Francisco Mouat: “Hoy escasea el periodismo y nos pasan gato por liebre todo el día”

El periodista y escritor, autor de El empampado Riquelme, ahora a cargo de librería Lolita, reúne más de treinta años de su labor como cronista en el ejemplar Escala técnica. Acá se refiere al periodismo actual, al arte de contar historias, alude a la clase política y se pregunta: “¿Cuántos parlamentarios hoy leen literatura, ven cine, se conectan con la música o con las artes? ¿Cuántos se ven a sí mismos como algo más que operadores de pequeñas parcelas de poder?”.

Por Javier García Bustos

Era 1985 y hasta entonces Francisco Mouat (1962) sólo había viajado fuera de Chile a las ciudades de Mendoza y Buenos Aires, en Argentina. Mouat era periodista de la revista Apsi y ante una invitación para cubrir el Festival Internacional de la Juventud se trasladó más de 14 mil kilómetros, desde Santiago rumbo a Moscú. 

“La invitación de los comunistas rusos incluía todo: visa volante para no timbrar el pasaporte y evitar que te interrogaran de regreso en el aeropuerto de Pinochet; pasajes en Aeroflot ida y vuelta desde Buenos Aires con escala en Recife, Dakar y Argel; alojamiento, las cuatro comidas y creo que hasta un modesto viático que alcanzaba para traerse una muñequita rusa de madera”, escribe Francisco Mouat en Rayuela moscovita, crónica incluida en el nuevo volumen Escala técnica, que publica el sello Overol, una selección de su labor como periodista y escritor por tres décadas.

Autor de más de 15 libros, Francisco Mouat, además de trabajar en las desaparecidas revistas Apsi y Hoy, fue director de Don Balón y editor de la Revista del Domingo en Viaje del diario El Mercurio. Su gran pasión han sido los viajes y los libros. Desde 2014, dirige la librería Lolita. 

El periodista, escritor Francisco Mouat, está a cargo de Librería Lolita.

Desde los ochenta, Mouat no sólo ha viajado a Rusia o Malasia, sino que ha recorrido Chile para registrar múltiples historias que ahora integran Escala técnica y que parecieran conectar todo el universo. Mouat narra los sinsabores de Fenelón Guajardo, el Charles Bronson chileno; un extraño viaje a Capitán Pastene, en La Araucanía, tras los pasos de un “avaro millonario”; y captura la voz de Américo Grunwald, sobreviviente de Auschwitz afincado en Concepción. Mientras, la literatura se cuela en las crónicas del periodista, con autores como Ennio Moltedo, Jorge Teillier, Julio Ramón Ribeyro, Ryszard Kapuściński y Wisława Szymborska. 

Escala técnica reúne parte de tu trabajo asociado a la literatura y el periodismo. ¿Sientes que existen temas o intereses que unan los textos?

—Es bien probable que sí, pero esa tarea de vincularlos mejor que la haga su lector. No soy muy dado a pensar demasiado sobre lo que hago. A la forma de hacerlo le doy vueltas, pero no mucho a por qué lo hago. No sé si tienen algo en común el actor que encarnaba al Zorro en la famosa serie de televisión de los años sesenta y setenta, y que murió en Buenos Aires el mismo día en que iba a hablar con la madre de su novia para pedir la mano de su hija, con Américo Grunwald, ese judío increíble que sobrevivió a los campos de concentración nazi y se radicó en Concepción y aquí formó una familia y se propuso —con éxito— hacer reír a lo menos a una persona cada día de su vida. Supongo que los vínculos, más que en los temas, están en la manera de mirar y de contar. Escala técnica es una selección revisada y corregida de textos muy diversos, algunos inéditos, que durante más de treinta años he estado pensando, investigando y escribiendo en diarios, revistas y libros. Ojalá sobrevivan al escrutinio del tiempo. 

En los últimos años, la crónica periodística ha registrado los cambios de las sociedades en Latinoamérica. Incluso hay varias antologías. ¿Cómo ves este fenómeno y qué autores del continente te interesan? 

—Espero que la crónica siga siendo un género vivo, diverso, que explore todos los temas y todas sus posibilidades formales. Habrá algunas crónicas rudas y de batalla, hechas con los ojos en la calle, con acento en lo social o en lo político, que deben convivir con otras miradas, más íntimas si se quiere, ligeras en el mejor de los sentidos que, a partir del vuelo de una mariposa, sean capaces de provocarnos, de invitarnos al placer de la lectura, al goce de la palabra bien dicha y poderosa. Hacer competir entre sí los distintos tipos de crónicas es tomar partido innecesariamente, cuando lo que requerimos para que el género se fortalezca es honestidad intelectual, una mirada propia y una escritura bien trabajada. Roberto Arlt escribía sin exquisiteces, pero esa escritura es comprometida con lo que cuenta, si tiene rabia la expresa, no la disfraza. Esa conciencia de estar escribiendo algo que te importa no se compra en la farmacia. Clarice Lispector escribe de otra forma, pero sus crónicas se hermanan con las de Arlt en el alma de narradores que ambos son y que los provoca para escribirlas. Me interesan más los cronistas que cultivan el género no porque esté de moda o porque sus crónicas vayan a cambiar el mundo. Desde Rubem Braga hasta Pedro Lemebel. Desde Marta Brunet hasta Selva Almada o María Moreno. Desde Jorge Ibargüengoitia hasta Roberto Merino. Desde Juan Villoro hasta Martín Caparrós. Desde Joseph Mitchell y Gay Talese hasta algún o alguna cronista que no conocemos aún y que se obsesiona con contar el estallido de octubre del año pasado en Chile desde un lugar incierto e inesperado.

¿Qué reflexiones surgen al comparar, en términos de contenidos y exigencias, el periodismo en el que te desarrollaste profesionalmente y el que hoy lees o ves?

—No quiero parecer amargo en mis reflexiones, pero el examen que hago de la realidad que me rodea me impide no ser crítico de lo que veo, leo y oigo. Tampoco me creo eso de que antes había mejor periodismo que hoy. Creo que había más periodismo, del bueno, del regular y del malo, y que lo que ocurre hoy es que escasea el periodismo, y nos pasan gato por liebre todo el día. Noticias que, en rigor, más que noticias, son un show. Crónicas que, más que crónicas, son compromisos adquiridos con los financiadores de los medios. Examinemos el mapa de los medios en Chile. Un par de consorcios en la prensa escrita en crisis económica desde hace un buen rato que intentan hacernos creer que detrás de ellos hay un ejército de periodistas, cuando en rigor la tropa probablemente tiene más ingenieros comerciales que narradores, que saben que la consigna que más se escucha es sobrevivir, cada vez con menos recursos y sin mucha idea de por qué hacen lo que hacen. Diarios regionales que parecen un diario mural de avisos de la zona, publicidad por cierto cada vez más escasa, otro par de diarios y revistas de circulación reducida que saben que si no se digitalizan pronto morirán, canales de televisión cortados casi todos con la misma tijera, y un universo radial donde quizás aún es posible hallar ejercicios periodísticos no tan ambiciosos, pero más genuinos y en sintonía con las personas comunes que, sospecho, aman observar, pensar, disfrutar la vida de manera sensible y también apasionada. 

Siempre hay excepciones, pero no es la regla, ¿no?

—Por supuesto que entre tanto decorado sin gusto a nada hay intentos genuinos de contar buenas historias que se despliegan con la intención legítima de no rendirse y fiscalizar, indagar, denunciar y alumbrar un poco el camino en el que nos hemos ido metiendo sin demasiada conciencia de lo que vivimos, acelerados por estrecheces económicas, por no entender lo que pasa al lado nuestro y dentro de nosotros mismos. Veo poco periodismo a mi alrededor, que se entienda a sí mismo con ese nombre y tenga ganas de enorgullecerse al final del día de lo realizado, que más que perfecto sea verdadero. Periodismo que tenga la vocación de buscar en la realidad aquello que nos ayude a entender mejor qué nos está pasando, por qué se está haciendo tan difícil discutir o intercambiar puntos de vista sin sentir ganas de exterminar al del frente. Veo poca pasión por hacer algo distinto a sólo fijarse en el color de los números de la gestión a fin de mes. Veo poco amor a la libertad y sus riesgos. Veo poco interés por desarrollar un oficio donde el poder incomode de verdad. Veo poco respeto por el arte, la filosofía, la naturaleza y el diálogo. Veo muchas veces intereses creados y una desconfianza mutua que me violenta el espíritu. Y claro, veo hoy poco periodismo en Chile, secuestrado en la mayoría de los casos por empresarios sin amor a construir relatos que nos hagan ser un lugar diverso y de encuentro. Demasiado amor al rating fácil, a la cosecha publicitaria, a lo políticamente correcto o de moda. 

«Espero un futuro con mejores grados de convivencia, que podamos vivir cotidianamente en la esquina del barrio donde vivimos hasta el rincón más apartado de nuestro andar. Con menos tribuna para los noticiarios llenos de notas policiales y más tiempo para lo que nos mueve el alma» .

Convención constituyente y el futuro

Durante el confinamiento, producto de la pandemia por el Coronavirus, Francisco Mouat tuvo que mantener cerradas por varios meses las puertas de la librería Lolita, ubicada en República de Cuba 1724, en Providencia. Así es como inauguró una librería online. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, el sector cultural fue y ha sido uno de los más afectados. El autor de títulos como El empampado Riquelme y Chilenos de raza se refiere a este tema.  

¿Crees que la nueva Constitución debería dejar establecido no sólo el derecho al acceso a la cultura, sino a la protección de quienes trabajan en el sector?  

—Sí, claro, pero esa declaración de intenciones es un saludo a la bandera, necesario, pero que para encarnarse en la realidad necesita una clase política que no siga exponiéndose, con frecuencia pasmosa, en la mayoría de los casos, como una raza que no valora ni conoce ni entiende demasiado el valor y la capacidad del arte y el pensamiento para ser un mejor lugar donde vivir. ¿Cuántos parlamentarios hoy leen literatura, van al teatro, ven cine, se conectan con la música o con las artes o con la fotografía como algo cotidiano? ¿Cuántos se ven a sí mismos como algo más que operadores de pequeñas parcelas de poder o meros luchadores por conquistar el poder de turno? Creo que una minoría. Por eso la convención constituyente debiera ser un espacio donde otras miradas nos representen. Eso fue lo que votamos la mayoría. Y lo que será difícil de llevar a la práctica. Una declaración de intenciones que no sabemos si se convertirá en el futuro en una hoja viva y respetuosa de nuestra condición ciudadana. Haber votado Apruebo y convención constituyente fue un punto de partida en esa dirección. 

Ficha: Escala técnica 
Francisco Mouat 
Editorial Overol
232 páginas.  
$ 13.000

¿Qué asuntos positivos podrías rescatar y qué cosas fueron negativas para la librería en los meses de cuarentena producto de la pandemia?

—Lo más positivo, acelerar e inaugurar una nueva librería Lolita digital, online, donde tenemos cerca de diez mil títulos ya subidos, amigable, bien inspirada, que me encanta y que me hace sentir orgulloso del equipo que hemos formado en estos seis años de vida. Lo más duro, luchar con toda nuestra capacidad contra el miedo-ambiente para sostener económica y espiritualmente a la librería y no damnificar a ese equipo magnífico del que te hablo, de modo de continuar siendo, ahora en modo pandemia, con tienda online y una librería al paso que cada día funciona mejor, un lugar importante, un espacio significativo para tanta gente que quiere a Lolita y que nos lo demuestra día a día. Eso es muy bonito de apreciar y lo agradecemos mucho. 

Wisława Szymborska, a quien nombras en Escala técnica, se pregunta al inicio del poema ¿Y si todo esto?: “¿Y si todo esto/ sucede en un laboratorio? (…) ¿Y si somos generaciones en prueba?”. ¿Sentiste en algún momento del confinamiento estar viviendo dentro de un mundo de ciencia ficción o al menos de una pesadilla?

—Amo a Szymborska, es una de mis mejores amigas, leer sus poemas es un regalo. Murió hace algunos años en Cracovia y está más viva que nunca en mí. Aclaro, eso sí, que no necesito la pandemia para hacerme preguntas de ese carácter. Trato de regresar pronto a la puerta de ese túnel complejo, medio sin salida, y de pronto mirar las cosas con ojos más inocentes, con un poquitito menos de lucidez, para no ir derecho al abismo. Asomarme a veces a ese abismo, pero no coquetear demasiado con él. Tomar un buen vino, no para emborracharme, sino para sentir algo espirituoso y sabroso corriendo junto a la sangre por mis venas de ciudadano del siglo XXI, impredecible por definición. 

¿Cómo te imaginas el futuro y qué te gustaría seguir haciendo en los próximos años?

—Espero un futuro con mejores grados de convivencia, que podamos vivir cotidianamente en la esquina del barrio donde vivimos hasta el rincón más apartado de nuestro andar. Con menos tribuna para los noticiarios llenos de notas policiales y más tiempo para lo que nos mueve el alma. Me exaspera un poco lo difícil que se hace a ratos encontrar espacios donde podamos ser sin etiquetas por delante. En cuanto a mi oficio, próximo yo a cumplir 59 años, espero tener salud y energía para seguir leyendo, escribiendo, pensando libros y encontrándome con mis afectos, mi esposa, mis hijos, mis amigos, mi mamá, la memoria de mi papá, los lugares que más me gusta habitar en este mundo.

Felipe Agüero: “Carabineros asume que los que están manifestándose son sus enemigos y tienen que tratarlos con la máxima violencia”

El máster y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Duke, académico del Instituto de Asuntos Públicos e integrante del comité académico de la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile, lo deja claro: la reforma a Carabineros es urgente y la debe guiar el poder civil. Agüero, que ha estudiado la institucionalidad de las fuerzas policiales, aborda en esta entrevista los nudos centrales del grave momento que enfrenta la institución y expresa su preocupación por la poca valoración “general, mundial” que hoy se tiene de los derechos humanos.

Por Jennifer Abate C.

—El presidente Sebastián Piñera le pidió la renuncia al general director de Carabineros, Mario Rozas, quien estuvo al mando de la institución durante las múltiples violaciones a los derechos humanos en el contexto del estallido social y sólo un día después de que dos carabineros balearan a jóvenes en una residencia del Sename en Talcahuano. Llamó la atención la elogiosa despedida que hizo el presidente Piñera, quien dijo: “tengo el mayor aprecio, admiración y gratitud por la labor que ha cumplido el general Rozas”. ¿Qué le pareció esta salida?

Me parece largamente esperada y consecuencia de una serie de sucesos conocidos en los últimos días y en el último tiempo, partiendo por la reacción al estallido social. Iba a pasar tarde o temprano, pero es una salida que sigue a la del anterior general director, Hermes Soto, que se fue a raíz del asesinato de Camilo Catrillanca, que siguió a la salida de Bruno Villarroel, al comienzo de este gobierno, producto de otra serie de irregularidades, incluidos los episodios de fraude. Todo esto revela un problema serio en Carabineros, ese es el tema.

No pasa por cambiar a su máxima autoridad.

No pasa por cambiar a su máxima autoridad y como tú dijiste en la presentación de esta pregunta, llama la atención la forma en que se despide el presidente, cómo despide al general en cuestión, porque es completamente inapropiado. Si él realmente le tiene mucho aprecio y mucha gratitud, que se lo exprese personalmente, pero aquí estamos hablando de una responsabilidad pública de un jefe máximo, de un organismo armado y del presidente de la república. El presidente se refiere, además, en el caso de los niños del Sename del sur, a “niños accidentados”, no “a niños baleados por efectivos de Carabineros”, se refiere a la “modernización” de Carabineros, tratando de suavizar lo que realmente corresponde, que es la reforma de Carabineros, que involucra también modernización, pero no se le puede hacer el quite a lo principal, que es la reforma de la institución.

Felipe Agüero, doctor en Ciencias Políticas, académico del INAP e integrante de la Cátedra de Derechos Humanos de la Universidad de Chile.

—La periodista Pascale Bonnefoy relató en su libro Cazar al cazador el estado en el que estaban las instituciones policiales después de la dictadura. Pascale se enfocó en los cambios que enfrentó la Policía de Investigaciones, con la que en el último tiempo se compara a Carabineros ¿Qué pasó en la PDI que no pasó en Carabineros durante los primeros años de la democracia?

Investigaciones es una institución más flexible, más pequeña, que tradicionalmente ha tenido una dependencia del Gobierno mucho más clara. Hay que tener presente que al comienzo de los gobiernos de la transición se utilizó mucho a Investigaciones en tareas de investigación y de represión de posibles brotes de violencia que empezaron a emerger en ese periodo. Entonces hubo una especial preocupación sobre eso, preocupación que no existió sobre Carabineros y, claro, Carabineros es una organización armada que se define como fuerza armada, viene con ese título desde la dictadura. Aterrizan en el nuevo régimen democrático con grandes poderes, tienen presencia en el Consejo de Seguridad Nacional, tienen atribuciones frente al nombramiento de altas autoridades, como miembros del Tribunal Constitucional, etcétera, etcétera. Para usar las palabras de Franco, que se aplican más en Chile que en España, “las cosas vienen atadas y bien atadas”.

Pero desde los gobiernos de la Concertación hubo poca iniciativa o poco impulso o energía para tratar a Carabineros con un ánimo de reforma. Faltó el impulso y Carabineros hizo sentir su poder muy fuertemente y estableció una suerte de chantaje: “a nosotros ustedes no nos pueden tocar por la misma razón que no pueden tocar a las otras ramas de las FF.AA. Cuando nos necesiten porque hay una manifestación en el centro, en alguna parte, bueno, vamos a dejar que las cosas corran solas, sin policías”. Eso es muy grave.

Claro, el orden público es una necesidad.

Exactamente, eso es un chantaje de muy mala leche.

¿Es usual que una fuerza de orden y seguridad tenga el rango de fuerza armada?

No, no es usual, sobre todo en países que se jactan de tener un sistema sólidamente democrático. Carabineros está acostumbrado a ser una fuerza armada, una fuerza militar, y entonces tiene una idea distorsionada, no tiene idea de lo que debe ser una policía que funcione como un servicio. Cuando Carabineros va a una manifestación, lo que corresponde es que Carabineros proteja el derecho de los manifestantes a expresarse, a ejercer su libertad de expresión. Carabineros se entiende a sí mismo como una fuerza que tiene que reprimir, eso lo vimos expresado en su más clara versión con los sucesos de octubre y todos los que siguieron después, pero que venían de antes.

La institución de Carabineros ha estado involucrada en hechos gravísimos que van desde malversación de fondos públicos a violaciones a los derechos humanos. Hemos escuchado hablar de intervenir, reformar, refundar, disolver a Carabineros. ¿Con cuál de esas alternativas se queda usted?

Reformar. También puede ser refundar, sin que refundar tenga la connotación de terminar definitivamente con algo completamente y empezar otra cosa. No es sólo cambiar normas, también hay que cambiar procedimientos, cambiar la formación. La verdad es que se trata de cambiar toda una cultura y es muy difícil en organizaciones que son tan grandes, complejas, tan burocratizadas, con tanto pasado, un pasado en el que hay generaciones de generaciones socializadas en una forma de hacer las cosas, una forma de protegerse unos a otros antes de dar paso a la verdad. La reforma tiene que ser muy drástica, debe tener medidas de corto plazo, pero es una reforma de largo plazo, un proceso de cambio de largo plazo.

¿Cuáles deberían ser los hitos de esas reformas? ¿Cuáles son los nudos más problemáticos de la institución de Carabineros?

Para hacer una reforma, lo primero que hay que preguntarse es: ¿con qué se va a comenzar? ¿Con qué va a seguir la reforma? ¿Cuáles son los pasos inmediatos, intermedios y de largo plazo? Es decir, que haya transparencia, de tal manera que seis meses más adelante uno pueda evaluar qué se hizo y qué no. Bueno, ninguna de esas cosas está.

¿En qué tiene que consistir esta reforma? Son varias cosas que van en distintos niveles, más o menos al mismo tiempo, pero yo diría que un nudo muy importante son los mecanismos de control de todas las actividades de Carabineros, de las actividades financieras, donde hay gran autonomía y donde hay grandes recursos. Tiene que ser un control interno, pero sobre todo externo, no hay controles internos buenos en Carabineros. Eso es de perogrullo: las propias instituciones deben tener sus propios mecanismos de control claros y bien establecidos. Estos procesos tienen que hacerse desde el comienzo con una muy fuerte presencia del órgano político civil, aquí tiene que haber una persona muy cercana al poder neurálgico político civil y rodeada de una comisión civil que esté muy encima de estos mecanismos de control.

¿Cree que hay una correlación entre la impunidad que en muchos casos ha existido a la hora de enfrentar la violación de los derechos humanos durante la dictadura y la formación que reciben hoy los jóvenes carabineros? Los protocolos de la institución se ajustan a los estándares en materia de protección de los derechos humanos, pero en la práctica sucede otra cosa.

Este no es un tema de dar cursos de derechos humanos, de decir “a partir de mañana, en la academia de formación se van a multiplicar por dos las horas que se dan en derechos humanos”. Eso no sirve, el proceso tiene que ir acompañado de procedimientos y protocolos que están recién en revisión, todavía no existe claridad respecto de cuándo y a qué distancia y cómo se utilizan ciertos armamentos, en fin, todo lo que vimos. Tiene que entrenarse el uso práctico de esos protocolos. Esto es una combinación de normas con prácticas, con entrenamiento y con formación.

Hemos visto cómo Carabineros asume que los que están ahí manifestándose son sus enemigos y tienen que tratarlos con la máxima violencia y herirlos lo más posible, vemos cómo a las personas detenidas se les golpea, cómo se les pasa la motocicleta encima. Carabineros comparte cuestiones con el resto de las FF.AA., como el hecho de que la formación en DD.HH. es muy pobre, muy pobre, en algunos casos casi inexistente, a veces se hace un curso en derecho internacional humanitario como si fuera un curso en derechos humanos. Hay mucho que reflexionar, socializar y transparentar en esta cuestión de la formación.

Las y los especialistas plantean que es necesaria la separación del resguardo del orden público de la función que cumplen las Fuerzas Especiales. ¿Coincide usted con ese análisis?

No lo sé, no es un área específica de mi experticia, pero sí puedo decir que la policía tiene que especializarse mucho más en sus distintas unidades, deben ser fuerzas al mismo tiempo expertas y cercanas a la comunidad a la que sirven. Además, hay otras cuestiones importantes de la reforma. Por ejemplo, los expertos que discuten esto en términos comparados están proponiendo que se avance hacia un escalafón único, no esta distinción tan chilena…

Tan clasista.

Tan clasista, de oficialidad y suboficialidad. Una oficialidad más blanca y una suboficialidad menos blanca. Un escalafón único permite que haya modelos de carrera funcionaria, policial, que estén basados en el mérito, en el entrenamiento, en la formación, que todos tengan la posibilidad de acceder a esos tramos superiores. En Carabineros se ve esta diferencia de escalafones que también se ve en el cumplimiento de penas: cuando se ejerce acción disciplinaria interna, los que reciben penas más grandes son los de los escalafones inferiores y no los de los escalafones superiores, que tienen mayor responsabilidad.

—En América Latina y en países que han vivido dictaduras militares como el nuestro, ¿se han realizado procesos de democratización de las fuerzas de orden y seguridad? ¿Que nos dice la experiencia internacional al respecto?

Sin duda que se han realizado en los países que han transitado de dictadura a democracia, que son más cercanos a nosotros en el tiempo, pero son de distinto calibre, de distinto nivel. Por ejemplo, la primera ola de democratización en el sur de Europa, me refiero a España, Grecia, Portugal, hizo su transición en los años setenta, cuando empezábamos a entrar en la dictadura. Ellos hicieron reformas tanto militares como de las fuerzas de orden público de distinto calibre, de distinta duración, con distintas resistencias, todos encontraron resistencias, pero pudieron desarrollar reformas que se llevaron a cabo con persistencia en el tiempo, que tuvieron el apoyo de las principales fuerzas políticas y han tenido éxito. Distinto es el caso de las dictaduras en América Latina, donde los gobiernos autoritarios fueron dictaduras militares y todas las fuerzas militares salieron con grandes prerrogativas al empezar la democracia.

En el caso de América Latina, eso ha sido más difícil y ha habido reformas de avance y retroceso. En el caso de Perú, Argentina, creo que han tenido más avances, pero con grandes problemas en las fuerzas de seguridad, incluidos los grandes problemas de corrupción. Todos estos han sido casos en los cuales la tortura ha sido un elemento de continuidad, puede que no sea la gran tortura política tipo Estadio Nacional, pero sí la tortura de los calabozos, es decir, la falta de respeto al derecho a la integridad física que se vive en distintos ámbitos.

Para terminar, ¿cuál es su evaluación general de la situación de protección de derechos humanos en nuestro país?

Es una pregunta grande. Creo que estamos en una época complicada para los derechos humanos. En el caso específico de Chile, tenemos una situación muy crítica a propósito de episodios que han ocurrido en todo el proceso que hemos vivido en el último año. Pensemos que todavía hay mucha gente detenida producto de las manifestaciones y que no han tenido atención, aparte de los institutos más especializados, ni la atención mediática necesaria, y que continúan allí detenidos sin resoluciones.

Son situaciones, por supuesto, en las que ha habido avances, uno ve los informes que se han ido haciendo periódicamente y hay avances, está más formalizado, hay más control, hay más coincidencia, pero al mismo tiempo se vive todo esto en una circunstancia de crisis de los derechos humanos a nivel, yo diría, general, mundial, hay también retrocesos porque se valoran menos por parte de fuerzas políticas importantes, con mucho peso. Hay una crisis cultural en ese sentido, hay que ponerle mucha atención. Uno ve a Estados Unidos y también a Europa, los riesgos están siendo muy fuertes para la expresión de la diversidad, de la pluralidad.

Esta entrevista fue emitida el 20 de noviembre de 2020 en el programa Palabra Pública, letras para el debate, que transmite todos los viernes la Radio Universidad de Chile.

Leonardo Padura. El hombre que mira desde la esquina

El autor de El hombre que amaba a los perros, del personaje Mario Conde y decenas de otros textos, recorre aquí su última novela, su ir y venir de Cuba, sus ideas sobra la diáspora, sus crónicas rebeldes y aquellas lealtades que complejizan la relación con su historia, rutinas, lo político y la política. Felicita a Chile por su proceso constituyente y dice que “ustedes merecen tener un futuro mejor”.

Por Ximena Póo

Cuando termina un libro, siente que va a morir, que es el final, ese día absoluto que sabemos que no hace el quite a nadie. José Donoso decía lo mismo a los y las jóvenes periodistas de los noventa, que nos mirábamos con los y las maestras de entonces y de hoy pensando que ese sería el último párrafo y, en su caso, así fue, finalmente. Para Leonardo Padura (Cuba, 1955), escribir parece ser vida, disciplina, juerga, sufrimiento y esa felicidad digna que lo vuelca a publicar, caminar por la ciudad, rodearse de cineastas; escribir es imagen en movimiento, es ternura, odio y amor, “bajos fondos” y libertad. Un extrañamiento interno y externo, del tipo que viven quienes desafían toda frontera impuesta, es el que lo ha movido y lo mueve ahora. Ha visto a amigos y amigas salir de Cuba para no volver y para volver; experimentó el periodo especial de los noventa; ha cultivado grandes amistades dentro y fuera, en ese espacio “entre dos mundos” que es el desgarro del exilio y también de la migración. Está al tanto de lo que pasa en Chile: “Hay un viejo refrán del boxeo y yo creo que a Piñera ‘lo salvó la campana’ de la pandemia, porque realmente el movimiento que existía en Chile era indetenible. Los felicito, ojalá tengan la mejor Constitución posible, pero ustedes se merecen tener un futuro mejor y Cuba también”, dice el autor de El hombre que amaba a los perros (2009).

En Padura no hay exceso de lugares comunes, sino más bien una comunidad de lugares, como ocurre en Como polvo en el viento, su más reciente novela, publicada por Tusquets (Grupo Planeta) desde La Habana para el mundo. Leonardo Padura nunca se ha ido de Cuba. Entra y sale, como si entrara y saliera libremente hacia otras dimensiones, reconociendo en esos trayectos esa cubanidad que se establece entre las identidades que va creando entre sus personajes de novela negra o de novela histórica.

Leonardo Padura. Foto: Iván Giménez.

Con Palabra Pública dialogó el autor de decenas de textos, admirador y cercano a Roberto Bolaño, amigo de Luis Sepúlveda y de Ramón Díaz Eterovic. De teléfono a teléfono, a la antigua, hablamos mientras la pandemia nos recorre, sofocante de principio a fin a nivel mundial, y el empeño por las transformaciones sociales y la humanidad de regreso comienzan a volverse costumbre.

En Como polvo en el viento, el destierro se vuelve central. “El tema del exilio es un conflicto, una problemática, una esencia que ha estado presente en la historia desde nuestros orígenes. Cuba empieza a ser un país con una cultura propia en las primeras décadas del siglo XIX, la época en que se producen las independencias latinoamericanas; ahí llega una condensación de toda una serie de elementos que van a dar origen a la cubanía, a la cubanidad. Desde ahí está presente el drama del exilio y yo lo relato en La novela de mi vida (2002), en la que hablo de José María Heredia, el primer cubano que tuvo conciencia de ser cubano y lo expresó, y que es también nuestro primer exiliado”.

En su reciente novela destaca que existe la posibilidad del regreso y eso es central. Esa posibilidad del retorno “cambió la percepción que se tenía” y recuerda que “tenía un tío que salió de Cuba en el 68, y cuando lo despedimos fue como estar en su velorio, como si no lo fuéramos a ver más nunca y, de hecho, ese tío nunca regresó a Cuba y yo lo pude ver en Nueva York muchos años después, en el 92. Cuando le hablé de la despedida en la casa de mis abuelos, en el barrio en el que vivimos nosotros, él había borrado ese recuerdo, pero yo, siendo un niño, lo recordaba; son esas estrategias que tienen los exiliados para poder sobrevivir”.

Voces, retos y lealtades

En este último texto asume una construcción de los personajes donde se hace cargo de voces que hasta ahora no estaban tan resueltas en su obra, por ejemplo, las de las mujeres. Es así como se aprecia una diversidad registros para géneros diversos. “Las novelas mías anteriores, como las de la serie del personaje de Mario Conde, son bastante masculinas en el sentido de que el mundo del crimen por lo general tiene un carácter más masculino que femenino, y porque el protagonista es Conde. En la novela de mi vida el personaje central también era masculino, y en El hombre que amaba a los perros, lo mismo (Trotsky, Mercader, el cubano Iván que recoge la historia), pero siempre han ido apareciendo mujeres importantes en mis novelas”. Las repasa una a una y advierte que “en la serie de Conde, la madre de su amigo el flaco Carlos, Josefina, que cocina para todo el grupo de amigos, representa ese carácter salvador que tuvo la madre cubana durante todos estos años”. Padura destaca que “sin la capacidad creativa, imaginativa, de lucha de las mujeres cubanas, nos hubiéramos muerto de hambre. En la historia cubana reciente, la madre se convirtió en el centro de la familia”.

En Como polvo en el viento “quería tratar puntos de vista diferentes, todos relacionados con esa experiencia generacional de la promoción a la que yo pertenezo, la que en los noventa teníamos 30 o 35 años, como estos personajes, como el de Clara, porque todo comienza cuando ella va a cumplir 30 años y es un personaje central”. Las experiencias de las protagonistas fueron un reto para él. “Trabajé mucho en la historia de tres mujeres: Clara, como la madre que permanece; Elisa, la iconoclasta, la rebelde, la que no respeta ningún código y va por encima de ellos; y Adela como ese personaje que tiene la necesidad de encontrarse a sí misma. Adela tiene un conflicto que es muy universal, el de la identidad. Siempre trato de que los problemas de los personajes no estén absolutamente vinculados al género, sino que sean problemas que tengan que ver con la condición humana. Irving, el amigo gay, es quien necesita estar siempre cerca de todos los amigos y por eso es el gran confidente de todos ellos”.

Hay dos grandes problemas que, en este libro, admite, tuvo que resolver: la estructura y la construcción de estos personajes femeninos con características tan específicas y con caracteres tan fuertes y definidos como los que tienen Clara, Elisa y Adela. “Una declaración política puede tener matices, pero suele ser en blanco y negro; una creación literaria nunca puede ser en blanco y negro porque cada lector le va a poner un tono de color. Lo que hace un escritor es dibujar la silueta, proponer una tonalidad para que el lector sea quien termine dándole el color definitivo, y es el elemento constitutivo de una novela y mucho más en el caso de los personajes, que son los conceptos con los que interactúa directamemente el lector”, reflexiona Padura, Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015.

El autor es leal a su experiencia, a su habitar, a su compañera, a sus relaciones, a la territorialidad, a los ritos del día a día. No ha abandonado a Conde, pese a que lo ha interrumpido. Padura piensa que “la propia realidad cubana ha sido una de las causantes de que yo no haya podido moverme de este barrio. Sabes que en Cuba comprarse una casa fue imposible hasta hace unos cuatro años, y yo vivo donde puedo y donde quiero. Es una vivienda construida entre él y la escritora y guionista Lucía López Coll, su esposa (son pareja desde el 78), sobre la casa original que levantaron sus padres en el año 1954, un espacio fronterizo entre algunos mundos posibles. Así es como “la casa, Lucía, el barrio, la ciudad, el país, todo eso me ha servido de alguna manera para darme la estabilidad necesaria para escribir, y son el alimento de historias, personajes, conflictos, para poder escribir mis novelas”.

Las peculiaridades de la realidad cubana son los elementos que, insiste, “nutren mi literatura, la manera de entender la vida en un barrio. Siempre digo, y esto es muy visible en las novelas de Conde, que yo trato de ver la realidad cubana desde la altura de la calle en una esquina de un barrio de La Habana. No la veo desde una perspectiva superior; trato de verla al nivel en que viven esa realidad los demás cubanos. Aquí, en este barrio, conozco todos los códigos, las personas, las maneras de pensar, sus esperanzas, sus frustraciones, sus anhelos, sus necesidades, y todo eso me sirve para poder escribir”.

“Distintas verdades”

Hay un texto poco conocido de Padura que se titula Soñar en cubano. Crónica de nueve innings, escrito entre la página 115 y 131 del libro Cuba en la encrucijada. 12 perspectivas sobre la continuidad y el cambio en La Habana y en todo el país (Debate, 2017), editado por Leila Guerriero. Ahí, Mantilla deviene en beisbol y él escribe: “En la esquina de mi casa, en el patio de mi escuela, en el descampado de unas canteras cercanas, en un baldío arenoso de la periferia, jugué pelota en cada momento de mi vida en que me fue posible hacerlo. Con trajes improvisados o sin ellos, con guantes o sin ellos, con los bates y las pelotas que aparecieran en los años en los que grandes carencias impedían adquirir esos implementos, mis amigos y yo nos dedicamos a jugar y soñar con el beisbol”. No son historias mínimas, son historias que van articulando identificaciones en movimiento con las superestructuras que condicionan la experiencia. Y Padura lo hace en clave narrativa, donde la humanidad se propone desde esa calle donde habita lo político, lo social. En 2018 recibió el Premio Internacional de Novela Histórica Barcino (Barcelona) “por la novela La transparencia del tiempo (de la saga de Mario Conde), que tiene todo un contenido histórico, y en la fundamentación el jurado decía ‘en su obra, Leonardo Padura ha sido capaz de escribir la crónica de la Cuba actual, de la Cuba de la Revolución a través de las novelas de su personaje de Mario Conde como Vázquez Montalbán fue capaz de escribir la crónica de la transición española a través de sus novelas de Pepe Carvalho’. Es decir, estaban destacando en un premio de novela histórica la crónica del presente; esto quiere decir que se están leyendo estas novelas, y ha sido mi propósito, como una crónica posible de la vida cubana contemporánea”. Esto, cree, es por muchas razones, pero sobre todo porque “el escritor a veces tiene la posibilidad de darle la voz a personajes marginales o marginados, y en un país como Cuba, durante tantos años la información solamente tuvo un canal, el canal oficial, pero hay una parte de la realidad que ha tenido un solo reflejo. Yo trato de que el reflejo de la realidad cubana sea diverso en mis novelas y que sea un reflejo veraz”.

Padura advierte que “siempre digo que en mis novelas hay una verdad y que tal vez no sea la verdad, porque desde el punto de vista en que uno mire la realidad puede tener distintas interpretaciones y distintas verdades; la mentira, sin embargo, es absoluta”. Todo esto ha sido un proyecto que ha desarrollado a lo largo de trece novelas publicadas, donde Mario Conde es el protagonista en varias, porque “ha sido una búsqueda, una intención, un proyecto fundamentalmente literario y cultural. Durante muchos años la novela negra se vio marginada porque era una literatura que se consideraba de evasión, entretenimiento, poco elaborada, pero a partir de los años sesenta-setenta hay todo un movimiento de renovación, sobre todo por las estrategias que elaboró la posmodernidad en el sentido de tomar un género de la cultura popular y llevarlo a la ‘alta cultura’, utilizando incluso otros recursos de la cultura popular”. Por eso, enfatiza, se trata de “utilizar recursos de la novela policial para escribir literatura con L mayúscula”.

“Cumplir como ciudadano”

Padura es consciente de que ser publicado en una transnacional le da la posibilidad de llegar a todo el mundo. Y, por lo mismo, cree que hoy el gran problema para la literatura latinoamericana –con una alta producción y calidad– es que “los libros no cruzan las fronteras”, como fue durante el boom. Ahí radica, comenta, “la importancia de las redes de edioriales locales” para generar cooperación. “Ningún escritor o escritora está en competencia con otro escritor o escritora, cada uno/a encuentra a sus lectores o no los encuentra, pero no por culpa de otro escritor; hay toda una serie de mecanismos como el mercado, pero creo que existe una enorme solidaridad; cuando voy a Chile, presenta mis libros Ramón Diaz Eterovic; cuando voy a Argentina, lo hace Claudia Piñeiro; cuando voy a Colombia, los presenta Héctor Abad; en México los presenta Gonzalo Celorio; y en España, Manuel Vázquez Montalbán. Creo que entre todos nosotros hemos tenido la capacidad de imponernos por encima de los egos personales; a veces hay conflictos, pero son pequeñas broncas locales”.

Como polvo en el viento (2020), de Leonardo Padura.

Leonardo Padura revela que sus “críticos más jodidos son otros escritores cubanos y en la mayoría de los casos viven fuera de Cuba; les molesta que mis libros tengan esta circulación y que haya logrado hacer esto desde Cuba sin hacer concesiones literarias ni políticas y tratando de mantener una fidelidad a mis principios”. Es la agenda asociada a su historia, como el relato de la diáspora que también es su relato al interior, desde esa esquina en Mantilla. No sólo son las letras dedicadas a Clara, Elisa, Adela, Irving y los demás amigos que habitan en su reciente novela. Algo de él también hay en Conde, en la historia de Trotsky, en sus crónicas periodísticas a pie de calle, porque, concluye dese la isla, “no sólo tengo una responsabilidad estética, tengo una responsabilidad ciudadana y trato de cumplirla con mi literatura, como escritor, difusor de determinadas ideas, comentarista de determinadas realidades, pero tratando de preservar un espacio sin contaminarlo con determinadas alianzas, componendas ni de un lado ni del otro; mi libertad es mi bien más preciado y es donde trato de cumplir mi trabajo como escritor y cumplir como ciudadano”.

Sonia Montecino: “En este momento somos un país doblemente huacho”

En un contexto en que todas nuestras dinámicas sociales se han transformado a raíz del impacto de la pandemia del Covid-19, la Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, antropóloga, académica de la Universidad de Chile, escritora, creadora del Centro Interdisciplinario de Estudios de Género y autora de libros como Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno; Mitos de Chile. Diccionario de seres, magias y encantos; y La olla deleitosa. Cocinas mestizas de Chile, se mete ahí mismo, a la cocina, espacio central de la pandemia, y describe con cuidado los ingredientes que conforman el caldo de un Chile pandémico y crispado en el espacio público, pero en proceso de reencuentro con sus raíces en la esfera privada.

Por Jennifer Abate C.

—Uno de sus temas de estudio ha sido la desigualdad que enfrentan las mujeres, que con la pandemia se ha visibilizado a partir de la violencia física a la que están expuestas en el confinamiento y la enorme carga que representa el cuidado de niños y ancianos, que recae de manera casi exclusiva sobre ellas. ¿Cree que esta toma de conciencia puede llevarnos a modificar esas conductas o combatirlas en el futuro?

En este minuto, toda la vida pública se desplazó al mundo privado, esto quiere decir que el trabajo productivo, las relaciones sociales, etcétera, todo se traslada hasta este espacio interior, casa, hogar. Esa condensación trae una serie de cuestiones muy complejas porque, primero, tienes que hacer una negociación constante de la vida cotidiana. Y esa negociación constante tiene que ver con el diálogo conflictivo o no entre generaciones y géneros, o sea, las relaciones sociales de género y poder en este minuto se ven tensionadas al máximo y eso es una primera cuestión. La pregunta que tendríamos que hacernos es si esta renegociación constante que tenemos que hacer hoy de la división sexual del trabajo doméstico va a provocar un cambio o va a profundizar la violencia o esta separación tan tajante de qué trabajos hacen los hombres y qué trabajos hacen las mujeres.

Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales.

Lo otro que es fundamental es el hecho de que las mujeres llevábamos siempre la doble o triple jornada cuando estábamos en situación de no pandemia y ahora esto se agrava. Tienes todo condensado en un mismo espacio, porque si antes, en el trayecto de la micro, del Metro, tenías un espacio de intimidad para pensar, mirar otras cosas, tomar aire, ese espacio desapareció; vives la misma doble y triple jornada y no gozas de ese espacio de descanso. Finalmente, está el tema de la violencia. Muchas veces los arreglos entre hombres y mujeres son arreglos para que el hombre salga, que no esté durante el día. Cada uno hace su vida y regresa [al hogar], pero cuando estás todo el día, los conflictos se agravan. Estamos expuestas a esos tres niveles que para las mujeres son bastante lamentables, hay que tomar conciencia de ello.

Con la pandemia volvió a surgir la palabra hambre y las ollas comunes, que nuevamente alimentan a quienes tienen esa necesidad. ¿Cómo pueden coexistir alimentación y tradición, un tema que usted ha estudiado, en un contexto como el de emergencia en el que estamos viviendo actualmente?

Tenemos que pensar que vivimos una interrupción de la vida cotidiana desde octubre, hemos vivido una crisis muy fuerte donde se develan todas las desigualdades y crisis institucionales que nuestro país estaba viviendo. Ahí empecé a darme cuenta del tema de la cacerola, que lo he trabajado en otros lados, la cacerola como símbolo femenino que sale de la cocina a la calle y que está demandando una cuestión muy profunda, que tiene que ver con los cambios en las relaciones de género, la división sexual doméstica, toda esta protesta que se expresa con las cacerolas. En las mismas protestas empiezan a aparecer grupos de mujeres que cocinan para los manifestantes. Y esas cocinas son interesantes porque reflejan lo que son estas tradiciones culinarias y también las cosas novedosas que aparecen: estaban las cocinas veganas, los tallarines, las porotadas, los porotos con rienda. Y cuando viene la pandemia, empieza a aparecer esta pobreza encubierta. Pero, además, en el confinamiento, empieza a aparecer la centralidad de la comida, porque la poca plata que tiene la gente la gasta en comida y entonces la comida aparece como foco de lo cotidiano. Ahora empieza la pregunta: ¿qué vamos a comer hoy día? Mira la potencia simbólica que tiene esa pregunta, porque la respuesta a “qué vamos a comer hoy día” tiene que ver con un presupuesto que a lo largo de la pandemia se va haciendo menor, sobre todo en los casos de las personas que pierden el trabajo. Entonces, hay un proceso donde se activa la transmisión cultural de conocimientos relacionados con la cocina a través de distintos medios, uno de ellos Internet, con programas de recetas, y también por medio de la tradición familiar.

Muchas personas que nunca cocinaron se propusieron hacerlo y de pronto nos llenamos de gente que estaba haciendo su propio pan.

Se reactivan ciertas tradiciones culinarias y eso tiene que ver con el huacharaje y la orfandad. Cuando estás con la angustia del miedo a la muerte, al contagio, estás sometido a la fragilidad y al desvalimiento. ¿Qué memoria aparece compensando eso? La memoria familias más antigua, más primaria: me acuerdo de esas cazuelas, esos caldos de mi mamá y mi abuela, y del pan. El pan es una cosa increíble porque empieza a ser un elemento fundamental y toda la gente empieza a subir sus panes a las redes sociales. Lo otro que aparece es el dulce, que tiene que ver con la compensación de la angustia y el afecto. Por último, la comida se transforma en una sobrevivencia. Por ejemplo, yo estoy en un WhatsApp de Ñuñoa, que es un barrio de clase media antiguo, y en ese WhatsApp de 200 personas, por lo menos 50 se dedican a preparar platos y a venderlos en sus edificios. ¿Qué preparan? Las recetas tradicionales chilenas.

—Somos un país donde las catástrofes son muy frecuentes, pero seguimos estando poco preparados para enfrentar contingencias de cualquier tipo. ¿Tiene que ver esto con falta de herramientas de parte del Estado a la hora de planificar cómo se enfrentan las catástrofes?

Se ha hablado de esta idea del acontecer infausto: somos un país resiliente en el sentido de que cada vez que ha habido catástrofes, como esta pobreza en la cual todo queda de manifiesto, lo aceptamos con una suerte de resignación, forma parte de nuestro devenir. Pero hay otra cuestión: estas catástrofes han sido utilizadas por los gobiernos, para hacer mejoras, sí, pero también han sido un beneficio político para los propios gobiernos. Cuando hay una catástrofe, está la respuesta de los gobiernos para decir “esta es mi oportunidad para poder resarcirme y tirar rumbo hacia otro lado”. Creo que siempre ha estado más la reacción que la planificación. Yo siento que hay muy poca proyección, lo ves con el tema de la sequía, llevamos cuántos años sabiendo que estamos en una catástrofe respecto a la sequía, pero no hay medidas. Menos mal que hubo lluvias y ahora se sacan los porcentajes y “no te preocupes, porque podemos vivir el próximo año”. Pero por qué no nos ponemos a pensar en crear nuevas formas de canalizar el agua y en lo que ya sabemos: las empresas tienen y cooptan el agua. La pregunta que deberíamos hacer es: ¿cuáles serían los aprendizajes de nuestro acontecer infausto? Quizás desde la respuesta podamos edificar el futuro.

¿Cree que es posible que una vez que termine la emergencia podamos retomar el rumbo de nuestras vidas cotidianas tal como las conocíamos?

Los cambios que vamos a experimentar tienen que ver con un horizonte temporal, vas a tener o no vas a tener vacuna y en qué fecha. Creo que no vamos a estar toda la vida en esta situación. La humanidad ha tenido pandemias, pestes, terribles mortandades, y se han superado, o sea, no son infinitas. Más allá de los cambios, las enseñanzas que esta cuestión deja son fundamentales y desde ahí hay que empezar a reflexionar sobre la vida, la muerte, la enfermedad, cómo estamos habitando el mundo.

País de huachos

El 30 de julio de 2020 fue publicada en el Diario Oficial la ley que permitió el retiro del 10% de los fondos de las AFP para que las y los cotizantes pudieran enfrentar de mejor manera el impacto económico de la pandemia. La noticia fue muy bien recibida por quienes trabajan en el país, excepto por un grupo: los deudores de pensiones alimenticias, a quienes les fue retenido el monto para cubrir lo que habían dejado de pagar a sus hijos e hijas. Fue recién ahí cuando comenzamos a hablar de la magnitud de esa cifra: en Chile, 84% de las pensiones están impagas. Se trata de una ausencia financiera que afecta a los hijos e hijas, pero que en muchas ocasiones también se transforma en un abandono físico y emocional al que parecemos estar acostumbrados.

Según Sonia Montecino, “una de las continuidades estructurales y culturales que tenemos en nuestra sociedad tiene que ver con esta idea de ausencia paterna, esta elusión de los hombres de su papel, incluso en este caso de proveedor, porque ni siquiera es el papel afectivo o el papel del padre que socializa, entrega normas o, como dirían los sicoanalistas freudianos, lacanianos, la “ley del padre”, ni siquiera esa figura significante aparece. He venido siguiendo este tema de las pensiones alimenticias desde hace unos seis años y es notable, porque si ves las noticias, ha ido aumentando. Padres y huachos siguen funcionando como una estructura simbólica y cultural muy fuerte en Chile, aun cuando la Ley de Filiación del año 1999 funciona; ya no tienes el estigma de ser hijo ilegítimo, legítimo o natural, porque estaban todas esas diferencias, eso ya se eliminó, no está ese estigma, pero ello no significa que exista esta aceptación del padre por sus hijos”.

“Yo entrevisté a algunas personas que, a partir de la ley, habían hecho trámites, habían hablado con la familia de sus padres y decían que era increíble que de manera legal fueran aceptados, pero en términos afectivos, incluso en términos de división de herencias, había una situación muy compleja de una negativa, una negación. Decían: ‘uno no tiene el estigma del huacho, pero la vivencia del huacho queda per se. Hoy estamos viviendo una situación bastante generalizada de huacharaje en nuestro país. Siento que, de alguna manera, la pandemia y todo lo que estamos viviendo ha generado una sensación de orfandad, de desvalimiento, de soledad incluso, muy, muy fuerte. Si tomas estos hilos, relacionados con esa construcción de familia fisurada (me refiero a los afectos) que tenemos en Chile, y lo aplicas a la pandemia, te fijas que somos un país doblemente huacho en este momento”.

¿Se trata de una sensación de orfandad que viene de la falta de protección o provisión de recursos desde el Estado o tiene que ver con nuestro modelo más profundo de sociedad?

Creo que está totalmente relacionado con un modelo de sociedad, con estos modos tan profundos que tenemos de constituirnos como sujetos en este país. Eso es una marca colonial, de clase, de todo tipo. Siento que ese desvalimiento y esa desprotección tiene que ver con un modelo que hemos construido y aceptado hasta ahora, que es este modelo neoliberal instalado desde la dictadura, un modelo de ráscate con tus uñas, “emprende”, compite y gana. Lo que ha habido es un desmantelamiento de todos esos sistemas antiguos de protección, y ahora, con la pandemia, queda más que claro que ese desmantelamiento nos ha dejado arrojados a esta situación en la cual el desamparo es muy grande. Es una orfandad de narrativa, orfandad de ritos, de ceremonias, de comunidad de parte del mundo oficial. La sociedad civil se ha reorganizado, no tan fuertemente, pero hay ciertos hilos, y lo que quiere, justamente, es combatir esa orfandad. Por ejemplo, la misma olla común, si tú la piensas en términos de lo que es el intento de lo colectivo, de protegernos. ¿Por qué tú no querrías apoyar la sobrevivencia de tus hijos e hijas? La misma pregunta se hace acá: ¿por qué tú no querrías transformar determinadas estructuras que dejan a todo el resto de las personas de nuestra sociedad en esta situación de desvalimiento?

El nuevo pueblo unido de Eduardo Carrasco

“Desconcertado” se describe el fundador y director musical de Quilapayún frente al impacto que ha tenido la pandemia del Covid-19 en Chile y el mundo. Pero incluso así se las ha arreglado para componer y lanzar, telemáticamente, nuevas canciones en los últimos meses. A sus ochenta años, el profesor titular de la Universidad de Chile sigue vigente y crítico del rumbo de la sociedad chilena, pero esta vez con la esperanza de vivir en un Chile que, dice, se parece mucho más al que sentía suyo a comienzos de la década del setenta. Un Chile, plantea, que ojalá entienda que el derecho a la cultura debe estar presente en cualquier debate sobre el futuro.

Por Jennifer Abate C.

Como muchos, Eduardo Carrasco no se ha desprendido de su teléfono durante los meses de confinamiento. Como pocos, ha estado creando. Primero fue el tema Corona Blues, compuesto con Fernando Julio e interpretado con integrantes de Quilapayún, Inti Illimani Histórico y ex Los Bunkers.Luego fue Uno más, que lo unió a Ismael Oddó, Colombina Parra y su hija Manuela Carrasco, y lanzó a comienzos de julio, justo cuando cumplía ochenta años.

Analizando el escenario desde su casa, Carrasco se declara optimista y feliz con el momento que vive Chile tras el estallido social de 2019 y a días de un plebiscito constitucional, pero como un oráculo inquietante, recuerda en esta entrevista la advertencia de los versos finales de la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis en 1969 e interpretada por Quilapayún en 1970: “un montón de cosas que uno da por terminadas vuelven a aparecer, yo por eso no descarto un golpe militar, no descarto ninguna cosa así, porque no hay ningún hecho que me diga que los militares chilenos ya no son pinochetistas, eso no lo he visto lamentablemente en las noticias ni en ninguna parte, más bien lo que veo y sospecho es que pueden perfectamente hacerlo”.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

Acaba de cumplir ochenta años en que ha sido protagonista de la historia política chilena. ¿Cuál es su lectura de Chile al llegar a las ocho décadas?

Cuando volví del exilio, el año 88, en la época del plebiscito, me acuerdo de la campaña del No, cantando en lugares populares, Valparaíso, calles llenas de gente. Eso era una especie de continuidad de lo que yo había dejado el año 73. Intenté insertarme en el Chile de Pinochet, pero me encontré con un país que para mí empezó a transformarse en una cosa muy antipática porque veía transformaciones muy negativas, mucho individualismo, “arréglatelas como puedas”, una sociedad sin ninguna solidaridad, donde cada cual tenía que arreglárselas en todo sentido; la salud, la educación, todo privatizado. Y yo venía de Francia, un país muy solidario; en Francia no se pagaba ni siquiera por los remedios, la mejor educación en Francia es la pública, las universidades son prácticamente gratuitas. ¿Cómo era posible que la gente no se rebelara? Deberían estar todos en la calle. Durante muchos años tuve esa sensación de que los chilenos eran poco inclinados a la rebelión, que se acomodaban a una situación que no les era muy grata.

Y de repente vino este estallido social que, en un día, en un par de días, cambió 100% la dirección del asunto y, bueno, me mostró que ese país que yo había dejado el 73, que estaba oculto detrás de esta otra cosa, de repente salió a la luz, y para mí fue una sorpresa, ay, me encantó todo eso, con mucha poesía en las murallas. Fue fantástico, yo me sentí feliz, volví a sentirme en mi país.

Uno de los temas que ha cruzado el debate sobre el plebiscito constitucional es el posicionamiento de la cultura como un derecho social en la potencial nueva Constitución. ¿Cuál es su reflexión sobre este tema?

No sé si llamarlo derecho social es correcto, yo lo llamaría derecho, derecho que todo ser humano tiene debido a la importancia que la cultura tiene en la vida de las personas. Durante el estallido social, de pronto se agitó la creatividad y empezaron a aparecer cosas que podríamos decir que hoy son como el rostro más hermoso de ese momento. Las pinturas callejeras, las palabras en los muros, las canciones, poemas que surgieron. O sea, surgió la cultura de ese momento, que no se mide en forma directa, sino que es un poder profundo como las aguas profundas, las corrientes profundas del mar, que de repente aparecen y que finalmente son lo más visible que dejan los hombres en su paso por el mundo, lo mas perenne, lo que mejor muestra de qué se trata esta vida, este paso por la tierra. Si tú quieres saber qué pasaba en Grecia varios siglos antes de Cristo, lo único que tienes en tus manos es la cultura, son los escritos, los testimonios que dejaron los que se dieron el trabajo de escribir los discursos, las tragedias.

Usted habla de la expresión popular manifestada en el arte, pero ¿qué pasa con el acceso? No es lo mismo asegurar, que es lo que hace el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que todas las personas tienen derecho a participar de la cultura de su país que tener acceso a ella en condiciones más o menos equivalentes.

Cuando hablamos de derecho, fundamentalmente hablamos de dos cosas. Una, que tiene que ver con la libertad, con una situación en la cual sea posible la creación, con la libertad de expresión, de prensa, que no haya censura, que dejen a la gente tranquila para hacer lo que le dicta su imaginación, pero lo otro tiene que ver justamente con lo que tú dices, que es el acceso a la cultura, y eso es un derecho y tiene que estar garantizado en la Constitución. ¿Por qué? Porque la cultura es generadora de universalidad, o sea, es a través de la cultura que nosotros llegamos a reconocernos como seres humanos pensantes, iguales. Hay una palabra romana y latina, que es idiota. Los idiotas son los que quedan lejos de los demás, los que están metidos en sí mismos, ensimismados, entonces no pueden participar del juego y la vida social. Para que no seamos un país de idiotas, tenemos que desarrollar la cultura y tenemos que darle el acceso a ella a todos los ciudadanos, eso es obvio.

—¿De qué otras maneras la cultura fortalece a una sociedad?

La cultura también desarrolla una cosa muy importante, que es la experiencia de que las cosas pueden ser de otra manera. La creatividad demuestra que eso que tú pensabas que era así, como lo ves ahora, puede ser de otra manera. Las cosas pueden cambiar, se pueden modificar, pueden aparecer otras nuevas. Entonces, esa experiencia que da la creatividad es fundamental para que la cosa se mueva, para que no le tengamos miedo al futuro, para que seamos capaces de buscar lo que más nos acomoda, lo que más nos gusta, lo que encontramos más bello, lo mejor. Si no, estamos recluidos en el presente y transformamos ese presente en una especie de cárcel en la que estamos engrillados. La cultura es creadora de universalidad y, además, educadora en la movilidad, es revolucionaria en ese sentido, por eso le tienen tanto miedo las gentes que son conservadoras, porque creen que la palabra está dicha, que hay que contentarse con lo que hay, que no hay nuevas palabras, nuevos artes, nuevas posibilidades. Abrir la cabeza a esas cosas nuevas es fundamental en la vida humana.

—Durante el estallido social nos reconectamos con nuestro pasado cantando las mismas canciones de la década del setenta u ochenta que, sin embargo, nos interpelaban y adquirían sentido en el presente. ¿Cree que de alguna manera la música había anticipado el malestar que se venía incubando?

Claro, es que era una cosa obvia. Yo tengo varias canciones que hablan de eso antes del estallido social, por ejemplo, tengo una que se llama Deca-densa (en el disco Carrasco 2), que anuncia exactamente lo que va a pasar y que termina con esa frase: “ahora viene la violencia”. Además, creo que hay situaciones humanas que se repiten y que las canciones más profundas toman en sus palabras. Por ejemplo, muchas canciones de Violeta Parra que están hechas en situaciones contingentes, como La carta, finalmente traspasan ese momento en que fueron escritas porque se dirigen a todas las cosas que se van a ir produciendo mucho después, y eso hace a esas canciones eternas, porque hablan de situaciones que se repiten en la historia y que nunca se pueden dar por terminadas. Por ejemplo, nosotros hemos vivido de manera dramática eso, porque en las últimas palabras de la Cantata de Santa María de Iquique se dice que esa tragedia puede pasar en el futuro (“Quizás mañana o pasado/ o bien, en un tiempo más/ la historia que han escuchado/ de nuevo sucederá/ Es Chile un país tan largo/ mil cosas pueden pasar/ si es que no nos preparamos/ resueltos para luchar”). Imagínate, la cantamos por primera vez en el año setenta, en medio del jolgorio por el triunfo de Allende, estábamos celebrando y cantando, y de repente vino el golpe militar y volvieron a ocurrir hechos que, en cierto modo, la cantata había anunciado, pero estábamos lejos de pensar que podían volver a ocurrir.

Si la música habla de la realidad histórica de un momento, ¿qué expresa la música chilena hoy?

Bueno, decir música chilena es como decir continente, hay muchas cosas, muchas cosas diferentes ahí, por ejemplo, un resurgimiento de la mujer, es fantástica la proliferación de la mujer que canta, que canta cosas profundas en la música popular, folklórica, después hay también voces populares que no son escuchadas en las radios, voces que están ocultas y que sin embargo son extraordinariamente novedosas porque responden a una poesía muy delicada y a un sentimiento muy profundo, que es todo lo que está pasando con el trap, que es una música que podríamos decir que es hasta poblacional y, sin embargo, es una expresión bellísima. Nosotros acabamos de hacer una canción con Pablo Chill-E, uno de los grandes exponentes de esta música, estamos esperando hacer el clip para difundirla, es una cosa extraordinaria.

A propósito de la presencia de mujeres, Isabel Parra dijo en una entrevista, hace dos años, que el movimiento de la nueva canción chilena era machista. Luego, Patricio Manns respondió y dijo que Isabel Parra había hecho un aporte menor e incluso puso en entredicho la relevancia de Violeta Parra. ¿Cómo se enfrenta usted hoy a la revisión histórica de lo que era propio de otras épocas?

Yo creo que las cosas son como son, nadie es responsable de que de repente haya habido más grupos femeninos o más grupos masculinos que femeninos, o sea, si yo veo hacia atrás, la cultura se da de una manera espontánea, nadie organiza el hecho de que haya más pintores hombres que pintoras mujeres en la historia de la pintura chilena, no creo que haya habido una mala intención o especial promoción de los hombres frente a las mujeres en los organismos culturales, no es así la cosa. La situación de postergación de las mujeres tiene causas múltiples, probablemente tenga también responsables, instituciones que nunca han considerado a la mujer en un papel relevante, como la Iglesia católica, puede que haya algunas personas a las que podamos llamar la atención o culpabilizar por situaciones como esas, pero, en general, ese tipo de fenómenos se dan porque la sociedad está construida de un modo tal que le resta presencia a ciertos sectores, no sólo a las mujeres, también a los indígenas, no reconoce a los homosexuales. En fin, ha habido muchos sectores postergados y estamos viviendo una época en que todas esas personas que han sido postergadas por siglos comienzan a ver restituidos sus derechos y todos nosotros nos regocijamos de que ocurran las cosas de ese modo, y vamos a hacer todo lo posible porque esa corriente liberadora e igualitaria se establezca, se fortalezca.

¿Cuál es su reflexión general sobre el revisionismo de autores que, por su comportamiento o sus ideas, hoy son “cancelados” por parte de las nuevas generaciones? Pasa en Chile con Pablo Neruda y con otros autores en otras partes del mundo.

Eso responde a una falta de criterio histórico de ver las cosas, o sea, tú no puedes juzgar la historia pasada con los criterios y los valores de la historia actual, eso es lo que llamo una idea como de Los Picapiedra de la historia: es pensar que todas las épocas son iguales y que lo único que cambia es que en una el televisor es de piedra y en otra es de plástico. Es ridículo, cambia todo. Tú tienes que tener la imaginación suficiente como para trasladarte a esa época del pasado y aprender a ver con esos ojos de la época, y si tú quieres juzgar lo correcto, es con los criterios que se ha dado esa época. Hay que salir de esta historia de Los Picapiedra y ponerse en una historia más profunda. Hay muchas cosas, valoraciones que tú hacías en el pasado, que hoy no existen, están descartadas.

Martín Hopenhayn: “La academia convirtió en un gesto propio no abrir vasos comunicantes con la política”

Con Multitudes personales (Ediciones UDP) recientemente publicado bajo el brazo, el intelectual, filósofo y escritor chileno-argentino, que durante años trabajó como investigador de temas sociales en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), se aventura con un análisis del Chile que hemos construido y habla del rol de su generación frente a los cambios que vienen: “tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir”.

Por Jennifer Abate C.

En un texto que publicó en la revista Nexos en octubre del año pasado, decía que su respuesta más honesta frente a la pregunta por el desenlace del movimiento social era: no tengo la menor idea. Casi un año después, ¿tiene más luces sobre lo que ocurrirá con la movilización que comenzó el año pasado y que fue detenida por la pandemia?

Yo creo que hoy es tanto o más enigmático en la medida en que la pandemia fue sofocada no por una razón política. No tuvo un desenlace, no tuvo una resolución, lo único que hay en el horizonte es el plebiscito que se viene. El estallido, para mí, es una revuelta, no una revolución, la revolución termina con un asalto al poder y la revuelta termina en una especie de desplazamiento del eje del centro, es decir, lo que era en algún momento considerado como statu quo, se corrió a la izquierda. El eje se corrió primero en algunas concesiones en términos de política, después, sobre todo, en la iniciativa de convocar a un plebiscito para trabajar en una nueva Constitución.

El filósofo y escritor Martín Hopenhayn.

Se trata de un sentido común compuesto, por un lado, de una visión crítica respecto de los gobiernos de la Concertación, es decir, de los gobiernos de la democracia, del programa que se desarrolló y del modelo de país que se planteó. Creo que se generalizó una cierta homologación entre neoliberalismo a secas y lo que ha sido Chile en los últimos 30 años. Es curioso; yo no estoy de acuerdo con esa homologación, por lo menos de manera total, es decir, esta especie de indiferenciación entre los Chicago Boys y el modelo “progresista”.

Se refiere a la frase “no son 30 pesos, son 30 años”.

Claro, en las marchas se notaba esa visión. Por otro lado, creo que hay dimensiones que tienen mucho que ver con el poder en la vida cotidiana, que ya estaban puestas sobre el tapete en las movilizaciones sobre abuso de género en el año anterior, en 2018, que al estallido llegaron en la última parte, sobre todo con Lastesis y todo lo que significó. Creo que el tipo de cuestionamiento que se planteó en 2018 era muy profundo y tiene bastante que ver con el estallido social, es decir, con perderle temor a asumir posiciones más radicales frente a un tema. También se conjugan o convergen temas que tienen que ver, por un lado, con los viejos temas sociales, distributivos, con una clara conciencia de que los indicadores del triunfo, los indicadores del oasis chileno del cual habló el presidente pocos días antes, no representan la realidad de la gente o la gente no se siente para nada representada en esos indicadores. Lo que ocurría por debajo de todo eso era una sensación muy grande de vulnerabilidad y de vulnerabilidades cruzadas, vulnerabilidad en el campo de la salud, en el campo de la seguridad social y las pensiones, la sensación de una ciudadanía de primera, segunda y tercera clase según el tipo de educación al cual accedías, el tipo de trato que tenías en el trabajo, el tipo de redes, de relaciones que te permitían aprovechar tu capital humano en retornos laborales.

Es interesante el correlato que hace con el movimiento feminista de 2018, cuando, como durante el estallido, llamaba la atención la inexistencia de un liderazgo tradicional. ¿Cree que están emergiendo nuevas formas de movilización?  

El movimiento feminista rebasaba cualquier tipo de lógica partidaria, era rizomático, aparecía por todos lados. Creo que ahí se marcó un precedente superfuerte, mucho más todavía de lo que se podía haber marcado en la Revolución de los Pingüinos el 2006 o la de los universitarios el 2011 o la protesta contra las represas el 2012. Ahí había algunos liderazgos, pero en esta idea no hay liderazgo, hay una especie de espontaneísmo de las masas, como se decía antes. Ahora, no digo que el 2018 sea la causa del 2019, a lo mejor ya el movimiento del 2018 estaba dentro de una forma de funcionar que estaba arrastrándose, que explota ahí.

Usted ha descrito una disconformidad que viene de muchos lugares. Hoy estamos a punto de enfrentar un plebiscito. ¿Cree que un potencial cambio en la Constitución ayudaría a subsanar esas disconformidades o de todas maneras hay que conducir otro tipo de procesos sociales que ayuden a aliviar la sensación de desigualdad creciente?

Creo que no sería malo que la nueva Constitución lograra tener esa nueva fuerza para nuclear todas las energías, las energías críticas, emancipatorias, contra la desigualdad, porque habría, de alguna manera, algún tipo de encuentro entre la lógica de la revuelta y la reflexividad compartida, una especie de proceso deliberativo a nivel nacional. Si los procesos deliberativos se mantienen divorciados de los procesos de movilización, yo no sé hacia dónde se llegaría, es como una especie de toparse con un callejón sin salida. No digo que el proceso de la Constitución desmovilice a la sociedad, yo no sé cuánto tiempo puede permanecer una sociedad movilizada como lo estuvo durante cuatro meses, pero de alguna manera debiera vincularse la movilización social con la deliberación pluralista, por llamarla de alguna manera, una deliberación abierta, ampliada.

En medio de la pandemia, diferentes teóricos y teóricas han postulado alternativas de cambio de nuestra vida social después de la pandemia. ¿Qué piensa usted? ¿Cree que estamos en condiciones de anticipar si la pandemia va a producir cambios permanentes en nuestra manera de relacionarnos socialmente?

Yo creo que la pandemia ha traído una especie de desfile de proyecciones utópicas y distópicas muy interesante, porque se han ido modificando a medida que la pandemia y las medidas de confinamiento duran más. Al principio apareció una especie no de euforia, porque no podemos hablar de euforia ante una pandemia, pero una expectativa de que íbamos a encaminarnos hacia una ética de la frugalidad; la pandemia era la señal que la naturaleza le daba al capitalismo, a la modernidad y a la globalidad, de que no podíamos seguir con esta forma de producir, consumir y de habitar, y que por lo tanto se venía un cambio paradigmático. Y también apareció la expectativa utópica de la emergencia del rol social del Estado, sobre todo en América Latina. La gente pensó: “este es el fin del capitalismo financiero”. Creo que ahora hay un momento de incertidumbre en este juego de naipes de utopías y de distopías dinámicas que se han dado a lo largo de los últimos meses. Uno de los grandes problemas, que es mas simbólico, tiene que ver con la crisis política durante el estallido y la pérdida profunda de apoyo, aprobación y legitimidad prácticamente en casi toda la clase política y el sistema. ¿Cuál va a ser la voz desde la política que invite, convoque, a la sociedad a estar juntos para enfrentar esta situación crítica?

¿Cuál es su respuesta frente a esa pregunta?

El problema es que no hay voz. Las dos personas que apuntan más fuerte en las encuestas son Lavín y Jadue, y no creo que ninguno de los dos pueda hacer esa convocatoria, salvo que se junten, pero no lo creo. Tiene que haber una voz que convoque, creo que la voz tiene que convocar a unirnos en un cierto sacrificio, que es lo que ocurre durante las guerras. Roosevelt tuvo la capacidad de hacerlo durante la guerra; de alguna manera se desgastó, pero Fernández en la Argentina lo pudo hacer, una voz convocante. Pero la voz convocante tiene que ser, a la vez que una invitación al sacrificio, muy clara también en una invitación a distribuir los sacrificios según las capacidades, el lugar que ocupa cada uno en la sociedad. Si uno invita al sacrificio, y al mismo tiempo vamos a discutir en serio el impuesto a los superricos, tiene más sentido, pero invitar así, de manera vacía, a que todos nos sacrifiquemos sin hacer distinciones, sabiendo que hay personas que quedaron muy mal paradas, no tiene ningún sentido.

Multitudes personales

En su libro (una compilación de ensayos, crónicas y aforismos publicados a lo largo de su vida) habla de la generación del 55, su generación. ¿Cuál cree que es su rol a la hora de pensar y actuar frente a los cambios propuestos desde el estallido social y hoy por el plebiscito constitucional?

Una generación no significa que todos los que nacieron el 55 estén más o menos cortados por una sensibilidad homogénea, ese texto lo publiqué en la revista Apsi el año 86, cuando yo tenía 31 años, y produjo mucha identificación en pares. La del 55 es la generación de la Reforma Universitaria del año 67, la que después ocupó puestos de poder durante la Concertación. Es una generación que se perdió la fiesta [de las revoluciones en el continente] y que, al perdérsela, la mitificó también; es decir, el vacío de una fiesta a la que llegó tarde lo compensó llenando ese vacío con lírica y épica que ninguno vivió del todo. ¿Qué es lo que yo creo que pasa ahora con esta generación? En términos de propuestas, yo creo que no es fácil, o sea, terminó siendo muy heterogénea esa generación, la misma gente que formó parte de una sensibilidad más o menos convergente en los años setenta u ochenta, en los años noventa empezó a abrirse en distintas ramas: gente que se dedicó a hacer plata de frentón, gente que se metió en la política con vocación, gente que se metió en la política como gran bolsa de trabajo bien remunerada, gente que se cuadró con el “progresismo” de manera muy fuerte y con poca apertura, gente que se mantuvo en una especie de izquierda incondicional e hizo de su propia condición de outsider una bandera, un motivo de autoreivindicación. Creo que es una generación que tiene que mojarse las patitas, tiene que entrar a discutir, tiene que ver cuál es el valor de la experiencia, cuál es el valor de haber transitado por distintas perspectivas, qué se puede aportar. Tiene que ser servicial.

Multitudes personales. Ensayos, crónicas y aforismos (2020), Martín Hopenhayn, Ediciones UDP.

—Es relevante eso, pues si bien hay una necesidad de revitalizar la política, cambios profundos como los que exige la sociedad no van a ser construidos solamente por personas jóvenes o muy jóvenes.

Sí, ahí hay aspectos frente a los que a la generación mía le cuesta mucho tomar posiciones, y a mí también. Por ejemplo, ahora que se ha dado lo que se llama “las políticas de cancelación”, esta especie de, a como dé lugar, llegar a lo políticamente correcto. A mí me cuesta mucho pronunciarme frente a eso, me cuesta mucho. Mi corazón, mi adhesión espontánea, y yo creo que además a conciencia, porque me tocó vivir la dictadura, es el sentido común del pluralismo. O sea, renunciar al pluralismo ideológico, al pluralismo en valores, ya es imposible.

La reflexión académica y la investigación habían encendido muchas alertas sobre el malestar en Chile. Usted lleva años en eso, el informe del PNUD de 2017 hablaba sobre las tensiones sociales. ¿No es un poquito decepcionante que las decisiones en materia de políticas públicas estén tan divorciadas de lo que propone el mundo de la investigación y la reflexión crítica?

Sí, pero creo que hay responsabilidad en ambos lados. Es un desperdicio total, es decir, pienso en países europeos y en Estados Unidos, donde hay mucho más flujo entre estos mundos. Yo creo que hay una responsabilidad, por un lado, claramente desde la política, por regirse mucho más por ritmos electorales y por programas para captar audiencias. Hay una especie de anquilosamiento de la clase política, de pérdida de apertura, de estar como enfrascados en una especie de Club de La Unión de la política, pensando que lo real es lo que se conversa entre ellos. Desde el lado de la academia, sí ha habido algunos esfuerzos, pero desde la academia se convirtió en un gesto propio, casi un gesto de epistemología política, no abrir vasos comunicantes con la política, una especie de purismo en el cual podría haber casi un efecto de contaminación. La academia también ha tenido sus propias reglas del juego, que son las reglas del paper, las reglas de las becas, las reglas de los rankings, que son las reglas, sobre todo, de la investigación.

¿Hay alguna posibilidad de reencontrar esos mundos hoy?

Yo creo que sí. Hay algunos referentes académicos, pero son muy pocos, o sea, no sé, en sociología, Carlos Ruiz, Tomás Moulian ya no lo es como lo fue en su momento, por un tema de generaciones, y puede haber dos más, tres más, pero son muy pocos. Además, son como islotes, porque incluso dentro del mundo académico hay mucha atomización, es decir, los profesores están cada uno cuidando su parcela, su tienda.

Saskia Sassen: «Hemos entrado a una nueva cultura, pero no es fácil reconocerla»

La socióloga que en 1991 acuñó el término “ciudades globales” para referirse a aquellos centros neurálgicos hiperconectados por sus flujos económicos, culturales y tecnológicos -como Nueva York, Londres o Tokio-, advierte hoy la aparición de nuevos sistemas de mayor complejidad, donde el capitalismo sobrevivirá: “Esta es una crisis monetaria que ya pasará, pero ya puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas del capitalismo surgidas justamente por la pandemia”, afirma.

Por Denisse Espinoza A.

Lo ha venido repitiendo desde hace décadas: “a menos que los seres humanos aceptemos la complejidad de nuestros sistemas, no seremos capaces de comprender los profundos cambios que estamos viviendo como sociedad global”. Hoy, en medio de una pandemia que por primera vez en la historia ataca a escala planetaria, paralizando todos los mercados, las relaciones sociales y la vida cotidiana en su conjunto, la socióloga y académica nacida en los Países Bajos, Saskia Sassen (1947), vuelve a insistir: “nuestras economías y nuestras crecientes necesidades de todo tipo han ido marcando una nueva época. Pero en sistemas complejos -como lo son nuestras grandes ciudades- no es siempre fácil establecer que hemos entrado en una nueva época. Las manifestaciones de este cambio van siendo más y más evidentes, pero aún no lo son en el aspecto visual dominante”. Para Sassen, los cambios que se han venido dando durante las últimas dos décadas se parecen mucho al Coronavirus: invisibles a simple vista.

Saskia Sassen es socióloga y académica de la Universidad de Columbia en EEUU. En 1991 acuñó el término de «ciudades globales».

Sin embargo, la socióloga -quien también es una persona global o lo que antes se llamaba cosmopolita, pues creció en Buenos Aires antes de estudiar en Francia, Italia y Estados Unidos- tiene experiencia en descifrar estos cambios complejos o, al menos, atisbar algunos de sus fenómenos más prominentes. Lo hizo en 1991, cuando acuñó el término “ciudades globales” para referirse a las transformaciones que el neoliberalismo llevó a cabo en las grandes metrópolis mundiales -Nueva York, Tokio o Londres-, dando repercusión global a lo que allí sucediera a nivel cultural, económico o político. En 2014 arremetió con su libro Expulsiones, donde llevó más allá los conceptos de exclusión e inequidad, describiendo una serie de nuevos eventos en los que el capitalismo generó niveles de desigualdad inéditos, expresados a nivel económico, democrático y medioambiental. Es así como, en esos años, ya identificaba lo que tenían en común los desempleados dados de baja, las clases medias marginadas de los centros urbanos y los ecosistemas devastados: todos sufrían lo que ella llamó la «expulsión».

Invitada por el Festival Puerto de Ideas, Sassen dio una conferencia virtual en junio pasado al público chileno, y por estos días -aún atrapada en Londres debido a la crisis sanitaria del Coronavirus, que no da tregua- comenta las últimas noticias aparecidas sobre el panorama en Estados Unidos, país donde normalmente desarrolla su carrera como investigadora y académica en la Universidad de Columbia.

¿Cómo ve el actual panorama político de EE.UU. y las próximas elecciones para Trump en vista de su criticado manejo de la pandemia?

Estrictamente hablando, está bastante claro que, si hay elecciones más o menos ordenadas, gana Biden. El problema es que Trump simplemente no lo va a aceptar. Su capacidad de mentir y violar la ley nos la ha mostrado a través de los años. Además, una vez que salga del gobierno donde él está aún a la cabeza, lo van a arrestar. Así que el pronóstico es que él se queda en el gobierno. Algunos están diciendo que se negaría a salir del gobierno cuando se acabe este término, porque sabe que se iría a la prisión en cuanto deje de ser presidente. Ha abusado de la ley de una manera espectacular. Es una especie de monstruo dispuesto a violar todas las reglas del juego. Aunque el hecho de que esté ahora con la enfermedad puede cambiar las cosas, ciertamente.

-Hasta antes de la pandemia, siempre se había visto a EE.UU. como el gran faro del mundo, en el sentido de que, si existía alguna crisis mundial, sería sin duda el primer país en ir al rescate, cuestión que no ha sucedido en esta pandemia. ¿Cómo lo evalúa usted?

La caída de las grandes ciudades americanas en cuanto a poder, inteligencia, capacidad de ayudar y saber cómo manejar la crisis, todo eso y más se ha ido perdiendo, al igual que el reconocimiento público. Las decisiones de Trump en cuanto a la crisis han sido de no creerse, tanto por sus mentiras como por su incapacidad de desarrollar alguna modalidad de combate al virus y de ayudar a los desaventajados. Si uno compara este país rico que es Estados Unidos con, por ejemplo, otro país rico como Alemania, la diferencia es enorme. Da igual si ambos son ricos, Estados Unidos ha mostrado una indiferencia que da miedo, mientras que Alemania ha logrado uno de los mejores resultados en minimizar el efecto del virus.

«No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente».

-En su opinión, ¿cuáles son las lecciones que hemos podido aprender con esta crisis sanitaria y cuáles serán los cambios profundos que tendremos como sociedades globales a la luz de esos hechos?

Es difícil establecer cuántas y cuáles son las lecciones que hemos podido aprender, quizás es así porque no es fácil, no nos es cómodo reconocer que las pautas de una época han ido cambiando y ahora empieza a mostrarse, a hacerse evidente, el hecho de que una nueva “cultura”, por así decirlo, se ha instalado. Y, en parte, no podemos reconocerlo porque esa nueva cultura tiene aún muchos elementos familiares, elementos que han existido y se han mantenido a través de las décadas. El cambio en sistemas complejos, como lo es una ciudad, no es siempre visible, no se anuncia diciendo: “OK, ¡llegó el cambio!”. En mi lectura, hay tres elementos en juego. Uno es que hemos entrado en una nueva época. Y en sistemas complejos no es fácil entender o notar este cambio. Lo que yo veo es una serie de cambios, no todos evidentes, que se han ido acumulando y en ese proceso han generado nuevas tendencias. O sea, no es que el cambio en sistemas complejos como lo es una gran ciudad implique que lo podamos ver con nuestros ojos. La inmovilidad de todo ese cemento -calles, torres, puentes y mucho más- genera una especie de camuflaje y es ese camuflaje lo que mayormente vemos. No vemos tanto las aplicaciones de nuevas capacidades e innovaciones.

-Al comienzo de la pandemia, algunos intelectuales plantearon que estábamos asistiendo a la muerte del capitalismo, ¿lo ve usted posible?

En efecto, creo que el jaque que vive el sistema sigue siendo parte de la situación. La pandemia afectó especialmente a los más pobres, los que viven en viviendas pequeñas con mucha gente, etcétera. Los hogares ricos, por lo menos de clase media alta, también perdieron a familiares y amigos, pero menos que los pobres, los pobres están mucho más expuestos al virus que las clases medias. Pero en cuanto al capitalismo, creo que lo que sufrió fue básicamente una crisis monetaria y momentánea que ya pasará. No veo que esta sea la muerte del capitalismo. Me puedo imaginar nuevas modalidades extractivistas que van a surgir precisamente por la pandemia, como la concentración de las necesidades y recursos por parte de las clases altas y las clases medias de ingresos altos, mientras que las clases pobres se empobrecen agudamente. También los inmigrantes y refugiados van a perder capacidad de reclamaciones, porque los ricos y las clases medias ricas se enfocarán más en sus propios intereses, y me los puedo imaginar llegando a ser extremos en cubrir sus propios intereses.

Efectivamente, hace ya una década, Saskia Sassen hablaba en Expulsiones sobre cómo las economías se estaban contrayendo y la biosfera, deteriorándose. “La concentración de la riqueza favorece el proceso de expulsión de dos tipos: el de los menos favorecidos y el de los superricos. Se abstraen de la sociedad en la que viven físicamente. Evolucionan en un mundo paralelo reservado a su casta y ya no asumen sus responsabilidades cívicas”. Y también advertía: “una nueva crisis financiera sucederá, estoy segura. He estado escudriñando las finanzas durante treinta años y los mercados son demasiado inestables, hay demasiados datos para analizar, demasiados instrumentos, demasiado dinero. Occidente ya no reina sólo en los mercados. No sé cuándo ocurrirá esta crisis ni qué tan grave será, pero algo se está gestando”, aseguró en una entrevista a Le Monde en 2014.

¿De qué manera los fenómenos que usted describe afectan a los países latinoamericanos, donde las economías aún dependen de esas grandes ciudades globales?

A mi parecer, por todo el mundo, en cada país, existen más o menos actores que siguen extrayendo y extrayendo valores de todo tipo –desde minerales a plantaciones hasta sistemas financieros. Una de las modalidades más marcantes de esta época que vivimos es cómo hemos reducido a gran velocidad y con mucha violencia el espacio de nuestro planeta: hemos matado diversidad de plantas y árboles, un gran número de especies de animales y peces, etcétera. Y, a medida que avanzamos con esto, vamos reduciendo el espacio de miles y hasta millones de plantas, aguas limpias, arenas y tanto más. Y se ve también en nuevas industrias como lo son Facebook o Google. Es bien importante que reconozcamos que cada innovación brillante y útil nos puede servir para algo que no vemos como algo negativo -el poder de extraer información de nosotros, de lo que queremos, de lo que nos estamos enfermando, de lo que nos es útil-, que al mismo tiempo no es tan bueno para el medio ambiente, porque como todos los sectores extractivos, también estas industrias dejan detrás masivas cantidades de basuras, metales, líquidos y más. Todo lo electrónico ha agregado montañas de basura muy difíciles de desaparecer, y aún no hemos visto suficientes iniciativas para reciclar o eliminar.

-¿Cómo cree que ha influido la pandemia para entender estos fenómenos?

El virus nos obligó a limitar el salir de nuestras viviendas y eso ya es un cambio enorme. Y un cambio que se constituye, además, como respuesta a un peligro, pero a un peligro que es invisible. Entonces, el hogar es un refugio básico, en el sentido que es absolutamente necesario y al mismo tiempo no es una solución. En gran parte, lo bueno que puede salir de este momento dramático y cruel es que nos muestra la capacidad de ser destruidos por estos “agentes” invisibles que son estos virus, y que debemos construir y desarrollar alianzas de todo tipo a través del mundo.

En esa línea, junto a Mary Kaldor -directora de la Unidad de Investigación sobre Sociedad Civil y Seguridad Humana de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres-, Saskia Sassen acaba de lanzar un nuevo libro, Cities at War (2020), donde reúnen a un equipo internacional de académicos para examinar las ciudades como sitios de guerra e inseguridad contemporáneas. Al mismo tiempo que explica por qué y cómo la violencia política se ha urbanizado cada vez más, apunta hacia la capacidad de la ciudad para dar forma a un tipo diferente de subjetividad urbana, que ofrece resistencia y esperanza para un futuro más pacífico y equitativo. “Bajo las condiciones que vivimos hoy, es importante no hacer guerra entre nosotros, los humanos. Al contrario, es el momento para respetarnos mutuamente y para reconocer la contribución que podemos hacer todos a una vida manejable”, dice.

Maristella Svampa: «Ser feminista y no ser ecologista es casi una contradicción»

Es una de las organizadoras del Pacto Ecosocial del Sur, iniciativa que promueve una “transición socioecológica que articule justicia social y ambiental” como salida a la crisis desatada por la pandemia. Un desafío que, para Svampa, exige reconocer los límites de los progresismos latinoamericanos para superar la inserción extractivista y neodependiente de América Latina en el mundo. No vaya a ser que, además de commodities, empecemos a exportar nuevas pandemias.

Por Francisco Figueroa

No es desde la erudición abstracta y aislada que Maristella Svampa toma la palabra para debatir sobre el rumbo que ha de tomar la sociedad a partir de la pandemia. La socióloga argentina e investigadora del trasandino Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) piensa desde América Latina y el acumulado de aciertos y reveses de sus luchas emancipadoras. Cita a Celso Furtado, Rita Segato y Manfred Max-Neef, a los dependentistas y a las feministas populares, y conceptualiza con referencia a los conflictos que recorren de cabo a rabo la región, desde la contaminada cuenca del río Atrato en Colombia hasta el fracking para la extracción de gas en la Patagonia argentina.

Maristella Svampa is a sociologist and researcher of the Argentinian National Council for Scientific and Technical Research (Conicet).

Las 568 páginas de Debates latinoamericanos. Indianismo, desarrollo, dependencia y populismo (2016)le valieron el Premio Nacional de Ensayo Sociológico al otro lado de la cordillera. Y con el último de sus libros, El colapso ecológico ya llegó. Una brújula para salir del (mal)desarrollo (2020, junto a Enrique Viale), quiere aportar a una conversación sobre la insustentabilidad de los modelos de desarrollo vigentes. Para que la transición socioecológica por la que pujan los países del norte, dice, no se pague con más despojo de territorios y dignidad en los países del sur.

¿A qué te refieres con maldesarrollo? ¿Y por qué ese concepto y no otros del discurso crítico como neoliberalismo o subdesarrollo?

Es una categoría que tiene su historia dentro del pensamiento crítico. Fue acuñada por Celso Furtado cuando ya no era un entusiasta cepalino y se había tornado consciente de las grandes desigualdades territoriales y sociales que había en su Brasil natal. Fue retomada también por Vandana Shiva, entre muchos otros, para señalar las múltiples dimensiones en términos de insustentabilidad de los modelos de desarrollo dominantes. En esta línea, nosotros retomamos el concepto en 2014 (con nuestro libro Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo), porque además de señalar esta pluridimensionalidad para analizar los impactos de los modelos de desarrollo, nos parece que tiene un fuerte impacto. La gente, cuando lee maldesarrollo, se pregunta por qué.

¿Implica la posibilidad de hablar de buen desarrollo?

No es el caso. En el marco del pensamiento crítico y posdesarrollista, somos de la idea de abandonar el concepto de desarrollo para avanzar hacia un tipo de sociedad resiliente, solidaria y que aporte a la sostenibilidad de la vida. En el breviario del pensamiento crítico latinoamericano hay diferentes conceptos para hablar de esto: neoextractivismo, consenso de los commodities, giro ecoterritorial. Pero mi apuesta es también no hablarle sólo a la academia o a los convencidos, sino a aquellos sectores que son cada vez más sensibles a las problemáticas socioambientales, pero tienen una ceguera epistémica que impide problematizar los modelos de desarrollo hegemónicos.

Ecuador y Bolivia incorporaron el buen vivir en sus constituciones, pero acentuaron el extractivismo. ¿En qué pie queda ese paradigma después del ciclo progresista?

Sin duda, el concepto faro en el inicio del ciclo progresista fue el de buen vivir, que remite a esa visión comunitaria y de armonía entre sociedad y naturaleza de los pueblos originarios. Pero fue vaciado de su potencialidad por los gobiernos progresistas. Hubo dificultades también para dotarlo de contenidos. Y yo creo que no funcionó porque fue disociado de ese otro concepto fuerte que es el concepto de derechos de la naturaleza, que es más potente y más difícil de bastardear, porque implica un paradigma relacional que pretende desplazar el paradigma binario de la modernidad, dentro del cual el hombre es considerado como externo a la naturaleza, punto de partida para los modelos de desarrollo que hoy conocemos, para una determinada concepción de la ciencia y que es responsable del colapso ecosistémico que estamos viviendo. Si bien Ecuador fue el primer país en constitucionalizar los derechos de la naturaleza, no fue precisamente el país que impulsó su respeto. Fijate vos que encontramos legislaciones interesantes en Colombia, un país que no participó del ciclo progresista, pero que tiene una gran riqueza en términos de movimientos sociales, campesinos e indígenas, y un Tribunal Superior de Justicia progresista que falló, por ejemplo, declarar al río Atrato sujeto de derechos.

Este paradigma parece chocar no sólo con las grandes multinacionales, sino también con las expectativas de las clases urbanas. ¿Cuán crítica es esa tensión que cruza a las posibles alianzas plebeyas de Latinoamérica?

Es un tema central, sin duda. Un gran obstáculo de los gobiernos progresistas para llevar a cabo acciones transformadoras en relación con el desarrollo fue el modelo de inclusión basado en la expansión del consumo, que algunos quisieron llamar “democratización” del consumo, una discusión que en realidad la izquierda progresista no quiso dar. En los setenta, cuando se dio a conocer el Informe Meadows sobre los límites del crecimiento, sectores del pensamiento crítico latinoamericano respondieron que esa era una mirada muy desde el centro y que el problema no era la escasez de recursos naturales, sino la universalización de modelos de consumo insostenible. Hasta ese momento, la izquierda latinoamericana apostaba a otro modelo de consumo, uno que atendiera, a la Max Neef, las necesidades humanas. Pero al calor de la globalización neoliberal, lo que se globalizó fue un modelo de consumo insustentable, que requiere explotar más recursos naturales y energía, por ende, más despojo de los territorios y las poblaciones que los habitan. Los gobiernos progresistas no promovieron un modelo económico alternativo, reforzaron ese modelo y la inserción subalterna de los países latinoamericanos en el proceso de división internacional del trabajo, todo lo cual tiene “patas cortas” en términos de modelo. Y si bien se había reducido la pobreza, se había ensanchado la brecha de la desigualdad, sobre todo cuando leemos la problemática en términos de concentración de la riqueza. Lo cual nos lleva a una situación paradójica, porque claramente estos fueron mejores y más democráticos gobiernos que los neoliberales y conservadores que hemos conocido.

El feminismo está teniendo una capacidad de articulación notable. ¿Ves en la ética del cuidado un nuevo “concepto faro”?

Sí, soy de las que promueve al paradigma de los cuidados -lo digo en plural desde que me corrigieron unas feministas populares colombianas- como la base de la posibilidad de articulación entre justicia social y ambiental. Cuando hablamos de paradigma de los cuidados estamos hablando de la necesidad de transformar nuestra relación con la naturaleza en función de una cosmovisión relacional, que pone en el centro la interculturalidad, la reciprocidad y la interdependencia. Y como dicen las feministas de Ecologistas en Acción, hay dimensiones diferentes. La de las feministas populares sobre el cuidado de los ciclos de la vida, los ecosistemas, la relación cuerpos-territorio-naturaleza. Y la dimensión que las economistas feministas han puesto de relieve: la invisibilización del trabajo ligado a la reproducción de la vida social, que al recaer sobre las familias y dentro de esas familias sobre las mujeres, es también un vehículo de mayor desigualdad. Ahora bien, dicho esto, cuando uno observa las corrientes de los feminismos realmente existentes, por ejemplo, acá en la Argentina, hay todavía conexiones pendientes entre estos feminismos. No hay feminismo emancipador si no lleva en el centro de su mensaje la defensa del territorio y la vida. Ser feminista y no ser ecologista es casi una contradicción hoy en día.

“Chile nos conmovió por múltiples razones: ilustró un fenomenal proceso de liberación cognitiva de las multitudes, cuestionó ese país de dueños en un mundo de dueños que se hace cada vez más insoportable e insostenible y entró de lleno al ciclo de luchas latinoamericano aportando novedad”. 

Con la reactivación económica como prioridad, será difícil producir un cambio de paradigma. ¿Cómo ves la capacidad del campo intelectual latinoamericano para ayudar en ese sentido?

El problema con lo socioambiental es que requiere salir de la zona de confort de las izquierdas, requiere otro modo de pensar la relación sociedad/naturaleza y los modelos productivos. Además, cuestiona las lealtades políticas. En América Latina, la oposición entre lo social y lo ambiental sigue estando en el centro, como si no hubiésemos tomado conciencia de lo que ha dejado el boom de los commodities. Entonces, es necesario desmontar esa falsa oposición con una discusión amplia, seria. En el progresismo selectivo que nos legó el kirchnerismo acá en la Argentina hay brechas para dialogar, pero al mismo tiempo siguen pensando en reactivar la economía con más extractivismo. Te doy un ejemplo: se va a discutir un impuesto extraordinario a las grandes fortunas, ¿qué piensa hacer el gobierno? En la lista están la salud y la educación, pero un 25 por cierto irá dedicado a la producción de gas con grandes fracking. Es una locura, ¡no entendimos nada! En vez de pensar una agenda de transición energética, de abrir la discusión democrática sobre qué diablos hacer con el litio, se apuesta a subsidiar una vez más el gas del fracking. Es muy desalentador, uno tiene la impresión de que los progresismos realmente existentes no han aprendido nada.

¿Y cómo ves el papel en todo esto del nuevo socio clave de la región, China?

Más que potenciar la unidad latinoamericana, la asociación con China siempre se hizo por vías bilaterales que fueron consolidando el marco de una nueva dependencia. En América Latina y Argentina, la inversión de los capitales chinos se ha dado sobre todo en el sector extractivo y en el marco de un intercambio asimétrico. A esto se ha añadido que el gobierno argentino, a través de Cancillería, promueve la instalación de megafactorías de cerdos para producir carne porcina que será exportada a China. La Argentina, en el marco de una pandemia de carácter zoonótico, promueve un modelo que implica fuertes impactos socioambientales, que tiene potencial pandémico y obedece a la necesidad de algunos países de externalizar los riesgos buscando territorios sanos, todavía no afectados por la gripe porcina africana. Descabellado, por donde se lo vea. Siempre estamos en la senda de las falsas soluciones y eso está muy ligado al maldesarrollo.

Los dependentistas decían que la dependencia produce nuestras clases dominantes. ¿Conserva vigencia esa máxima?

Claro, como decían Teotonio dos Santos, Cardoso, la dependencia hay que leerla desde el punto de vista interno en términos de correlación de fuerzas sociales y de cómo emerge un sector de la burguesía local que no apuesta al desarrollo autónomo, sino a una mayor asociación transnacional para obtener un lugar privilegiado en la estructura económica. Hablando de burguesía nacional, acá en la Argentina está Hugo Sigman, CEO de laboratorios farmacéuticos, uno de los superricos argentinos, progresista desde el punto de vista cultural, financista de un montón de películas muy importantes, y su laboratorio fue elegido para producir la vacuna de Oxford acá. Pero, al mismo tiempo, promueve las megafactorías de cerdos. Por la puerta delantera ofrecemos una vacuna y por la trasera dejamos entrar una nueva pandemia. ¡Es una locura!

La pandemia parece estar dando nuevos aires a un concepto de vida más consciente de nuestra interdependencia, que ya veíamos reivindicado en nuestra región. ¿Puede Latinoamérica darle brújula al mundo después de la pandemia?

Ojalá, yo creo que la narrativa emancipatoria que se ha forjado en América Latina al calor de las luchas ecoterritoriales, indígenas y feministas tiene mucho para aportar a pensar ese otro mundo posible, asentado en la resiliencia, la democracia, la solidaridad y el paradigma de los cuidados. Pero, al mismo tiempo, no tiene las espaldas para afrontar el desafío que eso implica. No somos Europa, acá no hay un banco que a nivel latinoamericano promueva la reforma tributaria, el ingreso universal ciudadano, casi no hay medios y los Estados están solos frente a una situación devastadora. Entonces, si no hay un planteo de transición a nivel global, es casi imposible que podamos abrir esa agenda. Lo que puede suceder, si no, es que Europa se oriente hacia una transición socioecológica y en Latinoamérica se sigan contaminando los territorios y atropellando las poblaciones para financiar esa transición de los países del norte. Nuestras experiencias y lenguajes ecoterritoriales quedarán como testimoniales, ese es el peligro que veo yo.

En tu último libro mencionas las revueltas chilenas de 2019 como una fuente de inspiración. ¿De qué manera te interpeló el octubre chileno?

Rita Segato señala que este es un mundo de dueños, de señoríos, que la palabra desigualdad es poco. Y yo creo que tiene razón Rita y Chile lo ejemplifica de manera notoria: es un país de dueños. La revista Forbes mostraba en 2019 el ranking de los más ricos del mundo y había diez familias chilenas. Chile nos conmovió por múltiples razones: ilustró un fenomenal proceso de liberación cognitiva de las multitudes, cuestionó ese país de dueños en un mundo de dueños que se hace cada vez más insoportable e insostenible y entró de lleno al ciclo de luchas latinoamericano aportando novedad, con la interseccionalidad, los grafitis, el muralismo, la desmonumentalización, en fin, muchísimas cosas nuevas. No creo que en Chile vayamos a un proceso de clausura cognitiva, las condiciones están dadas para que se refuerce el proceso de cambio al calor de una constituyente que realmente implique un nuevo pacto social, un nuevo barajar y dar de nuevo en la sociedad.

Allende inédito: la revancha de Patricia Espejo

Tras cinco décadas del triunfo de la Unidad Popular, Patricia Espejo Brain, secretaria privada de Salvador Allende, publica sus memorias. En ellas repasa hitos y anécdotas del círculo más estrecho del presidente, pero además se refiere a sus años de exilio y al Comité de Resistencia que formó con Tati Allende en Cuba. “El estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende”, confiesa.

Por Victoria Ramírez

Patricia Espejo Brain recuerda con claridad la última vez que vio al general Augusto Pinochet. Venía saliendo del despacho presidencial y caminaba con Salvador Allende hacia el ascensor. Era 10 de septiembre de 1973, y en la secretaría privada el trabajo era arduo. Patricia, que había estado desde el inicio de la Unidad Popular en La Moneda, reconoce haber olvidado muchas cosas en su vida, pero esos mil días con Allende permanecen intactos. En esa ocasión, el presidente la llamó para despedirse del general, quien le aseguró que el Ejército estaría con él “hasta las últimas consecuencias”. Con esa frase dijo adiós y las rejas del ascensor se cerraron. Luego se fueron caminando —el Chicho y ella— del brazo, sin hablar, hasta llegar al final del pasillo, donde él le confesó en voz baja: “¿Será esta la traición?”.

Ese tipo de intimidad aparece innumerables veces narrada en las memorias de Patricia Espejo, secretaria y asesora del círculo más estrecho de Salvador Allende, amiga y colega de Miria “Payita” Contreras y de la hija del presidente, Beatriz “Tati” Allende, con quienes trabajó en la secretaría privada.  Luego de haber estado 25 años en el exilio —en Cuba y Venezuela— y de haber guardado un silencio estoico, su libro Allende inédito. Memorias desde la secretaría privada de La Moneda (Aguilar) por fin verá la luz en octubre. Socióloga de profesión, Patricia volvió a Chile en 2002 y trabajó diez años como directora ejecutiva de la Fundación Salvador Allende. Fue en julio de 2019 cuando comenzó a escribir el libro, impulsada por la promesa que hizo a su amigo Víctor Pey, exdirector del diario Clarín, pero también porque quería relatar su testimonio a los jóvenes. “No podía dejar de contarlo, prácticamente quedo sólo yo viva”, explica a través del teléfono, y su voz suena tranquila.

Patricia Espejo Brain, Salvador Allende’s private secretary.

En sus memorias la autora muestra la calidez humana de Allende, da cuenta del gran orador, pero también del padre y del amigo, y en ese tránsito lo desmitifica, además de relatar anécdotas y valorar especialmente su sentido del humor y su cercanía. Como aquella vez en que el mandatario quiso asustar al general Carlos Prats un fin de semana en la casa de El Cañaveral,simulando un desmayo. O ese verano de 1972 en el que el Chicho, vestido de guayabera, recibió a niños con notas sobresalientes que pasaron unos días en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, en Viña del Mar. O las maratones de películas de cowboys, el placer de ver dos al hilo. O aquellas noches en que de improviso Allende se vestía de bata blanca e iba a visitar hospitales, sin avisar a nadie. Sus dolores también los incluye: la soledad profundizada en su segundo año de gobierno, las deslealtades, las decepciones, la permanente tensión con los partidos.

De fondo, por supuesto, están los hitos fundamentales de la UP. La noche en que una marejada de gente escuchó al nuevo presidente desde los balcones de la FECH, el día en que se concretó la estatización del cobre, la construcción de la UNCTAD, la polémica visita de Fidel Castro a Chile, las negociaciones con los partidos de derecha e izquierda, la coordinación del GAP, el desabastecimiento, las amenazas de Patria y Libertad, los constantes cambios de gabinete y tantas otras cosas que ocurrieron durante esos años y que Patricia Espejo vivió en carne propia.

—Yo siempre usé un perfil bajo, por mi personalidad y por ciertas convicciones. Escribí porque creo que en la historia falta Salvador Allende como ser humano. Hoy hay mucho voluntarismo y hay que mostrar que gobernar es difícil. No te enfrentas solamente con tu equipo más allegado, sino que con enemigos internos. Gobernar significa muchas cualidades, formas de pensar, actuar, y de sentir lo que siente el otro. Eso se ha ido perdiendo, hoy las relaciones del presidente con el pueblo son distantes, de autoritarismo, de dominación. De alguna manera, el estallido social y la crisis de los partidos políticos me hizo sentir que era necesario dar a conocer por dentro el gobierno de Allende.

La secretaría privada quedaba en el segundo piso de La Moneda, frente a la Intendencia y la Plaza de la Constitución, en la intersección de Moneda con Morandé. Patricia Espejo Brain era la primera en llegar, pero a veces coincidía con Allende, cuando lograba coordinarse con el “Toromanta1”, el auto que salía de la casa presidencial de Tomás Moro, siempre escoltado por integrantes del GAP. Luego llegaban Payita a las diez y media y Tati al mediodía. Había rutinas claras, el doctor —como lo llamaba Patricia— almorzaba a las dos de la tarde en el gran comedor, generalmente para almuerzos de trabajo. Luego dormía una siesta de diez minutos en un sofá cama que habían instalado a un lado del despacho presidencial. “Era un ritual, en el baño contiguo se ponía su pijama, abría la cama y a dormir”, cuenta la autora. Con el tiempo, se fue construyendo un vínculo de confianza: “Como no tenía ninguna otra relación más que ser una colaboradora, me fue considerando como alguien en quien podía depositar ciertos secretos”.

Décadas después, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, la mandataria le pediría a Patricia que intentara reconstruir el gabinete presidencial de Allende a modo de homenaje, pero se encontró con una tarea casi imposible. Habían cambiado todo de lugar mientras estaba Pinochet. “Cambiaron toda la estructura física. Tal vez como una forma de olvidar”, reflexiona, y recuerda que incluso hoy ir a La Moneda le produce incomodidad, tanto por los detalles de protocolo como por la nostalgia de una sencillez que ya no encuentra en los salones ostentosos. 

Allende solía dejarle mensajes y regalitos en su escritorio. Uno de los más memorables lo escribió un día en que Patricia llegó tarde, pues se había quedado dormida cuidando a su hija que estaba con gripe. La nota decía: “Chiquita: /Se paró el reloj, son las 9,45 y nada /Me siento solo /Dr. Allende”. Curiosamente, ese trozo de papel cruzó la frontera el 12 de septiembre de 1973, cuando Patricia comenzó un largo exilio. Fue lo único que pudo sacar junto a su libreta de contactos, que después sería fundamental. No llevaba maleta ni ropa de cambio, solamente lo puesto.

Patricia Espejo’s contact book. It helped to contact Chilean exiles in Cuba.

La discrepancia de los partidos

Con la perspectiva de hoy, Patricia cree que algunos de los partidos de la Unidad Popular no supieron comprender el proyecto revolucionario y democrático que pretendía realizar Salvador Allende o, en sus palabras, “no dieron el ancho”.

 —Había mucha discrepancia entre un sector y otro. Los partidos más fuertes fueron el Partido Socialista y el Partido Comunista, que tal vez fue el más consecuente. Especialmente el Partido Socialista pecó de omisión. Por otro lado, el MIR no comprendió que no se podía gobernar como pensaban. Los procesos son largos, si te tomabas veinte fundos no ibas a resolver el problema campesino. Allende se tuvo que afianzar más en opiniones de amigos y políticos que en la de los propios partidos.

Aunque Patricia fue militante de las Juventudes Comunistas mientras estudiaba Sociología y en el exilio fue militante del MIR hasta 1976, luego de esas experiencias no volvió a militar. “Yo nunca he dejado la política, he dejado la militancia, que es distinto”, precisa.  

—Pecamos un poco de ingenuos, se pensó que las Fuerzas Armadas eran una institución coordinada y vertical. A nadie se le ocurrió que podía bombardearse La Moneda. El último gesto del presidente fue llamar a plebiscito el 11, esa fue la demostración de su cordura, compromiso y lealtad. El presidente no iba a permitir un baño de sangre.

Volver a La Habana

Llevaba tres días en La Habana cuando le enseñaron a disparar. El entrenamiento comenzaba a las seis de la mañana y terminaba a las seis de la tarde. Luego había tiempo para pasear y reunirse con amigos. Era mayo de 1971. “Yo, que soy muy baja de estatura y era muy flaca en ese entonces, tomé el AK y me lo puse a la cintura para disparar, la fuerza del arma me hizo ir moviéndome hacia la derecha, allí estaba Blanca, que por un tris no llegué a herirla”, dice Patricia Espejo en sus memorias. Quien la acompañaba era Blanca Mediano, exfuncionaria de la secretaría privada.

Patricia había visto ondear las banderas de Patria y Libertad en la costanera en Santiago, sus brazaletes y su hostilidad. Llegó a sentir miedo, vio a antiguos amigos que le gritaban “¡comunista de mierda!” al verla pasar. Fue ese el origen del viaje que la llevó a Cuba para realizar un curso de defensa personal e inteligencia. “Pude saber qué precauciones tomar en casa, qué cosas se podían hacer”, explica. Su tía Paz Espejo ya llevaba veinte años allí, pues se había ido para apoyar la revolución en 1959.

Tras el golpe de Estado, Patricia volvería a la isla, esta vez sin ninguna pertenencia. Serían los años en que recibiría a los exiliados y oiría los primeros relatos de torturas junto a Tati Allende. Sería también el lugar en que tiempo después comenzaría a militar en el MIR, cuando Jorge “el Trosko” Fuentes —secuestrado posteriormente en la Operación Cóndor— la invitara a ser parte de la organización por petición de Miguel Enríquez, en un mensaje que le dio en un bote en altamar.

La primera semana tras el 11 de septiembre Patricia formó con Tati Allende el Comité de Solidaridad con la Resistencia en el edificio de la embajada chilena en La Habana, que hoy funciona como la Casa Memorial Salvador Allende. Fue un tiempo duro, de activa gestión para sacar del país a quienes corrían peligro, a través de las vías diplomáticas y de contactos que comenzaron a ver las atrocidades de la tortura. “Era tanta la violencia de los testimonios que eran casi irresistibles”, confiesa la autora, recordando esos primeros relatos de terror.

—A veces me acuerdo y me pregunto cómo fuimos capaces. Ahí la fuerza la tuvo la Tati. Llegamos a Cuba el 13, no estaba Fidel. Empezamos inmediatamente a trabajar, localizamos a mucha gente a través de terceros países. La libreta de contactos nos sirvió para saber dónde estaban los focos, cómo funcionaban los militares, dónde eran los mayores apremios. Todos los días era saber que otro compañero caía. Ese tiempo que nos enfrascamos en trabajar nos ayudó a superar el dolor en la medida en que se podía, con mucho apoyo de la revolución.

From left to right: Isabel Jaramillo, Beatriz «Tati» Allende and Patricia Espejo, in the Communist Party’s Escuela Superior Ñico López, Havana.

A fines de 1973, Patricia y Tati elaboraron el primer informe de derechos humanos que se presentó en una sesión de las Naciones Unidas, al que también asistió Mercedes Hortensia Bussi, Tencha. Con el tiempo, esos relatos pasaron la cuenta. Hay un momento en que Patricia se quebró y decidió detenerse. “Estaba leyendo un testimonio y me dio un ataque de risa, y decidí parar porque me iba a volver loca”, explica. Fue entonces cuando le dijo a Tati que había que resguardarse para no enfermar, pero Tati sintió el deber de continuar con el trabajo. 

—Tati no pudo resistir el no haberse quedado en Chile el 11 de septiembre. Los cubanos son muy cuidadosos en los roles, ella tenía relaciones con embajadores y otras personas, debe haber tenido más información. Yo creo que después vino la parte emocional y familiar que la destruyó. Además, quiso volver a la medicina y se le dijo que no. Luego quiso volver a Chile y se le negó, y ya no encontró salida. La muerte de Tati fue la muerte de una hermana. Para mí, fundamentalmente nunca superó la muerte de su padre.

Tati había sido militante en la fracción del PS afín al Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia, los llamados “elenos”, que apoyaron al Che Guevara en su revolución de América Latina. Aunque Tati tenía estrechos lazos con grupos revolucionarios, aún así se plegó al proyecto democrático de la UP. “Ella amaba profundamente a su padre, era su regalona, su cable a tierra. Lo respetaba y admiraba su tenacidad y su compromiso con los más pobres. Sabía que el camino elegido era difícil y hasta imposible”, recuerda Patricia, recalcando que Tati no dejaba tiempo para el cansancio ni la tristeza. Los últimos años han aparecido libros que recuperan su historia, el más reciente Tati Allende: una revolucionaria olvidada (2017), pero durante mucho tiempo se le perdió la pista.

—Se olvida porque es una figura que molesta, es una revolucionaria que dice las cosas de frente, capaz de luchar, crítica hacia los partidos. Para ella la vida habría sido muy difícil en esta sociedad tan clasista y egoísta, cuando era el reverso de la medalla. No es una figura de consenso. Hoy hay que ser más recatada, condescendiente, hay que olvidarse de que los democratacristianos nos hicieron la vida imposible. Todo ese tipo de cosas que la Tati no habría permitido. Era una mujer extraordinariamente afectuosa, de una sencillez impresionante, muy dura consigo misma.

Luego de la muerte de Tati, Patricia siguió ligada a la familia Allende. Desarrolló una amistad muy cercana con Tencha, y luego en la Fundación Salvador Allende intentó visibilizar la obra del mandatario y de quienes lo acompañaron hasta el final.  En la actualidad, no vacila cuando se le pregunta sobre el legado del expresidente en el actual proceso político, a un año del estallido social.

—Para mí, su legado fue la consecuencia política. Los mil días que gobernó fue consecuente con su gente, incluso con los partidos que a veces no lo apoyaron. Hoy el estallido nos muestra que las diferencias sociales son aberrantes. Hay corrupción a todo nivel y la gente no quiere nada con los políticos. Lo que más llamó mi atención el 18 de octubre fue que no había banderas de partidos. Sólo a lo lejos, a dos o tres cuadras de la plaza, vi una bandera con el rostro de Allende.

La encrucijada de Chile según Vivaldi: ¿universidades para el conocimiento o para el negocio?

El rector de la Universidad de Chile cree que la pandemia y la crisis social son una gran oportunidad para que la sociedad chilena delibere sobre el futuro de sus universidades. Confía en que desafíos como terminar con las desigualdades y “salir del subdesarrollo” puedan reencauzar un debate dominado por quién se lleva cuánta plata. Y piensa en grande el rol que la Chile puede jugar después del plebiscito, contagiando al país con “la idea de atreverse a ver como factible y necesario un nuevo modelo de sociedad”.

Por Francisco Figueroa 

Mientras la pandemia ha puesto en vilo a un sistema de educación superior que depende del pago de aranceles y de competir por vouchers, la crisis social plantea difíciles preguntas sobre el papel de sus instituciones en la reproducción de desigualdades. Fiel a su estilo, el rector de la Universidad de Chile enfrenta estos temas evitando el reproche. Prefiere concentrarse en lo que se puede sacar en limpio: la necesidad de revalorar lo público y de transitar a una sociedad del conocimiento. A días de proponer la creación de un centro de producción de vacunas en el Parque Académico Laguna Carén y ad portas de dar a conocer los resultados de la Propuesta de Acuerdo Social que impulsó tras la crisis del pasado octubre, Vivaldi siente que las contribuciones hechas en pandemia por la universidad que dirige son los mejores argumentos para defenderla.  

Ennio Vivaldi Véjar es médico y actual rector de la Universidad de Chile.

Suele decir en sus intervenciones públicas que la pandemia nos recordó nuestra interdependencia. ¿De qué modo ese diagnóstico ha permeado el ejercicio de su rectoría? 

—Que hay situaciones que no pueden ser vistas a un nivel atómico, sino que sólo tienen sentido si se miran en su globalidad, es la gran lección que le deja la pandemia a un país que se había querido olvidar de eso. Y si tú ves las tres áreas de la salud en las que esta universidad ha hecho un aporte extraordinario, la salud mental, la atención primaria y las políticas comunicacionales, las tres son áreas que van más allá de la medicina del individuo, tienen que ver con la medicina comunitaria. ¿Con qué infraestructura contábamos en Chile en marzo de 2020? La respuesta es: con un terrible desinterés de décadas por la salud comunitaria, mental y, desde luego, por dar comunicaciones limpias a la población. No se trata de atacar o defender las políticas de salud frente a la pandemia, mucho más importante para el futuro de Chile es que reflexionemos sobre las grandes falencias estructurales del sistema que estaban allí en marzo.  

Las universidades públicas y la de Chile, especialmente, han realizado una labor crucial contra la pandemia: secuenciando el genoma del Covid-19, modelando la evolución de los contagios, desarrollando tecnologías para diagnóstico y tratamiento, levantando información sobre los impactos de la pandemia. ¿Es coherente el trato que les da el Estado con la función estratégica que están cumpliendo? 

—No, porque hay un tema político de fondo: no tiene sentido apoyar a las universidades de investigación o complejas a menos que uno quiera cambiar el modelo extractivista chileno. Recién cuando uno dice “quiero pasar a una sociedad del conocimiento” hace sentido. Y por distintos motivos fueron brutalmente combatidas, por eso el mérito de la Universidad de Chile tienes que multiplicarlo por mil. Hay toda una tradición que lo explica y gran parte del proyecto de los Chicago Boys para la educación terciaria se les fue para atrás porque no lograron un paso clave: quitarnos el nombre. Era meterse con la historia del país. Y ahora tú lo ves en plena pandemia, la Universidad de Chile es un referente impresionante para los chilenos, de confianza, de pluralismo, de inclusión. 

Pero la masificación de la educación superior chilena lleva el sello de la segmentación social y la conducen instituciones de baja o nula complejidad. ¿No es eso parte del problema que estalló en octubre y del hecho de que estemos esperando que otros países desarrollen la vacuna contra el Covid-19? 

—Por supuesto, pero eso tiene que ver con que hay mucha gente que en su fuero íntimo está convencida de que no tiene sentido proponerle a Chile otra estructura económica. Para la que actualmente tenemos, no necesitas mucho conocimiento ni investigación, es una mala inversión. Pero cuántos ejemplos no hay de países pequeños que han hecho grandes rupturas en la producción de conocimiento y tecnología, o en tener mejor atención en salud y educación que países más avanzados. En la educación, creo que hubo una connivencia con quienes vieron en la ampliación de la educación un gran negocio. Pero es totalmente falso que los estudiantes eligen entre modelos de educación que compiten. La gente entra a la universidad que percibe como mejor. Estadísticamente, no hay nadie que, pudiendo entrar a Medicina en la Chile, la Católica o la Usach, prefiera otra universidad. A tal punto, que se cayó sin pena ni gloria el Aporte Fiscal Indirecto. En Chile se obliga a los jóvenes pobres a endeudarse para entrar a universidades que no quieren, a seguir carreras de las que probablemente no se van a recibir y, si lo hacen, no van a poder ejercerlas.  

“No se trata de atacar o defender las políticas de salud frente a la pandemia, mucho más importante para el futuro de Chile es que reflexionemos sobre las grandes falencias estructurales del sistema que estaban allí en marzo”. 

Tener pocas plazas en universidades complejas nos pone en aprietos frente al desafío de repensar el desarrollo. ¿Puede la sociedad dar esa discusión con la universidad compleja en una situación de menoscabo? 

—Claramente, si tú quieres salir del subdesarrollo o plantearte una vía para alcanzar un nivel económico que te permita mantener en situación de mayor igualdad a la población, vas a tener que depender de la universidad. Lo primero es hacer una educación en todos los niveles que permita que los talentos se puedan desarrollar. Es una paradoja que en una sociedad que se llama la quintaesencia del liberalismo los individuos no tengan la posibilidad de desarrollar sus potenciales como personas. No cabe duda también de que hay que transformar la forma como la universidad aborda los problemas, por eso es cardinal introducir el concepto de transdisciplinariedad. Temas como el medio ambiente no se resuelven profundizando una disciplina, sus desarrollos han sido formidables, pero necesitamos hibridar conocimientos. Necesitamos alejarnos un poquito de estos silos del conocimiento que, en el caso de la Universidad de Chile, llegan al extremo de que sus facultades están separadas geográficamente. ¡Las personas que podrían beneficiarse del diálogo de conocimientos no tienen dónde ir a tomarse un café juntas! La Universidad de Chile tiene esa paradoja. Hay pocas universidades en el mundo tan vinculadas con la vida real del país. Pero tenemos este modelo napoleónico de un vínculo muy firme a la profesión misma, que te impide mayor interacción. Y creo que Carén busca justamente superar eso. 

La conversación sobre el desarrollo suele girar mucho en torno al cobre y poco en torno a las personas y su conocimiento. ¿Será que a las universidades públicas les corresponde ampliar esa conversación?  

—Por supuesto, en primer lugar, desarrollar conocimiento conforme a los territorios. Necesitas una investigación y un trabajo vinculado a cada una de las regiones. Y, en segundo lugar, abrir caminos que hoy día no están. Encontrar nuevas economías de producción y de la industria de servicios, ser capaces de hacer otras cosas fuera de lo extractivista y tener una sociedad del conocimiento. La Universidad de Chile está entre las diez primeras universidades latinoamericanas del ranking de Shangai. El estado de Sao Paulo tiene tres universidades, destinando proporcionalmente más de cuatro veces a investigación científica lo que destina Chile. Prácticamente lo mismo México y Argentina. Es desconcertante lo nulo que entregamos a investigación. El de Ciencias es un ministerio prácticamente sin presupuesto, los recortes son impresionantes. 

¿Prefiere una Chile empinada en esos rankings, pero sola, o una un poquito más abajo pero más acompañada de otras universidades chilenas? 

—No es por tener una respuesta diplomática, pero yo creo que no son cosas contradictorias. El tema es cómo tú colaboras, y si una cosa ha ganado mucha fuerza entre las universidades estatales es que la colaboración nos favorece a todas, a diferencia de la competencia, que nos limita. Claro, ha habido históricamente visiones más elitistas en la Universidad, pero yo diría que eso ya no existe. Y esto se ha discutido extensamente en todo el mundo, hay un consenso entre los expertos que han estudiado las universidades de que muchos de los valores que están en juego en el sistema universitario son contradictorios con los sistemas que pueden ser exitosos en el desarrollo de, digamos, neumáticos. Por lo tanto, si hay un sistema fuerte de universidades estatales, vamos a ser una mejor Universidad de Chile.  

El Cruch ha hecho en lo que va de año un gasto adicional de 16 mil 500 millones de pesos para mantener las clases a distancia, ha dejado de recibir casi 80 mil millones por concepto de aranceles y proyecta un déficit para fin de año de 114 mil millones. ¿Pueden las universidades cumplir un rol estratégico si están tan ocupadas de sobrevivir? 

—Yo me resisto a esta idea de las universidades como stakeholders, donde cada uno tira de su propia cuerda para llevarse el máximo. Es el país el que debe definir si queremos o no queremos mejores universidades por tal o cual motivo. Una gran definición que debemos tomar a partir de esta pandemia es si queremos o no tener universidades que impulsen el desarrollo del conocimiento. Uno puede considerar que esta es una magnífica oportunidad para decir “la universidad no es lo más importante porque hay muchos desempleados y hay que invertir todo en crear nuevos empleos”. Bueno, no sé si es posible a largo plazo crear nuevos empleos si uno no tiene universidades funcionando. En Europa, después de la crisis subprime, estaban muy mal económicamente y, sin embargo, la decisión que toman, lejos de podar los presupuestos de las universidades, fue fortalecerlos.  

“Uno puede considerar que esta es una magnífica oportunidad para decir la universidad no es lo más importante porque hay muchos desempleados y hay que invertir todo en crear nuevos empleos. Bueno, no sé si es posible a largo plazo crear nuevos empleos si uno no tiene universidades funcionando”.

¿Y es capaz una universidad de hacer frente a desafíos complejos si su subsistencia depende del pago de aranceles? 

—Que el voucher sea el mecanismo para financiar universidades estatales es de una ridiculez que no tiene nombre. Una consecuencia de esa política es que las universidades estatales no pueden aumentar sus matrículas como quieran, porque estarían ellas mismas fijando la plata que el Estado les va a transferir. Eso te trae a situaciones maravillosas. Por ejemplo, médicos y enfermeras no se van a vivir a Atacama. La única forma de solucionar los problemas de salud de Atacama es permitir que los atacameños estudien carreras de la salud. Pero ocurre que tienes una ley que le prohíbe el Estado aumentar en más de 2% la matrícula de sus propias universidades. Bueno, en Chile alguna vez se dijo que las universidades estatales que no tuvieran un cierto nivel de calidad no iban a recibir financiamiento. El chiste más fantástico, porque, ¿quién es responsable sino el propio Estado si una universidad estatal está mal? Castigar a la universidad es como, en un hospital público que es malo, comenzar a cobrarle a los enfermos.  

¿Dónde debiera entonces concentrar sus esfuerzos la defensa de las universidades públicas en una nueva Constitución? 

—Lo esencial es revalorar la investigación, la ciencia, las humanidades y las artes. Lo segundo, distinguir lo público de lo privado y entender que existe un ámbito para cada uno, que no significa beneficios ni perjuicios económicos para ninguno de los dos sectores en su totalidad, pero sí una relación del Estado con sus universidades. Un ejemplo que para mí es obvio: los sistemas de salud regionales tienen que desarrollar proyectos de salud propios, con las particularidades que tiene esa región. Ahí la universidad estatal tiene que jugar un rol de sinergia con el sistema de salud público. No puedes seguir viendo la relación entre el servicio de salud y las universidades como que el servicio tiene un bien, los pacientes, que puede licitar entre las universidades, como se hace ahora.  

¿Entonces poner en práctica una nueva Constitución implica volver a hablar de reforma a la educación superior? 

—Sí, yo creo que gran parte de las razones que se adujeron para no tomar las medidas correctas se daban precisamente por ciertos conceptos constitucionales, notablemente, esta idea de la educación no como un derecho, sino como un ámbito de transacciones y proyectos individuales. Por lo tanto, repensar el vínculo entre el Estado y las universidades públicas, las especificidades que tienen, y el proyecto de país que queramos hacer en cuanto al desarrollo de las ciencias y las tecnologías, las artes y las humanidades, es central. Todo lo que hemos aprendido en cuanto a desigualdades del estallido y de la pandemia tiene que ser aplicado ahí. 

La Universidad de Chile realizó varios encuentros tras la crisis social y su comunidad se manifestó a través de un plebiscito a favor de una nueva Constitución. ¿Qué rol le cabe a contar del 26 de octubre? 

—Creo que va a jugar un rol clave en la idea de atreverse a ver como factible y necesario un nuevo modelo de sociedad. Chile es uno de los casos más extremos que yo conozco de haber tomado una concepción ideológica como una verdad absoluta, en una epistemología mucho más parecida a la de la geometría o la matemática que a cualquier ciencia empírica, en la que partes de la base de axiomas. Axioma uno: lo privado es mejor que lo público. Axioma dos: la gente se esfuerza y se preocupa sólo cuando está en juego su interés individual. Y así sucesivamente, hasta que de ese conjunto de axiomas vas construyendo una sociedad y te queda este engendro en el cual estamos y que tiene un estallido. Yo no lo desacredito a priori, pero el drama es que no ha sido conversado ni discutido. El verdadero problema que ha tenido el país es que este fue un comando tácito, como dicen los psiquiatras, no ha tenido chance de ser cuestionado.