Claudia Lagos: “En la TV aún hay una cobertura más de discurso oficial que de periodismo informativo”

La periodista Claudia Lagos, magíster en Estudios de Género y doctora en Medios y Comunicación de la U. de Illinois, EE.UU., comparte sus reflexiones sobre la cobertura periodística que han hecho los medios de comunicación durante la pandemia y el estallido social. La académica de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile cree que es necesario regular de manera más estricta la manera en que se informa sobre grupos vulnerables de la población, como personas que viven en situación de calle, privadas de libertad o mujeres y niños víctimas de violencia en el hogar. Además, aplaude la iniciativa del canal cultural y advierte cómo, a pesar de las críticas, la televisión sigue siendo uno de los soportes de información más populares.

Por Jennifer Abate

—Hablemos de medios de comunicación y de lo extremadamente importantes que son en este contexto de tanta incertidumbre, que en nuestro caso suma un estallido social a la emergencia por Coronavirus. ¿Qué te ha parecido, en términos generales, la cobertura mediática que se ha hecho en los últimos meses en nuestro país?

Si vemos todo este periodo, de octubre hasta ahora, los medios de comunicación, después de la llamada “revuelta social”, tuvieron una pésima evaluación, eso si nos fijamos solamente en las encuestas, que son una foto de un momento determinado y operan, si se quiere, como un termómetro. Había muy pocas diferencias entre los medios según soporte, no había muchas diferencias entre cómo la ciudadanía, a través de estas encuestas, manifestaba su rechazo o disconformidad con cómo los medios de comunicación estaban cubriendo todo lo derivado de la revuelta. Y eso vino a poner una especie de lápida, si se quiere, a la evaluación de los medios de comunicación y a su credibilidad, que ha venido a la baja en los últimos diez años, por lo menos. Es importante recordar que los problemas que dieron origen a la revuelta de octubre todavía se mantienen y en parte esta crisis sanitaria los ha acentuado y nos ha recordado que siguen ahí. Sin embargo, en el último mes, lo vimos en encuestas como la de IPSOS sobre la radio, ha habido una revalorización y habrá que ver, con el tiempo, a qué se debe, cuáles son las razones de esa revalorización por parte de las audiencias de la radio y otros medios de comunicación en términos generales. Es particularmente curiosa o interesante la valoración de las audiencias en las últimas encuestas, aplicadas y difundidas durante marzo y abril, de la televisión, que se aprecia como un soporte y medio de comunicación a través del cual las personas buscan información o se conectan con el afuera. 

La periodista y docente del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Sabemos que la televisión no sólo es una experiencia informativa, sino que es también una experiencia colectiva. Es bastante curioso cómo un medio de comunicación que había sido tan duramente criticado adquiere cierto valor en nuestro contexto. En nuestros países, en Chile en particular, a pesar de que la televisión ha sido criticada por su espectacularización, por su estereotipación, etc., sigue siendo uno de los lugares donde nos vemos reflejados. Es uno de los medios de comunicación más importantes para amplios sectores de la población, pues a pesar de que Internet puede ser muy relevante en ciertos sectores sociales, en América Latina y otros lugares del mundo, el acceso a una Internet de calidad, estable, una banda ancha que soporte una videoconferencia e incluso la alfabetización digital de sectores importantes de la ciudadanía, siguen siendo una deuda de las democracias modernas.

—Durante mucho tiempo, sobre todo con la masificación de las redes sociales, se levantó una discusión sobre si realmente iban a seguir siendo necesarios los medios de comunicación, en el entendido de que la información estaba ahí y que bastaba con que cualquiera tomara un teléfono, sacara una foto y reporteara. Quizás en este momento se revaloriza, efectivamente, el trabajo de filtro, interpretación y chequeo de la información que hacen los medios de comunicación.

Exacto, podemos entrar a discutir con mayor detalle qué aspectos son más críticos, pero hay otro estudio que se publicó recientemente y que discutíamos hace unos días con el profesor del ICEI Cristian Cabalín, que da cuenta, en Estados Unidos, de que a pesar de que existen tasas de penetración de conectividad mayores que las que pueden tener países como Chile y otros de América Latina, la televisión sigue siendo un lugar, un género, un soporte mucho más relevante que las redes sociales a la hora de diseminar informaciones falsas, desinformación o información malintencionada. 

Es un estudio bien interesante, pero, como digo, muy acotado a las prácticas de audiencias y producción de contenido en Estados Unidos. Sin embargo, abre preguntas relevantes sobre el poder que sigue teniendo la televisión para las audiencias. Creo que es importante hacer distinciones, porque una cosa es cómo ha actuado la televisión y otra cosa cómo ha sido valorizada la radio, la prensa digital y la impresa, que también ha establecido algunos esfuerzos para, por ejemplo, liberar los contenidos de algunos medios de comunicación relacionados con la cobertura del Covid-19, de los contagios, etc. Creo que es importante destacar la liberación de algunos medios de pago, no es el caso de El Mercurio, claro, que sigue teniendo un muro de pago, a contrapelo de diarios como La Tercera y otros que han liberado sus restricciones entendiendo que hay un esfuerzo colectivo de llevar información de calidad a mayores audiencias.

—A propósito de lo mismo, la semana pasada el periodista Andrés Azócar, en una columna en The Clinic, aseguraba que han aumentado las visitas a los medios de comunicación y que esto les ofrecería una posibilidad de volverse nuevamente indispensables para las personas. ¿Crees que los medios de comunicación chilenos han sintonizado con esa “oportunidad”?

Tiendo a creer que sí, pero tenemos que recordar que nuestro sistema de medios de comunicación, sin distinción de soporte, lleva golpeado varios años. La cantidad de despidos en todos los soportes, medios grandes, pequeños, radio, televisión, ha sido una constante en los últimos años. Eso ha significado un desguace, un despotenciamiento de los equipos profesionales, y se nota en cierta cobertura particular de televisión en que eso es visible: profesionales con pocos años de experiencia, con menos calle, y eso se nota en la cobertura diaria, muy apegada a lo que está sucediendo en el momento, muy encima, con poca distancia. Entonces, definitivamente, la columna de Andrés Azócar abre preguntas que son necesarias y que no están en el debate público. Me parece que por la urgencia no son centrales o no han aparecido, pero es algo que hay que retomar porque se trata de una cuestión que se discutió a propósito de los eventos desencadenados por la revuelta de octubre.

¿Qué tipo de medios queremos? ¿Qué tipo de periodismo queremos? ¿Qué tipo de periodismo es necesario en una sociedad democrática del siglo XXI? Siguen siendo preguntas que a la luz de la urgencia y la cobertura sanitaria se hacen evidentes. Es importante revisitar los mismos mecanismos legales de autorregulación que están disponibles en Chile, que incluyen desde el Código de Ética del Colegio de Periodistas hasta las orientaciones programáticas de los canales de televisión. Creo que ahí hay herramientas que parecen guardadas en el cajón. Por ejemplo, es algo que debiera considerarse en la discusión sobre las personas que viven en situación de calle o la población penal o las mujeres que viven violencia intrafamiliar en época de cuarentena (algo que las organizaciones feministas advirtieron muy temprano, antes de la toma de decisiones sobre las cuarentenas obligatorias), todos temas que aparecieron muy recientemente en los medios más tradicionales y en voz de las autoridades. Creo que ahí hay todavía, por parte de los medios de comunicación, un rezago en advertir y proyectar, a eso me refiero con que están muy apegados al día a día, a la calle, a esa cobertura de matinal que le ha quitado peso y espesor a una cobertura que puede ser un poco más distante en la relación con la autoridad, por ejemplo.

Hay herramientas, tanto de autorregulación como de regulación a nivel legislativo en Chile, que los medios de comunicación y el periodismo deberían recordar y repasar en estos días, que tienen que ver con el respeto a las comunidades más vulnerables, que incluyen a niños y adolescentes, y otras cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, con el derecho a la protección de los datos de salud. Ha habido todo un tema bien intenso y agresivo respecto de quienes son los que están enfermos y contagiados en las comunidades de edificios y condominios, y eso abre cuestiones que me parece que son centrales para el periodismo y que han estado pasando por el costado.

—En el contexto de emergencia sanitaria en el que estamos, las autoridades están haciendo puntos de prensa diarios, varias veces al día, intentando instalar una suerte de verdad única, que los medios de comunicación, en muchas ocasiones, reproducen sin mucho cuestionamiento, a pesar del buen trabajo que han hecho algunos profesionales haciendo preguntas concretas. Según tu opinión, ¿cuáles son los riesgos de esta visión única de la realidad en un escenario tan crítico e incierto como el que vivimos hoy?

Los riesgos tienen que ver con cómo combinar la entrega de información útil para la ciudadanía, que permita tomar las medidas de resguardo necesarias, con las decisiones en nuestra vida cotidiana respecto a nuestra salud y la de los demás, y la ansiedad e incertidumbre que significa en términos individuales y para la comunidad. En esto, las autoridades, en términos generales, no sólo en este caso particular, ocupan un rol central. Es impresionante el pilar en el que se han convertido las autoridades del gobierno central a la hora de copar la agenda mediática. A ratos parece que estuviésemos asistiendo a una conferencia de prensa estatal, permanente, que va desde poco después de las 9 o 10 de la mañana hasta la noche. Evidentemente, hay una estrategia política de comunicación que ha visto en esto una oportunidad de reposicionamiento de un gobierno que estaba muy golpeado por la crisis de octubre. La efectividad de esa estrategia y los alcances que tenga están aún por verse, pero me parece que es bastante evidente, incluso para un observador poco entrenado en esto, cuáles son los riesgos.

El gobierno ha optado por realizar diarias pautas de prensa para informar sobre el avance del Covid-19 en Chile, discurso oficial que es ampliamente difundido, pero también poco cuestionado por los medios de comunicación.

—Por lo menos ahora las autoridades están aceptando las preguntas de la prensa, porque durante los meses del estallido e incluso al comienzo de la crisis sanitaria, nos habíamos acostumbrado a estas conferencias de prensa donde las autoridades hablaban y se retiraban, sin darle la oportunidad a las y los periodistas de hacer su trabajo y hacer las preguntas que correspondían.

Sí, y agregaría otra cosa, volviendo al tema de por qué no se ocupan las herramientas que se conocen, sugerencias, manuales, etc., para hacer una cobertura periodística más adecuada en un contexto de emergencia sanitaria. Algo que ha sido bien complejo es el tema de la estadística, porque viene de la ciencia. Necesitamos tener de dónde agarrarnos, tener ciertas certezas y ellas están en el conteo diario. Algunas  vocecitas del área más especializada han llamado la atención sobre las cifras y sus vacíos, sus áreas grises, el tipo de información, el volumen de la información, el acceso a la información, pero me parece que hay una cobertura más de discurso, de quién dijo qué, cuándo y por qué, que una cobertura más informativa. 

—Desde el 27 de abril se puso a disposición TV Educa Chile, una plataforma cultural infantil para las y los estudiantes que están sin clases presenciales. Resulta curioso que haya tenido que llegar una pandemia para que se alcanzara el viejo anhelo de un canal cultural. ¿Cómo evalúas esta medida? 

Hay vastos sectores de la población en Chile que no tienen aún dispositivos electrónicos o una conexión a Internet estable que les permita acceder a este universo inacabable y maravilloso de contenidos por medio de la red, por lo tanto, los contenidos culturales a través de las señales abiertas de la televisión son sin duda una buena noticia. No es una nueva estrategia en el caso chileno, recordemos que la televisión nace como un proyecto educativo y cultural al alero de las universidades a fines de los años 50, pero evidentemente que esta estrategia, hoy, en un contexto donde el ecosistema es completamente distinto en términos mediáticos, será un laboratorio en tiempo real y vital. Será interesante ver cómo las audiencias se relacionan con ese contenido. Hablo de distintos tipos de audiencias, no solamente las audiencias a las que está destinada, los niños y adolescentes, sino que otros actores del campo de la educación, cómo pueden ellos relacionarse con estos contenidos en un contextos de insistencia en la educación remota.

—Esta es una demanda que había sido planteada hace mucho tiempo por diferentes actores y solía decirse que era imposible, que era muy difícil de implementar, que no existía el financiamiento. Ahora, con la presión de la emergencia sanitaria, ¿qué te pasa al ver que no era tan difícil desarrollar una iniciativa de estas características?

Creo que tiene que ver con un sistema mediático y televisivo altamente comercializado, donde no nos hemos planteado el tipo de estructura de televisión que queremos, la que deberíamos estar abordando desde la perspectiva de la convergencia, entendiendo las lógicas más multimediales. Creo que esa discusión está bastante en pañales, por lo menos en términos de la industria y, como tú mencionas, hay mucha reticencia a las apuestas culturales, más bien a apuestas que proveen menos réditos comerciales y que, por lo tanto, son más riesgosas en una industria que lleva diez años registrando pérdidas. Pero si uno ve algunos proyectos que han tenido financiamiento a través del fondo del Consejo Nacional de Televisión (CNTV), evidentemente hay una audiencia a la que le interesan los productos culturales de calidad. Por supuesto, no estamos hablando de la sinfónica, estamos hablando de “Los 80”, de la programación infantil que ha financiado el CNTV, con muy poco espacio, estamos hablando de “31 minutos”. Tenemos claro que la cultura popular es cultura y, por lo tanto, es necesario abrir esos matices. 

Según Claudia Lagos, la televisión aún es el soporte más popular de Chile para informarse, sobre todo en aquellos hogares que tienen poco acceso a una cobertura estable de Internet.

—Viviste en Estados Unidos y te has dedicado a analizar e investigar este tema. ¿Cuál es la discusión que se tiene en otros países respecto a la existencia de canales culturales?

Haría varias distinciones. A nivel internacional hay muchas experiencias de modelos de sistemas de medios de comunicación públicos y con eso me refiero a una lógica convergente, es decir, empresas de carácter público que producen contenidos tanto audiovisuales, radiales, etc. El ejemplo que siempre sale a colación es el de la BBC, pero no es el único. Todas las sociedades de países derivados del imperio británico tienen algún tipo de sistema de medios público, robusto, vigoroso, importante. Del mismo modo, la enorme mayoría de los países de Europa también tienen sistemas de medios de comunicación públicos, que incluyen no sólo televisión, sino también radio y producción digital. En otras ocasiones se han mencionado las experiencias de los países nórdicos, en todos ellos hay distintos modelos, por ejemplo, gobiernos corporativos. ¿Quiénes son los que integran los gobiernos corporativos de estas empresas públicas mediáticas? ¿Cuál es la relación que estas empresas tienen con el Estado? ¿Cuál es la regulación que tienen? ¿Cuál es el financiamiento? Todos tienen, de alguna manera, financiamiento público importante, y en algunos países, en particular, producto de la creciente privatización y recortes de gastos públicos, ha habido una tensión por aminorar esos presupuestos. Hay contenidos que compiten en el mercado y otros contenidos que no, que están amarrados a las funciones públicas que tienen esas compañías de medios públicos. Hay estudios interesantes, comparativos, que señalan que en aquellos países en que hay sistemas robustos de comunicación pública, el resto de los medios “tira para arriba”, la vara de comparación tira para arriba más que para abajo; se eleva la calidad, en general, de esos sistemas de medios donde están insertas estas compañías de medios públicos. Otra cosa interesante es que hay estudios que demuestran que en aquellos países donde hay medios públicos, la ciudadanía manifiesta mayor interés en la política y en la participación en lo público.

—Hablemos de propuestas. ¿Qué recomendaciones emergen desde la sociedad civil, las instituciones, que apunten a una mejor comunicación y a un mejor ejercicio del periodismo?

En el caso del periodismo, en particular, hay organizaciones internacionales y profesionales tanto en Latinoamérica como en otras partes del mundo que están entregando distintas herramientas y recomendaciones. Tienen que ver con cómo hacer una mejor cobertura periodística de la crisis sanitaria que estamos viviendo ahora y con la manera en que se entregan herramientas a los profesionales del campo de la comunicación para la cobertura en terreno de la pandemia. Esto está relacionado tanto con la calidad de la información que ponemos a disposición, en la cual está incluida la pregunta acerca de la información falsa o la manipulación informativa, y, en otros casos, tiene que ver más con la práctica, con las personas, los seres humanos e individuos, que, en el marco de sus oficios o profesiones están más expuestos a distintos riesgos. Ahí hay varias recomendaciones que han salido a la luz. En el caso de una mejor cobertura, esta tiene que ver con que no se cubran sólo los discursos, quién dijo qué, sino que se aborde lo que está pasando, quién lo ha hecho, cuáles son los datos, cuál es la evidencia, etc. Hay que promover y preferir fuentes informativas especializadas en vez de fuentes informativas que apuntan más bien a la discursividad. Utilizar menos adjetivos, utilizar más datos, menos anécdotas, pues estas exacerban la discriminación, el sensacionalismo, la ansiedad o la incertidumbre en las audiencias. Ahora, nada de esto es una receta mágica, pero son recomendaciones que dan distintas organizaciones profesionales tanto en Latinoamérica como en otros países para intentar que el enfoque sea desde la calma y no desde la alarma, y eso incluye el tono. 

—¿Quieres terminar con alguna recomendación para que nuestros auditores y auditoras accedan a contenidos e información diferentes?

Sí, a mi me gusta mucho Radio Ambulante, un proyecto bilingüe en español y en inglés que produce la radio pública en Estados Unidos y que tiene muchos medios y reporteros a lo largo de Latinoamérica. Ellos están cubriendo historias, pero también patrones más largos en la sociedad, en versión podcast. Ya que estamos valorando la radio y que la semana pasada la encuesta de IPSOS demostró la aprobación que tiene este soporte, me parece bueno relevarlo en este contexto. Allí se van a encontrar con historias que no sólo son de crisis sanitaria, así podemos introducir un poco de diversidad en nuestra vida informativa en estos días.

Entrevista realizada el 17 de abril de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Vivienda y segregación social, la otras desigualdades que el Covid-19 hizo visibles

“Hasta que la dignidad se haga costumbre” fue una de las frases que se transformó en consigna tras el estallido social del 18 de octubre y que de alguna manera engloba las exigencias de la ciudadanía relacionadas con diversas materias que van desde mejora de sueldos, pensiones y término de las AFP hasta reformas en la educación. Sin embargo, en esa larga lista, las demandas de mejor salud y vivienda digna aparecían más bien desplazadas. Hoy, la pandemia ha hecho nítida la vulnerabilidad de quienes viven en condiciones precarias como campamentos y viviendas sociales de baja calidad, o en situación de hacinamiento y con escaso acceso a una atención de salud oportuna. Es allí donde el virus podría causar estragos cuando llegue el invierno.

Por Denisse Espinoza A.

La cuarentena o el llamado aislamiento social ha sido una de las estrategias de los gobiernos para enfrentar la pandemia por Covid-19 que ya lleva cuatro meses desde el primer caso detectado en Wuhan, China, y que ha afectado a Chile desde mediados de marzo. El llamado general ha sido a “guardarse en los domicilios” y así evitar que la infección se siga expandiendo. Pero ¿qué pasa cuando “quedarse en casa” es sinónimo de seguridad y tranquilidad sólo para una parte de la población? ¿Qué pasa cuando hay más de tres grupos familiares, por ejemplo, viviendo bajo mismo techo? ¿Qué pasa con quienes viven en campamentos y ni siquiera tienen agua potable? Hay familias que no tienen condiciones térmicas o sanitarias adecuadas para pasar un invierno normal sin enfermarse. ¿Qué pasa con ellas? Las realidades de vivienda en Chile distan mucho unas de otras y aunque no necesariamente debiera ser un factor correlacionado, lo cierto es que en nuestro país la vivienda precaria sí está asociada también a sectores geográficos: Santiago es sin duda una de las ciudades paradigmáticas en esa división entre barrios ricos y barrios pobres.

Según cifras del Ministerio de Vivienda y Urbanismo,  el déficit habitacional en Chile disminuyó en casi 200 mil viviendas en los últimos 15 años. Sin embargo aún se necesitarían construir 393.613 viviendas en todo el territorio.

En octubre de 2019, la Fundación Vivienda presentó uno de sus últimos estudios, Allegados, una olla de presión social en la ciudad, donde junto con entregar cifras preocupantes sobre déficit habitacional, cuestionó la efectividad del mercado inmobiliario –en cuanto a la provisión de vivienda para sectores emergentes y medios– y los programas públicos de vivienda actuales, y relevó la urgencia de elaborar un plan de desarrollo urbano que dé solución efectiva y a largo plazo a los problemas de segregación y precariedad en que vive gran parte de la población. En la actualidad, 1.528.284 personas, equivalentes al 8,6% de la población, viven bajo la línea de la pobreza medida por ingresos y un 20,7% se encuentra en situación de pobreza multidimensional. Además, de las 497.560 viviendas, 91,4% tienen familias viviendo el fenómeno del allegamiento y hacinamiento. A los días de lanzado el estudio se produjo el estallido social del 18 de octubre, otra olla a presión donde la situación habitacional era sólo una de las causas de la molestia general, y quizás la menos visible.

Así lo confirma el geógrafo Juan Correa, uno de los autores del estudio de Fundación Vivienda: “Los temas urbanos y de salud no aparecieron en la primera línea de las demandas durante la crisis social, pero ahora la pandemia dejó al desnudo estas desigualdades estructurales. La vivienda tiene mucho que decir sobre tu vulnerabilidad espacial de cara al Covid-19. Lo más seguro es que el nuevo discurso del gobierno, de volver a la normalidad, a los trabajos, a las clases, hará que el virus se expanda porque ni siquiera ha llegado a su peak. Es urgente identificar aquellos sectores de la población en los que el virus puede ser más desastroso, y la vivienda es clave. A mayor hacinamiento, más concentración de personas, y, por ende, más contacto, por lo que el contagio será más probable”.

Desde enero, Correa trabaja en el Centro de Producción del Espacio (CPE) de la Universidad de las Américas y con ellos ha estado elaborando una serie de artículos que justamente cruzan variables entre territorio y la expansión del virus. Uno de ellos, Cuarentena o no cuarentena, esa es la pregunta –publicado el 7 de abril–, plantea el riesgo que se produce al levantar la medida en el sector oriente y retomar actividades productivas en esa zona –la apertura de los mall sería un ejemplo–, ya que al estudiar los desplazamientos de la población se hace evidente que muchas personas de comunas que aún no poseen altos índices de contagio, suelen desplazarse hacia el eje del corazón en cuarentena: Santiago, Providencia y Las Condes, lo que haría más probable el contagio y que el virus se traslade a otras comunas periféricas.

Además, Correa y otros integrantes del centro apelan a la necesidad de establecer cuarentenas preventivas en barrios vulnerables incluso antes de que se detecten casos de contagio. “Nosotros creemos que lo mejor es hacer la cuarentena, porque justamente es en situación de hacinamiento o de allegamiento que suben las probabilidades de que mucha gente se contagie y en un plazo más corto. También cuando hay condiciones precarias de materialidad. Por ejemplo, si una persona está enferma en casa, pero esa vivienda tiene mala calidad térmica, no va a estar cómodo, va a pasar frío, habrá humedad y el virus puede ser más difícil de controlar”, dice Correa. “Estamos seguros de que el Estado puede aumentar su deuda pública en un 20%, como muchos países lo están haciendo, porque Chile es uno de los que tiene menor deuda pública de Latinoamérica. Si el Estado hiciera la inversión, por ejemplo, de apoyar a estas familias vulnerables con entrega de alimentos, medicamentos, pago de los arriendos y un ingreso ético para tres meses, con el fin de que no necesiten salir de sus casas, bien se podría frenar la expansión del virus, que si llega a expandirse en estos lugares, de seguro tendrá el costo de muchas vidas humanas. Eso es muy grave, porque se podría evitar”.

Al igual que Correa, Fernando Campos, sociólogo y académico de la Universidad de Chile, experto en temas de desarrollo urbano y miembro de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la misma casa de estudios, enfatiza en la urgencia que supone que el Estado otorgue ayudas efectivas durante la pandemia a los grupos más vulnerables, entre ellos, los migrantes. “Ya que con este virus todos podemos infectarnos por igual, el gobierno ha planteado la idea de que también todos podemos acceder por igual a los sistemas de salud, y eso no es así. La población migrante es vulnerable en ese aspecto. En otros países, como Portugal, por ejemplo, se les dio permiso y residencia a todos los migrantes para asegurarles la atención médica en los servicios de salud”, cuenta Campos. 

“También es necesario desarmar la idea de que los migrantes tengan un problema especial con el virus; son las condiciones habitacionales las que tienen un problema y eso afecta a todos quienes vivan en esas condiciones. El tema con los migrantes es que se les debe asegurar el acceso a los servicios públicos de salud, independiente de su estatus migratorio, si tiene los papeles al día o no, ya que lamentablemente la mayoría vive en malas condiciones de vivienda y es allí donde hay un alto foco de contagio, y es allí donde urge que las personas sean diagnosticadas y monitoreadas a tiempo”, agrega el sociólogo.

El MINVU tiene catastrados 802 campamentos a lo largo de Chile, pero es probable que las cifras no alcancen a dar cuenta de toda la precaria realidad habitacional.

Según un informe desarrollado en febrero pasado por el Departamento de Sociología de la U. de Chile en conjunto con Un Techo para Chile y el Centro de Ética y Reflexión Social de la U. Alberto Hurtado, las personas migrantes representan el 14% del déficit habitacional que existe en Chile, donde el 22% son allegados y 19%, además, vive en condiciones de hacinamiento. A esto se agrega que la mayoría no tiene acceso a vivienda propia, sino arrendada, y que una de cada cuatro personas arrienda sin contrato. Un 30% de ellos vive en campamentos. Esa fue una de las razones del lanzamiento de la campaña “La humanidad somos todes”, impulsada por la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la U. de Chile, la Universidad Abierta de Recoleta y la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Promigrantes. 

En este sentido, durante las últimas semanas el Ministerio de Vivienda comprometió la entrega de “kits de salud” que incluyen cloro gel, toallas desinfectantes, detergente, pasta de dientes, cepillos de dientes, guantes, jabón, paños de limpieza y lavalozas, entre otros,  que están destinados a las personas que viven en los 802 campamentos que se tienen catastrados. La ayuda ya estaría llegando a los primeros 290 campamentos y seguirá sucediendo así todos los días, dice el ministro Cristián Monckeberg. “Mediante una alianza público privada, se acordó el aporte de la CPC para contar con 47 mil kits más, con los que llegaremos al total de campamentos. Estamos trabajando en conjunto con las Fuerzas Armadas, el mundo privado, para llegar con estos kits, y con toda la información a las familias para prevenir contagios en los campamentos. Efectivamente, este virus a todos nos puede tocar, pero hay familias más vulnerables y en ellas debemos focalizar una ayuda lo más integral posible”.

Claro que estas serían ayudas de emergencia y, en ese sentido, el ministro asegura que lo que se busca es dar soluciones más permanentes. “Estamos trabajando en una política de erradicación a largo plazo, que busca otorgar soluciones definitivas a estas familias que, gracias al catastro, están identificadas y con las cuales se está trabajando en diferentes proyectos para una solución, ya sea en el mismo lugar donde viven, mediante un proceso de urbanización, como lo hemos hecho, por ejemplo, en el campamento Manuel Bustos en Viña del Mar; o con la construcción o relocalización de las familias en otros lugares”, dice Monckeberg, quien asegura que además han acelerado la entrega de dos mil viviendas sociales desde que comenzó la pandemia, “lo que viene a ser muy importante para que puedan pasar este tiempo en la seguridad de sus nuevos hogares”.

Sin embargo, no es la cantidad de las viviendas sociales ni la capacidad de entrega lo que preocupa a los expertos, quienes comparten una crítica profunda y de larga data a la falta de actualización de los estándares de calidad de lo que se construye y la falta de planificación urbana de largo plazo, sin la cual se ha seguido reproduciendo un modelo segregatorio a la hora de habitar las ciudades chilenas. A esto se suma el hecho de que la vivienda no está contemplada como un derecho garantizado dentro de la Constitución. Hoy, el modelo considera la vivienda como un bien más dentro del mercado que promueve la libre competencia entre empresas constructoras, y ese es uno de los puntos clave que se debería reformar para construir una ciudad más igualitaria.

No son 30 pesos ni 30 años

Si bien es cierto que en los últimos años han habido mejoras en la construcción de viviendas sociales, se han aumentado los metrajes –entre los años 80 y 90 se construían viviendas de 25 a 36 metros cuadrados mientras que hoy el estándar va de los 44 a los 55 metros cuadrados– y hay ejemplos aplaudidos de viviendas sociales ampliables como las que ha levantado la oficina Elemental, lo cierto es que la construcción ha bajado debido al alto precio del suelo, lo que supone seguir desplazando este tipo de viviendas a la periferia, donde el suelo es más barato.

El plano de erradicación de campamentos entre 1979 y 1985, da cuenta del desplazamiento de las personas hacia la periferia.

El arquitecto Ricardo Tapia, académico de la U. de Chile y especialista en vivienda social, realizó una investigación Fondecyt que justamente analiza el tema. “Entre 1980 y 2002 se construyeron 230 mil viviendas sociales, la mayor cantidad de producción de viviendas en toda la historia de Chile, pero el tamaño eran en promedio de 45 m2, mientras que entre 2003 y 2010 se construyeron apenas 23 mil viviendas, y esto es simplemente porque el suelo fue cada vez más caro, sobre todo en las metrópolis. Ya que el suelo eminentemente urbano es un bien que se transa en el mercado, en las ciudades el precio va de las tres a cuatro UF hacia arriba el m2, y para que una vivienda social se pueda construir y genere utilidades a las empresas, no debería superar el precio de una UF por m2. Pero eso ya es imposible de encontrar en ciudades de más de 100 mil habitantes, por lo que terminan construyendo en la periferia, en lugares como Lampa, Buin, Talagante, Melipilla, donde hay menos población y donde tampoco están obligados a dotarlos de equipamientos complementarios, que las viviendas estén cerca de colegios, servicios de salud, etc.”, explica. “Por otro lado, aunque ha habido un avance con respecto a lo que se hizo durante la dictadura militar, todavía quedamos al debe en cuanto a otras condiciones de habitabilidad, como la parte acústica, térmica y de localización”.

Fernando Campos comparte ese primer diagnóstico y califica de obsoletos los criterios para medir la calidad de las viviendas. “El índice que se ocupa es el de déficit habitacional, que dice poco del criterio de calidad que se utiliza y que está construido en base a datos de hace 50 años o más, entonces, que te digan si la vivienda tiene piso de tierra o no, son criterios muy básicos. Hoy el estándar de vida ha subido y eso no se ve reflejado en estos indicadores. La capacidad de ventilación o los niveles de humedad de una vivienda no se toman en cuenta y son justamente los que hoy, en medio de una pandemia, ponen en juego la rapidez del contagio”, dice el sociólogo.

La política de vivienda social que existe hoy en Chile se instauró en 1979, luego de que la junta militar dictaminara que el suelo no era un bien escaso y por lo tanto dejó en manos de los privados y del mercado la apropiación y construcción de estos bienes. La arquitecta Alejandra Celedón, Jefa de Magíster de Arquitectura UC, ha estudiado el tema a fondo y lo llevó a la palestra internacional cuando en 2018 representó a Chile en la Bienal de Arquitectura de Venecia con la muestra Stadium, donde exhibió cómo se desarrolló el Programa de Radicación y Erradicación de Barrios Marginales a la Periferia de la Ciudad (1976-1985) y la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD) de 1979, que liberó el perímetro urbano de la ciudad. Todo esto se anunció, en esa época, en un evento en el Estado Nacional, el 29 de septiembre de 1979, cuando 37 mil pobladores fueron convocados para una entrega masiva de títulos de propiedad bajo esta nueva política. “De ahí en adelante, no el Estado sino el mercado regularía, desde los costos de la tierra hasta la construcción. Ese es el cambio fundamental con el gobierno anterior: la vivienda ya no es un derecho sino una mercancía, y los proletarios son transformados en propietarios, los pobladores en deudores. El resultado era esperable y hoy aún visible: un proyecto de ciudad (o falta de este) en base a una suma de lotes privados, atomizados, desprovistos de un programa colectivo”, dice Celedón.

Hoy, esa segregación se hace aún más patente con la expansión de la pandemia: “El virus ya está distinguiendo entre barrios (y países) según sus recursos y su capacidad de admitir los distanciamientos y aislamientos que demanda. Está el caso de Puente Alto, que se transformó en el foco más alto de contagiados del país. Hacinamiento, imposibilidad de hacer cuarentena, espacios domésticos inadecuados, harán visible la inequidad a través de la enfermedad”, reflexiona la académica de la UC.

Antes de 1973, la visión de la ciudad era un problema territorial y colectivo donde entidades como la CORMU (Corporación de Mejoramiento Urbano) y la CORVI (Corporación de la Vivienda) entendían la arquitectura como piezas colectivas e integradoras de la ciudad. De esa época hay ejemplos emblemáticos como la Villa Portales, ubicada en Estación Central e inaugurada en 1966, o la remodelación San Borja, ubicada en el centro de Santiago, en las que el Estado expropió terrenos pagándolos a precio de mercado para levantar edificios en altura interconectados y con grandes áreas comunes. En 1972, incluso, el gobierno de Salvador Allende entregó las primeras viviendas sociales ubicadas en Las Condes, la Villa San Luis, que contaba con 250 departamentos que llegarían a ser mil, para quienes vivían en campamentos en esa comuna y que hoy figuran destruidos y abandonados.

Imagen del pabellón chileno en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018, donde Alejandra Celedón estuvo a cargo de la muestra Stadium, sobre el cambio en la política de viviendas sociales llevada a cabo en 1979.

Durante la dictadura, en tanto, la Oficina de Planificación Nacional (ODEPLAN) a cargo de Miguel Kast elaboró los primeros mecanismos para diseñar, aplicar y evaluar su política social, entre los que se cuentan el Mapa de Extrema Pobreza (1974), la Ficha CAS (1977) y la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional o CASEN (1985). Con ellas se proponía una política social que tuviera como objetivo erradicar la pobreza extrema mediante el crecimiento económico y la entrega directa, desde el Estado, de subsidios a los más pobres, pero para ello se debía identificar a los beneficiarios. 

“El planteamiento político fue: ‘bueno, tenemos muchos pobres, mucha demanda de vivienda y los recursos del Estado son escasos, entonces vayamos focalizando’. El concepto de focalización es el que se mantiene hasta ahora en el sentido de que se le da preferencia a los más carenciados. Bajos de Mena es un ejemplo de eso, se juntó a un grupo de gente que tenía más o menos el mismo puntaje de ficha CAS, lo que significó grandes áreas homogéneas de igual nivel de pobreza y precariedad, sin ninguna clase de integración de distintos niveles socioeconómicos. Craso error”, dice el arquitecto Ricardo Tapia.

Sin embargo, en las últimas décadas la falta de planificación y la especulación del valor del suelo por parte del mercado no sólo ha perjudicado a los grupos más pobres, sino también a la clase media a través de la construcción de grandes torres con cientos de departamentos, poco metraje y sobreprecios que han formado una burbuja inmobiliaria. “Los famosos guetos verticales obedecen a esa lógica. El mercado descubrió un nicho de gente que trabajaba en áreas centrales y que sólo necesitaba un lugar para dormir y comenzó a construir departamentos de 17 m2 y a venderlos en más de mil UF, simplemente porque había mercado para hacerlo. La verdad es que no existe una norma que regularice la cantidad mínima de m2 que debe tener una vivienda privada”, agrega Tapia.

En agosto de 2019 se aprobó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley de Integración Social Urbana que impulsa el MINVU y que incentiva la densificación de buenas locaciones de vivienda con proyectos privados que incorporen cuotas para viviendas sociales, lo que le permitirá a las personas acceder, con subsidios, a barrios mejor localizados. La iniciativa ya se discute en el Senado y es defendida por el ministro Monckeberg, ya que “busca acabar con la segregación”, pero ha sido más bien cuestionada por los expertos entrevistados.

“Es un cheque en blanco para las empresas inmobiliarias”, dispara Juan Correa. “Les da la facultad a los privados a seguir construyendo en lugares con buenos indicadores, cuando lo que se debería hacer es dotar de mejores servicios a los barrios de la periferia, que haya hospital, un Cesfam, colegios y profesionales de calidad, no comprimir más el centro”, agrega.

Mientras, el arquitecto Ricardo Tapia repara en la falta de conexión que existe entre la clase dirigente y la ciudadanía. “La gente de menos recursos y sectores más vulnerables no quiere irse a vivir a aquellos sectores donde vive la gente de mayores recursos: lo que la gente quiere es que sus barrios y comunas gocen de la misma calidad residencial que tienen los barrios altos, mejor transporte, más áreas verdes, mejores servicios complementarios. Lo mismo sucede con la Política Nacional de Desarrollo Urbano, que viene desde el primer gobierno de Piñera y que se fundamenta en cinco pilares espectaculares, en los que todos estamos de acuerdo, pero que son sólo indicativos y no vinculantes, y en los que, la verdad, tampoco se le ha pedido la opinión a la ciudadanía”.

“Creo que es fundamental volver a considerar la vivienda como un derecho”, dice el sociólogo Fernando Campos. “No creo que el problema sea la regulación, la regulación existe, pero está orientada a fines que no compartimos todos, o no se transparentan los fines a los que apuntan esas normas y ciertos grupos las utilizan a su conveniencia. A Chile no le faltan mecanismos regulatorios, le falta que nos pongamos de acuerdo sobre cómo queremos regular las cosas. A mí me cuesta pensar, por ejemplo, que en el último año en Santiago se haya construido una mejor ciudad. Es el momento de pensar en una ciudad más equitativa con los estándares de vida, es brutal que eso no esté en discusión hoy día y es brutal también que mandemos a la gente a hacer cuarentena en su casa, pero no tengamos idea de en qué condiciones vive”.

Aquellos que aún no se hayan dado cuenta de la verdadera calidad del espacio en el que viven, lo harán ahora gracias a la cuarentena, y aún más si el virus se convierte en una normalidad de duración incierta. Probablemente, quienes nunca antes se sintieron como parte de un grupo vulnerable, lo sentirán ahora con condiciones más precarizadas de habitabilidad, con la invasión de sus espacios domésticos por el teletrabajo y la educación en línea y, quién sabe, la futura reducción de sus antiguos espacios de interacción como oficinas, teatros, escuelas y cines. “Estos fenómenos no son nuevos”, dice Alejandra Celedón. “Son propios de la era digital, radicalizados por la pandemia. Sin duda, el virus ha hecho visible que es imperativo mejorar y asegurar los estándares que se venían estableciendo para viviendas mínimas posibles. La crisis puede gatillar cambios profundos que nos debemos hace ya largo tiempo. Si la ciudad es parte del problema, también puede ser parte de la solución”.

Cuidado y protección de la niñez en tiempos de pandemia

La situación de emergencia inevitablemente impactará en las tareas asociadas a la crianza y el cuidado infantil debido a la sobrecarga que hoy están experimentado madres, padres y otros cuidadores que deben sostener la vida conviviendo con la fragilidad y la incertidumbre.

Por Camilo Morales

El lugar de la niñez en Chile históricamente ha estado tensionado por las dificultades de la sociedad y las instituciones para garantizar los derechos y reconocer, particularmente, el carácter ciudadano y político de niños, niñas y adolescentes. El contexto de crisis sanitaria no es la excepción y se constituye como una situación que puede profundizar aún más las condiciones de invisibilización de niños, niñas y adolescentes en un momento histórico de gran vulnerabilidad e incertidumbre.

¿Cómo están siendo considerados los derechos de niños, niñas y adolescentes en esta crisis? ¿En qué medida la situación de confinamiento pone en riesgo el cuidado y la protección de los derechos de la infancia? Ambas preguntas son necesarias de responder en el marco de un estado de emergencia que no sólo establece restricciones significativas a la vida cotidiana de la población infanto-juvenil, sino que también configura un escenario que tendrá severos impactos económicos, sociales, emocionales, sanitarios y educativos en el mediano y largo plazo.

Niños y jóvenes están seriamente amenazados por la envergadura de una pandemia que devela la fragilidad de un sistema que, como ya ha señalado el Comité de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, no cumple con los objetivos de cuidar, proteger y garantizar derechos fundamentales. Pero tampoco los considera como actores relevantes en los procesos sociales e institucionales que afectan directamente sus vidas. Estos antecedentes son críticos en un momento donde las brechas preexistentes pueden aumentar e impactar gravemente en esta población que siempre ha tenido barreras para expresar y visibilizar sus demandas. 

Pensar el lugar de la niñez y los efectos derivados de esta crisis, como las experiencias de encierro y confinamiento, constituyen elementos prioritarios que deben ser considerados en la elaboración de medidas y políticas que no estén limitadas, exclusivamente, a prevenir y controlar la propagación del virus, sino que incorporen una perspectiva que reconozca las necesidades y los derechos de la infancia y la juventud que hoy se encuentran en riesgo como consecuencia de una recesión económica en ciernes. 

La pandemia no es sólo una amenaza para la salud pública o para la vida biológica, también lo es para la subjetividad, la vida en comunidad y los vínculos. En sólo semanas hemos experimentado la perturbación completa de nuestra vida cotidiana y la brutal constatación de las desigualdades sociales, económicas, educacionales y de género para el ejercicio del cuidado y la protección de la infancia. 

Muchas familias con niños carecen de los recursos para protegerse a sí mismas y cuidar de otros: enfrentan incompatibilidad para implementar teletrabajo desde el hogar; carencia de ingresos; condiciones habitacionales de hacinamiento; pérdida de empleo, etc. La situación de emergencia inevitablemente impactará en las tareas asociadas a la crianza y el cuidado infantil debido a la sobrecarga que hoy están experimentado madres, padres y otros cuidadores que deben sostener la vida conviviendo con la fragilidad y la incertidumbre. 

Por otro lado, el cierre de jardines infantiles, escuelas y colegios, así como las prohibiciones para hacer uso de plazas y parques no sólo afectan el derecho al acceso a la educación, al movimiento, al juego o a la recreación. También dan cuenta de un fenómeno inédito para nuestra sociedad, como es la situación del abandono masivo de niños, niñas y adolescentes de los espacios públicos y su repliegue forzado para confinarse al interior de la familia. 

Situación paradójica si miramos los últimos meses, a partir del estallido social, donde la apropiación de los espacios públicos, particularmente por parte del mundo estudiantil adolescente, permitieron un sinfín de nuevos significados y expresiones que dejaron huellas en distintos rincones de la ciudad a través de iniciativas colectivas que generaron un importante sentido de pertenencia. 

Hoy en día, el panorama es radicalmente distinto, las medidas de cuarentenas obligatorias y voluntarias han tenido como efecto que niños, niñas y adolescentes dejen de participar de los espacios públicos y tengan más dificultades para mantenerse vinculados a otras instancias sociales e institucionales. Las posibilidades para expresarse y dar cuenta de sus experiencias se reducen drásticamente cuando sólo son considerados como receptores pasivos de medidas que los afectan en su autonomía, desarrollo y bienestar, como es la situación del cierre de colegios y escuelas. 

Por lo mismo, resulta relevante en este escenario repensar el rol de las instituciones encargadas de la educación y la protección de la niñez a través de la implementación de dispositivos que permitan promover los vínculos, el intercambio de experiencias y el encuentro con otros. Se trata, en definitiva, de hacer presencia y facilitar la generación de espacios colectivos que sostengan y apoyen a los niños y jóvenes que ven afectada la continuidad de aquellas relaciones que son significativas.

Por otra parte, el confinamiento impone una nueva cotidianidad que se caracteriza por la superposición del trabajo, los estudios, la crianza y la vida familiar en una continuidad abrumadora que puede dificultar la diferenciación de roles, tareas y espacios al interior del hogar. Lejos de las idealizaciones sobre trabajar y estudiar desde la casa, estas experiencias han sido fuente de agobio y sufrimiento para niños y familias que no tienen condiciones que les permitan enfrentar las exigencias y el ritmo de esta nueva forma de “normalidad”.

“Es imprescindible recordar que pese a las resistencias históricas para reconocer y legitimar su capacidad de agencia, los niños, niñas y adolescentes son sujetos de derechos, actores sociales y miembros activos de la comunidad”.

Lamentablemente, nuestro sistema alimenta la idealización de estas nuevas condiciones de vida, invisibilizando las dificultades y el malestar circunscrito al ejercicio del cuidado infantil, que sin soportes y apoyos concretos se ha transformado en un esfuerzo individual y privado, cuyo único acompañamiento han sido principalmente las orientaciones y consejos de los especialistas que, al día de hoy, pueden entregar alivio a una parte de la población, pero que en el largo plazo no serán suficientes dada la fragilidad a la que estamos expuestos en nuestras actuales condiciones de vida.

Resguardar los derechos de la niñez, entonces, requiere de una comprensión del cuidado más allá de la esfera de la responsabilidad parental y la crianza individual. En tiempos donde los vínculos sufren por la discontinuidad y el distanciamiento social, es fundamental construir espacios de cuidado que operen de forma colaborativa y colectiva. 

A su vez, en un contexto de emergencia sanitaria, no es posible sostener la protección de los derechos de la infancia sin la participación de la sociedad y el Estado a través del desarrollo e implementación de políticas que consideren las necesidades y las perspectivas de niños, niñas y adolescentes. Es indispensable incorporar una visión del cuidado donde deben articularse elementos económicos, laborales, habitacionales y perspectiva de género para una comprensión lo suficientemente amplia del cuidado y la proteción de la niñez que no reproduzca las desigualdades que ya todos conocemos. 

Es imprescindible recordar que pese a las resistencias históricas para reconocer y legitimar su capacidad de agencia, los niños, niñas y adolescentes son sujetos de derechos, actores sociales y miembros activos de la comunidad. Este tiempo de crisis es también una oportunidad para implementar medidas que consideren sus voces, puntos de vista y sus experiencias personales y colectivas.

¿Cómo habitar en una tierra herida?

Tengo una especie de pensamiento vinculado a que muchas cosas terribles han pasado en la historia de la humanidad, a que esto no es lo peor, a que estas cosas pasan. Pasan para recordarnos como humanidad completa que hay dolor en esta tierra herida. Que hubo dolor. Que está habiendo dolor. Que habrá dolor. Que venir a la vida es venir a la muerte.

Por Ana Harcha Cortés.

Pienso en Chernóbil.

Pienso en la vida antes y después de Chernóbil.

Pienso en que nunca he estado en Chernóbil.

Pienso en mi memoria cuando explotó Chernóbil.

1986. Pitrufkén. Sur de Chile. Chernóbil es la imagen de una enorme nube de humo en la televisión marca Dayco. Chernóbil es una explosión nuclear en el país de los malos –según el relato hegemónico dominante por estos lares–, la Unión Soviética. Chernóbil son babushkas llorando. Chernóbil, después de la explosión, es una zona prohibida. Chernóbil, después de la explosión, es una zona radioactiva. Se descontaminará en 100.000 años. La nube radioactiva se expande por todo el planeta. Hay muertos. Habrá más muertos. Muchos enfermarán de cáncer sin límite de edad o condición social. Nacerán niños y niñas deformes. Bebés monstruos. Con bocas gigantes, sin ojos, con apenas retazos de orejas. Niños y niñas erizos de Chernóbil. Niños y niñas luciérnagas, cuyos cuerpos se iluminarán, fosforescentes, por las noches. Yo tengo 10 años y alucino con estos posibles seres humanos. Me fascinan y me aterran. Mi cuerpo no es demasiado deforme por afuera, pero tengo la certeza de que esa falsa normalidad durará unos pocos años, porque me percibo deforme, monstruosa, erizo, luciérnaga, rara. Chernóbil. El mundo cambió después de Chernóbil. No se puede afirmar que fue mejor, pero no fue el mismo. El guion del mundo cambió después de Chernóbil.

Pensar en el presente no está resultando un ejercicio nítido y fácil.

Pensar en el presente sobre lo que nos está pasando.

Mascarillas abandonadas tras el desastre de Chernóbil.

A veces la infodemia acompaña los sucesos del fenómeno de la pandemia más que la misma pandemia. Me sirve y no me sirve leer a otros sobre lo que está pasando, para escribir, proponer algo sobre qué reflexionar. Análisis, comentarios emergentes en un día, se transforman en ingenuidades montañosas a la semana siguiente. Mi cuerpo se resiste a hablar del presente, entonces. No sé lo que está pasando. No sabemos. Quizás, efectivamente, muchas veces no sabemos lo que está pasando, pero nos ayuda la ilusión de que sí sabemos. Quizás, una de las cuestiones que emerge más evidentemente como común es la sensación de incertidumbre. La activación en diversos planos de la vida –o, de plano, en la vida entera– del principio de incertidumbre, de que el cambio de un solo factor producirá resultados inesperados. 

Quizás, y aquí otro error permanente, esto siempre está, pero hemos constituido un sistema de percepciones que se ha encargado de negarlo, estimulando la sensación/idea de que sí podemos planificar proyectos, el futuro, nuestras vidas. No estaba en mis planes escribir sobre una pandemia, pero aquí estoy, intentando tejer algo de aquello que consigo aún concebir como perenne en la configuración de sentido del habitar en el mundo, con algo de la pandemia sin que el gran tema sea la pandemia. Yo no sé mucho (por no decir nada) de pandemias. Es la primera vez en la vida que pienso en ello y sólo porque estamos viviéndolo. Posiblemente, cuando esta situación de excepción pase –porque me aferro a ello–, mi reflexión no sean las pandemias –ya existe y continuará existiendo gente que se dedique seriamente a pensar específicamente en ello–, sino aquellas cosas perennes que en este momento de pandemia emergen también como los lugares situados, desde los que sí siento algo más de tranquilidad para hablar. La sensación permanente que tengo es que en estos últimos meses las cosas se están transformando y están cambiando hacia algo que ninguno de nosotros puede predecir. Esto no excluye que sí podamos imaginar, desear o trabajar porque esa transformación se parezca a algo de lo que somos capaces de formar parte activando nuestras respons-habilities (Haraway), que sería algo así como responder con nuestras habilidades.

I. Comprender mejor la vida de un hámster

Bajo al espacio común de mi edificio a moverme un poco. Pertenezco a ese pequeño grupo de personas que, en esta circunstancia, en este país del Tercer Mundo, puede darse el lujo de trabajar desde casa a través de un computador durante ocho, nueve o más horas diarias. Descubrimos que el teletrabajo es adictivo. Si no para uno mismo a este lado de la pantalla, para alguna otredad al otro lado de la pantalla; entonces comienza un ciclo que se retroalimenta entre los lados de la pantalla. Para algunas tareas, el teletrabajo es muy efectivo. Para otras, un fracaso radical. Pero consigue disciplinarnos como no sabíamos que podíamos hacerlo en un escritorio, frente a un computador. Es bio-psico-hormono político el ejercicio de este poder. Está transformando condiciones y conciencias sobre nuestra relación con el trabajo a nivel personal, pero, evidentemente, también a nivel sistémico. La paranoia de ser parte de un macabro experimento se apodera de mis pensamientos. Qué útil a ciertos poderes cada cuerpo individualizado frente a una pantalla, intentando conexiones virtuales. Dispuestos a entregar todos los datos almacenados en nuestros segundos cerebros –los computadores– con tal de poder establecer una comunicación, una reunión.

Bajo al espacio común de mi edificio a moverme un poco. Necesito salir de estos pensamientos. Necesito sentir que mis ojos no se están atrofiando mirando un cuadrado de 17×30 centímetros todo el día. Necesito elevar mis ojos al cielo. Ejercitar el músculo del ojo que mira más allá, al infinito. Me recuerdo que el infinito existe. Después camino, troto, corro de un lado a otro del pequeño patio de concreto. Alterno detenciones a mirar al cielo con este ejercicio de trotar-correr en el pequeño patio de concreto. De un lado a otro. Pienso en un hámster doméstico. Pienso en todas las veces en que pensé que no entendía para qué daban vueltas en una rueda que no los transportaba a ninguna parte. Siento que mi vida se parece a la vida de un hámster y entiendo por qué se meten a la rueda a dar vueltas en el mismo lugar, sin desplazarse. Ambos somos mamíferos. Ambos somos animales. Ambos necesitamos movernos, activar el movimiento en nuestros cuerpos para sentir que estos actúan en toda su potencia. Aunque estemos encerrados. Pienso entonces en el movimiento como forma de supervivencia y de resistencia. Pienso en el movimiento como un campo de batalla. Pienso en que quiero tocarlo todo, mirarlo todo, sentirlo todo, contactarme con todo, con todos los sentidos y naturalezas de lo vivo y lo no vivo. Me posee un éxtasis de materialidad y movimiento. 

Recuerdo. Recuerdo los meses precedentes, embriagados de colectividad, en las calles. Conversando, discutiendo, asambleístas, marchantes, danzantes, protestando, actuando, performativizando, resignificando, caceroleando, proponiendo un deseo de país desde un movimiento político social extraordinario que realizó gestos colectivos extraordinarios. Que en estos momentos está contenido y reprimido en casas, departamentos y cárceles. Subrayo: contenido, reprimido; no detenido. Tengo el privilegio también de participar de la transformación de sus modos de acción y relación. La revuelta tiene en el horizonte la recuperación de la plaza. La recuperación de lo público. La defensa de lo público. No sabemos cuándo eso volverá a pasar ni exactamente cómo. Pero sí sabemos que lo podemos desear. Organizar. Nada de lo que está sucediendo es ajeno a las demandas previamente instaladas. Al revés, la peste actúa como un ratificador de las exigencias de una masa, de un pueblo, de una pobla que lleva muchos años viviendo y sobreviviendo en zonas de exclusión. Anhelo ese horizonte con más fuerza que antes y al mismo tiempo intuyo el despliegue de una enorme política de represión sobre los cuerpos colectivizados. Carne y cañón, carne y perdigones, carne y rejas, carne y cámara, carne y chips, carne y control. Corro otra vez de un lado a otro del patio. Estoy experta en su dimensión. Puedo trotar a lo largo, hacia atrás, en reversa, sin mirar y sin chocar. Mide siete árboles medianos; dos ventanales; seis bancas; ocho Anas Harcha extendidas en el suelo; 30 bicicletas estacionadas; aire; luz. Quiero que nos gobierne el sentido del tacto, el sentido del contacto. Al patio común entra una vecina con su perro. Nuestros cuerpos se sorprenden del encuentro, se ponen en alerta, y una vez hemos comprobado que estamos lo suficientemente lejos, nos saludamos con los ojos que asoman sobre nuestras respectivas mascarillas.

Performance callejera en barrio Lastarria, durante los meses de estallido social. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

Una cosa es lo que se desea, otra cosa es lo que sucederá.

La incertidumbre otra vez, recordándonos que no podemos pretender tener el control. Las cosas suceden con, en relación a: un bichito, un virus, una vecina, un gobierno, un espacio, un territorio, una ciudad. Una zona. El espacio no mide de un modo fijo, se mide respecto del acuerdo que se establece para su habitación. Se expande y se contrae según una necesidad, según un ejercicio del poder, del biopoder; hoy, del bichopoder. La vida está en movimiento. Por eso el hámster corre en su jaula, dentro de su rueda. Si habitamos con los reinos de mineralia, vegetalia o animalia, estamos en peligro de vida. De movimiento, de diálogo, de incertidumbre respecto de alguna de las formas de manifestación de estos reinos. Dejo una vez más de tener certezas. Elijo una pregunta: ¿cómo será la vida en esta tierra herida?

II. Las zonas prohibidas

Otra vez no sé en qué es más importante pensar. Vuelvo a Chernóbil. Estoy enferma. Medio loca. Siento una especie de inexplicable extraño alivio al ver documentales sobre Chernóbil. Similar a lo que comentaba la escritora Mariana Enríquez en su columna para Página/12, en Argentina. Una especie de pensamiento vinculado a que muchas cosas terribles han pasado en la historia de la humanidad, a que esto no es lo peor, a que estas cosas pasan. Pasan para recordarnos como humanidad completa que hay dolor en esta tierra herida. Que hubo dolor. Que está habiendo dolor. Que habrá dolor. Que venir a la vida es venir a la muerte. Somos finitos, vulnerables, decadentes, mortales, cuestión de la que somos conscientes en ciertos momentos de nuestra experiencia singular de vida, pero de lo que ahora estamos siendo conscientes de forma colectiva, planetaria. 

Nos sucederán cuestiones extraordinarias como generación y habrá sobrevivientes. Maremotos de restablecimiento de equilibrios entre todas las fuerzas de estar aquí. Cuando era pequeña, 1986, 10 años, Pitrufkén, identificaba tres miedos colectivos fundamentales: el miedo al terrorismo de Estado; el miedo a una guerra nuclear (la imagen de una mano con el poder de apretar un botón y hacer desaparecer a la mitad del mundo); el miedo a la invasión extraterrestre. El primer miedo ha vuelto a emerger, el tercer miedo sólo parece pervivir en la esposa de nuestro actual presidente, y el segundo comenzó a desmoronarse con la explosión de Chernóbil. No se puede decir que el mundo fue mejor después de Chernóbil, pero sí se puede decir que no fue el mismo. La Guerra Fría cambió de rumbo. En una parte de nuestro relato de Tercer Mundo falsamente occidental comenzamos a sentirnos más tranquilos. Chernóbil fue declarado zona prohibida en un radio de aproximadamente 30 kilómetros a la redonda. En mi obsesión insomne con esta tragedia que cambió al mundo, leo que Alla Ivanivna, una mujer que en 2014 tiene 87 años, nunca salió de esa zona, negándose a irse de su pequeña casa porque ahí estaba su vida, sus memorias, sus afectos, porque no tenía adónde más ir. Alla Ivanivna ha vivido un tercio de su vida en la zona de exclusión. En la zona radioactiva. Entonces, en este viaje de insomnio, de búsqueda de sosiego en una tragedia distanciada, pienso en todas las Alla Ivanivna de nuestra tragedia social y sanitaria. Todos aquellos que pandemia o no mediante, viven en una zona de exclusión. Así, Chernóbil se cono-sur-iza, se chileniza, se santiaguiniza, se convierte en Chernóbil-San Pablo; Chernóbil-Plaza Yungay; Chernóbil-Cárcel de Puente Alto; Chernóbil-metro y micros de esta ciudad herida. Territorios-cuerpos para los cuales la inminencia de la muerte se manifiesta nítidamente, cada día, en hambre y otras formas de violencia como racismo, machismo, sexismo, clasismo, homofobia, pobrezafobia –aporofobia–, explotación, extractivismo, precariedad laboral extrema, tala indiscriminada, salmoneras contaminantes, sequía. 

Me permito otorgarnos el desafío de habitar este presente, radicalizando aquello que sí queremos vivir. En esa idea de retorno de la normalidad que se indica, ¿cómo nos encontraremos otra vez en la plaza? ¿Cómo se hará danza, teatro, performance? ¿Vamos a querer seguir produciendo en las condiciones preexistentes? ¿Vamos a contar las mismas historias tal y como las contamos hasta ahora?

La situación actual desnuda estas zonas de exclusión perennes, cuya ilusión general de no existencia sólo se sostenía en el relato de la imposibilidad de detener de toda la gran estructura. Como grababa un rayado durante la revuelta en las calles: “Antes estábamos bien, pero era mentira. Ahora estamos mal, pero es verdad”. Chile, como laboratorio de las más radicales políticas neoliberales, ha implicado e implica la permanente ejecución de necropolíticas (Mbembe) donde sin armas se ha ido eliminando a los excluidos a través de la negación de derechos sociales fundamentales (salud, educación, vivienda, pensiones, medio ambiente). Negación que saca de juego, silenciosa y cotidianamente, a cada cuerpo que se vuelve improductivo para un Estado controlado por holdings y conglomerados comerciales que privatizan estos derechos, convirtiéndolos en bienes de consumo a los que se accede –o no– y hacen girar –o no– la rueda del consumo, la deuda y el mercado. En este sistema, los cuerpos que habitan no son masacrados de forma evidente, sino que se los deja morir en vida o se intenta convencerlos de que la sobrevivencia es el supremo estado de experiencia vital al que se puede aspirar. Una sociedad criminal. Una sociedad medio caníbal.

Zonas de exclusión. Vidas para el sacrificio. Esto no sólo pertenece a Chernóbil. Esto es mi barrio. Alla Ivanivna, camina por la vereda que veo a través de mi pequeño balcón. Alla Ivanivna vende ajos a mil en una manta en San Pablo para pagar la comida y techo del día. Alla Ivanivna, que no tiene dónde más ir, duerme en la plaza que está a una cuadra, en un colchón húmedo, bajo una carpa de frazadas. Esto pertenece a nuestro territorio. Chernóbil es Petorca. Chernóbil es Tirúa. Chernóbil es Puerto Williams.

Mi mente vuelve al mitote de pensamientos. Elijo otra pregunta: ¿Para qué queremos seguir viviendo?

III. Hay (otra) vida en Chernóbil

Quisiera que el humus contara la historia de todo lo humano y lo no humano.

¿Cómo hablarían de nosotros las piedras, los océanos, un átomo de un reactor nuclear, una matita de toronjil, un ceibo, los zorzales urbanos, una orquesta de jabalíes, el propio bicho? ¿Cómo sería la historia de esta pandemia narrada por el virus? (directamente por el virus, no por un humano haciéndose pasar por el virus). ¿Cuál sería su lenguaje?

Escribo desde el lugar situado de asumirme como una trabajadora de las artes. Por ende, asumo que lo que hago propone una relación con el mundo desde la práctica de la generación de un lenguaje, conocimiento y saberes ligados a la experiencia estética. En mi caso, fundamentalmente, ligados a las artes escénicas y también al ejercicio de la escritura. Sigo sin saber cómo se resolverá todo este estado de las cosas o hacia dónde exactamente nos conducirá. No imagino que sea fácil e intuyo que una serie de propuestas inimaginables, hasta ahora, emergerán. Tanto de aquellas que trabajan a favor de la diversidad de la manifestación de la vida como de aquellas que circunscribo a los poderes mortíferos de esta existencia terrícola. Con todo, me parece fundamental insistir en las cuestiones que he planteado en este texto. Hoy mismo, a pesar de que me invaden profundas dudas sobre para qué sirve lo que hacemos los artistas en este contexto de crisis, reconozco al mismo tiempo que este es un ejercicio a través del cual he aprendido a establecer una relación con la tierra y con sus sangrantes heridas, como muchas otras personas, a lo largo de los siglos, dedicadas a estos haceres y oficios. Por tanto, me permito otorgarle el beneficio de su inútil necesidad como parte de la experiencia vital. Luego, al mismo tiempo, me permito otorgarnos el desafío de habitar este presente, radicalizando aquello que sí queremos vivir. En esa idea de retorno de la normalidad que se indica, ¿cómo nos encontraremos otra vez en la plaza? ¿Cómo se hará danza, teatro, performance? ¿Vamos a querer seguir produciendo en las condiciones preexistentes? ¿Vamos a contar las mismas historias tal y como las contamos hasta ahora? ¿Cuáles serán nuestras prioridades de relación? ¿Cómo se radicalizarán, profundizarán o expandirán nuestras preguntas de lenguaje? ¿Cómo nuestra acción performativa, si aún seguimos creyendo en ella, activará mundos multiespecies a partir de su potencia material y las relaciones que establecemos entre los cuerpos, los espacios y las cosas? 

Vista de la abandonada ciudad de Prypiat, al norte de Ukrania, donde en 1986 explotó el reactor de la planta nuclear Chernóbil.

Me gustan propuestas que vienen desde hace un tiempo ya, como la de la bióloga feminista Donna Haraway para seguir con el problema; me gusta la potencia imprevisible contenida en la capacidad de responder con nuestras habilidades, desde lugares situados, pero al mismo tiempo comprendiendo la imposibilidad de tener una respuesta definitiva sobre las cosas; me gusta la potencia política de actuar simpoiéticamente (con aliados situados en potencias compatibles); me gusta la idea de imaginar utopías posibles –y ya no distopías, para eso la estamos viviendo– en donde podamos generar hábitats vitales para una existencia en redes de parentesco que cuiden lo vivo, más allá de lo humano, y en donde comprendamos que somos, permanentemente, con.

Mi obsesión actual con Chernóbil comenzó cuando vi unas fotografías de lobos habitando y jugando dentro de la zona de exclusión. Luego vi fotografías de alces, nutrias, jabalíes. Luego de plantas y árboles. Seres vivos que se han transformado y regenerado en una nueva vida, en ese espacio radioactivo, al no estar compelidos por las presiones humanas. Presiones crueles que hemos ejercido como humanos con todo lo que no es lo humano –animales, territorios, minerales, organismos microscópicos, vegetales, elementos–, y también con nuestra propia especie, sobrevalorándonos exageradamente al tiempo que haciéndonos los mayores daños.

Me gustan las visiones de mundo de los pueblos indígenas que comparten el factor común de entenderse en relación a todo lo que les rodea, como especies en igualdad de derecho a existencia. De reconocimiento a presencia.

Me gusta pensar que podemos insistir en mundos más atentos al cuidado de las vidas que ya existen, que ya estamos acá. 

Me gusta pensar que lo anterior implica pensar, también colectivamente, en la pertinencia de la continuidad de la reproducción sin pausa de nuestra propia especie. 

Ya hay tanto que cuidar.

Chernóbil es la memoria de un desastre que cambió una de las grandes narrativas del mundo, del siglo XX. ¿Qué narrativa cambiará esta crisis y cómo participaremos de ello? ¿Para quiénes queremos la vida?
Hoy, hay (otra) vida en Chernóbil.
Yo me maravillo y aferro a esa terrícola inteligencia vital.

Amigos y amigas imaginarias acompañantes de esta escritura:
Mariana Enríquez, La ansiedad ¿Hay que opinar sobre la pandemia?
Donna Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno
Achille Mbembe, Necropolíticas
Silvia Rivera Cusicanqui, Un mundo ch’ixi es posible. Ensayos para un presente en crisis

Comunicación alternativa y popular: la importancia de multiplicar los relatos

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado la pandemia y el aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Sin embargo, los medios han demostrado no estar a la altura y por eso y muchas otras razones se fortalece una escena alternativa, mayor y más diversa, que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

Por Juan Enrique Ortega

Pensar hoy los procesos comunicativos que se producen desde el sector social conlleva analizar un complejo número de variables que superan ampliamente el llamado periodismo ciudadano o periodismo popular como concepto. Las diversas estrategias de libre apropiación que se hace de las técnicas y usos de la comunicación desde múltiples colectivos, organizaciones y movimientos desafían incluso los formatos mediáticos para reelaborar y adaptar la herramienta en defensa del derecho a la comunicación.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

La industria de la comunicación junto, a sus estructuras de poder y producción de sentido social, enfrenta profundas transformaciones, no sólo por la vertiginosa revolución tecnológica que habitamos y que afecta a los medios, modificando las bases y los objetivos modernos de estas plataformas de comunicación, sino también por la profunda hibridación de formatos, estilos y géneros que afecta al periodismo también, como una parte importante de la reproducción de los relatos cotidianos de una sociedad.

En la cancha de los medios comunitarios, populares y la construcción mediática alternativa, es aún más frenético este momento de mutaciones y redefiniciones, porque dicha escena tiene una necesidad mayor de permear audiencias incidiendo en la opinión pública, una urgencia por resignificar los discursos oficiales y poder instalar nuevas visiones de país, territorio y comunidad, conceptos que hoy no existen en los flujos comerciales de información. Chile es un caso único por la ausencia paradigmática de debates relacionados con la comunicación, lo que incide en lo diverso, espontáneo y rizomático de los ejercicios y formatos de apropiación comunicativa.

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado el momento de pandemia y aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno general que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Cómo no reconocer este momento histórico para reposicionar una cobertura que contextualice, analice, informe y eduque acorde a la crisis de relato civilizatorio que estamos viviendo. Cómo no soñar con medios que reflejen los diálogos necesarios para una sociedad, donde se proyecte el nivel de debates que debemos abordar.

Lamentablemente, la oferta ha sido una confirmación de lo que ya es vox populi en nuestro país: coberturas sesgadas centradas en el Estado como actor principal de la pauta. Medios esclavos de cifras que ni siquiera cuestionan, que sobreviven encadenados al morbo de la discriminación por género, raza, condición social y tantas dimensiones de vulnerabilidad. 

El Covid-19 no sólo está demostrando la ineptitud de la clase dirigente para enfrentar la situación, sino también el silencio cómplice de un gran grupo de medios que se pone al servicio del reporteo simplista y la mediocridad informativa. Los medios de comunicación no han demostrado estar a la altura de los lineamientos éticos mínimos en un contexto de pandemia y, más aún, afirman su servil rol al sector dominante de turno. El levantamiento popular iniciado en octubre y que se prolonga este año, reafirmó que la industria mediática nacional no cumple su rol de informar de forma pluralista ni representa los intereses de la diversidad de sectores de la sociedad chilena. 

Hoy más que nunca hay, desde la ciudadanía, una explosión de voces, de preguntas, de debates negados por años y de exigencias a actores importantes de la sociedad. Si dicho flujo discursivo no encuentra cabida en las editorialidades empresariales lo hará en diversos canales que hoy construyen las propias comunidades excluidas. Las esferas de comunicación alternativa hoy están bullantes por esa y muchas razones. 

Otra comunicación

En Chile, el movimiento de comunicación popular alternativa no es nuevo, existen desde al menos cuatro décadas iniciativas mediáticas y no mediáticas que desde la experimentación han abierto canales de expresión popular por donde se cuelan las voces de hombres y mujeres, niños y niñas, con mensajes reales de las vivencias populares. La radio comunitaria, la televisión popular, los medios y espacios de comunicación de pueblos originarios, redes feministas, migrantes, territoriales, socioambientales y de diversos sectores pueblan hoy la oferta mediática alternativa. 

Sin duda, hoy, gracias al avance del acceso a internet y múltiples herramientas de grabación, producción audiovisual, transmisión y circulación masiva de mensajes, la parrilla desde la escena alternativa es mayor y más diversa, lo que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

La ausencia y debilidad de medios públicos, que han sido fundamentales en las democracias modernas del mundo, nos tiene sobreviviendo a merced del mercado de las comunicaciones, de la dictadura de los formatos, discursos e intereses que estas grandes fábricas de sentido común instalan sobre nuestra cotidianidad. No es una tarea fácil y no todos y todas somos conscientes de su envergadura.

Contar, por lo tanto, con medios alternativos fuertes es una necesidad profunda de la sociedad global, necesidad que abarca la urgencia por legislar con enfoque de derecho sobre el acceso a las frecuencias y los monopolios mediáticos y construir opiniones públicas locales que fortalezcan el debate en los territorios, descentralizando la visión de país que hoy vemos repetida de norte a sur.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua. Tienen un tratamiento de la información más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

La sociedad civil hoy se apropia de las comunicaciones no pensando en fundar medios ni levantar estructuras verticales, sino que se articula en roles funcionales a la concreción de objetivos comunicacionales particulares y generales. La mayoría de esos esfuerzos se divide en lógicas productivas (registro y producción de mensajes desde esferas alternativas, con actores sociales comunitarios y en códigos coloquiales) y lógicas circulatorias donde lo principal es participar de un ejercicio viralizatorio de mensajes, imágenes y formatos virtuales que participan de la guerrilla diaria de la información. En cada uno de estos esfuerzos hay una constatación básica: los medios de comunicación no “nos” reflejan, no dan cuenta de voces que deberían estar.

Rol de la comunicación alternativa en tiempos de infodemia

Aun cuando la tradición de la comunicación alternativa en Chile ha tenido un desarrollo mayor en los formatos mediáticos, radio, TV y prensa, desde hace más de una década el desarrollo de experiencias de comunicación se asocia mucho más a colectivos fotográficos, equipos audiovisuales y grandes “centrales” de publicación en plataformas de redes sociales. Formatos como el diseño, la ilustración y la gráfica mixta son los que hoy recorren millones de teléfonos al día.

Los nuevos formatos de la comunicación hoy muchas veces eluden el escenario de “los medios” y establecen identidades y referencias desde la virtualidad, ya no desde un territorio específico o una comunidad. Se trata de transmisiones y programas que se emiten desde espacios cotidianos no lujosos y que están cumpliendo un rol educativo y liberador de muchas audiencias. 

Las diversas faunas que hoy habitan y conviven en la esfera comunicacional alternativa participan de ejercicios de producción espontánea de formatos periodísticos hechos desde la contrahegemonía temática, de fuentes y de estilos, y construyen estrategias de circulación y masificación de mensajes, imágenes y videos. En cada una de estas apuestas se deconstruye una realidad mediática y se crea relato social con autonomía.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua; son los espacios donde las comunidades migrantes intercambian estrategias para sobrevivir al racismo y discriminación que se instala desde las grandes esferas; son los espacios donde millones de mujeres intercambian estrategias para prevenir, disminuir y denunciar la violencia patriarcal en tiempos de encierro; donde se educa a los trabajadores en derechos básicos ante la crisis económica que se avecina.

Los movimientos sociales y organizaciones territoriales que desde hace décadas vienen entregando discursividades, testimonios y consignas desde la experiencia profunda del neoliberalismo, usan hoy los espacios comunicacionales para dialogar y proponer un tratamiento de la información en tiempos de pandemia, uno mucho más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

Los medios alternativos nos muestran la crisis en la salud primaria de localidades en regiones, enfrentan y desenmascaran falsos discursos de autoridades, organizan e informan de cadenas de ayuda y visibilizan la autogestión popular de la salud, la educación y la sobrevivencia en crisis económica. Son las radios populares las que conmemoran los seis meses de la revuelta social, los núcleos audiovisuales independientes los que nos muestran cómo las propias comunidades sanitizan las calles, cómo el Estado, que dejó de estar, ha sido reemplazado precariamente pero con dignidad, por estrategias solidarias y colectivas.

Sin embargo, no basta con tener y sostener espacios de denuncia transversal, sino que es necesario apostar también a la construcción de nuevos espacios de interacción y reinterpretación de los discursos oficiales, con incidencia indirecta pero real en la esfera social cotidiana, ya sea de la mano de la convergencia del meme, la ilustración, el diseño, el podcast y la producción audiovisual.

La esfera comunicacional alternativa hoy es un amplio espacio de interacción espontánea a través del que se ejercen nuevas estrategias discursivas, donde se pone en vitrina a nuevos sujetos sociales y se reproducen nuevas formas de ser en el mundo. Son las voces vivas de una ciudadanía que bulle bajo la opinión pública convencional, relatos de resistencia al modelo que se multiplican y resginifican a alta velocidad.

En tiempos de crisis social y de pandemia sanitaria-informativa, a la comunicación comunitaria, alternativa y popular no le corresponde ni imitar ni adaptar los formatos comerciales, tampoco esforzarse por llenar los vacíos de los medios públicos ausentes en Chile. A las voces, relatos y medios de la esfera social les corresponde subvertir los discursos oficiales, poner en duda y debatir colectivamente con las audiencias prosumidoras sobre horizontes políticos, culturales y también sanitarios, reformulando los sentidos de la comunicación, del periodismo y de la construcción de realidad. La comunicación comunitaria es el síntoma de un pueblo que reflexiona, dialoga y se hace preguntas sobre la realidad.

Hoy es un deber colectivo sumar voces al debate y participar ya sea de la producción, circulación o resemantización de la información. La necesidad de expresar, dialogar y articular voces es demasiado profunda para dejarle la pega a los medios tradicionales.

Patricia Rivadeneira: “Escenix te permite vivir una experiencia teatral más crítica y repetirla”

La actriz y gestora cultural es una de las creadoras de Escenix, la plataforma digital para ver teatro local anunciada el año pasado y que fue lanzada hace unas semanas en medio de la crisis asociada a la pandemia. La contingencia sanitaria que tiene a las salas y centros culturales cerrados ha hecho que el teatro y otras disciplinas artísticas deban adaptarse al mundo digital y, en ese sentido, Rivadeneira explica cómo ha mutado el proyecto original y cómo le gustaría que siguiera a futuro.

Por Florencia La Mura

Dentro del mundo del arte, muchos espacios nacionales han tenido que adaptarse al mundo digital como única manera de mantenerse vivos en medio de una pandemia que impide todo lo presencial. Entre ellas están las distintas opciones digitales que han nacido desde las artes escénicas y audiovisuales, como es el caso del programa delivery que inició el Teatro Municipal en su sitio web, u otras plataformas que ya existían, pero que hoy se han visto potenciadas, como Ondamedia.cl, que reúne películas y documentales chilenos y es auspiciada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Si bien en Chile la tendencia hacia lo digital es relativamente nueva y creciente, en el resto del mundo lleva tiempo, con ejemplos como Broadway HD, que reúne presentaciones en los clásicos escenarios de Nueva York desde 2013, y Teatrix, un proyecto similar que recoge obras argentinas desde 2015. 

La actriz y gestora cultural Patricia Rivadeneira, es la co-creadora de Escenix. Crédito de foto: Nacho Rojas.

Con estos últimos referentes nace Escenix, una plataforma digital para disfrutar de teatro y danza, un proyecto conjunto creado entre el cineasta Esteban Larraín y la actriz y gestora cultural Patricia Rivadeneira. ¿Cuál es su gracia? No se trata sólo de un registro de las obras montadas para un escenario real, sino que involucra una verdadera propuesta visual y de montaje pensada desde un comienzo para ser vista en formato digital.

Así, en la plataforma se pueden reproducir montajes recientes como Xuárez (2016), de Manuela Infante y protagonizado por la propia Patricia Rivadeneira; Emergenz (2019), obra de danza contemporánea del destacado coreógrafo José Vidal, o Lucila, luces de Gabriela (2020), obra familiar que recorre la vida y legado de la Premio Nobel chilena, entre otras. Actualmente, el catálogo cuenta con nueve obras estrenadas en los últimos tres años, filmadas con el sello Escenix, además de otras nueve que tienen un registro distinto, de corte histórico y que pertenecen al Archivo del Teatro Ictus, una de las compañías más antiguas del país. 

Conocida desde fines de los años 80 por su trabajo en televisión, teatro y performance, como por su posterior carrera dedicada a la diplomacia política como agregada cultural en Italia entre 2001 y 2006 durante el segundo gobierno de Ricardo Lagos, Patricia Rivadeneira asegura que la idea principal de Escenix es “salvaguardar a las obras de su carácter efímero” y, por otra parte, influir en la formación tanto de audiencias generales como de profesionales de las artes escénicas. 

En términos prácticos, el sitio web requiere de una inscripción para acceder de forma gratuita a ver las distintas obras de teatro y danza, las que se pueden disfrutar en alta calidad con sólo un par de clicks. Para el segundo semestre -cuando sea lanzada comercialmente, como aclaran en el mismo sitio web- se comenzará a hacer un cobro (aún por definir) por la suscripción con el fin de poder retribuir económicamente tanto al equipo de Escenix como a las compañías que están detrás de las obras, cuenta Patricia. Además, el catálogo crecerá hasta tener unas 45 obras, sumando de dos a tres por mes, y contempla musicales y stand-up dentro de las opciones. 

Lucila, luces de Gabriela, sobre la Premio Nobel chilena se estrenó en el GAM y ahora está disponible en Escenix. Crédito de foto: Patricio Melo.

Por estos días, Escenix se ha aliado a varios espacios cerrados, entre ellos, Matucana 100, con el que acaba de cerrar un convenio que permitió poner en línea la obra Arpeggione, la alabada versión de Jesús Urquieta de la obra de Luis Alberto Heiremans, con interpretaciones de Claudia Cabezas y Nicolás Zárate. Por ahora, Rivadeneira confiesa que están adaptándose a la contingencia y viendo cómo el escenario de pandemia va cambiando el proyecto.

Escenix fue trabajado para ser lanzado el segundo semestre de este año. ¿Modificó de alguna manera el enfoque del proyecto el hecho de lanzarlo en el contexto de pandemia? ¿Qué pretenden recoger de esta experiencia, sirve como marcha blanca?

Las ideas son ideas y las realidades las cambian, hay que saber moldearse. En ese sentido, si bien Escenix partió como una plataforma de streaming, como pueden ser Teatrix o Scenario o Broadway HD -que son plataformas de registro de espectáculos grabados y puestos a disposición del público por una suscripción mensual-, la realidad de las circunstancias en las que nos encontramos y en las que Escenix sale al aire han transformado completamente el proyecto. Se está convirtiendo en una especie de canal de las artes escénicas chilenas. Un espacio transversal donde estamos sellando acuerdos con distintos teatros, como Matucana 100, Mori, GAM, y recibiendo sus materiales, además de otras compañías que nos están ofreciendo registros de obras que no tienen el sello Escenix, ya que no fueron hechas para plataforma streaming, pero que en estas condiciones permiten a los artistas seguir vigentes y mantener un contacto con sus públicos.

¿Qué diferencias existen entre ir al teatro y ver una obra por Escenix y cuál es finalmente el aporte que hace esta plataforma al medio teatral?

Es distinto como lo son el sexo y el sexo virtual, no tienen nada que ver. No pretende ser en vivo, son dos cosas distintas y puede que te guste más una que la otra. No tengo una respuesta clara, creo que cada uno tiene sus propias respuestas a través de su experiencia. En un sentido social, creo que tiene validez en muchos ámbitos. Primero, en la formación de profesionales de las artes escénicas, como también en la formación de audiencias. Te permite, más allá de la experiencia de la función, que es única y que tiene una duración acotada, analizar el trabajo, volver a verlo, repensarlo, ver algo que no viste o se te escapó. Te ofrece la posibilidad de una experiencia más crítica, de repetirla. Es imposible para mis amigos chilenos que viven en Italia ver esas obras y ahora pueden. Quizás esta posibilidad de las plataformas de streaming dé la ocasión a mucha gente que no tiene acceso a, al menos, tener un acercamiento a aquellos espectáculos que de otra forma no habrían visto jamás. Por ejemplo, La iguana de Alessandra -de Ramón Griffero y estrenada en el Teatro Nacional Chileno en 2018-, no creo que se vaya a reponer en los próximos años, y ya puedes verla en Escenix. Aunque no es lo mismo que verlo en vivo y nunca lo será. 

«El arte siempre ha tenido un lugar político, es un canal que se establece entre lo que está pasando, entre las realidades y las esperanzas, los deseos y las frustraciones de la comunidad».

¿De qué forma se reparten el trabajo de Escenix con el cineasta Esteban Larraín y cómo proyectan esta plataforma a futuro, post pandemia?

Esteban hace todo lo que tiene que ver con el registro y montaje de las obras. Por otra parte, junto a algunos asesores que están trabajando conmigo vemos las obras y decidimos cuáles podrían ser. En este momento no hubo mucho de eso en particular, porque las ocho obras que grabamos antes de salir al aire estaban saliendo de cartelera, lo que nos permitía ponerlas pronto en línea, y también queríamos tener una variedad de estilos y géneros y fue a eso a lo que apuntamos. Con el contexto actual, Escenix está cambiando, se está modelando y no sabemos a dónde nos vamos a encaminar. Por ahora, queremos ser un canal de las artes escénicas y no sólo una plataforma de streaming. 

Ha sido un trabajo enorme, con una enorme inversión personal, que todavía no tiene ninguna posibilidad de recuperar esa inversión y tampoco por ahora sabemos muy bien por dónde vamos a poder hacer que esta plataforma siga viva y tenga ganancias y se sostenga. Siempre pensé en esto no como un negocio, porque sabemos que el teatro y la cultura en Chile nunca han sido un negocio; son contados con los dedos de una mano quienes pueden hacerlo, pero sí queremos que Escenix pueda dar un servicio de gran calidad y que pueda mantener a su staff. La idea principal es salvaguardar a las obras de su carácter efímero y después también darle a los artistas una parte de las ganancias a través de la repartición de los ingresos que existan, que en este arte es tan necesario, entendiendo lo precario que es todo. Este también es un proyecto que tiene una finalidad cultural: me daría por pagada si pudiese llevar el teatro donde no puede llegar, como las cárceles o el Sename. 

De la política a la actuación y viceversa

Desde el comienzo de su carrera como actriz a fines de los 80, Patricia Rivadeneira Ruiz-Tagle (1964) destacó por su carácter desinhibido en el escenario, su multiplicidad artística y sus opiniones en contra la dictadura, las que la posicionaron como una de las artistas de la llamada resistencia cultural. Se formó en la Academia de Teatro de Fernando González y en 1987 debutó con el espectáculo Cleopatras, una agrupación musical performática donde colaboró con la artista Jacqueline Fresard, la bailarina Tahía Gómez y los músicos Cecilia Aguayo y Jorge González, quien escribió el clásico tema Corazones rojos inicialmente para ellas, quienes interpretaron la primera versión. Luego, en 1992, junto al artista Vicente Ruiz realizó una conocida y polémica performance frente al Museo Nacional de Bellas Artes, en la que Patricia apareció crucificada y envuelta en la bandera de Chile como protesta contra la discriminación de minorías sexuales y étnicas.

Patricia Rivadeneira es una de las protagonistas de Xuárez, la obra sobre la compañera de Pedro de Valdivia. Crédito foto: Maglio Pérez.

Su paso a la televisión y el cine lo dio de mano de la teleserie Secretos de familia en 1986, y en la película Sussy. En los 90 también tuvo un recordado rol en Caluga o menta, ambas de Gonzalo Justiniano. Hasta fines de los 90 fue parte del área dramática de TVN en teleseries como Estúpido cupido (1995) y Sucupira (1996). Desde comienzos de los años 90 también se dedicó a la gestión cultural, organizando charlas, seminarios y conciertos con artistas como el músico Carlos Cabezas, el pintor Bororo y el fallecido actor, dramaturgo y director Andrés Pérez. Para las elecciones presidenciales de 1999 se unió a la campaña de Ricardo Lagos, donde apoyó en la creación de las bases del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para luego ser nombrada agregada cultural en Italia y secretaria ejecutiva del Instituto Italo – Latino Americano. De vuelta en Chile, Patricia volvió a actuar: en 2014 se incorporó a Mega y en teatro ha participado en importantes montajes como La contadora de películas (2014), Allende, noche de septiembre (2013) y Xuárez (2014).

Hoy, Escenix aparece como un proyecto que de alguna forma resume su diversa trayectoria en la actuación y gestión cultural.

Hace seis meses Chile vivió el estallido social que cambió totalmente al país y ahora está sumido en la crisis derivada de la pandemia por Covid-19. ¿Cuáles son tus reflexiones sobre lo que está pasando?

Creo que todas las crisis siempre son oportunidades. La civilización que hemos creado es muy autodestructiva, muy poco amorosa con la propia comunidad y el resto de las especies. Me gustaría pensar que esta es una oportunidad, pero no sé si somos una especie que aprende rápido.

Comenzaste a actuar en los años 80, cuando el teatro y las artes eran un campo para combatir la dictadura. ¿Crees que persiste en ellas ese mismo rol de denuncia y resistencia?

El lugar político de las artes siempre ha sido ese, de alguna manera somos un medio social, un canal que se establece entre lo que está pasando, entre las realidades y las esperanzas, los deseos y las frustraciones de la comunidad. Muchas veces también muy premonitorio. Basta ver la cartelera de Escenix para darte cuenta de que en esas obras hay muchos temas que estaban siendo anunciados, denunciados, tocados, vistos por los artistas y que no habían querido ser vistos -ni menos atendidos- por el Estado o los poderes fácticos. Desde que el mundo existe es así, es una de las misiones y vocaciones inherentes al mundo del arte. Es el trasmisor de nuestros deseos, de nuestras distintas conciencias.

De ser actriz, luego pasaste a la diplomacia y ahora a la gestión cultural. ¿Qué lecciones te han dejado esas distintas experiencias?

Si estás del lado de la producción, del lado en que debes canalizar las necesidades, los deseos y aspiraciones de los artistas, debes intentar que sus trabajos sean vistos, apreciados, pagados. Es muy distinto, pero siempre me llamó la atención y me gustó. Quizás lo más difícil va por el lado de la ecuanimidad, ir más allá de lo que a mí me gusta, de lo que yo hubiera escogido, el libro que a mí me hubiera gustado presentar. Es ponerse con la cabeza mucho más amplia y ver la belleza, el esfuerzo y el trabajo que hay en cada cosa, más allá de mi percepción personal. Ese fue uno de los desafíos más interesantes. Aprendí que hay público para todo, pude aprender a apreciar cosas muy variadas, a escuchar con la mente y el corazón mucho más abiertos.También influyen muchos aspectos: la formación de audiencias, las necesidades, la curatoría -donde siempre hay algo personal en eso-, los criterios, y aún así nunca se le va a dar en el gusto a todos. Las cosas más populares no son siempre las mejores, eso lo sabemos.

El ingenioso de la voz ronca: adiós a Marcos Mundstock, figura clave de Les Luthiers

El narrador y guionista histórico del grupo humorístico argentino falleció el miércoles a los 77 años de una enfermedad diagnosticada el año pasado. Con más de cinco décadas de exitosa trayectoria, el humorista será sobre todo recordado por su querido personaje Johann Sebastian Mastropiero, el compositor ficticio en el cual se basan muchas de las rutinas más brillantes del conjunto, que hoy pierde a otro de sus fundadores.

Por Denisse Espinoza

Estaba anunciado hace meses en el sitio oficial de Les Luthiers: el próximo 16 de mayo, el grupo de humor argentino más famoso del mundo, estrenaría su espectáculo número 38, en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Se titula Más tropiezos de Mastropiero y en él ya no figuraba el nombre de Marcos Mundstock, uno de los integrantes clave del grupo, quien hace un año estaba aquejado de problemas de salud. Si bien la obra ya había sido postergada por el contexto del Covid-19, hoy cualquier espectáculo de Les Luthiers tendrá el tono de  homenaje póstumo para Mundstock, el comediante que falleció este miércoles, creador justamente de Johann Sebastian Mastropiero, el icónico personaje que le brindó tantas veces el aplauso unánime del público.

Marcos Mundstock oficiaba siempre de presentador en las rutinas de Les Luthiers gracias a su natural voz de locutor.

Nacido en Santa Fe en 1949 -de padres de origen polaco- y radicado en Buenos Aires desde los 7 años, Marcos Mundstock tuvo una infancia marcada por la música. Soñó con ser pianista, pero ante su autodeclarada falta de talento, decidió cultivar una voz de bajo inspirada en los cantantes que solía escuchar de niño por la radio, entre ellos Beniamino Gigli y Tito Schipa. Más tarde esa voz grave sería uno de los sellos más icónicos de Les Luthiers, el grupo de humor musical que formó en 1967 junto a sus amigos Jorge Maronna, Daniel Rabinovich y Gerardo Masana, y con quienes llevaba una trayectoria incombustible de 53 años. Fue en 1968 que creó a su personaje más entrañable: Johann Sebastian Mastropiero, una satírica mezcla de compositores clásicos protagonista de sus más hilarantes guiones. El grupo siempre presentaba su reputación con esta frase: “Toda vez que -por necesidades económicas- Mastropiero se vio obligado a componer música a pedido o por encargo, produjo obras mediocres e inexpresivas. Por el contrario, cuando sólo obedeció a su inspiración, jamás escribió una nota”.

Con Mundstock se apaga otro de los pilares fundamentales de Les Luthiers, quienes ya en 2015 habían perdido a Daniel Rabinovich a causa de una enfermedad cardíaca, y quien se desempeñaba como guitarrista, violinista e intérprete de toda clase de instrumentos informales que el grupo era famoso por inventar. Así, de los integrantes originales del conjunto sólo quedan dos, Jorge Maronna y Carlos López Puccio. Sin embargo, Les Luthiers ha seguido renovando sus elencos y hoy cuenta con la participación suplente de Horacio Turano -incorporado en 2000-, Martín O’Connor -desde 2012- y Roberto Antier, último en sumarse en 2015 y quien había sido el encargado de reemplazar a Mundstock en el estreno del espectáculo Gran Reserva en 2019, debido a que ya estaba aquejado de la enfermedad que lo tenía paralizado de una pierna. Les Luthiers Gran Reserva se presentaría en Chile, en el Teatro Nescafé, el pasado noviembre, sin embargo, debido al contexto social su presentación se movió para julio de este año, la que aún no ha sido oficialmente cancelada.

Más allá de la su natural voz de locutor, Marcos Mundstock fue uno de los guionistas más ingeniosos del grupo y era reconocido por sus juegos de palabras y su elevado uso de técnicas humorísticas que tienen que ver con el uso del propio lenguaje español y de la pragmática, la rama de la lingüística que se interesa por cómo el contexto influye en la interpretación del significado. Todas estrategias que invariablemente hicieron desternillarse de la risa al espectador y que convirtieron el humor mordaz, inteligente y sensible de Les Luthiers en uno de los favoritos de Hispanoamérica. Entre los éxitos de Les Luthiers están Serenata intimidatoria, Ya no te amo, Raúl, Dilema de amor (cumbia epistemológica) o Perdónala. Casi todo su material está disponible en su canal de Youtube, Les Luthiers.

Debido a sus problemas de movilidad, Mundstock participó a través de un video en el último Congreso Internacional de la Lengua celebrado en Córdoba, Argentina, en abril de 2019, donde leyó un texto en el que justamente exaltaba su oficio de malabarista del lenguaje e instaba a la Academia a valorar el habla popular. “Propongo”, dijo, “que un lo que canta un gallo equivalga a dos santiamenes y a cuatro periquetes. Y que un me pareció un siglo sea igual a la cuarta parte de una eternidad o a un 0,33% de ya no veo la hora”. También se preguntó: “Cuando alguien dice me importa un comino, ¿en qué está pensando?: ¿En más o en menos que me importa tres pepinos?… ¿O en medio pimiento?”, leyó provocando las risas de los asistentes.

Foto de Les Luthiers de 1985, en una formación de sexteto, donde aparecen varios integrantes originales. En la fila atrás: Jorge Maronna, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock. Fila de adelante: Carlos Núñez Cortés (retirado en 2017), Ernesto Acher (quien dejara el grupo en 1986) y Daniel Rabinovich (fallecido en 2015).

El origen de Les Luthiers tiene su historia a mediados de los años 60 en el coro sinfónico de la Universidad de Buenos Aires, donde los estudiantes de distintas carreras se reunían a ensayar y crear obras musicales. En esos años Mundstock estudiaba ingeniería, aunque luego se dedicaría a la locución, publicidad y finalmente de lleno a su trabajo en Les Luthiers. En 1965, durante el VI Festival de Coros Universitarios de la ciudad de Tucumán, un grupo de jóvenes liderados por Gerardo Masana y en el que estaba Marcos Mundstock, presentó la obra musical de humor Cantata Modatón, una sátira de las cantatas barrocas inspirada en La Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, pero donde las letras estaban tomadas del prospecto de un conocido laxante. La incorrección y estilo original de la pieza la convirtió en un éxito rotundo y al grupo lo comenzaron a llamar de diferentes lugares para presentar el espectáculo que luego se rebautizó como Cantata Laxatón, para evitar problemas con el laboratorio creador del medicamento.

Dos años después el coro se dividió en dos facciones, sobreviviendo la que se llamó Les Luthiers, que no se separó jamás, a pesar de que Masana, su ideador y líder, falleció en 1973 de una enfermedad a la sangre. Hoy el grupo suma en su historia giras por más de 14 países, presentaciones en televisión, ediciones de libros, DVDs y varios premios internacionales, incluidos el Grammy Latino a la excelencia musical y el Princesa de Asturias. A la creación de sus obras en vivo se suma la invención de decenas de instrumentos informales -de ahí el nombre de Les Luthiers- elaborados con latas, mangueras, cartones, globos, etc., y bautizados con los más extravagantes nombres como bass-pipe a vara, contrachitarrone da gamba, chelo legüero, glamocot, nargilófono o alambique encantador.

El humor de Les Luthier jamás ha apelado al golpe bajo ni al chiste fácil, y aunque a veces se han referido a temas políticos, siempre lo han hecho entre líneas, de forma que sus rutinas tengan la capacidad de la vigencia eterna. Mundstock se refirió a eso en una entrevista de 2018 para CNN, a propósito de su obra La Comisión, donde un grupo de políticos es sobornado para modificar el himno nacional. “No es algo buscado, pero es lo que nos ha permitido hacer antologías con números de hace 30 y 40 años atrás y que no han perdido vigencia. Ese número de los políticos que modifican el himno se hizo en 1996, cuando en Argentina estaba Menem y los políticos que habían son los que se ven ahí, pero lo estamos haciendo ahora y en otros países y no han cambiado nada, lo cual es una mala noticia, porque los tipos son unos corruptos y unos tramposos, y claro, en ese sentido como humoristas estamos contentos de esa vigencia, pero como ciudadanos, dudamos”.

Admirador del humor absurdo de los ingleses de Monty Phyton, de la autoironía de Woody Allen y de los juegos de palabras de su coterráneo, el dibujante Roberto Fontanarrosa -con quien Les Luthiers colaboró en varias ocasiones, Mundstock participó también en cine y televisión. En 2011 fue parte de la película Mi primera boda, de Ariel Winograd, en el papel del Padre Patricio. También locutó la voz del ermitaño en Metegol (inspirada justamente en un cuento de Fontanarrosa) y actuó en El cuento de las comadrejas, una remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico dirigido por Juan José Campanella.

“Nos quedará el recuerdo de su voz, única e inconfundible. Y de su presencia sobre el escenario, con su carpeta roja y frente al micrófono, que cautivaba al público antes de decir una sola palabra. Nos quedará su profesionalismo. Su autoexigencia, su ética de trabajo y su respeto extremo por el público, valores que todos compartimos y que él defendió desde el momento de la creación misma de Les Luthiers», escribió el grupo en una nota sobre el deceso de su compañero publicada ayer.

No faltaba entrevista donde les preguntaran cuál era la receta para el éxito de Les Luthiers. Mundstock respondía en una ocasión así: “Mirando hacia atrás, podría decir que hicimos un humor lo suficientemente abstracto y sin localismos para que no tenga fecha de caducidad. Voy a ser inmodesto. Creo que inventamos un estilo. Sin ser una cosa de otro mundo, no nos parecemos a nadie. Chistes con conceptos, ese jugar con las palabras, ahí está nuestra originalidad. Algo eficaz para hacer reír a dos mil personas en un teatro con la historia absurda, por ejemplo, de un tipo que se duerme en la conferencia de un semiólogo”.

La muerte de Daniel Rabinovich, en 2015, le golpeó fuerte. “Se nos fue un hermano. Nos dio tristeza, bronca, como había ocurrido en el 73 con la muerte de Gerardo Masana. Pero nos propusimos seguir, aunque para el público y para nosotros fuera un desgarro durísimo”, dijo Mundstock unos años después sobre una pérdida que ahora se replica con su propia partida. De una u otra forma, la muerte del comediante es la confirmación de que todo tiene fecha de término, menos las risas inagotables que aún nos brinda Les Luthiers.

Maisa Rojas: “La pandemia y el cambio climático manifiestan la misma crisis humana”

La climatóloga y directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile analiza el lugar que ha tomado hoy la crisis medioambiental en medio del desafío que supone enfrentar la expansión del Covid-19 y advierte que si no se toman las medidas adecuadas, una recesión económica podría agudizar la emisión de gases de efecto invernadero.

Por Denisse Espinoza

Todo hacía esperar que la discusión sobre el cambio climático fuera la gran protagonista del 2019 y que Chile tuviera un lugar principal como sede de la COP25, a la que asistiría la adolescente activista Greta Thunberg, elegida como persona del año por revista Time. Sin embargo, el estallido social que comenzó el 18 de octubre cambió radicalmente el escenario. El gobierno debió enfocar sus prioridades hacia la contención de las manifestaciones y el gran encuentro mundial del cambio climático se movió hacia la ciudad de Madrid al mismo tiempo que el barco que traía a la joven sueca se desviaba hacia el Atlántico. 

Claro que eso no fue todo. La aparición del Covid-19 y su rápida expansión volvió a cambiar las prioridades, ahora mundiales, y la urgencia del calentamiento global deberá otra vez esperar su turno en la lista de desastres inminentes.

La climatóloga, académica y directora del CR2, Maisa Rojas. Crédito foto: Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile. 

Para Maisa Rojas, climatóloga y directora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, ambos fenómenos no dejan de estar relacionados. “Tanto la pandemia como el cambio climático son manifestaciones de la misma crisis humana, son el resultado de la mala relación que tenemos con el planeta”, afirma. “Si comparamos el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad con la pandemia, nos parecerán crisis menos agudas, porque nada antes nos había obligado tan drásticamente a pararlo todo en un mes, ni en la película de ciencia ficción más mala lo habríamos imaginado, pero la crisis del cambio climático también el año pasado nos estaba mostrando eventos extremos muy dramáticos y evidentes, como los incendios en Australia, que fueron el infierno, y las olas de calor. Llevamos 10 años con una mega sequía en la zona centro-norte de Chile, entonces, claro, comparado con la pandemia, esto nos parece algo lento, pero hoy tenemos claro que esos eventos extremos que ya hemos presenciado se van a intensificar tanto en duración como en frecuencia y magnitud. Es esencial que actuemos desde ya”.

La académica del Departamento de Geofísica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas fue quien lideró el comité científico en la COP25, detrás de la ministra Carolina Schmidt. La instancia tuvo un desarrollo complejo, con resultados que fueron calificados de insuficientes. “Mi evaluación de ese encuentro es que la negociación internacional es súper compleja y lo hubiese sido para cualquier país que hubiese tomado la presidencia, No creo que Chile lo haya hecho particularmente mal, en rigor, si lees los diarios después de cualquiera de estos encuentros, la evaluación siempre es más bien negativa, porque finalmente no hemos logrado resolver el problema. Hoy la situación es aún más compleja, porque la prioridad es ahora resolver la pandemia, aunque la convención marco del cambio climático sigue activa. Al mismo tiempo, aún no tenemos claro cuándo va a ocurrir la COP26, aunque en principio se fijó para inicios de 2021”, cuenta la académica sobre el evento que se realizaría en noviembre de este año en Glasgow, Reino Unido.

-De cara a ese nuevo encuentro, ¿en que posición se encuentra Chile hoy?

Los países tienen que actualizar sus compromisos, los que deben ser más ambiciosos con respecto a los que ya entregaron en 2015. El compromiso era entregarlos durante el 2020 y antes de la COP26, y como ahora la COP26 se movió, no está claro si se alargará el plazo para entregar estos nuevos compromisos, pero dentro del plan de trabajo los países tienen que actualizarlos y elaborar estrategias de largo plazo con miras al 2050. Chile está muy bien, de hecho, porque logró, a fines de marzo, entregar ese documento tal y como lo había anunciado en diciembre. Además, el documento es ambicioso y ha sido muy bien evaluado a nivel nacional e internacional por una serie de elementos que apuntan a lograr altos índices de carbono neutralidad. 

La llamada Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), documento que menciona Rojas, tiene como uno de los compromisos centrales la meta de la carbono neutralidad para el 2050 en seis ejes de acción: industria y minería sostenible (25%), producción y consumo de hidrógeno (21)%, edificación sostenible de viviendas y edificios públicos-comerciales (17%), electromovilidad, principalmente de sistemas públicos (17%), retiro de centrales a carbón (13%), una de las principales medidas habilitantes, y otras acciones de eficiencia energética (7%). En mitigación, Chile se comprometió a un presupuesto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que no supere las 1.100 MtCO2eq (medida de dióxido de carbono) entre el 2020 y 2030, con un máximo de emisiones (peak) de GEI al 2025, y a alcanzar un nivel de emisiones de GEI de 95 MtCO2eq al 2030. Además, propone una reducción de al menos un 25% de las emisiones totales de carbono negro al 2030, con respecto al 2016.

«La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso es la «descarbonización de la economía».

-En el último Congreso Futuro de enero pasado, donde usted participó con una ponencia, remarcó la urgencia de mantener el aumento de temperatura por debajo del 1,5° con la reducción de gases de efecto invernadero. ¿Cómo afecta esta pandemia el cumplimiento de esa meta?

Bueno, es evidente que lo primero ahora es concentrarse en el control del virus, pero cuando eso se resuelva, lo más crucial es que la recuperación económica post pandemia esté alineada con los objetivos de sustentabilidad económica y de cambio climático, ya que es un hecho que durante las crisis económicas que hemos tenido en el pasado se emiten menos gases de efecto invernadero, pero el tema es que cuando nos recuperamos hay un importante aumento de esos gases. Fue lo que nos sucedió tras la crisis financiera del año 2008 y 2009, donde los índices se dispararon. Eso es lo que debemos evitar. Y no tiene que ver con que una desaceleración de la economía sea buena para el medioambiente, sino que debemos lograr que nuestra economía se desacople del uso de energías que producen gases de efecto invernadero, eso es la “descarbonización de la economía”. La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso ha ocurrido bastante en un montón de países, pero en Chile aún no. Por ejemplo, ahora, con la pandemia, muchos negocios han pasado de vender en sus tiendas a hacer servicio de delivery, estamos comprando mucho más online, desde la comida hasta cualquier cosa que necesites, un computador, un refrigerador, etc., y lo haces por delivery, por ende hay una demanda mucho más grande de transporte. 

Entonces, imagínate que pudieramos dar algún subsidio e incentivar que ese transporte sea eléctrico y no de diesel, seguiríamos activando la economía, pero de un transporte eléctrico que no emite gases de efecto invernadero. Son ese tipo de decisiones las que habría que tomar ahora, y eso es bien importante porque, por ejemplo, si tengo una pequeña empresa y necesito comprar uno o dos camiones para reparto a domicilio, eso es algo que voy a usar por los próximos 10 años, entonces no es trivial si compro diesel o eléctrico, la consecuencia de esa decisión de hoy va a durar por 10 años más.

-Usted también ha hablado de incentivar una economía circular. ¿De qué forma ayuda esa estrategia a enfrentar el cambio climático?

En el fondo, es cambiar la mirada. Avanzar hacia una economía circular nos va a ayudar porque es otra la manera en que se produce. Normalmente, tú necesitas algún recurso base para producir algo y luego lo produces, lo vendes y hasta ahí llegas, no más. Eso sucede en una economía lineal, mientras que en una economía circular, respecto a cualquier producto que quieras generar, tienes que preocuparte de que la materia prima a partir de la cual lo produces no genere un daño ambiental y de que el producto no sea desechable, sino que se pueda volver a utilizar, sea fácil de reciclar o que tenga una vida muy larga, que te preocupes de todo el proceso, no sólo de la elaboración de tu producto en sí. Es un concepto muy distinto.

Maisa Rojas, directora del CR2, durante el Congreso Futuro de enero pasado

-¿Qué hace falta entonces para que Chile dé el paso a este cambio de visión y tome decisiones que consideren el cambio climático?

Mira, creo que la buena noticia es que es cosa de voluntad, más que nada, de mirar las cosas con esa perspectiva, porque algunas cosas no se podrán hacer, pero si por lo menos tengo la perspectiva instalada, ante dos opciones que me cuestan quizás lo mismo, yo elijo la que me va a producir un menor uso de combustibles fósiles, pero habría que tenerlo en mente. Para eso es esencial que el Ministerio de Hacienda asuma el rol en esta activación, y lo bueno es que nuestro ministro, Ignacio Briones, lidera la Coalición de Ministros de Finanzas por la Acción Climática, que es una coalición internacional, así que en teoría él debiera estar muy sensibilizado en el tema. Esperemos que no sólo lidere esta instancia a nivel internacional, sino que aplique sus resultados a Chile, dado que el Ministerio de Medio Ambiente también tiene un plan de trabajo que está inscrito en este compromiso. Deberíamos estar confiados. En el fondo, lo que estamos pidiendo es que todos estos instrumentos que ya existen se apliquen y guíen nuestras decisiones para la reactivación de mañana.

-Durante los primeros días de la pandemia y el consecuente confinamiento de las personas en su casa para evitar contagios se vio que muchas ciudades bajaron sus índices de contaminación. Se viralizó incluso una foto del regreso de cisnes a los canales de Venecia, ya que habían vuelto a limpiarse. ¿Cuánto hay de cierto en que la pandemia ha contribuido a limpiar el planeta?

Es así, no es un mito, pero hay que distinguir dos temas, uno es la contaminación local de las sociedades, que está muy asociada a transportes y que tiene efecto en la salud de las personas, y otra cosa muy distinta es la contaminación por gases de efecto invernadero que tiene efecto en el cambio climático. Por transporte hablamos del material particulado y de otros gases que no tienen ningún efecto en el cambio climático, algunos sí, pero cuando hablamos de que limpiamos el agua, el aire y de que bajaron contaminantes, estamos hablando de contaminantes asociados a nuestra actividad humana individual en ciudades. Esa es una limpieza bastante instantánea que igual es impresionante. Siempre imaginamos qué pasaría si parábamos la circulación de autos en Santiago por dos días. Bueno, ese experimento, digamos, se hizo ahora, y lo que vimos fue que Santiago se descontaminó y cualquier persona en un segundo o tercer piso podía ver la nitidez del aire y el silencio que había. Esos son cambios instantáneos, pero que en cuanto la ciudad vuelva a funcionar, se van a ir también rápidamente. Para el cambio climático necesitamos dejar de emitir esos gases que no están asociados a la contaminación local, y lo tenemos que hacer para siempre. 

-En ese sentido, ¿qué decisiones como individuos podemos tomar para contribuir al cambio climático?

No siempre, pero a veces se puede tomar una decisión sobre cómo uno se transporta, tomar la opción de utilizar un transporte que no contamine, como la bicicleta, o caminar o usar scooter eléctrico, qué sé yo. También hay una importante cantidad de gases que se emiten por la cantidad de comida que se pierde o se bota, es un poco menos de un tercio de las emisiones globales, así que es importante. Tengo poco que decir en lo que suceda entre el campesino y el supermercado, pero por lo menos lo que yo compro y lo que yo boto, eso sí lo puedo manejar, y esa es una decisión que uno puede tomar muy fácilmente: lo que yo compro no lo boto. También hay otros hábitos de consumo. En otros países uno puede decirle a su AFP o a su banco que no quiere que invierta el dinero que uno tiene guardado en combustibles fósiles, por ejemplo, y eso todavía no lo podemos hacer acá, pero deberíamos avanzar en eso, y lo otro super importante es votar. La verdad es que vivimos en un país donde afortunadamente no hay grandes negacionistas del cambio climático, como ocurre en Brasil, EE.UU. o Australia, pero lo cierto es que con mi voto yo también puedo obligar a que se tomen ciertas medidas sobre otras. En ese sentido, votar por una nueva Constitución también nos brindará una gran oportunidad de darnos esas reglas básicas de convivencia que sean del siglo XXI, y el siglo XXI tiene de gran telón de fondo el cambio climático, así que definitivamente debe ser incorporado en una nueva Constitución.

Avisa cuando llegues: la calle como escenario de guerra

El libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys reúne un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, que se caracterizan por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas.

Por Patricia Espinosa
Avisa cuando llegues, editorial Bifurcaciones, $12.500 en librerías.

“Avisa cuando llegues” es una frase comúnmente dirigida a las mujeres que nos habla del temor y la incerteza de arribar a un destino seguro. La realidad es que el simple hecho de desplazarse por el espacio público ya es un peligro porque, como sabemos demasiado bien, la calle es un territorio peligroso para las mujeres. “Avisa cuando llegues” es ese cotidiano informe con el que decimos que llegamos sin daño, que logramos, por esta vez, escamotear la violencia sobre nuestros cuerpos, porque la calle es para las mujeres una zona de guerra y su cuerpo un botín para el patriarcado. 

Avisa cuando llegues (Talca, Editorial Bifurcaciones, 2019) es también un libro compilado por la escritoras Alejandra Costamagna y Carolina Melys quienes han reunido un conjunto de veinticinco narradoras, dramaturgas, cantoras, cineastas, ilustradoras y poetas que, desde diversos géneros literarios, elaboraron textos inéditos, en su mayoría, en torno a la mujer y la violencia. La curatoría es impecable, no solo porque permite dar cuenta de un espectro amplísimo de autoras de diversas edades y estilos, sino por la gran calidad de sus escrituras. 

El volumen se caracteriza por la experimentación con el lenguaje, el predominio de las voces en primera persona complejizadas en una discursividad consciente de las tensiones de género, las atmósferas opresivas y, por sobre todo, una actitud guerrera de las protagonistas. Este último aspecto me parece destacable, estamos frente a voces de mujeres que no se dan por vencidas aunque estén situadas en contextos donde en apariencias no hay salida. 

La escritora Alia Trabucco participa con el relato Go home.

Así, pegadas a lo real, a la materialidad de los cuerpos, surgen estas escrituras ancladas en una política de confrontación a la violencia. Esto implica una subjetividad en resistencia, que no evita el peligro, que no se enclaustra ni quiere abandonar el espacio para público. Es recurrente en estas narraciones que el momento mismo de la agresión física aparece en contadas ocasiones; los relatos tienden a ocurrir en el momento previo o el posterior, cuando el daño se ha  concretado.

Aun cuando resulta difícil entre tanto relato destacable, mencionaré solo nombres y textos a modo de una pequeña ruta de lectura. Alia Trabucco y su crónica Go home nos aproxima a la represión policial que vive una mujer francesa-musulmana por su cabeza cubierta por un pañuelo. La segregación religiosa pega fuerte en este relato. La exclusión, esta vez por el hecho de ser mujer, se advierte en el relato de Mónica Drouilly. Insert Coin se centra en la relación de dos hermanos diestros en un videojuego; particularmente la chica. Es, a fin de cuentas, su talento, aquello que la condena y que resulta imperdonable para su hermano y el grupo de chicos del barrio que la agrede. 

En un estilo más directo, incluso rudo, se encuentra el relato de Marcela Trujillo, Época punk. Nuevamente una mujer sola, de noche, esta vez violada en un parque en pleno centro de la ciudad. El temor resulta inamovible en cada una de estas protagonistas. Así también podemos verlo en la narración de Carmen García, Llamada imaginaria donde una mujer aterrorizada por el acoso sexual de un taxista genera diversas tácticas de defensa para demostrar al hombre que no está sola. 

Daniela Catrileo sorprende con e texto Kutral sobre su infancia sobreprotegida.

La marginación y la soledad son dos términos que se reiteran en estas historias. Daniela Catrileo sorprende con un texto narrativo titulado Kutral. La narradora aborda su infancia sobreprotegida y el aprendizaje de códigos de sobrevivencia urbana en paralelo a la búsqueda de la emancipación. La calle es también el tema privilegiado por la gran poeta, Elvira Hernández, quien elabora en esta ocasión un ensayo: No nos falta calle es una reflexión sobre la condición subalterna de la mujer en diversos periodos de nuestra historia. Su relato es intercalado con recuerdos autobiográficos donde, tal como en el texto de Catrileo, las niñas eran resguardadas en el espacio doméstico ante los peligros del espacio público. La educación sexista, al igual que la inserción de la mujer en el trabajo, sometida a inequidades de salario, son algunos de los temas que aborda Hernández mediante un estilo cercano, vigoroso, como un gran llamado de alerta a generar cambios en las mujeres. 

Dentro de los textos más originales se encuentran los de Lina Meruane y Verónica Jiménez. El primero es una ficción-crónica notable. A partir de un diálogo de mujeres surge la cita a Camille Paglia, feminista estadounidense de derecha, quien asevera que el costo de salir de casa es la violación y que las mujeres tendrán que asumirlo como un peaje. Este juicio macabro da lugar a una discusión con dos posiciones contrapuestas: responsabilizar a las mujeres de sus propias violaciones o asumir una política de exigencia a “no ser violada ni agredida ni abusada cuando vamos solas”. Jiménez, por su parte, una de las voces más importantes de la poesía chilena, se orienta a reconstruir la enigmática figura de la gran Rosa Araneda, poeta de fines del siglo XIX, quien a través de su escritura desafió sin resquemores los cánones machistas de la época. La prosa de Jiménez conjuga fineza con una mirada ruda excepcional. 

La poeta Elvira Hernández contribuye con un ensayo titulado Nos nos falte calle.

La lectura de este excelente libro permite identificar desde donde están escribiendo las mujeres chilenas hoy. Para mí, escriben desde el lugar de la denuncia a la violencia de género, a la guerra material y simbólica que el patriarcado y el neoliberalismo despliegan contra la mujer emancipada o en vías de emancipación. Estas voces se alzan generando una denuncia y múltiples prácticas de resistencia a la violencia que intenta devolverlas al espacio doméstico. Estamos, nada más y nada menos, que ante la plenitud de una política de segregación que sin duda estas escrituras rechazan, demostrando que la única batalla perdida es aquella que no se da…y las mujeres la estamos dando. Desde todo punto de vista, un libro imprescindible.

Carlos Ruiz: “Es peligroso que se use esta pandemia para que los ricos aumenten sus caudales”

El sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile y presidente de la Fundación Nodo XXI, analiza el comportamiento de la ciudadanía y el rol que debería jugar el Estado en medio de la pandemia, sin dejar de lado el contexto de estallido social, que es abordado en su último libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, que acaba de arribar a librerías. Ruiz plantea la aparición de un nuevo sujeto político que viene a reinventar el movimiento social y sugiere que en el pensamiento feminista de autoras como Rita Segato y Judith Butler se pueden encontrar las claves para reformular una izquierda del siglo XXI.

Por Jennifer Abate

-¿Qué te ha parecido el manejo que el gobierno ha hecho de la pandemia en cuanto a su agenda de prioridades? He visto que has sido bastante crítico y que públicamente has instalado la idea de una “lucha por la vida” que se debería anticipar a toda medida, incluso económica.

Nosotros entramos a la situación de pandemia, de peste, en el contexto de un abismo muy fuerte entre política y sociedad. Tenemos una de las sociedades con una de las más bajas tasa de participación, en torno a un 40%, en un contexto en el que esa baja adhesión política no va de la mano de una especie de apatía, sino, por el contrario, se produce en una sociedad con alta propensión a la movilización, que se evidenció en el octubre chileno. La incapacidad e ineptitud gubernamental de trabajar el ensayo y error nos legó una sociedad más activa, que demanda más información, más informada, más social, más solidaria, y eso se ha vuelto uno de los capitales principales para poder manejarnos ante esta nueva situación. No es casual que la sociedad releve otros liderazgos, incluso, unos muy distintos a las esferas más tradicionales como el Poder Ejecutivo o Legislativo, sino que los encuentra en los alcaldes o en el Colegio Médico, en la figura de Izkia Siches. Ese es un capital tremendo que en estos momentos ha tenido no poco impacto, lo que no implica que haya que seguir presionando a la política, y he ahí la otra discusión. Las agendas que se tenían antes de esto, creo que hay que posponerlas, en su gran mayoría. En el caso nuestro, te hablo desde la izquierda, agendas de transformación. Sé que ha sido polémico el que haya que posponer las fechas del proceso constituyente, y estoy de acuerdo con que no hay condiciones para hacerlo, pero con lo que no estoy de acuerdo es con que haya una derecha que se aproveche para intentar desvirtuar el proceso constituyente con el hecho de posponerlo. Estamos posponiendo su realización, pero de ninguna manera vamos a suspenderlo. Y se creó una situación, y quiero decirlo de una manera bien directa, porque creo que lo evitamos, donde el tema que está presente es la muerte. Hemos visto cómo esto ya se ha descontrolado en países desarrollados, donde existe algo que se puede llamar sistema de salud, que dista mucho del sistema chileno. Al desmantelamiento del viejo sistema de salud pública sobrevino un enjambre de clínicas privadas que viven de subsidios estatales, del crecimiento del presupuesto o del gasto estatal, eso lo he abordado en algunos de mis libros. La salud, así como la educación, fue a parar a oferentes privados que son competidores entre sí, por lo tanto, no forman parte de un sistema articulado. Ya lo dijo Macron (presidente de Francia) y lo tuvo que reconocer Boris Johnson: la única forma de reaccionar ante una pandemia de este tipo es con una política pública, y si no tienes los instrumentos de política pública, ¿qué pasa? Si te fijas, están las famosas ofertas de planes de contingencia que ha estado teniendo el presidente Piñera, pero prácticamente no se habla de políticas sanitarias; el problema es la economía, nada más. Estoy de acuerdo con que hay resolver el tema de la economía y amortiguar a los que están más desprotegidos porque eso puede agravar el tema de la pandemia, pero de políticas sanitarias no hay nada en esa ofertas, muy poco, es un delta muy pequeño que incorpora eso. Están subordinando, abiertamente, la preocupación sanitaria a la preocupación por la economía. 

El sociólogo y presidente de Fundación Nodo XXI, Carlos Ruiz. Crédito de fotos: Alejandra Fuenzalida.

-Existe un miedo gigantesco dentro de la población que está más desprotegida y que tiene empleos más precarios. ¿Cómo se debería apoyarlos en este escenario?

Ahí hay que reaccionar y presionar, hay que reaccionar y presionar, construir propuestas, insistir desde los distintos flancos, desde los instrumentos que manejan distintos actores, academia, intelectualidad. Las fundaciones podemos hacer una cosa y la política de los parlamentarios puede hacer otra. Mi llamado es a hacer un frente común de lucha por la vida en este momento.

-La pandemia por Coronavirus ha golpeado fuerte todos los aspectos de la vida de las personas y por supuesto puso en pausa la movilización social, en las calles, al menos, que se venía dando desde el 18 de octubre. En este contexto, ¿sigues creyendo que lo que viene para Chile es “la construcción de un nuevo pueblo”, como planteas en tu libro?

En mi libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, intento trabajar la idea de ese nuevo pueblo de una manera que no sólo apele a una idea de voluntarismo o de deseo. En Chile tenemos la experiencia inédita de que vamos para casi medio siglo de neoliberalismo. Yo lo he dicho otras veces: en el resto de América Latina se instaló más tarde, en la década del 90 con Menem, Cardoso, Fujimori. Aquí el año 75, cuando los Chicago Boys se toman la dirección económica de la Junta Militar y desplazaron a los llamados neodesarrollistas como Fernando Léniz. Pero de ahí hasta ahora llevamos medio siglo ininterrumpido, entre otras cosas, de desmantelamiento de los viejos servicios públicos y de una profundización de las formas de privatizar la formas de vida cotidiana de la gente y de crearles zonas de incertidumbre que en otras partes del mundo no existen. Frente a eso, se desarmaron también los viejos sujetos sociales, sobre todo los de una clase obrera industrial y también la vieja clase media desarrollista, el empleado público del Estado, profesional, etc., debido a que todos esos servicios fueron desmantelados, fueron expulsadas del Estado. 

Esos dos grandes grupos sociales eran los íconos socioculturales y políticos de los procesos del siglo XX y con ellos se constituyeron, de alguna manera, las identidades populares que alimentaban la política, eso se acabó, lo borró el neoliberalismo y en su lugar plantó a este otro sujeto. Un sujeto que venía reventando por ríos separados, digamos, por ríos que tienen que ver con las pensiones, problemas de género, problemas ambientales, de privatización de la educación, hasta que el 18 de octubre todo eso se junta en un solo gran caudal. Ese es el gran cambio de esto, y ahí lo que se empieza a configurar, al decir “nuevo pueblo”, es un nuevo sujeto histórico, un nuevo protagonista de las décadas que vienen hacia delante. Eso puede estar en este momento suspendido, en un momento en que el tema es la lucha por la vida. Entonces es difícil que, además, la historia de más larga duración vaya a cambiar por ese proceso, como dicen algunos historiadores. La posibilidad de que esto se vaya a reanimar después de que terminemos la lucha por la peste y la pandemia no la puedo anticipar. Sería irresponsable adivinar la forma en que esto se va a reconstruir, pero yo sí diría que tengo la sospecha muy cierta de que nos vamos a reencontrar de nuevo en la famosa plaza donde se va a buscar dignidad.

«Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.»

-Desde diversas fuentes, incluso medios de comunicación más conservadores como el estadounidense Financial Times, se ha propuesto la inevitable necesidad de revisar el rol del Estado en la manera de conducir las naciones, sobre todo en países neoliberales como el nuestro. ¿Qué piensas que va a suceder con el Estado?

Es una discusión que está dando vueltas en todos lados, y es impresionante cómo acá seguimos encerrados sin dejarla entrar. Es increíble cómo, acá, el grueso del paquete de contingencia que se va a otorgar para las Pymes es básicamente poner ese capital como aval en la banca privada y sin control de las tasas de interés que la banca vaya a entregar a los supuestos emprendedores. Los puede entregar con tasas de interés inaccesibles o bien con ese fondo y esos avales; eso incorporarlo en el lucro propio, porque decide trasladarlo al famoso riesgo. Lo que quiero decir es que el Estado se abstiene completamente de movilizar sus instituciones de fomento. Podríamos haber hecho todo a través de Corfo, Indap, cooperativas de ahorro y crédito, pero nada de eso. Entonces lo que me preocupa es que estas políticas pueden terminar ahondando en la desigualdad ahora que entramos a la crisis. Por un lado, porque se va a tender a regresar a la pobreza de los sectores con las economías familiares más precarias, y son los que dependen sobre todo de la pequeña empresa. Entonces es muy peligroso que usemos esta pandemia en un momento de riesgo, cuando debemos estar en una lucha por la vida, como una especie de oportunidad para que los ricos aumenten más sus caudales. Es decir, si se dan procesos que tienden a la concentración, eso va a redundar en más conflictos.

-En ciertos sectores hay una visión positiva de lo que puede traer esta crisis, un cambio para mejorar esta sociedad, pero lo que tú planteas es que si la política no es activa en este momento, el futuro podría ser incluso peor y se podría profundizar la brecha y el enriquecimiento inédito de los más ricos en este país.

Creo que nosotros no deberíamos conformarnos pasivamente con lo que vaya a suceder de manera inevitable. Somos una sociedad más activa, más informada, que puede buscar sus distintos canales, presionar a los representantes para que actúen, generar propuestas, denunciar este tipo de cuestiones. Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos sencillamente diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Es una locura y, además, sin regulación de las tasas de interés. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, somos la versión más ortodoxa, más extrema de este asunto. Es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.

Muchas veces en la historia se había ninguneado el rol de los Estados, pero ahora aparece la necesidad, desde parte de la ciudadanía, de que sea el Estado quien fije, por ejemplo, el valor de los productos prioritarios, que sea el Estado el que asegure los empleos y el flujo de salarios. Incluso algunas empresas privadas han empezado a solicitar salvataje al propio Estado.

En ese sentido, salvemos a la gente y no a los empresarios. Aquí hay una producción política de la desigualdad, es falso decir que esta desigualdad la esté produciendo el mercado, esta desigualdad está siendo estructurada desde las esferas políticas, es decir, hay una constricción de las oportunidades para producir privilegios que están determinados políticamente, que están dictados políticamente para que esos sectores acumulen más, entonces no es cierto que es la mano invisible del Estado. Hay ciertos tipos y formas de desigualdad, sobre todo patrimonios de tipo financiero más que de tipo físico, que están determinados, que están concebidos de manera política, por lo tanto ahí el conflicto que tenemos que enarbolar en función de eso es eminentemente político, y este es un momento en que la política tiene que reaccionar y volver a vincularse con la sociedad ante una situación como esta y dejar de discutir en planos sobreideologizados. Lo que acaban de hacer, la verdad, es entregar todos los fondos a una especie de banca del segundo piso de La Moneda. Entonces no sólo es oprobioso sino que es muy peligroso lo que están haciendo, no sólo por el contexto sanitario sino también porque la manera en que va a agudizar el conflicto social.

-¿La crisis social que estalló cinco meses antes de la pandemia cambia nuestra manera de reaccionar frente a las acciones que está tomando el gobierno en esta crisis sanitaria y social?

Durante la segunda mitad de los años 90 nosotros éramos mostrados como una sociedad que era ícono del individualismo y el consumismo, yo creo que aquella sociedad y esta hubieran reaccionado de una manera completamente distinta a lo que está ocurriendo hoy. Ahora mismo se me viene la discusión entre Tomás Moulian y Eugenio Tironi en los años 90. Entonces, me parece que la sociedad tiene que buscar las formas, con todas las ataduras de manos que tengamos, así está pasando todo hoy, y exigir por distintas vías que lo que son recursos de todos nosotros, sean usados para proteger a la sociedad.

¿Se necesita entonces un cambio estructural y radical de nuestro sistema? ¿Basta sólo con el cambio constitucional?

Hay en el mundo una sensibilidad que se empieza a abrir a ciertos temas que hace 10, 15 años estaban vetados. Me parece que Chile sigue siendo muy cerrado, dominado por la élite, hay que seguir quebrando ese cascarón elitario, se empezó quebrando recién en octubre y yo creo que va a seguir haciéndolo, pero hay que seguir empujándolo y ahí hay que ensanchar el horizonte de la política, esa política tan restringida que nos heredó la transición, en condiciones muy excepcionales, con una política muy aislada, cerrada, respecto de la sociedad, muy poco transparente. Hay que tratar de abrir todo lo que permita esta situación extraordinaria en la que estamos y, saliendo de esto, hay que entregarse al proceso constituyente.

-En el debate internacional ha habido divergencia de miradas. El esloveno Slavoj Zizek pronostica que el virus es un golpe mortal al sistema capitalista y el surcoreano Byung Chul Han cree que más que a la solidaridad, el Covid-19 nos va a llevar a una condición de aislamiento. ¿Qué opinas sobre esta discusión?

No soy el primero que lo va a decir, varios intelectuales y académicos de nuestra alma máter lo han hecho. Yo creo que estos tipos están afectados por un virus de la ansiedad, que empiezan a sacar conclusiones de dimensiones epocales ante una situación extraordinaria. Creo que opinan con mucha más calma Judith Butler o Rita Segato desde el feminismo, y tengo mucha delicadeza para hablar de feminismo porque estoy aprendiendo, pero creo que ellas van adelantándose en concebir una nueva relación entre Estado e individuo que es fundamental para pensar una izquierda del siglo XXI. Me parece que ellas marcan algunas de las puntas de vanguardia que no están resueltas y que son mucho más interesantes que los otros autores que mencionaste.

Este es un extracto de la entrevista realizada el 10 de abril de 2020 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.