Alfredo Jadresic: la historia de la medicina chilena en primera persona

A sus 94 años, el decano de la Facultad de Medicina en tiempos de la Reforma Universitaria de 1968 ha sido testigo de los cambios de un sistema de salud que, a su juicio y en el contexto de la pandemia por Covid-19, hoy no da el ancho. Pero aún no es tarde. El médico y Profesor Emérito de la Universidad de Chile cree que si replicamos las experiencias exitosas de “los mejores años de la medicina chilena” podemos reconstruir un sistema sólido, integrado y en línea con las necesidades de quienes habitan este país.

Por Jennifer Abate C.

Alfredo Jadresic es médico, pero quizás será recordado más como un pensador del siglo XX. Ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en 1943 e incluso desde ese momento asumió un compromiso no sólo con su carrera, sino con el estado de la salud pública en Chile. Fue el creador de instituciones pioneras como el Laboratorio de Investigaciones Endocrinas y la Unidad de Radioisótopos del Hospital San Juan de Dios y figura clave de la Reforma Universitaria de 1968, que cambió el cariz de la Casa de Bello y la dotó de mayor democracia y de una cercanía más estrecha con la sociedad chilena. Opositor a la dictadura, fue detenido en el Estadio Nacional y en 1973 inició un exilio que sólo terminó a fines de los años 80, cuando regresó al país y se sumó a la tarea de la renovación de los estatutos de la Universidad. Hoy, confinado en su casa junto a su compañera Patricia Samsing y muy al día en el acontecer nacional, ve con indignación la respuesta que el Ministerio de Salud ha tenido frente a la pandemia del Covid-19 y recuerda mejores tiempos, cuando las características del sistema de salud chileno eran su enfoque social y su fuerte integración a lo largo y ancho del país. Esperanzado en una nueva Constitución, la reconoce como la principal vía para solucionar las deudas estructurales de un país que dejó de preocuparse por sus habitantes.

El médico y decano de la Facultad de Medicina en tiempos de la Reforma Universitaria de 1968, Alfredo Jadresic. Crédito de foto: Felipe PoGa.

—¿Cuáles son esos cambios estructurales que usted cree que le faltan a Chile? 

Creo que la experiencia del 18 de octubre es contundente. Lo que me sorprendió a la vuelta del exilio, mucho más que se produjera el 18-O, es que se demoraran tanto en manifestarse. Te diría que mi esperanza es que salga una nueva Constitución que restablezca en Chile el sentido de un gobierno solidario, responsable. Yo creo que hay que aumentar los impuestos de los sectores de mayores ingresos gradualmente, y eso lo ha declarado con un éxito muy grande Thomas Piketty en un libro que tiene casi el mismo título que el de Karl Marx, El capital en el siglo XXI, y ahí plantea que, para alcanzar la paz social, lo que hay que hacer es establecer como derechos humanos el derecho a la salud, a la educación, previsión, y resulta que esto requiere aportes solidarios. ¿De dónde puede venir esa solidaridad? De los sectores más ricos, ahí hay una posibilidad de entregar en Chile educación gratuita, de calidad, para toda la población, servicios de salud excelentes y de gran calidad.

—El historiador Marcelo Sánchez dice que el modelo fragmentario que tenemos hoy no puede recibir el nombre de sistema de salud. ¿Cuál fue la orientación sanitaria predominante en el siglo XX chileno? ¿Cuándo pasamos de una atención sanitaria concebida como medicina social a un instrumento administrativo que hoy llamamos red asistencial? 

La dictadura barrió con todo. Por ejemplo, se acabó el Servicio Nacional de Salud unificado (que en nuestro país estuvo vigente entre 1952 y 1979) y se formaron 29 servicios regionales que se entienden directamente con el Ministerio de Salud. En el Servicio Nacional de Salud yo tuve la experiencia de ser miembro del Consejo Nacional Consultivo de Salud, que se creó para perfeccionar la situación docente asistencial que se daba desde la Facultad de Medicina y que funcionaba en los hospitales estatales. Estaba presidido por el ministro de Salud y lo integraba el director del Servicio Nacional de Salud, los directores de otros servicios de salud de carácter público, el presidente del Colegio Médico, de los odontólogos y químicos farmacéuticos, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios que la dictadura hizo desaparecer el año 82, representantes de los trabajadores y empleados, y otros organismos. Bueno, ese consejo asesor establecía todo lo que son los planes, la coordinación de todos los servicios, la integración. Eso significaba orientación, participación social. Ahora, con la pandemia y lo que ha ocurrido, se ha llegado a hablar de que nosotros hemos vivido el desastre porque aquí hay un desgobierno total. En ninguna parte se da una integración, hay un sentido de la libertad en que cada uno hace lo que se le da la gana. Lo que yo te cuento sobre la integración tan interesante de las universidades tradicionales con el servicio a lo largo de todo el país aseguraba que en esos hospitales hubiera educación continua para la gente, porque todos los hospitales de mayor jerarquía estaban vinculados con la Universidad de Chile, la Universidad Católica, la del norte y la de Concepción. Hay evidencia de que no se puede entregar, como si fueran dictadores, a un presidente y a sus ministros todo lo que hay que hacer en este país. Yo digo que no hay por dónde perderse, hay experiencias en Chile de que las cosas marchan mejor cuando el Estado es gobernado con un entendimiento social amplio.

—¿Cuáles son las características que debería tener un sistema de salud que responda a las necesidades del país? 

Te lo explico desde mi experiencia, ni siquiera es una elucubración esto: yo creo, simplemente, que aquí falta una contribución de la gente que está mejor dotada para opinar y participar en esto. Mira, la Sociedad Constructora de Establecimientos Hospitalarios, que fue clave para darle estructura a los hospitales a lo largo del país, desapareció y en Chile no se construyó ningún hospital desde 1973 hasta 1990. ¿Cómo puede darse eso? Son casi 20 años de crecimiento de la población y en el país no se crean nuevos hospitales. ¿Dónde está la clave de todo? La clave de todo está en la experiencia que Chile ha tenido, se está hablando de cosas concretas que pueden hacerse y la esperanza, para mí, es la nueva Constitución. Después del 18 de octubre y de la pandemia, cualquier visión inteligente reclama seguridad en este país, que el Ministerio de Salud sea solidario y responsable de la cobertura adecuada.

—La Escuela de Salud Pública de la U. de Chile anunció que ya no utilizará los datos del Ministerio de Salud porque “hacen imposible toda modelación”. No han sido los únicos: el requerimiento de datos fidedignos ha sido una pieza clave en el debate sobre transparencia en nuestro país. ¿Cuál es la relevancia de contar con datos fiables y que sean bien informados a la población? 

Yo creo que ha sido vergonzosa la manera en que el gobierno y el ministro Mañalich aparecieron como un gobierno triunfalista que lo hacía mejor que Argentina. Mira, las estadísticas se pueden manipular mucho y pueden servir para muchas cosas, pero la manera en que se enfrentó aquí [la pandemia] fue tan deshonesta, que resultó en la caída del ministro más blindado que tenía este gobierno. Se habla a cada rato de transparencia y se burla la transparencia, es absolutamente obvio. Este gobierno ha hablado de solidaridad, pero solidaridad, ¿dónde?, ¿con quién? Aquí la única solidaridad que puede darse para solucionar este tema es un financiamiento adecuado. Este país, en los últimos 40 años, ha multiplicado por cuatro, cinco veces el Producto Nacional Bruto, y un país rico lo que ha hecho es aumentar la distancia que hay entre los pobres y los ricos. El avance ha sido mínimo y la solidaridad no puede darse de otra manera: toda la riqueza de este país, a la que contribuyen todos los trabajadores, debe repartirse a todos los trabajadores, son cosas muy elementales. Este gobierno sigue usando la palabra solidaridad, son los capitalistas que hablan de solidaridad y no han entregado un peso para las necesidades de la sociedad.

Las ventajas del cogobierno Sin esperarlo y dedicado en ese tiempo a sus estudios de endocrinología, el doctor Alfredo Jadresic se convirtió en decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile entre los años 1968 y 1973. Le correspondió liderar, desde la que entonces era la Facultad con mayor peso en la Universidad, la Reforma Universitaria de 1968 que cambiaría el rostro de la institución, pues modificó, como rescata Memoria Chilena, de “manera sustancial el contenido y las orientaciones de las funciones universitarias, estableció una nueva estructura de autoridad y poder que permitió la participación de la comunidad universitaria en el gobierno de las universidades y se esforzó por buscar una mejor inserción de estas en los afanes por lograr el desarrollo y la modernización del país”.

“Hay evidencia de que no se puede entregar, como si fueran dictadores, a un presidente y a sus ministros todo lo que hay que hacer en este país. Yo digo que no hay por dónde perderse, hay experiencias en Chile de que las cosas marchan mejor cuando el Estado es gobernado con un entendimiento social amplio”.

—¿Cuál era la relevancia de emprender un proceso de esas características en la Universidad de Chile? ¿De qué manera la reforma cambió a esta institución? 

En Chile se pensaba que en las universidades había una estructura muy autoritaria, muy dirigida por los profesores y que en algunos aspectos no reconocía los esfuerzos sociales que eran muy importantes, pertinentes a la universidad. Se trataba de que desde la universidad hubiera una visión en todos los ámbitos de práctica que estaban ocurriendo, pero esa participación no se podía dar porque no había ningún organismo en que los estudiantes estuvieran representados. Entonces irrumpe una demanda muy fuerte de participación y desde ese momento se elige al rector, decanos, en los consejos hay participación triestamental y eso determina un cambio muy fundamental en la orientación que toma el trabajo universitario, que en salud fue muy importante. La Chile introdujo un cambio notable en los planes y programas de enseñanza. Por ejemplo, se sacó la enseñanza de la medicina de los hospitales a las poblaciones, a los consultorios, para que se conocieran otros aspectos de la realidad nacional. En la experiencia que yo tuve, la universidad tuvo un vuelco muy fundamental.

—La idea del cogobierno sigue generando incomodidad. Usted vivió ese “experimento” en la Facultad de Medicina. ¿Cómo funcionó esa iniciativa? 

En la Facultad de Medicina tuvimos un entendimiento absolutamente total con los estudiantes y funcionarios. Los estudiantes con un 25% y los funcionarios con un 10% y, bueno, con un 65% los académicos, pero se introdujo en ese momento un concepto que es muy importante, que es hablar no de una institución, sino de una comunidad, porque tenemos todos algo en común y lo que tenemos en común son los planes y programas que señalan hacia dónde va la Facultad, y en Medicina se produjo una filosofía muy favorable. El respeto mutuo que se establece en ese momento es porque tenemos algo en común, que es el objeto en que tú estás empleando tu actividad laboral. El año 69, cuando dimos la bienvenida a los nuevos estudiantes, invité a un funcionario a que participara en los discursos de bienvenida. Mira, el funcionario hizo un discurso que fue el mejor de todos, había una pasión en su voz, un entusiasmo con el que este funcionario se refería a lo que era la bienvenida para los estudiantes, que venían a cumplir una función tan importante. El hospital universitario anterior tenía paros unas tres o cuatro veces al año, a veces de semanas, no se atendía; nosotros no tuvimos nunca, en los cuatro años, un conflicto con los estudiantes que llegara a un paro. Yo soy un absoluto partidario de que la Facultad de Medicina no tuvo un periodo mejor que los cuatro años del 68 al 72, sin conflicto y con expansión y desarrollo increíbles, yo creo que todo el mundo se identificó con el proyecto. ¿Por qué no hacer participar a los estudiantes en los consejos? Yo soy un gran partidario de los cogobiernos. Si a mí me preguntan “¿usted, en que se basa para decir esto?”. Me baso en los tres años en que fui decano de la Facultad de Medicina, que era la Facultad más amplia que tenía la Chile en esa época.

—Usted enfrenta la pandemia con 94 años. Sabemos que el virus afecta de manera particular a las personas mayores. ¿Cómo ha vivido el proceso de confinamiento?

Mira, yo tengo una compañera maravillosa, Patricia es profesora de inglés, pero es poeta, pintora, ceramista, muchas cosas más, con muchas inquietudes intelectuales. A la semana de conocerla, yo le propuse matrimonio y ella dijo que sí, que se casaría conmigo. Mi madre, que estaba preocupada porque tenía 30 años y no me casaba, me pedía que aceptara ver a algunas jóvenes compañeras de mi hermana y apareció un día Patricia, era un jueves. Ese fin de semana le dije a mi mamá: “parece que conocí a la persona con la que me voy a casar”. El jueves siguiente, sin haber tratado de ninguna manera un tema sentimental, yo le dije “¿tú te casarías conmigo?”. Y ella me dijo que sí. Le escuché a González Vera, que era nuestro amigo, decir un día en Isla Negra que “un matrimonio feliz es una conversación interminable” y eso se ha cumplido. Para mí ella es la compañera ideal y tengo que reconocer que este confinamiento, con el departamento en que tenemos todas las ventanas que miran al exterior y con terraza, no me aflige en ese sentido.

—¿Ha sentido miedo de la muerte en este contexto?

Me da pena dejar sola a la Patricia, sé que le soy necesario.

La frágil memoria de las pandemias en Chile

En los últimos meses se ha reiterado que la del Covid-19 es la peor pandemia de todos los tiempos. Si bien es la de mayor alcance global y ha obligado en pocos meses a cambiar la cotidianidad de millones de personas, lo cierto es que la humanidad ya había pasado por tragedias similares. En Chile, desde el siglo XIX, enfermedades como el cólera, la gripe española o el tifus exantemático han costado la vida de miles de personas y, al mismo tiempo, impulsado importantes reformas en salud. ¿Cómo han terminado estas pandemias y por qué no las recordamos tanto? Expertos entran en ese debate.

Por Denisse Espinoza A.
Página del diario El Ferrocalito de 1886, sobre la epidemia de cólera en Chile.

Creyeron que era la pandemia que por largo tiempo habían estado esperando, pero ¿realmente lo era? 

El 16 de mayo de 2009 el entonces ministro de Salud, Álvaro Erazo, confirmaba lo inevitable: la gripe A(H1N1) había llegado a Chile con la detección de los primeros casos: dos mujeres que pasaron sus vacaciones en Punta Cana, República Dominicana, contrajeron el virus que a mediados de abril la Organización Mundial de la Salud (OMS) identificó como una nueva cepa de la gripe porcina. Durante años, el organismo incentivó a los países a que trabajaran en un plan de contingencia para una posible pandemia y Chile no fue la excepción. Eso sí, desde 2005, la preparación giró en torno a un posible brote de influenza, pero de tipo aviar y proveniente de Asia, por lo que el nuevo virus se instaló en el país con una rapidez que encendió las alarmas. 

Sin embargo, la reacción de las autoridades locales fue oportuna. Se dispuso de inmediato una barrera sanitaria de ingreso al país y se hicieron exhaustivos controles en el aeropuerto de vuelos provenientes de Canadá, EE.UU. y México. No fue necesario suspender clases ni tampoco decretar cuarentenas: la epidemia concluyó en marzo de 2010 con un total de casos que se alzaron por sobre los 300 mil y con sólo 155 fallecidos confirmados por el virus. “En el papel habíamos previsto millones de casos e incluso teníamos negociada con dos años de anticipación la compra de antivirales, autorizada por el presidente Lagos, por lo que fuimos el único país del Cono Sur que contó con medicamentos en cápsulas que redujo mucho la tasa de complicaciones y, por consecuencia, la demanda de camas hospitalarias. El problema fue que después se cuestionó haber comprado demasiados antivirales”, recuerda la epidemióloga Ximena Aguilera, quien fuera una de las principales responsables del plan de preparación para la pandemia de influenza y que hoy integra el consejo asesor del Covid-19.

“Aunque no fue exactamente el virus que estábamos esperando, había un plan pensado, sabíamos cuáles eran los comités que se debían armar, las autoridades que iban a participar más fuertemente. Era tanto así que la estrategia comunicacional estuvo a cargo de una empresa que diseñó logos, avisos, spots de radio y TV, incluso estaba escrito el discurso de la presidenta cuando llegara el primer caso y se produjera la primera muerte”, cuenta la también académica de la Universidad del Desarrollo. Diez años después de esa epidemia, está claro que el trabajo previsor se ha perdido, luego de que el mismo presidente Piñera declarara el 17 de mayo, por cadena nacional, que “ningún país, ni siquiera los más desarrollados, estaba preparado para enfrentar la pandemia del Coronavirus, como lo demuestra la evidente saturación de los sistemas de salud en países de alto nivel de desarrollo. Chile tampoco estaba preparado”.

La epidemióloga e integrante de la Mesa Técnica Covid-19, Ximena Aguilera.

¿Es posible que la memoria pandémica se pierda en una sola década? ¿Qué pasó entonces? “Yo diría que tras la epidemia de influenza se abandonó el tema en las Américas. La misma OPS (Organización Panamericana de la Salud) que empujaba el tema lo sacó de sus prioridades y se abocó al reglamento sanitario internacional. Sin embargo, otros países que participan con Chile en la APEC han reaccionado bien a esta pandemia. Los australianos y oceánicos nunca descuidaron el trabajo preventivo, de hecho, cuando empezó, vi por televisión cómo en Australia se anunció que se iba a poner operativo el plan pandémico, es decir, que lo tenían y bien actualizado”, explica Ximena Aguilera.

Así, en esta pandemia, hemos visto cómo frente al poco ojo avizor que han tenido las autoridades para controlar el avance incesante del virus se ha optado por una estrategia que pretende alzar al Covid-19 como la mayor amenaza que ha enfrentado el ser humano en su historia, pero ¿qué tan cierta es esa afirmación? Para el académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile y especialista en historia de la salud, Marcelo Sánchez, comparar los contextos históricos es complejo, pero “en ningún caso esta es la peor epidemia de la humanidad”. Y ejemplifica: “las enfermedades que se dieron por el contacto entre conquistadores europeos y población aborigen se alzan por sobre los 25 millones de personas y en el contexto nacional republicano, las estimaciones más bajas de la epidemia de cólera de 1886-1888 están en torno a 25 mil fallecidos y las altas en torno a 30 mil, y eso habría que verlo en la proporción de población total del país que rondaba a los dos millones, entonces esa fue mucho peor. Creo que, más bien, lo del Covid-19, es un relato de la catástrofe que busca provocar unidad política, llevar a la gente a seguir instrucciones, pero es una retórica que sinceramente esconde falta de responsabilidad y creatividad política”, dice, tajante, el historiador.

Más que coincidencias 

Lo que sí ha complejizado el manejo de esta pandemia en el territorio local es la falta de credibilidad política que sufre el gobierno y la élite debido al estallido social del 18 de octubre. Sin embargo, los historiadores se apuran en aclarar que esta característica tampoco es excepcional. “Ha sucedido que las pandemias en el país han coincidido con crisis de legitimidad, donde la población ha mantenido cierta distancia frente a las decisiones gubernamentales. En la gripe española de 1918 que afectó a Chile, por ejemplo, también hubo una coyuntura social y política, la república parlamentaria hacía agua por varios lados, hubo grandes manifestaciones sociales y se sumaba a la arena política Alessandri, como el gran reformista, el tribuno del pueblo que iba a resolver todos los problemas”, cuenta el historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. Así también se vivió una crisis política durante el cólera, la primera epidemia que afectó a Chile y que llegó desde Argentina en diciembre de 1886 con casos en Santa María, San Felipe y La Calera, y que se extendió hasta abril de 1888 con un carácter estacional. 

Foto histórica de la gripe española de 1918, que afectó también a Chile.

El presidente era José Manuel Balmaceda, quien promovió un rol más activo del Estado y que era resistido por las élites debido a su insistencia por arrogarse más atribuciones como presidente. Los debates en torno al manejo de la pandemia se vertían en la prensa, en periódicos como El Ferrocarril, El Mercurio de Valparaíso y El Estandarte Católico. Sin embargo, las clases bajas quedaban fuera y más bien se informaban de forma básica y a veces errónea, a través de los versos de la Lira Popular y de la sátira política del Padre Padilla, pasquín donde se educaba a la población y que es detallado por la historiadora Josefina Carrera en su artículo El cólera en Chile (1886-1888): conflicto político y reacción popular, donde concluye: “una de las comprobaciones más interesantes fue captar el abismo que separa al mundo popular de la elite. Así observamos a un pueblo lleno de temor, desconfianza y disconformidad ante las autoridades, especialmente las médicas”. 

Otro evento epidémico que fue consecuencia directa de una crisis económica y social fue el tifus exantemático de 1931, enfermedad transmitida por el piojo del cuerpo humano y que surgió a partir del quiebre de las salitreras del norte del país en 1929. Los mineros y sus familias fueron confinados en pésimas condiciones de higiene y luego trasladados a labores de cosecha en Valparaíso y Santiago, lo que propagó el virus hasta 1935. “En la capital se dieron restricciones en los tranvías, cierres de teatros, de las actividades docentes, hubo desinfección en conventillos y recintos públicos y muchas restricciones a la libertad individual”, comenta el historiador Marcelo Sánchez, quien ha estudiado a fondo el tema. 

El historiador y académico de la U. de Chile, Marcelo Sánchez.

Claro que quizás el contexto epidémico más curioso, por las coincidencias que guarda con el momento actual, es el brote de influenza de 1957, que vino justo luego de la llamada “batalla de Santiago”. Las protestas masivas del 2 y 3 de abril de ese año fueron detonadas por el alza en el transporte público y tuvieron como protagonistas a las organizaciones sindicales lideradas por la CUT. La policía intervino con un saldo de una veintena de civiles muertos y la declaración de Estado de Sitio. Bajo ese clima, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo enfrentó en agosto el arribo de la influenza asiática, proveniente de un barco estadounidense que atracó en Valparaíso. La pandemia ubicó a Chile entre los países con índices más altos de mortalidad, con al menos 20 mil muertos, y parte de las razones fue el tenso ambiente político de un gobierno asediado por huelgas populares. 

“Hay ciertos comportamientos que se repiten en las crisis sanitarias. El miedo, la huida y sobre todo, la desconfianza hacia la autoridad es algo que repercute en el combate de la enfermedad”, explica Marcelo Sánchez. Según la epidemióloga Ximena Aguilera, la desconfianza social en la actual pandemia se enraíza en “el factor de la desigualdad. Si has tenido toda la vida la experiencia de que algunos tienen privilegios y muchos, y que tú no, es difícil creer que vaya a haber igualdad de trato y de derechos para todos”.

El peso de la historia 

Cien años después, un nuevo brote de cólera se detectó en Chile: llegó desde Perú a fines de 1991 pero a diferencia de otras pandemias, tuvo a favor el clima político. “El gobierno estaba compuesto por una alianza de partidos mucho más estable que ahora. Hubo presiones de empresarios que decían que para qué íbamos a comunicar la pandemia, que mejor lo hiciéramos para callado, pero yo me negué porque sabía que la transparencia era la única forma para que la gente siguiera las instrucciones y así fue”, cuenta el médico y ex ministro de Salud de la época, Jorge Jiménez de la Jara, quien lideró la coordinación con los ministerios del Interior, Obras Públicas y las FF.AA. “Era mal visto el contacto con los militares, pero decidí jugármela y ayudaron mucho en el control de las barreras sanitarias”. 

Jiménez de la Jara cuenta que justo en ese momento había expertos de la U. de Maryland (EE.UU.) y de la U. de Chile investigando en el país la fiebre tifoidea –que tiene un ciclo similar al del cólera– e hicieron un mapeo de la ciudad, indicando cuáles zonas de Santiago eran las de mayor peligro. Así, en lugares como Rinconada de Maipú, chacras regadas con aguas contaminadas fueron clausuradas por orden directa de la Seremi de Salud del sector poniente, la doctora Michelle Bachelet.

Los resultados del manejo del cólera fueron exitosos: se notificaron sólo 146 contagiados, tres fallecidos y la población cambió para siempre sus hábitos higiénicos: lavarse las manos se volvió natural, al igual que desinfectar las verduras y no consumir mariscos crudos. “En ocho años se logró que el tratamiento de las aguas servidas fuera una realidad en todo Chile, del 5% subió al 95% con la implementación de plantas en varias ciudades y una inversión de varios miles de millones de dólares”, agrega Jiménez de la Jara. 

Sin duda, tras las pandemias se han mejorado los aparatos institucionales. La epidemia de cólera de 1888, por ejemplo, impulsó la creación en 1892 del Consejo Superior de Higiene y el Instituto de Higiene, dependientes del Ministerio del Interior. Estos dieron paso en 1929 al Instituto Bacteriológico y luego al Instituto de Salud Pública en 1979, que incluso supervisó la manufactura nacional de medicamentos y vacunas hasta fines de los años 90. “Desde 1892 Chile construyó un sistema público de salud bastante robusto, pero todo eso se destruyó entre 1979 y 1981”, afirma el historiador Marcelo Sánchez, pero aclara: “por supuesto que el sistema antiguo tenía defectos, era lento, burocrático, muchas veces no tenía recursos y siempre se le acusaba de practicar una medicina deshumanizada, pero como ideal quería atender la salud de todas y todos los chilenos y no había ninguna exigencia de pago para la atención primaria y de urgencia”. 

Además, sucede que una vez aprendidas las lecciones, los recuerdos más duros de las crisis se terminan enterrando. ¿A qué se debe esta mala memoria de los detalles de la tragedia? “Son traumas colectivos y buena parte de la población lo único que quiere es olvidar”, dice el historiador de la UC, Marcelo López. “Es parte de la psicología humana dar vuelta la página, pero hay sociedades que deciden recordar e incluso hacer memoriales. Esa es una discusión que hace falta en nuestro país, porque no tenemos una buena memoria sanitaria”, agrega. 

El historiador Marcelo López Campillay, investigador del Programa de Estudios Médicos Humanísticos de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica.

Por ejemplo, en 2003, durante las excavaciones para la construcción de la Costanera Norte, se descubrieron restos óseos humanos dentro de fosas comunes que, luego se comprobó, correspondían a un antiguo cementerio de coléricos de 1888, ubicado al lado de uno de los lazaretos de la época; residencias sanitarias donde los enfermos eran aislados. “Se construían en las periferias de las ciudades, eran muy precarios y allí básicamente se iba a morir. Eso da cuenta de la magnitud de este tipo de tragedias y la respuesta común que se les dio durante el siglo XIX”, dice el historiador de la U. de Chile, Marcelo Sánchez. De hecho, al igual que el del 2003, hay una serie de otros sitios de entierro de cadáveres en distintas zonas de Chile que quedaron inscritos en la memoria popular como las “lomas de los apestados”, pero que nadie sabe exactamente dónde están. 

Pareciera que uno de los errores más recurrentes es reducir la respuesta de una crisis de salud al ámbito de la ciencia, cuando en realidad el elemento social es decisivo y por eso urge cruzar disciplinas. “Mientras no haya una vacuna o un tratamiento, dependemos más que nada del comportamiento humano. Hoy sabemos que los niveles de confianza y la credibilidad en las instituciones es importante para manejar una crisis como esta y lo sabemos porque justamente no se está dando”, dice la historiadora de la ciencia y académica de la Universidad Alberto Hurtado, Bárbara Silva. “Lo de la memoria y la conciencia histórica es un tema sensible, o sea, en los últimos años hemos visto las intenciones de reducir la relevancia de la historia y de las ciencias sociales en el currículum escolar y eso tendrá consecuencias ahora y a largo plazo”, agrega Silva. Mientras, López da un dato relevante. “La historia de la salud se desterró de la mayoría de las Escuelas de Medicina y eso es paradójico. Es decir, ni siquiera los médicos conocen la historia de su disciplina. Al parecer, lo que ocurrió fue que en el siglo XX la medicina se enamoró tanto de sí misma que ya no necesitó ninguna otra disciplina para explicarse los problemas”.

Miguel O’Ryan: “Cuando se habla de falta de transparencia es con una intencionalidad detrás”

El académico de la Universidad de Chile e integrante de la Mesa Técnica Covid-19 comparte sólo “parcialmente” las críticas a la falta de transparencia que se han hecho al Ministerio de Salud y al de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. “El gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines”.

Por Jennifer Abate C.

Este 2020, en el contexto de la llegada de la pandemia del Covid-19 a nuestro país, Miguel O’Ryan, Profesor Titular de la Facultad de Medicina, infectólogo e integrante del Instituto Biomédico de la Universidad de Chile, sumó a su larga lista de labores una crucial: ser parte de la Mesa Técnica Covid-19, integrada por expertos y expertas del más alto nivel, cuyo objetivo central es recomendar estrategias y acciones al Ejecutivo para enfrentar la expansión del virus. Tarea nada fácil, pues a las críticas por el manejo sanitario y económico del gobierno se suma, como afirma O’Ryan, que “la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado”.

El médico infectólogo e integrante del Instituto Biomédico de la Universidad de Chile, Miguel O’Ryan. Crédito de foto: David Garrido.

—En los últimos días (mediados de julio) hemos escuchado un mensaje optimista del gobierno apoyado en cifras de descenso de las muertes y contagios diarios. Como integrante de la Mesa Técnica Covid-19 y como infectólogo, ¿en qué situación estamos respecto de la pandemia en Chile?

Cuando visualizábamos esta pandemia, por allá por marzo, teníamos varias preocupaciones. Una, la fundamental, era que muy probablemente la pandemia iba a tener un crecimiento explosivo cuando avanzara a las zonas densamente pobladas de la megaurbe, fundamentalmente en la región Metropolitana. Con la estrategia de las cuarentenas selectivas de alguna manera se logró ralentizar, pero no evitar que ocurriera eso, y buena parte del incremento explosivo ocurrió justamente de esa manera, en la diseminación del virus en las zonas densamente pobladas, específicamente en la RM y en otras megaurbes del país. En ese contexto, lo que puedo decir ahora es que estamos en una situación en donde la epidemia fue más significativa de lo que podríamos haber imaginado con los cientos de miles de casos y el número de fallecidos que hemos tenido y, sin embargo, quizás la buena noticia es que, estando en la tercera semana de invierno, el virus empieza a tener visos de control, y aún en los periodos más duros de invierno que se vienen por delante, vemos un horizonte en el que si hacemos las cosas bien, esperemos, vamos a lograr seguir manteniendo este virus bajo control.

—¿Qué significa hacer las cosas bien? ¿Qué medidas esperaría usted de ahora en adelante para mantener este descenso en las cifras de contagio y fallecimientos? 

La idea es que tratemos de fomentar la reflexión con bases académicas, y si algo aprende uno en la academia es que más que plantear verdades, caminos inequívocos, hay posibilidades, hay debate, hay deliberación, hay evidencias, no hay bolas de cristal, lamentablemente. No hay caminos perfectos. En ese sentido, hay que tratar de que, como sociedad, como grupos que están tomando decisiones o abordando la decisión, tratemos de hacer las cosas de la manera más inteligente posible. La propuesta que hemos hecho desde el consejo asesor [respecto al desescalamiento] es poner lineamientos fundamentales desde el punto de vista sanitario, cuatro conceptos fundamentales que debiesen cumplirse, que no están escritos a sangre y fuego, aquí nadie tiene la verdad absoluta. El primero es que deberían pasar al menos 21 días de un descenso del número de casos nuevos; el segundo es que la positividad se acercara y disminuyera del 10%. Hoy estamos en un 19% global país, pero hay que desagregarlo por regiones porque hay algunas que están claramente bajo el 10% y la idea es que este desescalamiento sea regional. Un tercer factor muy importante es que la capacidad hospitalaria en esas regiones esté a buen nivel para poder recibir personas si es que hubiera pequeños rebrotes, debe haber menos de un 85% de uso de camas intensivas; y el cuarto punto, que es muy importante, es que debemos tener desarrollada la capacidad de trazabilidad y de detección pronta de casos nuevos que pueden ocurrir en las comunas donde hay circulación.

—Una crítica recurrente desde la comunidad científica ha sido la poca transparencia en la entrega de los datos por parte del Ministerio de Salud y la demora en la entrega de esos datos. ¿De qué manera afecta esta falta de transparencia la interpretación de los datos por parte de las y los expertos y la percepción ciudadana de la evolución de la crisis?

 Mientras más información robusta, fidedigna, valedera manejemos y maneje la población en general, mientras más informada esté, es mejor. La información es fundamental en todo sentido para tomar las mejores decisiones, hacer las deliberaciones adecuadas. Yo comparto parcialmente lo que podría ser la opinión de que ha habido falta de transparencia intencionada; cuando se habla de una falta de transparencia es con una intencionalidad detrás, de no querer mostrar los datos.

—Se ha hablado de ocultamiento… 

Claro. Yo debo decir bien claro que no he visto eso en lo que llevo participando con diferentes autoridades de salud, del Ministerio de Salud y principalmente del Ministerio de Ciencia. Diría todo lo contrario: el gran esfuerzo que ha desplegado el Ministerio de Ciencia, y lo digo con absoluta convicción porque lo he vivido, ha sido tratar de obtener información útil, transparente, para compartir con la comunidad científica y con quien quiera utilizarla con los mejores fines. Lo que sí ocurrió, a mi manera de ver, es que inicialmente faltaba mucha información y era bastante angustiante para quienes estábamos tratando de dar algún tipo de recomendación, pues faltaban datos del número de testeos que se estaban haciendo, qué estaba pasando a nivel comunal, cómo se estaban tomando las decisiones de cuarentena. Esta fue una pandemia que de alguna manera ocurre en un sistema global en nuestro país, y el sistema de salud, que distaba mucho de ser óptimo, tenía muchas debilidades, y creo que esas debilidades fueron quedando de manifiesto, pero comenzaron a ser abordadas y pienso que se ha avanzado muchísimo. Si uno ve ahora la información disponible que existe en las páginas web del ministerio, especialmente en el Ministerio de Ciencia y Tecnología, y la compara con las páginas web de cualquier parte del mundo, ni hablar de Latinoamérica, yo diría que la información es sideralmente mayor y de mejor calidad.

Ilustración: Fabián Rivas.

—El Covid-19 es un virus nuevo. ¿Qué hemos aprendido sobre él hasta ahora? 

Los virus están cambiando, mutando, mezclándose entre ellos de forma permanente, tenemos millones de virus ocurriendo todos los días. Existe una idea de que este virus pilla a la comunidad virológica, infectológica, sin saber qué hacer; no es así, este es un Coronavirus, se sabe su estructura completa, su genoma completo, se conoce más o menos bien, bastante bien su comportamiento, conocemos sus progenitores, hemos ido aprendiendo y comprendiendo su comportamiento epidemiológico. Los comportamientos generales y patrones los conocemos. Obviamente, no conocemos muchos detalles o pequeñas variantes o variabilidades que podrían eventualmente incidir en su comportamiento. El virus no nos pilla de sorpresa, pero tenemos que seguir observándolo, sabemos cómo va a ser el patrón general de comportamiento, porque el virus da sorpresas. Hay temas generales que son importantes: las personas se infectan y la gran mayoría de quienes se infectan va a tener un curso clínico más o menos conocido, un periodo de síntomas más o menos severos y un periodo de convalecencia, y las personas infectadas van a quedar, probablemente, la gran mayoría, con un cierto grado de protección. Por ahora la información sugiere que la gran mayoría de la población va a quedar con un cierto grado de protección de la reinfección, la magnitud de esa protección y cuánto va a durar, lo vamos a ir viendo en el tiempo.

—El ministro Enrique Paris lo ha mencionado como la persona a cargo de ir evaluando la llegada de una vacuna a nuestro país. ¿Cuál es el escenario actual en la carrera por una vacuna y cómo evalúa su aplicación en Chile? 

El ministro me mencionó, lo cual agradezco, he trabajado en vacunas gran parte de mi carrera, pero no estoy a cargo, soy uno más de los que estamos mirando la posibilidad de hacer un proyecto de vacunas en el país, que está avanzando rápidamente. Hay diferentes tipos de estrategia de producción de vacunas, cuyo objetivo fundamental es producir una sustancia que vamos a inocular en personas sanas, que no les cause daño, pero que al mismo tiempo despierte una repuesta inmune al Coronavirus, de tal manera que si esa persona es expuesta al virus un mes, tres meses, un año después, su sistema inmune haya estado activado por esta vacuna que recibió y le permita reaccionar más rápido al contagio, evitando que este se transforme en infección. Hay diferentes estrategias, plataformas, hay más de doce estudios clínicos, vacunas que han llegado a estudios clínicos, que han traspasado la fase que sugiere que son seguras para ser usadas con seres humanos y nosotros, en nuestro país, hemos estado trabajando fuertemente con el Ministerio de Ciencia (otra gran labor que ha estado haciendo, además de aportar en conseguir datos) para ver cómo podemos participar en diferentes estrategias de desarrollo vaccinal. Tenemos en el país grupos que están haciendo vacunas en diferentes niveles, pero es difícil que se pueda hacer con la rapidez necesaria, porque el objetivo final es tener vacuna lo más pronto posible para la población, ese es el objetivo: queremos proteger a la población y ahí estamos evaluando distintas estrategias. Evaluamos con mucha seriedad cuáles son los candidatos para ofrecer a nuestra población hacer ensayos clínicos voluntarios. Visualizamos tres o cuatro candidatos de vacunas de aquí a octubre que estamos evaluando en distintos lugares con estudios que tienen que ser muy rigurosos, estrictamente monitoreados, con clara noción de la voluntariedad de las personas que decidan participar, con mucho conocimiento, lo que significa la existencia de un comité de ética y todo el proceso regulatorio que permita hacer ensayos clínicos muy bien hechos, de buen nivel y asegurando la voluntariedad y la seguridad de las personas.

—Hoy, a diferencia de antaño, nuestro país no cuenta con infraestructura técnica para fabricar vacunas. ¿Por qué dejamos de enfocarnos en esta labor? 

Son temas de decisiones políticas que tienen complejidades múltiples. Hace varias décadas, Chile producía algunas vacunas que se utilizaban para inocular en el Programa Nacional de Inmunización, no eran muchas, pero producía algunas de las vacunas. En una etapa de desarrollo del país finalmente se tomó la decisión de dejar de hacerlo. Respecto a esa decisión hay otras personas que pueden opinar mejor que yo, pero lo que uno visualiza es que en un mundo globalizado se empieza a optar por producir o no producir algunos bienes dependiendo de si se evalúa que le conviene al país adquirirlos de otros o producirlos uno. Básicamente, pasa a ser un análisis de costo-beneficio para el país en lo que significa producir vacunas versus comprarlas y lo que puede ser el beneficio o perjuicio de producirlas o no en el país. Ahí se podrá evaluar si eso está bien o mal. Obviamente, yo he escuchado estas críticas de que por qué Chile no produce vacunas y quedamos en la cola. Yo creo que ahí estamos mezclando cosas. Independientemente de que Chile estuviese produciendo alguna vacuna en este momento, de ahí a decir que se tiene la capacidad de investigación científica y recursos necesarios (porque los recursos son costosísimos) para poder avanzar en la investigación de una vacuna y hacer un ensayo clínico made in Chile… Hay que tener visos de realismo, sería deseable, pero hay que entender que los recursos para invertir en eso son notorios, y si vamos a tener una pandemia cada diez años, no sé si es costo-efectivo. Entonces, no estoy diciendo ni que no ni que sí, pero estas cosas hay que mirarlas de una manera un poquito más amplia antes de empezar a emitir opiniones.

Pensar el futuro desde el fin del mundo

El escritor Óscar Barrientos lleva más de cien días encerrado en su casa, junto a su familia, en el barrio croata de Punta Arenas, su ciudad natal. Una cuarentena voluntaria que le ha permitido, de todas formas, observar cómo la pandemia ha afectado a la capital de la región de Magallanes. Un lugar habituado al aislamiento y que luego de vivir intensamente el estallido social de octubre ahora lucha para sobrellevar una crisis sanitaria que estuvo dos veces a punto de colapsar la red de salud.

Por Diego Zúñiga

—A los magallánicos el aislamiento no nos resulta algo nuevo. No es una palabra ajena. 

El que habla es el escritor Óscar  Barrientos, por teléfono, desde Punta Arenas. Lleva encerrado en su casa junto a su pareja y sus dos gatas desde el 16 de marzo, un par de días después de que se conocieron en Chile los primeros casos de contagiados por el Covid-19 y donde la capital de la región de Magallanes fue una de los que registró, muy temprano, un caso positivo: un día después de que Barrientos comenzara una cuarentena voluntaria, se daba a conocer en Punta Arenas la noticia de un primer contagiado, un alumno de la Universidad de Magallanes, de 23 años, que trabajaba como guía turístico. A partir de ahí, la ciudad ha atravesado un vaivén de experiencias con la pandemia y que Barrientos considera que se podrían dividir en tres momentos:

El escritor magallánico, Óscar Barrientos.

—Lo primero fue el tema de los cruceros, cuando se dijo que no era prudente la entrada de cruceros y un montón de gente fue al Muelle Prat a evitar que desembarcaran los turistas. Lo segundo fue la noticia de que Punta Arenas, en un momento, a principios de mayo, se convirtió en la comuna de Chile con más tiempo en cuarentena. Yo creo que eso a todos nos puso un poco nerviosos, era difícil. Y el tercer momento importante fue cuando levantaron la cuarentena y empezó esta “nueva normalidad”. Ya llevamos un rato así, pero el rebrote sorpresivo de hace unas semanas volvió a complicar las cosas. 

El rebrote del que habla Barrientos ocurrió en dos plantas pesqueras que estaban funcionando sin los resguardos sanitarios a comienzos de junio. Ambos lugares fueron clausurados por la autoridad sanitaria. Las cifras de la región, a comienzos de julio, muestran que son más de 1.500 los contagiados y que han fallecido 15 personas producto del Covid-19. Unos meses antes, a fines de abril, Ciper Chile publicaba un reportaje titulado: “La receta de Punta Arenas: dos veces ha estado al borde del colapso y su red de salud respondió”. 

En ese momento, Punta Arenas era la ciudad que tenía el mayor nivel de contagio en el país. Por eso tuvieron que reaccionar rápido para evitar el colapso: aumentaron sus camas UCI, reorganizaron turnos y montaron un laboratorio para procesar exámenes de detección y así no tener que depender de los laboratorios de Santiago. —Ahora todo parece un poco más tranquilo, pero en realidad no hay ninguna certeza.

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Óscar Barrientos Bradasic nació en marzo de 1974 en Punta Arenas, ciudad donde ha vivido la mayor parte de su vida. Es profesor de Literatura —hace clases en la Universidad de Magallanes— y ha publicado más de diez libros, entre novelas, cuentos y poesía: Trilogía de Puerto Peregrino (Cinosargo, 2015), Paganas patagonias (LOM, 2018) y Saratoga (Emecé, 2018) son algunos de sus últimos y celebrados títulos. Vive en el barrio croata y lleva más de cien días en cuarentena. Ahora sus alumnos de la universidad están en paro virtual.

Dice que le costó acostumbrarse a las clases remotas, pero que ya le había agarrado el ritmo. Más de cien días en cuarentena, repite. 

—Salgo a comprar a los almacenes de aquí cerca, pero nada más. Un día tuve que ir al centro a hacer un trámite y me impresionó ver que había una nueva cotidianidad, y que las personas la asumieron muy rápido.

—¿Y cómo ha afectado todo esto a tu proceso de escritura? ¿Has podido escribir? ¿Has podido leer?

 —Es cierto que hay un tiempo y espacio real para la escritura. Pero no es un estado contemplativo, onda torre de marfil, no, nada de eso. Cuando uno se informa, cuando ve y lee noticias, es tanta la crudeza de lo que está pasando, es tan apoteósico y terrible, que es imposible concentrarse. Estamos cotidianizando el apocalipsis… el dolor, la muerte… inevitablemente, todo eso creo que va a atravesar lo que estoy escribiendo, que son unos cuentos infantiles. También ha estado revisando y corrigiendo algunos textos que escribió hace un tiempo. Y no ha dejado de pensar en un cuento de Edgar Allan Poe: La máscara de la muerte roja. Es un cuento que empieza así: “La ‘Muerte Roja’ había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora…”.

 —He pensado mucho en ese cuento a propósito de cierta torpeza de nuestros gobernantes, que es una torpeza que no viene de ahora, sino que está atravesada por el estallido de octubre. En el cuento hay un deseo de renegar de la muerte y finalmente la muerte ingresa igual… Me da la sensación de que la muerte, la peste, refleja el juicio de la historia que quieren evadir algunos de nuestros gobernantes.

—Ahora que haces mención al estallido de octubre… ¿Pareciera que es inevitable leer toda esta pandemia sin pensar en lo que ocurrió en el país después de ese 18 de octubre, no? 

—Hay un proceso que se repite en muchos lados de Chile: ¿te has fijado que el eje de la discusión política no ha pasado por el Congreso, sino que ha transitado entre el Poder Ejecutivo y las municipalidades? La línea de fuego principal han sido las alcaldías, que tienen la mayor capacidad de decisiones de cosas muy perentorias, y eso te habla de cierta lentitud procedimental de las leyes o cierta distancia entre las leyes y la realidad… ¿Te has fijado que desde octubre que los alcaldes han aparecido contraviniendo el poder central? Son gestos que me parecen importantes.

Creo que eso va a ser una reflexión que vamos a tener que hacer cuando pase el tiempo y pensemos en todo lo que ha ocurrido.

—¿Y cómo se vivió el estallido social en Punta Arenas? 

—Tuvo una enorme presencia, un gran calado. Manifestaciones grandes, multitudinarias… Lo que pasa es que Magallanes es una zona históricamente de huelgas obreras, con una tradición sindical muy fuerte. Piensa que la primera protesta contra Pinochet, fuera de Santiago, ocurrió aquí, el famoso “Puntarenazo”. Hay que recordar, además, que Magallanes no es una zona piñerista, y si a eso le sumamos el centralismo como un factor más de los abusos contra los que se ha salido a protestar desde octubre, entonces tienes una ciudad donde se vive con mucha fuerza el descontento.

Punta Arenas fue una de las primeras ciudades de Chile donde se decretó cuarentena por la pandemia de Covid-19.

*** 

—Contabas que en estos casi cuatro meses de cuarentena has ido dos veces al centro de Punta Arenas. ¿Cómo se ha comportado la población con respecto a las cuarentenas y al distanciamiento social? 

—Tengo la sensación de que en un primer momento la gente tuvo un cierto temor y se ocultó bastante, se guardó. Después, la gente empezó a decir: ya, no es para tanto, y comenzaron a salir. Me inquieta mucho cuando veo en redes sociales personas en los bares, en la calle. De todas formas, la ciudad ha funcionado bien. Aunque el tema del abastecimiento es algo que siempre está rondando.

—¿En qué sentido? 

—Ese es un tema: en un momento dado, si hay una crisis general, las cosas no van a llegar. Lo hemos vivido. Es una espada de Damocles en las regiones extremas y que ninguna autoridad puede pasar de largo. Hasta ahora hemos resistido bien, pero no es algo que podamos olvidar.

—Decías que para los magallánicos el aislamiento no es algo nuevo. ¿De alguna forma eso ha determinado la manera en que han afrontado esta pandemia?

 —Creo que vivir en uno de los extremos del país es algo que determina tu forma de ser, de relacionarte con el mundo. Modela el temple de sus habitantes. Entonces la palabra aislamiento es algo con lo que siempre hemos convivido. Lo curioso, ahora, es que la cuarentena es una legitimación de ese aislamiento, y entonces surgen otros problemas que siempre han estado ahí: el vivir tan lejos del centro metropolitano siempre ha hecho que todo sea más difícil, muchísimo más desigual, y eso ha quedado en evidencia con la pandemia.

—¿Cómo se piensa el futuro desde el fin del mundo? 

—Hay dos factores que para mí son medulares y que no pueden pensarse por separado: el estallido social y la pandemia. Ahí están y seguirán estando ahí porque están cambiando nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Son los pilares constitutivos de una nueva sensibilidad —escritural, artística, estética— y no se pueden evadir, están a la vista. El estallido social remeció las estructuras del país como no había ocurrido hacía muchísimos años. Los abusos del mercado y de los gobiernos que fueron serviles a las políticas de mercado: las Isapres, las jubilaciones, las colusiones de las empresas… Todo eso está puesto en entredicho, y para mi generación, para los que fuimos jóvenes en los 90, todo esto me parece que ha sido una experiencia refrescante desde lo emocional, ver que se está moviendo el país…

—¿Y la pandemia, cómo funcionaría en este entramado? 

—Creo que la pandemia nos obligó a entender que lo apoteósico no es algo que está en una distopía orwelliana o en una distopía de H. G. Wells, sino que es algo que está ahí, cuando voy a comprar al almacén de la esquina. La muerte como un fantasma acechante que nos interpela a cada rato. Me imagino que la literatura va a dar cuenta de todo esto, que se escribirá y reescribirá la historia de nuestro paso por estos días.

—¿Probablemente vengan muchos textos autobiográficos, no? 

—Tal vez. Lo que pasa es que los bombazos están súper cerca. Hay amigos enfermos, gente que uno conoce. Nadie está a salvo. Pero creo que todavía estamos muy perplejos, medio noqueados, entonces no ha llegado el momento de la lucidez ni la interpretación de todo lo que hemos vivido en estos meses.

Efraín Barquero: “Mi seudónimo está relacionado con la muerte”

Su nombre era Sergio Barahona. Fallecido el pasado 29 de junio, a los 89 años, el Premio Nacional de Literatura 2008 cuenta en esta conversación hasta ahora inédita, ocurrida en 2017, que el mismo día que firmó su primer libro asistió a la muerte de su padre. También se refiere al exilio, a su regreso a Chile después de haber vivido más de 25 años en Francia, a la dimensión social y religiosa de su poesía y a las nuevas generaciones.

Por Javier García Bustos

Su libro La compañera fue una suerte de hit desde su aparición a mediados de los años 50. Incluso tuvo una edición popular por editorial Nascimento. “La he tomado de entre los rostros pobres/ con su pureza de madera sin pintar”, señalan algunos versos de Efraín Barquero que se reproducen una y otra vez en las mejores antologías de poesía chilena y latinoamericana.

“Pero dejó de existir esa compañía tan profunda”, dijo el poeta en 2017. Un año antes, en 2016, había fallecido su compañera y esposa Elena Cisternas Franulic: la compañera. Se habían conocido en la década del 50 y formaron una familia con tres hijos. 

“Para mí fue un golpe fuerte, porque ella me acompañó por todas partes del mundo. Era la compañera, la amiga, la madre, la hermana, tenía todos los papeles de la mujer. Además, era una persona muy entendida en pintura, música y luego en poesía. A veces me hacía unas críticas demoledoras”, señaló Efraín Barquero en un diálogo entablado en su departamento ubicado en calle Antonio Varas, en Providencia, Santiago, donde el pasado 29 de junio falleció, a los 89 años, a causa de una enfermedad pulmonar crónica. 

El poeta y Premio Nacional de Literatura 2008, Efraín Barquero, falleció el 29 de junio pasado, a los 89 años.

Por esos días y hasta su muerte, el poeta estaba acompañado de una empleada y sufría además las secuelas de una miastenia, una enfermedad neuromuscular que se le notaba en la frecuencia y la manera en que con los dedos de una mano no dejaba de golpear la mesa, como marcando el ritmo. En aquella visita de hace tres años, quien nació en 1931, en Piedra Blanca (Teno, Curicó), con el nombre de Sergio Efraín Barahona Jofré, habló de sus orígenes y del grupo que integró: la generación literaria del 50. También se refirió a su seudónimo: Efraín Barquero, con el que recibió varios reconocimientos, como el Premio de la Academia Chilena de la Lengua en 1993, el Premio Municipal de Literatura de Santiago en 1999 y el Premio Nacional de Literatura en 2008. La primera vez que fue candidato al Premio Nacional fue cuando lo obtuvo Humberto Díaz-Casanueva, en 1971.

 “Yo nunca hice lobby ni nunca he estado detrás de ningún premio. Cuando me dieron el Premio Nacional de Literatura yo estaba en Francia, de manera que no pude empujar nada”, comentó riendo en 2017. “Esto también tiene que ver con mi carácter más bien tímido, y así me es difícil andar buscando premios”, añadió. 

Se crió en el mundo campesino, junto a su madre y su padre, quien era panadero y dueño de una pequeña panadería en Teno. “Hay el orgullo del que produce este fruto”, anotó el poeta en el texto Arte de vida. También es autor de El pan del hombre

Su comienzo en la escritura, eso sí, no fue la poesía. Siendo un adolescente, Efraín Barquero comenzó escribiendo crónicas deportivas. Iba al estadio a ver los partidos de fútbol en las canchas del sur y luego apuntaba textos de ficción con el seudónimo de “Centro mirón”. Estudió en el Liceo de Constitución, según él, al colegio le escribió su himno. Allí disfrutó de su biblioteca. 

“Literatura chilena y española y las crestomatías con los textos extranjeros”, recordó el autor citando a Víctor Hugo, Charles Dickens y Fiódor Dostoievski. En el liceo conoció una “antología de Neruda” y Barquero recordó cómo despertó su interés: “Este verbo poderoso nos alimenta, nos hace comprender la nueva poesía y nos hace sentir que estamos vivos”. 

Su debut literario fue financiado por tres amigos del barrio: el poemario La piedra del pueblo de 1954, que contendría justamente una nota inicial de Pablo Neruda. “La poesía de Efraín Barquero tiene cuerpo. Es un material rico, una reconstrucción según las leyes de la vida”, señaló el Premio Nobel de Literatura.

 “Al crear un seudónimo me estaba apropiando de una identidad. Quería ser yo mismo. Efraín era por mi segundo nombre, pero el primer nombre de mi padre, y Barquero, recuerdo que una vez dije que era por los barqueros del Maule, donde pasé algunas temporadas de mi infancia”, señaló hace tres años el escritor. “Pero también tiene que ver con el mito de Caronte, el barquero de la parte del Infierno de La divina comedia. Es un seudónimo que está relacionado con la muerte”, agregó.

—¿Por qué? 

Misteriosamente, el día en que publiqué mi primer libro, estimulado por tres amigos, puse el nombre de Efraín Barquero, ese día tuve que viajar a ver la agonía de mi padre, quien murió esa misma noche. Recuerdo que ese día llegó un telegrama a mi madre relatando que él estaba mal y yo viajé en una micro desde Santiago a Teno, donde estaba mi padre. Yo firmé ese día mi libro y ese día murió mi padre.

El poeta Efraín Barquero en su juventud. Crédito de foto: efrainbarquero.net.

Pekín, Marsella y la Biblia 

Efraín Barquero estudió Derecho en la Universidad de Chile y también pasó por el Instituto Pedagógico. Llegando a Santiago arrendó una pieza en un cité de Estación Central. “Conozco a los personajes de esas calles: prostitutas y lavanderas”, escribió el autor en el ensayo autobiográfico Arte de vida. 

Eran los años 50 y el poeta hizo amistad con sus compañeros de generación: Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe, Alberto Rubio y Rolando Cárdenas. “Yo venía de un pueblo del sur, de una familia campesina, y pude relacionarme con estos nombres, que fueron grandes poetas y amigos”, comentó Barquero en 2017. 

Su obra, ligada al campo, a lo popular y a lo social fue publicada en una veintena de libros como Enjambre, El regreso y Maula. A lo largo de su trayectoria, el poeta recibió elogios y comentarios de importantes críticos y escritores como Ignacio Valente, Alone, Naín Nómez, Juan Antonio Massone, Federico Schopf y Alejandro Zambra. 

Este último escribió en la prensa, en 2004, tras la aparición del volumen El poema en el poema: “El autor ha mantenido una inusitada fidelidad a las obsesiones que han dado forma a su personalísima obra: la necesidad de preservar los vínculos familiares y, sobre todo, la vindicación del mito como único relato capaz de darle sentido a la existencia”, anotó el autor de la novela Poeta chileno

En 1962 Efraín Barquero viajó a China y pasó dos años en la capital, Pekín, invitado por el gobierno chino. De esa experiencia nació su libro El viento de los reinos (1967), poemario reeditado el año pasado por Ediciones Lastarria en conjunto con editorial Nascimento.

Aterrizando en Chile, el poeta se instaló a vivir en el sector de Lo Gallardo, cerca de San Antonio. Allá llegaban a visitarlo escritores como José Donoso y un personaje de la bohemia de la época, Eduardo “Chico” Molina. “Fue el Chico Molina quien me prestó el libro Exil, de Saint-John Perse, y con ese libro de modelo hicimos El viento de los reinos”, comentó Barquero en 2017.

La dedicatoria del poemario dice: “A Eduardo Molina Ventura por su espíritu poético. A mis antecesores en la ruta interior a la China primordial: Paul Claudel, Victor Segalen, Saint-John Perse, André Malraux y Marcel Granet”. 

“Saint-John Perse fue uno de los primeros poetas franceses que fue a China. Yo, estando en Francia, después tuve relación con el Instituto Saint-John Perse. Y como anécdota siempre cuento que en su museo hay un libro mío”, recordó el poeta. 

En la década del 70, para el golpe de Estado de 1973 en Chile, Barquero se encontraba en Colombia como agregado cultural del gobierno de Salvador Allende. “Yo tuve allá cierta actuación pública y me expulsaron, me dieron unos días para salir. Esto sucedió, recuerdo, porque hablé por la televisión y por la radio sobre lo que estaba ocurriendo en Chile”, señaló hace tres años el autor de La mesa de la tierra. 

“Lo profundamente humano está en todos los escritores. Un buen escritor, aunque escriba sobre ficción, suspenso, si es bueno, siempre va a transmitir los diferentes aspectos esenciales del ser humano. Lo precario, las penas, alegrías, las relaciones amorosas, los problemas sociales”.

Así fue como Efraín Barquero después de Colombia se fue a México y luego pasó un año en Cuba antes de exiliarse en Francia. En La Habana, donde fue jurado del Premio Casa de las Américas, escribió dos poemarios contra la dictadura liderada por Augusto Pinochet: Bandos marciales y El poema negro de Chile, ambos de 1974. 

Era la primera vez que, en su producción literaria, el poeta elaboraba un discurso más directo y cargado de un mensaje contingente. “Obra de fuerte contenido político”, escribió Naín Nómez. “Metaforiza la represión con un tono que intensifica la peculiar estética de Barquero”, agregó el académico. Uno de los poemas de Bandos marciales dice: “Se exagera el número de muertos/ en esta operación de limpieza de nuestro país./ Son muy pocos. Los justos, los necesarios,/ cuando están en juego cosas tan importantes/ como Dios, la Patria y Libertad”. 

Hace tres años el poeta contó sobre su travesía: “Posteriormente me fui a Francia porque fue el país que me dio el asilo. Primero estuve en Estrasburgo, luego en Aix-en-Provence y después me instalé en Marsella. Están, igualmente, las inclinaciones e intereses como la literatura y la poesía francesa. Estando allá yo escribí varios libros, pero todos relacionados con Chile, es por mi raigambre campesina”, contó el poeta, quien se dedicó a hacer clases en Europa antes de regresar definitivamente al país.

“En Francia hice clases de cultura latinoamericana, particularmente, de cultura precolombina. Me fue bien en ese terreno, a pesar de que yo no soy profesor y no me siento un profesor. Yo les pasaba el misterio de nuestras tierras como el libro Popol Vuh. La cultura maya e inca eran los temas que abordaba en clases”, narró Barquero.

—¿Por qué volvió a Chile? 

Fue en 2014 cuando volví otra vez al país. Me vine porque soy profundamente chileno. Necesito de alguna manera estar aquí. Creo que estuve bastante afuera, quizás demasiado, más de 25 años. Ahora, acá tengo lo mínimo, como murió mi mujer, los famosos grabados chinos, por ejemplo, de los años 60, los tengo guardados. Pero, en general, todo se pierde con los viajes.

—¿Cómo ve el vínculo de su poesía con lo religioso? 

Siempre hay algo sagrado en lo que uno escribe. Por ejemplo, en mi nuevo libro Escrito está (2017) hay una dimensión religiosa. Esa frase está en los Evangelios. Ahora eso vino a mi mente, yo no lo busqué. Leo la Biblia por interés cultural, no soy un especialista. Y esto pasa también porque donde yo me formé no había libros, excepto la Biblia que tenía mi abuelo, quien era apicultor. Y también existía la naturaleza, que era el gran libro para aprender.

—Hay, igualmente, una dimensión social en su poesía… 

Lo que pasa es que lo profundamente humano está en todos los escritores.

Un buen escritor, aunque escriba sobre ficción, suspenso, si es bueno, siempre va a transmitir los diferentes aspectos esenciales del ser humano. Lo precario, las penas, alegrías, las relaciones amorosas, los problemas sociales, etcétera.

—¿Cómo se llevaba con Pablo Neruda y Nicanor Parra? 

Con Neruda fue una relación fuerte, muy grande. Viví mucho junto a él, yo iba a verlo a su casa de Isla Negra. Me sirvió mucho para la vida y la poesía. Y cuando me hizo el prólogo a mi primer libro yo salté, en ese tiempo, a los primeros lugares de la poesía chilena. Fue un impulso muy grande. Con Parra no había vínculo en absoluto. Esto, a pesar de que yo escribí cosas de humor y burlescas.

—¿Y tiene relación con las nuevas generaciones? 

Creo que tal vez hace falta más diálogo con las nuevas generaciones. Ya no está ese fuego de la poesía que existía como sucedió con la generación del 50. Ahora he visto, a lo más, hace algunas semanas, a Pedro Lastra. Sobre las nuevas generaciones yo creo que es el cine, las series, lo que captura hoy mayor interés en ellos. Ahora, igual tengo contacto con los más jóvenes a través de correos electrónicos, me envían emails desde España y Francia. Es interesante lo que está ocurriendo en Chile en la política, por ejemplo, con el trabajo del Frente Amplio.

Raúl Zurita: “No nos vamos a morir sólo de biología; las mentiras del sistema van a ser nuestra muerte también”

Por más de 40 años, el poeta y Premio Nacional de Literatura ha usado la palabra como arma de lucha contra la opresión y el dolor, y hoy los poemas que trazó en el cielo en 1982, al igual que sus acciones junto al CADA, vuelven a estar vigentes. “La lucha por el lenguaje sigue siendo fundamental”, dice.

Por Denisse Espinoza A.

A sus 23 años, la vida de Raúl Zurita Canessa cambiaría para siempre. Era joven, pero ya tenía dos hijos con la artista Victoria Martínez —hermana del poeta Juan Luis Martínez—, cursaba el sexto año de Ingeniería Civil en la U. Técnico Federico Santa María y también escribía poemas que publicaba de forma fragmentada en distintas revistas literarias. Como militante comunista, el día anterior al golpe de 1973 había ido a una protesta; el 11 mismo lo llevaron preso, terminaría en el carguero Maipo junto a otros 800 detenidos. Fueron días de angustia, pero Zurita sobrevivió. No se quedó en Valparaíso, regresó a Santiago, a la casa de su madre, la italiana Ana Canessa Pessolo, y allí se fue reconstruyendo. 

El poeta y Premio Nacional de Literatura 2000, Raúl Zurita. Crédito de foto: Pepe Torres.

“Encerrado en ese barco tuve la sensación de que esa era toda la realidad, de que nunca hubo un mundo antes, de que todo había sido sólo ilusiones y de que lo único real es que te estaban matando a patadas. En ese momento me di cuenta de que la poesía era demasiado importante para mí, de que a través de la palabra y los poemas era la única forma en que podía combatir mi propia desesperación y la desesperación colectiva”, dice hoy el poeta, ganador del Premio Nacional de Literatura 2000 y del Premio Iberoamericano de Literatura Pablo Neruda 2016. 

Zurita pasa estos días recluido en su casa junto a su pareja, la escritora Paulina Wendt, y por videollamada contesta esta entrevista. De esos días ya lejanos de dictadura mantiene la convicción de que la palabra es un arma poderosa de denuncia y lucha contra la opresión, como la frase que escribió en el desierto de Atacama y que aún persiste: “Ni pena ni miedo”, con la que titula su último volumen de poesía y aproximaciones críticas a su obra que acaba de arribar a librerías italianas. A sus 70 años, el poeta confirma su relevancia internacional: el diario El País lo situó recientemente en una lista de favoritos para el Nobel entre autores de habla hispana como el español Javier Marías, el cubano Leonardo Padura y el colombiano Fernando Vallejos; y por estos días se preparaba para dictar un taller de poesía virtual en el Instituto Cervantes de Madrid. Y sigue escribiendo, recuperado de dos cirugías donde literalmente le abrieron el cerebro y el corazón. “El 2019 fue mi año operático”, dice entre risas y casi sin rastro de los temblores del párkinson que padece hace más de 20 años.

—¿Cómo se siente hoy después de lo vivido en 2019 y ahora enfrentando la crisis sanitaria que nos obliga a estar encerrados?

La estoy soportando bien, con mi mujer, y al solamente decir eso ya te hace ver tu situación de privilegio. Tú miras el mundo y es un horror la situación, la incertidumbre, las muertes. Estoy en cuarentena desde el 2 de marzo, llegué justo de Italia en esa fecha y decidimos con mi mujer encerrarnos y lo podemos hacer, ¿te fijas? Y esa situación no deja de tener algo de avergonzante. Encerrarse hoy es un privilegio y un lujo sobre la condición de tantos y tantas que no pueden hacerlo. Es tan tonto sentir culpa por algo que va más allá de ti, pero igual la sientes, no me siento bien en esta situación.

—En 2019 se sometió a una intervención al cerebro para disminuir los síntomas del párkinson. ¿Cómo vivió ese proceso? 

Fue duro, acá hay tanta gente que tiene lo mismo que yo y que podría acceder, pero es imposible porque en Chile es carísima, y como comenzó hace poco, no tienen la misma experticia para hacerla. En Italia está dentro del sistema público y vienen haciendo esta operación desde los 90, totalmente gratis. La operación fue de siete horas a cerebro abierto y quedé muy bien, porque ya con el párkinson prácticamente no podía caminar, cruzar las puertas solo, muchas cosas. Pero dos meses después, ya en Chile, tuve una operación a corazón abierto que duró nueve horas y ¡qué diablos!, aquí estamos. Estoy bien, por lo menos ahora, y eso ya es un milagro porque el párkinson es una enfermedad que no tiene cura y por debajo continúa su avance, pero eso de estar bien hay que decirlo muy despacio, porque si no, los dioses te escuchan y te castigan por tu arrogancia.

—¿No sintió miedo? 

No, fíjate, más miedo tengo ahora y no por la muerte, porque es tonto temerle a lo inevitable, es casi una trivialidad decirlo, sabemos que el destino final es la muerte para todos, pero es impresionante cómo hoy lo que se presenta de golpe es una muerte sin ilusión. Hoy la muerte es completamente en silencio, es una muerte aislada, sin un beso final; una muerte sin una mano que tome la tuya es algo muy triste. Uno se da cuenta de que morirse incluso es algo que puede hacerte ilusión, morirse de una determinada manera, y peor que la muerte es la soledad, la soledad infinita. Ese es un golpe a la humanidad.

—La pandemia ha dejado al descubierto la soledad que padecen muchos y también otras desigualdades que se venían agudizando con el estallido social. ¿Qué reflexiones ha tenido usted en este periodo? 

Con el virus surge todo, es la pudrición de un sistema económico que es una vergüenza, no hay palabra para graficarlo, es inconcebible y siempre lo fue. Primero fue la protesta social, pero ahora con el Coronavirus se nos muestra su dimensión más cruda, porque el virus real es la sociedad que hemos construido. Una buena sociedad, con una buena educación, con un sistema igualitario, se defiende, pero acá no tenemos casi ningún arma para defendernos, al contrario, la pobreza emerge. Era tan obvio que iba a suceder, porque acá la clase media es una clase que le haces cualquier cosa y son pobres de inmediato. Entonces, que Mañalich haya dicho que descubrió la pobreza da un poco de risa. Lo del hambre es terrible y tiene también una parte tragicómica, cuando se preocupan de borrar la palabra hambre que proyectó Delight Lab en el edificio Telefónica, como si lo importante fuera la palabra y no el hecho del hambre misma, entonces borran la palabra como si con eso borraran lo que está pasando. En estos tiempos se revela lo peor de la injusticia, pero también se revela lo mejor, que es la solidaridad, hay seres humanos que son maravillosos, me sumo a los aplausos a todos esos trabajadores de la salud profundos y solidarios, a quienes están organizando ollas comunes, es conmovedor.

«Ni pena ni miedo»: el geoglifo con el verso de Zurita realizado en el desierto de Atacama en 1993.  Crédito de foto: Guy Wenborne.

Entre 1979 y 1985, Raúl Zurita fue parte del CADA, el Colectivo Acciones de Arte que junto a la escritora y su entonces pareja Diamela Eltit, los artistas Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, y el sociólogo Fernando Balcells, desplegó una serie de intervenciones poéticas urbanas para contrarrestar el horror de la dictadura. Una de ellas fue Para no morir de hambre en el arte, en octubre de 1979, donde a través de varias acciones abordaron el problema de la pobreza extrema, dotando a la leche del poder simbólico para representar un problema político irrepresentable. El colectivo repartió 100 litros de leche entre los pobladores de La Granja en bolsas de medio litro; consiguieron que camiones de leche Soprole se estacionaran frente al Museo Nacional de Bellas Artes, donde antes habían clausurado la entrada con un lienzo blanco, afirmando que el arte estaba fuera y no dentro del edificio; publicaron un texto poético en una de las páginas de la revista Hoy y distribuyeron frente al edificio de la Cepal el texto No es una aldea, con reflexiones como esta: “Cuando el hambre o el terror conforman el espacio natural en el que la aldea se despierta, sabemos que nosotros no somos una aldea, que la vida no es una aldea, que nuestras mentes no son una aldea; sabemos también que el hambre, el dolor significan todos los discursos del mundo en nosotros”. 

Ese mismo año, Zurita publicó Purgatorio, su primer libro y suerte de manifiesto artístico donde invoca la poesía como proyecto de arte y vida. Tres años después, el 2 de junio de 1982, consiguió que cinco aviones escribieran con humo blanco sobre el cielo del barrio Queens, en Nueva York, 15 versos de su poema La vida nueva, acción que fue registrada en video por el artista Juan Downey. “Mi Dios es hambre/ Mi Dios es nieve/ Mi Dios es pampa/ Mi Dios es no/ Mi Dios es desengaño/ Mi Dios es carroña/ Mi Dios es paraíso”.

—Hay una lucidez y una vigencia inusitada en su trabajo y en el del CADA. ¿Cómo percibe hoy esas obras? 

Pertenecer al CADA para mí fue como escribir un poema de distinta manera, un poema colectivo. Fuimos cinco personas que nos lanzamos con todo. No fue más que eso y no fue menos que eso. Sin embargo, hay una discusión sobre cuándo termina el CADA. Para mí termina en 1983, cuando comenzaron las grandes protestas masivas. La última acción del CADA fue la de los rayados que cubrieron todas las paredes de Chile con la consigna No +, que culminó con el triunfo del No en el plebiscito. Las niñas después quisieron hacer otra cosa y la hicieron, se llamó Viudas, pero fue una cosa mínima comparado con las otras acciones, fue sólo gráfica, ya se había perdido todo el espíritu y la fuerza, pero si ellas quieren ponerle a eso CADA, que se lo pongan, en realidad importa bien poco. Terminé un libro sobre el CADA, un perfil que está cruzado por la biografía. Siento que es algo de una gran belleza, pero de una belleza extrema, dura y fuerte. Su tema final es la muerte y la resurrección del amor. Se llama Tú que fuiste desmembrado. Como dijo Jorge González, es una tristeza que sigan vigentes esas obras, canciones y poemas. El gran poema debiera ser aquel que nunca se ha escrito, que este hubiese sido un país sin desaparecidos.

—Pero también son esos poemas y esas canciones las que nos ayudan a luchar contra el terror. ¿De qué forma la palabra y el lenguaje nos pueden seguir salvando?

En la dictadura, el significado de la palabra era el que querían imponernos los militares, que era cantar la gloria del triunfo marcial, las marchas militares, todo el lenguaje fascista con el que querían destruir el lenguaje de Chile, el lenguaje que habían construido todos sus poetas a través de Violeta Parra y Víctor Jara, de Neruda, de Mistral. Entonces la lucha era por el significado de la palabra, por preservar los grandes significados, por preservar frases como las de Allende, “se abrirán las grandes alamedas”, y hacer que cruzaran a este tiempo, porque si perdíamos esa pelea por los significados, habría sido una derrota total. Fíjate en esta publicidad, “Metrogas, calor humano, calor natural”, ese no es ni calor humano ni es natural, entonces hoy tenemos que ninguna palabra dice lo que dice, ninguna frase nombra lo que nombra, ninguna imagen muestra lo que muestra. Es el idioma del capitalismo que se caracteriza por arrancarle a las palabras el sustento de lo real para tener un mundo ilusorio que promete la felicidad, pero es una felicidad oscura. Revertir eso debe ser un trabajo profundo de los artistas del mundo, de los poetas, del pueblo, es el poder creativo. La lucha por el lenguaje sigue siendo fundamental, pero es una lucha al borde del abismo. Está claro que no nos vamos a morir sólo de biología, todas las mentiras del sistema van a ser parte de nuestra muerte también. 

Zurita partió su aventura poética siendo un seguidor de los Evangelios, los que aún admira: hoy se declara un “cristiano ateo”. También sigue comprometido con el Partido Comunista, del que se apartó brevemente en los 2000 cuando decidió apoyar la candidatura de Ricardo Lagos. “Lo apoyé con todo porque estuvo a punto de ganar Lavín, entonces me parece bastante obvio dónde debía estar. Nunca estuve alejado del PC, es un partido que yo respeto mucho y donde está la gente que quiero, es un partido que jamás ha estado en ninguna asonada militar ni golpista, que ha sido traicionado, pero que jamás ha traicionado, que apoyó a Salvador Allende hasta el último segundo y que luchó con heroísmo contra la dictadura. Es el partido más castigado, cuyos militantes no necesitan alardear ni vestirse de revolucionarios porque son revolucionarios. Mi militancia es libre y va con todas mis discrepancias”, dice.

—¿Usted piensa que el arte debe ser político?

Yo creo que el arte es mucho más que político. El arte es político, pero también es un arte de amor, un arte del espacio íntimo. Un poema político tiene que ser también un poema de amor, un poema social, un poema laico. A mí, personalmente, me interesa un arte situado en el mundo y me interesan los poetas que hablan de este mundo y no que especulan en fantasmagorías que quizás no existen en ninguna parte de esta tierra.

—¿Cree que los artistas deban crear en torno a lo que se está viviendo hoy? 

Es inevitable escribir y crear, pero nosotros no somos periodistas, no somos reporteros. No necesariamente vas a hablar de la pandemia, porque la memoria es una cosa muy extraña, la memoria a veces te actualiza de cosas mínimas, insignificantes, pero las actualiza en ti, como cuando te despiertas una noche y te acuerdas de algo que pensabas que habías olvidado y eso te sobresalta. Hace poco murió Paulo de Jolly, un poeta maravilloso, solitario e increíble que escribió poemas dedicados al rey Luis XIV y vivía pegado en el siglo XVII, era un tipo excéntrico, su presente era otro y nadie podría culparlo por eso. La poesía, de alguna forma, se arranca del tiempo para mostrar todos los tiempos, el presente y el pasado. Si una imagen es profunda, será profunda para la humanidad entera y no solamente para ti.

—Son tiempos difíciles para los artistas también. ¿Le parece que el gobierno o el Estado debería comprometerse más con la cultura en estos tiempos de crisis?

Desconfío totalmente de la ayuda de este Estado al arte y la cultura, no creo que estén en condiciones ni sepan cómo hacerlo. ¡Qué va a apoyar Piñera la cultura si no es lo que le importa! Para Piñera, la cultura es otro de sus enemigos. Entiendo profundamente qué es la pobreza, la entiendo porque la padecí y la viví, sé lo que es no tener absolutamente ningún apoyo ni ninguna ayuda, pero por eso mismo sé que no dependemos de eso. Un artista o es más fuerte que sus circunstancias o no es un artista, pero si lo es, hará las cosas igual, con financiamiento o sin financiamiento.

Boaventura de Sousa Santos: “Las izquierdas se acomodaron, dejaron de saber estar en la calle”

El académico, ensayista, poeta y activista portugués reflexiona sobre las alternativas al modelo neoliberal –capitalista, racista y sexista–, las izquierdas tensionadas y una estructura global cruel que se agudiza cuando “todo se compra y todo se vende, y tenemos una corrupción endémica en el sistema. Y por eso los millonarios llegan al poder en varios países y otros, que no lo son, están al servicio de los millonarios y de las élites de los países. Por eso la democracia está siendo descaracterizada en todo este devenir, debido a esta separación entre el proceso político y el proceso civilizatorio. Me parece que la pandemia, de alguna manera, muestra las venas abiertas, como diría nuestro Eduardo Galeano, de esta separación”.

Por Ximena Póo

Optimista trágico. Así se describe, en tanto intelectual público, Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940). Dos conceptos que, articulados, nos hablan del siglo XX y de este siglo que avanza, por un lado, en deshumanización/desdemocratización y, por otro, en movimientos sociales y fuerzas de resistencia/acción. Es la tragedia y la esperanza, como si dos tiempos colisionaran una y otra vez, y hoy, más aún, en pandemia. Es la disputa del mundo de lo sensible, la emergencia, las urgencias, el fascismo, la emancipación. Todo en el mismo segundo, mientras el hambre no tiene respuestas en teorías vacías de calle. Todo tan real y pragmático. Desde Portugal, el académico (sociología de las emergencias), ensayista (autor de textos como Epistemologías del Sur, entre decenas de otros traducidos a varios idiomas), activista (precursor del Foro Social y asesor de movimientos en diversos países) y poeta dialogó con Palabra Pública y reflexionó a partir de las izquierdas, la necesidad de refundar los Estados, la intelectualidad situada, en contexto, los partidos de izquierda que se pierden porque no caminan con el pueblo y la posibilidad colaborativa para nuevos proyectos de sociedad. Doctor en Sociología por la Universidad de Yale (1973), ha sido un destacado catedrático en la Universidad de Wisconsin-Madison, de Warwick y en la Universidad de Londres. Es director emérito del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y coordinador científico del Observatorio Permanente da Justicia Portuguesa. 

El ensayista, académico y activista portugués, Boaventura de Sousa Santos. Crédito de foto: Scarlett Rocha.

Sus aportes abarcan, entre otros, estudios poscoloniales, movimientos sociales, globalización, sociología política, democracia participativa, reforma del Estado y derechos humanos. Conoce bien la realidad de Europa, Brasil, Colombia, Mozambique, Angola, Cabo Verde, Bolivia, Ecuador y, por mucho, la de Chile y nuestro momento constituyente, donde las actuales condiciones estructurales están determinadas por el neoliberalismo, un Estado subsidiario, instituciones deslegitimadas o muy débiles y una cotidianeidad muy dura y desigual. De Sousa –quien se prepara para publicar con Akal el libro El futuro como es empieza ahora– ha dicho que, en el contexto de hoy, el virus se advierte a nivel global “como un cruel pedagogo” que “nos da enseñanzas y lecciones, pero de la peor manera posible: matando”. 

Para él, “la esperanza está en las iniciativas políticas desde la base social; han creado un ambiente donde sea posible avanzar para otras luchas. En pandemia podemos lograr que no se pierda el ímpetu transformador por el que estábamos caminando antes de la pandemia, porque si no hay un escenario de transformación va a ser todavía peor la vida. La normalidad es un infierno para la gran mayoría de la población y será todavía peor, porque los Estados se endeudan ahora para cumplir todos los costos de la pandemia, para proteger mínimamente la vida de la gente, se endeudan con los mercados financieros. En Chile se decía ‘¡Basta!, nos robaron todo, hasta el miedo’. Ya no hay campo para más austeridad, más ajustes. Si no hay transformaciones, ni las democracias de bajísima intensidad van a resistir y vamos a entrar en nuevas formas de despotismo y algunas viejas. Ahora mismo, en Brasil tenemos un peligro de autogolpe con un presidente que es totalmente incompetente para el cargo. Pero puede ser apenas una caricatura de lo que sucedería en otros países si no hay cambios estructurales más fuertes”.

—Boaventura, usted ha escrito en su texto más reciente (La cruel pedagogía del virus) que esta crisis mundial producida por la pandemia ocurre en un contexto de crisis estructural, social, política, ambiental, donde los intelectuales y los políticos han abandonado el campo de disputa de sentidos y no han bajado a la calle durante años.

Hay que distinguir los dos campos: el político y el intelectual. De alguna manera están conectados, pero hay que distinguirlos porque son relativamente autónomos. El campo político pasa por una crisis profunda porque ha estado desconectado de la vida cotidiana, sobre todo de las clases populares, de sus aspiraciones, de sus necesidades, de su sufrimiento ante una sociedad cada vez más cruel en sus exclusiones, discriminaciones; una sociedad que he caracterizado como una sociedad capitalista, colonialista y patriarcal. O sea, para mí, fue una trampa del pensamiento crítico, inclusive del pensamiento marxista, pensar que el colonialismo había terminado con las independencias. No terminó, cambió de forma; siguió con otras formas, ya no la del colonialismo histórico como ocupación territorial por un país extranjero, sino que las otras formas fueron concentración de tierras, expulsión de indígenas de sus territorios ancestrales y, sobre todo, racismo, obviamente. Y también son sociedades patriarcales, porque la violencia contra las mujeres y otras orientaciones sexuales son constitutivas de este modo de dominación. O sea, son tres las cabezas dominantes: capitalismo, colonialismo y patriarcado, y una no existe sin las otras. Es por eso que cuando una se hace más dura –por ejemplo, el capitalismo se hace más excluyente porque los trabajadores tienen menos derechos, menos empleos–, el colonialismo, el racismo y la expulsión de poblaciones indígenas se hacen más duros; y el patriarcado se hace más duro con más violencia contra las mujeres. Durante la pandemia el capitalismo pasa por una crisis dura, obviamente, y con él aumentó también el racismo en las sociedades y la violencia contra las mujeres.

—¿Puede profundizar más en la reflexión sobre que en ese campo (político e intelectual) existe una distancia respecto de la vida cotidiana de los sectores que muchos de ellos dicen representar o interpretar? 

El capitalismo no se sostiene sin el racismo colonial y sin el sexismo patriarcal. Entonces, estamos en un momento en que estas tres formas son particularmente duras y estas formas de dominación nos obligarían a pensar que, con tanta exclusión, con tanta concentración de riquezas, una catástrofe ecológica inminente, deberíamos pensar en alternativas anticapitalistas, anticolonialistas y antipatriarcales. Pero los procesos políticos se rehusaron en los últimos cuarenta años a discutir lo que serían estas alternativas, porque ellas conllevan la idea de un debate civilizatorio al pensar en otra civilización que no es esta. Y el neoliberalismo, desde los 70, exactamente con Chile con el golpe contra Salvador Allende, con las dictaduras latinoamericanas, después todo el periodo neoliberal de los 80 y 90 hasta hoy, han creado la idea de que no hay alternativa al capitalismo y por eso, también, al colonialismo y al patriarcado. Esta idea se hizo más fuerte con la caída del Muro de Berlín en 1989 y ya no se podía pensar ahí mismo en una alternativa socialista. El capitalismo acababa de vencer en la historia. Y por eso nos metemos, por así decir, en una cuarentena ideológica de que no hay alternativa. Se dejó de discutir el proceso civilizatorio y por eso los procesos políticos se quedaron en la política corriente de administrar, gerenciar la sociedad capitalista, racista y sexista. Y por eso, para los políticos, las posibilidades de alternativas dejaron de existir y por eso la política, de alguna manera, murió. Dejamos de tener las grandes figuras políticas, los partidos se volvieron muy distintos, ya no eran partidos con políticos que eran grandes intelectuales, grandes políticos y activistas, con diferentes posiciones a la derecha y a la izquierda, pero donde se debatía el proceso civilizatorio. En ese momento se separó el proceso político del civilizatorio, pero este se siguió discutiendo en movimientos sociales, marginales o marginados, silenciados, y salieron de la agenda política de nuestras sociedades. Con esta falta de alternativa de un debate civilizatorio serio, la política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático.

“La derecha es incapaz de proteger la vida” 

De Sousa Santos sostiene que los políticos disfrazan esta incapacidad de proteger la vida “porque realmente la pandemia ha demostrado que el neoliberalismo es una mentira: no se destina a hacer crecer la economía o crear empleo, nada de eso; el neoliberalismo se destina a transferir riqueza de los pobres y de las clases medias a los ricos, nada más que eso. Es un proceso de transferencia muy poderoso y muy bien hecho. Y por eso, la ideología fundamental del mercado, desde hace cuarenta años, es decir que es el gran regulador de la vida social, que debemos privatizar las pensiones, la salud, la educación, es un modelo y Chile es un modelo de todo esto, un campo, un laboratorio muy fuerte”.

«La política se hizo pequeña y los políticos se hicieron pequeños, mediocres y, además, el neoliberalismo, exactamente para empequeñecer la democracia, introdujo una serie de transformaciones que descaracterizaron totalmente al proceso democrático».

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—El modelo queda aún más expuesto cuando sobreviene una pandemia… 

Nadie va a pedir apoyo a los mercados, a ese mercado que se dice que es el gran regulador, que resuelve todos los problemas sociales y económicos; nadie va a pensar en las grandes empresas, lo que se va a pedir es al Estado que los proteja, no que los reprima. Pero el Estado ha sido incapacitado para proteger. El Estado dejó de tener una política fiscal en la que los ricos deberían pagar más, se permitieron los paraísos fiscales, el Estado privatizó la salud, las pensiones, el Estado se hizo incapaz de proteger la vida. La pandemia nos ha mostrado que realmente necesitamos refundar el Estado y por eso necesitamos alternativas que deben tener una dimensión anticapitalista, antiracista y antisexista. Y, de hecho, eso se había visto muy claramente en Chile cuando empezó toda la protesta social antes de la pandemia y se abría el camino para una asamblea constituyente popular, plurinacional y feminista.

—Y en relación a los intelectuales… 

Durante el siglo XX acumulamos mucha derrota de alternativas, de propuestas emancipatorias que fracasaron, y todos estos proyectos tuvieron teóricos brillantes, con teorías brillantes para transformar la sociedad. Cuando fracasaron los proyectos, la culpa fue siempre de la práctica, nunca de la teoría. Los teóricos siguieron con su prestigio, la gente siguió leyendo sus libros, como si la teoría estuviera por encima de la práctica y fuera la práctica la responsable de todos los fracasos. Llamamos a esto las teorías de vanguardia. Yo pienso que el tiempo de la teoría de la vanguardia acabó. Como intelectual público me considero un intelectual de retaguardia, al contrario de la vanguardia. Yo paso la mitad de mi tiempo con los movimientos sociales, busco hacer una escucha profunda para ver cuáles son las ansiedades, las angustias, las necesidades de la gente y no imponer desde arriba, desde lejos, desde la alta cultura, una solución como una receta, porque no hay recetas globales, para nada.

Teorías de retaguardia 

Desde la emergencia permanente y hoy agudizada se constata que la inseguridad en la que miles de personas están sumidas hoy “llevó a que haya una distribución global de miedo y de esperanza totalmente desigual en el mundo. La gran mayoría de la gente tiene sobre todo miedo y muy pocas esperanzas. El uno por ciento tiene una esperanza casi ilimitada de que sus privilegios van a mantenerse para siempre; tiene, quizás, miedo, pero no se nota en nuestras sociedades. Nosotros tendremos que devolver la esperanza a los que tienen sobre todo miedo, pero para eso tenemos que meter miedo a los que tienen solamente esperanzas, a los opresores”. Es así como sostiene que el/ la “intelectual no puede hacer eso con sus teorías, lo que puede es trabajar con las organizaciones, con el pueblo, con los movimientos sociales, para que sepan que el poder opresor tiene siempre un punto débil, que la resistencia es posible y que nosotros tenemos capacidad para hacer esa resistencia. Es eso lo que el intelectual público tiene que hacer y eso, para mí, son las teorías de retaguardia, que no pueden ser teorías iguales para cualquier parte del mundo porque hay contextos distintos”.

—En todo el mundo pareciera que se vive un cambio epocal que tensiona la creciente deshumanización y desdemocratización. Hay fuerzas ciudadanas, de los excluidos, los “desterrados de la tierra”, de los ecologistas (que están adquiriendo fuerza política hoy en Francia y antes en Alemania), que se han levantado para construir desde abajo una posibilidad distinta y urgente al capitalismo y neoliberalismo, patriarcado, racismo (depredadores de la vida). ¿Cómo ve esos procesos? 

Mis evaluaciones son bastante positivas, porque realmente me parece que es por ahí que podemos cambiar el mundo de alguna manera. Toda la cultura crítica eurocéntrica está exhausta, no tiene soluciones. Desde hace más de diez años que hablo de las epistemologías del sur, un sur epistémico y no geográfico que trata de validar procesos de conocimiento nacidos en la lucha en contra del capitalismo, el capitalismo y el patriarcado, y muchas veces no son conocimientos científicos, sino que conocimientos populares. Pero la ciencia tiene que dar cuenta de que hay otros saberes también en la sociedad. He realizado lo que llamo la ecología de saberes. Y ese es un proceso para empoderar también, validar, esos movimientos. Es lo que llamo las sociologías de las emergencias. Por eso son importantes estas nuevas formas de lucha. La izquierda dejó de saber hablar con estos grupos sociales de derechos, dejó de hablar con la gente de las periferias de las ciudades; quienes hablan con la gente, en el lenguaje de la gente de las periferias, son, por ejemplo, los predicadores evangélicos, neoconservadores. Es la estrategia imperial de los Estados Unidos desde 1969 la de ofrecer una respuesta religiosa conservadora en contra de lo que era entonces la teología de la liberación, católica, que tenía curas que estaban viviendo realmente en los pueblos, en las fábricas. Las izquierdas se acomodaron demasiado en la lucha institucional, dejaron de saber estar en la calle cuando hoy en día no podemos, debido a la descaracterización democrática de los últimos cuarenta años, confiar en las instituciones; no podemos abandonarlas, tampoco. Tenemos que luchar con un pie dentro de las instituciones y otro pie fuera de ellas, en la calle, en las plazas, en las protestas, en los paros, en las huelgas. Esto puede ser algo que da esperanza.

Jon Lee Anderson: “La revuelta antiracista puede ser el principio del fin para Trump”

Columnista estable del New Yorker y reportero fogueado en conflictos armados y en las luchas por el poder en América Latina, al periodista de 63 años la pandemia lo tiene recluido en su casa de Inglaterra, pero eso no le ha impedido mantener su mirada aguda y demoledora contra el líder de la Casa Blanca y la ola de gobiernos populistas de derecha que según él están hundiendo las democracias en nuestra región.

Por Denisse Espinoza A.

Son tiempos difíciles para ser un corresponsal todo terreno. La pandemia del Covid-19 ha dejado al mundo en modo de espera y en el ejercicio del periodismo se hace sentir con más fuerza que nunca la ausencia de la calle y el reporteo cara a cara. Jon Lee Anderson (1957) sabe mejor que nadie lo que se siente y suelta un bufido frente a la pantalla de WhatsAap al admitirlo: “Mira, la verdad es que no he salido de casa desde febrero, lo cual para mí es casi inconcebible. No estoy acostumbrado a estar tanto tiempo en un mismo sitio y ya me pongo inquieto, espero ver si en julio es posible viajar a algún lado”, dice el periodista estadounidense sentado en el comedor de su casa de campo en Essex, Inglaterra, donde al menos puede salir a caminar, junto a sus perros, un buen trecho hasta la la playa. 

El periodista Jon Lee Anderson, en Kiev, Ucrania, 2014.

Los chilenos hemos vivido durante los últimos 40 años los efectos del neoliberalismo. Sin embargo, estas políticas han sido confrontadas a través de movimientos sociales y manifestaciones. ¿Crees que el neoliberalismo pueda ser derrocado?

—No creo que pueda ser derrocado, creo que el sistema debe ser limpiado en profundidad. Un régimen neoliberal no se trata solo de principios de gobierno, la razón neoliberal se propaga en cada grieta de la política y de la conducta cotidiana. Una cosa es derrocar a un tirano, a un rey o a la dominación de las empresas; otra cosa es tomar todo un sistema de razón y reemplazarlo. Se trata de nuevos valores, formas de tratar a la gente, nuevos indicadores para decidir qué es útil. Y eso no es un derrocamiento, es un proceso lento, largo, cuidadoso y deliberado, que será enfrentado con una enorme resistencia por quienes no creen en él, sean gente de derecha o liberales.

Una de las ideas que desarrollas es que la derecha se ha apropiado del concepto de libertad para desviar su significado original a un sentido neoliberal. Bajo esa perspectiva, ¿de qué hablamos ahora cuando hablamos de libertad? 

—Estamos bastante familiarizados con la idea de que el neoliberalismo valora la libertad de mercado, pero intelectuales neoliberales como Hayek, Friedman y von Mises entendían la libertad como un fenómeno individual más que político. Las democracias prometen igualdad política, y Hayek, von Mises y Friedman odiaban esta idea porque pensaban que conducía a la redistribución, a la justicia social y a un Estado de bienestar. Querían un estatismo que apuntalara el mercado y la moral tradicional, pero que concentrara la libertad en el individuo. Eso hizo que estuviesen de acuerdo con regímenes políticos autoritarios que propagaban las libertades individuales y de mercado; por eso apoyaron a Pinochet. El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática, para hacerla compatible con el autoritarismo, y eso es lo que vemos hoy en la derecha. Se ha vuelto antidemocrático y ataca la democracia apoyando etnonacionalismos y autoritarismos, mientras sigue aferrándose a la idea de las libertades individuales.

¿Cómo calza la libertad individual con el contexto de pandemia, donde los derechos y libertades individuales han perdido peso ante la importancia de la comunidad y un sentido colectivo? Pienso en los discursos de los antimascarillas o antivacunas.  

—(Esas personas hablan de las mascarillas o las vacunas) como si fueran un asunto de libertades individuales en vez de entender que estamos todos conectados, que una pandemia significa que no puedes concebir individuos independientes unos de otros. Son rebeliones antisociales en su esencia, que rechazan que el Estado y la sociedad tengan alguna atribución para proteger u organizar a la población. En su lugar, tenemos ese individualismo extremo de “mi libertad, mi cuerpo, haré lo que quiera con él”. La pandemia tomó el contexto neoliberal y lo hizo visible de la forma más cruda e impactante. Reveló las extremas desigualdades económicas y sus características de género y raciales, la diferencia en el acceso a la atención sanitaria, y, por supuesto, la vasta desigualdad Norte-Sur en la vacunación. Pero la pandemia también ha significado una crisis para muchos regímenes neoliberales que, en muchos casos, eran de extrema derecha y no pudieron lidiar con esto. Sea Brasil, el Reino Unido o Estados Unidos bajo Donald Trump; quedó en evidencia lo imposible que es enfrentar una crisis como la pandemia, la injusticia racial o la crisis climática desde una posición neoliberal. No se puede, necesitas respuestas políticamente organizadas y la razón neoliberal se opone a la movilización del Estado para cuidar a las personas.

La reivindicación del hombre blanco

Wendy Brown escribe al ritmo político del presente: El pueblo sin atributos fue ideado durante los últimos años de la administración de Barack Obama, mientras que En las ruinas del liberalismo fue escrito inmediatamente después del triunfo del Brexit y la elección de Trump. “Es bueno no tener que pensar en él durante cada hora de cada día”, dice con humor cuando sale el expresidente a colación. “Pero lamentablemente seguimos pensando en él”.

Adherente de Trump en un rally, en Minneapolis. – Crédito: Tony-Webster

La extrema derecha ha tenido mucha visibilidad en el último tiempo: en Estados Unidos bajo Trump y durante los ataques al Capitolio, y, en Chile, en marchas y en la creación de un partido político. ¿Cómo ha contribuido el neoliberalismo al surgimiento de estos grupos?

—Un primer punto es que el neoliberalismo ha legitimado sentimientos antidemocráticos y ha normalizado a grupos de extrema derecha que atacan la democracia, también ha desacreditado la idea del gasto y bienestar social. Y estos factores han conformado una base para el surgimiento de estos grupos antidemocráticos, los que se han masificado luego de existir en la periferia durante muchos años. El neoliberalismo ha desarmado la sociedad, eliminando programas sociales, lazos grupales y la idea de comunidad de un Estado de bienestar. Un segundo punto es el destronamiento del trabajador, del hombre blanco común, que ha tenido una actitud reaccionaria de “quiero mi trono de vuelta”. Y la forma en que lo logra es atacando a otra gente, a la política, a la globalización y a los extranjeros. Así encontramos etnonacionalismos, nacionalismos económicos, política de extrema derecha, y también una derecha que adula a hombres fuertes, ya sean Trump, Bolsonaro o Pinochet, que encarnan la idea del tipo fuerte que se sale con la suya, toma y hace lo que quiere, mata gente si es necesario, pero hace el mundo mejor.

Planteas que si bien el progresismo ha atribuido el surgimiento de estos grupos a la globalización o las diferencias rurales y urbanas, en realidad deberíamos enfocarnos en el ataque neoliberal a la democracia y a la sociedad. Sin embargo, si nos centramos solo en el neoliberalismo, ¿cómo se incorpora la noción de privilegio racial, de género y económico en tu análisis?

—Podemos llamarlo privilegio, pero también en algunos casos supremacía, y es fundamental. Es lo que mencionaba sobre el hombre blanco: muchos de los grupos de extrema derecha de la zona euroatlántica están compuestos por supremacistas que provienen de clases trabajadoras, no necesariamente pobres, pero tampoco económicamente privilegiados. Los grupos de extrema derecha son una respuesta de hombres blancos que creen que la civilización occidental y su propio país deberían ponerlos a ellos primero, como si hubiesen sido desplazados. Culpan a los inmigrantes, a las feministas, a las minorías raciales. Pero lo que los ha desplazado ha sido la globalización y sus efectos en la industrialización durante los últimos 40 años. El supremacismo blanco es la bandera de estos grupos, sienten que les da derecho a un espacio.

En los ataques al Capitolio varios participantes eran integrantes de grupos conspirativos. ¿Por qué grupos de extrema derecha necesitan conspiraciones para darle sentido al mundo?

—No tengo una respuesta definitiva. Se pensaba que el cristianismo como religión hegemónica tenía fundamentos inamovibles, pero su declive y un mundo lleno de poderes que nadie parece controlar han construido un escenario perfecto para un pensamiento conspirativo. En lugar del cristianismo tenemos teorías de la conspiración, que creen que existen fuerzas ocultas operando y que alguien está a cargo de ellas, pero no es Dios o un salvador, sino un grupo perverso causando caos. Esto también tiene relación con la gran popularidad de las religiones evangélicas en lugares como África, Latinoamérica y el Sudeste Asiático. El sistema de creencias que crece más rápido en el mundo mientras aumenta el poder del capital no es el proletariado ni el socialismo. Es la fe en el cristianismo evangélico, que también tiene cierta orientación conspirativa.

Ha habido un aumento de ataques contra la comunidad asiática en Estados Unidos. Sin embargo, ha habido cierta resistencia desde las autoridades a calificarlos como ataques racistas. ¿Cómo ha influido el neoliberalismo en la forma en que hoy se entiende la raza?

—El neoliberalismo ha convertido la raza en un fetiche y un tema identitario de pertenencia, en lugar de entenderlo como un fenómeno construido histórica y socialmente para asegurar un orden social jerárquico. En el caso de la campaña de odio contra la comunidad asiática, hay que recordar que Estados Unidos trajo trabajadores de China hace 200 años y desde entonces han sido identificados como portadores de enfermedades y ladrones de puestos de trabajo. Este odio resurgió por culpa de Trump y su identificación del covid-19 con China. Es un escenario dramático. La forma de enfrentar esto es estudiando cómo se está reproduciendo y afianzando la supremacía blanca cuando se permite que continúen estos ataques racistas. Y esto debería bastar para que todos —negros, blancos, asiáticos y latinos— nos unamos para hacerle frente.  

Sylvia Eyzaguirre: “Me parece que el rol que pueda cumplir una Nueva Constitución es más simbólico”

La actual investigadora en temas de educación del Centro de Estudios Públicos (CEP) y Doctora en Filosofía reflexiona sobre las consecuencias del estallido social, el plebiscito de octubre y la educación escolar durante la pandemia del Covid-19. “La vuelta al colegio debiera ser lo antes posible, en la medida en que las condiciones sanitarias lo permitan”, considera.

Por Javier García Bustos

“Por las mañanas somos profesoras y por las tardes hay que hacer el aseo”, cuenta Sylvia Eyzaguirre sobre sus días de cuarentena por el Coronavirus, dando cuenta también de la manera en que la pandemia ha cambiado la rutina. Licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile, Doctora en Filosofía por la Universidad Albert-Ludwig de Friburgo, Alemania, Sylvia Eyzaguirre fue asesora del ministerio de Educación y desde 2014 es investigadora en temas de educación del Centro de Estudios Públicos (CEP), además de columnista del diario La Tercera. “Hemos tenido la facilidad de trabajar a distancia. En ese sentido, no hemos visto interrumpido nuestro trabajo, sino que hemos cambiado el lugar de trabajo”, señala a Palabra Pública la académica sobre su labor en el CEP, quien acá se refiere a varios temas, como la educación online, la necesidad o no de una nueva Constitución, la desigualdad social y cómo ha funcionado en este tiempo la clase política.

Licenciada en Filosofía en la Universidad de Chile e integrante del Centro de Estudios Públicos, Sylvia Eyzaguirre.

—¿Cómo ha enfrentado el CEP los nuevos desafíos ante la crisis sanitaria del Coronavirus? 

Sin duda, las condiciones son diferentes, porque muchos de nosotros tenemos que hacernos cargo de nuestros hijos: por las mañanas somos profesoras y por las tardes hay que hacer el aseo y hay que lidiar con los quehaceres de la casa, y junto con ello hay que cumplir con la jornada laboral. Pero claro, el CEP nos ha entregado las facilidades para poder hacerlo. Claramente, la productividad no es la misma, pero poco a poco agarramos el ritmo. Ahora hay un antecedente: con el estallido social ya tuvimos que cambiar nuestras agendas para hacernos cargo de los acontecimientos que estaban ocurriendo en el país y ahora sucede lo mismo con el Covid-19.

—Y ante las circunstancias, ¿cómo se proyecta el CEP? 

Para nosotros, en momentos como estos, el CEP cobra más relevancia. Somos un centro que busca reflexionar sobre los problemas del país y dar soluciones rigurosas y enfrentar los desafíos. Es así como desde la contingencia se muestra la importancia que tienen estos centros de estudios. Y, gracias a la libertad que tenemos los investigadores, frente a los nuevos desafíos, nos adaptamos. Desde la casa, igualmente, tenemos acceso a las bases de datos, en mi caso el ministerio de Educación me sigue suministrando datos. Quizás uno produce menos por tener que hacerse cargo de otras labores, pero no ha afectado la función del CEP.

—En el Congreso se tramitó el Ingreso Familiar de Emergencia. Días antes usted señaló que resultaba lamentable que en Chile, “un país de sólo 18 millones de habitantes, las fuerzas políticas no puedan ponerse de acuerdo para enfrentar la crisis económica”. ¿Las decisiones importantes se están tomando muy tarde? 

En su minuto tuvimos un acuerdo de la clase política para enfrentar el estallido social y ahora, con esta crisis sanitaria de nivel mundial, nuevamente la clase política, y sobre todo la vieja política, logró ponerse de acuerdo. Pero esa es la mitad del vaso lleno. La mitad del vaso vacío es que se demoraron demasiado, hubo mucho desgaste y se han logrado contener ciertas iniciativas populistas que hay en el Congreso, que están constantemente amenazando y que vienen tanto de la coalición de gobierno como de la oposición. Y más allá de los resultados, el costo es muy alto, según la percepción ciudadana, en un escenario en que hay mucho en juego, sobre todo la vida de las personas.

—La pandemia del Coronavirus terminó de demostrar la desigualdad en la que viven los ciudadanos. Muchos creen que una nueva Constitución ayudaría a resolver los problemas de inequidad. ¿Es fundamental una nueva Constitución? 

Me parece que el rol que pueda cumplir una nueva Constitución es más simbólico y, en ese sentido, puede ser muy importante. Si la ciudadanía así lo decide en el plebiscito de octubre, elaborar una nueva Constitución, que es el marco de entendimiento en el cual va a funcionar la política en Chile, puede ser muy bueno para el país. Pero no creo que ese ejercicio vaya a reducir la desigualdad, no creo que mejore la productividad económica del país ni el funcionamiento de los hospitales ni la calidad de la educación. Ahora, el ejercicio de rayar nuevamente la cancha puede ser un ejercicio sanador para el país. Para ello tiene que haber buena fe y generosidad y eso, a veces, no se observa en la clase política.

—¿Urge en Chile un “nuevo pacto social”? 

Viendo las demandas de la ciudadanía, me parece que la respuesta es política y no constitucional. Creo que si queremos avanzar hacia una socialdemocracia con niveles mínimos más altos de bienestar para toda la ciudadanía, eso es una decisión política que se define en las elecciones con las fuerzas políticas que nos representan. Y creo que eso no está en la Constitución, donde sí están los límites del Estado, qué rol cumplen las instituciones, cómo se resguardan los derechos de los ciudadanos, pero lo que tiene que ver con demandas sociales, eso es política. Entonces urge un nuevo pacto social, sí, pero ese es rol de la política. Y el problema es que hay muy poca adhesión de la ciudadanía a las instituciones políticas que nos representan. Ese es el principal desafío de Chile: fortalecer las instituciones políticas

—Desde el desarrollo de la pandemia, ¿cómo ha visto el tema de la educación a distancia? 

Tengo algunas cifras de encuestas que no son 100% representativas y en base a las encuestas que están circulando puedo decir que es preocupante ver lo difícil que ha sido para Chile subirse a este carro de la educación a distancia. Muchas familias no tienen las condiciones físicas en el hogar para estudiar y menos los equipos de acceso a Internet para conectarse a las clases. A veces, los más pequeños no tienen un adulto que los pueda guiar, hay mucha desigualdad con respecto al capital humano. Siempre resaltamos lo desigual que es nuestra educación, pero ahora, con la suspensión de las clases presenciales, hemos observado el tremendo rol que cumplen las escuelas en intentar igualar las oportunidades. Sin duda, siguen existiendo enormes diferencias. Hoy, la mitad de los profesores te dicen que creen que sus alumnos no están aprendiendo, que sólo un 16% ha logrado hacer clases online y que la mayoría, o sea, el 84%, lo que ha hecho es mandar a las casas guías y ejercicios.

—¿Cómo y cuándo debería ser un retorno seguro a clases o deberíamos olvidarnos de este año escolar presencial?

Es muy perjudicial que los niños no puedan ir al colegio, no sólo desde el punto de vista del aprendizaje. La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) sacó recientemente un paper en relación a los riesgos que significa tener las escuelas cerradas. Primer riesgo: desnutrición. En Chile, un millón 600 mil niños reciben dos comidas al día en la escuela. Hoy, el Ministerio de Educación ha hecho un tremendo esfuerzo para entregar a las familias, semanalmente, cajas de alimentos. Pero es muy probable que esos alimentos, pensados para un solo niño, sean compartidos por todo el grupo familiar producto de la crisis económica. Un segundo tema tiene que ver con maltrato y abuso. El hacinamiento en Chile es bajo, cerca de un 18% de los niños viven en esta condición, pero lo más probable es que con el encierro el maltrato y los abusos sexuales aumenten. Por lo tanto, hay niños que lo están pasando muy mal y es muy difícil para el Estado poder detectar cuáles son los niños que están en riesgo. Un tercer tema son las enfermedades mentales y, según evidencia científica, están aumentando más que en un año normal. Ante este panorama considero que la vuelta al colegio debiera ser lo antes posible, en la medida en que las condiciones sanitarias lo permitan. Tal vez dividiendo los cursos por la mitad, alternando jornadas, pero es fundamental el reingreso lo antes posible, especialmente en los sectores más vulnerables.

“Es preocupante ver lo difícil que ha sido para Chile subirse a este carro de la educación a distancia. Muchas familias no tienen las condiciones físicas en el hogar para estudiar y menos los equipos de acceso a Internet. A veces, los más pequeños no tienen un adulto que los pueda guiar, hay mucha desigualdad con respecto al capital humano”

El poder del Estado 

Desde el inicio del Coronavirus se han multiplicado, en la prensa mundial, las opiniones de diferentes filósofos e historiadores ante la incertidumbre por lo que vendrá. Por ejemplo, declaraciones de Yuval Noah Harari (De animales a dioses), del surcoreano Byung-Chul Han (La sociedad del cansancio) y hasta del polémico Slavoj Žižek, quien publicó hace algunas semanas el libro Pandemia. 

—¿Qué reflexiones realizadas en estos tiempos le hacen más sentido? Žižek dijo que el Coronavirus es “el golpe definitivo contra el capitalismo” mientras que Byung-Chul Han señaló que, después de la pandemia, “sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente” …

Son reflexiones a partir del contexto, pero creo que se cae mucho en la opinología. Parecen opiniones sobre el futuro y parecen querer predecirlo. En todo caso, es interesante que ambos destacados pensadores contemporáneos tengan visiones totalmente distintas. Es curioso cómo la pandemia incentiva dos aspectos que son parte de la naturaleza humana y donde se produce una cierta tensión. Por una parte, la forma de protegernos de la pandemia es el aislamiento social, y uno sentiría que eso es como un egoísmo, pero al mismo tiempo ese aislamiento genera solidaridad con los otros. En ese sentido, el egoísmo, relacionarlo con el capitalismo, tiene sentido. Y, por otro lado, la crisis económica que está generando la pandemia despierta el espíritu solidario, se relaciona con el vivir en comunidad, porque no podemos vivir eternamente aislados.

—La filósofa Judith Butler señaló que “el aislamiento, en parte, es una estrategia de control estatal, que expande el poder del Estado”. ¿Cómo ve este asunto? 

Con esta situación que vivimos una se da cuenta de la función real que cumple el Estado. El tema es concreto: proteger la vida de los ciudadanos. En estas circunstancias ves el poder que le estamos entregando nosotros, voluntariamente, a este Estado sumamente poderoso que oprime nuestras libertades individuales, y que nosotros renunciamos a ciertas libertades individuales en pos de un bien común que implica la vida. Esa tensión, que en la normalidad está tan sumergida y tan poco visible, ha salido a la luz de una forma brutal. Es una situación límite donde se demuestra el carácter del Estado y la amenaza y el beneficio que puede ser para nosotros.

—¿Cree que la tecnología ha sido el instrumento que ha triunfado en esta crisis sanitaria? 

De todas maneras. Sería interesante poder estimar, y este es un trabajo para los economistas, cuánto hubiese caído el producto del país si no hubiésemos tenido tecnología. El hecho de que muchas empresas puedan hacer teletrabajo, que muchos trámites que involucran al Estado los puedas realizar vía online o la misma banca electrónica demuestran que Chile, comparado a otros países de la región, en ese sentido, es muy avanzado. Por supuesto, hay muchas áreas donde podríamos avanzar mucho más, como en telemedicina. Obvio que una cirugía no la puedes hacer a distancia, pero varias labores de la medicina podrías hacerlas a distancia. En Chile esto está comenzando y es también una forma de optimizar y focalizar mejor los recursos del Estado.

—Usted firmó una carta en apoyo a Cristián Warnken. ¿Qué opina de las críticas en redes sociales y sobre la figura del intelectual hoy en Chile? 

Creo que las redes sociales se han convertido en una cacería de brujas, en un circo romano donde, a veces, se cree que ese es el reflejo de la realidad, pero Twitter no representa la opinión de la mayoría de las personas. Ahora, el nivel de agresividad que hay en la política, ver cómo se tratan nuestros políticos, es espeluznante. Y luego ves cómo nos estamos tratando en las redes sociales, los foros de discusión, te das cuenta de que hemos perdido algo que es el fundamento de la democracia, que es considerar al otro un igual a ti. Y que ese otro, por más liberal, machista o feminista que sea, merece respeto. Incluso da la impresión de que hay sectores que se alegran con la desgracia del otro. Por ejemplo, con el caso del ex ministro Jaime Mañalich, como que ojalá fracase para hacerlo bolsa. Pero si él fracasa, lo hace todo el país. Ahora, agradezco el rol que han tenido intelectuales de confrontar a esa manada que no piensa y que sólo pide sangre. Y también hay que entender que lo que pasa en El Mercurio, La Tercera y Twitter no es lo que pasa en Chile, eso le ocurre a una élite muy reducida.

—También están las columnas de Carlos Peña, ¿no? En el último número de la revista del CEP, a partir del estallido social, Peña se pregunta: “¿Por qué una sociedad que ha disminuido la desigualdad experimenta, sin embargo, una vivencia de la desigualdad cada vez más aguda?” 

Si miras el crecimiento económico y la desigualdad económica en Chile en los últimos 20 años, distintos economistas observan cómo se ha reducido la brecha de desigualdad económica y la desigualdad material, y ese fenómeno es muy peculiar. En otros países las brechas han aumentado. En Chile disminuye, pero cuando uno ve las encuestas, la percepción es de mucha más rabia en cuanto a la desigualdad. Esto puede ser debido a las expectativas que genera el progreso, o sea, que junto al progreso material debería ocurrir el progreso social, un trato igualitario, pero a pesar de lo que yo he conseguido, la sociedad me sigue tratando igual que antes. Entonces, significa que la desigualdad de clase no se ha reducido y eso genera rabia y frustración. Chile creció en los años 90, pero ese crecimiento se ha ido estancando en los últimos 15 años.

Crisis de TVN: ¿El final de la televisión pública?

El anuncio de la venta del edificio de Televisión Nacional por US$90 millones puso en evidencia las pérdidas económicas y un historial de malas administraciones. ¿Hay que refundar el canal o volver a legislar para que sobreviva? Acá se desarrolla una serie de reflexiones, críticas y propuestas. Conversamos con Nivia Palma, integrante del directorio; Jaime de Aguirre, ex director ejecutivo; Luis Breull, experto en comunicación; Manuela Gumucio, directora de Fucatel; y Pedro Chaskel, director del sindicato 2 de TVN.

Por Javier García Bustos

“Crisis golpea a TVN”, “Venta edificio TVN” y “TVN busca vender edificio corporativo” fueron sólo algunos de los titulares que se reprodujeron en la prensa luego de que el pasado 15 de junio comenzara a circular el aviso de la consultora inmobiliaria Colliers International ante la venta de las dependencias de Bellavista 0990. Creados en 1969, los primeros estudios de Televisión Nacional de Chile (TVN) estaban ubicados en una casa arrendada a la familia del poeta Vicente Huidobro, en la esquina de Alameda con San Martín. Un año después, en agosto de 1970, ya se inauguraban sus estudios definitivos en Providencia. 

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

En aquel lugar, en el año 2000 se construyó el edificio corporativo. Una gran estructura con cuatro edificios emplazados en tres niveles superiores y dos subterráneos. Allí operan 10 estudios de televisión, oficinas, redacción de prensa y almacenaje de archivos. El recinto tiene un total de 57.500 metros cuadrados construidos sobre 27.200 metros cuadrados de terreno.

El aviso de venta de la consultora inmobiliaria señala que “se permiten edificaciones residenciales, edificaciones de servicio y salud pública”. El valor de referencia es de US$90 millones ($72 mil millones) y la recepción de las ofertas será hasta septiembre.

¿Es el fin de la televisión pública la venta del edificio de TVN? ¿Qué viene después para un medio de comunicación histórico y su patrimonio?

Según Pedro Chaskel, director del sindicato 2 de TVN, desde agosto de 2019 hasta ahora se han producido, aproximadamente, 160 despidos. El dirigente, quien trabaja desde 1993 en el canal, entrega otro dato: de una planta original de 1.400 personas, actualmente quedan menos de la mitad, 650 trabajadores.

Nivia Palma, abogada y actual integrante del directorio del canal, cree que los años 90 e inicios del 2000 fueron, desde el punto de vista económico, buenos años para TVN. “Fue un medio de comunicación que intentó contribuir al reconocimiento y valoración de la diversidad y pluralismo. Reportajes relevantes en materia de violaciones a los derechos humanos fueron realizados por TVN, emblemáticos programas como El Mirador y Patiperros fueron parte de su programación; sin duda, también Informe Especial. Por su parte, el área dramática hizo un aporte para instalar diversas realidades”, señala.

La abogada y actual integrante del directorio de TVN, Nivia Palma.

Pero en los últimos años la situación económica del canal ha ido en declive. Televisión Nacional posee un esquema de autofinanciamiento, que por ley no puede recibir fondos del Estado. Esta ley es la 19.132, decretada en marzo de 1992, tras el regreso de la democracia. En los últimos años, los números rojos fueron categóricos y lapidarios. En abril pasado el Diario Financiero informó que el canal obtuvo un crédito con el banco BCI por $48.500 millones. Esto, luego de que las pérdidas en 2018 ascendieran a $12.182 millones.

Ante estos números negativos, Nivia Palma reflexiona: “Las transformaciones de la industria televisiva y el mercado publicitario de la última década pusieron en evidencia de manera dramática el problema estructural de TVN: una empresa pública de medios de comunicación sometida a las reglas del mercado, obligada a autofinanciarse. En ese contexto, con una programación más bien pensada con el propósito de obtener publicidad y claramente poniendo en serio cuestionamiento su rol público, TVN enfrenta una de sus mayores crisis desde el punto de vista económico y financiero”.

Cargos políticos y desafíos

El mejor antecedente para el canal, en términos creativos y de dividendos, fue la década del 90 y los primeros años del 2000. En la estación de Bellavista 0990 destacaron teleseries realizadas en regiones como Sucupira, La Fiera, Romané, Pampa Ilusión, El circo de las Montini y programas infantiles como 31 Minutos. También estaba de lunes a viernes el matinal Buenos Días a Todos.

Sobre la evolución de los medios de comunicación, de los buenos a los malos años, habla Jaime de Aguirre, ex director ejecutivo del canal: “los tiempos cambian y el éxito sostenido no fue acompañado por una visión más lúcida de los nuevos tiempos. Grandes avances tecnológicos, profundos cambios sociales, más competencia de nuevas plataformas digitales, nuevas tendencias en los hábitos de visionado han afectado a toda la industria de los medios y no sólo a TVN, desatando una crisis general de la TV”, opina De Aguirre.

Pero, definitivamente, en los últimos años la audiencia no favoreció a TVN. Ya en diciembre de 2015 hay antecedentes de pérdidas por sobre $23 mil millones. En mayo de 2016, la administración de la presidenta Michelle Bachelet envió un proyecto de ley al Congreso buscando inyectar fondos por US$75 millones. Ese mismo año, la presidenta habló públicamente de un proyecto de recapitalización que implicaba una amplia programación cultural. Esto se materializó en 2018 con la ley 21.085 que modifica la ley de TVN y que permitió implementar la televisión digital. Pero no mucho más. Se habló, en los años posteriores, de convertir a Televisión Nacional en una especie de BBC, servicio público de radio y televisión del Reino Unido.

Jaime de Aguirre, director ejecutivo del canal hasta diciembre de 2018.

Jaime de Aguirre, quien fue director ejecutivo del canal hasta diciembre de 2018, cree que el futuro de la estación debería ser “como un medio multiplataforma relevante”. De Aguirre opina que “por cierto, todo parte por la voluntad del dueño, el Estado, de que TVN exista y se fortalezca, particularmente ahora, en tiempos en que las comunicaciones se han vuelto una herramienta poderosa para ser utilizada en defensa de la vida en democracia. Se requiere un dueño convencido de que no basta llegar a fin de año ‘en azul’, sino que sea capaz de elaborar un plan estratégico sofisticado, sin olvidar que el principal objetivo de este proyecto es producir y distribuir contenidos que contribuyan a un Chile más informado y reflexivo”, agrega quien también, a inicio de los 90, fue director de programación de TVN.

Sin embargo, hay voces que opinan distinto ante la crisis que vive actualmente el canal. Por ejemplo, Luis Breull, experto en análisis de comunicación y académico de la Universidad Católica, cree que “A TVN hay que refundarla, porque es un canal que se dejó morir, se dilapidó el patrimonio público, el que fue muy poco cuidado, sobre todo en las gestiones de la última década y, principalmente, en los últimos cinco años, donde TVN estaba reducido a ser un cazador de rating”.

El especialista insiste en la necesidad de hacer una nueva legislación, “pero no para salvar a TVN, sino para construir y robustecer un sistema de medios públicos en Chile, que realmente responda a la ciudadanía y que le interese fortalecer a la democracia. Y no discutir, legislativamente, de cómo salvamos a la actual TVN, este TVN ya está superado por la historia. Hay que discutir una ley con plataformas de medios públicos, que permita que el Estado opere en radio y televisión, como generador de contenidos multimedia”, añade Breull.

En tanto, otra opinión apela al financiamiento para el canal por parte del Estado. Manuela Gumucio, directora general del Observatorio de Medios Fucatel, comenta que “muchos ejecutivos confunden un medio de comunicación con una carnicería. No quieren aceptar que no hay democracia real sin una opinión formada libremente, en conocimiento de diversas maneras de ver el mismo problema. Los dividendos y ganancias de una TV pública no se miden en pesos. Y para decirlo rápidamente, creo que es necesario financiar parcialmente ese canal”.

La periodista y doctora en sociología cree que “somos un país secuestrado, no tenemos acceso a saber del Líbano, de Palestina, de filosofía, de grandes artistas. Es indispensable, por ejemplo, tener documentales”, agrega Manuela Gumucio y termina diciendo que “lo grave es que, desde hace años, nadie reconoce a esta señal como un canal público, en el sentido de ser un espacio de contrapeso al concierto bastante uniforme de la TV comercial, tanto desde el punto de vista político, de la diversidad de ideas, como del estético y creativo”.

El antipoeta Nicanor Parra entrevistado por el escritor Antonio Skármeta en El show de los libros, programa cultural emblemático que se emitió por TVN entre 1992 y 2002.

Uno de los motivos de que TVN no se diferencie de otras señales podría ser su complejo funcionamiento interno. Al presidente del directorio lo designa el presidente de la República de turno. En el Congreso se votan los otros integrantes. Hoy su directorio lo encabeza la economista Ana Holuigue y su vicepresidenta es la exministra de Educación, Adriana Delpiano, quien dijo no estar disponible para este reportaje. Además, el directorio lo conforman el abogado Gonzalo Cordero, la periodista y Premio Nacional Pilar Vergara, la abogada Nivia Palma y la exministra del Deporte Pauline Kantor.

Para el académico Luis Breull, estas designaciones políticas son un conflicto. “Es ahí donde el discurso público se empieza a derruir y también se empieza a constituir una casta de administradores de TVN venidos de cargos políticos. Así se fue constituyendo una cultura de apropiación del canal por parte de cinco partidos políticos: el directorio le pertenece al PPD, a la DC, al PS, a RN y a la UDI, sea quien gobierne, y esto es nefasto. Esto produce un control editorial y no justamente en pro de un debate democrático”, añade. 

El futuro y el financiamiento

“Este es un proceso de liquidación de activos que se dan en las empresas cuando están a punto de quebrar y que venden lo último que les queda para poder salvar las deudas”, dice Luis Breull sobre la puesta en venta del edificio de TVN desde mediados de junio.

Mientras, Pedro Chaskel, director del sindicato 2 del canal, entrega más datos y cuenta que desde el año pasado había intenciones claras de “arrendar o vender parte del edificio” y señala que a nivel de directorio “esto se manejaba desde enero”. Hay otro dato: desde inicios de este año los pisos -3 y -4 de los estacionamientos del canal son arrendados a la Clínica Santa María.

El director del sindicato 2 de TVN, Pedro Chaskel.

El pasado 25 de junio, el directorio de TVN fue citado a una sesión de la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados. Pedro Chaskel escuchó parte de los argumentos del directorio. “Incluso creyendo toda la argumentación que ha dado el directorio, quienes descartan la privatización, lo que se desprende de su discurso es que la situación es tan, pero tan mala, que sólo vendiendo los inmuebles es viable que siga existiendo una empresa que se llama TVN”, comenta Chaskel y cree que el problema de fondo es “la viabilidad futura de TVN. La venta del edificio sólo va a resolver un problema de supervivencia a corto plazo. Pero lo importante es que debería haber una nueva estructura legal para funcionar”.

Así es como el dirigente de los trabajadores cree que es urgente legislar nuevamente. “Una nueva ley tiene que hacerse cargo de cómo se financia TVN, de los cambios que se hacen tanto en la composición del directorio como en la elección de las autoridades para que haya mayor profesionalismo y no siga este cuoteo político en el que llevamos tanto tiempo”, señala.

De alguna manera, Nivia Palma, actual integrante del directorio del canal, apunta en la misma dirección. “Esta crisis debe enfrentarse de manera estructural con una nueva ley de TVN que aborde el financiamiento del Estado, pues se trata de una institución estratégica para el país, y además se debe definir un nuevo gobierno corporativo, que supere el binominalismo y dote a TVN de la capacidad real para llevar adelante la gestión y creación de un conjunto de medios de comunicación”, dice Palma y resume: “Es completamente improcedente sostener una empresa pública de televisión que debe autofinanciarse; allí está, a mi juicio, la cuestión de fondo. TVN le pertenece a Chile, no a los gobiernos, tampoco a un grupo de empresarios o a un grupo de la élite”.