Adiós a Efraín Barquero, poeta sobreviviente de la generación del 50

Su infancia en el campo chileno marcó el comienzo de una poesía vitalista, que buscó siempre en la naturaleza los orígenes del ser humano y su conexión con el mundo. Ganador del Premio Nacional de Literatura en 2008, hasta bien entrada esa década, Barquero aún seguía viviendo en Francia, donde se exilió tras el golpe de Estado. Sin embargo, nunca dejó de evocar ese terruño impreso en la memoria, a través de una lírica que era tan cotidiana como luminosa. Anoche, el poeta falleció, a los 88 años, en su departamento de Providencia, debido a una enfermedad pulmonar crónica.

Por Denisse Espinoza

Por algún tiempo, Efraín Barquero (Piedra Blanca, 1931) fue etiquetado como el poeta del campo y la tierra chilena, una nueva voz que aparecía, a mediados de los 50, para retomar la lírica de lo cotidiano, de las tradiciones ancestrales y como suerte de continuador natural de Pablo Neruda, quien le daría su venia al escribir el prólogo de su primer libro, La piedra del pueblo (1954). Sin embargo, en pocos años Barquero se animó a emprender otros vuelos literarios: un viaje a China en 1962 le abrió las puertas a una mirada más universal, saboreó otra cultura y comparó ritos rurales de allá y acá, que marcarían para siempre su obra. Así lo cree el periodista y editor de Ediciones Lastarria, Pedro Pablo Guerrero, quien el año pasado reeditó, por primera vez, junto a Pablo Farba de Editorial Nascimento, el libro El viento de los reinos, publicado originalmente en 1967. “Sin desmerecer sus otros libros, que me encantan, creo que con este logra una universalidad que no había alcanzado antes, entrar en contacto con territorios extraños, con una cultura tan distinta en uno de los periodos más importantes de China, con Mao a la cabeza, todo eso la convirtió en una obra única”, comenta Guerrero sobre el libro que se presentó el año pasado, a inicios de octubre, durante la Primavera del Libro y que se transformó en la última noticia literaria que tuvimos de Barquero.

Aquejado hace varios años de Epoc (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica) y últimamente con problemas de movilidad debido a una fractura de cadera, Efraín Barquero se mantenía recluido en su departamento de Antonio Varas, Providencia, donde anoche abandonó este mundo. Viudo desde 2016 y con sus tres hijos viviendo en el extranjero -lo que se suma al complejo contexto de la pandemia-, el poeta tendrá un funeral íntimo este 1 de julio en el Parque del Recuerdo.

Con la partida del autor de El viejo y el niño desaparece el último poeta sobreviviente de la dorada generación del 50, aquella que bebió de la obra de Neruda y Parra, y que cultivó un desencanto por la vida moderna al mismo tiempo que rehuía el criollismo. Enrique Lihn, Jorge Teillier, Armando Uribe, Miguel Arteche fueron algunos de quienes, como Barquero, pusieron en jaque el propio terreno de la poesía, cada uno con un estilo original e intereses propios, pero compartiendo un escepticismo vital en un contexto social de profundo cambio.

“Al igual que Teillier, Barquero fue una especie de exponente de la poesía lárica, se dedicó a trabajar el origen y el hogar, pero desde un lugar mítico. La diferencia es que si para Teillier el origen del mito humano era un paraíso perdido, imposible de recobrar, en Barquero había una posibilidad de reencontrarlo en la vuelta a la naturaleza, era allí donde él buscó las conexiones más profundas del ser humano y donde emerge la solidaridad de nuestra especie”, dice el poeta Naín Nómez, quien estrechó una amistad con Barquero desde que en 2000 trabajara en su primera y única antología, editada por LOM, sello que en los últimos años emprendió un trabajo de rescate de la obra del Premio Nacional 2008. “Cuando aún no existía el hombre/ existía un nudo en el viento/ y una vaga exclamación en el espacio./ Todo era demasiado grande y tenebroso/ para que existiera una sola gota a punto de caer/ y dos árboles unidos por una telaraña…” escribió Barquero en El poema en el poema.

Algunas de sus novelas clave: La compañera (1956), El poema en el poema (2004), El viento de los reinos (1967, reeditado en 2019) y Escrito está, su último libro de 2017.

Su próximo libro también era un rescate de los años 80, pero esta vez inédito: La voz de las raíces, que está nuevamente a cargo de Nómez, bajo LOM Ediciones: “Habla sobre el tema del origen, la infancia y los pueblos rurales del centro del país, temas que desarrolló a lo largo de su trayectoria”, cuenta el poeta, filósofo y académico de la U. de Santiago. “Con Efraín éramos muy cercanos, pero él no era de muchos amigos, era muy retraído y tímido, hablé con él la última vez hace unos 10 días, tenía ganas de que nos viéramos, pero estaba consciente de que era difícil por la pandemia”.

El poeta Jaime Quezada también recuerda a Barquero como un hombre solitario, que sin embargo caló hondo en su generación de jóvenes escritores de los 70. “Yo fui un lector muy admirativo de su obra, toda la generación del 50 era referente para nosotros, era paradigmática. Él tenía un tipo de escritura muy original, que rescata lo más originario de la tierra, de la oralidad, de lo chileno, y al mismo tiempo su obra tiene esa limpieza, una mirada luminosa de las cosas, de los objetos. Es muy notable cómo lo cotidiano se cuela en su escritura, la ritualidad y las materialidades de las cosas están muy presentes y uno admira ese amor por el lenguaje y el interés de hacerlo más sencillo, cotidiano y cercano al lector”.

Amante de la vida de campo, Barquero vivió varios años en Lo Gallardo, pueblo de la provincia de San Antonio, donde el poeta y su familia tenían una casa en los terrenos de su amiga Inés “Momo” del Río de Balmaceda, lugar que también terminaría siendo centro de reuniones de escritores y poetas. En los 70, bajo el gobierno de Salvador Allende, Barquero desarrolló una carrera diplomática que lo llevó a Colombia, donde lo pillaría el golpe de Estado. Peregrinó por México y Cuba hasta finalmente radicarse en Francia, primero en Estrasburgo y más tarde en Marsella, donde llegó a vivir hasta entrados los años 90, época en la que intentó por primera vez regresar a Chile, sin éxito. “Estuvo viviendo acá intermitentemente, pero se le hacía difícil volver a establecerse, es lo que le pasa a la mayoría: si te vas de Chile, desapareces, eres un fantasma, y sobre todo cuando te dedicas 100% a la escritura, es complicado volver”, cuenta Nómez. 

El regreso y la muerte

Entre 1979 y 1985 publicó obras importantes en Francia: A deshora, Mujeres de oscuro y El viejo y el niño, editados todos en Chile, en la década de los 90. Hasta que en 1999 logró publicar La mesa de la tierra, con el que recibió ese año el Premio Municipal de Literatura. De a poco la figura de Barquero volvió a entrar en el mapa de las letras locales.

«Su poesía conmueve por su autenticidad, hondura y sencillez, lo que significa hacernos vibrar, y transmite una experiencia vital, la suya, con un lenguaje cristalino», dijo el fallecido novelista y Premio Nacional de Literatura 2006, José Miguel Varas, quien fue parte del jurado que galardonó a Barquero con el Nacional en 2008: el reconocimiento terminó por sellar su regreso a Chile y su obra fue lentamente cobrando su espacio. Él, quien siempre había rehuido la ciudad, terminó viviendo, hasta ayer, en el corazón de Providencia.

Efraín Barquero en Lo Gallardo, provincia de San Antonio. Foto: http://www.efrainbarquero.net/

Para Naín Nómez, Barquero tuvo una matriz poética transversal que desarrolló a lo largo de toda su vida literaria, volvía a revistar una y otra vez los mismos temas, pero su escritura se iba afinando. “Su primera poesía es más narrativa, pero de a poco se va recogiendo en sí misma, se va haciendo cada vez más sintética, entrando a mayores densidades. Su aporte dentro de la generación del 50 tiene que ver con una suerte de crítica a la modernidad, a todo el proceso de tecnologización y de aislamiento del ser humano, a partir de este elemento natural siempre presente en su obra, al igual que la idea de la solidaridad de los seres humanos que nunca abandona”, dice el académico. “Es interesante, porque en mis clases, Barquero les gusta mucho a los jóvenes, curiosamente es una poesía retro, pero que recoge la inquietud de salir de la alienación de las ciudades”.

El amor y la muerte fueron otros de los temas que desarrolló en su obra, también con una mirada íntima y a la vez cotidiana. «Así es mi compañera / la he tomado de entre los rostros pobres / con su pureza de madera sin pintar / y sin preguntar por sus padres porque es joven y la juventud es eterna / sin averiguar donde vive / porque es sana, y la salud es infinita como el agua / y sin saber cuál es su nombre / porque es bella y la belleza no ha sido bautizada», escribió el poeta en un fragmenta de La compañera (1956), libro que dedica a su esposa Elena Cisternas Franulic, la mujer que estuvo a su lado desde que se conocieran a inicios de los años 50 en una de las salas de la Biblioteca Nacional. Él había llegado a Santiago desde Teno, donde era apicultor, para estudiar Pedagogía en Castellano en el Instituto Pedagógico y Derecho en la Universidad de Chile; y ella era alumna de la escuela de Bellas Artes y preparaba su tesis en arte japonés. No se separaron más. Hasta que, en 2016, Elena falleció de un ataque al corazón. 

“La muerte de Elena lo deprimió mucho, y aunque él siguió sobreviviendo por su poesía, que era el gran motor en su vida, él sentía la falta de ella, lo conversamos muchas veces, porque sentía que ya no tenía mucho más que hacer aquí. Ella era la parte más concreta y realista del mundo, era quien además se preocupaba de las cosas cotidianas, le cocinaba y era su sostén. Es curioso, porque a pesar de que él en su poesía habla mucho de semillas y alimentos, no sabía cocinar. En este último tiempo vivía solo y le acompañaba su cuidadora, la señora Angelina, quien suplió esas tareas en su vida”, cuenta Naín Nómez.

El golpe de la muerte de su esposa lo empujo por última vez, en 2017, a escribir un volumen dedicado a ella, Escrito está (LOM Ediciones), donde vuelca el dolor por la pérdida y la negación de su desaparición, que hoy es también la suya: “Tu último suspiro fue aún más suave/ que soplar un vilano, que aspirar una flor./ Y sin dejar de mirarme, como acercándose a mí/ para decirme que la ayudara a vivir un día más./ Yo soplé en su boca para hacerla vivir/ sabiendo que estaba muerta, soplé y soplé/ y sentí que alguien me estrechaba con un abrazo mortal./ Era el primer nudo de nuestra vida, el nudo ciego/ de nuestra juventud, que se hace también ciegamente/ con los extremos de la vida y de la muerte./ Yo dejé de soplar para decirle a mi mujer/ que ella no podía morir porque yo estaba vivo./ Y ante esta afirmación se produjo un silencio infinito”.

Beatrice Ávalos: “En Chile vivimos de los resultados Simce; no hay mucha confianza en los docentes”

La académica, profesora de historia y geografía de la UC y Premio Nacional de Ciencias de la Educación 2013 reflexiona sobre los tres meses de pandemia en los que la enseñanza ha debido trasladarse obligatoriamente a los hogares. Reconoce tener una visión positiva sobre los cambios que se han desencadenado en este periodo y aplaude la disminución de las pruebas Simce obligatorias para dar paso a una toma muestral que le quitará presión a la labor de los profesores y profesoras. Autora de libros como Héroes o villanos, la profesión docente en Chile y Formación inicial docente en Chile, tensiones entre políticas de apoyo y control, Ávalos es doctora de la St. Louis University, Estados Unidos, ha sido investigadora del Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación, del cual fue creadora, y en 2008 se integró como investigadora del Centro de Investigación Avanzada en Educación (CIAE) de la Universidad de Chile.

Por Jennifer Abate

El 15 de junio se cumplieron tres meses desde que el gobierno cerró los establecimientos educacionales. ¿Cuáles cree que han sido los principales problemas o desafíos que ha enfrentado el sistema educacional en este periodo?

El gran desafío es no poder hacer clases frente a frente. Es interesante, porque las tecnologías estaban desde antes, no se inventaron ahora; poder impartir educación con el uso de tecnología lleva 20, 30 años en proceso. A mí me llamó la atención, haciendo estudios de profesores jóvenes, que en sus prácticas o al comenzar su enseñanza estaban usando recursos como ver programas de televisión con niños en la sala de clases. No es que de la noche a la mañana tuvieran que dar un salto tecnológico, pero a los profesores y profesoras, y creo que me uno a ellos, nos gusta el contacto persona a persona, porque tú ves la cara de alguien al que le estás hablando y ves si está enganchando o no, hay espacios para hacer preguntas, analizar algo que se está enseñando, la enseñanza debe ser activa y yo creo que las y los profesores tratan de hacer eso. Cortar esa relación directa y comenzar otro tipo de relación es, yo creo, la mayor dificultad que han tenido los docentes. Una cosa que me llamó la atención de la encuesta que hizo Elige Educar tiene que ver con una lista de posibilidades de ayuda, contacto con personas, materiales, cuáles son los que ellos están usando más en este momento, y parece ser que la colaboración se está produciendo más que antes. La colaboración entre profesores, docentes, que es algo que nosotros hemos estudiado y sabemos que ayuda a mejorar la enseñanza. Poder conversar con otro, preguntarle ¿cómo te las arreglaste tú? ¿Qué hubieras hecho en este caso? 

En 2013, la investigadora y profesora de historia, Beatrice Ávalos, recibió el Premio Nacional de Educación.

En el contexto actual de enseñanza telemática, ¿puede un sistema educacional tan fragmentado como el chileno responder de manera efectiva y oportuna?

El sistema educacional se fue fragmentando en estas tres formas: la educación privada, que es un núcleo chico; y la educación municipal pública, que va haciéndose cada vez más pequeña frente a una educación particular subvencionada, ambas recibiendo el subsidio estatal, pero con desventajas para la educación pública municipal. Bueno, eso es lo que debiese empezar a cambiar con la ley que va a desmunicipalizar la enseñanza. Pensamos que hay cosas que van a mejorar. Por ejemplo, ahora el Ministerio de Educación no va a hacer el Simce como siempre, y hasta hace muy poco estábamos todos gritando que no se hiciera. Ahora el ministerio dice que no va a ser censal, sino una muestra representativa.

Lo interesante es, yo creo, que cuando se acabe la pandemia vamos a continuar la práctica de un Simce muestral y no censal. Un profesor de Inglaterra (con quien estoy escribiendo un artículo) me decía que lo mismo está ocurriendo allá, que los habían obligado desde  el Ministerio de Educación a realizar pruebas de evaluación externas, pero que ahora eso ha cambiado. Vamos a volver, quizás, a formas pedagógicas donde le vamos a dar autoridad a los profesores sobre la base de una buena formación y sentido de profesionalismo, y vamos a quitarles el peso de un sistema evaluativo que en una década aumentó y llegó a tener 13 o 14 pruebas distintas llamadas Simce. Esa es una presión evaluativa tremenda y en esta pandemia el ministerio no puede tener ese tipo de control a través de esa cantidad enorme de pruebas. Los profesores, ya se sabe, no pueden enseñar el currículum tal como está, los profesores están teniendo que reinventarse para trabajar de una forma distinta y eso, creo, es un aspecto positivo, difícil hoy en día, pero positivo en el futuro, porque para muchos va a significar una reinvención de la manera de ejercer la profesión.

¿Cuál es el impacto del Simce y de las pruebas estandarizadas sobre el aprendizaje que reciben las y los estudiantes y la labor de las y los profesores? 

El primer problema es el que he señalado antes: tener algunas pruebas Simce en sexto básico, primero medio, y que luego empezáramos a aumentarlas, a tener incluso prueba de segundo básico, que fue un grito en el cielo, un niñito chico obligado a estas pruebas estandarizadas. El exceso de estas pruebas le quita el espacio a los docentes para enseñar sin los miedos de no enseñar aquello que se va a medir. Se han hecho investigaciones interesantes, colegas, algunos de la Facultad de Ciencias Sociales, han hecho estudios sobre cómo las escuelas viven la experiencia del Simce, y uno de los factores es que hay un tiempo de preparación donde todo se paraliza. Viene el Simce, entonces los próximos tres o cuatro meses estamos preparando la prueba. Luego de la prueba hay un respiro, “ahora empiezo a enseñar lo que quiero realmente enseñar, hasta que tenga que volver a preparar el nuevo Simce”. Esa forma de educar es completamente opuesta a lo que debiésemos enseñar en la formación docente. Se supone que si soy un buen docente, una buena docente, voy a pensar en mis clases, en mis alumnos, voy a pensar en el currículum que voy a enseñar, voy a poner énfasis en algunos aspectos porque sé que no puedo ponerlo en todos. Existe miedo a los malos resultados de una prueba, que incluso pueden afectar al punto de cerrar una escuela que no dio con el nivel que se esperaba, y ese miedo lo sienten sobre todo los profesores y las profesoras de educación pública, que tienen que trabajar con los sectores de menor nivel sociocultural.

¿De qué otra manera se puede medir el avance y aprendizaje de los y las estudiantes sin que se produzca esta situación tan dañina que usted describe?

Bueno, una de las formas es hacer un Simce muestral. En Chile se aplica la prueba Timss, la prueba Pisa, que son muestrales y nos dan una visión de lo que saben nuestros estudiantes comparados con otros estudiantes del mundo. Si hacemos una prueba muestral que sea representativa, vamos a ver los niveles de aprendizaje y cuánto se avanza y no se avanza. No lo asociamos a consecuencias negativas, de manera que yo, en esta escuela, ya no tengo miedo de que la cierren porque no llegamos a un nivel esperado. Más bien, el Ministerio de Educación y las autoridades van a tener que trabajar mucho más, especialmente en las agencias locales de educación, donde hay centros dedicados al trabajo con los profesores, al desarrollo profesional, vamos a trabajar con los docentes, profesoras, aquellas áreas complejas de aprendizaje que un Simce muestral mostró que no estaban bien cubiertas, bien llevadas.

El Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (Simce) se implementó a finales de los 80 en Chile.

Sabiendo que se puede aplicar pruebas muestrales como la Timss y la Pisa, ¿por qué se decide aplicar el Simce? 

El Simce apareció a finales de la dictadura de Pinochet, pero no tenía ninguna consecuencia y, curiosamente, cuando llegamos a la era democrática nos va dando cada vez más miedo. Empezamos a asegurar que todos tengan un Simce, las dos veces que se aplicaba, pero después sumamos en cuarto básico, en octavo, en segundo. Luego pensamos que a lo mejor había que tener un Simce que midiera especialmente otras habilidades y, lentamente, parece que cada gobierno, que cada grupo ministerial empieza a angustiarse más y empieza a querer saber qué pasa si agregamos otro Simce. Al principio no había crítica, pero lentamente esta empieza a producirse cuando se comienza a ver el efecto que este sistema está produciendo. La crítica vino en la Revolución de los Pingüinos, en las discusiones del grupo que formó la presidenta Bachelet para discutir el tema de educación, hasta que estalló. Ese estallido se produce hacia finales del gobierno de Bachelet y ahora ha bajado el número de pruebas, pero esta experiencia de hacer un Simce censal va a ser buenísima.

Usted se fue de Chile en un periodo de mucha persecución política a los profesores y ha mencionado que del Reino Unido también se fue por el impacto de la era Thatcher. ¿De qué manera han afectado esos traslados o migraciones su manera de entender la profesión docente?

Bueno, yo llegué a trabajar a Gales. Llegué a un sistema completamente distinto y al no tener un título de profesora como tal, no podía dar clases en el sistema escolar, pero fui invitada y me pude quedar. Gané un concurso en la Universidad de Gales, me casé ahí, mi marido, que falleció, fue galés, y nosotros decidimos irnos cuando vino una tremenda presión sobre las universidades y obligaron a la Facultad de Educación donde estábamos a trasladarse a otra parte de la ciudad y destruyeron, en cierta medida, la facultad que estaba funcionando. Ahí se fueron muchos de los profesores y profesoras a otras universidades; para mí fue como vivir por segunda vez la experiencia chilena de los años de la dictadura. Esa fue, en parte, la razón del traslado, pero también el interés que desarrollé en mi época galesa trabajando en los programas de magíster y doctorado, donde recibíamos a muchos alumnos y alumnas que venían de países de África y Medio Oriente y me interesó el trabajo con ellos. Ahí desarrollé una especie de especialización en los países en desarrollo y creamos una sociedad en Gran Bretaña de estudios de países en desarrollo, un congreso que se hace regularmente cada dos años. Lo dirigí, no lo hice yo, pero en cada uno de estos países, India, países de África, de América Latina, teníamos grupos que estaban trabajando. 

Todo esto hace que me abra a esas realidades, porque he visto lo complicado que es, por ejemplo, en un país gigantesco como India, llegar a todos los maestros, maestras, darles los materiales que necesitan, hacer desarrollo profesional docente en la forma que uno quisiera. Eso hizo que cuando se produce esta crisis en Gran Bretaña, decidamos acudir a un llamado a concurso para el cargo de profesor de la cátedra de educación de la Universidad de Papúa Nueva Guinea, un país que pocos chilenos conocen, pero que está al norte de Australia.  Eso fue trabajar de verdad en un país en desarrollo.

En su experiencia internacional ha trabajado en muchos países, en organismos como Unesco, la Unión Europea y el Banco Mundial. ¿En qué situación educativa diría que se encuentra Chile respecto a otros países?

En general, tenemos un sistema educacional que obviamente invierte más que otros países menos desarrollados, pero no es suficiente, hemos empujado y eso ha mejorado, pero siempre falta. Tenemos un sistema que funciona, de eso no hay duda, estamos en un proceso de muchos cambios debido a las leyes, porque nos dimos cuenta de que no todo estaba funcionando. Cuando digo “un sistema que funciona”, digo que no se cae a pedazos, pero eso no quiere decir necesariamente que el sistema es lo que se quisiera, creo que la comparación con otros países es suponer que existen países con sistemas perfectos. Nos hemos comparado con Finlandia, porque a Finlandia le fue muy bien en una prueba Pisa y hoy no les fue bien, pero no están preocupados. Esa es la diferencia de Chile, vivimos un poco de los resultados de las Pisas, Timss, de los Simce, y creemos que el sistema tiene que funcionar así. Lo que hace Finlandia es decir: la educación es importante, invirtamos en ella, preparemos a los profesores, pidamosles que sean súper personas y démosles libertad, eso nos falta. 

No tenemos mucha confianza, tenemos miedo a que los y las profesoras no sean capaces, entonces no les damos toda la libertad y por eso tenemos los Simce, pero yo tengo confianza en que podemos cambiar, podemos mejorar. En el CIAE veo a un grupo de personas investigando, que piensa y valora la educación, y como nosotros hay otros grupos que hacen lo mismo, y lo que tenemos que hacer es, quizás, elevar más fuerte nuestra voz para decir cómo debe ser y cómo debe mejorar el sistema educativo. Increíble, pero me he vuelto más positiva con esto de la pandemia de lo que era antes. Porque entre el año 2000 y el 2006, cuando empezamos a decir “tenemos que cambiar”, no pasaba nada y ahora está pasando, tenemos leyes que hay que implementar, acabo de revisar los estándares de formación docente y los nuevos están mejorados con respecto a los antiguos en varios aspectos. Creo que hay posibilidades, tenemos institucionalidad que puede hacer un buen sistema, pero tenemos que ser siempre críticos frente a lo que se hace.

Extracto de la entrevista realizada el 19 de junio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Protestas post pandemia: ¿Estallido 2.0?

Si no se realizan cambios estructurales al actuar de Carabineros en las calles frente a las manifestaciones sociales, es muy probable que ocurra un nuevo estallido. Tal vez no de forma masiva o en un solo territorio, pero los hechos de protesta por las condiciones políticas, sociales y económicas se harán sentir en las calles de una u otra forma. Las condiciones políticas que permitieron la apertura de un nuevo espacio de diálogo se ven reflejadas en el acuerdo político que nos llevó a un itinerario de cambio constitucional. Esta agenda no puede quedar empantanada por la pandemia; muy por el contrario, las transformaciones urgentes de la carta constitucional que permitirían construir un nuevo contrato social deben estar en la agenda de debate. 

Por Lucía Dammert

La pandemia tendrá consecuencias económicas y sociales profundas para América Latina. Si bien aún los pronósticos cambian de forma diaria, las visiones de la CEPAL o el Banco Mundial reconocen un retroceso de entre una a dos décadas en los logros de la lucha contra la pobreza y la desigualdad. 

Chile no es una excepción. A mediados de mayo de 2020 más de 459 mil trabajadores enfrentan suspensión de sus contratos, más de 17 mil reducción de sus jornadas, lo que impacta directamente sobre aquellos que tienen trabajos más precarios. Según datos del INE, el desempleo al mes de abril de 2020 alcanzó a 8,3% de hombres y 9,9% de mujeres, lo que se suma a una tasa de ocupación informal que se situó en 26,3%. La información aparece de forma constante con un mensaje claro: los que menos tienen sufrirán más por la consecuencias de la pandemia. 

Referirnos a las bases del estallido del 2019 parece algo lejano en el tiempo. Mucho ha cambiado en menos de un año, pero también mucho ha quedado igual o se ha magnificado. La pandemia presenta tasas más altas de infectados en las comunas más pobres, la pobreza extrema, que llegaba a 1,4% de la población, podría moverse, según estimaciones, entre 2,3% y 2,6%. CEPAL pronostica también que la pobreza que afectaba a 9,8% de la población el 2019, afectará a entre 12,7% y 13,7% en el mediano plazo. 

Con la pandemia y la cuarentena obligatoria, las ollas comunes han regresado a las poblaciones más vulnerables.

El hambre, la sobrevivencia y el frío, así como el trabajo infantil, el abandono escolar y la cobertura médica se instalarán en una agenda social que hace sólo un año reconocía la necesidad de un cambio de modelo en Chile. Ahí donde se puso en duda el lucro con la educación, el negocio de la salud privada y los pésimos resultados del sistema privado de pensiones, ahora se reconocerá la necesidad de mecanismos estatales sólidos y permanentes para brindar estos bienes públicos con un Estado robusto, que sirva a las mayorías y que deje su rol subsidiario. 

La pandemia además ha enfatizado en un tema central del estallido del 2019, la segregación de nuestras ciudades, el abandono de múltiples territorios, la inequidad con rostro de discriminación, maltrato y fragmentación. Vivir en la ciudad no es igual para todas y todos, la presencia de guetos verticales, así como de guetos de pobreza y explotación para la población migrante, son dos caras que por décadas nos negamos a ver. Tal vez estar entre las ciudades más prometedoras o con la mejor calidad de vida para los negocios según rankings internacionales nos impidieron ver el rostro completo de la ciudad que construimos. Esa donde le tememos al distinto y desconfiamos del vecino; donde contaminamos con parque vehicular “del año” y concentramos las áreas verdes en pocas comunas. 

El estallido social del 2019 nos llamó a reflexionar sobre un país que se produce a pesar de estas profundas grietas e inequidades. La pandemia no callará este llamado, por el contrario, es muy probable que lo amplifique, con la evidencia que dejará no sólo en términos de enfermedades y fallecidos, sino también de cuidados y privilegios. Los sectores populares donde se concentró la pandemia y algunos hechos de violencia que ocurrieron en 2019 han sido los primeros en implementar ollas comunes, redes de asistencia ciudadana y mecanismos colaborativos incipientes entre vecinos. Generalmente apoyados por los gobiernos municipales, han enfrentado la precariedad con dignidad, pero también con un claro sentido de abandono que se hizo evidente con los limitados apoyos entregados inicialmente, los llamados al encierro sin reconocer las dificultades del mismo y la situación de la mayoría de los centros de salud ubicados en sus comunas. 

El estallido 2019 tuvo como respuesta inicial un violento accionar policial que no escatimó en usar balines, bombas lacrimógenas y agua con químicos entre otras herramientas de lo que llamamos orden público. La protesta social tiene que ser entendida como un mecanismo legítimo de expresión de necesidades por parte de la población que no se siente representada por los partidos políticos o los gobernantes de turno. Criminalizar su accionar o policializar la respuesta sólo trae más violencia y convierte muchas veces el reclamo en ira. Los informes del Instituto Nacional de Derechos Humanos y de Human Rights Watch muestran señales irrefutables de violación de derechos humanos, así como de un entendimiento institucional del uso de la violencia como una solución rápida. 

La represión policial fue una de las tónicas de las manifestaciones post estallido social del 18 de octubre.

La crisis de legitimidad de Carabineros de Chile marcó la necesidad de una profunda reforma policial, que pusiera énfasis en el verdadero gobierno civil del sector. Por primera vez desde el retorno de la democracia en Chile, el tema policial se analizó desde la integralidad y se pusieron en duda los altos niveles de autonomía, opacidad e impunidad. La pandemia le quitó momentum a este debate, los acuerdos por reformas se han ido transformando en acuerdos legislativos específicos. La certera y proactiva respuesta que han tenido las policías en el marco de la pandemia ha incrementado la confianza y validación de los ciudadanos en las principales encuestas de opinión. Proceso esperable que muestra que el trabajo policial es multifacético y que la ciudadanía, a pesar de las complejidades del pasado, reconoce el rol de una policía que ayuda a la protección. La confianza en momentos de angustia, ansiedad y pandemia no debería entenderse como una carta en blanco para desarrollar estrategias comunicacionales y cambios menores.

Sin cambios estructurales en la forma en que se enfrenta la protesta social, es muy probable que ocurra un nuevo estallido. Tal vez no de forma masiva o en un solo territorio, pero los hechos de protesta por las condiciones políticas, sociales y económicas se harán sentir en las calles de una u otra forma. Las condiciones políticas que permitieron la apertura de un nuevo espacio de diálogo se ven reflejadas en el acuerdo político que nos llevó a un itinerario de cambio constitucional. Esta agenda no puede quedar empantanada por la pandemia; muy por el contrario, las transformaciones urgentes de la carta constitucional que permitirían construir un nuevo contrato social deben estar en la agenda de debate. 

La debilidad estatal no sólo se ha visto reflejada en la carencia de un sistema de atención de salud primaria que permita una cobertura adecuada para toda la población, sino también en la ausencia de espacios de protección. Se trata de una situación que ha consolidado espacios grises, donde grupos informales o criminales cumplen roles de protección y asistencia dirigidos a personas de alta vulnerabilidad. La ausencia del Estado es un escenario extremo que se observa en algunos contextos, en la mayoría de los barrios populares de Chile, donde el Estado está presente sólo en términos policiales, muchas veces reactivamente o con programas sociales que entregan bonos pero no construyen redes sociales. El estallido en los lugares donde el Estado juega este rol ambivalente (represión/abandono) sin duda tendrá expresiones y narrativas muy distintas para las que debería estar preparado el aparato estatal. Preparado no sólo con nuevos carros blindados o cámaras policiales de cuerpo, sino con la presencia efectiva de los sistemas de protección social. Post pandemia preocupa el abandono escolar, el consumo problemático de drogas y alcohol, los problemas de salud mental no tratados, entre otros múltiples factores que son reconocidos por su vinculación con el aumento de la violencia. No es clara cuál será la agenda de inversión en ninguna de estas áreas.

En el futuro cercano tendremos que acostumbrarnos a una “nueva normalidad”, nos han dicho los encargados de la agenda sanitaria. Una normalidad que traerá cuidados especiales, distanciamiento social e incluso restricción de algunas prácticas que nos eran cotidianas. En nuestro contexto, avanzar con una efectiva reforma policial que evidencie que no habrá impunidad por la violencia utilizada el 2019, así como mostrar preocupación por la construcción de una legitimidad policial basada en la confianza y la percepción de trato justo es un elemento fundamental para evitar el posible escalamiento de violencia en el futuro. Mantener un cronograma de debate nacional, con verdadera y diversa participación en el marco constitucional, es muy relevante. El cronograma electoral tendrá que ser discutido en el marco de lo acordado; pensar en una alternativa política que elimine el plebiscito de ingreso, la definición del mecanismo o el plebiscito de salida podría ser entendida como un retroceso en los logros de la movilización ciudadana. 

En la nueva normalidad, el derecho a la protesta deberá ser asumido por la sociedad en su conjunto. La protesta sin respuesta política puede terminar en violencia debido a la frustración o a los intereses de algunos grupos. Está en las manos de los principales líderes sociales y políticos la tarea de involucrar a la sociedad, reconocer los problemas estructurales, avanzar en la agenda de transformación y de inclusión. Así, el estallido 2.0 no debe ser visto como una amenaza, sino como un recordatorio de que la búsqueda de dignidad en la forma en que se desarrolla el país no es un evento episódico, sino un reclamo estructural que llegó para quedarse. 

Alejandra Matus: «Es una salida política fácil culpar a la gente si la autoridad no ha hecho lo suficiente»

Aunque su domicilio actual es Nueva York, EE.UU., la periodista e investigadora ha dedicado estos meses a analizar y recoger datos sobre la pandemia en Chile, dejando en evidencia una serie de inconsistencias en las cifras oficiales de fallecidos y contagiados, lo que junto a otros factores influyó en la salida del ministro Jaime Mañalich. Alejandra Matus es periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Máster en Administración Pública de la Escuela de Gobierno Harvard Kennedy de la Universidad de Harvard. Es autora y coautora de varios libros, entre ellos Crimen con castigo, El libro negro de la justicia chilena —que fue censurado en 1999—, Doña Lucía y Mitos y verdades de las AFP. En esta entrevista, Matus aborda detalles sobre su investigación durante la pandemia y el rol del periodismo en este tipo de contextos.

Por Jennifer Abate

Vives en Brooklyn, EE.UU., y no trabajas hoy en un medio de comunicación, sin embargo, fuiste quien realizó una de las revelaciones claves sobre la pandemia: en nuestro país no era exacto el número de fallecidos. ¿Qué te llevó a emprender esa investigación?

Desde enero me atrajo el tema desde el punto de vista periodístico. Me parecía que había una contradicción entre los deseos y expectativas de los gobiernos, que esperaban que la pandemia se quedara solamente en China, y lo que advertían los expertos, los epidemiólogos, las revistas de difusión científica. Entonces, desde el punto de vista profesional y también por obsesiones propias, fui siguiendo las noticias, y leyendo y aprendiendo distintos aspectos de la pandemia. Como soy chilena, por supuesto me preocupaba cómo iba a desembarcar el virus en Chile, sobre todo considerando que el país venía de un periodo bastante crítico, el estallido social de octubre, y con autoridades con una muy baja credibilidad. Pensaba que el tema de la confianza iba a ser un problema para que las personas adhirieran a las cuarentenas y por eso escribí una columna en marzo, señalando ese problema. 

Una de las primeras cosas que publiqué en Twitter (@alejandramatus) fue precisamente sobre los estudios que hablan de cómo la pandemia afecta más a los pobres y son más graves sus consecuencias cuanto más desiguales son las sociedades. El exceso de mortalidad ya era un tema en marzo, es un indicador que tomaron los primeros diarios, no los inventaron ellos, son indicadores creados por los centros de control infeccioso tanto en Estados Unidos como en Europa y, básicamente, miden cuántas personas fallecen por sobre lo esperado en el periodo de la pandemia.

—¿Por qué este indicador es más preciso?

Es considerado un indicador más preciso del impacto directo e indirecto de la pandemia que las contabilidades propias de los gobiernos, las que están determinadas por factores políticos, de acceso a testeos, de masividad de los testeos, de foco de los testeos, de capacidad, por ejemplo, de contar a los fallecidos en sus casas. Esto no se puede hacer en países que no tienen un sistema centralizado de registro de fallecidos, lo que Chile afortunadamente tiene, pero hasta en los países más robustos en su tratamiento de la pandemia y con más recursos, también se producen deltas, porque es muy difícil capturar los casos en medio de una crisis que está en desarrollo. 

Normalmente, la actitud de los gobiernos democráticos que han visto este indicador ha sido reconocer que hay un reporte inintencional, muchas veces tratar de tomar medidas para corregir este subreporte y, sobre todo, hacerse cargo de ese número para tomar medidas políticas en el momento en que se conoce la información.

¿Por qué crees que en nuestro país nadie tuvo la inquietud de hacer estos cruces? 

No puedo saber por qué otra gente no lo hizo, no es un método que yo inventé, no es algo que estaba escondido y que encontré registrando en un paper escondido en una biblioteca, sino que era un tracker que se iba actualizando y mostraban otros países. Al principio, cuando el Instituto de Salud Pública (ISP) era el primer laboratorio, llamaba la atención que el crecimiento de la infección fuera lineal, o sea, todos los días había un máximo de casos reportados y daba la impresión de que más que mostrar el avance de la epidemia, lo que se estaba mostrando era la capacidad máxima de testeo y no sólo de testeo, sino la capacidad máxima de procesar ese test y sacar un resultado, que además tenía un retraso. Ya en ese minuto, el ISP tenía un retraso de cinco a siete días, por lo que la foto que se estaba mostrando el 10 de marzo podía ser la foto de dos o tres días atrás. Parecía que Chile era un país excepcional, donde, por alguna razón mágica, la epidemia avanzaba lentamente y había pocos fallecidos. La primera muerte se registra el 21 de marzo y a finales de ese mes sólo se habían registrado 16 fallecidos. Eso generaba dudas sobre los datos, dudas razonables si pensamos que se trata de un país que no tenía otras políticas especiales, extraordinarias, y que más bien no había adoptado ninguna de las políticas que en otros países habían servido para contener o aminorar la velocidad de contagio.

Cuando salió la respuesta del gobierno, que dijo que el Registro Civil no era la fuente, pasaron por alto otros dos datos que yo entregué en esa fecha. No sólo había un número mayor de muertes en marzo de 2020 comparado con el mes de marzo de años anteriores, sino que también estaban fuertemente cargadas hacia las edades superiores a los 50 años en una distribución significativamente inusual comparada con los cinco años anteriores. Luego estaba la distribución por regiones. En marzo, si bien a nivel nacional había un 11% de diferencia en exceso de muertes, hay algunas regiones donde esa diferencia era mucho mayor, como Valparaíso, Biobío, Magallanes. 

«Está pasando en los hospitales: la gente vive no solamente estresada por el control de la pandemia, sino también por la amenaza de sumario, de si se llega a saber que se dijo algo que el gobierno estima inconveniente. Eso destila un espíritu autoritario que no se condice con un Estado democrático»

Crees que había un interés creado detrás de este “ocultamiento” de información por parte del gobierno o más bien faltó rigurosidad para atender a la relevancia del exceso de muertes reportado por el Registro Civil?

No sé cuáles son las intenciones, porque no las puedo reportear. Cuando uno reportea los propósitos políticos de algo, tiene que buscar evidencias, un memorándum, una entrevista en que alguien diga “mira, vino alguien y nos ordenó hacer tal cosa”. No tengo acceso a esa información, por lo tanto, no voy a hablar de cuáles pudieron ser o no las intenciones. Lo que sí puedo analizar son las declaraciones públicas antes y después. Las declaraciones públicas de ese minuto hacían énfasis en que Chile era el país con más testeos, con una capacidad única y excepcional para atender la crisis; que Chile contaba más allá de lo que se recomendaba; que Chile tenía la más baja letalidad gracias a estas políticas de cuarentenas dinámicas y que las medidas de seguimiento y trazabilidad le permitían a Chile tener mayor flexibilidad en su política, y que sobre la base de esa construcción, de esos argumentos, se descartaba completamente lo que yo había publicado. El ministro incluso me atribuyó, sin mencionarme y de manera indirecta, intenciones espurias para que el gobierno fracasara. ¿Por qué lo hizo? No lo sé, pero sí sé que tuvo la oportunidad de ver esos datos. Así como vio los datos del número de fallecidos, también podría haber visto esa información a la que no se refirió nunca, en ninguna de sus declaraciones, y tampoco se refirieron, hay que decirlo, otras personas que también analizaron los datos y que dijeron que no eran significativos, que el método estaba malo, que yo no sabía sumar.

Si bien hubo muchas voces que agradecieron lo que estabas haciendo, hubo quienes te criticaron por cuestionar la verdad oficial en un momento en que debía primar la idea de la “unidad nacional”. Periodistas te trataron de alarmista e irresponsable. ¿Cómo enfrentaste en ese momento esos comentarios y a qué crees que se deben estas reacciones?

Bueno, la reacción emotiva de la gente la comprendo, porque es un shock, y cuando uno tiene que adaptarse a malas noticias, la reacción emocional es dispararle al mensajero, eso es histórico, sobre todo si es la autoridad la que estimula esa idea. Hay personas que se sienten representadas por el discurso de que es el momento de la unidad y no de la discordia, y así lo manifiestan. Lo de irresponsable y alarmista me pareció injustificado y me pareció también temerario de parte de los colegas que hicieron esos juicios sin siquiera haberme mandado un mensaje directo para preguntarme, reportear un poquito antes de tirar esas piedras. Nunca ha sido mi intención publicar esta información para criticar el reporteo de otro, no tiene por objetivo compararme con otros, solamente aportar información que me parece relevante. Puede que se hayan sentido, de alguna manera, interpelados, que cuestionaran, por ejemplo, que yo tuviera estos datos y ellos no, y una manera rápida de salir de eso fue decir “ella fue irresponsable, ella publicó información que no estaba lo suficientemente verificada, no como nosotros, que somos responsables y lo estamos haciendo bien en resguardo de la salud pública”.

Las cifras de contagio y fallecidos en Chile son desastrosas. Esta semana se dio a conocer el tercer informe del Monitoreo Nacional de Síntomas y Prácticas Covid-19 en Chile, realizado por la U. de Chile y el Colegio Médico, que señala que el plan de “retorno seguro” propuesto por el gobierno redujo el efecto de la cuarentena en un 78%. Sin embargo, la autoridad ha tendido a culpar a una población que no respeta las medidas de cuarentena. ¿De quién es la responsabilidad que hoy nos tiene entre los países con el peor manejo de la pandemia?

Desde el 11 de junio, Chile es el país con el mayor número de contagios por millón de habitantes y eso se refiere sólo a las cifras oficiales, y con el mayor número de fallecidos por millón de habitantes. Por supuesto que hay una responsabilidad de cada persona de cuidarse y tomar las medidas posibles. Eso parte del supuesto de que la gente puede hacerlo, que los jefes no te van a obligar a ir a trabajar y que tienes condiciones habitacionales adecuadas y una educación suficiente que te permite entender que cuando el gobierno está hablando de “retorno seguro” tienes que tomarlo con distancia y tienes que buscar tu propia información y medidas de resguardo, más allá de lo que la autoridad sugiere. 

Uno le podría reprochar a esos ciudadanos que tienen un mayor nivel de ingresos y un mayor nivel educacional (que además son una minoría en el país), que a pesar de saber lo que saben, a pesar de tener las condiciones que tienen y tener los ingresos que tienen, deciden salir, deciden tomar actitudes riesgosas. Para el resto de la población, la responsabilidad es fundamentalmente del Estado y del gobierno, que en el fondo es el administrador del gobierno con el mandato de la gente que lo elige. Uno también pierde de vista que el gobierno es un servidor público, que el gobierno está al servicio de los intereses comunes de todos y, en ese sentido, la primera responsabilidad y la única responsabilidad exigible es la responsabilidad política. No es gente malvada que se quiere enfermar, algo pasa, hay un desajuste entre lo que estoy diciendo y el comportamiento que espero. Es la autoridad la responsable de ajustar su discurso. Si aún después de un discurso que pone los riesgos sobre la mesa y que toma todas las medidas para que la gente se quede en su casa, no se logra rebajar el 60% de la movilidad, entonces el gobierno puede acudir a la labor coercitiva del Estado, controles policiales, vigilancia, etc. Pero, en general, me parece que es una salida política fácil culpar a la gente de los comportamientos si es que yo, como autoridad, no he hecho lo suficiente para lograr ese comportamiento deseado.

El ex ministro Jaime Mañalich en uno de sus reportes habituales sobre la pandemia.

En Chile podemos llegar a tener tres cadenas nacionales al día. Esto implica que gran parte de la información que recibimos proviene más de discursos oficiales y estrategias comunicacionales del gobierno que de investigación o reporteo independiente. ¿Qué opinas de esta forma de construir la información y la estrategia del gobierno de copar los espacios mediáticos?

A mí me trae malos recuerdos de Dinacos (División Comunicación Social en dictadura) y los reportes oficiales, también me parece mal que se personifiquen los reportes. Está bien que haya un vocero que entregue la información todos los días, pero ocupar esa tribuna para justificarse o para desacreditar información o para criticar a alguna persona o institución que está pidiendo que se liberen los datos, por ejemplo, me parece un uso abusivo del espacio público y antidemocrático, porque obviamente la jerarquía y la atención que logra una cadena nacional no puede compararse con lo que logra un centro de estudios que saca un reporte. El gobierno, en vez de decir “vamos a recoger esto, vamos a estudiarlo, analizarlo, a invitarlos a conversar con nosotros”, le tira ollas con agua hirviendo a quienes disienten, eso provoca un efecto inhibidor a la libertad de expresión. Si le tiro agua hirviendo a Eduardo Engel (de Espacio Público), qué le queda a Juan Pérez, qué le queda a una persona que siente que tiene algo que decir pero que va a ser acusada de estar contra el espíritu nacional. Eso es lo que está pasando en los hospitales, la gente vive no solamente estresada por el control de la pandemia, sino también por la amenaza de sumario, de si se llega a saber que se dijo algo que el gobierno estime inconveniente. Eso destila un espíritu autoritario que no se condice con un Estado democrático.

¿Cómo evalúas la situación de Chile en materias de libertad de expresión?

Me parece alarmante, no solamente respecto de la manera en que desde posiciones de autoridad se desacreditan los discursos indeseados, sino porque también hay un retroceso en el acceso a datos públicos. La Ley de Transparencia ha funcionado muy mal en el periodo de la pandemia y me parece que la justificación que dan distintas instituciones, que señalan que la pandemia hace más difícil el trabajo de los funcionarios que tienen que recopilar y entregar esa información, no es suficiente, no calza, y te voy a poner un ejemplo. El ISP me pidió 100 días hábiles para la entrega de datos, o sea, en octubre tendría que darme información que está desde abril, información que está en computadores, información que el gobierno controla y conoce. No es información que tienen que ir a buscar a un sótano, una bodega, un archivo judicial escrito a mano; no, es información que está en archivos computacionales y que los funcionarios, dependiendo de la complejidad que se pida, podrían resolver en una o dos horas. Y si no está computada, si no está en línea o si la respuesta es que la información no está organizada, deberían decir que los datos no están organizados computacionalmente, lo que quiere decir que el gobierno, al referirse a esa información, está hablando de datos que no son confiables.

Creo que la fortaleza y la precisión de datos en Chile es un tema. Roberto Méndez (académico y analista de datos) lo había puesto en el debate antes de que pasara todo esto. En Chile, todos los chilenos tienen RUT, por lo que —es escalofriante si uno lo piensa desde el derecho a la privacidad— todo está en línea, casi que con tu celular pueden saber si estás vivo o estás muerto. Ayer me respondieron una petición que hice en Fiscalía, pedí las autopsias abreviadas para saber cuántos casos de Covid-19 habían detectado en el ejercicio de las funciones de la Fiscalía y la respuesta fue que no me van a entregar la información por un tema de resguardo de la privacidad. Eso es tan absurdo, porque en Chile la muerte es un hecho público, casi en todos los países la muerte es un hecho público, tú puedes sacar el certificado de defunción de cualquier persona por esa misma razón, no tienes que ser ni siquiera familiar directo. De hecho, hoy, con tu dirección, tu RUT, o basta con que yo sepa tu nombre y dos apellidos, puedo encontrar lo que está publicado en el Servicio de Registro Civil, entonces, ¿vamos a respetar la privacidad o no la vamos a respetar? Se usa la privacidad para negar datos, pero la privacidad deja de existir para otras cosas. Me parece que todo eso es un tema largo y complejo y que probablemente va a requerir investigaciones académicas de todo tipo.

¿Cuál es tu visión en general del periodismo que se hace hoy en Chile?

Creo que la gente identifica el periodismo con la tele, porque además es el medio preferido para informarse y puede haber muchos periodistas haciendo un excelente trabajo en medios alternativos, escritos, pero la gente no los ve, no los identifica. Sí le reprocha el trabajo periodístico a la televisión y yo creo que ahí hay un lamento justo, en el sentido de que la televisión, como representante de los grandes medios de comunicación, tiene los recursos suficientes para hacer un buen trabajo de periodismo informativo, que me parece que es la demanda del momento. No necesitas ser periodista de investigación para contrastar los datos del gobierno; no necesitas ser periodista de investigación para hacer una petición por transparencia; no necesitas ser un periodista de investigación para ir a los hospitales y preguntar a los deudos; para ir a los cementerios; para buscar información colateral y con métodos periodísticos que te permitan demostrar o averiguar si lo que dice el gobierno en sus cadenas nacionales se condice con la realidad. 

Más que de los periodistas, la responsabilidad es de los jefes de prensa, que autorizan o no autorizan las pautas. Estoy segura de que estas pautas han estado, estoy segura de que hay periodistas que han levantado estos temas y al final es la decisión del editor ordenar una pauta y, últimamente, difundirla; bien puede que las pautas se hayan hecho, que el editor las haya ordenado y que no salieran al aire. En esa cadena de responsabilidades, me parece que mientras más alto el cargo, más alta es la responsabilidad, uno no le puede cargar la mata a los periodistas porque no sabemos si lo han intentado, y yo me atrevería a asegurar que sí lo han intentado.

También hay que recordar que los canales de televisión abierta en Chile están explotando una señal que es pública, es el Estado el que les permite usar esa señal y, por lo tanto, lo mínimo es tener un departamento de prensa autónomo, independiente, que se rija por las reglas del periodismo y que no esté dependiendo del vaivén de los intereses del dueño de turno, porque las personas que hoy explotan esas señales no son dueños, son solamente concesionarios. Espero que en algún momento alguien ponga esto de relieve. 

Para ti, ¿cuáles son las principales diferencias entre hacer periodismo hoy en Chile y a finales de los noventa y comienzos de los 2000?

Bueno, hay muchos, muchos cambios. La década de los noventa también fue difícil para el periodismo porque estábamos en la llamada transición a la democracia, que nunca terminaba, y había pactos de los cuales formaban parte los medios. Si bien tenían líneas editoriales y posturas editoriales distintas, los pactos de la transición eran compartidos por casi todos, salvo algunas revistas alternativas que existían en ese tiempo, pero que no tenían alcance masivo. Se podía hablar de derechos humanos, pero no de la responsabilidad penal de Pinochet. Otro acuerdo tácito era no cuestionar el modelo económico, otro no tan tácito, sino más bien declarado, era no investigar las privatizaciones de las empresas públicas, no investigar posibles casos de corrupción del noventa hacia atrás. Había un cerco bastante amplio y delimitado y tú sabías cuándo te acercabas a ese cerco porque te llegaba el shock de electricidad. Eso se fue estrechando porque además empezaron a desaparecer los otros medios, los medios que trataban de acercarse al cerco; cerró La Época el 98, pero antes cerró Apsi, Análisis, un montón de revistas. Creo que el momento de mayor restricción editorial duró desde 1998 a 2004, antes de que empezaran a surgir otros medios como The Clinic y que aparecieran medios digitales. Pero si bien hoy tenemos mayor diversidad editorial, seguimos teniendo déficit de periodismo. El periodismo es caro, es más barato tener gente que opine que armar un departamento de prensa, pero es más útil un departamento de prensa que mucha gente opinando. Está bien la opinión, cumple un rol, pero ya tenemos opinantes suficientes. 

Extracto de la entrevista realizada el 12 de junio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Guillermo Machuca in memoriam: el crítico que descifró la escena del arte chileno

En sus 30 años de trayectoria, el crítico de arte y docente de la U. de Chile logró despegarse de ese halo críptico y académico que suele envolver el trabajo de sus colegas y, por el contrario, se preocupó de cultivar una pluma irónica, fresca y siempre conectada con la cultura de masas. Lo suyo fue la anécdota, el debate y muchas veces la polémica, pero también la amistad y las relaciones humanas que trascienden al llamado mundo del arte. El lunes, su cuerpo sin vida fue encontrado en su departamento de Ñuñoa luego de un par de días sin responder las llamadas de su círculo más cercano.

Por Denisse Espinoza A.

Le decían “el Nietzsche” porque le gustaba vestir un abrigo largo negro y lanzar, cada tanto, alguna cita que sabía de memoria del filósofo alemán en sus conversaciones cotidianas. Eran finales de los años 80 y Guillermo Machuca era un veinteañero oriundo de Punta Arenas, quien estaba recién partiendo como estudiante en la carrera de Teoría del Arte en el Campus Juan Gómez Millas de la Universidad de Chile, patios y aulas por los que siguió deambulando durante más de 30 años tras convertirse en docente de esa facultad. 

Desde entonces, Machuca se hizo conocido por su gusto por la conversación prolongada y aguda -que solía ir acompañada de vino, cerveza y más tarde su favorito, el vodka- y su capacidad enciclopédica de conectar temas tan diversos como el arte y la filosofía, con el box, el fútbol y la farándula.

Oriundo de Punta Arenas, el crítico y teórico Guillermo Machuca formó a generaciones de estudiantes de arte en la Universidad de Chile.

“Guillermo era uno de los pocos que no le tenía miedo a los medios de comunicación ni los trataba con desprecio, al contrario, jugaba con sus lógicas y sus formatos y lograba textos notables que tenían esa capacidad de ponerte dentro del problema complejo de una escena artística y, al mismo tiempo, matizarla con toda la vida normal que hay ahí, porque no es una vida excepcional tampoco”, opina Carlos Ossa, doctor en Filosofía y ex compañero de Machuca, en los 80, en Teoría del Arte. “A veces podía parecer muy distante y agrio, pero por otro lado tenía la sensibilidad de captar toda esa finura de detalles que se esconde dentro de la madeja del mundo de la cultura en general. Por eso yo creo que fue tan impactante para todos nosotros su muerte, porque él era un escritor necesario y no hay muchos escritores necesarios hoy en Chile”, agrega Ossa.

Lo impactante de su muerte pasa por las circunstancias en que ocurrió, aún inexplicables. Y es que puede que el contexto de pandemia y confinamiento obligatorio en el que nos encontramos desde hace tres meses haga parecer que Guillermo Machuca era un hombre solitario y que el hecho de que fuese hallado muerto el pasado lunes en su departamento de Ñuñoa fuese señal de una escasa red de apoyo. Todo lo contrario. El crítico y teórico del arte, de 58 años, tenía una preciada cadena de amigos, ayudantes y alumnos; un círculo íntimo que se preocupó de inmediato luego de que el docente en la Facultad de Artes de la U. de Chile interrumpiera sus clases y dejara de contestar las llamadas telefónicas.

Una de las amigas que hizo el hallazgo fue la pintora Natalia Babarovic: “Pudo haber sido Coronavirus, no sabemos, como en dos días más se sabe el resultado del test. Pero igual tenía otras condiciones, bebía harto y tenía una apnea severa. Sobre la despedida, es complicado, los amigos tenemos la idea de cremarlo y hacer un funeral cuando termine la pandemia, pero nada de eso está decidido”, cuenta.

Babarovic mantenía una amistad con Machuca desde el año 1985. “Él estaba en segundo de Teoría del Arte y yo en primero de Artes, nos presentó el artista Hugo Cárdenas y nos hicimos amigos de inmediato. Para mí Machuca era como un hermano y siempre lo vi igual que el que recitaba a Nietzsche en la Escuela, sólo que antes era más joven e invencible. Nos dejó su estilo de escritura, muy suelto, muy de la calle, menos académico, pero creo que su verdadero legado se ve en el amor de sus alumnos e incluso conmigo o con Patrick (Hamilton) y con un montón de artistas, porque aunque él no fuese nadie, yo diría que él nos descubrió a todos, descubría la genialidad que cada uno tenía”, dice la artista.

Guillermo Machuca escribía columnas para el diario The Clinic.

Radicado desde hace algunos años en España, el artista Patrick Hamilton escribió, la misma noche que se enteró de la muerte de Machuca, un texto donde resume la amistad que los unió desde 1994, cuando él estaba haciendo las gestiones para entrar como estudiante de la Universidad Arcis, donde el teórico también fue profesor. El texto es rico en anécdotas y revela un cariño más allá del tiempo y la geografía. “Hablé con Machuca hace tres semanas, justamente para saber cómo llevaba el confinamiento. Me dijo que estaba feliz porque había recuperado parte de su biblioteca y estaba releyendo a Nietzsche, uno de sus autores favoritos. Como no tenia correo electrónico y tenía un celular de palo, la única opción que yo tenía para hablar con él -desde Madrid, donde vivo- era llamarlo directo al celular y que aconteciera un milagro y me contestara. Él se comunicaba conmigo a través de mensajeros, ayudantes, amigos y editores que me escribían por WhatsApp, correo o por Instagram para enviarme noticias y su textos”, comenta el artista a Palabra Pública.

En su texto, Hamilton relata: “Machuca tenía esa generosidad que los “profesionales de la cultura” no entienden ni van a entender. Machuca tenía tiempo, te dedicaba tiempo y perdía el tiempo; no le interesaba la reunión productiva, no encajaba con las planillas, con el mundo del rendimiento ni del objetivo a corto o mediano plazo. ¿Qué vas a hacer ahora? me preguntaba, y si yo decía “tengo que ir al centro, al banco, a hacer trámites”, su respuesta era siempre la misma: “Ah, yo también voy para el centro, te acompaño”. Y así era siempre; toda la tarde caminando, toda la tarde hablando, toda la tarde”.

En estos días -con el protagonismo que tienen las redes sociales- los homenajes a Machuca han sido prolíficos. Ayudantes que cuentan de su manía por seguir usando diapositivas y dictar sus textos porque no tenía computador; alumnos que hablan de la generosidad con que les regalaba libros y los empujaba a hacer obras; y amigos y amigas que valoran su capacidad de contar siempre una historia extraordinaria que bien podía terminar en carcajadas o en una polémica incendiaria.

“Nunca pararemos de hablar de Machuca, de tanto que él habló, ni de escuchar viva su voz, tan expansiva, su humor negrísimo, sus dichos, sobrenombres, su eterno definir, contar películas, especular, exagerar, fabular. Era un tipo rarísimo en el amplio sentido, muy generoso, y a pesar de funcionar en un ambiente donde se supone existe tanta estrategia y programa, él se movía por el interés humano y la amistad”, dice la periodista y editora de Saposcat, Marcela Fuentealba.

Para la artista Francisca Montes, Machuca era más bien como un “amigo-tío” a quien conoció a los 10 años cuando su mamá, la artista Loreto Zúñiga, estudiaba en la Escuela con el crítico. “Mi amistad es heredada de ese periodo. Me acuerdo que subía al techo de la Escuela, lo recuerdo de los carretes que había en nuestra casa, en las inauguraciones donde yo siempre andaba. Y luego, cuando entré a estudiar Arte en 1998, se transformó en mi profesor, pero con él siempre hubo una complicidad familiar”, dice Montes. “Luego de mi primera exposición en el MAC, cuando tenía unos 20 y tantos años, fui a su casa a hablar de mi obra, pero él no quería que le hablara de la obra, sino de la experiencia, de la vida y creo que aprendí eso con él, el cómo la calle y lo más mundano está presente en los diferentes procesos de la obra”.

Un astrónomo sin estrellas

Muchos quizás se pregunten cómo fue Machuca como alumno. Uno de sus profesores, Pablo Oyarzún, también académico de la U. de Chile, lo recuerda hoy y esos recuerdos bien podrían haber servido de ejemplo para el propio crítico en su relación con sus futuros discípulos. “Conocí a Guillermo en 1985, fue ayudante mío, hizo la tesis conmigo y luego lo recomendé para ser profesor en el Arcis, así que tuve mucha relación con él, sin duda, aunque ahora, en vista de lo que ha pasado, lamento mucho no haberme relacionado más con él, porque no se condice con el gran cariño que siempre le he tenido”, dice el filósofo. “La verdad es que también le tuve mucha admiración, más bien por sus características personales, era un tipo totalmente único, que escribía muy bien, y tenía una distancia importante de las habituales exigencias académicas que se han vuelto cada vez más rígidas, y en las que él no cuadraba por su estilo”.

Aunque Machuca era por cierto apreciado por sus alumnos, muchos dicen que le costaba encajar en el actual sistema universitario y el reglamento que hoy se promueve, en el que las relaciones entre alumnos y profesores son cada vez más estrictas. El crítico no dejaba de dar clases ni en el aula ni en el bar y a veces se saltaba los programas de estudios, pero lo que nadie podría decir es que Machuca no estaba donde tenía que estar: en todas las inauguraciones del circuito santiaguino.

“Lo que siempre respeté de Guillermo fue su capacidad de estar en todas, algo sorprendente, porque hoy no todos los críticos lo hacen. Estaba al tanto de todo lo que pasaba en la escena cultural chilena y además se lo leía todo, era de esa antigua escuela, tenía otra formación, otra cabeza y otra pasión también”, dice Nury González, artista, docente de la U. de Chile y directora del Museo de Arte Popular. “Sin ser tan cercana o amiga de él, la verdad es que llevo toda una vida relacionándome con Machuca, porque era parte de la escena, trabajé muchas veces con él y me lo topaba, deambulábamos por los mismos lugares y es una voz que va a hacer falta, obviamente”.

Tres libros clave de Machuca: Alas de plomo (2008), El traje del emperador (2011) y Astrónomo sin estrellas (2018).

Como escritor, Guillermo Machuca era fecundo. Entre sus libros más conocidos está Después de Duchamp (2004), Remeciendo al Papa (2006), Alas de plomo (2008), El traje del emperador (2011) y Astrónomos sin estrellas (2018), además de una incalculable cantidad de textos para catálogos, artículos web y las columnas que escribía para el diario The Clinic, que consagraron su estilo más cercano a la cultura popular, sin transar nunca en sus referencias decimonónicas a la Escena de Avanzada, las obras de Leppe y Dittborn, los textos de Nelly Richard y Ronald Kay, que siempre fueron parte de su mundo crítico.

En términos de producción artística, para Machuca la obra de arte tenía que ser igual que cuando él mismo se enfrentaba a un texto: “Para mí es esencial que las obras reúnan al mismo tiempo liviandad y densidad y eso aplicado en general a la cultura en su manifestación estética, incluida la literatura, el teatro y el cine”, afirmaba Machuca en una entrevista en 2018. “El rol del artista es hacer obras necesarias, no gratuitas, hacer obras que tengan un mínimo coeficiente crítico y que reúnan la tradición del arte con la actualidad, que la obra no sea amnésica, pero que tampoco sea actualizante como ocurre como muchos artistas actuales y que tenga un espesor. Eso es algo que puede tener desde un Picasso hasta un Duchamp, desde incluso un Jeff Koons, hasta un Anselm Kiefer”.

Siempre rodeado de ávidos ayudantes y asistentes, Machuca lograba transmitir esa curiosidad infinita que tenía por todo lo que acontecía. “Él era una persona que leía muy bien el contexto de las cosas, sabía de inmediato qué persona era de confiar y quién no. Era además un tremendo lector, leía mucha literatura, le encantaba el género de las entrevistas, era amante de la buena comida y el buen beber, por supuesto. Le gustaban los deportes como el box y el fútbol, se sabía los nombres de memoria de todos los jugadores. Era una persona además que estaba al tanto de la escena, muchas veces los historiadores del arte pecamos de no ir a las inauguraciones, él iba a todas, siempre conocía la escena, estaba al tanto de los agentes culturales de la época. Yo diría que era humanista de la vieja escuela, una escuela más bohemia, de crónica, de relato, no era tanto de paper erudito, académico como quizás está generándose hoy en las universidad, donde todo está más tecnificado”, comenta el teórico Sebastián Vidal, quien fue amigo de Machuca y su ayudante varios años desde 2001.

Para Vidal, la relación con el crítico fue decisiva en su formación profesional. “Guillermo es alguien muy importante para mi vida tanto personal como profesional, no sólo fue mi profesor en la Universidad, fue un mentor en un inicio de mi carrera, y luego fui su ayudante. De a poco él me fue dando algunas oportunidades, como profesor en distintas otras universidades, me recomendó en la Arcis, en la U. Central y luego en la U. Diego Portales. Siempre confió mucho en mi trabajo, fue mi profe guía de licenciatura y de magíster y era una persona en la que yo confiaba muchísimo en ciertos criterios académicos”.

Claudio Guerrero heredó la ayudantía en 2007 hasta 2012 con Machuca, además, junto al teórico Ignacio Szmulewicz -quien también fue cercano y asistente del crítico- participaron en la investigación para el libro El traje del emperador, editado por Metales Pesados. “En sus ayudantías él te daba bastante autonomía, la verdad, y te ponía a hacer clases rápidamente, confiaba mucho. Además, es una de las personas más prolíficas con las que he trabajado, entonces creo que aún no dimensionamos su aporte real. Tenía ese lenguaje más comunicativo y no críptico y que es muy vital, porque una de las crisis que tiene el arte en Chile es esa separación con el resto de la sociedad. Siempre buscó ser comprendido, comunicarse con públicos más amplios, combinar las referencias de las artes más sofisticadas con la cultura del espectáculo, era sin duda una estrategia para seducir a un lector. Era un investigador, pero muy sui generis, su identidad como sujeto intelectual, por así decirlo, es mucho más del crítico que del investigador”, dice Guerrero. 

Por estos días, Machuca había terminado lo que sería su próximo libro, el que planeaba publicar por Ediciones Écfrasis, una plataforma de difusión de textos curatoriales -como las muchas que han existido en Chile- dirigida por algunos de esos jóvenes estudiantes que seguían al crítico y para quienes éste siempre colaboró con su pluma o por lo menos con una conversación entusiasta. Seguiremos teniendo noticias de Machuca, sin duda. 

Elisa Loncón: “Se habla tanto del racismo en Estados Unidos, pero no se habla del de Chile”

Doctora en Lingüística de la U. de Leiden en Holanda y profesora de Estado mención inglés por la U. de La Frontera en nuestro país, la académica Elisa Loncón Antileo es especialista en mapudungun y educación intercultural bilingüe, y actualmente es académica del Departamento de Educación de la U. de Santiago de Chile. En esta entrevista, la también coordinadora de la Red por los Derechos Educativos y Lingüísticos de los Pueblos Indígenas de Chile aclara la noción de interculturalidad, distinta de multiculturalidad, que deberíamos adoptar para el reconocimiento de todos los pueblos dentro de nuestra nación. Además, se refiere a la situación de abandono que vive el pueblo mapuche, que hoy se ve agravada por la pandemia, y a la importancia de contar con una Constitución que haga valer los derechos y saberes de todas y todos los habitantes de Chile.

Por Jennifer Abate

—Hace poco, usted decía: «Todos vimos el eclipse el año pasado y nos impresionó, la mucha emoción de vivirlo nos cautivó y muchos no reflexionamos sobre la advertencia de mal augurio transmitido en la tradición oral mapuche». Lo sumo a lo que planteó el integrante de la Comunidad Historia Mapuche Andrés Cuyul, quien escribió recientemente una columna para Palabra Pública donde decía: “Antes que el Covid 19 llegara, la crisis ya había sido leída a través de signos que muestra la naturaleza, entre ellos, floreció la quila, se secó el coligüe en la mata, hubo un eclipse y viene otro. Cuando la naturaleza muestra estos signos hay que prepararse para lo peor”.¿Qué significan estos signos?

La académica y especialista en mapudungun y educación cultural bilingüe, Elisa Loncón Antileo.

Para comprender esto hay que ponerse en un paradigma diferente, que no es el paradigma de cómo se construye el saber occidental. Es un paradigma de los pueblos originarios, la filosofía de los pueblos originarios, que tiene todo un fundamento, una base, y nosotros comprendemos, aprendimos de nuestros antepasados a convivir con la naturaleza, a leer lo que está en ella. Sabemos, por tradición oral, que en épocas de guerra, por ejemplo, floreció la quila. Estuve trabajando mucho el año pasado y con el estallido social fui a las comunidades y me encontré con lonkos que me advirtieron y me dijeron: “mira cómo se secó el coligüe” y, claro, por el camino veía que se secaba el coligüe y la quila, que no florece, había florecido, y sólo lo hace para entregar malos augurios. Para los mapuche, el eclipse es un momento en que el sol muere. Muere el sol, una energía valiosa, la mejor energía que el mapuche recibe es la del sol y hay todo un ceremonial para recibirla. Imagínate que el sol es el astro que entrega la energía y en un momento se detiene, se oscurece, ese es un mal anuncio para la comunidad. Nos llegó eso, sabíamos, y la autocrítica que nos hacemos, sobre todo nosotros, que estamos más vinculados a la cuestión académica, es que tenemos el conocimiento, pero tenemos que ser capaces de actuar políticamente frente a ese saber. Dentro de la investigación Fondecyt que estoy haciendo fui a conversar con un lonko de la zona pehuenche en el Alto Biobío y él me dijo en febrero: “me soñé con el sol, me soñé con la luna y me soñé que había que sembrar granos de larga duración”. ¿Qué granos? Bueno, la quinoa, el trigo centeno y otros granos más bien firmes. Y me dice: “eso es porque viene hambruna”. Él ya tenía su almácigo e incluso había hecho un almácigo de pehuén. Nosotros aprendimos a convivir con la naturaleza y a leer en la naturaleza signos referidos al futuro, y eso está en la tradición oral de nuestros pueblos.

-¿De qué forma se actúa políticamente a partir de ese conocimiento? 

En el caso del lonko, él estaba actuando políticamente, porque dice “me soñé esto y este es mi sembrado y esto hay que sembrar”, y me mostró y llevó a su huerta. Políticamente, hay que tener un cambio de actitud porque ya te avisaron, ese es el aviso que te exige un cambio de comportamiento. Entonces, ¿cuándo uno no actúa políticamente? Cuando uno se queda solamente con esa emoción, yo lo viví con el eclipse, que me emocionó. Estaba con los estudiantes mirando el eclipse y me paralizó, porque por un lado sabio era la señal, pero desde el mundo occidental, desde el mundo de la academia, esa señal no tiene valor. ¿Cómo lo hacen las comunidades? ¿Cómo lo están haciendo ahora? En el campo, ellos están actuando con ese saber. 

Ahora, ¿qué pasa con el diálogo? El tema intercultural implica un diálogo entre saberes y la sociedad. Nosotros, como sociedad chilena, no tenemos eso, porque no le damos el mismo valor al conocimiento de la academia que a los conocimientos originarios. Falta todavía mucho trabajo de valoración y reconocimiento de estos saberes porque también son válidos, porque también son científicos y también vienen de la observación. Hay un problema fuerte, es un problema político que tiene que ver con la poca valoración del mundo indígena y el no reconocimiento de sus derechos.

Según cifras de la encuesta Casen, la pobreza indígena alcanza un 14,5%, mientras que la de no indígenas es de 8%, una brecha que aumenta en el caso de la pobreza multidimensional, que impacta a 30,2% de la población indígena versus el 19,7% de la población no indígena. ¿En qué pie encuentra la pandemia por Covid-19 a las y los mapuche, sobre todo a los que viven en la ruralidad?

Bueno, ese índice muestra la brecha en que estamos y esa brecha es multidimensional porque pasa por la falta de reconocimiento de derechos de los pueblos originarios. Ahora, que se habla tanto del racismo en Estados Unidos, no se habla del racismo que está aquí en Chile. Es racista que un sistema le dé todas las posibilidades a la educación en español mientras a otros pueblos los posterga y no les da la posibilidad de que su educación sea en su lengua, porque favorece a una sociedad del conquistador, la sociedad que quedó y después se llamó chilena. La pandemia nos pilla en un desamparo político y de valoración, todavía hay mucho racismo y colonialismo y poco avance en el reconocimiento político y de los derechos territoriales, porque si existe la pobreza en el sur, en las comunidades, es debido a que la gente vive de lo que produce, y cuando no, son temporeros en las forestales. Hay muchos mapuche que trabajan en las forestales y que traen el dinero a las casas, y muchos de los aportes los hacen las mujeres hortaliceras, que además de producir los alimentos para los hijos, también generan un ingreso familiar para compras menores. Todos esos oficios no son identificados como oficios de vida. Entonces, los índices de pobreza están también basados en indicadores que no reflejan las maneras en que vive ese pueblo. El trabajo informal es una de las prácticas que tiene la mayoría de las familias en el sur y de eso está viviendo la gente. 

Acá en la ciudad la situación es distinta, porque la gente que se ha venido forma parte de los barrios marginales, recibe, qué sé yo, un trabajo salarial y a veces también informal, es un trabajo que realizan a diario, pero que no tienen por medio de una contrato. Ellos mismos generan sus ingresos y, en ese contexto, la pandemia también nos encuentra a todos con un problema de salud profundo, hay muchas enfermedades que se han vuelto endémicas, como la diabetes o el cáncer.

Lo que hoy experimentamos es una crisis sanitaria ocasionada por un virus. ¿Le parece que esto puede interpretarse como parte de una crisis mayor? 

Yo he sostenido, y también lo he leído de sociólogos e historiadores, que esta es también una crisis de la civilización, una crisis mayor, una crisis que no es sólo sanitaria, es una crisis económica, alimentaria, ecológica, de los migrantes, es una crisis de la situación de las mujeres, es una crisis generalizada y el virus, lo que ha hecho, es mostrar esta gran crisis. Nosotros, como académicos, estamos en privilegio porque mantenemos el sueldo y seguimos trabajando, pero hay personas que no tienen casa para hacer la cuarentena, no tienen dónde hacer el resguardo, no tienen alimentación, están hacinadas, y esa es una gran parte de nuestra población. 

La crisis de la civilización tiene que ver con la apuesta que hizo la sociedad occidental, una promesa en función del desarrollo y del futuro, donde todos íbamos a ser desarrollados. Esa fue la historia que seguimos y hoy día estamos en ese no futuro, no somos capaces de tener una vacuna para una enfermedad que mata a millones. En el fondo, es la crisis de la apuesta que hizo la sociedad occidental, una filosofía que le dio la espalda a la naturaleza, que privilegió la acumulación de la riqueza económica a partir de la explotación del ser humano y de la naturaleza. Así es como tenemos gente muy, muy rica, y gente pobrísima. Esta forma de vivir de espaldas a la naturaleza nos está cobrando todo, porque el virus también se generó entre el contacto de animales y seres humanos, que es un contacto demasiado fuerte. Nuestro pensamiento tiene vigencia porque se da en términos de entender que en este mundo nosotros no podemos tener de enemiga a la naturaleza, no podemos destruir a la naturaleza..

¿Es usted optimista respecto a los potenciales cambios en la noción de desarrollo que tiene actualmente nuestra sociedad? 

Yo creo que sí, porque si uno ve el contexto de Chile y ve el contexto de Estados Unidos, ellos en este momento están librando la otra crisis, que es el tema del estallido social: el racismo y la desigualdad para los afroamericanos y los latinos allá es como con los mapuches acá. Acá los más pobres son los indígenas, allá los más pobres son los afrodescendientes, los más discriminados y los que tienen más posibilidades de morirse, porque son atacados por la policía. Y aquí, ¿quién tiene mayor posibilidad de morir? Los mapuche, y la gente está diciendo “basta”. Nosotros venimos de un estallido social con una demanda política muy concreta, que es el cambio de la Constitución. La gente ahora está haciendo la cuarentena, pero tenemos la esperanza de cambiar la Constitución. Imagínate que ahora están hablando del acuerdo nacional y se han ido todos los partidos políticos a hablar con el presidente, pero ahí hay racismo, porque no están los pueblos indígenas. Hablemos de plurinacionalidad, somos el 12% de la población y hemos estado históricamente marginados, discriminados, sin derechos, y hasta hoy siguen las mismas barbaridades coloniales.La gente se está dando cuenta y a través de la escuela uno puede hacer mucho. 

En Finlandia, por ejemplo, hubo un gran problema por el tema de la obesidad, porque los jóvenes se iban a vivir solos y no sabían cocinar, y se estaban gastando mucha plata en salud. Para sanar eso, se hizo un cambio curricular para enseñarles, desde niños, las propiedades alimenticias de los alimentos y a prepararlos. Eso hizo que la gente valorara cocinar y comer sano. Podríamos hacer lo mismo acá, con los profesores, en la próxima reforma curricular. Incorporar justamente relaciones distintas con la naturaleza, de manera recíproca, aprender a cuidar las flores, las plantas de olores, las que usamos en la casa, sembrar una papa. Imagínate cuánto nos hace falta hoy tener eso en la casa y la gente no sabe. Si queremos que la gente empiece a valorar estos temas, tenemos que enseñarles, hay una gran tarea de reforma educativa.

¿De qué manera han cambiado en este tiempo las costumbres rituales y cotidianas mapuche? Estoy pensando en prácticas comunitarias y colectivas que tienen que ver con espacios de reunión, de compartir comida, un mate. ¿Qué pasa con esas costumbres en tiempos de distanciamiento social?

Es un gran quiebre para la práctica comunitaria, porque uno anhela eso y sobre todo ahora, que viene junio y viene el Wiñol Tripantu, el año nuevo de los pueblos originarios. Este es un mes de sanación, de ceremonias de la tierra, y no lo vamos a tener, es trágico y duro. Una de las cosas que me impresionó profundamente en el mes de marzo, cuando empezó la pandemia, fue que una machi que conozco, de Traiguén, apareció en sus redes haciendo una oración. Una oración donde pedía para todos y todas, que la epidemia no llegara a nuestras comunidades, que lloviera lo suficiente y que los frutos llegaran lo mejor posible. Yo tomé la información y la publiqué, y entonces hubo gente que me dijo “¿cómo estás haciendo eso? La machi no debe ser grabada en ninguna parte”. Y yo les respondí que la machi no actúa por ella, la machi tiene un poder espiritual y ese poder espiritual entrega conocimiento, y si ella lo hizo, es porque ese poder espiritual le indicó que lo hiciera. Yo sé plenamente que ella estaba haciendo lo correcto y eso para mí fue el punto de partida para decir “sigamos utilizando las redes sociales lo que más podamos, en canto, música, conversatorios”.  

Es verdad que no podemos estar en la ceremonia directamente en la naturaleza, pero la palabra también es ceremonial. Es una palabra que también recibimos de nuestros antepasados. Una vez los antiguos me enseñaron que mientras hablemos nuestra lengua mapudungun, la tierra va a estar más amigablemente respirando. Nos queda la palabra. Es verdad que con la pandemia no podemos compartir cosas, pero la palabra la podemos llevar por todas las redes sociales, en las reuniones que uno hace y con los familiares que están lejos. Podemos seguir armando nuestras propuestas, nos queda mucho que hacer para la nueva Constitución, los indígenas tienen que estar ahí y los derechos lingüísticos tienen que ser constitucionales. Estamos separados, pero no estamos incomunicados, hay que darle fuerza a nuestras demandas.

Usted mencionaba lo que está sucediendo en Estados Unidos, el clímax de una crisis racista que se arrastra hace décadas y que estalla ahora a partir del asesinato de George Floyd a manos de la policía. En la televisión vimos la imagen de una bandera mapuche en las protestas, la misma que vimos muchas veces durante el estallido social en Chile. ¿Por qué cree que este emblema convoca las luchas por los derechos de las personas?

Imagen de la manifestación durante el estallido social y la bandera mapuche en alto sobre el monumento al General Baquedano.

A mí me llena de orgullo ver la bandera donde sea, es un símbolo que lleva mucha fuerza porque representa una lucha histórica por el reconocimiento de los pueblos originarios. Es un símbolo de resistencia, que busca un reconocimiento de esos pueblos pisoteados, discriminados. Cuando la hicimos, se creó como un símbolo político, es una bandera política, para exteriorizar la identidad mapuche y para exteriorizar la lucha de los pueblos originarios. En ese entonces, cuando se discutía por la bandera, yo participé del proceso y decía que si los equipos de fútbol tienen su bandera, la iglesia y los partidos políticos, ¿por qué nosotros vamos atrás de las banderas políticas? ¿Por qué no generamos una bandera? Y así se hizo. 

Usted mencionaba los derechos lingüísticos y la discusión sobre la plurinacionalidad como parte del debate constituyente. ¿Cuáles cree que son los temas que no pueden quedar fuera en esa conversación?

La plurinacionalidad, la paridad, creo que son elementos fundantes, garantizar los derechos de la naturaleza, garantizar el tema de la alimentación sana, porque de eso depende la vida de las futuras generaciones. La intervención genética de los alimentos significa que a cada semilla le están colocando venenos y son los que están causando las enfermedades que tenemos. Hay que pensar en la soberanía alimentaria, que los derechos del agua sean para todos, que la posibilidad de disfrutar de la naturaleza la tengamos todos; no es posible que se siga llenando de bosques de monocultivos. Hay elementos que son de la época actual y que tienen que ver con toda la crisis alimentaria y la crisis ambiental. Obviamente, el derecho a la salud va a ser un tema prioritario después del Covid-19, va a ser imposible que la gente no participe en definir un sistema de salud público de calidad que en este momento no tenemos.

Es indispensable la paridad para los pueblos originarios, no podemos pasar a la otra etapa si no se garantizan nuestros derechos. Somos más del 10% y no es posible que se edifique la democracia marginando a ese porcentaje. Además, hay una historia, fueron los pueblos originarios los que dieron sustento para que se creara esta nación, Chile.

¿Qué diferencia hay entre lo intercultural y lo multicultural? ¿Por qué hay una crítica hacia lo multicultural?

La interculturalidad implica el reconocimiento político de los pueblos originarios, el reconocimiento epistémico de los pueblos. El paradigma intercultural exige que los derechos de los pueblos originarios sean reconocidos. Los derechos colectivos a la lengua, a la cultura, al territorio, a la autonomía, a la representación política. Si tú hablas de interculturalidad, tienes que garantizar que si alguien tiene todos esos derechos, el otro tiene que tener los mismos derechos. En una sociedad intercultural a eso se aspira, en cambio, en una sociedad multicultural no importan los derechos del otro, importa que exista la diferencia, simplemente. Es lo típico en los países multiculturales, Canadá o Estados Unidos, donde los afrodescendientes viven en un sector, los chinos en otro sector y entre ellos no hay diálogo, no hay una relación política y cultural, cada uno vive en el sistema como puede. En cambio, el sistema intercultural exige ese diálogo, exige que este núcleo epistémico reconozca los saberes de todos los pueblos.

Extracto de la entrevista realizada el 5 de junio de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Lorena Zambrano, dirigenta ecuatoriana: “En Chile eres como un delincuente por pedir un techo donde dormir”

Vive hace 11 años en Chile y en la actualidad es una de las dirigentas del campamento Barrio Transitorio de Emergencia Renacer de Alto Hospicio. Su experiencia en este lugar ha estado marcada por un violento desalojo que realizó Carabineros de Chile en 2016, que culminó con 1.300 familias durmiendo a la interperie del desierto. En esta entrevista, la dirigenta aborda los gestos de racismo y discriminación en contra de la población migrante que lamentablemente hoy se han multiplicado, critica el rol del Estado a la hora de garantizar los derechos humanos y se refiere a las condiciones de vida de gran parte de las y los migrantes. “Somos tratados como animales, esa es la realidad”, afirma.

Por Bárbara Barrera

En agosto de 2016, bajo órdenes estrictas de la Gobernación de Tarapacá, Fuerzas Especiales de Carabineros llegó al sector de La Pampa, en Alto Hospicio, con el objetivo de desalojar a las 1.300 familias que vivían en la toma del sector. Lorena Zambrano (36), ecuatoriana, dirigenta e integrante de la Asociación de Migrantes y Promigrantes (AMPRO), se encontraba viviendo en la toma junto a sus tres hijos, todos menores de edad. 

“En el desalojo la máquina pasó, se llevó casas y no le importó que había abuelos y niños y niñas. Es duro ver tu casa en el piso, ver a tus hijos en la noche durmiendo en el piso. Tan brutal fue lo que pasó, que hubo una señora embarazada que perdió su bebé, hubo una señora a la que le volaron los dientes los carabineros, los niños lloraban, o sea, fue una cosa impresionante. Tuvimos que dormir en carpas, aguantábamos frío, se suponía que nos iban a traer baños químicos, pero nunca llegaron, y la gente al final comenzó a hacer hoyos para al menos tener un lugar donde echar tus necesidades biológicas”, relata Lorena, en medio de la pandemia, desde el campamento Barrio Transitorio de Emergencia Renacer de Alto Hospicio, lugar donde las autoridades locales reasentaron a las familias después del desalojo. 

En 2016, Fuerzas Especiales de Carabineros desalojaron a 1.300 familia del sector de La Pampa en Alto Hospicio. Crédito de fotos: 24horas.cl

Lejos de ser un lugar con condiciones de habitabilidad dignas, el lugar escogido por las autoridades fue, literalmente, un basurero. “Lo abrieron en cuatro partes y en ese cuadrado del medio dijeron ‘ya, ¿quieren estar aquí?’ y aquí nos tiraron. De ahí en adelante han venido las luchas por limpiar el campamento y por hacer otras reconstrucciones dentro de los mismos vecinos, pero ha sido difícil porque nos dejaron abandonados, apartados”, explica la dirigenta.

En la actualidad, el campamento donde vive Lorena cuenta con 250 familias y cerca de mil personas, quienes a través de la organización comunitaria han logrado tener acceso a luz y han negociado con los medios de transporte regionales para obtener movilización desde el campamento a la ciudad. 

El 70% de la población del campamento corresponde a población migrante, siendo los principales grupos los bolivianos, ecuatorianos y colombianos. La dirigenta cuenta que una de las cosas que ha llamado la atención este último tiempo ha sido la llegada de haitianos y haitianas que han migrado desde Iquique o desde la capital tras vivir situaciones de discriminación y racismo en las que han sido escupidos, golpeados y baleados.

«Habría que borrar esa canción ‘Si vas para Chile verás cómo se recibe al amigo cuando es extranjero’, habría que eliminar esa canción porque la realidad no es así. No podemos decir que el 100% de las personas en Chile, pero sí hay un alto índice de racismo», sostiene Lorena.

La dirigenta ecuatoriana de AMPRO, Lorena Zambrano.

-¿Cómo has visto la situación de la población migrante durante la pandemia? ¿Crees que estos actos de racismo y discriminación se han incrementado este último tiempo?

Efectivamente, ha aumentado el clasismo, el racismo, la discriminación y la xenofobia. Hay muchos migrantes que todavía no tienen sus papeles, el Estado todavía no ha dado una solución a las personas que se han quedado sin trabajo y estaban en procesos de tramitación de visas. Si tú le preguntas hoy día a una madre o un padre -sea chileno o extranjero- que tiene seis hijos, si dejaría de trabajar porque tiene Covid-19, obvio que no va a dejar de salir a trabajar porque la respuesta es “prefiero contagiar a diez mil, pero darle a mi hijo de comer”. El Estado tiene que encontrar una forma de proveer a estas familias que están contagiadas con lo mínimo, que son los víveres, porque si en tu casa tienes qué comer, por lo menos los 15 días de cuarentena no tienes para qué salir, porque por lo menos tienes alimento en tu casa. 

El asesinato por parte de la policía estadounidense del ciudadano afroamericano George Floyd indignó a la población mundial y, a partir de ello, en Chile revivimos episodios de racismo que terminaron con la vida de Joane Florvil, Monise Joseph y Rebeca Pierre, entre muchos otros hombres y mujeres haitianas. ¿Cómo ves la indignación que ha manifestado la sociedad chilena ante esta situación?

Ha habido un reconteo de las muertes que han sucedido antes y de otros compañeros que han sufrido racismo y discriminación. Sin embargo, es increíble cómo ha aumentado la discriminación ahora que descubrieron los cités donde hay haitianos contagiados, que han sido incitados por los discursos que lanza el gobierno, en los que tú ves la cuota de racismo al decir que los migrantes que están en cités son culpables de que tengamos el virus. Tienen esos discursos que llaman a que la gente se alce y nos vea como un enemigo infeccioso. Aquí vemos compañeros que han venido de Santiago, especialmente los compañeros haitianos, quienes han sido escupidos, baleados, maltratados. Y ¿quién se hace cargo de todo el daño psicológico que esas experiencias conllevan? Nadie. 

¿Cuáles han sido las principales demandas de la población migrante durante la pandemia? 

Lo mínimo que se pide en este Estado de Excepción es que haya una regularización inmediata, porque no es posible que migrantes que estaban trabajando con sus papeles, al haber una pandemia, sean despedidos siendo que estaban en proceso de regularización. Sí, efectivamente, el carnet se les va a actualizar un año más, pero después del año, ¿qué? Las cosas vienen graves y no creo que haya trabajo de la noche a la mañana. ¿Quién les devuelve su trámite? ¿Quién les devuelve ese dinero? ¿Quién les devuelve su tiempo? Nadie. Por eso nosotros pedíamos una regularización inmediata, que a todas las personas que están trabajando se les regule inmediatamente dos años más su carnet para que tengan la posibilidad de buscar un trabajo.

Otra imagen del desalojo que sufrió el campamento Barrio Transitorio de Emergencia Renacer de Alto Hospicio, en 2016

-Mencionaste la discriminación y episodios de racismo en contra de la población migrante en comunas como Quilicura. ¿Cómo son las condiciones de vida de la población migrante en estos sectores de la capital y en la ciudad de Iquique?

La ley no se ha hecho presente en cuanto a establecer cuál es la responsabilidad de la persona que te arrienda. No te dan ni siquiera un contrato, no te dan un papel de que tú le pagas y las condiciones son deplorables. ¿Quién sanciona a esa persona que arrienda la casa en ese estado? Es el dueño el que tiene la obligación de garantizar al menos un lugar cómodo donde vivir. Somos tratados como animales, esa es la realidad. No les interesa cómo viven los niños, sólo les importa el lucro. Nos tiran a la calle y nos sacan como delincuentes porque llaman a los carabineros. Eres como un delincuente por pedir un techo donde dormir. Yo me pregunto dónde están los derechos humanos, dónde está la humanidad, el respeto por las personas. 

Sin embargo, cuando son las campañas de gobierno, ahí sí nos llaman, cuando nos necesitan para alguna cosa, ahí estamos los migrantes. ¿Y ahora dónde está el gobierno para nosotros? Acá no contamos con el Servicio Jesuita Migrante, no hay casas para alojar a personas que están en la calle. ¿Qué va a pasar entonces? Todo el mundo se va a tirar a las tomas y el gobierno va a decir que no están autorizadas, pero es que entonces, ¿qué haces? Entre tener un techo, aunque sea mal hecho, a estar muriéndote de hambre y frío en la calle, no te toca de otra. 

-¿Cuál crees que es la importancia de los vínculos y formas de organización comunitarias para enfrentar una pandemia como la que estamos viviendo, en un contexto en el que la ayuda por parte del Estado ha sido prácticamente nula?

Acá, en Alto Hospicio, nosotras estamos colaborando con tres ollas comunes, le han puesto «El pueblo ayuda al pueblo» porque es la única forma: juntar todos los víveres para poder solventar el hambre de todos. La gente tiene que entender que uno no viene a vivir a las tomas porque Alto Hospicio prácticamente esté calificado como un foco de delincuencia y que todos venimos a robar, que aquí está la prostitución, etc. No, somos personas a las que el bolsillo no les da para más, el Estado mismo nos obligó a buscar otras instancias de vida y como migrantes tampoco tenemos la posibilidad de obtener una casa de la noche a la mañana si no tenemos papeles. 

Dentro de las principales falencias del proyecto de ley de migraciones que está en tramitación se encuentra la imposibilidad del cambio de categoría migratoria para la visa de turista en el país. Esto implicaría que las y los migrantes deberán volver a sus países de origen para tramitar el cambio de categoría. ¿Cuál es tu opinión sobre el proyecto de ley? 

Prácticamente, están llamando a que la migración sea un delito, porque si a la gente tú no la dejas estar como corresponde, ten por seguro que va a seguir pasando irregular. La ley migratoria va a jugarnos en contra siendo que debería ser más flexible para esas personas que les cuesta traer sus papeles, ya que en sus países también les cobran una barbaridad. En realidad, estas cosas tendríamos que sentarnos a negociarlas. ¿Cuánto va a perder el Estado y cuánto vamos a perder nosotros? Dentro de eso tenemos que llegar a un acuerdo, pero no se puede cuando el Estado decide todo y el resto ve cómo acatar, por eso no podemos decir que este es un país libre y democrático. Este país sigue siendo un país sin democracia, la democracia nunca existió en Chile, cada política que sacan es antidemocrática. El pueblo sigue oprimido y su opresor sigue arriba. 

Mientras sigamos así, van a seguir las marchas, las huelgas, la gente se va a seguir pronunciando. El estallido social no se ha calmado, está pausado por la pandemia, pero una vez que termine esto, la gente se va a alzar a las calles y vamos a tener a un Estado observando cómo todas las medidas no han sido suficientes para aplacar la ira del pueblo.

Marcha contra el racismo en Santiago de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la U. de Chile.

-La campaña “La humanidad somos todes”, de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas, la Universidad Abierta de Recoleta, la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Promigrantes, la Radio Universidad de Chile y la Radio JGM, busca preservar la vida en tiempos de pandemia y hace un llamado de humanidad ante los distintos casos de discriminación y racismo en contra de la población migrante. ¿Cuál crees que es la importancia de este tipo de iniciativas? 

Siempre, como organizaciones, deseamos que desde la universidad despertara esta hambre por trabajar en conjunto con nosotros. Estamos viendo que otros están entendiendo que la humanidad somos todes, que vivimos en un país donde no podemos seguir hablando de «los chilenos», que es un país donde estamos todos, todas y todes. Para nosotros ha sido un hecho fundamental para poder rebatir el racismo, la discriminación y que sean los mismos actores migrantes quienes aparecen. Yo creo que todas las personas que hagan parte de la campaña son la voz del que no puede hablar y esta campaña sirve para prevenir y evitar que no haya ninguna muerte más por culpa de la xenofobia y el racismo.

Transformación editorial: crisis y reinvención en tiempos de pandemia

Tras meses de librerías cerradas en el contexto del estallido social, la crisis sanitaria ha sido otro golpe importante para la cadena del libro. Editoriales independientes, distribuidoras y librerías se han visto obstaculizadas en su trabajo, en medio de un creciente interés de lectores que ven en el libro a un aliado infalible para pasar el tiempo del encierro.

Por Victoria Ramírez Mansilla

Imaginemos, por un momento, un mundo sin librerías. Uno donde sólo existen despachos a domicilio, donde las recomendaciones del librero son un recuerdo, así como las novedades en las vitrinas. Lo cierto es que el Covid-19 ha cambiado la forma de relacionarnos, entre ellas la manera de acceder a los libros, su circulación y difusión. La última feria que alcanzó a realizarse en Santiago fue la tradicional Furia del Libro en el Centro Cultural Gabriela Mistral, en diciembre pasado. En medio del calor del estallido, se celebraron dos días de intenso intercambio literario. Algo había cambiado en Chile. Quizá alcanzó a ser el último alivio ante la pandemia que vendría y obligaría a adaptar toda la cadena del libro. 

La décima edición de La Furia del Libro se realizó en diciembre pasado en el GAM, como ya es tradición.

Actualmente, gran parte de las librerías permanecen cerradas —al menos en la capital— y se han cancelado lanzamientos y ferias, lo que ha enfrentado a librerías, distribuidoras y editoriales a pérdidas económicas importantes, en un sector que ya venía con preocupantes saldos. “Creo que esta urgencia pone en riesgo el modo en el que veníamos haciendo las cosas. Desde el tipo de libros, las cantidades y el sentido que estos tenían para nosotros, hasta el modelo de editorial que queríamos ser”, confiesa Juan Manuel Silva, cofundador de la editorial Montacerdos.

Hoy, prácticamente todas las editoriales pequeñas y medianas han tenido que reinventarse, crear o mejorar sus tiendas virtuales, cambiar sus estrategias de difusión y vender por Internet. “En estos tres meses hemos tenido que meter toda nuestra cabeza en la tienda web. Era un complemento y ahora es la única herramienta”, dice Álvaro Matus, editor de Hueders. Afortunadamente, pudieron adelantarse a lo que venía: en marzo la editorial firmó con la distribuidora Big Sur un plan con miras a transformar su tienda web en librería, donde ofrecerán títulos de otras editoriales afines.

Por su parte, Ediciones Overol hace algunas semanas abrió su tienda web. “Ha sido muy importante para mantener los libros en circulación y tener un trato más directo con los lectores”, señalan sus editores, Daniela Escobar y Andrés Florit. Algo similar ocurre en Alquimia, que está en pleno proceso de renovación de su página y ya ha subido el 85% de su catálogo a Amazon. “Estamos vendiendo un 46% menos en librerías. La venta directa ha paliado como un 25% o 30% de eso”, precisa el editor Guido Arroyo. 

En efecto, la mayor parte de las editoriales consultadas coinciden en que ha sido significativo el aporte de los ingresos por venta directa para sobrevivir a la pandemia. “Las ventas de Internet corresponden al 80% del ingreso mensual”, señala Jorge Núñez, que junto a la escritora Claudia Apablaza dirigen la editorial Los Libros de la Mujer Rota. Subraya, además, que han sido claves las redes sociales en este proceso: “Te permiten dar a conocer tu catálogo de forma cercana. Esa base, más la página con carro de compras, han permitido mantener el calendario de publicaciones”.

En el caso de Edicola, editorial chileno-italiana, han logrado publicar tres títulos en Italia, entre ellos la versión traducida de la novela finalista del Premio Herralde El sistema del tacto, de Alejandra Costamagna, que tendrá su lanzamiento vía Facebook Live. “Debemos abrirnos a las posibilidades tecnológicas, que seguirán ampliándose, para favorecer este anhelo continuo de entregar historias y cultivar la lectura”, dice Raúl Hernández, uno de los editores. 

Como esta, ya hay distintas experiencias de actividades en la web, algunas incluso entre editoriales que han trabajado colaborativamente. Es el caso de Overol con Los Libros de la Mujer Rota, que acaban de cumplir cinco años y para celebrarlo hicieron durante tres días una serie de conversatorios, talleres y lanzamientos en conjunto, todo online. “La gente agradece estas instancias de comunicación en vivo y a nosotros nos hace bien en medio del encierro”, dicen Florit y Escobar. 

Daniela Escobar y Andrés Florit de la Editorial Overol.

De igual modo, Cuadro de Tiza celebró su décimo aniversario y para conmemorarlo liberaron un tercio del catálogo en su página web. “La mayoría de esos títulos estaban descontinuados hace años, cuando hacíamos las plaquettes artesanalmente, y nos pareció importante que volvieran a estar disponibles”, explica uno de sus editores, Nicolás Labarca. 

En cuanto a las actividades futuras, Alquimia lanzará a fines de junio el libro Poeta en prosa, 29 entrevistas a María Luisa Bombal. Asimismo, la editorial Pez Espiral lanzará en septiembre el libro Los Tres Unplugged 30 años, escrito por Marisol García. “Experimentaremos por primera vez cómo es un lanzamiento online, con concierto incluido”, indica su director, Daniel Madrid. 

Respecto a las actividades en Internet, Juan Manuel Silva cree que es valioso que se experimente antes de definir protocolos. “Es una situación inédita para nosotros, porque la aparición de los celulares o de Internet fueron fenómenos en varias etapas; parece ser que este acontecimiento es más violento, como la aparición del cine o la fotografía”, remata.

Asimismo, las distribuidoras también se han pasado a lo digital. “La oferta hoy es tanto física como electrónica”, apunta Claudia Aguirre, directora de La Komuna, quien admite que gracias a la página web han podido soportar la crisis. En el caso de Liberalia Ediciones, se ha sentido fuertemente la pandemia. “Afrontamos la suspensión de pagos de bibliografías, así como la paralización de los trámites y órdenes de compra debido al cierre de las universidades”, explica su directora, Berta Concha.

Pirita, otra distribuidora más pequeña, ha apostado por sus redes sociales. Al inicio de la pandemia sostuvo la campaña #quédateencasa, donde parte de los autores del catálogo hicieron un video promoviendo el cuidado ante el Covid-19. Junto a ello, han ofrecido el servicio de distribución de libros digitales. “La pandemia ha cambiado radicalmente la función de la distribuidora. Potenciamos la venta directa, cumpliendo un rol de librería virtual”, explica su directora, Emiliana Pereira.

Un año remando contra el viento 

Otra de las consecuencias de la pandemia en el mundo editorial ha sido la significativa disminución de las novedades 2020. Con las imprentas funcionando de manera intermitente y el cese de librerías, las editoriales han tenido que recalendarizar títulos o, de plano, asumir que no podrán ser publicados. En el caso de Alquimia, que tenía un plan de 19 novedades, este año sólo publicará 12 de ellas. Hueders, por su parte, acostumbrada a un promedio de 28 libros anuales durante los últimos tres años, sacará únicamente cuatro títulos. “Nos hemos ido apretando el cinturón, porque tendremos poco tiempo para vender en librerías, octubre y noviembre, esperemos”, reflexiona Álvaro Matus. 

Algo similar sucedió en Pez Espiral, Librosdementira y Montacerdos. “Lamentablemente, nuestras autoridades no han estado a la altura de esta crisis y resulta complejo pensar en vender libros cuando hay tanta muerte y sufrimiento en el país. Tuvimos la oportunidad de parar y esperar a que pase el chubasco”, explica Luis Cruz, editor de Librosdementira

Por otro lado, Cuadro de Tiza, Komorebi, Libros del Cardo, Los Libros de la Mujer Rota y Edicola mantuvieron los títulos planificados para este año, algunos gracias a fondos estatales previamente ganados. “Aplazamos el calendario de novedades, seguimos trabajando, aunque más pausado, y tenemos varios títulos listos para imprenta”, dice Nicolás Labarca, de Cuadro de Tiza. 

Imagen de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV) que tuvo su primera versión virtual en mayo pasado.

A pesar del difícil panorama, parte de las editoriales consultadas dicen aún no sentir en riesgo la diversidad del sector. “Las editoriales independientes no tienen tanto capital para invertir. Lo que sí está en peligro es la publicación de algunos libros. Hay editoriales que no se quieren arriesgar y con justa razón”, señala Jorge Núñez. En el caso de Komorebi, editorial valdiviana, han podido mantener la publicación de los seis títulos propuestos para 2020 gracias a fondos estatales. “El riesgo habitual se ha acentuado, pero pese a todo no tenemos noticias de que algún sello independiente amigo haya bajado la cortina por esto, sino que vemos mucha creatividad para afrontar la situación”, señala Pedro Tapia, uno de sus editores.

En tanto, en la editorial porteña Libros del Cardo también han podido mantener los títulos planificados. “No tenemos un fondo estatal ni grandes tirajes, así que haremos estos libros y los lanzamientos digitales. Nuestro plan es acotado”, explica su editora, Gladys González, quien además es gestora de la Feria del Libro Independiente de Valparaíso (FLIV), que este 23 y 24 de mayo pasado se celebró de manera digital, convirtiéndose en la primera Feria del Libro Virtual del país. 

Transmitida a través de Facebook Live, se realizaron cápsulas teatralizadas, laboratorios didácticos para niños, además de una programación centrada en temas como literatura y pandemia, espacios domésticos, feminismo y encierro. “La iniciativa nace a partir de los altos niveles de cesantía de nuestros artistas y como una manera de continuar instancias de reflexión y asociatividad”, remarca Gladys González.

Asimismo, frente a la adversidad, han surgido propuestas novedosas, como la de Montacerdos, que vende parte de su catálogo en una botillería de Providencia, propiedad de la familia del editor Juan Manuel Silva. “La recepción ha sido muy buena, así que esperamos que sea una posibilidad para ubicar libros en lugares poco habituales”, explica. Otra iniciativa ingeniosa ha sido Librería Pedaleo, que desde sus inicios, en 2017, se planteó como una librería virtual con despacho a domicilio, enfocada en poesía y narrativa latinoamericana. “Vendo libros que a mí me gustaría leer”, especifica el escritor Carlos Cardani, cuando se le pregunta por el catálogo.

Si bien Pedaleo funcionó bastante tiempo con visitas de los lectores a la librería —que es también la casa de Cardani— ahora funciona sólo con despachos que realizan él y un grupo de amigos en bicicleta —todos escritores— que cubren casi todo Santiago, provistos con mascarillas, guantes y cascos.

Digitalización y nuevos lectores

Desde 2013 existe la Biblioteca Pública Digital, dependiente del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, que ofrece libros en formato Epub, PDF y Mobi, prestados por un plazo limitado para leer en computadores, tablets y celulares, junto a más de 800 audiolibros disponibles. La idea es promover la lectura digital y la producción editorial local, y a su vez respetar los derechos de propiedad intelectual. Las editoriales, por su parte, cobran por las descargas o venden el material. “Ha sido una de las mejores noticias para el mundo editorial independiente y para los lectores. Asumo que se debe a que es gente que ama los libros y que por ser un espacio nuevo todavía no ha sido cooptado por los tiburones editoriales”, señala Luis Cruz de Librosdementira.

El sitio web de la Biblioteca Pública Digital tiene gran oferta de libros digitales y audiolibros.

En tanto, Los Libros de la Mujer Rota, Edicola, Overol y Alquimia también han digitalizado parte de su catálogo para la biblioteca, pensando en que cada vez hay más lectores mixtos, que escogen tanto el papel como lo digital. Para Los Libros de la Mujer Rota, el desafío es digitalizar todo el catálogo: “Algunos leen nuestros libros desde esa plataforma y luego compran en físico”, precisa Núñez. 

Sin embargo, frente a la masiva digitalización, hay quienes todavía defienden los atributos del libro en papel. “Creo que el libro es un objeto único, hay un romanticismo y una historia en torno a la producción artesanal”, opina Gladys González. Algo similar sostiene Berta Concha, de Liberalia: “En estos largos meses de cuarentena frente a las pantallas, profesores y estudiantes confiesan la nostalgia y necesidad de libros impresos, su comodidad y su increíble funcionalidad”. Por su parte, Juan Manuel Silva, de Montacerdos, cree que aún es pequeño el espacio del e-book, aunque es previsible que su importancia aumente y que, en contraste, el libro en papel vuelva a un estatuto de lujo y excepcionalidad. 

En el caso de Pez Espiral, una editorial que se inspira en el libro como objeto poético, la materialidad es muy relevante. Así lo explica Daniel Madrid: “El libro físico es vital para nuestros objetivos. La idea del e-book la estamos recién experimentando, liberando gratuitamente algunos títulos”. De hecho, en tan sólo dos meses la editorial ha tenido en promedio tres mil descargas, luego de haber liberado un libro de Daniela Catrileo y otro de Gladys González. 

Paralelamente, ha pasado algo interesante en la venta de los catálogos, donde libreros y editores notan la inclinación del público lector por clásicos de la literatura. “Me atrevería a decir que la gente está ocupando el tiempo en libros pendientes que sienten el deber de leer. Desde Virginia Woolf, Susan Sontag y Nicanor Parra hasta contemporáneos que están sonando, como Mariana Enriquez, Selva Almada, Chimamanda Ngozi, principalmente autoras”, dice Carlos Cardani de Pedaleo. 

En la misma línea, desde Alquimia han notado que el público se interesa inusualmente por títulos de poesía. “La gente tiende más al fondo editorial que a la novedad”, reflexiona Arroyo, y cree que ahora hay cierta tendencia por los clásicos, quizás a partir “de una pulsión por salir de la contingencia”. Álvaro Matus comparte este diagnóstico, pues cree que se ha revalorizado al libro en un escenario de teletrabajo y encierro. “Se convierte en un panorama, sobre todo cuando ya has estado ocho horas conectado a la pantalla. Es necesario distraerse y el libro puede que esté en esa frontera”, explica el editor de Hueders. Al mismo tiempo, cree que muchas veces la elección recae en un clásico al momento de gastar dinero: “Una sandía calada. Esos libros que te hablan como si no hubiera pasado el tiempo”.

Lola Larra: “Como ciudadanos debemos exigirle al gobierno que proteja el bien común y en este tiempo, aún más”

Su nombre es Claudia Larraguibel, pero en el ambiente literario se la conoce como Lola Larra. Máster en Periodismo y escritora, Lola ha sido redactora y editora en medios como El País y Vogue, y en Chile es conocida por ser autora de las novelas Reír como ellos, Reglas de caballería, Al sur de la Alameda, una novela ilustrada por la que ha recibido varios reconocimientos, y Sprinters: los niños de Colonia Dignidad. En la siguiente entrevista, la escritora habla de sus procesos creativos, evalúa cómo se está enfrentando la pandemia, y se refiere a la escena editorial independiente, de la que es parte con Ekaré Sur, editorial dedicada a producir libros para niños, niñas y adolescentes.

Por Jennifer Abate

—¿Cómo has vivido estos meses de pandemia en Chile en términos personales y profesionales? 

Estoy en mi casa desde el 15 de marzo, aproximadamente, con mi hijo, y bueno, todos estamos viviendo una época excepcional, un tiempo irrepetible, que es terrible y maravilloso a la vez, terrible por todo lo que está ocurriendo a nivel sanitario, a nivel humano, a nivel de la precariedad que está viviendo mucha gente, y también maravilloso porque es una oportunidad única para muchas cosas, no sólo para que el planeta se regenere. Es un tiempo muy raro y yo espero que salgamos habiendo tenido el tiempo para reflexionar y plantearnos cambiar de alguna manera, tanto a nivel personal como más general. Mucha gente dice que sería demasiado bello que cambiara todo; demasiado optimista. Creo que va a venir una tremenda recesión que se va a sentir mucho en el mundo de las editoriales, así que vamos a ver qué pasa.

La escritora, autora de Al sur de la Alameda y editora de Ekaré Sur, Lola Larra. Crédito de foto: Lisbeth Salas

—A propósito de editoriales y de estos tiempos de cuarentena, en Ekaré Sur liberaron tu libro Al sur de la Alameda, con el que ganaste muchos premios, como el premio a la edición de la Cámara Chilena del Libro 2014, el de mejor novela juvenil de 2014 de Babelia, el Marta Brunet a literatura infantil y juvenil 2015 y en 2019, el premio Andersen. En ese libro abordas la realidad de las tomas de los colegios a comienzos de la Revolución Pingüina, que fue la revuelta estudiantil de 2006 en Chile. ¿Cómo llegaste al formato de novela gráfica?

Ese libro se publicó a fines de 2014, pero ha tenido larga vida y ojalá siga viviendo, es muy difícil en estos tiempos en que las novedades duran tres meses y después se olvidan, porque se publica mucho. Vicente (Reinamontes) y yo hemos tenido la grandísima suerte de que ese libro vuelve una y otra vez, ahora está a punto de llegar la quinta edición a Chile. Ya en 2014 se veía un interés en el mundo editorial por la novela gráfica y la ilustración, había surgido galería PLOP!, había un boom de ilustradores muy importante en Chile que estaban sonando y resonando fuera. Cuando yo empecé a escribir, en 2008, no lo pensé como una novela ilustrada. Al releerlo y dejarlo reposar, me di cuenta de que le faltaba una segunda voz, una segunda historia, y por casualidad estaba leyendo los libros de Brian Selznick, autor de La invención de Hugo Cabret, y me maravilló esa fluidez que había entre texto e imagen, imágenes que contaban otras cosas que no estaban en el texto, y entonces se me ocurrió hacer una segunda historia que le diera contrapeso a la primera, que es el diario del chico adolescente que está en toma, Nicolás. Y en Ekaré Sur lo hicieron. Ellos dieron con Vicente Reinamontes, que era muy jovencito, tenía como 21 años cuando empezamos a trabajar, acababa de terminar de estudiar Diseño y no había hecho ningún libro antes, pero era ilustrador de revistas, hacía afiches. Era perfecto, porque él también había sido parte de la Revolución Pingüina, o sea, lo había vivido de cerca. Fue un camino nuevo y me encantó, ojalá se repita.

¿Por qué decidieron liberar este libro en medio de la pandemia?

Fue una decisión muy rápida. Estábamos teletrabajando y llevábamos una semana confinados, y en la reunión de pauta dijimos “hay que hacer algo”. Había varios libros agotados, como Al sur de la Alameda, porque no nos habían llegado las reimpresiones, nos pasó lo mismo con otros libros que forman parte de textos complementarios de las escuelas y nos escribía gente que tenía que comprarlos. Entonces decidimos liberarlos. No podemos dejar que la gente no los lea cuando los tiene que leer, y liberarlos fue una decisión que tomamos con todo el equipo de manera unánime. Por los derechos de autor, consultamos con todos los autores y estuvieron de acuerdo. Me han dado mucha esperanza todas las iniciativas en torno a la cultura de liberar contenidos porque es un tiempo excepcional. Obviamente, defiendo los derechos de autor y el concepto de que el libro tiene que venderse, que cuesta, pero en momentos excepcionales hay que hacer cambios excepcionales, y los libros seguirán liberados hasta que termine esta situación excepcional. 

¿Cómo nace la idea de generar un proyecto editorial dedicado a niños, niñas y adolescentes?

Ekaré surge en Venezuela en el año 1978 y lo fundó Verónica Uribe, mi madre, editora. Surgió al alero del Banco del Libro, una institución que todavía existe a duras penas con la situación en Venezuela, una instancia de promoción de la lectura que tenía bibliotecas en barrios muy vulnerables de Caracas. Verónica Uribe y Carmen Diana Dearden trabajaban ahí, en el Banco del Libro, y se dieron cuenta de que apenas había libros para niños latinoamericanos, había algo de producción de Argentina y de México, pero todo llegaba de fuera, no había historias que contaran la vida de los niños latinoamericanos, que es muy distinta a la vida de niños anglosajones, europeos, etc., quienes se enfrentan a realidades distintas, viven de distinta manera, tienen niveles de lectura distintos. Decidieron fundar Ekaré para hacer libros latinoamericanos. De hecho, empezaron con leyendas indígenas, pero con calidad, belleza y cuidado editorial en el diseño e ilustración. Así surgió Ekaré y poco a poco, a lo largo de todos estos años, se ha hecho un nombre y es una editorial muy prestigiosa. Cuando Verónica volvió a Chile, distribuía los libros de Ekaré y seguía su trabajo editorial. Cuando yo vine, fundamos Ekaré Sur. No es una filial, son empresas distintas, editoriales separadas, pero hermanas, porque trabajamos codo a codo en la parte editorial y porque ellos nos distribuyen afuera y nosotros acá. Entonces es una mezcla de minitransnacional, microtransnacional.

¿Cuáles son los principales desafíos de sostener una editorial destinada a este público?

A los editores de literatura para adultos no les gusta que diga esto, pero me parece mucho más divertido ser editora de libros para niños, porque los proyectos siempre están a medias. Si a ti te llega un manuscrito, una novela, obviamente lo editas, haces un trabajo de edición importante, conversas con el autor, cómo lo vas a promocionar, pero el libro está ahí, casi listo, lo amononas un poco, piensas en la portada. En cambio, en el caso de los libros para niños, es un medio libro el que te llega. Editorialmente, es un trabajo mucho más creativo, en el que se involucra mucha más gente, un trabajo colectivo en el que hay un autor, editor, diseñador gráfico, en el que hay un trabajo de producción editorial que tiene que ver con las texturas del libro, el formato, que no es el formato típico; en los libros para adultos los formatos son todos iguales y no tienes que pensar en eso cuando te llega un manuscrito. En cambio, a nosotros nos llega un manuscrito y tenemos que pensar el formato del libro, porque tampoco va en una colección, cada libro es de su padre y su madre, es distinto. Entonces hay un trabajo creativo de mucho tiempo, que es muy interesante, desafiante, a diferencia del trabajo editorial más tradicional.

Una página de Al sur de la Alameda con las ilustraciones de Vicente Reinamontes.

—Una de las conclusiones de la Feria de Bolonia, a la que asististe el año pasado, fue que la literatura infantil y juvenil chilena está bien posicionada. ¿Qué procesos crees tú que han permitido que hoy nos destaquemos en este tipo de oferta literaria?

Sí, estamos en ese panorama. Creo que es interesante lo que ha pasado en los últimos diez años en el contexto chileno. La industria editorial chilena de libros para niños era inexistente hasta hace poco más de diez años, estaba Ekaré Sur, estaba Amanuta, Pehuén, que hacía algunas cosas, y de pronto empieza a haber un boom, que empezó con ilustradores muy interesantes que estaban trabajando incluso para editoriales de fuera. Empezaron a surgir editoriales pequeñitas muy buenas y yo admiro a varias, es un panorama editorial rico, interesante, y todos hemos conseguido nuestra propia personalidad. No nos pisamos, no nos repetimos, estamos buscando, es un panorama que está cada vez más competitivo y vamos a ver qué pasa después del Coronavirus, porque vamos a salir golpeados, seguramente. En la Feria de Bolonia, pasamos de no tener ningún stand de Chile, de estar en un stand multipaís, a tener un stand. Todo el trabajo que ha hecho el Consejo de la Cultura, Pro Chile, no sólo para tener un buen stand que exhiba bien los libros, sino que para llevar a una delegación grande, es rarísimo. Todos los editores de otros países dicen “pero ¿cuántos representantes de Chile hay?”. Como 20, 26, entre agentes, ilustradores, y eso no es común, no es común que un gobierno invierta en llevar a tantos a una feria. A mí me parece bien, porque ha puesto a las editoriales, autores, ilustradores chilenos, en el panorama mundial y ha permitido que se hagan traducciones de libros que jamás habrían salido de Chile. También me parece que ha sido un salto importante para la profesionalización de los editores pequeños que empezaron a surgir hace diez años y han visto cómo se mueve la industria editorial del libro infantil, que es muy grande y muy interesante. Han podido tener contacto directo con eso y son mucho más profesionales que hace diez años, ya saben cómo vender afuera. En la Feria de Bolonia te reúnes con editoriales de países inesperados. Irán, por ejemplo, tiene unas producciones maravillosas. Bueno, este año no hubo Feria de Bolonia, sino que una telemática, entonces nadie sabe qué va a pasar el 2021.

El panorama ha sido complejo desde el estallido social y ahora se suma la pandemia. ¿Cómo es tener una editorial independiente en estas circunstancias?

Muy difícil, primero por la incertidumbre en la que siempre hemos vivido los editores pequeños y medianos. En Ekaré somos siete personas, entonces tenemos que pensar en cómo nuestra pequeña plantilla va a sobrevivir; estamos vendiendo el 7% de lo que vendíamos antes. Afortunadamente, nosotros tenemos una web y las ventas web han subido mucho, pero también la distribución nos plantea un montón de desafíos que hasta hace tres meses no teníamos, ni siquiera con el estallido, que fue una revisión para las conciencias y para las formas de trabajar. Es como volver a lo más pequeñito. ¿Cómo lo hacemos? Afortunadamente, la web es buena para vender y la cambiamos hace poco, hay editoriales que no tienen web para vender online.

Además, queríamos que la web tuviera mucho contenido, entonces hay entrevistas a los autores, hay artículos de fondo interesantes, sobre ferias, sobre el libro álbum, hay reflexiones de especialistas, reseñas. Siempre quisimos que no fuera sólo una tienda, sino que fuera un espacio de reflexión, de propuestas de actividades para hacer con los libros al momento de la lectura. En cuanto al tema de las ferias, es tremendo, porque la Primavera del Libro y La Furia del Libro eran muy importantes para los editores medianos y pequeños, y esas no se van a dar. Sí creo que la manera de escribir no va a cambiar con la pandemia, o sea, vamos a seguir leyendo y escribiendo igual, a diferencia de otras áreas culturales que están afectadas, como el teatro, el cine; cómo se hace un rodaje de una película, de una serie. Esos sectores culturales sí que van a tener un remezón tremendo, como el que nosotros tuvimos cuando salieron los libros electrónicos y cuando rasgamos vestiduras. Ese remezón estructural de cómo se escribe, cómo se lee, cómo se publica, cómo se edita, ya lo tuvimos, entonces estamos más pertrechados en la industria editorial para enfrentar esto, tenemos ventas online, tenemos ebook, audiolibros.

De acuerdo a los números y encuestas, en Chile se lee poco y se entiende poco lo que se lee. Es una realidad que se opone de alguna manera a la pujante escena editorial independiente de la que hablamos. ¿Cuál es tu mirada sobre esa contradicción como escritora y editora?

Yo siempre soy optimista. Esas cifras terribles, es verdad, son así, son irrefutables, pero creo que vivimos en un país con muchas ventajas. Hay países que no tienen bibliotecas públicas, como Perú, que tiene una que donó Vargas Llosa y otras que viven a punta de donaciones. Tener una biblioteca pública puede ser excepcional y ayuda. En España no hay dotación de grandes compras públicas como se hace aquí, que cada año se abren licitaciones de compras del Mineduc, lo que era la Dibam antes, desde el comienzo de la democracia en Chile se empezó a gestar una red importante de bibliotecas y la idea de que el libro es importante.

Al sur de la Alameda, de 2014, ya va por su quinta edición en 2019 ganó el Premio Andersen que se entrega en Italia

Soy optimista porque creo que se ha invertido mucho en que tengamos una buena red de bibliotecas. Hay fundaciones que tienen bibliotecas públicas que son maravillosas. La Fundación La Fuente, por ejemplo, las Bibliotecas Vivas, son un panorama interesante del que tenemos que sentirnos agradecidos. Eso no quita que esté en desacuerdo con cómo se compra, qué se compra, cómo se lleva a los colegios, con que se compren libros muy apegados al currículum. Pero vivimos en un país que tiene un sistema de bibliotecas públicas y escolares que es envidiable y que se está dotando cada año y actualizando. Como editoriales pequeñas, tenemos que sentirnos muy responsables. Siempre digo que hay una responsabilidad del editor de libros para niños, mucho más que del editor de libros para adultos. Los libros para adultos nadie los lee obligado, cada quien los compra si lo quiere; pero puede que por un azar maligno un libro malo llegue a los niños y sea una lectura obligatoria. Como editorial de libros para niños, no puedes hacer libros malos. Si eres editor de libros para niños, haz tu trabajo lo mejor posible, no puedes editar una tontería, un libro mal hecho, con errores ortográficos, no puedes. 

Todo eso no quita que yo esté muy preocupada. Soy optimista, trato de ver la taza medio llena, pero eso no quita que estemos ante una situación que puede ser catastrófica, porque en este ecosistema del libro, siempre son las librerías y editoriales pequeñas e independientes las que se van a fracturar. Eso hay que apoyarlo y tiene que haber medidas urgentes en esto. El Estado se ha tardado demasiado en reaccionar, debe haber medidas urgentes para que las editoriales y librerías pequeñas e independientes no quiebren después de la cuarentena.

Lola, tú naciste en Chile, pero has vivido muchos años en Venezuela y otros tantos en España. Como habitante de otras latitudes, ¿cuál es tu interpretación de lo que ha pasado en nuestro país en los últimos meses desde el estallido social que comenzó el 18 de octubre?

Me siento una privilegiada de haber vivido estos años en Chile, porque creo que lo que ocurrió en octubre pasado venía desde el 2006, el primer ejemplo lo dieron los pingüinos el 2006. No sé si los estudiantes que saltaron el torniquete en octubre pasado sabían o no que eso venía de antes, pero hay una corriente de espíritu y de disconformidad de los estudiantes chilenos que a mí me maravilló y de la que agradezco haber sido testigo. Me parece un momento interesantísimo y pasó con las protestas feministas de 2018, o sea, estamos en una efervescencia que hay que aprovechar y, claro, fue un parón esto del Coronavirus, ha sido como un coitus interruptus terrible, no sé cómo se va a retomar. Toda esta discusión que teníamos, esa maravilla que hubo, lo que nos enseñaron finalmente los estudiantes del 2006 y los que saltaron el torniquete, es que hay una cosa que se llama bien común y que nos habían dicho que no servía para nada y que efectivamente sirve y tenemos que protegerlo. Nuestro deber como ciudadanos es exigirle al gobierno que proteja el bien común y en tiempo de Coronavirus, eso se nota más. Fue un momento tan bonito la revuelta, el estallido social, que nos llevó a volver al ágora, yo me maravillaba de estar en las plazas discutiendo con vecinos a los que nunca había saludado, discutiendo cosas importantes de por qué hay que cambiar la Constitución, de qué te gustaría que estuviese en la nueva Constitución, hizo que volviéramos todos a ser estudiantes. Espero que se retome cuando volvamos a estar a las puertas del plebiscito.

Extracto de la entrevista realizada el 29 de mayo de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Mathieu Guilhaumon: “Ojalá que la crisis sirva para que el Estado apoye más a la cultura”

Varado en Francia desde marzo, el coreógrafo y director del Ballet Nacional Chileno (Banch) mantiene constante comunicación con su elenco, con quienes celebra por estos días los 75 años de vida de la compañía a través de la producción de una serie de videos y la transmisión de la obra Poesía del otro por Ceac TV. Aunque la compañía tuvo un 2019 difícil, sin poder pisar el escenario del Teatro de la U. de Chile debido a las manifestaciones sociales que se emplazaron en Plaza Italia, Guilhaumon pudo cumplir el sueño de llevar al elenco de gira por primavera vez a Francia, aunque hoy la pandemia mundial los tiene a todos lejos y recluidos en sus hogares.

Por Denisse Espinoza A.

La escena parecía sacada de una película de guerra y el protagonista era él, un bailarín intentando cruzar la frontera que lo separaba de su natal Francia. Era el domingo 15 de marzo y Madrid estaba desolado; sólo la policía, ayudada de drones, vigilaba las calles semivacías de personas, que en un moda que iba a imponerse en los próximos meses, cubrían la mitad de sus rostros con mascarillas. Mathieu Guilhaumon, uno de ellos, caminaba raudo con sus maletas en dirección a la estación Atocha, también fantasmal. “Me sentía como un exiliado del país, los helicópteros pasaban por encima, la ciudad desierta, fue una experiencia bien extraña y surrealista. Cuando llegué a Francia cerraron las fronteras definitivamente y comenzó la cuarentena, que nueve semanas después recién se empieza a levantar”, cuenta el bailarín, coreógrafo y director del Ballet Nacional Chileno (Banch), quien en febrero pasado dejó el país para acudir a una invitación del Teatro Real de España.

El coreógrafo y director artístico del Ballet Nacional Chileno, Mathieu Guilhaumon.

“El estreno de la producción sería a inicios de marzo, pero finalmente no se pudo hacer, interrumpimos los ensayos cuatro días antes del estreno, lo que fue una gran frustración, pero las cosas en España se habían puesto realmente malas con la pandemia y de un día para otro decidieron cerrar todo. Yo tenía mi vuelo a Chile una semana después, pero como iban a cerrar las fronteras decidí ir a Francia y quedarme en Perpignan, en la casa de mis padres”, cuenta.

Con un pasaje de avión aplazado varias veces, Guilhaumon mantiene desde la distancia el trabajo con su compañía en Chile, la que dirige desde 2013 y que en mayo cumplió 75 años de vida. Confiesa que al principio sufrió la paralización de la cuarentena y que de a poco, en un trabajo colaborativo, se ha ido organizando con sus bailarines para mantener el contacto con el público a través de su cuenta de Facebook y de la plataforma del Ceac TV, donde por estos días trasmite el montaje Poesía del otro, estrenada en abril de 2017, que narra la relación entre los escultores Auguste Rodin y Camille Claudel. También están produciendo una serie de videos que titularon Fuera de eje, donde comentan sus procesos creativos tras cada coreografía. Uno de ellos es la campaña ¿Bailemos? donde invitan a la comunidad a expresarse a través de la danza, enviando videos de máximo 20 segundos, hasta este viernes, que hayan sido inspirados por las creaciones del Banch y así generar un diálogo entre público y elenco. 

En estos tiempos en que está restringido el contacto físico e incluso el movimiento se limita a espacios reducidos de acción, el quehacer de la danza se pone en entredicho. “Es difícil pensar en lo que hacemos en este contexto, pensar en cómo poder quedar en contacto con nuestro público sin hablar de lo que está pasando y sin entrar en ese mensaje de ‘quédate en casa’, porque a veces para todo el mundo no es lo mejor estar en casa”, dice el coreógrafo.

¿Cómo ha funcionado para ti el proceso creativo en estos tiempos de encierro?

Es complejo, porque uno podría pensar que este es un gran momento para aislarse, crear, inspirarse, y la verdad es todo lo contrario. Primero hubo estupefacción con lo que estaba pasando, porque era primera vez que todos vivíamos algo así, era muy extraño todo, porque es un contexto impuesto, no es que yo haya decidido aislarme para crear, entonces la verdad es que no nace nada de esto. Creo que en general lo más complicado para nosotros, como seres humanos, es la falta de proyección, porque siempre estamos trabajando hacia el futuro y ahora todo es muy incierto. Y para los bailarines, en particular, el distanciamiento es algo muy absurdo, en la danza es necesario ese grado de intimidad entre nosotros y el público, está el tema del cuerpo, del movimiento, entonces sentirse así, viviendo todo el tiempo entre paredes, es super difícil. Hay quienes en el ballet me han dicho que se sienten como un hámster en una jaula, esa es la sensación. Pero de a poco, con la conversación y con un trabajo colaborativo, han ido surgiendo ideas como estas cápsulas donde compartimos nuestro quehacer creativo y que hemos llamado Fuera de eje, que es un término que se usa mucho en la danza contemporánea, porque al contrario del ballet clásico, donde todo siempre es muy estable, nosotros tendemos a salirnos del eje, y hoy vemos eso aplicado a este mundo en total desequilibrio.

Poesía del otro se transmite por estos días en el canal online Ceac TV.

¿Cómo han enfrentado el tema del entrenamiento físico que en la danza es esencial? ¿Es algo que te preocupa como director del Banch?

Tuvimos esa conversación y cada uno tiene una rutina para mantener, pero yo creo que tampoco hay que forzar las cosas: si hay que parar un tiempo, hay que hacerlo. Hay cosas más dramáticas en este momento y la verdad es que sólo llevamos dos meses sin bailar, lo que no es tanto. Todo bailarín ha conocido lesiones que lo han obligado a parar seis meses o varias mujeres de la compañía que en su momento han tenido embarazos, de los que luego han vuelto sin problemas, perfectas. No me preocupa tanto el estado físico de los bailarines como el mental y emocional. Cada uno tiene realidades distintas, problemas específicos con los que deben lidiar, también echamos mucho de menos hacer lo que hacemos, subir al escenario, compartir con el público, son esas cosas más emocionales de las que hay que preocuparse. Sé que hay muchas compañías que ya partieron con clases de entrenamiento online, pero hemos luchado todo el 2019 para que los bailarines puedan entrenar en buenas condiciones y no me veo ahora imponiéndoles que tomen una clase en sus casas, en la cocina, en el comedor, porque no todos tienen las condiciones para hacerlo.

En este momento, Francia está levantando sus medidas de confinamiento. ¿Cómo se está viviendo este regreso que aún no es del todo normal?

En Francia, los teatros siguen cerrados y todos los festivales de verano se suspendieron y están viendo la posibilidad de abrir en septiembre. Hay un regreso lento, por ejemplo, a las playas, donde se supone que tú puedes estar, pero siempre en una actividad dinámica y no recostado, pero hay mucha gente que no lo respeta, aunque en esos casos la policía es más permisiva y nos les dicen nada si la gente se porta bien. No puede haber aglomeraciones y sólo puedes compartir con un máximo de 10 personas. Ahora también aquí hay mucha incoherencia, porque mandan a trabajar a las personas en transporte público, pero les prohíben estar al aire libre. En los próximos días se espera que se empiecen a levantar las fronteras para empezar a activar el turismo y que la economía comience a revitalizarse, porque también el impacto ha sido alto. En el sur de Francia, donde estoy yo, no han habido tantos casos porque el confinamiento partió a tiempo y los hospitales nunca estuvieron saturados, creo que el virus no circuló mucho en esta región. Aunque seguíamos todas las medidas nacionales, no podíamos alejarnos de la casa a más de un kilómetro y debíamos usar salvoconductos.

En Chile, las medidas son aún muy estrictas y las cuarentenas han afectado a los trabajadores independientes. La cultura no es la excepción. ¿Qué te parece la ayuda que ha comprometido el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través de fondos concursables?

En Chile, la situación que viven los artistas independientes es muy grave, y son cosas que hay que resolver, no podemos dejar a la gente sin comer. En Francia, desde antes de la crisis existe un sistema para los artistas que es muy bueno, que les permite, cuando no están trabajando, seguir recibiendo una remuneración que es estatal. Obviamente, los artistas tienen largos periodos en los que están creando o ensayando para una nueva obra y no tienen ingresos, entonces este sistema les permite seguir recibiendo dinero, pero para eso tienes que estar dentro del sistema, tienes que trabajar, actuar, bailar, tocar, hacer funciones, y ahora que los teatros están cerrados, el Estado comprometió mantener ese ingreso mínimo para los artistas y también para los técnicos, durante un año, que es una especie de indemnización. Entonces, cuando me enteré sobre los fondos concursables en Chile, la verdad es que sin siquiera tener la experiencia francesa, me parece totalmente absurdo, es realmente desconocer, ignorar la realidad de un artista en Chile. Creo que la crisis sanitaria está poniendo luz en todo esto que ya estaba en el estallido social, pero que ahora es peor. Pienso que ha llegado el fin de algo, no podemos seguir como siempre.

Desde el 2013, claro, yo estoy bajo el techo de una institución, entonces es otra realidad, lo que no significa que no estoy consciente y al tanto de lo que pasa en la escena independiente, y ojalá la crisis, lo que vivimos ahora sirva para repensar todo esto y que el Estado se involucre aún más en apoyar la cultura, y con eso estoy hablando de un nivel económico. Es súper curioso, porque se siente que la cultura siempre es algo secundario, una frivolidad casi, pero durante el confinamiento, lo que ha hecho la gente es consumir cultura, sin embargo, los artistas no podemos vivir sólo del amor al arte. La gente tiene que darse cuenta también de que somos personas que necesitamos comer, pagar cuentas, ir al médico, etc. 

Estrenada en 2017, Poesía del otro esta inspirada en la relación pasional de la escultora Camille Claudel con su par August Rodin.

En ese sentido, los elencos estables del Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile, CEAC – donde además del Ballet Nacional Chileno, está la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, el Coro Sinfónico y la Camerata Vocal de la Universidad de Chile, han hecho un llamado a unirse a la campaña ¡Toi toi! Apoyemos a nuestros artistas, donde se invita a hacer donaciones de dinero que irán directamente en apoyo a artistas, profesionales y técnicos de la escena independiente.

¿No te desanima seguir trabajando como coreógrafo en un país que no le da el mismo apoyo y valor a la cultura, lo que sí sucede en Francia?

Creo que no, si hubiese llegado hace un año a Chile quizás sería distinto, pero llevo siete años, conozco la realidad y tengo la capacidad de manejar estas circunstancias de otra manera. Llevar siete años con el grupo te permite tener una cohesión importante, estamos un poco en familia y eso es súper agradable, hay mucha confianza artística, no es como llegar a trabajar con alguien por primera vez, eso se valora mucho. Cuando entro en la sala para empezar una nueva creación, se nota de inmediato que estamos hablando el mismo idioma y no me refiero al español, sino al idioma de la danza, hay mucha fluidez y eso nos permite experimentar mucho más

Nacido y formado en Perpignan, Mathieu Guilhaumon comenzó sus estudios de danza a los seis años. Estudió en el Conservatorio Nacional de Danza de su ciudad y luego en la escuela de Martine Limeul y Matt Mattox, donde cursó ballet clásico, jazz y tap. Recibió una beca para el Alvin Ailey American Dance Center, de Nueva York, y a su regreso ingresó a la Escuela Rudra Béjart, en Lausanne (Suiza), y luego se integró el Groupe 13 formado por Maurice Béjart. En 2013 postuló a ser el coreógrafo del Banch, motivado por conducir un elenco propio de 22 bailarines. El proyecto que presentó para Chile fue ambicioso y tenía tres ejes principales: montar coreografías con su propio lenguaje e invitar a figuras internacionales; apuntar a un público más joven y realizar un trabajo interdisciplinario con profesionales de otras áreas creativas.

En estos siete años, Guilhaumon ha ido consiguiendo cada uno de esos desafíos. Ha puesto en escena exitosas coreografías como Añañucas, La hora azul, Alicia, Cuéntame la danza, Tengo más de mil años de recuerdos y Poesía del otro. En cuanto al público, el Banch puso en marcha una labor educativa a través de funciones especiales para colegios y talleres de verano para niñas, niños y jóvenes. Mientras, los cruces con otros elencos y disciplinas partieron con el Ballet de Santiago en obras como Cuarteto, Dos veces Bach y Noces, donde además ha recibido la colaboración de la dramaturga Millaray Lobos, el compositor clásico Sebastián Errázuriz y en 2019 tuvieron una exitosa presentación con los Power Peralta, con el montaje Hats off, quien fue el último antes de que el teatro cerrara sus puertas. Además, a inicio de octubre pasado, el coreógrafo cumplió el sueño de llevar a sus bailarines a los escenarios de Francia en su primera gira por ese país, visitando las ciudades Albertville, Amiens, Mulhouse y Vannes, presentando la obra ¿Puedo flotar? de la coreógrafa japonesa Kaori Ito, creada especialmente para la compañía.

El Banch llegó por primera vez a Francia con el montaje ¿Puedo flotar?, creado especialmente por la japonesa Kaori Ito.

A pesar de las complicaciones que tuvo el 2019, ese fue el año de la gira del Banch a Francia. ¿Cómo vivieron ese hito para la compañía?

Fue un desafío por lo que significa a nivel de gestión, de cómo armar una gira así, pero también un sueño, porque como francés obviamente quería llevar a la compañía a mi país. Fue un trabajo que partió hace varios años, desde mi llegada, de hecho, porque presentar a la compañía con mis contactos no era algo que se hiciera de un día para otro. Los bailarines estaban felices, entusiasmados y quieren volver, por supuesto, y de hecho, se nos abrieron puertas para otras invitaciones, pero luego vino el estallido social y se puso todo muy incierto e inestable, para la institución también. De hecho, los bailarines volvieron justo el día del inicio del toque de queda en octubre. Fue algo muy loco y que hicimos justo a tiempo; si hubiésemos esperado a este año, no lo habríamos podido hacer.

¿Este contexto te ha dado oportunidad para pensar en nuevas creaciones inspiradas en esta doble crisis?

La verdad es que no soy muy optimista en cuanto a eso, le temo al lugar común. Tengo la idea de que la creación no es algo inmediato, creo que hay que tomar distancia, entender lo que está pasando, porque se puede caer en esto de la representación, subir al escenario con mascarillas, reproducir el confinamiento y no es el modo en que yo lo veo. No es una fuente de inspiración en mi caso, creo que hay que sentir las huellas de lo que está pasando. Ha sido violento para muchas personas dependiendo de la realidad de cada uno, pero para mí la creación no tiene que ver con ilustrar una situación, sino justamente de lograr llevarlo a otro nivel. Soy muy cauteloso con ese carácter de profeta que a veces se le atribuye a los artistas, de salvar o iluminar el camino, no estoy seguro de si podemos ver mejor lo que está pasando, y no me atrevo a llevar un mensaje sobre la situación, prefiero actuar con prudencia y quedarme en algo más abstracto.

Parte de la inspiración pareciera que resulta también de la colaboración con otros. ¿Dirías que ese es uno de los sellos del Banch?

Sí, claro, ha sido parte de mi dirección hacer esos cruces de disciplinas con teatro, con otros estilos de danza, colaboraciones con otros artistas, con músicos, especialmente con Millaray Lobos, que sigue colaborando mucho, y creo que es muy interesante dialogar. Siempre hay algo que aprender del otro y abrir tu espacio al otro, y que también el otro abra su espacio al mío, de ahí siempre nace algo interesante y enriquecedor. La inspiración también ha nacido de esos encuentros artísticos. Con los Power Peralta fue impresionante porque pertenecen al mundo de la danza, pero tienen otros códigos súper fascinantes y ese fue todo un desafío, el cómo nos íbamos a encontrar para crear algo nuevo. Y ese diálogo también se replica dentro del grupo con los bailarines, donde su participación es muy activa. Para mí siempre ha sido importante dejar en claro que los bailarines no son meros ejecutantes de pasos, sino que también pueden desarrollar sus creaciones, como coreógrafos y también como docentes, que fue muy importante en las clases abiertas que dimos en diciembre y enero, porque claro, después del Ballet Nacional hay un futuro y hay que prepararse para eso.

Vale la pena en cuarentena

Libros

La trilogía Millennium del sueco Stieg Larsson. “Nunca los había leído y los encontré acá en casa de mis padres y es una lectura muy rápida y entretenida”.

Películas

“Vi La favorita (Yorgos Lanthimos), Parasite (Boon Joon Ho) y El irlandés (Martin Scorsese), y en series de enamoré de la española Las chicas del cable, que está en Netflix y es muy liviana y entretenida también.