contextos de vida similares. Otro rasgo que se repite en estas ollas comunes de ayer y hoy es el liderazgo de las mujeres. Un ejemplo claro es el del grupo de vecinas conformado por Elizabeth Tejeda, Angélica Ríos, Fresia Bravo, Rosa Tejos, Evelyn Pichinao y Verónica Henríquez, de la población El Progreso en Temuco, quienes hace más de 10 años vienen trabajando en su comunidad realizando ferias de trueque, haciendo celebraciones de Navidad, Día del Niño y de aniversario de la población, que partió como toma en 1990. “Nuestros maridos trabajan, son obreros de la construcción, pero ahora están cesantes”, dice Elizabeth. “Juntas, nos propusimos primero ayudar con almuerzos a los adultos mayores y partimos con 20 personas, pero hoy ya entregamos colaciones tres días de la semana a 220 personas. Se ha sumado mucha gente por el tema de la cesantía, hay muchas mujeres solas criando a sus hijos, que también necesitan pañales y ropa”, añade.
“La municipalidad no se ha acercado para nada, nosotras hacemos todo con donaciones anónimas y de vecinos, por ejemplo, El Club de Leones ha costeado almuerzos, también la comunidad mapuche Trapilhue y Maquehue se han portado muy bien y están donando también a otras ollas comunes sus productos, los pescadores de Queule también nos trajeron pescado para las familias”, enfatiza Elizabeth.
Demasiadas veces hemos visto que cuando la necesidad es inminente, cuando la catástrofe se cierne sobre los más pobres, estos no tienen ni siquiera el tiempo para lamentarse o sufrir. Al contrario, rápidamente salen a las calles y luchan con más fuerza, levantan lo que ha caído al suelo, construyen una red de afectos y ayudas concretas, y al final del día hay siempre más sonrisas que lamentos. En tiempos adversos es cuando la solidaridad pareciera salir a la luz, pero lo cierto es que hay familias que vienen haciendo un trabajo de ayuda al prójimo más prolongado.
Es el caso de Estephanie Ortiz y Manuel Ruiz, matrimonio que desde hace tres años realiza un servicio a la comunidad entregando alimentos a personas en situación de calle. La actual pandemia, simplemente, amplificó sus labores. Partieron hace dos meses con tres ollas comunes y ahora ya suman siete desplegadas en las comunes de La Pintana, El Bosque y San Bernardo. “Cada vez hay más hambre”, dice Fanny, quien junto a un equipo de 30 personas entrega más de 2 mil colaciones a la semana. “También hacemos entregas directas de cajas con mercadería y ropa, además de otras ayudas. Hemos recibido muchas donaciones del barrio alto, pero lo cierto es que cada vez es más difícil parar la olla, porque es difícil que alguien done más de una vez”, cuenta Fanny, quien tiene cinco hijos junto a su marido Manuel Ruiz, dueño de una pyme, una pequeña pizzería en La Pintana. “Las cosas están pesadas para nosotros también porque las ventas han bajado, pero no vamos a bajar los brazos. A mis ojos, el gobierno no está haciendo ni la mitad de lo que el propio pueblo está haciendo”, dice Fanny.
Lo cierto es que, frente a la actual situación de hambruna, el gobierno ha pecado de ignorante. El pasado 28 de mayo, el ex ministro Mañalich reconoció que “no tenía conciencia” de la magnitud de la pobreza y hacinamiento en Chile. Sin embargo, los datos estaban a la vista. Según la Cepal, el nivel de pobreza pasará del 9,8% al 13,7% en Chile debido a la pandemia. Y, sin embargo, el gasto social público de Chile es el segundo más bajo de todos los países OCDE. En este ámbito, el gasto del Estado llegó al 10,9%, cifra que se ubica muy por debajo del 20,1% de la media que destinan los 36 Estados miembros.
“Si algo tiene el gobierno es disponibilidad de información, datos riquísimos. Si el gobierno no previó la situación actual es porque simplemente no quiso verlo, no puede declararse sorprendido”, afirma la psicóloga Clarisa Hardy, quien fuera ministra de Planificación en 2006 en el gobierno de Michelle Bachelet y hoy ejerce como presidenta del Instituto Igualdad. “En el primer gobierno de Bachelet, cuando empezamos a idear el sistema de protección social, advertimos que en la medición de la pobreza no se estaba consignando el índice de vulnerabilidad. Es decir, que frente a circunstancias que no se controlan, como enfermedades, accidentes, crisis económica, catástrofes naturales, inmediatamente un gran segmento de la población iba a caer en pobreza porque su nivel de ingresos es muy ajustado, les permite salir de la línea de pobreza, pero en el momento en que tienes un shock, lo pierden todo”, afirma la psicóloga.
Hace 33 años, Hardy iniciaba, bajo el alero de la Academia de Humanismo Cristiano, una experiencia de apoyo externo profesional a las ollas comunes que estaban emergiendo con fuerza en dictadura. “Hacíamos de mediadores para conseguir ayuda internacional, recursos para víveres, les dábamos asistencia técnica, por ejemplo, contratamos a una nutricionista para ayudarles a mejorar sus ollas, los asesorábamos sobre cómo ir al consultorio para exigir que a los niños los pesaran y midieran y así poder acceder a los programas de alimentación complementaria. Lo que hacíamos era una investigación en terreno, estudiamos la realidad, pero además actuamos y todo se hizo participativamente, los mismos pobladores llenaban nuestros formularios, nunca tuvimos encuestadores”, recuerda hoy la presidenta del Instituto Igualdad, quien en 1986 publicó el primer libro al respecto: Hambre + dignidad = ollas comunes, y en 1987, el segundo, Organizarse para vivir, pobreza urbana y organización popular. Ambos cobran hoy una vigencia inusitada, por lo que Hardy ya está en conversaciones para reeditarlos.
“La gran diferencia entre las ollas comunes de ese entonces y las de hoy es que antes era un país que no tenía el espacio fiscal que tenemos hoy ni tenía un gobierno democrático ni tenía partidos políticos ni debate ni organizaciones sociales legítimamente haciendo demandas. Entonces, hoy tienes un cuadro político absolutamente distinto y lo brutal es que estamos acercándonos a vivir una situación de crisis económica comparable a aquella”, afirma.
Ollas inmigrantes
Sin duda, una de los segmentos más vulnerables de nuestra sociedad es la población migrante, de la cual una buena parte se concentra en el norte de Chile. Elizabeth Andrade es peruana y vive desde 2009 en la población Los Arenales en Antofagasta, compuesta por 1.700 familias, 85% de ellas migrantes. Ella, eso sí, llegó a Chile en 1995. “Tengo ya la residencia, pero nunca he dejado de sentirme inmigrante. Claro que en estos 25 años las cosas han cambiado. Primero vine trabajando de irregular, inventando cualquier excusa para poder cruzar la frontera Tacna-Arica, hasta que me pude quedar. Luego me fui a Antofagasta y trabajé como asesora del hogar puertas adentro e incluso me pude pagar mis estudios de educadora de párvulos, pero hace tres años dejé de ejercer para dedicarme a la dirigencia al mil por ciento”, cuenta Elizabeth, quien ahora, por la pandemia, ayuda a gestionar ollas comunes que reparten 400 raciones de lunes a viernes. “No es suficiente, pero es lo que podemos hacer por ahora. Nos dividimos en cinco comités y algunos de ellos incluso han decidido vender el plato a $1.000 para poder seguir financiándonos, pero en algunos lugares simplemente no hay dinero”, cuenta.
La organización ha sido vital y ya hace tres años existe la Red Nacional de Migrantes y Promigrantes en Chile que reúne a 50 grupos de chilenos y otras nacionalidades, la mayoría peruanos, bolivianos, ecuatorianos y en menos cantidad venezolanos, colombianos y brasileños. “He ido descubriendo cómo opera la discriminación y el racismo, pero también he visto el empoderamiento de vecinos y vecinas, nuestro reconocimiento como sujetos dignos de derechos y la sororidad, porque la mayoría somos mujeres”, dice Elizabeth.
La Coordinadora Feminista Migrante, que es parte de la red, le entregó a la población Los Arenales $600 mil, con lo que pudieron armar cajas solidarias para 30 familias, mientras que otra brigada migrante de Temuco donó a la red $1 millón para que las distintas organizaciones pudieron comprar equipamiento de sanitización como mascarillas, alcohol gel, trajes especiales y una bomba de fumigación. “Hemos decidido migrar, hemos decidido ser parte de este Chile que ya despertó. Más allá de que las autoridades hayan hecho hasta lo imposible por mostrar una migración nefasta, nosotros mostramos una migración que es una oportunidad de conocer, de integrar las riquezas de nuestras culturas”, afirma la dirigenta.
A 417 km de ahí, en Iquique, está el campamento La Pampa, que abarca siete hectáreas en Alto Hospicio donde viven 90 familias, 95% de ellas migrantes. La mayoría no tiene trabajos formales ni están en los registros del gobierno municipal o nacional. Muchos llevan más de siete años en el país, pero siguen sin poder regularizar sus papeles. La precariedad del campamento es máxima. No tienen agua potable, la luz es un cableado que ellos mismos levantaron y sus viviendas están hechas de cartón y cholguán. Durante la pandemia, la cesantía y el abandono por parte de las autoridades se ha hecho sentir más que nunca. Así, desde abril comenzó a funcionar el comedor popular Mink’a (trabajo en comunidad en lengua quechua), donde se reparten entre 270 y 300 almuerzos diarios y que también es la casa del dirigente Enrique Solís, integrante del Movimiento Independiente por la Dignidad. “Ahora mismo no podemos estar peor, y por lo mismo tenemos que ser optimistas, vemos este momento como una oportunidad para mejorar nuestra situación”, dice el dirigente que ha contado con apoyo externo en la logística y acopio de alimentos y ayuda económicas de un grupo de académicos de la Universidad Arturo Prat.
Gracias a eso, el campamento tiene ahora los recursos para construir un comedor desde cero, una sala albergue para mujeres que sufren violencia intrafamiliar e instalarán cuatro postes de luces fotovoltaicas, que iluminarán las cuatro calles que componen el campamento. Pero uno de los problemas más grandes es la falta de agua potable y es lo que los mantiene en una tensa disputa con el municipio y el gobierno regional. “Hay 23 camiones aljibe privados que nos venden agua a través de unos bonos que nos entrega el municipio. Para una semana nos entregan 1.000 litros de agua, por los que pagamos 3.500 pesos, pero resulta que con eso no alcanza. Una familia necesita al menos el doble por semana, entonces, cuando se nos acaban esos bonos, tenemos que pagar 6.000 pesos, lo que es una barbaridad, es mucho más de lo que cualquiera paga en una casa residencial. Acá hay un lucro terrible y las autoridades no escuchan. Ahora, con la pandemia, el agua es indispensable para cuidar la higiene y evitar contagios”, reclama Enrique Solís.
Política de la calle
Aunque la mayoría de estas ollas comunes no tienen un origen partidista, sino que atienden más bien a las necesidades básicas humanas, lo cierto es que inevitablemente van apareciendo demandas políticas. Lo mismo sucedió hace 30 años, advierte Clarisa Hardy: “Esas ollas no nacieron como contestatarias a la dictadura, lo fueron en la medida en que se organizaron mínimamente para sobrevivir y a partir de ese encuentro comenzaron a analizar y a compartir experiencias y a politizarse. Hoy, tras el estallido del 18 de octubre, ha quedado claro que hay un tejido social reconstruible y que, ante la necesidad, este resurge espontáneamente”.
Fue justamente así cómo nació el Comité de Cesantes de Quilicura, un grupo liderado por personas que hasta marzo estaban en la primera línea de la protesta y que cambiaron capuchas por mascarillas para seguir ayudando, esta vez en la organización de ollas comunes y un ropero solidario que se mueven por toda la comuna. “Estamos entregando 350 colaciones, dos días a la semana, en distintos sectores. Nos llegan aportes de vecinos de otras comunas, pero también tenemos harta ayuda de chilenos de fuera de Chile, compatriotas de Suiza, EE.UU. y Canadá que están viendo desde allá lo que ocurre y se han motivado en apoyar, porque la verdad es que las cajas del gobierno son totalmente insuficientes”, dice Alberto Vilches Mautz, coordinador general del comité.
A fines de junio y ante la proliferación de ollas comunes, la Subsecretaría de Prevención del Delito emitió un protocolo que obliga a obtener un salvoconducto a cada persona que participa en una olla común para reducir la movilidad de la gente en la calle. Este documento será enviado al mayor de Carabineros o al oficial de más alto rango de la comuna, quien lo validará y otorgará el permiso de circulación. La mayoría de las organizaciones rechaza la medida y desconfían de las buenas intenciones del gobierno. “Ninguna olla común tiene la capacidad de entregar la totalidad de las colaciones al domicilio de cada persona. Yo creo que es un protocolo para tener identificada a la gente, tiene otro fin. Son el tipo de medidas que usan para evitar que la gente se movilice y se agrupe, lo mismo que sucedía en Plaza de la Dignidad”, lanza Alberto Vilches. “Al gobierno le molestan estas organizaciones porque quedan mal afuera, porque se ve el hambre que hay en Chile”.
Cabe preguntarse, además, por qué es la Subsecretaría de Prevención del Delito la que se hace cargo de emitir este protocolo y no otra entidad más afín a la naturaleza del problema, como el Ministerio de Desarrollo Social y Familia. En palabras de Hardy, “con estupor hemos conocido un protocolo para ollas comunes emanado de la Subsecretaría de Prevención del Delito, como si esta fuera una cuestión de orden público. Junto con tamaña insensibilidad aparece la ignorancia de la realidad y se aplica un protocolo único para toda la variedad de situaciones. Cuando no se confía en la participación ni en la descentralización y menos en la capacidad de organización ciudadana, se producen estas aberrantes decisiones”, afirma.
Con el paso de las semanas y el persistente avance del Coronavirus, la subsistencia de las ollas se hace cada vez más compleja. Mientras crecen en número, la ayuda en donaciones se hace más difícil de sostener. A pesar de ser una red de solidaridad loable, organizada y eficaz, sin duda lo mejor sería que el Estado fuera capaz de resolver el problema del hambre. “Este es el momento para que Chile se endeude y haga el gasto social que corresponda, es el país con la tasa más baja de endeudamiento en América Latina y por esta crisis nunca antes habían estado más bajos los créditos, con tasas muy bajas, en rigor, vas a poder devolver la plata casi sin interés. No sé para qué más podría servir el Fisco y el gobierno si no es para acudir a salvar las necesidades mayoritarias de la población. No es este el momento para guardar la plata en un chanchito”, remata Hardy.
Hacia una nueva salud pública en Chile: claves para responder a los desafíos del país
Por Verónica Iglesias
La crisis de la salud pública en nuestro país se viene desarrollando desde hace un par de décadas. El gasto público en salud en Chile es más bajo comparado con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y durante el 2019 el porcentaje disminuyó en 0,11 puntos respecto de 2018 (5,4% y 5,51%, respectivamente, del Producto Interno Bruto –PIB–). Si estas cifras se llevan al gasto en el sector público, este porcentaje es aún menor, lo que se traduce en menor infraestructura, menor dotación de recursos humanos, falta de insumos, falta de equipos de alta tecnología, largas listas de espera, pocos recursos destinados a la promoción de la salud y prevención de la enfermedad, entre otras variables. Todas estas son condiciones a las que se enfrenta de manera permanente la población que se atiende en el sector público (78%). El desfinanciamiento y las limitaciones en la respuesta del sistema en su conjunto frente a las necesidades de salud de la población fueron parte sustancial de las demandas elaboradas desde la sociedad civil durante el estallido social, que puso sobre la mesa los cambios estructurales que el sistema de salud necesita.
No es de extrañar entonces que en el contexto de crisis basal, la crisis provocada por la pandemia haya puesto de manifiesto nuevamente las condiciones desiguales en las que vive nuestra población, desnudando las deficiencias que nuestro sistema tiene para enfrentarlas. La salud es expresión de cómo se han experimentado los determinantes sociales desde que las personas nacen y aquellos determinantes relacionados con el sistema de salud. De manera fundamental, influye la estratificación social, entornos y condiciones de vida a nivel colectivo con su resultado en los estilos de vida. El contexto de la actual epidemia es una situación que por afectar simultáneamente a toda la población deja muy al desnudo las determinaciones sociales, incluido el propio sistema de salud. Las desigualdades en salud son materia conocida, y en este contexto resulta evidente que se requiere abordar con recursos y estrategias factores que están determinando una mayor carga de morbilidad y mortalidad. En nuestro país, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer son las patologías que generan una mayor tasa de mortalidad y representan alrededor de un 27% y 25% del total de las defunciones, respectivamente.
Las enfermedades cardiovasculares están muy relacionadas con los estilos de vida (sedentarismo o alimentación saludable) y factores de riesgo en los cuales nuestro país está en los primeros lugares del ranking de la OCDE, con altas frecuencias de consumo de tabaco, obesidad, hipertensión y diabetes, siendo varios de estos factores más prevalentes en el nivel socioeconómico más bajo. En niños, preocupa la alta prevalencia de sobrepeso y obesidad, la que alcanza cifras cercanas al 45%, lo que debe ser abordado con urgencia dado el riesgo que representa para la salud mantener esta condición.
Un aspecto relevante para el análisis en el contexto de pandemia ha sido el rol fundamental de la Atención Primaria en Salud (APS), pieza clave de la red asistencial en la respuesta territorial, cuya ausencia, por definición, en el sistema privado ha mostrado la cara de ese subsistema en términos de su compromiso real con la salud de las personas. En esta pandemia, las labores de seguimiento y trazabilidad, principales actividades en el enfrentamiento de la misma, representan el acompañamiento preventivo que no es posible garantizar desde lo privado. Es fundamental hoy y mañana destinar más recursos para fortalecer a la Atención Primaria que, bajo el Modelo de Salud Integral, Familiar y Comunitario, tiene como desafío implementar las acciones de promoción y prevención, y favorecer la participación comunitaria, empoderando a la ciudadanía como agente de cambio de su propia situación de salud. Para ello, antes de la pandemia, se había establecido como mínimo necesario que el per cápita aumentase de $7.000 a $10.000, pero hoy, en función de la pandemia, parece claro que también es relevante repensar la forma de financiamiento de la APS. En relación a la participación de la comunidad organizada, esta ha tenido un papel relevante a nivel territorial, muchas veces sin un diálogo posible con las estructuras del gobierno local, lo que ha dejado de manifiesto las deficiencias actuales en los mecanismos y las limitadas formas de participación y transferencia de poder a las personas y comunidades. Las organizaciones sociales y comunitarias han desplegado su trabajo no sólo en tiempos de crisis, sino siempre que el Estado no ha logrado dar respuesta con el sentido de urgencia requerido a las necesidades básicas de grupos más vulnerables.
El ambiente psicosocial es parte fundamental en las determinaciones sociales de la salud, y evidentemente estas van mucho más allá de las políticas del sector salud, pues involucran un amplio espectro de políticas públicas intersectoriales, las que deberían estar orientadas a hacer posible una mejor calidad de vida y evitar la enfermedad, disminuyendo las brechas de desigualdad en la salud en su más amplio sentido. Para ello se requiere que concurran sectores como economía, trabajo, vivienda, medio ambiente y otros, cuyas políticas también deberían estar al servicio del bienestar de la población. Hemos visto en esta pandemia que la falta de enfrentamiento conjunto de las dimensiones sanitarias, sociales y económicas ha llevado a que sólo un segmento acotado de la población haya podido “quedarse en casa”, lo que ha dado como resultado un elevado número de casos y personas contagiantes, que nos podrían mantener en una situación peligrosa de endemia prolongada mientras no se cuente con una vacuna. Esta situación ha afectado con mayor fuerza a comunas en que se concentran determinantes como menor nivel socioeconómico, mayor hacinamiento, mayor porcentaje de personas migrantes, precariedad e informalidad laboral, entre otras. Es fundamental comprender, como sociedad, que en la medida en que los países disminuyen la desigualdad, también alcanzan mayor nivel de bienestar y paz social, lo que va acompañado de mayor progreso. De esta manera, las acciones que se realicen hoy o la falta de ellas tendrá sus resultados en el mediano o largo plazo, por eso resulta urgente actuar: no se puede esperar resultados diferentes si no se generan cambios.
A nivel del sistema de salud se requiere de una reforma estructural que, en el marco de una nueva Constitución, nos conduzca hacia un sistema público universal de salud, con una red pública fortalecida y sin lucro, lo que permitirá avanzar hacia una reducción de las inequidades en salud. También se necesita transitar desde el modelo biomédico orientado a la atención de salud y la sobremedicalización, que ha quedado en evidencia en el enfrentamiento inicial de la pandemia, hacia un modelo de salud pública colectiva. Un modelo de atención que, más allá del discurso, tenga su eje en la APS, que considere las particularidades del territorio y las necesidades de salud de su población, que reconozca los saberes de pueblos originarios, que participe activamente del empoderamiento de su comunidad para el ejercicio de sus derechos en salud, a fin de que alcance mayores niveles de participación y le permita ser corresponsable del proceso de salud.
La pandemia también ha puesto de manifiesto la necesidad de que la gestión pública del sector salud cuente con profesionales sólidamente formados en salud pública. Nuestra Universidad de Chile, a través de la Escuela de Salud Pública de la Facultad de Medicina, forma anualmente entre 60 y 70 estudiantes de posgrado y especialidad médica en salud pública, y cuenta con el único Doctorado en Salud Pública de nuestro país. Adicionalmente, la formación de más de mil estudiantes al año en cursos y diplomas de educación continua permite la actualización de un importante grupo de profesionales de instituciones públicas. Pero, sin duda, se requiere un mayor aporte financiero del Estado para que las universidades públicas puedan cumplir con su rol en la formación de profesionales y equipos capaces de enfrentar los desafíos actuales y futuros, mucho más allá de los recursos individuales. En el ámbito de la investigación, la Universidad de Chile ha respondido con mucha creatividad y potencia frente a las necesidades que ha levantado la pandemia, y esto ha dejado de manifiesto las limitaciones en la disponibilidad de fondos para la investigación en el área de salud pública.
La pandemia deja a su paso aprendizajes e interrogantes e interpela a toda la institucionalidad pública a realizar los cambios necesarios para enfrentar los grandes desafíos del país y responder frente a las legítimas demandas de justicia social de la ciudadanía.
Alfredo Jadresic: la historia de la medicina chilena en primera persona
A sus 94 años, el decano de la Facultad de Medicina en tiempos de la Reforma Universitaria de 1968 ha sido testigo de los cambios de un sistema de salud que, a su juicio y en el contexto de la pandemia por Covid-19, hoy no da el ancho. Pero aún no es tarde. El médico y Profesor Emérito de la Universidad de Chile cree que si replicamos las experiencias exitosas de “los mejores años de la medicina chilena” podemos reconstruir un sistema sólido, integrado y en línea con las necesidades de quienes habitan este país.
Por Jennifer Abate C.
Alfredo Jadresic es médico, pero quizás será recordado más como un pensador del siglo XX. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en 1943 e incluso desde ese momento asumió un compromiso no sólo con su carrera, sino con el estado de la salud pública en Chile. Fue el creador de instituciones pioneras como el Laboratorio de Investigaciones Endocrinas y la Unidad de Radioisótopos del Hospital San Juan de Dios y figura clave de la Reforma Universitaria de 1968, que cambió el cariz de la Casa de Bello y la dotó de mayor democracia y de una cercanía más estrecha con la sociedad chilena. Opositor a la dictadura, fue detenido en el Estadio Nacional y en 1973 inició un exilio que sólo terminó a fines de los años 80, cuando regresó al país y se sumó a la tarea de la renovación de los estatutos de la Universidad. Hoy, confinado en su casa junto a su compañera Patricia Samsing y muy al día en el acontecer nacional, ve con indignación la respuesta que el Ministerio de Salud ha tenido frente a la pandemia del Covid-19 y recuerda mejores tiempos, cuando las características del sistema de salud chileno eran su enfoque social y su fuerte integración a lo largo y ancho del país. Esperanzado en una nueva Constitución, la reconoce como la principal vía para solucionar las deudas estructurales de un país que dejó de preocuparse por sus habitantes.
—¿Cuáles son esos cambios estructurales que usted cree que le faltan a Chile?
Creo que la experiencia del 18 de octubre es contundente. Lo que me sorprendió a la vuelta del exilio, mucho más que se produjera el 18-O, es que se demoraran tanto en manifestarse. Te diría que mi esperanza es que salga una nueva Constitución que restablezca en Chile el sentido de un gobierno solidario, responsable. Yo creo que hay que aumentar los impuestos de los sectores de mayores ingresos gradualmente, y eso lo ha declarado con un éxito muy grande Thomas Piketty en un libro que tiene casi el mismo título que el de Karl Marx, El capital en el siglo XXI, y ahí plantea que, para alcanzar la paz social, lo que hay que hacer es establecer como derechos humanos el derecho a la salud, a la educación, previsión, y resulta que esto requiere aportes solidarios. ¿De dónde puede venir esa solidaridad? De los sectores más ricos, ahí hay una posibilidad de entregar en Chile educación gratuita, de calidad, para toda la población, servicios de salud excelentes y de gran calidad.
—El historiador Marcelo Sánchez dice que el modelo fragmentario que tenemos hoy no puede recibir el nombre de sistema de salud. ¿Cuál fue la orientación sanitaria predominante en el siglo XX chileno? ¿Cuándo pasamos de una atención sanitaria concebida como medicina social a un instrumento administrativo que hoy llamamos red asistencial?
La dictadura barrió con todo. Por ejemplo, se acabó el Servicio Nacional de Salud unificado (que en nuestro país estuvo vigente entre 1952 y 1979) y se formaron 29 servicios regionales que se entienden directamente con el Ministerio de Salud. En el Servicio Nacional de Salud yo tuve la experiencia de ser miembro del Consejo Nacional Consultivo de Salud, que se creó para perfeccionar la situación docente asistencial que se daba desde la Facultad de Medicina y que funcionaba en los hospitales estatales. Estaba presidido por el ministro de Salud y lo integraba el director del Servicio Nacional de Salud, los directores de otros servicios de salud de carácter público, el presidente del Colegio Médico, de los odontólogos y químicos farmacéuticos, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios que la dictadura hizo desaparecer el año 82, representantes de los trabajadores y empleados, y otros organismos. Bueno, ese consejo asesor establecía todo lo que son los planes, la coordinación de todos los servicios, la integración. Eso significaba orientación, participación social. Ahora, con la pandemia y lo que ha ocurrido, se ha llegado a hablar de que nosotros hemos vivido el desastre porque aquí hay un desgobierno total. En ninguna parte se da una integración, hay un sentido de la libertad en que cada uno hace lo que se le da la gana. Lo que yo te cuento sobre la integración tan interesante de las universidades tradicionales con el servicio a lo largo de todo el país aseguraba que en esos hospitales hubiera educación continua para la gente, porque todos los hospitales de mayor jerarquía estaban vinculados con la Universidad de Chile, la Universidad Católica, la del norte y la de Concepción. Hay evidencia de que no se puede entregar, como si fueran dictadores, a un presidente y a sus ministros todo lo que hay que hacer en este país. Yo digo que no hay por dónde perderse, hay experiencias en Chile de que las cosas marchan mejor cuando el Estado es gobernado con un entendimiento social amplio.
—¿Cuáles son las características que debería tener un sistema de salud que responda a las necesidades del país?
Te lo explico desde mi experiencia, ni siquiera es una elucubración esto: yo creo, simplemente, que aquí falta una contribución de la gente que está mejor dotada para opinar y participar en esto. Mira, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios, que fue clave para darle estructura a los hospitales a lo largo del país, desapareció y en Chile no se construyó ningún hospital desde 1973 hasta 1990. ¿Cómo puede darse eso? Son casi 20 años de crecimiento de la población y en el país no se crean nuevos hospitales. ¿Dónde está la clave de todo? La clave de todo está en la experiencia que Chile ha tenido, se está hablando de cosas concretas que pueden hacerse y la esperanza, para mí, es la nueva Constitución. Después del 18 de octubre y de la pandemia, cualquier visión inteligente reclama seguridad en este país, que el Ministerio de Salud sea solidario y responsable de la cobertura adecuada.
—La Escuela de Salud Pública de la U. de Chile anunció que ya no utilizará los datos del Ministerio de Salud porque “hacen imposible toda modelación”. No han sido los únicos: el requerimiento de datos fidedignos ha sido una pieza clave en el debate sobre transparencia en nuestro país. ¿Cuál es la relevancia de contar con datos fiables y que sean bien informados a la población?
Yo creo que ha sido vergonzosa la manera en que el gobierno y el ministro Mañalich aparecieron como un gobierno triunfalista que lo hacía mejor que Argentina. Mira, las estadísticas se pueden manipular mucho y pueden servir para muchas cosas, pero la manera en que se enfrentó aquí [la pandemia] fue tan deshonesta, que resultó en la caída del ministro más blindado que tenía este gobierno. Se habla a cada rato de transparencia y se burla la transparencia, es absolutamente obvio. Este gobierno ha hablado de solidaridad, pero solidaridad, ¿dónde?, ¿con quién? Aquí la única solidaridad que puede darse para solucionar este tema es un financiamiento adecuado. Este país, en los últimos 40 años, ha multiplicado por cuatro, cinco veces el Producto Nacional Bruto, y un país rico lo que ha hecho es aumentar la distancia que hay entre los pobres y los ricos. El avance ha sido mínimo y la solidaridad no puede darse de otra manera: toda la riqueza de este país, a la que contribuyen todos los trabajadores, debe repartirse a todos los trabajadores, son cosas muy elementales. Este gobierno sigue usando la palabra solidaridad, son los capitalistas que hablan de solidaridad y no han entregado un peso para las necesidades de la sociedad.
Las ventajas del cogobierno Sin esperarlo y dedicado en ese tiempo a sus estudios de endocrinología, el doctor Alfredo Jadresic se convirtió en decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile entre los años 1968 y 1973. Le correspondió liderar, desde la que entonces era la Facultad con mayor peso en la Universidad, la Reforma Universitaria de 1968 que cambiaría el rostro de la institución, pues modificó, como rescata Memoria Chilena, de “manera sustancial el contenido y las orientaciones de las funciones universitarias, estableció una nueva estructura de autoridad y poder que permitió la participación de la comunidad universitaria en el gobierno de las universidades y se esforzó por buscar una mejor inserción de estas en los afanes por lograr el desarrollo y la modernización del país”.
—¿Cuál era la relevancia de emprender un proceso de esas características en la Universidad de Chile? ¿De qué manera la reforma cambió a esta institución?
En Chile se pensaba que en las universidades había una estructura muy autoritaria, muy dirigida por los profesores y que en algunos aspectos no reconocía los esfuerzos sociales que eran muy importantes, pertinentes a la universidad. Se trataba de que desde la universidad hubiera una visión en todos los ámbitos de práctica que estaban ocurriendo, pero esa participación no se podía dar porque no había ningún organismo en que los estudiantes estuvieran representados. Entonces irrumpe una demanda muy fuerte de participación y desde ese momento se elige al rector, decanos, en los consejos hay participación triestamental y eso determina un cambio muy fundamental en la orientación que toma el trabajo universitario, que en salud fue muy importante. La Chile introdujo un cambio notable en los planes y programas de enseñanza. Por ejemplo, se sacó la enseñanza de la medicina de los hospitales a las poblaciones, a los consultorios, para que se conocieran otros aspectos de la realidad nacional. En la experiencia que yo tuve, la universidad tuvo un vuelco muy fundamental.
—La idea del cogobierno sigue generando incomodidad. Usted vivió ese “experimento” en la Facultad de Medicina. ¿Cómo funcionó esa iniciativa?
En la Facultad de Medicina tuvimos un entendimiento absolutamente total con los estudiantes y funcionarios. Los estudiantes con un 25% y los funcionarios con un 10% y, bueno, con un 65% los académicos, pero se introdujo en ese momento un concepto que es muy importante, que es hablar no de una institución, sino de una comunidad, porque tenemos todos algo en común y lo que tenemos en común son los planes y programas que señalan hacia dónde va la Facultad, y en Medicina se produjo una filosofía muy favorable. El respeto mutuo que se establece en ese momento es porque tenemos algo en común, que es el objeto en que tú estás empleando tu actividad laboral. El año 69, cuando dimos la bienvenida a los nuevos estudiantes, invité a un funcionario a que participara en los discursos de bienvenida. Mira, el funcionario hizo un discurso que fue el mejor de todos, había una pasión en su voz, un entusiasmo con el que este funcionario se refería a lo que era la bienvenida para los estudiantes, que venían a cumplir una función tan importante. El hospital universitario anterior tenía paros unas tres o cuatro veces al año, a veces de semanas, no se atendía; nosotros no tuvimos nunca, en los cuatro años, un conflicto con los estudiantes que llegara a un paro. Yo soy un absoluto partidario de que la Facultad de Medicina no tuvo un periodo mejor que los cuatro años del 68 al 72, sin conflicto y con expansión y desarrollo increíbles, yo creo que todo el mundo se identificó con el proyecto. ¿Por qué no hacer participar a los estudiantes en los consejos? Yo soy un gran partidario de los cogobiernos. Si a mí me preguntan “¿usted, en que se basa para decir esto?”. Me baso en los tres años en que fui decano de la Facultad de Medicina, que era la Facultad más amplia que tenía la Chile en esa época.
—Usted enfrenta la pandemia con 94 años. Sabemos que el virus afecta de manera particular a las personas mayores. ¿Cómo ha vivido el proceso de confinamiento?
Mira, yo tengo una compañera maravillosa, Patricia es profesora de inglés, pero es poeta, pintora, ceramista, muchas cosas más, con muchas inquietudes intelectuales. A la semana de conocerla, yo le propuse matrimonio y ella dijo que sí, que se casaría conmigo. Mi madre, que estaba preocupada porque tenía 30 años y no me casaba, me pedía que aceptara ver a algunas jóvenes compañeras de mi hermana y apareció un día Patricia, era un jueves. Ese fin de semana le dije a mi mamá: “parece que conocí a la persona con la que me voy a casar”. El jueves siguiente, sin haber tratado de ninguna manera un tema sentimental, yo le dije “¿tú te casarías conmigo?”. Y ella me dijo que sí. Le escuché a González Vera, que era nuestro amigo, decir un día en Isla Negra que “un matrimonio feliz es una conversación interminable” y eso se ha cumplido. Para mí ella es la compañera ideal y tengo que reconocer que este confinamiento, con el departamento en que tenemos todas las ventanas que miran al exterior y con terraza, no me aflige en ese sentido.
—¿Ha sentido miedo de la muerte en este contexto?
Me da pena dejar sola a la Patricia, sé que le soy necesario.
La frágil memoria de las pandemias en Chile
En los últimos meses se ha reiterado que la del Covid-19 es la peor pandemia de todos los tiempos. Si bien es la de mayor alcance global y ha obligado en pocos meses a cambiar la cotidianidad de millones de personas, lo cierto es que la humanidad ya había pasado por tragedias similares. En Chile, desde el siglo XIX, enfermedades como el cólera, la gripe española o el tifus exantemático han costado la vida de miles de personas y, al mismo tiempo, impulsado importantes reformas en salud. ¿Cómo han terminado estas pandemias y por qué no las recordamos tanto? Expertos entran en ese debate.
Por Denisse Espinoza A.
Creyeron que era la pandemia que por largo tiempo habían estado esperando, pero ¿realmente lo era?
El 16 de mayo de 2009 el entonces ministro de Salud, Álvaro Erazo, confirmaba lo inevitable: la gripe A(H1N1) había llegado a Chile con la detección de los primeros casos: dos mujeres que pasaron sus vacaciones en Punta Cana, República Dominicana, contrajeron el virus que a mediados de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó como una nueva cepa de la gripe porcina. Durante años, el organismo incentivó a los países a que trabajaran en un plan de contingencia para una posible pandemia y Chile no fue la excepción. Eso sí, desde 2005, la preparación giró en torno a un posible brote de influenza, pero de tipo aviar y proveniente de Asia, por lo que el nuevo virus se instaló en el país con una rapidez que encendió las alarmas.
Sin embargo, la reacción de las autoridades locales fue oportuna. Se dispuso de inmediato una barrera sanitaria de ingreso al país y se hicieron exhaustivos controles en el aeropuerto de vuelos provenientes de Canadá, EE.UU. y México. No fue necesario suspender clases ni tampoco decretar cuarentenas: la epidemia concluyó en marzo de 2010 con un total de casos que se alzaron por sobre los 300 mil y con sólo 155 fallecidos confirmados por el virus. “En el papel habíamos previsto millones de casos e incluso teníamos negociada con dos años de anticipación la compra de antivirales, autorizada por el presidente Lagos, por lo que fuimos el único país del Cono Sur que contó con medicamentos en cápsulas que redujo mucho la tasa de complicaciones y, por consecuencia, la demanda de camas hospitalarias. El problema fue que después se cuestionó haber comprado demasiados antivirales”, recuerda la epidemióloga Ximena Aguilera, quien fuera una de las principales responsables del plan de preparación para la pandemia de influenza y que hoy integra el consejo asesor del Covid-19.
“Aunque no fue exactamente el virus que estábamos esperando, había un plan pensado, sabíamos cuáles eran los comités que se debían armar, las autoridades que iban a participar más fuertemente. Era tanto así que la estrategia comunicacional estuvo a cargo de una empresa que diseñó logos, avisos, spots de radio y TV, incluso estaba escrito el discurso de la presidenta cuando llegara el primer caso y se produjera la primera muerte”, cuenta la también académica de la Universidad del Desarrollo. Diez años después de esa epidemia, está claro que el trabajo previsor se ha perdido, luego de que el mismo presidente Piñera declarara el 17 de mayo, por cadena nacional, que “ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del Coronavirus, como lo demuestra la evidente saturación de los sistemas de salud en países de alto nivel de desarrollo. Chile tampoco estaba preparado”.
¿Es posible que la memoria pandémica se pierda en una sola década? ¿Qué pasó entonces? “Yo diría que tras la epidemia de influenza se abandonó el tema en las Américas. La misma OPS (Organización Panamericana de la Salud) que empujaba el tema lo sacó de sus prioridades y se abocó al reglamento sanitario internacional. Sin embargo, otros países que participan con Chile en la APEC han reaccionado bien a esta pandemia. Los australianos y oceánicos nunca descuidaron el trabajo preventivo, de hecho, cuando empezó, vi por televisión cómo en Australia se anunció que se iba a poner operativo el plan pandémico, es decir, que lo tenían y bien actualizado”, explica Ximena Aguilera.
Así, en esta pandemia, hemos visto cómo frente al poco ojo avizor que han tenido las autoridades para controlar el avance incesante del virus se ha optado por una estrategia que pretende alzar al Covid-19 como la mayor amenaza que ha enfrentado el ser humano en su historia, pero ¿qué tan cierta es esa afirmación? Para el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y especialista en historia de la salud, Marcelo Sánchez, comparar los contextos históricos es complejo, pero “en ningún caso esta es la peor epidemia de la humanidad”. Y ejemplifica: “las enfermedades que se dieron por el contacto entre conquistadores europeos y población aborigen se alzan por sobre los 25 millones de personas y en el contexto nacional republicano, las estimaciones más bajas de la epidemia de cólera de 1886-1888 están en torno a 25 mil fallecidos y las altas en torno a 30 mil, y eso habría que verlo en la proporción de población total del país que rondaba a los dos millones, entonces esa fue mucho peor. Creo que, más bien, lo del Covid-19, es un relato de la catástrofe que busca provocar unidad política, llevar a la gente a seguir instrucciones, pero es una retórica que sinceramente esconde falta de responsabilidad y creatividad política”, dice, tajante, el historiador.
Más que coincidencias
Lo que sí ha complejizado el manejo de esta pandemia en el territorio local es la falta de credibilidad política que sufre el gobierno y la élite debido al estallido social del 18 de octubre. Sin embargo, los historiadores se apuran en aclarar que esta característica tampoco es excepcional. “Ha sucedido que las pandemias en el país han coincidido con crisis de legitimidad, donde la población ha mantenido cierta distancia frente a las decisiones gubernamentales. En la gripe española de 1918 que afectó a Chile, por ejemplo, también hubo una coyuntura social y política, la república parlamentaria hacía agua por varios lados, hubo grandes manifestaciones sociales y se sumaba a la arena política Alessandri, como el gran reformista, el tribuno del pueblo que iba a resolver todos los problemas”, cuenta el historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. Así también se vivió una crisis política durante el cólera, la primera epidemia que afectó a Chile y que llegó desde Argentina en diciembre de 1886 con casos en Santa María, San Felipe y La Calera, y que se extendió hasta abril de 1888 con un carácter estacional.
El presidente era José Manuel Balmaceda, quien promovió un rol más activo del Estado y que era resistido por las élites debido a su insistencia por arrogarse más atribuciones como presidente. Los debates en torno al manejo de la pandemia se vertían en la prensa, en periódicos como El Ferrocarril, El Mercurio de Valparaíso y El Estandarte Católico. Sin embargo, las clases bajas quedaban fuera y más bien se informaban de forma básica y a veces errónea, a través de los versos de la Lira Popular y de la sátira política del Padre Padilla, pasquín donde se educaba a la población y que es detallado por la historiadora Josefina Carrera en su artículo El cólera en Chile (1886-1888): conflicto político y reacción popular, donde concluye: “una de las comprobaciones más interesantes fue captar el abismo que separa al mundo popular de la elite. Así observamos a un pueblo lleno de temor, desconfianza y disconformidad ante las autoridades, especialmente las médicas”.
Otro evento epidémico que fue consecuencia directa de una crisis económica y social fue el tifus exantemático de 1931, enfermedad transmitida por el piojo del cuerpo humano y que surgió a partir del quiebre de las salitreras del norte del país en 1929. Los mineros y sus familias fueron confinados en pésimas condiciones de higiene y luego trasladados a labores de cosecha en Valparaíso y Santiago, lo que propagó el virus hasta 1935. “En la capital se dieron restricciones en los tranvías, cierres de teatros, de las actividades docentes, hubo desinfección en conventillos y recintos públicos y muchas restricciones a la libertad individual”, comenta el historiador Marcelo Sánchez, quien ha estudiado a fondo el tema.
Claro que quizás el contexto epidémico más curioso, por las coincidencias que guarda con el momento actual, es el brote de influenza de 1957, que vino justo luego de la llamada “batalla de Santiago”. Las protestas masivas del 2 y 3 de abril de ese año fueron detonadas por el alza en el transporte público y tuvieron como protagonistas a las organizaciones sindicales lideradas por la CUT. La policía intervino con un saldo de una veintena de civiles muertos y la declaración de Estado de Sitio. Bajo ese clima, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo enfrentó en agosto el arribo de la influenza asiática, proveniente de un barco estadounidense que atracó en Valparaíso. La pandemia ubicó a Chile entre los países con índices más altos de mortalidad, con al menos 20 mil muertos, y parte de las razones fue el tenso ambiente político de un gobierno asediado por huelgas populares.
“Hay ciertos comportamientos que se repiten en las crisis sanitarias. El miedo, la huida y sobre todo, la desconfianza hacia la autoridad es algo que repercute en el combate de la enfermedad”, explica Marcelo Sánchez. Según la epidemióloga Ximena Aguilera, la desconfianza social en la actual pandemia se enraíza en “el factor de la desigualdad. Si has tenido toda la vida la experiencia de que algunos tienen privilegios y muchos, y que tú no, es difícil creer que vaya a haber igualdad de trato y de derechos para todos”.
El peso de la historia
Cien años después, un nuevo brote de cólera se detectó en Chile: llegó desde Perú a fines de 1991 pero a diferencia de otras pandemias, tuvo a favor el clima político. “El gobierno estaba compuesto por una alianza de partidos mucho más estable que ahora. Hubo presiones de empresarios que decían que para qué íbamos a comunicar la pandemia, que mejor lo hiciéramos para callado, pero yo me negué porque sabía que la transparencia era la única forma para que la gente siguiera las instrucciones y así fue”, cuenta el médico y ex ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez de la Jara, quien lideró la coordinación con los ministerios del Interior, Obras Públicas y las FF.AA. “Era mal visto el contacto con los militares, pero decidí jugármela y ayudaron mucho en el control de las barreras sanitarias”.
Jiménez de la Jara cuenta que justo en ese momento había expertos de la U. de Maryland (EE.UU.) y de la U. de Chile investigando en el país la fiebre tifoidea –que tiene un ciclo similar al del cólera– e hicieron un mapeo de la ciudad, indicando cuáles zonas de Santiago eran las de mayor peligro. Así, en lugares como Rinconada de Maipú, chacras regadas con aguas contaminadas fueron clausuradas por orden directa de la Seremi de Salud del sector poniente, la doctora Michelle Bachelet.
Los resultados del manejo del cólera fueron exitosos: se notificaron sólo 146 contagiados, tres fallecidos y la población cambió para siempre sus hábitos higiénicos: lavarse las manos se volvió natural, al igual que desinfectar las verduras y no consumir mariscos crudos. “En ocho años se logró que el tratamiento de las aguas servidas fuera una realidad en todo Chile, del 5% subió al 95% con la implementación de plantas en varias ciudades y una inversión de varios miles de millones de dólares”, agrega Jiménez de la Jara.
Sin duda, tras las pandemias se han mejorado los aparatos institucionales. La epidemia de cólera de 1888, por ejemplo, impulsó la creación en 1892 del Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dependientes del Ministerio del Interior. Estos dieron paso en 1929 al Instituto Bacteriológico y luego al Instituto de Salud Pública en 1979, que incluso supervisó la manufactura nacional de medicamentos y vacunas hasta fines de los años 90. “Desde 1892 Chile construyó un sistema público de salud bastante robusto, pero todo eso se destruyó entre 1979 y 1981”, afirma el historiador Marcelo Sánchez, pero aclara: “por supuesto que el sistema antiguo tenía defectos, era lento, burocrático, muchas veces no tenía recursos y siempre se le acusaba de practicar una medicina deshumanizada, pero como ideal quería atender la salud de todas y todos los chilenos y no había ninguna exigencia de pago para la atención primaria y de urgencia”.
Además, sucede que una vez aprendidas las lecciones, los recuerdos más duros de las crisis se terminan enterrando. ¿A qué se debe esta mala memoria de los detalles de la tragedia? “Son traumas colectivos y buena parte de la población lo único que quiere es olvidar”, dice el historiador de la UC, Marcelo López. “Es parte de la psicología humana dar vuelta la página, pero hay sociedades que deciden recordar e incluso hacer memoriales. Esa es una discusión que hace falta en nuestro país, porque no tenemos una buena memoria sanitaria”, agrega.
Por ejemplo, en 2003, durante las excavaciones para la construcción de la Costanera Norte, se descubrieron restos óseos humanos dentro de fosas comunes que, luego se comprobó, correspondían a un antiguo cementerio de coléricos de 1888, ubicado al lado de uno de los lazaretos de la época; residencias sanitarias donde los enfermos eran aislados. “Se construían en las periferias de las ciudades, eran muy precarios y allí básicamente se iba a morir. Eso da cuenta de la magnitud de este tipo de tragedias y la respuesta común que se les dio durante el siglo XIX”, dice el historiador de la U. de Chile, Marcelo Sánchez. De hecho, al igual que el del 2003, hay una serie de otros sitios de entierro de cadáveres en distintas zonas de Chile que quedaron inscritos en la memoria popular como las “lomas de los apestados”, pero que nadie sabe exactamente dónde están.
Pareciera que uno de los errores más recurrentes es reducir la respuesta de una crisis de salud al ámbito de la ciencia, cuando en realidad el elemento social es decisivo y por eso urge cruzar disciplinas. “Mientras no haya una vacuna o un tratamiento, dependemos más que nada del comportamiento humano. Hoy sabemos que los niveles de confianza y la credibilidad en las instituciones es importante para manejar una crisis como esta y lo sabemos porque justamente no se está dando”, dice la historiadora de la ciencia y académica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva. “Lo de la memoria y la conciencia histórica es un tema sensible, o sea, en los últimos años hemos visto las intenciones de reducir la relevancia de la historia y de las ciencias sociales en el currículum escolar y eso tendrá consecuencias ahora y a largo plazo”, agrega Silva. Mientras, López da un dato relevante. “La historia de la salud se desterró de la mayoría de las Escuelas de Medicina y eso es paradójico. Es decir, ni siquiera los médicos conocen la historia de su disciplina. Al parecer, lo que ocurrió fue que en el siglo XX la medicina se enamoró tanto de sí misma que ya no necesitó ninguna otra disciplina para explicarse los problemas”.
Miguel O’Ryan: “Cuando se habla de falta de transparencia es con una intencionalidad detrás”
El académico de la Universidad de Chile e integrante de la Mesa Técnica Covid-19 comparte sólo “parcialmente” las críticas a la falta de transparencia que se han hecho al Ministerio de Salud y al de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. “El gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines”.
Por Jennifer Abate C.
Este 2020, en el contexto de la llegada de la pandemia del Covid-19 a nuestro país, Miguel O’Ryan, Profesor Titular de la Facultad de Medicina, infectólogo e integrante del Instituto Biomédico de la Universidad de Chile, sumó a su larga lista de labores una crucial: ser parte de la Mesa Técnica Covid-19, integrada por expertos y expertas del más alto nivel, cuyo objetivo central es recomendar estrategias y acciones al Ejecutivo para enfrentar la expansión del virus. Tarea nada fácil, pues a las críticas por el manejo sanitario y económico del gobierno se suma, como afirma O’Ryan, que “la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado”.
—En los últimos días (mediados de julio) hemos escuchado un mensaje optimista del gobierno apoyado en cifras de descenso de las muertes y contagios diarios. Como integrante de la Mesa Técnica Covid-19 y como infectólogo, ¿en qué situación estamos respecto de la pandemia en Chile?
Cuando visualizábamos esta pandemia, por allá por marzo, teníamos varias preocupaciones. Una, la fundamental, era que muy probablemente la pandemia iba a tener un crecimiento explosivo cuando avanzara a las zonas densamente pobladas de la megaurbe, fundamentalmente en la región Metropolitana. Con la estrategia de las cuarentenas selectivas de alguna manera se logró ralentizar, pero no evitar que ocurriera eso, y buena parte del incremento explosivo ocurrió justamente de esa manera, en la diseminación del virus en las zonas densamente pobladas, específicamente en la RM y en otras megaurbes del país. En ese contexto, lo que puedo decir ahora es que estamos en una situación en donde la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado con los cientos de miles de casos y el número de fallecidos que hemos tenido y, sin embargo, quizás la buena noticia es que, estando en la tercera semana de invierno, el virus empieza a tener visos de control, y aún en los periodos más duros de invierno que se vienen por delante, vemos un horizonte en el que si hacemos las cosas bien, esperemos, vamos a lograr seguir manteniendo este virus bajo control.
—¿Qué significa hacer las cosas bien? ¿Qué medidas esperaría usted de ahora en adelante para mantener este descenso en las cifras de contagio y fallecimientos?
La idea es que tratemos de fomentar la reflexión con bases académicas, y si algo aprende uno en la academia es que más que plantear verdades, caminos inequívocos, hay posibilidades, hay debate, hay deliberación, hay evidencias, no hay bolas de cristal, lamentablemente. No hay caminos perfectos. En ese sentido, hay que tratar de que, como sociedad, como grupos que están tomando decisiones o abordando la decisión, tratemos de hacer las cosas de la manera más inteligente posible. La propuesta que hemos hecho desde el consejo asesor [respecto al desescalamiento] es poner lineamientos fundamentales desde el punto de vista sanitario, cuatro conceptos fundamentales que debiesen cumplirse, que no están escritos a sangre y fuego, aquí nadie tiene la verdad absoluta. El primero es que deberían pasar al menos 21 días de un descenso del número de casos nuevos; el segundo es que la positividad se acercara y disminuyera del 10%. Hoy estamos en un 19% global país, pero hay que desagregarlo por regiones porque hay algunas que están claramente bajo el 10% y la idea es que este desescalamiento sea regional. Un tercer factor muy importante es que la capacidad hospitalaria en esas regiones esté a buen nivel para poder recibir personas si es que hubiera pequeños rebrotes, debe haber menos de un 85% de uso de camas intensivas; y el cuarto punto, que es muy importante, es que debemos tener desarrollada la capacidad de trazabilidad y de detección pronta de casos nuevos que pueden ocurrir en las comunas donde hay circulación.
—Una crítica recurrente desde la comunidad científica ha sido la poca transparencia en la entrega de los datos por parte del Ministerio de Salud y la demora en la entrega de esos datos. ¿De qué manera afecta esta falta de transparencia la interpretación de los datos por parte de las y los expertos y la percepción ciudadana de la evolución de la crisis?
Mientras más información robusta, fidedigna, valedera manejemos y maneje la población en general, mientras más informada esté, es mejor. La información es fundamental en todo sentido para tomar las mejores decisiones, hacer las deliberaciones adecuadas. Yo comparto parcialmente lo que podría ser la opinión de que ha habido falta de transparencia intencionada; cuando se habla de una falta de transparencia es con una intencionalidad detrás, de no querer mostrar los datos.
—Se ha hablado de ocultamiento…
Claro. Yo debo decir bien claro que no he visto eso en lo que llevo participando con diferentes autoridades de salud, del Ministerio de Salud y principalmente del Ministerio de Ciencia. Diría todo lo contrario: el gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines. Lo que sí ocurrió, a mi manera de ver, es que inicialmente faltaba mucha información y era bastante angustiante para quienes estábamos tratando de dar algún tipo de recomendación, pues faltaban datos del número de testeos que se estaban haciendo, qué estaba pasando a nivel comunal, cómo se estaban tomando las decisiones de cuarentena. Esta fue una pandemia que de alguna manera ocurre en un sistema global en nuestro país, y el sistema de salud, que distaba mucho de ser óptimo, tenía muchas debilidades, y creo que esas debilidades fueron quedando de manifiesto, pero comenzaron a ser abordadas y pienso que se ha avanzado muchísimo. Si uno ve ahora la información disponible que existe en las páginas web del ministerio, especialmente en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la compara con las páginas web de cualquier parte del mundo, ni hablar de Latinoamérica, yo diría que la información es sideralmente mayor y de mejor calidad.
—El Covid-19 es un virus nuevo. ¿Qué hemos aprendido sobre él hasta ahora?
Los virus están cambiando, mutando, mezclándose entre ellos de forma permanente, tenemos millones de virus ocurriendo todos los días. Existe una idea de que este virus pilla a la comunidad virológica, infectológica, sin saber qué hacer; no es así, este es un Coronavirus, se sabe su estructura completa, su genoma completo, se conoce más o menos bien, bastante bien su comportamiento, conocemos sus progenitores, hemos ido aprendiendo y comprendiendo su comportamiento epidemiológico. Los comportamientos generales y patrones los conocemos. Obviamente, no conocemos muchos detalles o pequeñas variantes o variabilidades que podrían eventualmente incidir en su comportamiento. El virus no nos pilla de sorpresa, pero tenemos que seguir observándolo, sabemos cómo va a ser el patrón general de comportamiento, porque el virus da sorpresas. Hay temas generales que son importantes: las personas se infectan y la gran mayoría de quienes se infectan va a tener un curso clínico más o menos conocido, un periodo de síntomas más o menos severos y un periodo de convalecencia, y las personas infectadas van a quedar, probablemente, la gran mayoría, con un cierto grado de protección. Por ahora la información sugiere que la gran mayoría de la población va a quedar con un cierto grado de protección de la reinfección, la magnitud de esa protección y cuánto va a durar, lo vamos a ir viendo en el tiempo.
—El ministro Enrique Paris lo ha mencionado como la persona a cargo de ir evaluando la llegada de una vacuna a nuestro país. ¿Cuál es el escenario actual en la carrera por una vacuna y cómo evalúa su aplicación en Chile?
El ministro me mencionó, lo cual agradezco, he trabajado en vacunas gran parte de mi carrera, pero no estoy a cargo, soy uno más de los que estamos mirando la posibilidad de hacer un proyecto de vacunas en el país, que está avanzando rápidamente. Hay diferentes tipos de estrategia de producción de vacunas, cuyo objetivo fundamental es producir una sustancia que vamos a inocular en personas sanas, que no les cause daño, pero que al mismo tiempo despierte una repuesta inmune al Coronavirus, de tal manera que si esa persona es expuesta al virus un mes, tres meses, un año después, su sistema inmune haya estado activado por esta vacuna que recibió y le permita reaccionar más rápido al contagio, evitando que este se transforme en infección. Hay diferentes estrategias, plataformas, hay más de doce estudios clínicos, vacunas que han llegado a estudios clínicos, que han traspasado la fase que sugiere que son seguras para ser usadas con seres humanos y nosotros, en nuestro país, hemos estado trabajando fuertemente con el Ministerio de Ciencia (otra gran labor que ha estado haciendo, además de aportar en conseguir datos) para ver cómo podemos participar en diferentes estrategias de desarrollo vaccinal. Tenemos en el país grupos que están haciendo vacunas en diferentes niveles, pero es difícil que se pueda hacer con la rapidez necesaria, porque el objetivo final es tener vacuna lo más pronto posible para la población, ese es el objetivo: queremos proteger a la población y ahí estamos evaluando distintas estrategias. Evaluamos con mucha seriedad cuáles son los candidatos para ofrecer a nuestra población hacer ensayos clínicos voluntarios. Visualizamos tres o cuatro candidatos de vacunas de aquí a octubre que estamos evaluando en distintos lugares con estudios que tienen que ser muy rigurosos, estrictamente monitoreados, con clara noción de la voluntariedad de las personas que decidan participar, con mucho conocimiento, lo que significa la existencia de un comité de ética y todo el proceso regulatorio que permita hacer ensayos clínicos muy bien hechos, de buen nivel y asegurando la voluntariedad y la seguridad de las personas.
—Hoy, a diferencia de antaño, nuestro país no cuenta con infraestructura técnica para fabricar vacunas. ¿Por qué dejamos de enfocarnos en esta labor?
Son temas de decisiones políticas que tienen complejidades múltiples. Hace varias décadas, Chile producía algunas vacunas que se utilizaban para inocular en el Programa Nacional de Inmunización, no eran muchas, pero producía algunas de las vacunas. En una etapa de desarrollo del país finalmente se tomó la decisión de dejar de hacerlo. Respecto a esa decisión hay otras personas que pueden opinar mejor que yo, pero lo que uno visualiza es que en un mundo globalizado se empieza a optar por producir o no producir algunos bienes dependiendo de si se evalúa que le conviene al país adquirirlos de otros o producirlos uno. Básicamente, pasa a ser un análisis de costo-beneficio para el país en lo que significa producir vacunas versus comprarlas y lo que puede ser el beneficio o perjuicio de producirlas o no en el país. Ahí se podrá evaluar si eso está bien o mal. Obviamente, yo he escuchado estas críticas de que por qué Chile no produce vacunas y quedamos en la cola. Yo creo que ahí estamos mezclando cosas. Independientemente de que Chile estuviese produciendo alguna vacuna en este momento, de ahí a decir que se tiene la capacidad de investigación científica y recursos necesarios (porque los recursos son costosísimos) para poder avanzar en la investigación de una vacuna y hacer un ensayo clínico made in Chile… Hay que tener visos de realismo, sería deseable, pero hay que entender que los recursos para invertir en eso son notorios, y si vamos a tener una pandemia cada diez años, no sé si es costo-efectivo. Entonces, no estoy diciendo ni que no ni que sí, pero estas cosas hay que mirarlas de una manera un poquito más amplia antes de empezar a emitir opiniones.
Pensar el futuro desde el fin del mundo
El escritor Óscar Barrientos lleva más de cien días encerrado en su casa, junto a su familia, en el barrio croata de Punta Arenas, su ciudad natal. Una cuarentena voluntaria que le ha permitido, de todas formas, observar cómo la pandemia ha afectado a la capital de la región de Magallanes. Un lugar habituado al aislamiento y que luego de vivir intensamente el estallido social de octubre ahora lucha para sobrellevar una crisis sanitaria que estuvo dos veces a punto de colapsar la red de salud.
Por Diego Zúñiga
—A los magallánicos el aislamiento no nos resulta algo nuevo. No es una palabra ajena.
El que habla es el escritor Óscar Barrientos, por teléfono, desde Punta Arenas. Lleva encerrado en su casa junto a su pareja y sus dos gatas desde el 16 de marzo, un par de días después de que se conocieron en Chile los primeros casos de contagiados por el Covid-19 y donde la capital de la región de Magallanes fue una de los que registró, muy temprano, un caso positivo: un día después de que Barrientos comenzara una cuarentena voluntaria, se daba a conocer en Punta Arenas la noticia de un primer contagiado, un alumno de la Universidad de Magallanes, de 23 años, que trabajaba como guía turístico. A partir de ahí, la ciudad ha atravesado un vaivén de experiencias con la pandemia y que Barrientos considera que se podrían dividir en tres momentos:
—Lo primero fue el tema de los cruceros, cuando se dijo que no era prudente la entrada de cruceros y un montón de gente fue al Muelle Prat a evitar que desembarcaran los turistas. Lo segundo fue la noticia de que Punta Arenas, en un momento, a principios de mayo, se convirtió en la comuna de Chile con más tiempo en cuarentena. Yo creo que eso a todos nos puso un poco nerviosos, era difícil. Y el tercer momento importante fue cuando levantaron la cuarentena y empezó esta “nueva normalidad”. Ya llevamos un rato así, pero el rebrote sorpresivo de hace unas semanas volvió a complicar las cosas.
El rebrote del que habla Barrientos ocurrió en dos plantas pesqueras que estaban funcionando sin los resguardos sanitarios a comienzos de junio. Ambos lugares fueron clausurados por la autoridad sanitaria. Las cifras de la región, a comienzos de julio, muestran que son más de 1.500 los contagiados y que han fallecido 15 personas producto del Covid-19. Unos meses antes, a fines de abril, Ciper Chile publicaba un reportaje titulado: “La receta de Punta Arenas: dos veces ha estado al borde del colapso y su red de salud respondió”.
En ese momento, Punta Arenas era la ciudad que tenía el mayor nivel de contagio en el país. Por eso tuvieron que reaccionar rápido para evitar el colapso: aumentaron sus camas UCI, reorganizaron turnos y montaron un laboratorio para procesar exámenes de detección y así no tener que depender de los laboratorios de Santiago. —Ahora todo parece un poco más tranquilo, pero en realidad no hay ninguna certeza.
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Óscar Barrientos Bradasic nació en marzo de 1974 en Punta Arenas, ciudad donde ha vivido la mayor parte de su vida. Es profesor de Literatura —hace clases en la Universidad de Magallanes— y ha publicado más de diez libros, entre novelas, cuentos y poesía: Trilogía de Puerto Peregrino (Cinosargo, 2015), Paganas patagonias (LOM, 2018) y Saratoga (Emecé, 2018) son algunos de sus últimos y celebrados títulos. Vive en el barrio croata y lleva más de cien días en cuarentena. Ahora sus alumnos de la universidad están en paro virtual.
Dice que le costó acostumbrarse a las clases remotas, pero que ya le había agarrado el ritmo. Más de cien días en cuarentena, repite.
—Salgo a comprar a los almacenes de aquí cerca, pero nada más. Un día tuve que ir al centro a hacer un trámite y me impresionó ver que había una nueva cotidianidad, y que las personas la asumieron muy rápido.
—¿Y cómo ha afectado todo esto a tu proceso de escritura? ¿Has podido escribir? ¿Has podido leer?
—Es cierto que hay un tiempo y espacio real para la escritura. Pero no es un estado contemplativo, onda torre de marfil, no, nada de eso. Cuando uno se informa, cuando ve y lee noticias, es tanta la crudeza de lo que está pasando, es tan apoteósico y terrible, que es imposible concentrarse. Estamos cotidianizando el apocalipsis… el dolor, la muerte… inevitablemente, todo eso creo que va a atravesar lo que estoy escribiendo, que son unos cuentos infantiles. También ha estado revisando y corrigiendo algunos textos que escribió hace un tiempo. Y no ha dejado de pensar en un cuento de Edgar Allan Poe: La máscara de la muerte roja. Es un cuento que empieza así: “La ‘Muerte Roja’ había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora…”.
—He pensado mucho en ese cuento a propósito de cierta torpeza de nuestros gobernantes, que es una torpeza que no viene de ahora, sino que está atravesada por el estallido de octubre. En el cuento hay un deseo de renegar de la muerte y finalmente la muerte ingresa igual… Me da la sensación de que la muerte, la peste, refleja el juicio de la historia que quieren evadir algunos de nuestros gobernantes.
—Ahora que haces mención al estallido de octubre… ¿Pareciera que es inevitable leer toda esta pandemia sin pensar en lo que ocurrió en el país después de ese 18 de octubre, no?
—Hay un proceso que se repite en muchos lados de Chile: ¿te has fijado que el eje de la discusión política no ha pasado por el Congreso, sino que ha transitado entre el Poder Ejecutivo y las municipalidades? La línea de fuego principal han sido las alcaldías, que tienen la mayor capacidad de decisiones de cosas muy perentorias, y eso te habla de cierta lentitud procedimental de las leyes o cierta distancia entre las leyes y la realidad… ¿Te has fijado que desde octubre que los alcaldes han aparecido contraviniendo el poder central? Son gestos que me parecen importantes.
Creo que eso va a ser una reflexión que vamos a tener que hacer cuando pase el tiempo y pensemos en todo lo que ha ocurrido.
—¿Y cómo se vivió el estallido social en Punta Arenas?
—Tuvo una enorme presencia, un gran calado. Manifestaciones grandes, multitudinarias… Lo que pasa es que Magallanes es una zona históricamente de huelgas obreras, con una tradición sindical muy fuerte. Piensa que la primera protesta contra Pinochet, fuera de Santiago, ocurrió aquí, el famoso “Puntarenazo”. Hay que recordar, además, que Magallanes no es una zona piñerista, y si a eso le sumamos el centralismo como un factor más de los abusos contra los que se ha salido a protestar desde octubre, entonces tienes una ciudad donde se vive con mucha fuerza el descontento.
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—Contabas que en estos casi cuatro meses de cuarentena has ido dos veces al centro de Punta Arenas. ¿Cómo se ha comportado la población con respecto a las cuarentenas y al distanciamiento social?
—Tengo la sensación de que en un primer momento la gente tuvo un cierto temor y se ocultó bastante, se guardó. Después, la gente empezó a decir: ya, no es para tanto, y comenzaron a salir. Me inquieta mucho cuando veo en redes sociales personas en los bares, en la calle. De todas formas, la ciudad ha funcionado bien. Aunque el tema del abastecimiento es algo que siempre está rondando.
—¿En qué sentido?
—Ese es un tema: en un momento dado, si hay una crisis general, las cosas no van a llegar. Lo hemos vivido. Es una espada de Damocles en las regiones extremas y que ninguna autoridad puede pasar de largo. Hasta ahora hemos resistido bien, pero no es algo que podamos olvidar.
—Decías que para los magallánicos el aislamiento no es algo nuevo. ¿De alguna forma eso ha determinado la manera en que han afrontado esta pandemia?
—Creo que vivir en uno de los extremos del país es algo que determina tu forma de ser, de relacionarte con el mundo. Modela el temple de sus habitantes. Entonces la palabra aislamiento es algo con lo que siempre hemos convivido. Lo curioso, ahora, es que la cuarentena es una legitimación de ese aislamiento, y entonces surgen otros problemas que siempre han estado ahí: el vivir tan lejos del centro metropolitano siempre ha hecho que todo sea más difícil, muchísimo más desigual, y eso ha quedado en evidencia con la pandemia.
—¿Cómo se piensa el futuro desde el fin del mundo?
—Hay dos factores que para mí son medulares y que no pueden pensarse por separado: el estallido social y la pandemia. Ahí están y seguirán estando ahí porque están cambiando nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Son los pilares constitutivos de una nueva sensibilidad —escritural, artística, estética— y no se pueden evadir, están a la vista. El estallido social remeció las estructuras del país como no había ocurrido hacía muchísimos años. Los abusos del mercado y de los gobiernos que fueron serviles a las políticas de mercado: las Isapres, las jubilaciones, las colusiones de las empresas… Todo eso está puesto en entredicho, y para mi generación, para los que fuimos jóvenes en los 90, todo esto me parece que ha sido una experiencia refrescante desde lo emocional, ver que se está moviendo el país…
—¿Y la pandemia, cómo funcionaría en este entramado?
—Creo que la pandemia nos obligó a entender que lo apoteósico no es algo que está en una distopía orwelliana o en una distopía de H. G. Wells, sino que es algo que está ahí, cuando voy a comprar al almacén de la esquina. La muerte como un fantasma acechante que nos interpela a cada rato. Me imagino que la literatura va a dar cuenta de todo esto, que se escribirá y reescribirá la historia de nuestro paso por estos días.
—¿Probablemente vengan muchos textos autobiográficos, no?
—Tal vez. Lo que pasa es que los bombazos están súper cerca. Hay amigos enfermos, gente que uno conoce. Nadie está a salvo. Pero creo que todavía estamos muy perplejos, medio noqueados, entonces no ha llegado el momento de la lucidez ni la interpretación de todo lo que hemos vivido en estos meses.