Sebastián Calfuqueo: “Los artistas mapuche somos invisibles cuando no les servimos como cuota a las instituciones culturales”

Tenía 23 años cuando irrumpió en la escena del arte que lo definió como “artista mapuche y homosexual”, etiquetas que ha debido subvertir para “no quedar encasillado en clichés”. En sólo siete años levantó una obra poderosa en lecturas políticas y sociales, donde cruza el video, la cerámica y la performance. En marzo alcanzó a exhibir su última obra, donde reflexiona sobre el amparo al saqueo del agua en la Constitución del 80. Aquí habla de ser “mapuche, no binarie y feminista”, pero en sus propios términos.

Por Denisse Espinoza A.

“Mi abuela decía: ‘en la cultura mapuche no hay maricones’, cuando un sobrino maricón quiso conocerla. Y no se imaginaba que tendría unos nietos maricones en su familia patriarcal (…) No me crie como un mapuche, tampoco se me permitió serlo, pero tengo el estigma de una vida asociada a un apellido que ha sido una marca de violencia y que pesa todavía”. Así comienza You will never be a weye, video performático con el que Sebastián Calfuqueo Aliste se hizo conocido en la escena de arte local. Fue producido en 2013, pero recién dos años después se atrevió a mostrarlo, luego de que la curadora Mariairis Flores lo alentara, convirtiéndolo en uno de sus trabajos con más circulación en Chile y el extranjero.

En el video, el artista usa su propio cuerpo para representar a un machi, autoridad espiritual en el pueblo mapuche. Se le ve vestirse con un traje de machi -que en Meiggs venden como disfraz escolar-, pero aquí Calfuqueo exalta su carácter “weye”, expresión que definía a los machi de rasgos afeminados y que practicaban la sodomía, quienes fueron exterminados por los españoles.  “Tenía miedo de mostrar esa obra, de ese cuestionamiento hacia la heterosexualidad en el mundo mapuche, y tenía miedo no sólo por lo que iban a decir, sino también de exponer parte de mi biografía, como el bullying escolar y otras escenas que igual son dolorosas para la vida de alguien”, recuerda hoy Calfuqueo.

Sebastián Calfuqueo, en su performance Ko ta mapungey ka. Foto: Diego Argote.

Sus obras van desde el género a la identidad indígena, pasando por la discriminación social y la reivindicación de una historia no oficial. Para bien y para mal, fue definido desde su egreso de la Universidad de Chile como artista “mapuche y homosexual”, pero Calfuqueo ha trabajado para otorgarle a esas etiquetas una densidad que le permita cuestionar los conceptos tradicionales. “En la Escuela de Arte hubo profesores que me dijeron que nadie se interesaría en temáticas feministas y que lo mapuche en el arte contemporáneo no existía. Sin embargo, mi obra capturó la atención, apareció en los diarios, circuló por Internet y hubo una visibilización que, no puedo desconocer, me benefició, pero también exotizó mi trabajo y lo encasilló en categorías que ni siquiera yo reivindico, porque yo más bien me asumo como una persona no binaria, ni siquiera como homosexual. El arte no debería tener categorías”, dice el artista.

En estos seis años, su trabajo ha transitado por galerías, espacios independientes y museos de la capital, y por festivales y muestras colectivas en regiones. En el extranjero su trabajo ha visitado La Paz, Helsinki, Quebec y Londres. Este 2020 prometía ser el año más internacional de Calfuqueo, con exposiciones en Lund, Toronto y Zúrich. Además, participaría en las bienales del Mercosur, de Guatemala y de Sao Paulo. Todo quedó trunco por la pandemia.

Sí inauguró en marzo una muestra individual en Galería Metropolitana, compuesta por Ko ta mapungey ka (Agua también es territorio), una instalación de 20 piezas de cerámica esmaltada azul con forma de bidones y fuentes de agua; el video Kowkülen (Siendo líquido), donde el artista aparece desnudo y su cuerpo amarrado a un tronco con una cuerda azul, levitando sobre el río Curacautín; y la performance en vivo en la que pintó cinco lienzos con pigmento azul cobalto, algunos de ellos con los artículos 5 y 9 del Código de Aguas, que amparados en la Constitución de 1980, transformaron este recurso en un bien transable.

-¿Cómo nace esta obra sobre la problemática del agua en Chile y cómo se enmarca en la reflexión del proceso constituyente que estamos viviendo?

Plantea la idea de que el agua también es un territorio en disputa, la tierra no nos sirve sin agua en ella, el agua le pertenece a todos los seres vivientes. Por eso incluí las toponimias del agua dentro del mapudungun para denominar los espacios y la vinculación que tiene el agua en la cosmovisión mapuche y el discurso por su recuperación. Pero también la obra hace un guiño hacia lo sexual. El mundo se ha construido de forma binaria y radical: lo bárbaro y lo civilizado, lo blanco y lo negro, lo masculino y lo femenino, pero el agua no habita lo binario, no tiene género, se desborda en todas las posibilidades. Por eso se llama Kowkülen, que significa estar líquido. Esta obra la empecé a producir antes del 18 de octubre, pero cuando vino el estallido no me sentí capaz de salir a la calle y adjudicármela, porque en ese momento hubo una explosión de expresiones artísticas anónimas, colectivas, que proponían la no autoría. Fue un periodo complejo, obras de arte que aparecieron fueron cuestionadas por rozar el oportunismo, entonces para mí fue importante guardarla. Cuando llegó marzo, supe que era el momento para sacarla a la luz. Se acercaba el plebiscito, ya había pasado un tiempo y la obra había decantado. Creo que las obras tienen momentos de aparición que no siempre coinciden con el momento en que se conciben y producen, es parecido a lo que me sucedió con mi primera obra, You will never be a weye.

-Durante las protestas en las calles y ahora en las redes sociales ha aparecido mucho la iconografía mapuche ¿Qué te parece eso?

Estando en un territorio donde el Estado no reconoce a sus pueblos ni los genocidios que ha cometido contra los mapuche, los selknam, los kawésqar ni tampoco ha hecho ningún tipo de reparación con ellos, me parece bonito que por lo menos la ciudadanía los reconozca. Sobre todo para las generaciones de 30 años atrás o más, como mis abuelos, que tuvieron que sobrevivir en una sociedad muy racista, teniendo vidas muy estereotipadas a causa de la discriminación y la violencia, estos gestos valen. Pero también se produce un vaciamiento de las imágenes. La gente comparte en redes la Wünelfe, estrella de ocho puntas o lucero del alba, o la Wenufoye, la bandera mapuche creada en 1992, que deviene de todo un proceso histórico en un periodo clave de la resistencia mapuche, pero sin saber muchas veces el significado y eso hace que pierdan su potencial. Podemos hacer más que sólo compartir y trabajar por informar, creo que en las gráficas y en la protesta siempre tiene que haber pedagogía.

-Algunos aluden a que hay un aprovechamiento de los símbolos mapuche por parte del Estado y hubo críticas al Premio Nacional de Literatura entregado a Elicura Chihuailaf…

El oportunismo no es sólo del Estado, sino de las instituciones culturales que en los últimos años han intentado limpiar su imagen. Es triste que haya esa lectura, sobre todo porque Elicura es un poeta que se merece el premio, ha hecho un trabajo que ha sido muy importante para la historia de un pueblo, incluso por sobre su historia personal. Pero sí, las instituciones culturales son extractivistas y no siempre son respetuosas con los artistas, por lo que terminan generando todas estas situaciones incómodas. Yo misme he vivido esa limpieza de imagen y suelo bromear con que junio es mi mes, porque está el Wiñol tripantu, el nuevo ciclo mapuche, y es el mes de las disidencias sexuales, entonces me invitan a un montón de charlas y conferencias en museos e instituciones artísticas, pero los artistas mapuche, en general, somos invisibles cuando no les servimos de cuota a las instituciones culturales.

-¿Cómo esperas que sea reconocido el pueblo mapuche en una nueva Constitución?

Es importante que primero el Estado reconozca los derechos indígenas, que respete los tratados internacionales suscritos como el Convenio 169. Es importante la plurinacionalidad, el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos y de que no sólo existe la categoría de chilenos, sino otras posibilidades de identificación. Hay comunidades que están en todo su derecho de no querer dialogar en una instancia en que se han sentido históricamente excluidas, pero al mismo tiempo siento que es nuestra responsabilidad poder reescribir esta historia y dar un nuevo inicio, sobre todo para el reconocimiento de lo que pasó. Fuimos educados en mentiras, en formas de ver la historia bajo un patriotismo que negaba otras posibilidades de pensar las identidades en este país, entonces este es un primer paso a ese reconocimiento que debió darse hace muchos años atrás.

Kowkülen, video.

SER MAPUCHE

Sebastián Calfuqueo Aliste nació en Santiago en 1991. Su mamá es chilena, pero su papá es de origen mapuche y proviene de una generación que migró desde Carahue y Nueva Imperial a la capital en los años cuarenta. Su abuelo llegó para ser panadero y su abuela empleada doméstica, debiendo enfrentar en esos años los embates del racismo y la discriminación. Sebastián reconoce que, aunque siempre volvía al sur, su infancia fue más bien santiaguina. Fue educado en un liceo de hombres donde sufrió de bullying escolar y recién cuando sus abuelos paternos murieron, a sus 17 años, comenzó a sumergirse más en esa historia familiar y esa identidad mapuche que fue plagando su obra. Hoy, además de dedicarse a su trabajo como artista visual, Sebastián enseña en un colegio Waldorf y es integrante del colectivo mapuche Rangiñtulewfü y de Yene revista, donde colabora creando imaginarios contemporáneos de la cultura mapuche.

-Siendo un mapuche santiaguino de tercera generación, ¿cómo ha sido recibido tu trabajo por las comunidades mapuche?

Tuve la suerte de participar en 2018 del festival de cine y arte indígena, el FicWallmapu, y llevé mi obra a una itinerancia grande al sur. Estuvimos en el Centro Cultural de Carahue, de donde es mi abuelo, en una ruca en Trovolhue, en el Museo Regional de La Araucanía en Temuco -donde  hice una performance en una de las vitrinas que cuestionaba los modelos de exhibición arqueológica que se tienen de los pueblos mapuche, siempre en relación al pasado pero no al presente y mucho menos al futuro del pueblo- y en el Museo Mapuche de Cañete, que fue superbonito porque es el único museo de Chile que es liderado por una mujer mapuche, Juana Paillalef. Mi obra fue la primera de arte contemporáneo que se mostraba ahí. Luego he estado volviendo a exhibir en Villarrica, en Lautaro, en Victoria, en espacios más cercanos a lo mapuche. La verdad es que mis obras siempre han sido recibidas con respeto y he sentido apoyo de las comunidades, creo que porque son trabajos honestos y en ese sentido me siento afortunade de que mi obra sea leída en distintos contextos.

-¿Qué referentes artísticos mapuche o locales tuviste?

Un referente importante fue Bernardo Oyarzún, pero también lo fue la Paz Errázuriz, las Yeguas del Apocalipsis, Carlos Leppe, toda esa tradición de artistas muy icónicos que hablaron de lo marginal. Yo diría que la primera voz mapuche importante para mí fue Pedro Lemebel, a pesar de que puede sonar problemático porque evidentemente no corresponde a lo esperable mapuche, pero es de las primeras personas en mi vida que escuché hablando del Wallmapu públicamente, masivamente, tenía un compromiso político que me marcó.

-¿Sientes alguna presión al ser una artista joven tocando este tipo de temas sensibles?

Creo que antes me sentía mucho más presionade de esas expectativas y de lo que se pudiera pensar de mi obra, pero ahora estoy en un momento creativo muy libre. Acá hay una idea exitista del artista joven que es nefasta, siempre se busca la obra inédita y eso a mí me jode mucho. Siento que no es justo porque, de partida, no te están pagando por esas producciones inéditas, y segundo, porque se piensa que los artistas tenemos que producir constantemente algo inédito para ser validados. Me considero un artista productivo y muchas veces cuestiono esa productividad, ¿acaso vale la pena cuando en Chile no se valora ese rendimiento? Para mí ha sido importante al menos tener la porfía de resistirme y no trabajar con técnicas tradicionales asociadas a lo mapuche, a pesar de que me interesan. La idea de pensar cómo abrimos otras posibilidades de lenguaje, en el video, en el 3D, en lo digital, cómo pensamos un mundo no colonial con esa tecnología, cómo poder utilizarla a nuestro favor y no en nuestra contra.

-¿No son comunes los soportes experimentales entre los artistas mapuche?

Al contrario, hay una gran cantidad de personas mapuche trabajando con formatos contemporáneos. Artistas como Francisco Huichaqueo, Jeannette Paillan, Eduardo Rapiman o el mismo Bernardo vienen trabajando hace mucho rato con el video, pero eso no estaba tan reconocido ni puesto en valor en las artes visuales. El curador Cristian Vargas Paillahueque está investigando sobre arte mapuche contemporáneo con una lectura hacia lo que pasó antes. Hay un montón de artistas mapuche desde inicios del siglo XX haciendo obra en lenguaje experimental y contemporáneo, es sólo ignorancia pensar que ahora lo mapuche está de moda, esa es la idea más violenta que puede haber sobre lo mapuche hoy.

Judith Butler: «Trump puede perder y va a ser un día hermoso»

Judith Butler fue parte de un ciclo de conversaciones fundamentales organizado a fines de julio último por la Universidad de Chile, en un momento en que los muertos por la pandemia se elevaban a más de 13 mil en el país y en Estados Unidos llegaban a más de 140 mil. En medio del confinamiento y de la perplejidad ante un virus que arrasaba con todas las verdades ocultadas —entre otras, la precariedad de los sistemas públicos de salud diezmados por otra pandemia, la de la voracidad del lucro y del neoliberalismo—y cuando en Estados Unidos la muerte de George Floyd evidenciaba la violencia policial y el racismo sistémico que el movimiento Black Lives Matter denunciaba convocando a masivas manifestaciones en todo el país, la presencia virtual de esta intelectual, activista y teórica del feminismo resultaba todo un estímulo que las comunidades feministas, académicas, queer e intelectuales agradecieron con entusiasmo. Todas ellas siguieron masivamente este encuentro a través de las redes, que también tuvo como invitada a Emilia Schneider, entonces presidenta de la FECH, estudiante de Derecho, militante del feminismo y activista de las disidencias sexuales, quien se sumó a una conversación de cerca de dos horas que en esta edición de Palabra Pública reproducimos en sus aspectos centrales.

Por Faride Zerán

Aguda, con una mirada que exhibe su sagacidad y un sentido político que se lo querría cualquier profesional del rubro, esta filósofa y académica de la Universidad de California en Berkeley, autora de libros como El género en disputa y Cuerpos que importan, entre muchos que han sido traducidos a varios idiomas, recordó esa tarde de invierno santiaguino su cercanía con la Universidad de Chile, que un año antes le había otorgado la distinción Honoris Causa, y sus fuertes vínculos con los movimientos feministas y culturales de nuestro país. “Me siento parte de esta comunidad”, me señaló al inicio del encuentro, y qué duda cabe, si ya en esos momentos las redes ardían con los saludos de sus fans, que aplaudían con entusiasmo la visita virtual de una auténtica rockstar.

Judith Butler, filósofa y académica de la Universidad de California, Berkeley. Foto: Felipe Poga.

Faride Zerán: hay un proverbio chino que dice “líbranos de los tiempos interesantes”. No sé si es una maldición o un deseo, pero hagamos un paralelo entre Estados Unidos y Chile, con la elección presidencial en noviembre de este año en Estados Unidos, y en Chile, el plebiscito de fines de octubre. Son tiempos interesantes, son tiempos terribles, son tiempos expectantes. ¿Cómo los vives? ¿Cómo ves este escenario político social y de crisis sanitaria?

Judith Butler: creo que son tiempos difíciles y son tiempos prometedores. Cuando entramos en cuarentena se nos obligó a estar en casa, a dejar de trabajar en nuestros espacios laborales. Al principio estábamos bastante impresionados, pero también optimistas de que quizás ésta era una oportunidad para detener la reproducción del mundo, del mercado, como los conocemos; de detener nuestro cotidiano para pensar en lo que es la igualdad y lo que es la justicia, repensar esas categorías. Era un tiempo para recrear el mundo. El problema es que ahora vemos que, en vez de reconstruir el mundo, nos están pidiendo que reiniciemos la economía, a pesar de que este reinicio viene asociado al costo de las vidas de las personas. Entonces, la pregunta es si la máquina capitalista se puede detener o no, si puede ser desmantelada de una forma u otra. Se ha visto de una manera nítida esta lógica que impulsa al capitalismo, la que vemos en Estados Unidos, pero también en otros países dominados por el ethos capitalista, por el deseo de restablecer la economía, restablecer las ganancias, lo que a veces implica un costo para los trabajadores en las economías de servicio, trabajadores que no tienen elección más que trabajar para obtener algún tipo de ganancia. Obviamente, debería haber instrumentos para que todos tengan ingresos y un sistema de salud, pero en Estados Unidos vemos la intensificación de la desigualdad social y económica: las personas que están en las calles, que no tienen un sistema de salud, y las personas que están bastante protegidas en sus primeras, segundas y terceras viviendas, y se mueven de una a la otra. Vemos el capitalismo de una forma impactante. Y estamos viendo a las mujeres, a quienes se les pide trabajar en la casa y, a la vez, que estén conectadas y que salgan a trabajar. Pero muy a menudo están en peligro por violencia en el hogar o porque no se les paga lo suficiente en su lugar de trabajo. Esta es una situación cada vez más clara. En Estados Unidos y en el resto del mundo vemos que la pandemia afecta mucho más a las comunidades mestizas, afrodescendientes, que a las caucásicas, blancas. ¿Por qué? Porque las comunidades mestizas y negras no han tenido acceso a un buen sistema de salud, no han podido costearlo o se han visto enfrentadas a la discriminación cuando han intentado obtenerlo. Pero me gustaría mencionar que en ciertos Estados vemos que el ataque al feminismo, el ataque a las personas trans se está enlazando con el Coronavirus; es lo que ocurre en Polonia, Hungría, en muchos países donde las comunidades trans, gay, lesbianas no tienen derecho a casarse. Este tipo de restricciones se están imponiendo repentinamente donde se supone que debería estar garantizado un sistema de salud para todas las personas. También, en relación al cambio climático, vemos que la economía se ha ralentizado, y mientras pasa eso, vemos la belleza, el cielo, la claridad del aire, la posibilidad del entorno de renovarse a sí mismo. Todos estos movimientos tienen que coordinarse para construir una visión distinta del mundo e insistir en nuestra visión a la luz de las formas del fascismo y de las políticas antidemocráticas que están surgiendo.

Faride Zerán: Emilia, ¿qué ocurre con el tema de las disidencias sexuales, trans, frente al Covid, al que alude Judith? ¿Qué has visto en Chile?

Emilia Schneider: lo que señala Judith sobre las personas trans nos permite replantearnos los horizontes políticos que ha tenido nuestro movimiento de personas trans, y los límites que tiene. Esto es algo que ya veníamos diciendo mucho: que la ley de identidad de género, las políticas más afirmativas no terminaron por garantizar los derechos, es decir, no lograron terminar con la violencia y la exclusión que vivimos. Me ha tocado ver cómo, en Chile, esto se cruza con otros elementos. Cómo la población migrante dentro de la población trans se transforma en una población precarizada que sufre la persecución policial porque su trabajo es considerado ilegal, pero la sociedad no le entrega otra posibilidad de insertarse a las personas trans. Es tremendo ver que, en los registros sociales, con esta tecnocracia ligada a los servicios sociales de los Estados neoliberales, las personas trans no figuran, los migrantes no figuran, porque somos parte de un grupo de personas que vivimos ilegales en el mundo. Hay una cifra que no se conoce, porque no somos una cifra para pensar las políticas públicas.

Faride Zerán: sin duda, el Covid ha develado realidades que estaban ocultas, disimuladas, lo digo a propósito de las desigualdades cuando Judith advierte que es probable que algunos aseguren su derecho a vivir a expensas de otros o que hay vidas que valen más que otras cuando se piensa en la reapertura de la economía. Pero eso conduce no sólo al desprecio de unas vidas en desmedro de otras, sino que también al miedo al otro. ¿Piensan que el Covid ha recrudecido las ideologías de odio?

Judith Butler: creo que para algunas personas hay un nuevo miedo en la vida social, el miedo a un extraño. Esta publicación, Sopa de Wuhan, no me gustó mucho porque no se trata de un virus chino; el virus está en todas partes. Pensé que el proyecto estaba en contra de Asia, fue algo más bien racista y les escribí y les dije que no me gustaba el nombre. También hay nuevas / antiguas comunidades de cuidado, porque en la comunidad queer, en la comunidad trans, siempre ha habido comunidades de cuidado, ha habido redes que ayudan a las personas a obtener acceso a la salud, a servicios legales, sobre todo si eres minoría, si has tenido alguna confrontación con la policía. Estas comunidades de cuidado no se restringen al hogar, se expanden hacia personas sin vivienda, que viven sin refugio fijo, que son migratorias en sus vidas. Y, obviamente, lo tenemos para las personas que viven con VIH, distintos tipos de sistemas de apoyo que no se articulan como familias heteronormativas nucleares o viviendas heteronormadas. Hay diferentes tipos de comunidades. Las formas de solidaridad social que hemos visto son extremadamente importantes y, por lo menos en Estados Unidos, tenemos que hacer la pregunta de cómo se enlazan al movimiento Black Lives Matter, que está exponiendo este racismo sistémico de la policía y oponiéndose el sistema carcelario, que es la institución más violenta en nuestras vidas. ¿Cómo entendemos estas dos cosas que trabajan al unísono?

Una ética feminista

Judith Butler: acá es donde vemos cierto tipo de ética y prácticas feministas que han elaborado el cuidado como un principio ético y político, mostrando cómo puede funcionar este cuidado como una organización social que no es igual a la familia o la vivienda. Es un nuevo enfoque que nos podemos dar unos a otros, los que buscamos que la vida sea más vivible, y, en ese sentido, el movimiento Black Lives Matter siempre ha incluido a las mujeres. Desde siempre, las mujeres feministas entienden lo que hacen desde un lente feminista, y tenemos a mujeres, hombres, negros, personas no binarias, queers, trans, en este movimiento; son muy importantes y vemos en las calles alianzas tremendas. No todos se quieren, pero las alianzas existen. Pienso en este llamado al sistema de salud universal, a un mayor apoyo para el sistema de salud, apoyo financiero, vivienda para los que no tienen vivienda. Estamos buscando un mundo de igualdad social radical, oponiéndonos a la violencia, dejando claro que todas las vidas importan por igual. Nos oponemos a esas métricas que señalan que algunas vidas deberían protegerse y otras son simplemente prescindibles. Nos oponemos a la idea de lo prescindible que pueden ser algunas vidas, como las de los indígenas, las de las personas trans… Tenemos que combatir esto para ver qué condiciones de vivienda queremos tener, cómo definimos la violencia para considerar todo tipo de violencia, puede ser violación, la cárcel, la policía, y obviamente necesitamos justicia económica y medioambiental. Ahora tenemos una oportunidad, las personas están en las calles, trabajando virtualmente, con sus cuerpos, para poder realizar estas alianzas. Todos sufrimos por este virus, tenemos menos acceso a la salud, pero hay un tipo de igualdad que implica el virus y somos nosotros los llamados articular esa visión.

Emilia Schneider, Judith Butler y Faride Zerán en el conversatorio «Pandemia, democracias y feminismos».

Faride Zerán: cuando señalas que el virus ha cobrado más vidas de afrodescendientes y latinos, pienso que aquí en Chile ha cobrado más vidas entre quienes viven en lugares populares, hacinados, donde el dilema es morirse de hambre o por el virus. En el caso chileno se combinan estallido, virus y esta necesidad de un horizonte de futuro. ¿Cómo ves el escenario en Estados Unidos, con esta crisis sanitaria y la crisis asociada a la movilización antirracista?

Judith Butler: hay dos buenas noticias. La primera es que Trump está bajando en las encuestas, y si tenemos una elección justa (no sabemos si la vamos a tener), puede perder y quizás lo vamos a desplazar del poder; va a ser un día hermoso y vamos a estar en las calles. La otra noticia importante es que el movimiento Black Lives Matter no se está deteniendo, no es un movimiento de un par de semanas, es un movimiento continuo e importante porque observa no solamente la violencia policial, los asesinatos de la población afrodescendiente, hombres, mujeres, niños, sino que se opone a un sistema de salud que no es costeable para personas que son mestizas, negras y pobres. En Estados Unidos, los casos más graves de Coronavirus doblan, en las personas afrodescendientes, los de las personas caucásicas; lo mismo con los latinos: un 38% de ellos están entre los casos más graves y sólo representan entre 18% y 20% de la población. Estamos frente a este tipo de desigualdad y vemos que las personas en las calles están luchando por sus vidas, por un sistema de salud. Estas formas de violencia están conectadas. En la crisis de los sistemas de salud vemos que los sistemas sanitarios dejan que las personas se mueran. A las personas mestizas, afrodescendientes, las dejan morir para que la economía se reinicie y sea una ganancia para los dueños de negocios o propiedades. Yo creo que lo que vemos en el movimiento Black Lives Matter es una crítica amplia a la desigualdad social, y creo que también estamos viendo el pensamiento negro feminista, que es cada vez más importante, no sólo la intersección de pensamiento de Patricia Hill Collins o Kimberly Crenshaw, sino que también las políticas de coalición de Ángela Davis, que nos recuerda que estas formas de desigualdad social suceden en todas partes del mundo y tenemos que hacer alianzas transregionales. La policía desarrolla técnicas en Oakland que está aprendiendo de otras policías militarizadas en Singapur, Israel, y a la vez, están capacitando a las fuerzas policiales en Portland, Oregon, donde están las llamadas fuerzas fronterizas. Ellos son los que ponen a los niños en jaulas, los que golpean a los migrantes.

Faride Zerán: Emilia, ¿eres tan optimista como Judith respecto del futuro de nuestra gente luchando por mejores condiciones de vida y por otros horizontes de futuro?

Emilia Schneider: soy optimista porque en Chile nos pilla con una revuelta social ya iniciada antes de la pandemia y que provoca mucha esperanza, como dice Judith, de un pacto social. Estamos en un momento de mucha impugnación al orden social y sí comparto que la misma pandemia bota o desestima algunos mitos neoliberales bastante incuestionables hasta el momento, como el individualismo: los empresarios son los primeros en tocar la puerta para el salvataje cuando no hay nada más funcionando que el Estado, como lo vemos en Chile, y se cae el mito de que los mercados son los únicos capaces de resolver la situación. Ahí asistimos a un momento contradictorio, paradójico, porque estamos en una fase de levantamiento popular como el de Black Lives Matter, y en Chile, por ejemplo, vemos el resurgimiento de un movimiento social de ollas comunes que nos recuerda la historia del siglo XX en nuestro país, con las cooperativas. Creo que se abren momentos de oportunidad, porque los discursos de la ultraderecha, como los de nuestro Gobierno y el de Trump, se debilitan a tal punto que la ultraderecha está en el caos, y la derecha chilena de los empresarios tiene que salir a defender sus derechos. Lo que se pone en el centro del debate es el mercado versus la vida, porque enfrentar esta pandemia ha dejado clara la barbarie en que nos tienen.

La carta, el debate y la tolerancia

Faride Zerán: a propósito de debates, surgió una carta firmada por 150 intelectuales sobre la naturaleza del debate en EE.UU., denunciando “un clima de intolerancia que se ha establecido por doquier. El libre intercambio de información e ideas, savia de una sociedad liberal, está volviéndose cada día más limitado. Era esperable de la derecha radical, pero la actitud censora se está expandiendo en nuestra cultura: hay una intolerancia a los puntos de vista contrarios, un gusto por avergonzar públicamente y condenar al ostracismo…”. ¿Qué opinas de esta carta publicada en la revista Harper’s, con firmas que van de Noam Chomsky a Salman Rushdie? ¿Por qué no firmó Butler?

Judith Butler: no, no hubo firma mía. La carta es problemática, empieza con “oh, sí, reconocemos que el movimiento Black Lives Matter es importante, nos hacemos parte de los pasos que se han dado”. ¿Quién es el nosotros que aprecia el movimiento en la primera oración? No había personas afrodescendientes firmando, es una carta paternalista. Es un movimiento importante, nos interesan los pasos que ha dado, pero nos diferenciamos y lo aplaudimos. Es paternalista y plantea: “tenemos que decirles algo: no nos gusta el lenguaje que utilizan, la rabia que tienen”. Entonces, si estás enfrentando la violencia policial, si te han silenciado por décadas, vas a tener rabia, vas a gritar, no te vas conformar con la idea de algo cívico o educado. Muchas de estas personas se sienten atacadas por la izquierda, ¿por qué? Porque han dicho cosas problemáticas, han exonerado a los acosadores sexuales, han participado en acosos sexuales. Todos hemos cometido errores: yo defendí a una persona en un caso de acoso sexual (no sabía en ese momento que era culpable), recibí las críticas, aprendí de mis errores. Esta carta es una defensa del elitismo, no de la conversación; es liberal, pero no es de izquierda, es antiizquierda, y tenemos que tener cuidado. Obviamente, me encanta conversar, me gusta tener buenas conversaciones, incluso cuando son un poco duras. Si alguien tiene que decirme algo duro, tendré que conversar y aprender. ¿Cómo nos transformamos? Escuchando. Creo que es una carta muy problemática y que fue fuertemente criticada por personas que defienden el movimiento Black Lives Matter. Es un movimiento pacífico, el 95% de sus acciones son pacíficas, las personas que están en las calles no sienten que ese sea su lugar, no sienten que la calle sea segura, uno sabe esto de boca de las feministas chilenas, que marchan y cantan Un violador en tu camino, todas esas mujeres, la comunidad trans que va a las calles. Algunas personas dirán: “eso no es muy cortés”, pero es una agresividad de la norma blanca. Creo que tenemos dificultad para tener algunas conversaciones, pero éstas deben ser reales. Si no, vamos a estar todos actuando como si fuéramos aristocráticos en una habitación donde nada interesa y nada se resuelve.

El feminismo no puede ser transfóbico

Faride Zerán: ¿qué rol cabe a los feminismos en estas luchas, procesos, acuerdos? ¿De qué manera los feminismos han revitalizado estos ideales de cambio social a propósito del descrédito de los partidos?

Judith Butler: pensemos un poco en esta sorprendente acción callejera que sucedió en Chile cuando las feministas levantaron el emblema feminista Un violador en tu camino. Ese fue un fenómeno global creado por las mujeres que salieron a la calle para oponerse a la violencia sexual. Ésta no fue una acción pequeña, de hecho, se esparció por el mundo. Ese fue un ejemplo del feminismo en su rol de liderazgo, de pensar en las calles como un lugar de violencia. Si analizamos los movimientos chilenos, si los oponemos a la violencia en Argentina, articulados, por ejemplo, con el movimiento Black Lives Matter, lo que vemos es una política callejera, donde las personas se están haciendo cargo, reclamando las calles en nombre de sus cuerpos y del derecho de vivir y mantenerse vivas, no solamente el derecho a vivir ahora, sino el derecho a las infraestructuras que permitirían vivir y que otros vivan. Cuando hablamos del neoliberalismo, una de las cosas de las que hablamos en Estados Unidos y en Chile son los servicios sociales. ¿Cómo los servicios sociales están externalizados? Por ejemplo, ayer mi correo estaba cerrado. El correo es una agencia federal, pero la propuesta ahora es que debería convertirse en un negocio privado, que todo va a ser privatizado. Los servicios que el Gobierno provee son externalizados a un negocio con contrato; no hay garantía de mandar una carta, de tener salud, educación, un refugio, precisamente porque esos son mercados. Veo el movimiento de las comunidades de cuidado, de pactos de solidaridad en la pandemia, como una forma de insistir en un mundo social, donde nos cuidamos y donde buscamos formas comunes de vida que aseguren salud, educación, refugio para el otro, para todos. Estamos haciendo lo que el Estado se ha rehusado a hacer, nos estamos tomando el poder de los procesos que el Estado ha abandonado. Si no somos anarquistas, deberíamos tener un Estado que provea todos estos servicios. Es una crítica activa que está en las calles, una crítica al sexismo, a la transfobia y a todas las manifestaciones violentas. Creo que el feminismo está pensando en las diversas formas de violencia hace bastante tiempo y tiene un rol de liderazgo, ha visto el cuidado y la división del trabajo y ha pensado por largo tiempo: ¿qué vidas importan y qué vidas no importan? Obviamente, el feminismo no puede ser una práctica transfóbica. El feminismo tiene que estar comprometido con la igualdad de género, con las disidencias sexuales; un feminismo transfóbico no es feminismo, eso no puede suceder. Tenemos una visión distinta de las interrelaciones, del mundo, de lo que debería ser la no violencia, y algún día vamos a poder pensar en qué es la justicia, porque no tiene que ver con la venganza y no está personificada en instituciones violentas como son las cárceles.

Judith Butler y Emilia Schneider en la actividad «Palabras Públicas: conversatorio con Judith Butler» (2019) en la Casa Central de la Universidad de Chile.

No podemos ser un cuerpo sin refugio

Judith Butler: en las crisis hay que pensar en el refugio. Creo que hay nuevas políticas de refugio que tienen que surgir, el refugio es un lugar arquitectónico, protegido, pero refugio es una manera de describir un lugar interdependiente. ¿Quién me va a dar refugio, dónde ir? Es algo que nos damos los unos a los otros con la propiedad que tengamos, que arrendemos, y el refugio tiene que ser un concepto más móvil ahora. En el mundo hay tantas personas que están viviendo sin un refugio adecuado y hoy hay que entender la vivienda pública como un bien social. No podemos ser un cuerpo sin un refugio, somos un cuerpo, tenemos que tener un refugio, es algo relacionado con la condición de la vida. Si tenemos derecho a vivir, debemos tener derecho a refugio.

Faride Zerán: ¿cómo percibes estos temas en Chile, Emilia?

Emilia Schneider: creo que todo lo que ha ocurrido en Chile, en particular con la pandemia, nos debe alertar, porque cada día se naturaliza más el autoritarismo, la militarización de nuestra vida cotidiana. Los confinamientos volvieron a poner eso en nuestra vida cotidiana y resulta muy peligroso si pensamos en la sociedad que viene para el futuro y, como decía Judith, cuando esas voces disidentes, críticas, se intentan acallar. Sobre el tema del refugio, vuelvo a la idea de que no es solamente el cuidado que cae en los hombros de las mujeres, sino que todas las condiciones de la reproducción para las y los trabajadores en general, y en eso está el derecho a la vivienda, educación, salud, que hay que cuidar. No se trata sólo de algo institucional, porque se dice con mucha liviandad que se necesita mucho Estado, pero la pregunta es qué Estado necesitamos. El problema de la violencia es muy complejo por el momento que vivimos y los niveles de injusticia. No debemos dejarnos seducir por el positivismo, por este llamado feminismo carcelario que Judith criticaba, porque ni la policía ni la cárcel nos protegen a las personas trans. El movimiento feminista tiene que servirse de otras formas, y desde el 2018 ha dado respuestas ante eso. Hubiera sido óptimo que en 2018 y mucho antes nos hubiéramos hecho cargo de construir una educación no sexista para hablar, politizar, desnaturalizar y discutir la violencia, la discriminación. Y ahora, que estamos en un momento de pensar el mundo del futuro, todo esto cobra mucho sentido.

Faride Zerán:Emilia, ¿una pregunta final para Judith?

Emilia Schneider: ¿podrías profundizar en cómo enfrentamos el tema de la injusticia del ordenamiento jurídico frente a la violencia contra mujeres y disidencias sexuales sin caer en el mero punitivismo? Con el caso de Antonia Barra, en Chile, se ha producido todo un debate sobre las legislaciones y dentro del movimiento feminista. ¿Cómo avanzar?

Judith Butler: no puedo decir qué es lo que debería pasar en Chile, sólo puedo aprender de mis aliados feministas queer, trans, en América Latina. Me encanta el proceso de aprender. Cuando me junté con Ni una Menos en Argentina vi que sus asociaciones y alianzas no eran sólo con estudiantes universitarios, hablaban con mujeres en iglesias, distintos lugares, en sindicatos, en todos los lugares de la vida. Eran alianzas no tan esperables, no todos habían leído los mismos libros, no fue un movimiento que simplemente llegó de la universidad, sino que llegó de los barrios, de sus situaciones, de sus trabajos, y creo que ese tipo de alianzas son las que permiten que entren las calles y denuncien muertes como la de Breonna Taylor, a quien la policía asesinó en su hogar, ella estaba durmiendo, estaban en la casa incorrecta y no preguntaron quién era. Estas formas de violencia impensable, masiva, se esparcen por la sociedad. Creo que continuamos haciendo estas alianzas regionales, interregionales. Hay problemas que traspasan las fronteras y aprendemos unos de otros. Siento que en Norteamérica estamos aprendiendo de ustedes, que son los movimientos transfeministas más poderosos, y eso ha cambiado la forma en que vemos a las personas para decidir cuáles son las acciones a tomar, cómo la gente se asocia y cómo podemos desafiar profundamente estas fobias y desigualdades enraizadas. Yo no les puedo decir qué hacer, solamente puedo aprender de ustedes.

Elicura Chihuailaf, Premio Nacional de Literatura: “La nueva Constitución podría significar la llegada, por fin, de la democracia”

En las últimas semanas, el programa radial Palabra Pública, letras para el debate, que transmite todos los viernes, a las 18.00 horas, la Radio Universidad de Chile, realizó un ciclo de entrevistas a los candidatos y candidatas al Premio Nacional de Literatura. Hoy recordamos fragmentos de la entrevista al recién anunciado ganador del galardón correspondiente a 2020, Elicura Chihuailaf, poeta mapuche, el primero en obtener este reconocimiento, que en esta entrevista se refiere al recrudecimiento del conflicto que el Estado chileno mantiene con el pueblo mapuche y a la necesidad de un nuevo modelo de desarrollo que considere el buen vivir.

Por Jennifer Abate C.

Elicura Chihuailaf ha publicado más de 30 libros en solitario y en coautoría, ha sido antologador y ha traducido al mapudungun al Premio Nobel Pablo Neruda y a Víctor Jara, entre otros. Es autor de una destacada obra poética, reconocida con numerosas distinciones y traducida al francés, inglés e italiano, entre otras lenguas. A través de poemarios, así como del ensayo Recado confidencial a los chilenos y las memorias La vida es una nube azul, el poeta ha dado voz a la memoria de sus ancestros y ha propuesto un diálogo con la sociedad chilena. Entre sus galardones se cuentan los del Consejo Nacional del Libro y la Lectura a la mejor obra literaria en las categorías de poesía inédita y ensayo, y el Premio Manuel Montt que entrega la Universidad de Chile.

Elicura, le tocó vivir en Europa el impacto de la pandemia por Covid-19. ¿De qué manera ha experimentado lo que ha ocurrido en el mundo lejos de su hogar?

Sucede que en nuestras culturas nativas, en general, en el mundo, y en particular en la cultura a la que pertenezco y me pertenece, la cultura mapuche, siempre se está considerando la dualidad del círculo de la vida. Hay una relación permanente con la naturaleza porque hay que recordar que mapuche significa gente de la tierra, nosotros pertenecemos, como uno más, a ella, y nuestro cuerpo, esa casa perecedera, vuelve a ser agua, aire, fuego, verdor. Siempre, nuestros abuelos, nuestras abuelas, nuestra comunidad, nuestros padres, nos contaron todos esos relatos, con sus consejos y sus cantos sobre el respeto a la naturaleza. Sabemos perfectamente que, cuando se violenta la naturaleza, nos estamos violentando a nosotros mismos, y se está violentando la vida en principio, que es el agua, y claramente eso estaba sucediendo. Cuando me encontré en esa realidad me produjo mucho dolor, por supuesto, por todo lo que venía, recordé que desde Wallmapu mi gente me había dicho que habían florecido las quilas y eso es un indicador científico, no es de creencia, es un indicador científico que, a nuestra gente y a cada uno de nosotros, nos dice que vendrá un tiempo de sufrimiento, de padecimiento.

La naturaleza nos ha dado una severa advertencia, pero, sobre todo, nos está dando una nueva oportunidad de que la humanidad retome el camino del buen vivir, porque sabemos que son unos pocos los egoístas, los codiciosos, los que han instalado una cultura de la depredación, de la violencia hacia la naturaleza.

Para usted es fundamental el diálogo entre chilenos y mapuche. Hemos visto una dolorosa falta de diálogo en los eventos de las últimas semanas y meses en el sur de Chile. ¿Qué está pasando en La Araucanía?

Esto es cíclico, no se podía esperar otra cosa de un gobierno manejado por estos grupos de poder económico, este grupo egoísta y, desde el punto de vista cultural, enajenado, que siempre está viendo para otro lado, fuera de las fronteras de Chile, cuando la solución y el camino estaba dentro, con las culturas nativas. Yo escribí un libro que se llama Recado confidencial a los chilenos, precisamente en un momento parecido al que se está viviendo. Aquí hay un problema conceptual, no estamos entendiendo lo mismo frente a determinados conceptos que son fundamentales, por ejemplo, cuando se habla de desarrollo y dicen que los pueblos nativos no quieren el desarrollo. No es así, insisten ellos, nuestra gente, con mucha firmeza. Cuando se habla de la totalidad sin exclusión, de la integridad sin fragmentación de todo lo viviente, lo que se está diciendo es que la visión de mundo nuestra es que nosotros tenemos que estar en armonía con la naturaleza, porque si no, nos violentamos a nosotros mismos. El que hemos visto ha sido un desarrollo contra la naturaleza y no con la naturaleza, como lo pensamos nosotros, y claramente aquí hay un sistema económico, con todo lo que eso implica, que se ha impuesto permanentemente.

El poeta mapuche y Premio Nacional de Literatura Elicura Chihuailaf

O sea, lo que no quieren las comunidades mapuche es un desarrollo neoliberal que deprede su forma de vida.

Exactamente. Todos los gobiernos que ha habido en el transcurso de estos años han actuado de esta manera. En los años noventa escribí este libro y había una violencia tremenda; nuestras comunidades en la zona de Traiguén, Alto Biobío, Lonquimay, eran lugares sitiados. Entonces, no me sorprende, esta es la historia de Chile. Basta decir que cuando se esperaba, dada la circunstancia de violencia y de dolor de la cual iba saliendo el país, que iba a haber una actitud diferente de parte de los gobiernos “demócratas”, no fue así. Creo que no es sorprendente que esté pasando lo que está pasando.

Usted habla sobre la opresión del Estado sobre el pueblo mapuche, pero otra cosa es la manifestación de personas comunes y corrientes, de civiles que hace algunas semanas lanzaron insultos en contra de personas mapuche en La Araucanía. ¿De dónde viene eso? ¿Por qué personas chilenas comunes y corrientes manifiestan repudio e incluso realizan manifestaciones racistas contra las personas mapuche?

Esto tiene que ver con la cultura, con la forma educativa que se ha instalado. Se dice que Chile es un país de blancos, donde gracias a lo benigno del clima no fue necesaria la importación de negros, y donde la presencia de indígenas al sur de Chile y en las más bajas capas del pueblo es visible al ojo. ¿Qué significa eso? Es una invitación a la discriminación. Eso está en muchas acciones y se manifiesta de muchas maneras la discriminación producto de una educación blanquizadora, excluyente de la hermosa morenidad, de la hermosa negritud, de la hermosa amarillentud. Nosotros comprendemos que también es hermosa la blanquedad de la comunidad, pero aquí se ha pretendido depredar el jardín del mundo, expresado en ese territorio que hoy se llama Chile. Se ha pretendido violentar ese jardín, borrar las flores, que somos nosotros, porque cada flor tiene un color, una forma, una textura, un aroma, y cuando una de ellas se pierde, se marchita, todas se pierden. El resultado es que aquello que preconiza un pequeño grupo de poder, supuestamente blanco, se instala en toda la población.

En Recado confidencial a los chilenos usted reflexiona: «Me digo, ¿cuánto conoce usted de nosotros? ¿Cuánto reconoce en usted de nosotros? ¿Cuánto sabe de los orígenes, las causas de los conflictos de nuestro pueblo frente al Estado nacional? ¿Qué ha escuchado del pensamiento de nuestra gente y de su gente que -en la búsqueda, antes que todo, de otras visiones de mundo, que siempre enriquecen la propia- se ha comprometido con el entendimiento de nuestra cultura y nuestra situación?”. ¿Qué respuesta se entrega usted hoy, dos décadas después? ¿Cómo se puede producir ese acercamiento que nos haría conocernos más?

Esas preguntas hoy siguen sin respuesta, casi nada ha cambiado, ha habido avances. Ahora, en el denominado estallido social, aunque soy escéptico, pudimos ver todos y todas que la presencia de las banderas mapuche era muy notoria y eso significa un cambio que alivia nuestro dolor. Creo que este es el momento, teniendo presente ese dolor, el atropello que se ha hecho una vez más de nuestra gente, de, si la naturaleza nos da esta posibilidad, ir hacia el camino del buen vivir, y para ello lo fundamental es el diálogo.

¿A qué se refiere con buen vivir?

A la no violencia contra la naturaleza, porque esa violencia va dirigida hacia nosotros, pero sabemos que no es el pueblo chileno profundo el que la ejerce y no son los pueblos nativos los que ejercen la violencia contra la naturaleza. El buen vivir significa tener conciencia de esa biodiversidad y comprender de verdad que debemos respetar a todos los seres vivos. Si se violenta el agua, la pregunta es: ¿hay un acto más violento? Cuando se habla de terrorismo: ¿hay un acto más terrorista que actuar contra el agua, que es la vida? Depredar los bosques significa desaparecer a los protectores del agua; cuando desaparece un bosque, desaparecen insectos, animalitos, hongos, etcétera, etcétera; es como si estuvieran arrancando páginas de los diccionarios porque si desaparecen los insectos, la diversidad arbórea, ¿qué está sucediendo? Están eliminado el diccionario, y nuestros hijos, nuestras hijas, generaciones venideras, independientemente del color, desconocerán esos conceptos. Qué más violento que nos estén borrando nuestro hablar, ya sea en mapudungun o en castellano o en cualquier otro idioma.

—Usted se refería a la presencia de banderas mapuche en las manifestaciones que comenzaron en octubre de 2019. En los últimos diez meses se han sucedido muchos eventos que han cuestionado nuestras bases, el modelo de desarrollo al que nos referíamos previamente, y estamos ad portas de un plebiscito que podría cambiar la Constitución, considerada ilegítima por haber sido creada en dictadura ¿Cómo se para usted frente a estos hechos? ¿Cree que hay posibilidad de cambios estructurales? Quisiera saber cuál es su análisis sobre lo que ha ocurrido en los últimos meses en nuestro país.

Que yo sea escéptico/optimista no significa que no tenga esperanzas en algunos aspectos, de ahí mi optimismo, pero creo que es fundamental el cambio de Constitución. Esa nueva Constitución podría significar la llegada, por fin, de la democracia. Ni los pueblos nativos, que tenemos conciencia de esa realidad, ni el pueblo chileno profundo, que ha comenzado a tener conciencia, vivimos en democracia. Me parece que hay que buscar el diálogo y no solamente entre los pueblos nativos y el pueblo chileno profundo: la conversación es un acto de subversión porque nos permite cuestionar el sistema imperante, porque nos permite plantearnos cara a cara con nuestros dolores, pero también con nuestras esperanzas, y bueno, estarán los líderes, que en los momentos más difíciles asoman. Cuando me han preguntado, he dicho que no es que yo pretenda transformarme en un líder, pero sí considero que el Premio Nacional de Literatura, que han obtenido pocas mujeres, nunca lo ha obtenido alguien perteneciente a alguna cultura nativa. A mí me toca, en este caso, ser postulado por la Universidad de La Frontera, entre otras, a este premio, y considero que eso es una ventana que puede transformarse en una posibilidad de diálogo en un momento en que se necesita una conversación en que uno pueda poner sobre la mesa la existencia de una visión de mundo.

Si usted resulta ganador, no sólo sería un reconocimiento a su obra, sino que uno que también contemplaría a otros autores y autoras pertenecientes a los pueblos originarios. Usted dice que eso abriría posibilidades de diálogo.

Claro, la invitación a la conversación para mí ha sido permanente y creo que ahora ha sido reconocida no sólo en Chile, sino que también en el mundo. De hecho, me sentí muy dignificado y emocionado cuando supe que la directora general de la Unesco, en su discurso del 21 de marzo, en el Día Internacional de la Poesía, hizo una síntesis de la historia, del quehacer literario a lo largo de muchos años, y comenzó recordando a escritores como Kafka, Garcilaso y tantos otros, y concluyó diciendo que hoy ha surgido una corriente preocupada por vivir, convivir con la naturaleza, y mencionó mi nombre y un fragmento de mi poema Sueño azul. No es que yo tenga deseos de haber postulado al premio, pero cuando la Universidad de La Frontera me lo planteó por primera vez, yo tenía 60 años y poco más de diez libros publicados, y parte de esa obra traducida a diferentes idiomas, y pensé: “bueno, si se premia una obra, se premia una trayectoria y es un reconocimiento nacional e internacional”. Entonces, por qué yo me iba a negar a ese honor que me planteó hace años la Universidad de La Frontera. Ojalá este año sea el momento en que esta instancia asuma a Chile como un país diverso y pluricultural.

Esta entrevista fue emitida el viernes 7 de agosto en el programa Palabra Pública, letras para el debate, a través de Radio Universidad de Chile, 102.5 FM.

Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres: 30 años de rebeldía feminista

Fue la organización que trajo el concepto femicidio a Chile, cuando ni cultural ni jurídicamente se reconocían los asesinatos de mujeres como crímenes por motivos de género. A través de la reflexión permanente, la Red Chilena ha reconocido y nombrado diversas manifestaciones de la violencia contra las mujeres, como el castigo y el suicidio femicida. En esta entrevista, Lorena Astudillo, abogada y una de las voceras de esta organización, habla sobre los 30 años de la Red Chilena y se refiere a los desafíos que enfrenta el movimiento feminista en la actualidad. “Hay que historizar el movimiento y poner en cuestión la ética feminista”, asegura.

Por Bárbara Barrera

«Querer saber se parece a la rebeldía», escribía Julieta Kirkwood en Ser política en Chile (1986). La socióloga y activista feminista sostenía que “el hacer feminista muchas veces se separa de lo que su saber descubre y descrifra”, e insistía en la necesidad de vincular la acción y la reflexión. Ese principio feminista ha regido el actuar de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres desde sus inicios, cuando nacía como Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual en 1990, junto con la apertura democrática.

En el fragor de la demanda feminista por democracia en el país y en la casa en plena dictadura cívico-militar, el problema -históricamente privado- de la violencia contra las mujeres se volvió público. A partir de entonces y con la promesa de la democracia, diferentes organizaciones de mujeres a lo largo de Chile decidieron articularse y crear la Red, tras compartir las experiencias de violencia que atravesaban sus vidas.

Para la abogada feminista y vocera de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, Lorena Astudillo, el hecho de que las mujeres reconocieran la violencia intrafamiliar, que no la concibieran como un problema privado e interpelaran a la institucionalidad, es uno de los mayores aportes del feminismo. “Las feministas señalaron que este es un problema político, y a mí me parece que eso es un avance enorme y es de las feministas”, asegura.

Lorena Astudillo, abogada y vocera de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. Crédito de foto: Red Chilena.

La reflexión permanente al interior de esta organización hizo que tempranamente profundizaran en el problema de la violencia contra las mujeres, identificando que no sólo se trataba de violencia doméstica en el marco de relaciones de pareja, sino de una violencia ejercida en el marco de un sistema patriarcal y que se manifiesta de diferentes maneras. A partir de dicha reflexión, el año 2009 la organización decidió modificar su nombre a Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres.

El posicionamiento en Chile de la marcha del 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, y de la campaña “¡Cuidado! El machismo mata”, que el pasado 6 de agosto conmemoró su 14° lanzamiento, marcan dos de los principales hitos al interior de esta organización, al igual que el haber traído el concepto de femicidio –desarrollado en 1976 por la activista feminista sudafricana Diana Russell, recientemente fallecida–  y haberlo instalado en Chile cuando los crímenes contra mujeres por motivos de género no eran reconocidos ni en el orden cultural ni en el jurídico.

Desde el pacto de la transición, hasta la marcha del pasado 8 de marzo cuando más de 2 millones de mujeres salieron a marchar en una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer, la historia de la Red Chilena atraviesa los últimos 30 años del movimiento feminista en el país, marcado por hitos como la primera legislación de Violencia Intrafamiliar en 1994 y la promulgación de la Ley de Divorcio en 2004.

“Las feministas salían a buscar firmas al Paseo Ahumada, cartas y cartas con firmas. Hoy día nos parece muy extraño, pero había una férrea oposición al divorcio, para las mujeres hace algunos años el vínculo matrimonial era un compromiso culturalmente muy potente. Por lo tanto, mientras seguías casada con ese hombre, seguías teniendo este vínculo casi obligatorio y él seguía pretendiendo que se involucraba en tu vida. Yo diría que el divorcio fue algo potente por lo simbólico, por lo que representaba para las mujeres el matrimonio y lo que representaba romper con ese vínculo totalmente”, cuenta la abogada feminista.

Otro de los principales hitos en los últimos 30 años del movimiento feminista chileno fue el denominado “pildorazo”, masiva manifestación en contra del Tribunal Constitucional que amenazaba con prohibir no sólo la píldora de anticoncepción de emergencia, sino también anticonceptivos erróneamente tildados de “abortivos”. Lorena Astudillo recuerda que “cuando se fue al Tribunal Constitucional la marcha por la píldora del día después fue enorme, tremenda, y no hay que olvidar que el ministro del Interior era Harboe y fue él quien mandó el guanaco y a los pacos a reprimir duramente a las mujeres y fue en un gobierno, supuestamente, de izquierda”.

En 2001 la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, junto a la Corporación La Morada y el apoyo de ONU Mujeres, desarrollaron la primera investigación “Femicidio en Chile”, publicada en 2004. El reconocimiento de este tipo de crímenes trajo consigo las primeras marchas contra el femicidio. Al respecto, la abogada señala que “las feministas no teníamos un acuerdo sobre si queríamos que la legislación recogiera conceptos nuestros para luego devolverlos a la pinta de ellos, como si esa fuera la verdad, porque eso es algo que suele pasar”. Pese a ello, sostiene Lorena Astudillo, el reconocimiento social, cultural y jurídico del femicidio fue algo muy importante.

La Red en la marcha del 25 de noviembre de 2019. Crédito de foto: Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres.

La Red Chilena ha creado conceptos para nombrar manifestaciones específicas de la violencia contra las mujeres, como es el caso del suicidio femicida, que en la actualidad ha sido muy utilizado por organizaciones feministas y la opinión pública a partir de la historia de Antonia Barra. El concepto “continuo de violencia” también ha sido posicionado por la Red. ¿Cuándo empiezan a hablar de este último concepto y por qué?

La reflexión permanente y constante ha hecho que desde la Red nos anticipemos a muchos conceptos que comienzan a ser utilizados después, y esto es solamente reflexión y recoger las experiencias de las compañeras de todo el país. Así como nosotras nos adelantamos, por ejemplo, a hablar de una educación no sexista, a conceptualizar la violencia como algo mucho más amplio, a traer el concepto femicidio, a hablar de suicido femicida, yo diría que del continuo de violencia estamos hablando aproximadamente desde 2011-2012, entendiendo que la violencia no son episodios que una vive, sino que nos atraviesa a lo largo de la vida cuando, por ejemplo, desde antes de nacer te asignan colores simplemente porque ven en una ecografía que tienes vagina o pene, hasta adulta mayor, cuando eres tratada de “abuelita”, “mamita”.

¿Y a qué se refieren con que la violencia contra las mujeres es un problema estructural?

Una vez que nosotras nos dimos cuenta de que esto era un continuo, dijimos ‘bueno, pero esto va acompañado de algo’.Y analizando nosotras, yo diría que hace unos cinco o seis años atrás, empezamos a hablar de estas estructuras, de que la violencia es estructural y que el patriarcado tiene bases sólidas. Desde ahí nosotras también empezamos a darnos cuenta de cómo la estructura en la que está construida la sociedad se basa en la idea del sometimiento y la discriminación de las mujeres. De todas maneras, todavía nos falta reflexión acerca de la violencia estrucutral, hemos escrito, pero sentimos que todavía nos falta más, que se requiere más conversación feminista.

– La Red Chilena ha sido protagonista de los últimos 30 años del movimiento feminista en Chile. A partir del “retorno a la democracia” podríamos hacer un análisis de la relación entre la institucionalidad y las mujeres en Chile. ¿Qué creen que significó para las feministas el pacto de la transición, que muchas feministas lo han calificado como un “pacto patriarcal”?

Yo diría que el significado es diverso. Existía mucho en los 90 esta idea de las institucionales y las no institucionales. Algunas de verdad pensaban que este pacto podía aportar, así lo sentían sobre todo las feministas que estaban en partidos políticos. Pero también había compañeras feministas que les parecía que no se podía hacer ningún tipo de pacto, que no podía caerse en la utilización permanente de los partidos políticos porque, efectivamente, este pacto patriarcal lo que buscaba era nuevamente una utilización permanente de las mujeres, ofreciéndoles caramelos de vuelta, como lo fue el Servicio Nacional de la Mujer, haciéndolas sentir que ahora sí iban a estar incluidas, pero condicionando el apoyo, condicionando algo que nunca debió haber sido condicionado. Pero me parece que hoy día, 30 años después, nosotras podemos hacer esa reflexión. Es fácil mirar para atrás y decir que en realidad fue un pacto patriarcal. Efectivamente lo fue y ya hemos aprendido que siempre es así, por lo tanto, no confiamos en esa institucionalidad. Pero había una sensación distinta en esa época, pensando que iba a ser imposible derrocar la dictadura, y se encuentran con esto que fue una esperanza.

¿Creen que se lograron avances en términos institucionales y/o judiciales durante los gobiernos de la Concertación? Te lo pregunto porque ustedes son bien críticas respecto a lo que ha significado, por ejemplo, la Ley de Violencia Intrafamiliar que se promulgó en 1994 y reformó en 2005.

La institucionalidad se ha quedado atrás de una manera horrible, pero las mujeres hemos avanzado de manera distinta. Julieta Kirkwood avizoró este despertar de consciencia y siento que las mujeres hemos tenido este despertar, por eso el 8 de marzo fuimos 2 millones en la calle. La institucionalidad no ha querido avanzar porque no le conviene que las mujeres sean sujetas de derecho por muchos aspectos: porque la estructura social es patriarcal y se basa en la dominación de las mujeres, porque que nosotras tengamos este despertar de consciencia significa cambiar todas las estructuras y eso implica cambiar el modelo económico, las prácticas actuales y la jerarquización de la institucionalidad. Y ahí es donde se hacen los que sí y los que no, como que nos dan un poquito y después pareciera que hemos avanzado porque hay una Ley de Violencia Intrafamiliar, pero hace un cuarto de siglo que se comprometieron a hacer una ley integral y todavía no la tenemos. Hoy día están discutiendo una ley integral cuando otros países, que se obligaron al mismo momento de Chile, ya están corrigiendo los errores que cometieron en esas leyes integrales.

¿Cuál es la lectura que hacen desde 2016 con el movimiento Ni una menos en adelante y todo lo que se empezó a fraguar ahí en términos de mujeres irrumpiendo nuevamente en el espacio público, con demandas cada vez más amplias respecto a la violencia contra las mujeres?

El año 2016 viene a ser la explosión de todo lo que ya se había gestionado a través del feminismo y que no se notaba. El trabajo permanente de las feministas comienza a mostrarse en distintos lugares porque las feministas estamos en todas partes; estuvimos en las marchas de las y los estudiantes, en las marchas de las AFP, con los movimientos sociales. Me parece que ya en 2016 se había hecho este trabajo de hormiga de ir repartiendo conocimiento feminista y esto se conjugó con agresiones a nivel mundial que fueron muy impactantes. Las feministas fuimos poniendo los conceptos y a las mujeres ya les hacían sentido cuando aparecen estas violaciones colectivas en Argentina y Brasil.

– Al interior de la academia existe una insistencia por hablar de violencia de género, en vez de hablar de violencia contra las mujeres. ¿Por qué ustedes como organización nunca han hablado de violencia de género?

Compartimos esta idea de que el género es como sacarle la cafeína al café para hablar de violencia contra mujeres, como suavizarlo para que así nadie se sienta y convoque a más gente. Nosotras no tenemos que descafeinar nada, las cosas nos gusta nombrarlas como son. El género, además, abarca los diversos géneros y nosotras hablamos de violencia hacia las mujeres porque en eso trabajamos y porque el género nos invisibiliza, ¿dónde estamos las mujeres ahí? Cuando se quiere hablar de violencia hacia las mujeres debe ser nombrada como tal, porque tiene motivaciones específicas que son el machismo y la estructura patriarcal en la cual está enraizada nuestra sociedad, por lo tanto, para poder erradicarla tenemos que basarnos en sus motivaciones y recoger la experiencia de las mujeres.

¿Cómo definirías el momento actual? Vemos un movimiento feminista que no ha dejado de manifestarse y luchar contra la violencia hacia las mujeres, tanto en el contexto de pandemia como en casos que han sido pésimamente abordados en términos mediáticos como el de Ámbar Cornejo.

El momento actual es un momento donde el concepto feminista se ha vuelto muy masivo. Me parece muy bien que seamos millones, pero creo que requiere una responsabilidad porque el feminismo es reflexión y acción, sí o sí. Tenemos la responsabilidad de estar permanentemente reflexionando y cuestionando con otras, porque en esta masividad del feminismo también puede ser que llegue solamente el concepto y el resto quede vacío, y ahí nos encontramos con aberraciones como Jacqueline Van Rysselberghe diciendo que es feminista porque ella se siente con el patudo derecho de decidir lo que es feminismo. Es una falta de respeto enorme hacia las feministas. Es lo mismo que yo dijera ‘si ser UDI significa que apoyo el matrimonio homosexual y que puedan adoptar, y que las mujeres podamos abortar cuando queramos, entonces soy UDI’. Así, así de patudas son. Tenemos que poner los contenidos del feminismo para que mujeres tan patudas y tan irrespetuosas como la Van Rysselbergue o la Zalaquett no salgan a pensar que por el solo hecho de tener vagina, y porque ellas creen que hay que ser buenas con las mujeres, son feministas.

«Tenemos la responsabilidad de estar permanentemente reflexionando y cuestionando con otras, porque en esta masividad del feminismo también puede ser que llegue solamente el concepto y el resto quede vacío».

¿Qué les han parecido los cambios de ministras de la Mujer y Equidad de Género? En un principio tuvimos a Isabel Plá, después a Macarena Santelices que finalmente dejó el cargo tras ser sumamente cuestionada en su gestión, y en la actualidad a Mónica Zalaquett.

Tenemos que reconocer que este es un gobierno de derecha. Un gobierno, además, liderado por Sebastián Piñera, por lo tanto, sus ministras y ministros representan lo que él es. A mí no me sorprende que ponga a Santelices, a la Plá o a Zalaquett. Cuando decían ‘no tenemos ministra’, nosotras tampoco compartimos esa idea porque habiendo gobierno de derecha, tampoco la íbamos a tener, y habiendo gobiernos de la Concertación, tampoco la tuvimos mucho porque ellas se deben a su partido político. Sabemos que esta institucionalidad nos falla a las mujeres porque primero es más servil al partido político y al gobierno que las puso en ese lugar, y después, dentro de lo posible, y de lo que el partido político y el gobierno les permite, comienzan a recoger lo que las mujeres podríamos estar demandando.

– ¿Por eso la Red no se posiciona del lado de ningún partido político?

Los partidos políticos tienen una estructura que es patriarcal, son jerárquicos, y nosotras pensamos en la horizontalidad, que así debieran ser las relaciones y los partidos políticos están muy distantes de tenerlas, luchan por un poder y luego se instalan en ese poder para seguir replicando prácticas patriarcales. Sí reconocemos el trabajo de algunas compañeras feministas, si así lo eligen y así lo deciden, que militan en un partido, por supuesto que ellas pueden aportar mucho más que otra mujer que no es feminista en esos espacios.

– ¿Cuáles son los desafíos para las feministas en esta coyuntura? ¿Cuáles son las cosas o espacios que habría que disputar?

Para nosotras la articulación entre mujeres es esencial y hoy día la pandemia así lo ha demostrado. Las instituciones no han llegado, pero las feministas ya estábamos dándoles apoyo a otras compañeras. Me parece que ir a disputarle algo a la institucionalidad es difícil porque la institucionalidad es la que tiene las lucas y la que tiene la capacidad de llegar a todo Chile. Ahora, yo diría que dentro de los desafíos que podríamos tener como feministas es justamente reunirnos, hay una historicidad del movimiento feminista que me parece que hay que recoger y conocer porque el feminismo no partió ahora. No podemos no tomar en cuenta estas prácticas feministas que han mantenido el feminismo vivo en Chile. Entonces creo que esos son los desafíos que nos hacen falta: historizar el movimiento y también poner en cuestión la ética feminista. Hay una ética que no podemos saltarnos como feministas y que debiéramos discutir entre todas en qué consiste, cómo va a ser este trato entre feministas, cuáles van a ser nuestras prácticas feministas para hacernos cada vez más fuertes.

Mono González desde Italia: “El arte de la calle es una lucha popular, contra la cultura opresora hegemónica”

La pandemia del Covid-19 pilló al muralista y fundador de la histórica Brigada Ramona Parra en Francia, cuando inauguraba una muestra de grabados y carteles en Burdeos que terminó siendo cancelada. Por estos días, ya viviendo el desconfinamiento europeo, el artista se trasladó a Italia, donde ha estado pintando murales y haciendo talleres de grabado con académicos de la Academia de Bellas Artes y la comunidad. Siempre conectado con la contingencia, el artista opina del proceso social en Chile y adelanta que planea regresar en septiembre para trabjar por el plebiscito. “Los artistas tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar e involucrarnos con la realidad”, dice.

Por Jennifer Abate

Alejandro “Mono” González (Curicó, 1947) estudió en la Escuela Experimental Artística de Santiago y luego Diseño Teatral en la U. de Chile. En 1968 fue uno de los fundadores de la Brigada Ramona Parra, como parte de las Juventudes Comunistas. Dentro de sus trabajos más memorables, al menos en Chile, están los murales del Metro Parque Bustamante, el Hospital del Trabajador y El primer gol del pueblo chileno, realizado en La Granja, en 1971, junto a Roberto Matta. Además el año pasado, el artista fue candidato al Premio Nacional de Arte.

Alejandro «Mono» González está desde el 13 de marzo pasado en Europa, debido a la pandemia del Covid-19.

—El comienzo de la pandemia te pilló en Europa, a punto de iniciar una gira por Italia, Francia y España. Escribiste un texto que publicamos en revista Palabra Pública, donde contabas tu experiencia encerrado en Burdeos. ¿Cómo viviste esa experiencia tan lejos de casa?

Bueno, fue curioso, porque yo venía por un mes y con presupuesto para un mes, y eso cambió todo. Uno es bien patiperro y he viajado harto, y nunca pensé que en un viaje me iba a pasar una cosa de este tipo. El asunto es que inauguramos una exposición un día viernes y el día lunes o martes se cierra todo y se entra a la cuarentena, y ahí, por suerte, estaba en casa de unos amigos en Francia, muy solidarios, con los cuales me quedé prácticamente casi tres meses, en los cuales mes y medio, 40, 50 días, estuvimos en confinamiento. No salíamos, a lo más íbamos a media cuadra a proveernos de mercadería, pero una vez a la semana, en general yo lo hacía los jueves. Con todas las medidas de seguridad, logramos sobrevivir. Cuando salimos del confinamiento, con mucha timidez logramos hacer un mural que ya estaba comprometido en la parte de afuera de un colegio, con todas las medidas de seguridad, donde nadie se acercaba a uno, yo pinté solo y después fuimos relajándonos, saliendo más, y el colegio se entusiasmó mucho de que le pintáramos un mural dentro del colegio. Entonces organicé el mural para trabajar con los niños de lunes a martes, al final logramos perderle el miedo a la calle con todas las medidas de seguridad.

En América Latina lo estamos pasando muy mal con el brote de Covid-19, que ha implicado no sólo contagios y muertes, sino también un drama social, pero de alguna manera habíamos visto lo que pasó en Europa. ¿Cómo fue para ti vivir esa experiencia antes que el resto del mundo?

Era muy curioso y terrorífico, al mismo tiempo, porque la pregunta, todas las mañanas, cuando uno se levantaba, era ¿cuántos muertos hay? ¿Cómo va la estadística? Además empezamos a preocuparnos por compañeros en París, en Burdeos, más viejos o de la edad mía. Por ejemplo, lo de Luis Sepúlveda, en España, yo lo sentí mucho. Ahí decíamos “esta cosa es muy fuerte”, y ahora estamos siguiendo lo que pasa en Chile. Siempre he pensado, hasta el día de hoy, que ahí hay un genocidio, porque aquí se comenta mucho el maltrato que ha tenido Chile, Brasil y los países de Latinoamérica, porque además los hospitales o la seguridad, la cosa sanitaria, el asunto de salud es ineficiente desde antes y, por lo tanto, las personas más vulnerables son las más afectadas. A mí me deprime, uno vive preocupado de la familia, de hecho, se murió una cuñada mía, que fue una de las que me fue a dejar al aeropuerto. Incluso cuando viajé ya se veía que algo no era normal, el avión venía más desocupado y en el aeropuerto ya venía gente que andaba con mascarilla, había más distanciamiento.

¿Cómo afectó la pandemia tu trabajo artístico, que tú defines como colectivo? 

Acá en Burdeos estuve en la casa de unos amigos, de Iván Quezada y su señora, dos personas ya jubiladas, en un departamento no muy pequeño, pero no muy grande. Encerrado en un dormitorio, me dediqué a hacer lo que nunca había hecho o a lo que no le había dedicado tiempo, a trabajar digitalmente, tratar de dominar los programas para dibujar en el computador. También me dediqué a hacer un cuento para niños, con ilustraciones coloreadas digitalmente, y después empecé a trabajar proyectos de murales y a ordenar mi computador, las fotos de los países, de los viajes, todas las cosas, para un futuro libro de murales. O sea, me di tareas para trabajar en un escritorio, sentado y encerrado. Obvio que empecé a engordar también, porque hacíamos pan, faltaba el ejercicio físico que nos da hacer murales. Entonces estaba preocupado de esas cosas, de hacer ejercicio, el día jueves era la vuelta a la manzana, caminar, relajarse, comprar y volver. Pero cuando llegué a Italia estaba la cosa más relajada y ahora estamos haciendo cosas más interesantes.

—Hace unos días participaste en un laboratorio de gráfica y grabado en Italia. ¿Cómo ha sido la experiencia de volver a trabajar luego del encierro? 

Me estoy quedando en la casa de una pareja amiga, él es muralista y ella, fotógrafa, y lo primero que hicimos fue intervenir y pintar una fábrica gigante, donde yo fui asistente de brocha gorda. Pero lo segundo fue el trabajo de laboratorio y ahí lo más interesante fue el trato privilegiado que tuvimos. La Academia de Bellas Artes de Nápoles, que fue fundada en 1700, tiene un departamento de grabados que está cerrado por problemas del virus y alumnos, docentes viajaron al pueblo donde nosotros estamos, acá, cerca de Nápoles, y se instalaron a trabajar una semana en este laboratorio. Había profesores, alumnos y una cantidad de lugareños, pobladores. Hicimos este laboratorio y lo inauguramos en una semana intensa, surgió ahí una carpeta producto de este taller, que se guarda en la academia, y la otra carpeta viaja conmigo de vuelta a Chile, porque cuando yo regrese quiero hacer una exposición en la galería del Persa Biobío sobre la Academia de Bellas Artes de Nápoles y este laboratorio. Será como llevar el resumen de mi gira, una gira obligada por el virus. Lo segundo es que el taller que hicimos junto con la Academia de Bellas Artes dejó una prensa en este pueblo, materiales, gubias, y dejamos instalado para un taller de tallado en el pueblo, y mi idea es sacar provecho del tiempo que esté aquí para hacer grabados.

En esos encuentros se enfrenta el trabajo desde una perspectiva solidaria, colaborativa, en la que se van generando afectos. ¿Cómo ha sido esa experiencia de ir generando lazos de afecto y trabajo lejos de Chile?

Es bien interesante, porque yo estoy acostumbrado a la cosa participativa y me interesó mucho la opinión del director de la Escuela de Bellas Artes de Nápoles, del Departamento de Grabado que vino el viernes al cierre del taller y dijo que era interesante lo que había resultado del taller, una mezcla latinoamericana y europea en la iconografía de los grabados que se hicieron, y ahí uno se da cuenta de que yo también fui alumno en este taller, también voy aprendiendo de ellos, estoy hablando de profesores de la academia que trabajan en grabado, con los alumnos y asistentes. Hubo murales y actividades que perdí, tenía que pintar un mural sobre la Violeta y tenía un proyecto para pintar en Nápoles que estaba financiado por las escuelas que están cerradas y eso se cayó, pero igual vuelvo a Nápoles a pintar de otra manera, entonces siempre hay una cosa, hay algo que se cae y algo que se levanta.

¿Cómo crees que esta situación extraordinaria que nos ha tocado vivir impactará en el arte? Por lo menos acá, en el discurso, ha habido una revalorización del aporte que realiza el arte y la cultura a nuestra vida. ¿Crees que va a cambiar la manera de ver y producir arte?

Claro que va a pasar algo distinto y ya está pasando, y eso tiene que ver con cómo subsistimos los trabajadores del arte, cómo subsiste la gente que trabaja, los técnicos de teatro, por ejemplo, las multitudes que van al teatro. Al fin y al cabo, el primer mural que pinté en Burdeos lo hice solo, porque la gente pasaba y miraba desde lejos. A mí me gusta que la gente pinte, pero no se podía, entonces las cosas también van a cambiar en la forma del hacer, pero yo creo que tenemos un problema sobre todo con el financiamiento, porque tenemos que comer, vivir. ¿Cómo se pone el Estado? ¿Como se ponen, por último, las galerías? ¿Cómo venden sus productos? En eso vamos a tener que ser muy solidarios, vamos a tener que hacer una cadena solidaria de los trabajadores del arte para, en el fondo, remecer los Fondos de Cultura, y ahí tendremos que adaptarnos. Hay algo bien importante que estoy aprendiendo acá. Como estoy afuera, he visto que muchas veces algunos chilenos dan direcciones desde acá de lo que se debería hacer en Chile y eso me incomoda. Me incomoda porque hay que estar ahí, en el dolor, no verlo desde afuera. Yo veo a un montón de amigos artistas mirando hacia Chile y pienso cómo puedo ayudar. Ahora he ayudado de alguna manera, en lo que uno sabe hacer, he hecho cuatro videos sobre el plebiscito, otro sobre las ollas comunes y sobre el hambre, etc. Son como cápsulas animadas y no las hago solo, yo hago los dibujos y un amigo en París los anima, y así los subimos a las redes sociales. El video del hambre ha sido visto 16 mil veces. Ahora quiero hacer un video que ya tengo dibujado y debe estar por salir, que es cómo el pueblo se defiende con la solidaridad y la unidad, ese es el tema que se grafica con dibujos de manos que se empuñan, que se mueven, tampoco la idea es caer en el panfleto, sino que hacer las cosas de la manera más creativa posible.

Y sin dictar cátedra de lo que está ocurriendo acá.

Exacto, exacto, sino cómo podemos ayudar, cómo podemos ser partícipes cooperando, la idea es estar con los pies puestos allá aunque no estemos allá.

Mural de Mono González ubicado a la salida de metro Estación Bellas Artes, junto al del grafitero Inti.

—Durante el estallido social en Chile surgió una propuesta de arte callejero y de expresión artística en las calles que fue muy importante. ¿Cómo viste tú esa expresión en las calles de Chile en ese momento?

Esto es como la sangre que corre por las venas, que vibra, que palpita, que salta. Para el estallido social yo estaba pintando un mural para la Bienal de Arquitectura, que por primera salió de los espacios tradicionales como la Estación Mapocho, y se llevó al barrio Franklin, donde tenemos esta galería. Entonces la primera semana de octubre yo empiezo a pintar un mural en el metro estación Franklin y viene el estallido y tuve que pararlo, y lo seguí después, como a finales de octubre, principios de noviembre. En esos momentos también salimos a la calle, hicimos unas serigrafías, de hecho, en la exposición que traje a Burdeos había dos carteles que yo había pegado en Plaza de la Dignidad, “Por tus ojos venceremos”, y eran los que inauguraron la exposición que se llamaba “Dignidad” y que hicimos en marzo y que fue una presencia de este estallido social chileno acá en Francia. Estas cosas las llevamos en el corazón y en la cabeza también, esto va a seguir, esto no ha parado, el virus nos ha tenido detenidos, pero esto va a tener que seguir en marcha.

¿Qué panorama ves tú respecto al plebiscito en Chile? ¿De qué manera te interesa trabajar en ese proceso?

La sensación que tenemos desde fuera de Chile, a la distancia, es que allá hay un gobierno que no gobierna o que gobierna de una manera que los beneficia a ellos, muy aislada de la realidad, incluso hay una opinión en Europa de que prácticamente no existe gobierno, se están dando palos de ciegos con respecto al control sanitario y ahora estamos hablando de que viene el plan de desconfinamiento. Yo he estado leyendo todas las informaciones sobre Chile y ¿cuál es la preocupación que tengo? Que de repente tiren para el lado lo del plebiscito. El plebiscito tiene que realizarse de acuerdo a los compromisos adquiridos, hay un problema claro, que tiene que ver con el confinamiento, con el virus, el virus en Chile no es una cosa que se va a cortar de la noche a la mañana. Entonces tenemos que ver cómo va eso, pero yo tengo organizado que la primera semana de septiembre termino mi trabajo acá y regreso a Chile, y la idea es que septiembre y parte de octubre lo voy a dedicar a pelear y participar en la campaña del plebiscito.

¿ Y qué quieres hacer en la campaña?

Pintar en la calle, salir a pegar propaganda, movilizarme, de hecho, tengo algunos compromisos de recorrer un poco el país, o sea, la idea es estar en la calle, incluso estoy acumulando energías para eso. Es que es el momento de jugársela, porque Chile tiene que cambiar y las presiones sociales tienen que hacerlo cambiar, las injusticias no pueden seguir. La presión por el 10% de las AFP se está sintiendo, la presencia del pueblo en la calle, algo están escuchando, porque hasta ahora no han querido escuchar al pueblo o a este estallido o a esta realidad.

Perteneces a una generación que se involucró activamente en luchas políticas. En los últimos años se ha dado una discusión fuerte en el mundo del arte y no queda claro si este debe o no tomar posición política. ¿Cómo te paras tú frente a esa discusión, habiendo dedicado tu vida a la militancia?

Yo siempre coloco el ejemplo de Goya, de quien siempre he dicho que ha sido el mejor militante para el pueblo. Él pintaba para el Rey, para el sistema, pero pintó el desastre de la guerra, pintó la serie negra, la realidad del pueblo, él estaba ahí, entonces los artistas no pueden separarse de la realidad, los grandes artistas nunca se han separado de la realidad. Ahora, sí existe un sistema que busca neutralizar esta realidad, estas denuncias, demandas, pintando cosas decorativas, que los muritos sean blancos en las calles, ya lo vimos en el estallido social. La gente tiene necesidad de opinar, de hablar, y hay que dejarla hablar. Hay leyes para contener esas palabras, para determinar lo que se coloca en las calles, los monumentos de los soldados, los guerreros y todas estas cuestiones. Ahora estaba leyendo un artículo sobre cómo, en todas partes del mundo, este tipo de monumentos han empezado a caer, hay una manifestación en contra de estas demostraciones del sistema, de fuerza, en el sentido de que la gente está buscando otros íconos.

Mural El primer gol del pueblo chileno (1971) realizado entre la Brigada Ramona Parra y Roberto Matta, en La Granja.

—¿Por qué crees tú que el arte resulta subversivo para la autoridad?

Porque no lo pueden controlar, todo lo quieren controlar, todo lo quieren reprimir, y así Piñera ha logrado mantener la cantidad de armas, de represión, pero la discusión sobre el 10% de los fondos de las AFP es porque el sistema y el Estado no han logrado entrar a subsidiar, a ayudar, a abrir una brecha de soluciones económicas para el pueblo, y la gente está recurriendo a esos ahorros a los que no debería recurrir. Entonces nosotros, los artistas, tenemos que denunciar de alguna manera, todos somos ciudadanos, todos tenemos que opinar, involucrarnos con la realidad. Tenemos familia, hijos, nietos y tenemos que luchar por ellos. Es un sistema súper individualista y egoísta el que hay en Chile, y el estallido social ha abierto una brecha que tiene que ver con la solidaridad, con el sueño colectivo, el deseo de la justicia colectiva.

El año pasado fuiste nominado al Premio Nacional de Arte. En ese momento dijiste que, más que ganar, te interesaba generar una discusión sobre el valor del arte urbano y callejero. ¿De qué manera el arte popular se relaciona con la historia de los países, de las comunidades y localidades?

Está pasando algo bien interesante, incluso este año con el Premio Nacional de Literatura y con el de Música, donde estaban postulando a Salinas de los Inti Illimani y en literatura a Elicura Chihualaf y a Patricio Manns, o sea, uno del sector mapuche, un Pato Manns músico, que viene del arte popular. El arte popular tiene que tener presencia, yo siempre me preguntaba por qué nunca a la Violeta se la pudo nominar al Premio Nacional. El arte popular es lo que está teniendo presencia porque es lo que está nutriendo a este país, es lo que fuera de Chile se ve. Ahora, en Italia, veo la importante huella que dejó Inti Illimani. El tema es cómo al pueblo le hacemos justicia respecto a su sentir, a su creación, a su cultura, yo siento que eso, de alguna manera, no sería un premio sólo a la persona, sino un premio a esa cultura popular.

La ciudad es un elemento fundamental para tu trabajo. A ti te tocó, al menos en Santiago, una experiencia más colectiva durante la UP, luego la restricción de una ciudad militarizada durante la dictadura y hoy tenemos una ciudad que se caracteriza por la desigualdad territorial. ¿Qué opinas sobre la forma en que estamos organizando nuestras ciudades hoy en Chile?

La ciudad ha sido la expresión de la injusticia, eso está clarísimo. Uno lo ve en el diseño de una ciudad que está cortada por la mitad, siempre ha sido el barrio alto versus los barrios bajos o barrios periféricos, donde viven quienes les trabajan a estos ricos. Y la pandemia o el virus, donde se ha expandido más ha sido en estos barrios populares, en los sectores más vulnerables. A veces yo pienso si hay buena o mala intención con cómo se está dirigiendo el control del virus, no me imagino gente tan mala, pero todavía no se ha superado el virus y ya están pensando en desconfinar porque están preocupados de la cuestión económica, pero no están preocupados de la seguridad del ser humano y de la alimentación del ser humano. Lo que hizo Pinochet y la dictadura fue fundar ese individualismo, egoísmo e injusticia, que son los valores que se han instalado. Falta el valor de la solidaridad, de la unidad, y en estos momentos el estallido ha colocado esto en el tapete, lo del 10% de las AFP, del No + AFP, que es un sistema que viene de esa época, que nos prometió seguridad social para la vejez y al final terminamos con una migaja, menos del mínimo para poder vivir después de haber trabajado toda la vida. Y quiénes están manejando y lucrando de los fondos de los trabajadores son las grandes empresas, grandes consorcios, ese es el capital que están usando. O sea, utilizan el capital de la mano de obra en la explotación y después utilizan el capital de las reservas que el trabajador pudo haber acumulado para poder vivir en su vejez. Toda la vida han estado explotando y siguen explotando.

Con respecto al muralismo que se apodera de los espacios públicos. ¿Cuáles serían las características de un muralismo chileno, si es que es posible hablar de una corriente de ese tipo?

Claro que es posible, el arte de la calle tiene que ver con una lucha cultural, popular, en contra de la cultura opresora o hegemónica, es una cultura liberadora. Todos los movimientos sociales, en la medida en que van progresando y avanzando, van dando fruto a una cultura popular, a su propia cultura. Cuando hablamos de la Violeta hablamos de cómo ella se nutre del canto, del canto popular, y cómo le da fuerza para hacer las creaciones que hizo. Eso es cultura nuestra y el mural de la calle tiene que ver con eso. Las brigadas, la conformación de los movimientos sociales, la propaganda, el rayado de las calles, la apropiación de ese muro es parte del diario vivir, de la bitácora social de cómo los titulares de los diarios se expresan en la calle, es nuestra cultura liberadora, y eso es una expresión muy importante porque se da en algo colectivo, anónimo, efímero, contingente, que incita, moviliza, educa, que proyecta y da ideas. 

Extracto de la entrevista realizada el 24 de julio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Juntas pero no revueltas: la cruzada por relevar a poetas mujeres camino al Premio Nacional

Rosabetty Muñoz, Carmen Berenguer y Elvira Hernández son las tres poetas que compiten por el Premio Nacional de Literatura 2020 y la asociación de Autoras Chilenas (AUCH) manifestó su apoyo a todas las candidatas por igual. En un espacio donde los respaldos individuales son la norma, nominadas y escritoras analizan las complejidades de destacar a todas las voces femeninas.

Por Florencia La Mura

Las puedes contar con los dedos de una mano: Gabriela Mistral, Marta Brunet, Marcela Paz, Isabel Allende, Diamela Eltit. Desde las redes sociales del colectivo de Autoras Chilenas (AUCH) son enfáticas: solo cinco de las 54 veces que ha sido entregado el Premio Nacional de Literatura, éste ha recaído en mujeres. El galardón estatal más importante y longevo en Chile, fue creado en 1942 para apoyar financieramente a un gremio que no conseguía vivir de sus derechos editoriales y a la vez para ser un reconocimiento a quien “haya consagrado su vida al ejercicio de las letras y haya recibido la consagración por el juicio público”. La historia y los números reflejan una evidente disparidad entre hombres y mujeres que han recibido el premio, donde influyen múltiples factores. Es por eso que escritoras que forman parte de AUCH y poetas nominadas al Premio Nacional sacan a la luz sus encuentros y desencuentros cuando se habla de la escritura de mujeres.

Las candidatas poetas de este año: Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández.

Autoconvocadas y heterogéneas

“Un sol delicado alumbra el tránsito

de los que vamos

sin apuro a ninguna parte”.

Marea Roja (extracto) – Rosabetty Muñoz

“Es muy rico poder compartir con autoras, con una serie de preocupaciones y problemas en común. Desde gente que tiene un recorrido internacional importante hasta quienes están empezando y que a lo mejor tienen un libro publicado. Me hubiera encantado con 25 años haber podido entender cómo funcionaba este mundo, con todas sus limitaciones, problemas e injusticias”, reflexiona la escritora Lina Meruane, sobre el colectivo del que es parte, al teléfono desde Nueva York. Autoras Chilenas (AUCH) es una agrupación que nació en abril de 2019, luego de que un grupo de mujeres relacionadas al mundo del libro caminaran juntas para el Día internacional de la Mujer, el 8 de marzo. Un mes después, se autoconvocaron para reunirse y discutir cómo funcionaría su agrupación. Autoconvocado, transversal, feminista y horizontal son los términos que resaltan de sus primeras declaraciones. Un año y medio después, el colectivo integrado por diversas caras visibles de la literatura local, además de editoras, ilustradoras y académicas, sigue constante en su afán de visibilizar mujeres autoras desde una mirada política.

Lo que comenzó con un breve comentario en Twitter a fines de junio terminó siendo una campaña como tal. AUCH planteó una postura de apoyo a las tres candidatas mujeres de este año al Premio Nacional de Literatura. “Sabemos que los premios son un gesto político y en el caso de las mujeres se ponen siempre en desmedro”, conversa la escritora Pía Barros, también parte de AUCH, explicando la cruzada por visibilizar a Carmen Berenguer, Rosabetty Muñoz y Elvira Hernández por igual. “Las tres candidatas son de una diversidad espectacular”, reflexiona Barros, “está la etnopoesía de Rosabetty Muñoz, que además es de Chiloé, tierra de poetas. Si hay una escritora local que rescata ese lenguaje chileno y esa forma de articular una historia es Carmen Berenguer, su desenfado es indiscutible, de hecho ha sido premiada en muchas partes y no tiene el Nacional. Si miras a Elvira Hernández tiene solidez, arrastre, esa capacidad de mostrarnos un Chile que no queremos ver”, ahonda la escritora, destacando su obra, temática y consistencia.

Respecto al Premio Nacional en sí, para Pía Barros, su estado actual es “inmoral” de parte de un Estado se vuelve insuficiente. “Cuando dices ‘una vida dedicada a la literatura’, son todos, muchos, cientos, los que están en Chile y con una solidez en su obra que es absolutamente merecido. El premio pasa a ser una migaja y como un aval de jubilación”, explica. ¿Cuál sería la solución? Barros propone desde una modificación del premio a una modalidad anual (actualmente se entrega cada dos años) hasta un cambio completo en la estructura cultural de nuestro país. “Chile cree ser vanguardista, pero es muy snob”, explica, mencionando además que el hecho de difundir múltiples voces, sin poner a pelear las unas contra las otras, es un gran primer paso. Según Barros, el Premio Nacional debiera ser una discusión en el sentido de incorporar a sectores de la literatura más allá de lo académico. “Debe haber pares e instituciones que son parte del mundo de la literatura, que no estén presentes y sean parte permanente de un equipo de trabajo”, agrega.

Mujeres escritoras v/s escritura de mujeres

“(..) no estoy obligada a escuchar palabras

de un pequeño dios que me ahoga con ingredientes sempiternos”

Oda a mi huerto de pelos (extracto) – Carmen Berenguer

Un tema complejo que vuelve a asomarse en la discusión por potenciar mujeres en un área es el hablar sobre “escritura femenina”. Si bien no es nueva, cada cierto tiempo se vuelve al tema, sobre como el potenciar mujeres debe diferir de una “literatura femenina” en el sentido de que no por ser mujeres se escribe sólo de ciertos temas, lo que sería caer en una nueva división sexista. Así lo ha señalado, entre otras, Diamela Eltit, última Premio Nacional y quien integra el jurado de este año -con mayoría de mujeres- junto a la Ministra de Cultura, Consuelo Valdés; el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, un representante de la Academia de la Lengua, un representante del Consejo de Rectores, dos personas expertas designadas por el Ministerio de Cultura, la ensayista y primera director mujer de la Academia Chilena de la Lengua, Adriana Valdés y la investigadora, académica y en experta en lengua mapudungún, María Isabel Lara.

Contemporáneas todas, las poetas nominadas reconocen el trabajo de las otras, con quienes además cruzaron caminos en distintas ocasiones. Carmen Berenguer recuerda los años 80 como un “lugar clave de una ‘otra poesía’ escrita por mujeres, que escapaba del yoismo y ponía el cuerpo de la mujer al centro de la escritura”. “Si para algo sirve toda esta exposición pública, aspiro a que una parte de la comunidad, empiece o amplíe su lectura de poesía”, comenta Rosabetty Muñoz.

 “Más allá de que sea una cruzada -una palabra con un airecillo bélico- me parece una excelente iniciativa. Haría de ella una manifestación continua que superara la circunstancia de esta triple nominación de poetas mujeres para mostrar lo que hoy se está escribiendo en todo el ámbito literario nuestro”, reflexiona Elvira Hernández respecto a su nominación, agregando que tanto como el reconocimiento a la trayectoria, importa todo lo nuevo y lo oculto. “Necesitamos de un movimiento de lectura y escritura que dé cuenta de lo que ya está ahí, que ha salido de manos más jóvenes y que no puede quedar congelado. En estas duras condiciones de existencia se espera por una palabra viva y la que traen las nuevas escritoras viene palpitante”, agrega la autora de La bandera de Chile

Por otro lado, Rosabetty Muñoz, siente su nominación no solo como un reconocimiento a las mujeres, sino además a la escritura desde regiones. “Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”, menciona, agregando que Stella Díaz Varín, Winnet de Rokha, Cecilia Casanova y Paz Molina, por nombrar algunas que tampoco han obtenido el Premio Nacional, desde hace décadas debieron ser miradas y leídas. 

Desde otra vereda, Carmen Berenguer, postula que “es demasiado categórico pensar que existen solo dos géneros literarios solamente”, en relación a la entrega del premio solo por novela y poesía. Agrega, además, que el reconocimiento de una trayectoria dedicada a la palabra y la ausencia de mujeres se aloja bajo un sistema que incluye universidades, academias, carreras literarias, librerías, medios y páginas literarias, las que replican una lógica tanto competitiva donde se prioriza lo comercial. Bajo esa mirada, explica que “lo que más le ha costado a la escritora de literatura es hacerse de una voz y singularizar su apuesta literaria”, y por ende considera que la propuesta de AUCH borra en vez de destacar, haciendo aún más difícil que una mujer efectivamente logre ganar.

El caso Mistral

En un pie

la garza

sostiene la tarde.

En los bajíos – Elvira Hernández 

En su ensayo de 1983 “Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, la autora estadounidense Joanna Russ reflexiona sobre las críticas que han debido enfrentar las mujeres en este espacio de la palabra. Desde el anonimato casi forzado, a una lectura particular -solo por el hecho de ser mujeres- o incluso a medirlas según la vara masculina: a Marta Brunet, como bien recuerdan las AUCH en sus redes, se le destacaba por “escribir como hombre”. Russ plantea, en síntesis, que a las mujeres siempre se las ha analizado desde una óptica blanca y heteropatriarcal, y donde cuya libertad ha sido solo un decir. “El truco reside en hacer que la libertad sea tan sólo nominal y después […] desarrollar diferentes estrategias para ignorar, condenar o minusvalorar las obras artísticas resultantes”. 

Desde la literatura local, el caso más evidente y mencionado al hablar de mujeres premiadas es el de Gabriela Mistral, quien recibió el Nobel de Literatura en 1945 y recién cinco años después, en 1951, el Nacional de Literatura, el último en ser otorgado a una mujer poeta. Además de este desaire histórico a su carrera, por supuesto que el legado de Mistral fue cubierto con un manto de despolitización. Como analiza Russ, el peso de la lectura hacia las mujeres tiene una carga histórica gigante, pero ¿podemos aprender a leer a las autoras mujeres sacándoles la lectura patriarcal? “El caso de la Mistral es muy evidente, porque se le negó su irreverencia, su potencia política, que está en muchos de sus escritos ensayísticos, incluso poéticos y se la leyó desde una figura preestablecida a la que ella en realidad no corresponde, que es de la mujer sufriente, la viuda, la virgen, la maestra rural. Se le negó una vida compleja en el relato”, analiza Lina Meruane, quien trabajó en Las Renegadas, antología de la poeta chilena donde la escritora fue consciente de dejar fuera esta carga que había sobre su lectura para dejar ver tanto lo que Mistral era, como aquello que ocultaba. “Ella es muy hábil hablando de ciertas cuestiones, por un lado mostrando y por el otro tapando, una estrategia del siglo XX sobre todo para escritoras queer, que muestran lo suficiente para que el lector o lectora pueda leer lo que está tratando de decir”, agrega Meruane.

“Así como las mujeres han estado fuera de la lista de premiados, tampoco la escritura de las provincias que se produce en lugares apartados del país, que apuesta por la participación en el desarrollo del pensamiento y el arte desde otros puntos del territorio, ha sido señalada en la lista de Premios Nacionales”.

rosabetty muñoz, poeta chilota y candidata al premio.

La cruzada de la AUCH ha generado el ruido suficiente como para poner en conversación la diversidad de autoras locales, con o sin reconocimiento institucional de por medio. De haber premios, conversa Meruane, la contienda es desigual al momento de competir con hombres y también se replica junto a otras mujeres “en instancias que han sido creadas y definidas por un sistema patriarcal, masculino, de jurados de hombres”, detalla, la autora de Sangre en el ojo. Pero como la historia es cíclica, ya lo mencionaba Virgina Woolf en su clásico de 1929 Un cuarto propio: cuando lee a las mujeres de la época, siempre están compitiendo por un hombre o por un favor masculino, en vez de solidarizar entre ellas. 

Se suma el hecho de que tanto en la cima como en la base, la prevalencia de hombres sigue siendo mayor. En una búsqueda rápida, un estudio español del 2019 demuestra que los hombres siguen escribiendo más que las mujeres, a pesar de ser ellas quienes más consumen libros. El sistema está construido de manera masculina y permea desde la escritura, hasta cómo se desenvuelven los autores entre pares. “Uno de los problemas es que el canon está construido de manera tan masculina así como el sistema de recomendaciones, que no se lee a las mujeres, no se sabe de ellas y por lo tanto no se las considera”. Tres mujeres nominadas al máximo galardón nacional en letras aparece como un pequeño primer paso en pensar un futuro donde la escritura de las mujeres sea reconocida, con o sin premios de por medio. 

Lee la columna de Patricia Espinosa H, relacionada con este tema: Derribar el Premio Nacional

La persistencia de Lotty Rosenfeld, la artista que desafió por cuatro décadas al poder

A fines de los 70 integró el grupo CADA, con quienes enfrentó a la dictadura de Pinochet a través de polémicas acciones de arte en el espacio público. Su trayectoria estuvo marcada por las cruces que dibujó en varias ciudades del mundo como símbolos contra el autoritarismo. En 2015 expuso en la Bienal de Venecia y el año pasado fue candidata al Premio Nacional de Arte. Se fue sin recibirlo. Falleció este viernes, a los 77 años, a causa de un cáncer al pulmón.

Por Denisse Espinoza A.

Una simple línea vertical marca la diferencia entre menos y más. Una simple línea que cambia el significado completo de un mensaje y que en manos de Lotty Rosenfeld se transformó en una acción de rebeldía y resistencia contra el autoritarismo de la dictadura de Pinochet. En diciembre de 1979, la artista egresada de la Universidad de Chile realizaba su primera acción pública: Una milla de cruces sobre el pavimento, en la que trazó líneas horizontales sobre las verticales que dividen las pistas de autos en Avenida Manquehue. La performance, registrada en video, se transformó en una de las obras icónicas de la artista que durante cuarenta años siguió replicándola en lugares emblemáticos del poder como las afueras de la Casa Blanca en Washington DC, la Plaza de la Revolución en La Habana y la frontera entre Alemania oriental y occidental. A medida que el gesto se multiplicó, el alcance político y teórico de su obra también se profundizó.

Carlota «Lotty» Rosenfeld integró a fines de los 70 el grupo CADA y a partir de 1983 el movimiento Mujeres por la Vida.

En 2007, Rosenfeld fue invitada a la Documenta Kassel, Alemania, una de los principales encuentros de arte en el mundo, y en 2015 representó a Chile en la Bienal de Arte de Venecia, junto a la fotógrafa Paz Errázuriz, en un pabellón curado por la teórica Nelly Richard. Su obra, además, es parte de prestigiosas colecciones como la Tate Gallery de Londres, el Museo Guggenheim de Nueva York y el Malba de Argentina. Sus credenciales la hicieron varias veces candidata favorita para el Premio Nacional de Artes Visuales, galardón al que fue postulada por última vez el año pasado, pero que nuevamente no recibió. Este viernes, la artista falleció, a los 77 años, debido a un cáncer de pulmón que la aquejaba hace largo tiempo. Su legado pionero en el formato de la performance, el videoarte y la instalación la dejarán inscrita de por vida en la historia del arte chileno.

“La muerte de Lotty es un golpe fuerte para las mujeres artistas chilenas. Era una hermana mayor, una mujer increíble, sabia y libre, y una artista icónica y gigante, sobre todo tenaz, y de una resistencia ética y estoica absolutamente admirables”, dice la artista Voluspa Jarpa, quien apoyó su candidatura el año pasado junto a otros artistas, escritores y figuras de la cultura como Raúl Zurita, Gonzalo Díaz, Diamela Eltit, Sol Serrano y Alfredo Castro.

Nacida el 20 de junio de 1943, Carlota Eugenia Rosenfeld Villarreal, más conocida como Lotty, fue una de las pioneras del arte conceptual y performático de finales de los 70 e integró lo que posteriormente se conoció como Escena de Avanzada. De forma paralela a sus obras individuales, integró el Colectivo de Acciones de Arte (CADA) junto al artista Juan Castillo, la escritora Diamela Eltit, el poeta Raúl Zurita y el sociólogo Fernando Balcells, con quienes entre 1979 y 1983 realizó diversas y polémicas obras en el espacio público como resistencia a la dictadura. Luego de eso, Lotty trabajó de manera individual en performances e instalaciones, pero también en la recopilación y edición de imágenes en video, con las que siguió entregando un mensaje político contra la obediencia ciega a la autoridad, que cuestionó los discursos oficiales. “Sin renunciar a las matrices que recorren mi obra, me he propuesto trabajar en las zonas que presagian un nuevo escenario, donde se cursan batallas políticas, económicas y culturales. Batallas que se juegan en el territorio de las imágenes y de la tecnología y sus procedimientos comunicativos. He utilizado el sonido como instrumento estructurador de obra. Me ha interesado explorar el discurso fónico, donde la voz testimonial se interconecta con la voz oficial para poner en escena la ‘otra versión’, aquella sumergida por los discursos dominantes. Hoy el neoliberalismo promueve formas de arte que tienden al espectáculo, pienso que lo importante y lo productivo es poner en el espacio público producciones artísticas incómodas a las operaciones de mercado”, contaba la artista respecto a cómo había desplazado su trabajo a otros soportes en una entrevista concedida el año pasado ad portas a su candidatura al Premio Nacional.

En esa ocasión, Lotty también hizo memoria de su trabajo junto al CADA, que partió en octubre de 1979 con la obra titulada Para no morir de hambre en el arte, donde a través de varias acciones abordaron el problema de la pobreza extrema, dotando a la leche del poder simbólico para representar un problema político irrepresentable. Hoy la obra cobra inusitada vigencia en el Chile pandémico y postestallido social.

El colectivo repartió 100 litros de leche entre los pobladores de La Granja en bolsas de medio litro, aludiendo a la política de alimentación infantil de Salvador Allende; consiguieron que camiones de leche Soprole se estacionaran frente al Museo Nacional de Bellas Artes, donde antes habían clausurado la entrada con un lienzo blanco, afirmando que el arte estaba fuera y no dentro del edificio; y distribuyeron frente al edificio de la Cepal el texto No es una aldea, con reflexiones como esta: “cuando el hambre, el terror conforman el espacio natural en el que la aldea se despierta, sabemos que nosotros no somos una aldea, que la vida no es una aldea, que nuestras mentes no son una aldea; sabemos también que el hambre, el dolor significan todos los discursos del mundo en nosotros”. El grupo hizo historia y Lotty seguiría en esa línea con obras que siempre trascendieron la contingencia política de su época.

Intervención de cruces frente al Palacio La Moneda, 1985.

“Las acciones generalmente nos tomaban sólo algunas horas llevarlas a cabo, sin embargo, su logística podía demorar meses para conseguir el objetivo planificado”, contaba la artista el año pasado, quien además recordó los pormenores de Ay, Sudamérica, acción realizada el 12 de julio de 1981, en la que el colectivo logró que seis avionetas sobrevolaran Santiago lanzando textos poéticos. “Esta obra nos llevó más tiempo y mayor astucia. Fue necesario dirigirnos a varios municipios de la periferia de Santiago para solicitar autorización de sobrevolarlos y dejar caer ‘algunos’ volantes poéticos. El texto, que se imprimiría en 400 mil ejemplares, tuvo que ser corregido varias veces hasta que fue aceptado por cada uno de los alcaldes. Ya con la autorización de tres o cuatro comunas, nos conseguimos seis pilotos civiles de avionetas, quienes ni siquiera leyeron los permisos, pero les encantó el texto. Les pedimos que sobrevolaran lo más al centro de la capital que fuera posible. Al aterrizar nos estaba esperando una patrulla de Carabineros. Habían caído panfletos sobre una comisaría de Independencia. Nos llevaron al retén donde el susto y las aprehensiones policiales se solucionaron con unas disculpas y un cheque”, rememoró la artista.

Su compañero de labores en el CADA, Juan Castillo, la trae a la memoria hoy. “Los recuerdos son muchos y se atropellan. En todo colectivo las dinámicas son diversas porque los roles pueden variar y variaron muchas veces, pero fundamentalmente con ella nos ocupábamos más de la visualidad de los trabajos que desarrollamos. En todo caso, mi relación con Lotty es de antes del CADA y siguió mucho después, era ella quien me importaba, ella y su obra”, dice el artista visual radicado en Suecia. “Su trabajo es icónico, porque abrió muchos sentidos. La posibilidad de intervenir nuestra señalética cotidiana, abrir muchas lecturas que, pasando por el No+ del CADA, fue a marcar el No para la vuelta a la democracia y sigue vivo hoy en día en todas las manifestaciones sociales”, agrega Castillo.

Por su parte, el poeta y Premio Nacional de Literatura, Raúl Zurita, prefiere dedicarle un verso a quien también fuera su compañera de colectivo.

“Casas de 40 pisos 

muchedumbres de color 

millones de circuncisos 

y dolor dolor dolor

Adiós Lotty Rosenfeld”

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El legado de una artista feminista

Tras la desarticulación del CADA en 1983, Lotty Rosenfeld siguió ligada a las acciones de arte cuando se integró al movimiento Mujeres por la Vida, que reunió a mujeres opositoras a la dictadura de diversas profesiones, afiliaciones políticas y orígenes sociales, pero que tenían la meta común de restaurar la democracia. Entre ellas estuvieron las periodistas Mónica González y Patricia Verdugo, la escritora Diamela Eltit y la fotógrafa Kena Lorenzini. Esta última trabó una estrecha amistad con Lotty Rosenfeld. “Nos conocimos y enganchamos altiro por el sentido del humor que ambas teníamos y porque además era artista visual y a mí me encantaba ese mundo, y nos hicimos muy amigas. En Mujeres por la Vida ella era pieza fundamental, decidía la visualidad, cómo iba a ser la forma en que iban a hacerse las acciones del colectivo. En el fondo, hacía carne nuestras ideas”, cuenta Lorenzini.

«Mi trabajo es un relato visual que se niega a concluir porque transita a la par de una historia que va otorgando nuevos relieves y sumando nuevos sentidos a la obra»

Lotty rosenfeld, 2019

“Ella era una creadora total que vivía del arte, para el arte y por el arte, y también por el sueño del final de todo este sistema. Era, por sobre todo, una persona muy libre, que se autogobernaba, que hacía lo que ella pensaba y quería hacer, y eso era muy hermoso y un ejemplo de vida. Para mí fue clave encontrarme con una mujer así, estar al lado de una persona que pensara todo lo contrario a lo que pensaba la gente que circulaba por el mundo”, agrega la fotógrafa.

En Mujeres por la Vida, Lotty Rosenfeld siguió trabajando codo a codo con Diamela Eltit. Juntas realizaron una serie de entrevistas a mujeres fundamentales para el movimiento feminista chileno. Así, entrevistaron a la sufragista Elena Caffarena (1903-2003); a la primera mujer en ocupar un escaño en el Senado, María de la Cruz (1912-1995); a la diputada socialista Carmen Lazo (1920-2008); a la socióloga y política Mireya Baltra (1932) y a la profesora Olga Poblete (1908-1999), entre otras. El archivo inédito fue donado el año pasado por las artistas al Centro de Estudios de Literatura Chilena (CELICH), de la Facultad de Letras UC.

Sin embargo, la obra emblemática en la trayectoria de Lotty Rosenfeld sería sin duda la Milla de cruces… y el signo No+. Para ella la continuidad de ese trabajo fue también la constatación de una tensión política que ha seguido repitiéndose en la historia de las sociedades. “He insistido sobre la circulación de los discursos con que se ordena a los cuerpos individuales, haciéndolos políticamente sumisos. No sólo he persistido durante años en el trabajo con el signo (+), sino que he realizado obras en distintos lenguajes y soportes que muestran los procedimientos automáticos de sometimiento. Mi trabajo es un relato visual que se niega a concluir porque transita a la par de una historia que va otorgando nuevos relieves y sumando nuevos sentidos a la obra”, decía en 2019 sobre el motor de su trabajo.

Registro de la intervención en Documenta Kassel, en 2007.

Para el artista Camilo Yañez, Lotty Rosenfeld logró algo difícil, pero trascendental en el mundo de la visualidad. “Lotty construyó un signo mínimo, particular que se volvió universal. Reivindicó a las mujeres sus derechos y sus luchas, reivindicó la disidencia y finalmente logró darle lugar y voz al desacato frente a las injusticias de este país y del mundo”, dice el también curador quien trabajó con la artista en varias exhibiciones, la última fue Otrxs Fronterxs, el año pasado. “Mi último contacto con ella fue en marzo pasado, estábamos coordinando la entrega de sus obras después de la desmontar  en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos donde participó con múltiples fotografías de sus acciones. La pandemia y la cuarentena impidieron el encuentro. Siempre fue una artista, generosa, comprometida y coherente. Era, sin lugar a dudas, una merecedora del Premio Nacional”, agrega Yañez.

Aunque Lotty disfrutó del reconocimiento de su obra, durante su trayectoria también debió sortear la censura y el desconocimiento, incluso en contextos altamente artísticos, como en 2007, durante su participación en la Documenta Kassel, cuando la reversión de su obra Una milla de cruces sobre el pavimento fue destruida por error por el servicio de limpieza de la ciudad. “Más allá de la anécdota, esto habla del carácter irrecuperable de mi obra. El que hubieran retirado y botado a la basura toda la milla de cruces trazadas en la noche anterior a la inauguración reafirmó la vigencia de mi obra. Afortunadamente, la acción alcanzó a ser registrada en video y fotografía, por aire y por tierra. Tengo las más bellas imágenes de este trabajo, pero mi propósito de que Google Earth hubiera recogido esta milla de signos (+) se vió frustrada”, contó el año pasado.

En estos últimos años, la artista mantuvo su trabajo en el espacio público. En 2018 realizó tres acciones: en la puerta de Alcalá en Madrid, frente al Coliseo en Roma, y en el puente del Cuerno de Oro en Estambul. Esta última fue en reemplazo de una intervención que la artista había intentado realizar desde 1997: trazar un signo (+) al centro de uno de los puentes del Bósforo que une Asia y Europa, usando como horizontal la estela que deja una embarcación al cruzarlo. La situación política y el financiamiento impidieron hacerla. “Las migraciones, el tránsito libre en las fronteras y los traspasos generacionales se unen en este proyecto que quedará como desafío legado”, decía Lotty el año pasado.

Intervención artística de Delight Lab para el 8M de 2018, inspirada en la obra de Lotty Rosenfeld.

Ese legado, sin embargo, ya estaba en marcha. En 2018, el colectivo Delight Lab -que se han hecho conocido por sus proyecciones vinculadas a la protesta social- homenajeó a la artista para el 8M, proyectando el No+ en los edificios ubicados sobre el Teatro de la Universidad de Chile, en plena Plaza Italia. Esta noche volverán a hacerlo con una nueva proyección en el edificio Telefónica a raíz del fallecimiento de Lotty Rosenfeld. “Para nosotros es un referente directo en nuestro actuar. Finalmente, ella lleva el discurso crítico a un formato artístico, al espacio público, y se toma ciertos aspectos de la ciudad para poner en cuestionamiento las injusticias, sobre todo durante la dictadura y en su proyecto Mujeres por la Vida. El 2018 la contactamos y de inmediato nos dio su apoyo para el proyecto y luego supimos que había quedado muy contenta. Por eso, para nosotros es un súper potente referente, y si bien sentimos la pérdida de su muerte, al mismo tiempo queremos celebrarla como artista, porque su obra está más que vigente”, afirma Octavio Gana, miembro de Delight Lab.

Pandemia y pobreza: ¿el castillo de naipes era el modelo?

Los pronósticos no varían demasiado: cientos de miles –si no millones– de chilenos pasarán a ser pobres y los que ya lo son, lo serán aún más. Especialistas coinciden en ver la pandemia como una tormenta perfecta para un país marcado por la vulnerabilidad de su población y economía. Si la mayoría vivía en un ascensor que subía y bajaba de la línea de la pobreza, el Coronavirus le cortó los cables. Y no es claro cómo sacarlo del fondo.

Por Francisco Figueroa

A fines de 2019, la Plaza Italia de Santiago era el epicentro de un masivo levantamiento social que decía que la dignidad depende de mucho más que de poder llevarse algo de comer a la boca. Unos meses más tarde, el mismo espacio, rebautizado popularmente como Plaza de la Dignidad, es caja de resonancia de la menos ambiciosa pero mucho más desesperada lucha por evitar que el hambre cause más estragos que el Covid-19. 

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Este cambio en el contenido de los imaginarios colectivos del país refleja la abrupta caída de las expectativas económicas y sociales tras la pandemia del Coronavirus. Al pronóstico de la Cepal sobre un aumento de la pobreza absoluta en Chile de aproximadamente 4% se suman las preocupantes cifras que arroja el INE sobre el último trimestre: la tasa de ocupados bajó en 16,5% y el desempleo llegó al 11,2%.

Estas proyecciones y datos se producen en un panorama económico todavía incierto y con una relativa “ceguera estadística” sobre la evolución real del desempleo y los ingresos por las dificultades que impone la situación sanitaria al levantamiento de datos de calidad. Lo que es claro, sin embargo, es que además de aumentar la pobreza, la crisis desafía la manera en que concebíamos este concepto y las fórmulas que el país había utilizado para intentar reducirla.

Aplanamos la curva… de la pobreza 

Para la socióloga Emmanuelle Barozet, académica e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Facso) de la Universidad de Chile, la pobreza va a crecer a costa de grupos que considerábamos “de clase media” sin que realmente lo fueran. Desde medidas sociológicas basadas en la ocupación, explica, “la clase media es un grupo consolidado, con contratos estables, profesiones calificadas y mayor capacidad de resistir shocks económicos como el que vivimos”. No supera el 30% de la población, dice. 

Una situación distinta vive el resto de los “ni pobres ni ricos”. “Existe un grupo amplio de trabajadores en Chile, alrededor del 40% de la población, que no son clase media, pues no tienen ocupaciones calificadas ni contratos estables y están endeudados. Es el grupo que se mueve en la informalidad. Ese gran conjunto de sectores ‘trabajadores’, si bien no eran pobres, es el que ahora ve amenazada su situación por pérdida de empleo, enfermedad, muerte de un cercano, obligación a quedarse en casa para cuidar a los dependientes, baja de ingresos”, sostiene Barozet. 

La socióloga Emmanuelle Barozet, académica e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (Facso) de la Universidad de Chile.

El también sociólogo de la Facso, Carlos Ruiz Encina, agrega que el hecho de que estos sectores hayan estado sobre la línea de la pobreza antes de la pandemia no significa que estuvieran mejor preparados que quienes estaban debajo. “A los dos lados de la línea de pobreza la situación social es básicamente la misma, porque lo que hay es un nivel de rotación muy fuerte alrededor de esa línea. A los sectores que están arriba, por lo menos cuatro y hasta cinco deciles, con cualquier cosa que los toques, caen debajo. No se aplanó la curva del Covid, pero sí la de la pobreza”, asegura. 

La rotación y la precariedad laboral, la volatilidad de los ingresos y el endeudamiento, añade Ruiz Encina, son características sobresalientes de estos sectores. Por eso, asegura, las encuestas longitudinales (que miran las trayectorias de los individuos a través del tiempo) dicen más que las encuestas que sacan “una foto”, como la Casen. “Si al momento de la foto había más pega en la casa, saltaste dos o tres deciles arriba de la línea. Y cuando se acaba, caes de nuevo debajo”, afirma. 

Una de las primeras encuestas longitudinales que se aplicaron en Chile la realizó entre 1996 y 2006 la Fundación Superación de la Pobreza (FSP). Su asesor de políticas públicas, Leonardo Moreno, cuenta que descubrieron que “si bien Chile tiene unas tasas de pobreza por ingreso bajas, la cantidad de personas que vive el fenómeno de esa pobreza es extremadamente elevada. Tenemos una entrada y salida constante de la pobreza”. La gente que se mantiene en pobreza por ingresos, explica, no supera el 3%, pero hay aproximadamente un 30% de gente que rota.

“Se pensó que habían llegado por fin a ser clase media, pero su situación era precaria. Eran los ‘vulnerables’, es decir, la clase media para ellos era un espejismo. Incluso el Banco Mundial ha argumentado en estos últimos años que las personas o familias que han salido de la pobreza no son clase media”, abunda Barozet. Y refiere al estudio A vulnerability approach to the definition of the middle class (2011) de esa entidad, que sitúa el umbral de vulnerabilidad en el percentil 60 de la distribución del ingreso en Chile y otros países de América Latina.

Abandonados al mercado 

La no consolidación de estos sectores trabajadores como una clase media mejor preparada para resistir el shock de la pandemia, piensa Barozet, está relacionada con que “la política de superación de la pobreza y de aumento del bienestar de la población estaba centrada en la integración al mercado laboral y el crecimiento económico”. Precisamente, dos de los elementos que están “en pausa o con cifras negativas” por la crisis actual.

Para Ramón López, académico e investigador de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, la vulnerabilidad de estos sectores se ha desarrollado gradualmente a través de los últimos 30 años y “fundamentalmente por la falta de equilibrio entre los bienes de mercado, que sí crecieron bastante, y los bienes públicos y sociales, que no crecieron a la misma tasa”. La crisis generada por la pandemia se agrava, sostiene, al coincidir con los resultados acumulativos de esa vulnerabilidad.

Ramón López, académico e investigador de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile.

A fines de los 90 e inicios de los 2000, afirma López, “teníamos una población más joven que usufructuaba bien de los bienes privados: no resentía tanto la falta de protección social al tener mejor salud y no tener que jubilarse todavía. Se estaba construyendo una vulnerabilidad, pero parte de la población aún no la sentía. Pero cuando la población empieza a envejecer, a enfermarse o cuando pierde el trabajo o tiene un accidente, va sintiendo lo vulnerable que es, porque el Estado no le ofrece nada en esas circunstancias”. 

El egreso de “jóvenes endeudados y de universidades que eran una estafa” y la jubilación de más generaciones bajo el modelo de las AFP, “con profesores pasando de ganar 800 mil pesos a 150 el día que se jubilan”, son para el economista golpes de realidad que desnudan las débiles bases que sirvieron para reducir la pobreza desde los 90. A la pandemia, insiste, “los jubilados llegan con ninguna reserva y la clase media llega endeudada y con muy pocos ahorros, porque tenía que pagar un montón de conceptos que en otros países son gratuitos”. Un problema añadido es que estos grupos “se corresponden con familias que no reciben ayuda o poca de parte del Estado”, señala Barozet. 

El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), de hecho, llega a hogares con hasta 400.000 pesos de ingreso, sólo el 34% de los hogares del país. “Es un problema derivado del hecho de que esa línea de pobreza que no discrimina entre condiciones sociales muy distintas, sí discrimina acceso a beneficios”, dice Ruiz Encina. “Por eso no podría (la línea de pobreza absoluta) ser la base de sustento para una política de beneficios y atención a las economías familiares más vulnerables”. A mayor pobreza, suma el sociólogo, “vamos a ver un aumento y un cambio en la fisonomía de la desigualdad en la sociedad chilena. Cuando la gente se imaginaba lo que había detrás del (Índice) Gini, lo que veía era concentración de la riqueza, a diferencia de pobreza, como en el resto de América Latina”. Ahora la desigualdad crecerá en ambas direcciones, afirma, e ilustra con los fondos de emergencia destinados a la micro y pequeña empresa (Fogape): “se ponen en manos de la banca privada, que utiliza un gasto estatal y lo entrega con intereses. Ese tipo de cosas estimula la concentración de ingresos”.

En el otro extremo, añade Moreno, “nos enfrentamos a una situación que no veíamos hace 35 años. Y es que aparecen en el horizonte personas con inseguridad alimentaria. Tenemos malnutrición, es un hecho de todos los países en desarrollo, pero inseguridad alimentaria no habíamos tenido. Es una vuelta atrás muy fuerte”. Soledad Ruiz Jabbaz, académica de la Universidad de Chile especializada en psicología social y comunitaria, recuerda que los sectores populares “han lidiado históricamente con la incertidumbre, es su estado cotidiano”. Al no saber si el sueldo alcanzará hasta fin de mes o si el próximo habrá trabajo, explica, “han elaborado un sistema de vida en torno a esa incertidumbre. Las familias extendidas viven cerca para poder ayudarse; se vive por generaciones en las mismas poblaciones, por ende, las redes son muy densas”. De ahí el rápido resurgir de las ollas comunes contra el hambre, subraya.

Soledad Ruiz Jabbaz, académica de la Universidad de Chile, especializada en psicología social y comunitaria.

Consultada por la relación de los sectores populares con el Estado, cuyas políticas resultarán fundamentales para contener la pobreza extrema, Ruiz Jabbaz advierte que no es cotidiana y que “cuando aparece, está mediada por mucha burocracia, por la sensación de estar siendo examinados, de tener que demostrar que se es pobre. Para obtener su ayuda uno debe estar dispuesto a ser sometido a un escrutinio, a un proceso humillante, en cierto sentido”. Una presencia que sí es cotidiana “es la represión”, añade, “aunque la sensación más común es de ausencia, de abandono”.

¿Otra forma de repartir y producir? 

Para Emmanuel Barozet, “el tamaño de la debacle social y económica podría empujar a un cambio de las reglas del juego, pues la crisis actual desafía todas nuestras concepciones de lo que es la política sanitaria y social. Incluso los grupos de clase media que no se sentían vulnerables pueden serlo hoy o mañana”. 

Frente a la pregunta de cómo enfrentar dicha debacle, Leonardo Moreno asegura que Chile tiene mayor capacidad que a principios de los 90 para aumentar el gasto público, para “echarle una mano a la gente que está en una situación compleja y reactivar la economía”. El gran problema, a su juicio, “es cómo, a través de la política pública, vamos a determinar quiénes son los beneficiarios, si son titulares de derechos o si vamos a focalizar y cómo”. “Con una rotación tan grande alrededor de la pobreza y un 60% tan homogéneo de la población, tener políticas tan focalizadas es complicado”, indica. 

Además, “la cantidad de problemas psicológicos, sociales, de rompimiento de los vínculos que trae aparejada la focalización que en Chile ha tenido durante 40 años el sistema, es brutal. Aquí los pobres no sólo tienen que ser pobres, tienen que demostrar que son pobres, pero no sólo eso, tienen que competir”. 

Desde la FSP, cuenta Moreno, vienen planteando la necesidad de cambiar el modo de focalizar ciertas políticas y asegura que redoblarán los esfuerzos en ese sentido. Se refiere a la necesidad de focalizar “no por individuos, sino por grupos y territorios, trabajando más con la comunidad”. La “fijación con lo individual y a lo más lo familiar”, asegura, impide pensar políticas que favorezcan la cohesión social y “se hagan cargo de un concepto fundante de la pobreza multidimensional: la soledad y el aislamiento social”. 

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Carlos Ruiz Encina coincide en la necesidad de repensar las políticas sociales: “se van a tener que basar en otro modo de apreciar, medir y abordar la pobreza y la forma en que la contempla el gasto social. Discriminar debajo de la línea de la pobreza es un absurdo”. Pero advierte que “esta es como la dimensión hospitalaria del problema de la pobreza, que es contenerla”. El problema más grande, alerta, es que “el modelo de crecimiento que sirvió para reducirla ya no tiene las ventajas que tuvo”. 

“Las ventajas de una economía basada en la inserción primario-exportadora tenían límites, y esos límites ya los tocamos. Apostar a eso no era sostenible en el tiempo. No se va a repetir un ciclo de disminución de la pobreza como el que vimos en ese momento”. Según Ruiz Encina, “habrá que replantearse el patrón de crecimiento, buscar otras formas de inserción en la economía internacional que no impliquen tener que levantarse cada mañana a ver cómo está el precio de los commodities. Ojalá eso cruce el proceso constituyente”. 

También para Ramón López la reducción de la pobreza es indisociable de cómo se produce y reparte la riqueza. “Los grandes monopolios, los súper ricos, los 260 individuos que tienen en promedio una riqueza por encima de los 700 millones de dólares, han creado sólo una proporción de la riqueza que tienen, lo que más han hecho es apropiarse de riqueza existente. Del consumidor, cobrándole precios exageradamente altos; de los trabajadores, pagándole salarios menores a su productividad marginal; explotando a las Pymes, usando información privilegiada –que es extraer riquezas de otros inversionistas–”. 

Por eso propone gravar las rentas económicas, “los retornos al capital que están muy por encima de la tasa que reinvierten”. Es el caso de las empresas del cobre, asegura, que de acuerdo al estudio del que es coautor, Nuevas estimaciones de la riqueza regalada a las grandes empresas de la minería privada del cobre: Chile 2005-2015, generaron “120 mil millones de dólares durante los 10 años del boom que no fueron gravados por el Estado y se dejaron ir a manos de empresas privadas. Chile podría gravar allí sin afectar ni un ápice la inversión e invertir ese dinero en los bienes públicos y sociales en los que estamos tan rezagados”.

Los desafíos que impuso el Covid-19 al modelo universitario

El paso súbito a la educación online de emergencia ha involucrado una serie de desafíos para las universidades a nivel global. En Chile, quizás, la principal dificultad está dada por la dependencia de los planteles del pago de aranceles, herencia del histórico manejo del financiamiento de la educación superior.

Por Antonia Orellana

Andrés (18) vivió un agitado proceso de ingreso a la educación superior: primero le tocó rendir la Prueba de Selección Universitaria en medio de las protestas en contra de ese sistema. Si bien pudo ingresar a una carrera científica en una universidad pública, no alcanzó a tener clases presenciales: el 16 de marzo, debido a la pandemia global del Covid-19, su universidad suspendió las clases y pasó completamente a la modalidad en línea. “La mayoría de mis compañeros son pantallas negras para mí. Sólo he hablado fuera de las clases con un par, pero no conozco a ninguno”, relata. 

Vida universitaria pre pandemia de Covid-19. Crédito de foto: Felipe PoGa.

No es un problema local: en distintos momentos, escuelas y universidades de todo el mundo cerraron sus puertas, afectando a 1.570 millones de estudiantes en 191 países. A nivel global, una de las principales preocupaciones de las autoridades universitarias tiene que ver con el financiamiento. De acuerdo a la encuesta de Times Higher Education Líderes de la educación: ¿dejará el Covid-19 a las universidades en la UTI?, que entrevistó a 200 líderes universitarios de 53 países en los cinco continentes, un 42% de las autoridades teme que haya quiebras en instituciones educativas de su país. De acuerdo a la clasificación que sugiere la OCDE desde 2007, existen cuatro grandes tipos de modelos de financiamiento de la educación superior. Están los países con tasas de arancel nulas o bajas y sistemas generosos de apoyo para los estudiantes, donde se encuentran Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. También existen países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes bien desarrollados, que corresponde al caso de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos. Países con bajas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, como Australia, Bélgica, Francia, Italia, Suiza, República Checa, Irlanda, Polonia, Portugal o España. Y países con altas tasas de arancel y sistemas de apoyo a estudiantes de bajo desarrollo, donde se encuentran Chile, Japón y Corea. 

Para el sociólogo Víctor Orellana, integrante del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile y del centro de estudios Nodo XXI, nuestro sistema universitario está en “alto riesgo”. “El sistema chileno de educación superior, a diferencia de otros en el mundo, depende mucho de los aranceles”, explica. “Los aranceles son una porción muy relevante del financiamiento a las instituciones, al grado de que en algunos casos pagan el funcionamiento completo de la institución». 

Dificultad que hoy se expresa con toda su crudeza: de acuerdo al último Termómetro Social del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, publicado el 17 de junio, el 31,7% de las personas señala que algún miembro de la familia ha perdido su trabajo después del 16 de marzo, de ellos, casi el 80% es atribuible directamente a la pandemia, y el 13,6% como consecuencia indirecta. 

De acuerdo a algunos cálculos, las universidades del Consejo de Rectores estarían recibiendo un 8% menos de ingresos de lo proyectado previo a la pandemia, porcentaje que se distribuye en forma desigual entre las instituciones, acentuándose en algunos planteles regionales. Entre estos menores ingresos se considera una inferior matrícula de primer año, menores ingresos por menor matrícula de cursos superiores, menos ingresos por deserción en el primer semestre y también por morosidad en el primer semestre. 

Es por eso que durante mayo el Consorcio de Universidades Estatales de Chile (CUECH) solicitó al Ministerio de Educación habilitar un nuevo periodo en el Formulario Único de Acreditación Socioeconómica (FUAS) que permite la postulación a gratuidad, becas y créditos de arancel para la educación superior, y a los beneficios complementarios que JUNAEB otorga a las y los alumnos, además de no considerar el año 2020 para el cálculo de avance curricular de la gratuidad. Paralelamente, en el Congreso se han presentado tres mociones parlamentarias que intentan suspender el cobro de aranceles a los estudiantes, las que no han conseguido el apoyo suficiente para convertirse en ley o están fuera de admisibilidad por involucrar gasto fiscal. Además, el Consejo de Rectores de Universidades Chilenas (CRUCH) ha solicitado al Ministerio de Educación permitir el uso efectivo de los recursos excedentes del Fondo Solidario y también un plan financiero de emergencia. La respuesta de las autoridades ha sido negativa. 

“El sistema de educación superior tenía muy poca experiencia respecto a la educación en línea: sólo el 4,41% del total de las y los matriculados en el sistema el año pasado lo hicieron a través de esa modalidad, según el portal Mi Futuro”.

La solicitud de abrir nuevas líneas de apoyo estatal a los estudiantes tiene justificación: este año se matricularon al menos 11 mil alumnos menos y según el Sistema Único de Admisión (SUA), durante este primer semestre hubo una fuga de nueve mil alumnos en 17 planteles. Así, como parte del paquete de medidas dirigidas a la clase media, el presidente Piñera anunció una ampliación y postergación del Crédito con Aval del Estado (CAE), al que podrían acceder un universo de 130 mil estudiantes. De acuerdo a cálculos del Ministerio de Educación, la medida permitiría que ocho de cada 10 estudiantes de la educación superior cursen sus carreras con un apoyo del Estado para el año lectivo 2020. Adicionalmente, la propuesta incluye suspender las cuotas del Crédito con Aval del Estado, lo que beneficiaría a un total de 392.210 personas, incluyendo deudores morosos. 

De acuerdo a Víctor Orellana, “en Chile los aranceles son tan altos que, para los estudiantes, las brechas que hay entre el arancel y las ayudas estudiantiles puede llegar a costar uno o dos meses de arriendo, por lo tanto, es de los primeros pagos que está en riesgo ante una dificultad económica”. Esta morosidad y la permanente diferencia entre el arancel de referencia del sistema de gratuidad y el arancel real de las universidades representa otra amenaza financiera para el sistema universitario.

“Lo que está haciendo con su propuesta de cambios de sistemas de crédito es lisa y llanamente provocar el quiebre de algunas universidades públicas. Yo diría que hay que tener una terapia rápida de disminución de la dependencia de los aranceles, y en el caso de las universidades privadas, el Estado debiera participar de la propiedad y la gestión. No es aceptable que en una situación de emergencia se rescate a los grupos económicos dueños de las universidades privadas. Para que eso se haga el Estado debe participar, no puede simplemente regalar su dinero”, advierte el investigador.

Vida universitaria online

 Cuando se suspendieron las clases universitarias y luego las escolares en marzo, no había proyecciones claras sobre cuánto duraría esta fase de transición. El sistema de educación superior tenía muy poca experiencia respecto a la educación en línea: sólo el 4,41% del total de las y los matriculados en el sistema el año pasado lo hicieron a través de esa modalidad, según el portal Mi Futuro. Es por eso que algunos autores han llamado a distinguir entre la educación en línea o e-learning y la educación a distancia en emergencia, que es la que actualmente se desarrolla producto de la pandemia. Esto, ya que en la educación en línea el factor clave sería la planificación y análisis de las herramientas, cuestión que producto del Covid-19 no ha sido posible: fue un golpe súbito.

A esto se suma que Chile vivía bajo la ilusión de ser uno de los países con mayor penetración digital, pero las diferencias de cobertura, calidad y dispositivos de acceso han mostrado una vez más la desigualdad en el país. Según la publicación Desconexión y brecha digital en Chile durante la epidemia Covid-19 de Ricardo Baeza-Yates y Cristián Ocaña Alvarado, mientras que para el grupo ABC1 tener Internet es tan natural como el agua potable, tan sólo en el segmento C2-C3 ya hay 1.4 millones de personas que no tienen Internet. Luego, en el estrato socioeconómico D y E, que equivale al 50% de la población (más de nueve millones de personas), las restricciones son mayores, con sobre el 70% con móviles con prepago y 3,6 millones de personas sin Internet en sus casas. 

Para sortear esa primera barrera, muchas universidades han entregado dispositivos electrónicos y también chips para la conexión de sus estudiantes con menos recursos. Otras alternativas han sido becas o beneficios de conectividad. De acuerdo a cálculos del CRUCH, en esto se han invertido al menos $16 mil millones, gastos no presupuestados que consideran apoyos en equipamientos y conectividad para los y las estudiantes, licencias y software para docencia virtual, y reforzamiento de infraestructura en TIC, entre otros, lo que implica un aumento de 13% a la fecha respecto al 2019.

¿Qué opinan los estudiante? Según la encuesta Pulso Estudiantil -aplicada a 2.650 estudiantes de más de 100 carreras en 15 regiones de Chile- el 60% declara estar insatisfecho con la respuesta institucional frente a la crisis, mientras que un 47% dice que su casa de estudios se ha preocupado por asegurarles recursos mínimos. En forma transversal, un 72% declara que su relación con las y los académicos ha disminuido. Aún más, 84% de los recién ingresados declara que la modalidad virtual no ha beneficiado su aprendizaje, lo que supera el promedio nacional de 78%. 

“Fue complicado, porque la plataforma online no soportaba a tantos alumnos conectados al mismo tiempo”, cuenta Paula (19), estudiante de primer año de Arte en una universidad privada. “Hasta hoy no he generado relaciones reales con mis compañeros y en pocas ocasiones pudimos vernos con cámara durante el semestre. Tampoco he podido involucrarme en actividades extra a las clases por falta de comunicación general”. 

Vida universitaria pre pandemia de Covid-19. Crédito de foto: Felipe PoGa.

Desde el otro lado, la experiencia tampoco ha sido fácil. Myriam Barahona , presidenta de la Federación de Asociaciones de Funcionarios de la Universidad de Chile, señala que “ muchas veces el sistema remoto nos hace estar en horarios extensos de trabajo, aislados y, principalmente lo que han expresado los trabajadores universitarios es que se han visto muchos trastornos de salud mental respecto a la incertidumbre”. 

Desde la academia, la científica de la Universidad de Antofagasta, Cristina Dorador, llama a tener en cuenta las posibles brechas de género. “Este sistema ha sacado a relucir situaciones previas para las mujeres, de las que quizás no había conciencia, como las labores de cuidado de niños y otras personas mayores. También va a provocar que muchas académicas no logren completar sus planes académicos de este año, principalmente en lo que respecta a redacción de artículos, postulaciones a proyectos y otras actividades que son claves para la evaluación”, apunta. 

De hecho, la revista Nature señaló en mayo que las mujeres estarían inscribiendo menos proyectos de investigación y entregando menos publicaciones a revistas especializadas, lo cual se traducirá en una profundización en la brecha de acceso a la carrera académica. “Si las universidades no reaccionan y realizan acciones afirmativas tanto para ponerse alerta a las brechas de género como contextualizarlas en pandemia”, señala Cristina Dorador. Sin embargo, para la especialista en microbiología hay algunos aspectos positivos en la educación online de emergencia: “reuniones que antes eran muy largas ahora ya no, y también ha servido para disminuir las brechas territoriales: ya no hay excusas para conectarse con colegas de otras ciudades e incluso países”.

La paradoja del recorte educativo

En la encuesta de Times Higher Education la mayoría de quienes dirigen universidades piensan que la ciencia tendrá una mayor prioridad para sus gobiernos el día después del Covid-19: un 62% cree que aumentará el financiamiento para investigación. En Chile podría ser una respuesta ante el debate que se ha venido planteando sobre la gran dependencia que tenemos de la producción extranjera de vacunas e insumos médicos, además de otros tipos de innovaciones que en el combate de esta pandemia se han vuelto cruciales.

Sin embargo, la batalla por el financiamiento de la ciencia local aún no está ganada e incluso hay iniciativas parlamentarias que exhortan al presidente Sebastián Piñera a destinar los fondos de las Becas Chile para ayudar a la clase media y las pequeñas y medianas empresas, lo que finalmente afectaría negativamente el perfeccionamiento de cientos de profesionales. 

El 27 de abril, en tanto, la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) informó que se sumará al recorte presupuestario. Así, durante lo que resta del 2020 se suspenderán las convocatorias en todas aquellas líneas de financiamiento destinadas a cooperación internacional. Esto significa que también se suspenden las convocatorias 2020 de Becas de Magíster en el Extranjero y de sus variantes: Áreas Prioritarias; Personas en Situación de Discapacidad; Profesionales de la Educación; Subespecialidad Médica en el Extranjero; y Postdoctorado en el Extranjero. Pero, en otro ámbito, la ANID adjudicó recientemente 63 proyectos del concurso rápido Fondo para Proyectos de Investigación Científica sobre Covid-19. 

Según el investigador Víctor Orellana, “el alto grado de mercantilización de la educación superior ha hecho que esta pierda su eje. La pregunta debiera ser cómo ayudan sus estudiantes de medicina, los laboratorios, los recursos institucionales e intelectuales a bajar los contagios. ¿Por qué no nos estamos haciendo esa pregunta? Porque dependemos tanto de los aranceles, que las universidades se están preguntando cómo sobrevivir y no cómo aportar. Es decir, lo que debiesen hacer las autoridades es resolver rápidamente la cuestión de la supervivencia financiera para pasar a la verdadera discusión”.

Ollas comunes: lección de resistencia y solidaridad en tiempos de crisis

Dicen que siempre hay dos caras de la moneda y que siempre una crisis trae consigo una oportunidad. Autogestionadas, sin colores políticos y con mucho corazón, las ollas comunes vuelven a aparecer en Chile para combatir el hambre en medio de la pandemia, al igual que hace más de 30 años, durante la dictadura. Ellas son hoy el reflejo de un país más pobre de lo que hubiéramos querido creer y al mismo tiempo son ejemplo de la lucha de un pueblo que, unido, es capaz de organizarse por sí solo en la adversidad de su propia historia.

Por Denisse Espinoza A.

Ese 18 de mayo otra olla a presión explotó. Venía bullendo hace tiempo, vacía de alimentos, pero llena de necesidades, impotencia y desesperación. Fue en la comuna de El Bosque donde el brutal escenario quedó al descubierto, donde decenas de pobladores decidieron romper la cuarentena que el gobierno había decretado para salir con mascarillas y palos a gritar simplemente: ¡hambre! Fuerzas Especiales llegó a contener la protesta, a intentar acallar la furia de los pobladores, pero el mensaje ya había sido entregado. Tras las medidas de cuarentena obligatoria y el creciente desempleo, ya se instalaba una pandemia aún peor: la de la cesantía y falta de alimentos. 

Así, luego de casi tres meses de confinamiento, las mismas multitudes que golpearon con cucharas de palo ollas y sartenes como instrumentos sonoros de protesta, hoy las sacan para darles de comer al pueblo. A lo largo de todo Chile son los propios vecinos de las poblaciones vulnerables quienes se organizan para compartir un plato de comida caliente que les permita seguir viviendo con dignidad. Según una encuesta del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, el desempleo marca un 15,6% en Santiago, la peor cifra en 35 años; y de acuerdo al INE, un 11,2% a nivel nacional en el último trimestre. La ecuación es simple y desoladora: el virus trajo la cuarentena, la cuarentena trajo cesantía y la cesantía trajo hambre. Así, como dos curvas paralelas en ascenso, se multiplican también los casos de contagiados (sobre los 300 mil) y fallecidos confirmados por Covid-19 (7.057, según cifras del DEIS). Frente a esto, el pueblo se organiza en una estrategia de resistencia y solidaridad que sólo se había visto con esta intensidad en los años 80, en plena dictadura y crisis económica. El flashback a esa época es inquietante y deja en el aire la pregunta: ¿qué tan cierto es que Chile ha superado la pobreza en estos 33 años de posdictadura?

La vecina de El Bosque, María Valdera, junto a un equipo de mujeres preparando los ingredientes para su olla común.

“Tengo 57 años, soy diabética crónica, insulinodependiente, podría en este momento estar en mi casa, haciendo mis cosas, viviendo mi mundo, pero así me enfermaría más. Prefiero estar afuera, ayudando a mi vecino y lo hago de corazón. El Bosque va a salir adelante, vamos a salir victoriosos y el gobierno va a tener que darse cuenta de que hay mucha necesidad, nadie mira el bolsillo del pueblo”, dice María Valderas, vecina de El Bosque, de la calle Las Pataguas, quien trabaja de lunes a sábado en una olla común que entrega 360 colaciones al día. Debido a la pandemia y para evitar al máximo el contacto físico, levantaron un sistema de delivery, que permite a los vecinos que están inscritos recibir su almuerzo en casa. Además, los 30 trabajadores, entre cocineros, asistentes y repartidores, están equipados con guantes, mascarillas y mallas para el pelo. “Nos levantamos a las 8.30 de la mañana a poner agua a hervir y empezar a cocinar, hay vecinos que se llevan a su

casa unos sacos de papas o zanahorias para pelarlas y cortarlas, también hay gente para la limpieza y lavar los fondos, empezamos el día antes a adelantar las cosas. A las 12 ya estamos emplatando en los envases para que a las 12.30 se empiece a repartir”, explica María. “Estas son ollas autogestionadas, recibimos donaciones de vecinos y gente anónima que hace aportes. No hemos recibido ayuda del municipio ni la queremos, porque acá no hay colores políticos y no queremos avalar ningún proyecto de gobierno”, agrega. 

La prontitud y eficacia con la que estas organizaciones se levantaron y están actuando en los territorios ha dejado corto al gobierno, el que ha sido dura y transversalmente criticado por la insuficiente ayuda anunciada el 17 de mayo pasado por el presidente Piñera: 2,5 millones de cajas de mercadería que irían sólo al 70% del 40% de la población más vulnerable de Chile, según el Registro Social de Hogares. Muchas familias aún esperan la caja que incluye cereal, legumbres, arroz, fideos, conservas, aceite, leche, detergente, jabón líquido y no mucho más.

Las redes sociales han sido clave para que estas organizaciones se levanten y funcionen pidiendo aportes voluntarios. Una de las primeras en Twitter fue @comunolla, que partió con 32 y ahora ya suma 345 en todo Chile. También se puede consultar el hashtag #elpuebloayudaalpueblo para obtener información detallada de dónde, cuándo y cómo ayudar; o acceder al sitio web ollasolidaria.cl, que tiene un registro de varias iniciativas y donde se puede donar en línea. En su mayoría, las organizaciones cuentan con su propia cuenta de Facebook e Instagram, donde van subiendo fotos de sus labores y campañas. Además, la Universidad de Chile e integrantes de la Fundación Vértice están elaborando un mapa virtual con todas las ollas comunes y campañas solidarias a lo largo de Chile.

Donde comen cuatro, comen 100

 Celia Ramírez vivía en Conchalí, pero junto a su familia viajaba todos los veranos a Las Cruces, donde tenía un trabajo haciendo aseo en una residencial. Hasta que un día, la dueña le ofreció quedarse, le consiguió una casa y hoy Celia, junto a su marido Claudio Valenzuela y sus hijos Noemí de 24 y Lucas de 13, viven hace cinco años en el balneario. Les cambió la vida. “Jamás volveríamos a Santiago. En Conchalí estábamos en un sector con mucha delincuencia, droga, teníamos que vivir encerrados en una burbuja porque todos los fines de semana había balacera”, cuenta Celia, quien hoy va en ayuda de sus vecinos al liderar la olla del Comedor Solidario Las Cruces. “Como familia nos conmovimos porque supimos de muchos abuelitos que vivían solos y no tenían cómo alimentarse. Empezamos el 5 de abril, llevándoles almuerzo a 40 adultos mayores. Muchos creen que por no tener una situación económica buena no se puede ayudar, pero todos podemos hacer algo”, dice Celia, quien hoy está entregando, junto a su familia, 160 almuerzos los martes, jueves y sábados. Los domingos hacen desayunos para los niños u onces que también llegan a toda la comunidad y también han realizado actividades vendiendo empanadas a $1.000 para recaudar fondos. También en este último mes pasaron de cocinar en la casa de Celia a ocupar la sede del Club de Pesca y Caza Los Halcones de Las Cruces.

Algunos de los integrantes del comedor solidario del balneario Las Cruces.

Detrás de cada olla común hay historias de vida unidas no sólo por la necesidad de alimentarse sino también la de encontrarse con otros que comparten contextos de vida similares. Otro rasgo que se repite en estas ollas comunes de ayer y hoy es el liderazgo de las mujeres. Un ejemplo claro es el del grupo de vecinas conformado por Elizabeth Tejeda, Angélica Ríos, Fresia Bravo, Rosa Tejos, Evelyn Pichinao y Verónica Henríquez, de la población El Progreso en Temuco, quienes hace más de 10 años vienen trabajando en su comunidad realizando ferias de trueque, haciendo celebraciones de Navidad, Día del Niño y de aniversario de la población, que partió como toma en 1990. “Nuestros maridos trabajan, son obreros de la construcción, pero ahora están cesantes”, dice Elizabeth. “Juntas, nos propusimos primero ayudar con almuerzos a los adultos mayores y partimos con 20 personas, pero hoy ya entregamos colaciones tres días de la semana a 220 personas. Se ha sumado mucha gente por el tema de la cesantía, hay muchas mujeres solas criando a sus hijos, que también necesitan pañales y ropa”, añade.

“La municipalidad no se ha acercado para nada, nosotras hacemos todo con donaciones anónimas y de vecinos, por ejemplo, El Club de Leones ha costeado almuerzos, también la comunidad mapuche Trapilhue y Maquehue se han portado muy bien y están donando también a otras ollas comunes sus productos, los pescadores de Queule también nos trajeron pescado para las familias”, enfatiza Elizabeth.

Demasiadas veces hemos visto que cuando la necesidad es inminente, cuando la catástrofe se cierne sobre los más pobres, estos no tienen ni siquiera el tiempo para lamentarse o sufrir. Al contrario, rápidamente salen a las calles y luchan con más fuerza, levantan lo que ha caído al suelo, construyen una red de afectos y ayudas concretas, y al final del día hay siempre más sonrisas que lamentos. En tiempos adversos es cuando la solidaridad pareciera salir a la luz, pero lo cierto es que hay familias que vienen haciendo un trabajo de ayuda al prójimo más prolongado.

Es el caso de Estephanie Ortiz y Manuel Ruiz, matrimonio que desde hace tres años realiza un servicio a la comunidad entregando alimentos a personas en situación de calle. La actual pandemia, simplemente, amplificó sus labores. Partieron hace dos meses con tres ollas comunes y ahora ya suman siete desplegadas en las comunes de La Pintana, El Bosque y San Bernardo. “Cada vez hay más hambre”, dice Fanny, quien junto a un equipo de 30 personas entrega más de 2 mil colaciones a la semana. “También hacemos entregas directas de cajas con mercadería y ropa, además de otras ayudas. Hemos recibido muchas donaciones del barrio alto, pero lo cierto es que cada vez es más difícil parar la olla, porque es difícil que alguien done más de una vez”, cuenta Fanny, quien tiene cinco hijos junto a su marido Manuel Ruiz, dueño de una pyme, una pequeña pizzería en La Pintana. “Las cosas están pesadas para nosotros también porque las ventas han bajado, pero no vamos a bajar los brazos. A mis ojos, el gobierno no está haciendo ni la mitad de lo que el propio pueblo está haciendo”, dice Fanny.

Lo cierto es que, frente a la actual situación de hambruna, el gobierno ha pecado de ignorante. El pasado 28 de mayo, el ex ministro Mañalich reconoció que “no tenía conciencia” de la magnitud de la pobreza y hacinamiento en Chile. Sin embargo, los datos estaban a la vista. Según la Cepal, el nivel de pobreza pasará del 9,8% al 13,7% en Chile debido a la pandemia. Y, sin embargo, el gasto social público de Chile es el segundo más bajo de todos los países OCDE. En este ámbito, el gasto del Estado llegó al 10,9%, cifra que se ubica muy por debajo del 20,1% de la media que destinan los 36 Estados miembros.

“Si algo tiene el gobierno es disponibilidad de información, datos riquísimos. Si el gobierno no previó la situación actual es porque simplemente no quiso verlo, no puede declararse sorprendido”, afirma la psicóloga Clarisa Hardy, quien fuera ministra de Planificación en 2006 en el gobierno de Michelle Bachelet y hoy ejerce como presidenta del Instituto Igualdad. “En el primer gobierno de Bachelet, cuando empezamos a idear el sistema de protección social, advertimos que en la medición de la pobreza no se estaba consignando el índice de vulnerabilidad. Es decir, que frente a circunstancias que no se controlan, como enfermedades, accidentes, crisis económica, catástrofes naturales, inmediatamente un gran segmento de la población iba a caer en pobreza porque su nivel de ingresos es muy ajustado, les permite salir de la línea de pobreza, pero en el momento en que tienes un shock, lo pierden todo”, afirma la psicóloga.

Hace 33 años, Hardy iniciaba, bajo el alero de la Academia de Humanismo Cristiano, una experiencia de apoyo externo profesional a las ollas comunes que estaban emergiendo con fuerza en dictadura. “Hacíamos de mediadores para conseguir ayuda internacional, recursos para víveres, les dábamos asistencia técnica, por ejemplo, contratamos a una nutricionista para ayudarles a mejorar sus ollas, los asesorábamos sobre cómo ir al consultorio para exigir que a los niños los pesaran y midieran y así poder acceder a los programas de alimentación complementaria. Lo que hacíamos era una investigación en terreno, estudiamos la realidad, pero además actuamos y todo se hizo participativamente, los mismos pobladores llenaban nuestros formularios, nunca tuvimos encuestadores”, recuerda hoy la presidenta del Instituto Igualdad, quien en 1986 publicó el primer libro al respecto: Hambre + dignidad = ollas comunes, y en 1987, el segundo, Organizarse para vivir, pobreza urbana y organización popular. Ambos cobran hoy una vigencia inusitada, por lo que Hardy ya está en conversaciones para reeditarlos.

“La gran diferencia entre las ollas comunes de ese entonces y las de hoy es que antes era un país que no tenía el espacio fiscal que tenemos hoy ni tenía un gobierno democrático ni tenía partidos políticos ni debate ni organizaciones sociales legítimamente haciendo demandas. Entonces, hoy tienes un cuadro político absolutamente distinto y lo brutal es que estamos acercándonos a vivir una situación de crisis económica comparable a aquella”, afirma.

Ollas inmigrantes 

Sin duda, una de los segmentos más vulnerables de nuestra sociedad es la población migrante, de la cual una buena parte se concentra en el norte de Chile. Elizabeth Andrade es peruana y vive desde 2009 en la población Los Arenales en Antofagasta, compuesta por 1.700 familias, 85% de ellas migrantes. Ella, eso sí, llegó a Chile en 1995. “Tengo ya la residencia, pero nunca he dejado de sentirme inmigrante. Claro que en estos 25 años las cosas han cambiado. Primero vine trabajando de irregular, inventando cualquier excusa para poder cruzar la frontera Tacna-Arica, hasta que me pude quedar. Luego me fui a Antofagasta y trabajé como asesora del hogar puertas adentro e incluso me pude pagar mis estudios de educadora de párvulos, pero hace tres años dejé de ejercer para dedicarme a la dirigencia al mil por ciento”, cuenta Elizabeth, quien ahora, por la pandemia, ayuda a gestionar ollas comunes que reparten 400 raciones de lunes a viernes. “No es suficiente, pero es lo que podemos hacer por ahora. Nos dividimos en cinco comités y algunos de ellos incluso han decidido vender el plato a $1.000 para poder seguir financiándonos, pero en algunos lugares simplemente no hay dinero”, cuenta.

La organización ha sido vital y ya hace tres años existe la Red Nacional de Migrantes y Promigrantes en Chile que reúne a 50 grupos de chilenos y otras nacionalidades, la mayoría peruanos, bolivianos, ecuatorianos y en menos cantidad venezolanos, colombianos y brasileños. “He ido descubriendo cómo opera la discriminación y el racismo, pero también he visto el empoderamiento de vecinos y vecinas, nuestro reconocimiento como sujetos dignos de derechos y la sororidad, porque la mayoría somos mujeres”, dice Elizabeth.

  La Coordinadora Feminista Migrante, que es parte de la red, le entregó a la población Los Arenales $600 mil, con lo que pudieron armar cajas solidarias para 30 familias, mientras que otra brigada migrante de Temuco donó a la red $1 millón para que las distintas organizaciones pudieron comprar equipamiento de sanitización como mascarillas, alcohol gel, trajes especiales y una bomba de fumigación. “Hemos decidido migrar, hemos decidido ser parte de este Chile que ya despertó. Más allá de que las autoridades hayan hecho hasta lo imposible por mostrar una migración nefasta, nosotros mostramos una migración que es una oportunidad de conocer, de integrar las riquezas de nuestras culturas”, afirma la dirigenta.

De cartón y cholguán son la mayoría de las habitaciones del campamento La Pampa en Alto Hospicio.

A 417 km de ahí, en Iquique, está el campamento La Pampa, que abarca siete hectáreas en Alto Hospicio donde viven 90 familias, 95% de ellas migrantes. La mayoría no tiene trabajos formales ni están en los registros del gobierno municipal o nacional. Muchos llevan más de siete años en el país, pero siguen sin poder regularizar sus papeles. La precariedad del campamento es máxima. No tienen agua potable, la luz es un cableado que ellos mismos levantaron y sus viviendas están hechas de cartón y cholguán. Durante la pandemia, la cesantía y el abandono por parte de las autoridades se ha hecho sentir más que nunca. Así, desde abril comenzó a funcionar el comedor popular Mink’a (trabajo en comunidad en lengua quechua), donde se reparten entre 270 y 300 almuerzos diarios y que también es la casa del dirigente Enrique Solís, integrante del Movimiento Independiente por la Dignidad. “Ahora mismo no podemos estar peor, y por lo mismo tenemos que ser optimistas, vemos este momento como una oportunidad para mejorar nuestra situación”, dice el dirigente que ha contado con apoyo externo en la logística y acopio de alimentos y ayuda económicas de un grupo de académicos de la Universidad Arturo Prat.

Gracias a eso, el campamento tiene ahora los recursos para construir un comedor desde cero, una sala albergue para mujeres que sufren violencia intrafamiliar e instalarán cuatro postes de luces fotovoltaicas, que iluminarán las cuatro calles que componen el campamento. Pero uno de los problemas más grandes es la falta de agua potable y es lo que los mantiene en una tensa disputa con el municipio y el gobierno regional. “Hay 23 camiones aljibe privados que nos venden agua a través de unos bonos que nos entrega el municipio. Para una semana nos entregan 1.000 litros de agua, por los que pagamos 3.500 pesos, pero resulta que con eso no alcanza. Una familia necesita al menos el doble por semana, entonces, cuando se nos acaban esos bonos, tenemos que pagar 6.000 pesos, lo que es una barbaridad, es mucho más de lo que cualquiera paga en una casa residencial. Acá hay un lucro terrible y las autoridades no escuchan. Ahora, con la pandemia, el agua es indispensable para cuidar la higiene y evitar contagios”, reclama Enrique Solís.

Política de la calle

Aunque la mayoría de estas ollas comunes no tienen un origen partidista, sino que atienden más bien a las necesidades básicas humanas, lo cierto es que inevitablemente van apareciendo demandas políticas. Lo mismo sucedió hace 30 años, advierte Clarisa Hardy: “Esas ollas no nacieron como contestatarias a la dictadura, lo fueron en la medida en que se organizaron mínimamente para sobrevivir y a partir de ese encuentro comenzaron a analizar y a compartir experiencias y a politizarse. Hoy, tras el estallido del 18 de octubre, ha quedado claro que hay un tejido social reconstruible y que, ante la necesidad, este resurge espontáneamente”. 

Fue justamente así cómo nació el Comité de Cesantes de Quilicura, un grupo liderado por personas que hasta marzo estaban en la primera línea de la protesta y que cambiaron capuchas por mascarillas para seguir ayudando, esta vez en la organización de ollas comunes y un ropero solidario que se mueven por toda la comuna. “Estamos entregando 350 colaciones, dos días a la semana, en distintos sectores. Nos llegan aportes de vecinos de otras comunas, pero también tenemos harta ayuda de chilenos de fuera de Chile, compatriotas de Suiza, EE.UU. y Canadá que están viendo desde allá lo que ocurre y se han motivado en apoyar, porque la verdad es que las cajas del gobierno son totalmente insuficientes”, dice Alberto Vilches Mautz, coordinador general del comité. 

Un adulto mayor recoge su alimento en una de las ollas comunes de Quilicura, que organiza el Colectivo Cesantes de esa comuna.

A fines de junio y ante la proliferación de ollas comunes, la Subsecretaría de Prevención del Delito emitió un protocolo que obliga a obtener un salvoconducto a cada persona que participa en una olla común para reducir la movilidad de la gente en la calle. Este documento será enviado al mayor de Carabineros o al oficial de más alto rango de la comuna, quien lo validará y otorgará el permiso de circulación. La mayoría de las organizaciones rechaza la medida y desconfían de las buenas intenciones del gobierno. “Ninguna olla común tiene la capacidad de entregar la totalidad de las colaciones al domicilio de cada persona. Yo creo que es un protocolo para tener identificada a la gente, tiene otro fin. Son el tipo de medidas que usan para evitar que la gente se movilice y se agrupe, lo mismo que sucedía en Plaza de la Dignidad”, lanza Alberto Vilches. “Al gobierno le molestan estas organizaciones porque quedan mal afuera, porque se ve el hambre que hay en Chile”. 

Cabe preguntarse, además, por qué es la Subsecretaría de Prevención del Delito la que se hace cargo de emitir este protocolo y no otra entidad más afín a la naturaleza del problema, como el Ministerio de Desarrollo Social y Familia. En palabras de Hardy, “con estupor hemos conocido un protocolo para ollas comunes emanado de la Subsecretaría de Prevención del Delito, como si esta fuera una cuestión de orden público. Junto con tamaña insensibilidad aparece la ignorancia de la realidad y se aplica un protocolo único para toda la variedad de situaciones. Cuando no se confía en la participación ni en la descentralización y menos en la capacidad de organización ciudadana, se producen estas aberrantes decisiones”, afirma. 

Con el paso de las semanas y el persistente avance del Coronavirus, la subsistencia de las ollas se hace cada vez más compleja. Mientras crecen en número, la ayuda en donaciones se hace más difícil de sostener. A pesar de ser una red de solidaridad loable, organizada y eficaz, sin duda lo mejor sería que el Estado fuera capaz de resolver el problema del hambre. “Este es el momento para que Chile se endeude y haga el gasto social que corresponda, es el país con la tasa más baja de endeudamiento en América Latina y por esta crisis nunca antes habían estado más bajos los créditos, con tasas muy bajas, en rigor, vas a poder devolver la plata casi sin interés. No sé para qué más podría servir el Fisco y el gobierno si no es para acudir a salvar las necesidades mayoritarias de la población. No es este el momento para guardar la plata en un chanchito”, remata Hardy.